Mariana Belloso

O conmigo, o contra mí. De Mariana Belloso

Ese es el clima que ahora vivimos los salvadoreños que utilizamos redes sociales: un comentario puede desatar ataques masivos que ponen a prueba la tolerancia y resistencia de cualquiera...

30 junio 2019 / LA PRENSA GRAFICA/SEPTIMO SENTIDO

Los llamados a la unidad son uno de los recursos más antiguos de la política. Los seres humanos, animales sociales, han desarrollado en las ciencias políticas la sistematización de sus formas de relacionarse, sus estructuras de poder y su organización.

Entonces vemos a la unidad como medio y como fin en la obra de muchos teóricos, desde filósofos políticos hasta politólogos, y por supuesto que encontramos la palabra en los discursos de líderes y políticos de todos los tiempos, con resultados variados: desde los llamados a la unidad del proletariado en el «Manifiesto comunista», hasta el afán por conformar alianzas y bloques entre países con fines similares.

¿Pero qué pasa cuando el llamado a la unidad se vuelve, a su vez, una invitación a combatir a quien no se sume a la colectividad en cuestión? Recordemos algunos casos recientes. «Quien no está con nosotros, está contra nosotros», afirmó el entonces presidente de Estados Unidos George W. Bush, la madrugada del 21 de septiembre de 2011, en referencia a que no podía haber medias tintas en la lucha contra el terrorismo. Efectivamente, un grupo de países, incluido El Salvador, formaron un bloque de aliados para combatir a los que se consideraban parte del eje del mal.

La misma República Popular China no admite que sus aliados reconozcan a Taiwán como un país independiente, y su política de una sola China ha puesto entre la espada y la pared a países pequeños como, de nuevo, El Salvador.

Y si bien uno puede llegar a justificar y hasta a compartir posturas como estas, en las que están en juego temas como el equilibrio geopolítico o la seguridad internacional, decir que quien no está conmigo está contra mí también puede ser desafortunado.

Ese es el clima que ahora vivimos los salvadoreños que utilizamos redes sociales: un comentario puede desatar ataques masivos que ponen a prueba la tolerancia y resistencia de cualquiera. Con mayor frecuencia se ha vuelto desafortunado emitir opiniones que pongan en entredicho al nuevo gobierno, más que todo en Twitter, que se ha vuelto la plataforma de comunicación por excelencia de la nueva administración.

Y si bien antes se pensaba que los ataques venían de grupos bien organizados para hacer ruido en las redes sociales, los denominados «troll centers», la verdad es que los ánimos se han caldeado al punto de que los insultos y el acoso vienen de ciudadanos comunes y corrientes, como usted o como yo, que simplemente se valen de la seguridad que da el estar tras un teclado y una pantalla para «poner en su lugar» a quien piensa distinto.

Leemos a dirigentes de Nuevas Ideas hacer llamados a la unidad, mientras cualquier opinión que ponga en duda a algún funcionario del Gobierno es sepultada pronto por cientos de voces prestos a defender al actual Ejecutivo. Es, cada vez más evidentemente, el imperio del odio.

Es desafortunado que se esté profundizando de esta forma la polarización política, algo que como país hemos padecido durante décadas cuando las dos fuerzas políticas preponderantes eran ARENA y el FMLN, exponentes máximos de la lucha entre derechas e izquierdas. Con la elección de Nayib Bukele se repitió una y otra vez que se había puesto fin al bipartidismo, a esa polarización que tanto daño le hizo al país, que tantas decisiones importantes frenó, y que tantas reformas necesarias retrasó.

Y sin embargo, la división continúa: o sos de los nuestros, o estás contra nosotros. ¿Será que somos incapaces de dejar a un lado las diferencias y arremangarnos para rescatar al país? ¿Será que esa lucha eterna por pertenecer al bando ganador será nuestra perdición?

Ojalá que no, y ojalá que toda esa efervescencia en redes no pase de eso, porque ahora más que nunca es que se necesita juntar esfuerzos para resolver los problemas fiscales, económicos, sociales, de seguridad y de inequidad que nos tienen en el sótano en cuanto a crecimiento, y que hacen que nuestra gente huya hacia otros países, sin importar los peligros que eso implique.

El moribundo. De Mariana Belloso

Cada día es más común que las víctimas de la delincuencia y de la criminalidad sientan que deben tomar la justicia por su cuenta. La población, harta de ser víctima, celebra a quienes logran defenderse y aplaude la muerte de los delincuentes.

Mariana Belloso, 8 abril 2018 / LPG-Séptimo Sentido

Que hubiera tráfico pesado no nos pareció extraño. Es lo común en esa zona, a esa hora. Lo que sí nos llamó la atención fue ver cómo un bus se subía a la acera. “¿¡Huy!, y eso? ¿Habrá chocado?”, nos preguntamos. Pero no, no era un choque.

Cuando el bus pasó y los carros de adelante avanzaron, nos dimos cuenta de que todos trataban de rodear algo. “¡Ay!, quizá es un atropellado”, dijimos.

Unos segundos después, lo vimos: el muchacho estaba tirado en el pavimento, en medio de un charco de sangre que fluía en un pequeño hilo hasta la cuneta. A su lado, una agente policial estaba parada, como vigilando. Al frente, otro agente desviaba el tráfico.

Lo vi de cerca, quizá demasiado. El hombre agonizaba. Su cuerpo temblaba con ese rictus involuntario que solo había visto en videos. Me impactó que estuviera allí tirado y nadie hiciera nada, que yo misma no pudiera hacer nada.

La escena quedó allí, a pocas cuadras de casa. Al llegar seguía pensando en aquel cuerpo, en la sangre, en la soledad de su agonía. Media hora después, se escuchó la sirena de una ambulancia. Ojalá llegue a tiempo, pensé.

Más tarde leíamos la noticia de un presunto asaltante que había muerto cuando una de sus víctimas sacó su pistola para defenderse y le disparó en la cara. La nota estaba acompañada por la fotografía de la escena, justo la que habíamos visto antes, pero acordonada.

El supuesto ladrón, decía la nota, usaba una pistola de juguete para amedrentar a las personas. El reporte indicaba que había quedado allí, a media calle, y que le habían encontrado dos teléfonos celulares de poco valor. Agregaba que el hombre murió al instante.

***

Cada día es más común que las víctimas de la delincuencia y de la criminalidad sientan que deben tomar la justicia por su cuenta. La población, harta de ser víctima, celebra a quienes logran defenderse y aplaude la muerte de los delincuentes.

En un sistema en el que hay poca o nula confianza en las autoridades, y mucho dolor y cansancio por la inseguridad, no es extraño que se vitoree a los grupos de exterminio o que se aplaudan las propuestas de aprobar la pena de muerte.

Este mismo sistema, que con pobreza, marginación y falta de oportunidades sigue produciendo delincuentes, hace que soñemos con eliminar ese “producto”.

Ojalá entendamos que es necesario cerrar esta fábrica, a través de mayor equidad, desarrollo, educación y humanidad, en lugar de enfocarnos en erradicar, con más violencia, lo que mana de esta.

Las culpables. De Mariana Belloso

 A Saraí la conocí en un edificio de Washington, donde hacía la limpieza. La escuché decir la palabra “cumbo” y le pregunté si era salvadoreña. Me contestó que sí y poco a poco la plática llegó a cómo tenía tres años de vivir en Estados Unidos.

Mariana Belloso, 12 marzo 2017 / LPG-Septimo Sentido

Todos los dedos te señalan. La ladrona, la puta, la asesina, la maldita esa. Ves hacia todos lados y no entiendes lo que pasa. Hace un rato estabas en tu colonia, con tus vecinas y tus hijos.

Hubo una redada y ahora te tienen esposada frente a un montón de cámaras. Te acusan de cosas que ni siquiera entiendes y enumeran una serie de pruebas inverosímiles en tu contra. No sabes qué hacer, agachas la cabeza y lloras. Parece una pesadilla.

Esa pesadilla la pasan cientos de personas cada año en nuestro país. Hombres y mujeres que son capturados por parecerse o llamarse igual a alguien que ha sido acusado de algún delito, o que simplemente están en el lugar y la hora equivocadas. Pero hoy, a pocos días de haberse celebrado el Día Internacional de la Mujer, quiero referirme a ellas, a las siempre culpables.

Como sociedad somos especialistas en señalar, acusar, juzgar y condenar con rapidez y facilidad. El debate de la presunción de inocencia se ha tardado mucho, muchísimo. Si eres joven y pobre es fácil que te acusen de cualquier cosa y que pases mucho tiempo preso antes de que se logre comprobar que no eras culpable de nada.

A Saraí la conocí en un edificio de Washington, donde hacía la limpieza. La escuché decir la palabra “cumbo” y le pregunté si era salvadoreña. Me contestó que sí y poco a poco la plática llegó a cómo tenía tres años de vivir en Estados Unidos, después de estar casi un año detenida en El Salvador, donde su patrona la acusó de ladrona y llamó a la policía.

El proceso no prosperó y la dejaron salir porque quien la acusaba no presentó nunca pruebas. Eso no la libró de estar detenida durante los seis meses que le dieron a la fiscalía para armar su caso y otros tantos meses más de puros trámites.

Nunca logró quitarse el mote de ladrona con su familia y vecinos ni con potenciales empleadores. Optó por migrar.

También están los casos en los que a las mujeres se les amenaza para participar en delitos. Chicas que van obligadas a cobrar extorsiones, madres a las que les encuentran en su casa drogas que no sabían que alguien había escondido, mujeres que deben introducir artículos prohibidos a los penales. Todas ellas caen fácilmente presas, leo los casos muy seguido debido a mi trabajo. Luego, uno se queda esperando que caiga quien las amenazó, quien las obligó… rara vez pasa.

Algunas logran salir libres, pero retomar su vida es otra historia. Ya las señalamos y categorizamos, llevan el delito en la frente y allí nos falla la memoria corta que nos caracteriza para otros temas. También están las mujeres que aún están presas por haber perdido a sus bebés, mientras la justicia debe decidir si fueron emergencias obstétricas o ellas mismas los mataron.

Lo más común es, sigue siendo, lo segundo, y a las largas condenas por este tipo de casos –de hasta 30– años, se le suma la correspondiente lapidación social.

Este marzo, mes de la mujer, les dedico estas líneas a quienes están presas injustamente, a quienes se asumió culpables antes de cualquier proceso, a quienes aún esperan justicia, a quienes no lograremos reponerles la vida ni la reputación perdidas. También se las dedico a usted que me lee, le invito a volver al primer párrafo y tratar de ponerse en ese lugar. Si le pasara a usted, ¿verdad que le gustaría que se cumpliera aquello de que todos somos inocentes hasta que se nos pruebe lo contrario?

El país que dejó de creer. De Mariana Belloso

En aquel país ya no creían en nada ni en nadie. La justicia se había vuelto un concepto abstracto y etéreo. La impunidad era, en cambio, algo común, soportado, normalizado, casi esperado.

mariana bellosoMariana Belloso, 28 agosto 2016 / LPG-Séptimo Sentido
Había un país donde la gente ya no creía más. Nada les esperanzaba, no sabían qué era la fe. Marchaban a misa por costumbre, hablaban con sus parejas solo lo necesario, no se preguntaban cómo había estado el día ni qué habían hecho, cansados de escuchar puras mentiras.Tampoco creían en sus políticos. Votaban por el mero gusto de que no ganara el candidato del “otro”. Se metían en pleitos, ya fuera en bares, muros de Facebook o cronologías de Twitter, para defender al político de su bandera, únicamente para no dar su brazo a torcer, para sentirse superior al vecino.

septimo sentidoUn día, en ese país comenzaron a capturar a exfuncionarios, a empresarios, a jueces, a abogados. Figuras de poder que todos creían intocables avanzaban esposados hacia las bartolinas. El fiscal alzó la voz y, señalándolos, proclamó que había desbaratado una red de corrupción. Los ciudadanos estaban acostumbrados a la idea de ser gobernados por corruptos, no pasaban de indignarse en alguna tarde de ocio y gustaban de conformarse con repetir que los corruptos del partido contrario eran los peores.

Con incredulidad, los ciudadanos se apostaron para disfrutar del espectáculo de los caídos. Vieron casas registradas, negocios intervenidos, desfiles de policías sacando artículos de lujo, extravagancias y chucherías carísimas que confirmaban los despilfarros que habían sido secretos a voces durante años, pero que nadie pensó nunca se verían así expuestos.

Extasiados, abrían los ojos para no perder detalle del show. Se quedaban sin saliva comentando lo sucios que eran unos, o defendiendo a otros, mientras sus dispositivos móviles se recalentaban entre acalorados debates cibernéticos sobre lo que ocurría.

Y como cosa extraña, finalmente estuvieron de acuerdo en algo: en que todo aquello no pasaría a más. “Disfrutemos del circo mientras dure, estos pronto volverán a estar libres”, se dijeron y volvieron a sus lugares, estupefactos de comprobar que los dioses también sangran, aunque sea por un par de días.

El fiscal consciente de las dudas sobre su trabajo se esmeraba más en demostrar que tenía pruebas y que contaba con un caso sólido. Pero todo abonaba al show y entre la euforia de este, la única certeza era que eventualmente terminaría.

Ni en las instituciones ni en las leyes ni en quienes las hicieron ni en quienes deben aplicarlas. En aquel país ya no creían en nada ni en nadie. La justicia se había vuelto un concepto abstracto y etéreo. La impunidad era, en cambio, algo común, soportado, normalizado, casi esperado.

La sed de justicia había sido sustituida por el hambre de espectáculo y de eso sobraba. Un tópico de moda para indignarse, para llorar, para pelear –sobre todo esto último– bastaba para llenarles los días. La gente que ya no cree gusta de discutir por todo y por nada, sobre todo cuando pueden hacerlo desde la comodidad de un teclado y la seguridad del anonimato.

Los políticos, sabedores de estos gustos, le apostaban a las declaraciones disparatadas, las entrevistas cargadas de emotividad y las promesas incumplibles. Poco a poco vieron en las redes sociales un espacio para convertirse en rockstars. Viejos políticos eran de pronto nuevas celebridades para cientos de jovencitos que no habían nacido cuando los otros ya hacían de las suyas desde sus espacios en el poder.

Este era el ambiente en medio del que se dio aquel vuelco repentino del status quo. Pero ni ver a los antiguos poderosos humillados en la silla de un juzgado hizo que aquellos ciudadanos volvieran a creer. Se conformaron, de nuevo, con el circo, ávidos de entretenimiento mientras este durara.

¿Justicia o impunidad? El final del cuento aún está por escribirse.

Guía definitiva de comunicación de crisis para el político salvadoreño. De Mariana Belloso

Mariana BellosoMariana Belloso, 10 julio 2016 / LPG-Séptimo Sentido

¿Es usted un aspirante a la política en El Salvador? ¿Ya tiene una carrera en tan distinguido rubro, pero siente que la gente no lo entiende? ¿Los medios le tergiversan sus declaraciones? ¿Lo trollean en Twitter? ¿Le hacen memes que comparten en Facebook? Tranquilo, deje atrás esos nervios, respire profundo y aprenda de los grandes.

la prensa graficaLe hemos recopilado esta guía definitiva para el manejo de crisis desde el punto de vista comunicativo. Cada una de las técnicas ha sido probada por renombrados políticos pasados y presentes –y no dudamos que futuros–, de modo que usted solo debe armar su propia estrategia.

1. Asuma demencia: esta técnica es altamente efectiva. Usted no sabe, usted no fue, usted no estuvo allí. No importa si hay fotografías o videos, asegure que usted no fue.

2. Ataque a la persona que lo está señalando: si es un adversario político, aproveche y sáquele los trapos al sol. Si es un funcionario de algún otro poder del Estado, acháquele sus propias fallas. Si es un periodista, pues mucho más fácil, diga que es un peón de los poderes fácticos representados en los grandes medios hegemónicos (repítalo varias veces frente al espejo hasta aprenderlo, así no se equivocará aunque deba decirlo rápido).

3. Evite las pregunta incómodas y échele la culpa a los medios: aprenda a conocer a los medios y a los periodistas. Aléjese de los que hacen preguntas difíciles y de los que leen y se preparan antes de hacer una entrevista. Busque medios aliados que le pregunten solo lo que usted quiere, y si no tiene, pues haga su propio periódico electrónico en internet. Evite aparecer en conferencias de prensa es una buena movida y, si no tiene remedio, huya por una puerta trasera o por la cocina antes de que lo aborden los medios de comunicación. * Si el punto 3 le falla y no puede evitar el acoso de los periodistas malintencionados, recuerde las palabras mágicas “hay un plan orquestado en mi contra”.

4. Aproveche su popularidad, y si no es popular, al menos aparente serlo: déjese ver abrazando viejitas, chinee bebés gorditos, póngase shorts y tenis y corra dos kilómetros de alguna media maratón local. Aproveche sus apariciones públicas para tratar temas de poca relevancia pero que le gusten al público, y si alguien le recuerda el “problema”, siga atacando a los medios.

5. ¿Ya le dijimos que le eche la culpa a los medios?

6. Señale a otros: la paja en el ojo ajeno siempre es buena distracción. Recordar los fracasos de gobiernos anteriores es un recurso infalible. ¿Usted está haciendo mal? ¡Eso lo hacía también su antecesor!

7. Si le toca dar la cara públicamente, sea firme. En ruedas de prensa limite la cantidad de preguntas que le harán y recuérdeles la regla de oro: “No se puede preguntar sobre temas fuera de agenda”.

8. Utilice el poder a su alcance para censurar a tuiteros, feisbuqueros o autores de memes que le falten al respeto. Diga que los paga su enemigo político para restarles credibilidad.

9. La unión hace la fuerza. Cuando haya ataques a la clase política a través de cualquier medio, ya sea electrónico, impreso o hasta anuncios comerciales, alíese con sus compañeros para aplicar la benevolente mano de la sana regulación. No permita que le digan que es censura.

Listo: está usted capacitado para sobrevivir cualquier crisis comunicacional. Si algún punto le falla, pruebe con el siguiente y recuerde que la práctica hace al maestro.

Medios a la medida. De Mariana Belloso

Mariana Belloso

Mariana Belloso, 20 marzo 2016 / LPG -Séptimo Sentido

Ya sé, ya sé: usted me dirá que siempre ha sido así, que los medios de comunicación son instrumentos de los grupos de poder, que responden a agendas específicas, que se moldean a los intereses de los dueños… créame, he escuchado eso innumerables veces.

Porque eso somos: profesionales. La mayoría hemos estudiado años y años, y nos seguimos especializando. Nos ha tocado aprender desde cero en las redacciones, escalar a fuerza de experiencia, asoleadas, mojadas, erupciones volcánicas, emergencias nacionales, maratónicas jornadas electorales y cualquier otra cosa que se pueda usted imaginar en ese caleidoscopio que conforma la agenda nacional.

No es fácil ser periodista, ni en este país ni en ningún otro lado. A decenas de colegas los matan cada año por tratar de acercarse a la verdad, esa utopía escurridiza que nos anima a seguir cada día tratando de dar lo mejor. Muchos otros deben huir de sus países, y los menos afortunados no tienen más que seguir en el oficio en condiciones duras, en medio de peligros y amenazas, malpagados y maltratados por las audiencias.

Ese es nuestro pan diario: gente que lee las noticias y, como ha sucedido desde los principios de nuestras civilizaciones, se enojan por el mensaje y culpan al mensajero. Ya perdí la cuenta de las veces que me han dicho periodista mentirosa, vendida, mentera o, en el caso más amable, ignorante. Y sin embargo, acá seguimos, enamorados de este oficio ingrato, tratando de dar lo mejor.

Desde esta perspectiva es que hoy escribo sobre los “medios” que últimamente se multiplican en la web. Y no me refiero a los periódicos digitales que cuentan con redacciones estructuradas, periodistas de profesión, editores y agendas de investigación bien definidas. De hecho, estos han traído variedad a la gama de fuentes de información disponibles, están ayudando a democratizar el acceso a la misma y han ayudado a que salgan a la luz temas que no tendrían cabida en los medios tradicionales.

Me refiero a los medios sin rostro, sin firmas, sin siquiera una locación física a la que poder acudir para tratar de ver quién está detrás de ellos. Estos medios aparecen de un día para otro, reproduciendo notas internacionales y luego informando, extrañamente, de las actividades de cierto político, funcionario, alcalde o grupo en específico. Medios a la medida, tal cual.

En este auge por los medios digitales muchísimas personas dan por cierta cualquier cosa que leen en Internet. Confían ciegamente, leen, se indignan, comparten. Y así, se vuelven virales noticias falsas, exageradas, armadas, de nuevo, a la medida de la billetera que está detrás de estos supuestos medios.

En el mundo, mientras tanto, cada vez son más las publicaciones tradicionales que abandonan el papel y se quedan únicamente en el formato digital. En muchas sociedades se está viendo como un paso natural la desaparición de los medios impresos y la multiplicación de los digitales. Pero lo que hace la diferencia, como lo ha hecho desde los inicios del periodismo, es la calidad del contenido, no la plataforma.

El reto se extiende para ambos lados, tanto para los lectores como para los periodistas y empresarios de los medios. Por un lado, el lector, el consumidor de la información, debe estar alerta de que lo que está consumiendo es información verificada, proporcionada por una fuente fidedigna, con la firma del autor, y no cualquier bulo que se vuelve viral por curioso-raro-morboso.

Y para los medios y los periodistas que trabajan en ellos, el gran reto es no abandonar la calidad y no caer en la moda de la viralidad, no dejar de lado la sustancia del contenido ni abandonar las misiones fundamentales de informar, educar y dar datos de utilidad a nuestras audiencias.

Marañas del mercado. De Mariana Belloso

Las fuerzas del mercado tienen todo tipo de presiones y variantes, pero los poderes de la oferta y la demanda siguen siendo primordiales. Cuando hay más demanda, el precio tiende a subir.

Mariana Belloso

Mariana Belloso

Mariana Belloso, 17 enero 2016 / LPG

¿Vieron cómo el precio del petróleo está cada vez más bajo? Esta semana leí el análisis de un periodista que decía que Oriente Medio necesita una nueva guerra para que el precio suba de nuevo… y pues, no es así. Esta vez, aunque parezca fuera de toda lógica, el precio está como está porque algunos de los productores más fuertes así lo han decidido. Bueno, específicamente Arabia Saudí.

Las fuerzas del mercado tienen todo tipo de presiones y variantes, pero los poderes de la oferta y la demanda siguen siendo primordiales. Cuando hay más demanda, el precio tiende a subir, y cuando la demanda merma, sucede lo mismo con los precios. En cuanto a la oferta, mientras menos petróleo se produce, hay precios más altos, pero si la producción es alta –de modo que no se teme que haya desabastecimiento–, tienden a bajar.

la prensa graficala prensa graficaEn el entramado de factores que actualmente han llevado al petróleo a los $30 por barril, tras máximos de $200 hace algunos años, hay uno particularmente fuerte: el deseo de los petroleros tradicionales de sacar del escenario al llamado petróleo de esquisto, o de roca.

Resulta que en los tiempos en los que el petróleo se puso carísimo comenzó el auge de explotar estos yacimientos de esquisto. A diferencia del petróleo “tradicional” que está en yacimientos bajo tierra o bajo el lecho marino, este se encuentra en rocas. Su explotación es mucho más complicada y costosa. En ese momento, en esa coyuntura, resultaba atractivo apostarle al esquisto: los precios pasaban los $200 y a pesar de lo caro del proceso para obtenerlo, dejaba ganancias.

¿Pero qué pasa con precios como los de hoy? El esquisto se vuelve totalmente inviable. Y Arabia Saudí lo sabe. En las más recientes reuniones de la asociación de los principales productores de petróleo se han enfrentado las voces de naciones más pequeñas y más dependientes de los ingresos por la venta de crudo, como Venezuela, con las de Arabia Saudí. La apuesta es simple: no reducir la producción –algo que ayudaría a que los precios comenzaran a subir–, al menos no aún, mantener el valor del barril bajo y sacar del escenario a la competencia del esquisto.

Si bien a Arabia Saudí parece no pesarle mucho sostener por un tiempo los precios bajos, para los productores más pequeños el impacto ha sido importante. Venezuela, por ejemplo, ha sumado a su propio rosario de problemas internos la reducción de ingresos por la venta de petróleo. Varios países productores habían basado sus presupuestos internos en precios no menores a los $90 por barril. Actualmente están en $30, un tercio de lo proyectado, y hay analistas que creen que bajará a $10.

¿Hasta cuándo sostendrá Arabia Saudí esta postura? Habrá que esperar para verlo. Mientras tanto, el mapa económico internacional se ha volteado y países que no producimos petróleo estamos viendo la ventaja de comprarlo barato. Como en todo fenómeno económico, hay ganadores y perdedores. Nosotros venimos de ser perdedores, y ahora, por primera vez en varios años, estamos teniendo un respiro por la vía de la factura petrolera.

Las empresas deberían aprovechar este respiro. Con el petróleo más barato se reducen los costos por el lado de la energía, tanto en combustibles como en electricidad, y los negocios deben saber usar el producto de este ahorro de modo que les permita ser más productivos y más competitivos. Ojalá no se caiga en la tentación de simplemente compensar las pérdidas del pasado y canalizarlo todo como un mero aumento de ganancias, sin reinversión.

Para el Gobierno es momento de revisar su política de subsidios. Energía, gas propano y transporte público son parte de esta cartera de subsidios que no se justifican en un escenario de precios bajos del petróleo. Tomar este dinero y usarlo en inversión social sería una movida acertada en momentos en que vemos estancadas las cifras que se destinan a salud y educación. Pero esta es una decisión política que, hasta hoy, nadie ha querido tomar, porque no se considera popular.

Tirando el problema hacia adelante. De Mariana Belloso

La pensión mínima deberá correr por cuenta del Estado, será una presión para quienes estén en ese momento en el poder. Quizá por ello ninguna administración ha querido encarar el problema de forma integral, porque será una bomba que estallará en manos de otro.

Mariana Belloso

Mariana Belloso

Mariana Belloso, 4 octubre 2015 / LPG

Tener una pensión digna cuando uno llega a la edad en la que ya no puede trabajar, o al menos, ya no debería hacerlo, no solo es un derecho ciudadano de quienes aportaron durante su juventud y madurez a la economía del país. También es una necesidad social. ¿Qué hace un país donde sus ancianos están desprotegidos? ¿Cómo hacer frente a esto cuando hayamos más viejecitos que jóvenes?

El Salvador estuvo varios años bajo un sistema en el que los jóvenes, muchos más que los viejos, aportaban a un fondo común, del cual iban saliendo las pensiones de quienes se jubilaban. El sistema no era sostenible porque se ahorraba apenas un 3 % del salario, y luego las pensiones eran del 70 %. Matemática, económica y financieramente no era sostenible.

Luego se apostó por un sistema de cuentas individuales. En teoría cada quien ahorraría su propio fondo personal, que debería ir creciendo con buenas inversiones hechas por las AFP para que el dinero alcanzara para una pensión decente. Se planteó como una opción sostenible que, sin embargo, se implementó con fallas que ahora han generado problemas de suficiencia.

La transición dejó una deuda que se acerca a los $18,000 millones en obligaciones de pagar pensiones a la gente del antiguo sistema. Para pagarles, se creó un fideicomiso que vende títulos a las AFP. A la fecha, se han usado unos $4,800 millones de los ahorros para pensión para comprar estos títulos y pagarles a los jubilados del antiguo sistema.

Ahora, con una nueva reforma de pensiones a las puertas, preocupa que se plantee, de nuevo, usar los ahorros de quienes ahora trabajan para pagar la deuda del antiguo sistema. Al hacerlo, el Gobierno adquirirá la obligación de pagar las pensiones de los futuros pensionados. De nuevo, se está tirando el problema hacia adelante.

Hasta la fecha, ningún Gobierno ha asumido en serio el tema de las pensiones. Después de la reforma de 1998 se han realizado cambios que han afectado al sistema en lugar de mejorarlo. Actuarios, consultores y especialistas han insistido desde entonces en la necesidad de mejorar el esquema, volverlo más inclusivo, mejorar la cobertura y, sobre todo, volverlo sostenible.

Pero los gobiernos lo siguen viendo como un problema fiscal, una deuda que se ha pagado con más deuda, en lugar de asumirlo como una obligación social con los jubilados. Al verlo como un problema fiscal, es lógico que se busquen soluciones que solo cubren ese aspecto.

¿Sabía usted que solo uno de cada cuatro trabajadores está ahorrando para su futura jubilación? ¿Sabe que solo uno de cada ocho logrará cumplir los requisitos para retirarse? ¿Sabe que la gente con ingresos de menos de $484 alcanzará la pensión mínima de ley, que es de $207 mensuales?

¿Qué pasará con todos los que lleguen a la edad de jubilación sin ahorros, sin una pensión garantizada? La pensión mínima deberá correr por cuenta del Estado, será una presión para quienes estén en ese momento en el poder. Quizá por ello ninguna administración ha querido encarar el problema de forma integral, porque será una bomba que estallará en manos de otro.

Ha sido la actual administración la que ha anunciado, finalmente, que habrá cambios en el sistema. Pero sin una propuesta como tal y muchas declaraciones de diferentes funcionarios públicos al respecto, se han levantado temores y dudas. Lo que como ciudadanos debemos esperar en este sentido es, en primer lugar, transparencia. Que se presente con claridad y sin tapujos la propuesta, y que se abra, tal y como lo ha ofrecido el presidente Salvador Sánchez Cerén, una discusión amplia y adecuada sobre esta.

Y a lo que debemos aspirar es a que se nos presenten soluciones para que más salvadoreños tengamos acceso a un ahorro para pensión, a que el sistema nos ofrezca pensiones dignas, y que dicho sistema sea sostenible. No queremos que se siga tirando el problema para adelante, porque entonces será muy tarde

La era de la información vacía. De Mariana Belloso

Poco o nada importa si la “información” es cierta, ni su fuente, ni el “medio” que lo difundió por primera vez, el asombro nos basta para darle “me gusta” o incluso para compartirla.

Mariana Belloso

Mariana Belloso

Mariana Belloso, 25 julio 2015 / LPG

De cuentos y cuentas

“Las 10 peores cirugías plásticas de Hollywood”, “Este hombre dejó una cámara grabando en el baño, no creerás lo que captó”, “Las 20 imágenes más calientes del ‘spring break’ 2015”, “Cinco famosos que no sabías que tienen enfermedades terminales”, “Los mensajes secretos en los cuentos de Disney”, “Los minions y la apología nazi”… y ponga usted el ejemplo que mejor le parezca. ¿Qué tienen todos estos titulares en común? Son parte del material más compartido en medios electrónicos y redes sociales en los últimos meses.

¿Cuándo se convirtió este tipo de contenido en el gancho para jalar las masas? Durante años han existido revistas de notas curiosas y publicaciones dedicadas a chismes de la farándula. La facilidad para acceder y compartir este material a través de plataformas como Facebook dio vida a un nuevo término: “lo viral”.

Pareciera que, mientras más escandaloso, estrafalario o de contenido sexual, más fácil es que una de estas notas se viralice. Poco o nada importa si la “información” es cierta, ni su fuente, ni el “medio” que lo difundió por primera vez, el asombro nos basta para darle “me gusta” o incluso para compartirla. Si tenemos tiempo, incluso podemos opinar, criticar, indignarnos en la sección de comentarios de la “noticia” en cuestión.

Y esta característica, la viralidad, se ha vuelto la nueva virtud que buscan muchas publicaciones, e incluso empresas y marcas reconocidas, para ganar seguidores, visitas a sus sitios, tráfico, menciones y toda la serie de indicadores de éxito en el altamente competitivo mundo del contenido virtual. Lo viral equivale ahora a ser popular, y lo popular significa rentable.

Si bien siempre ha existido un mercado para estas informaciones vacías, exageradas y muchas veces, incluso, falsas los bulos en internet son, de hecho, algunos de los contenidos que más se comparten y circulan– la dinámica de internet y de las redes sociales las ha vuelto más visibles y la cantidad de lectores que movilizan es grande y fácilmente medible. Tanto, que incluso los medios de comunicación tradicionales han querido montarse en este tren.

En mayo, en un foro sobre periodismo latinoamericano, se hablaba de cómo estas notas virales desplazaban poco a poco a la información más seria en las páginas web de radios, televisoras y periódicos con una larga trayectoria. ¿Por qué?, nos preguntábamos. Porque es lo que jala gente, era la respuesta más común. Es lo que jala gente, lo entretenido y lo que nos garantizará no quedarnos de últimos en la carrera por las audiencias en internet.

Entonces, ¿qué deben hacer los medios? ¿Apostarle definitivamente a este cambio de paradigma de contenidos o mantenerse en sus principios informativos, aunque eso les signifique ser menos populares? Se habló de ejemplos en países como Colombia, donde ha habido periódicos que se han rehusado a dejarse seducir por lo viral y optaron por mantener contenido selecto, para un público que, en consecuencia, se volvió igualmente selecto.

¿Quién tomará la decisión final? Los periodistas que participaron en dicho foro creen que serán los mismos lectores, los consumidores de esos videos, fotos y notas. La preferencia de las audiencias determina la cantidad de visitas que tienen los sitios y, por tanto, el potencial publicitario de los mismos.

¿A qué le apostaría usted? ¿Qué prefiere? Yo creo que las informaciones formales, bien investigadas y respaldadas seguirán manteniendo la preferencia de muchos lectores, y que lograrán coexistir con las publicaciones más superficiales que seguirán acaparando los listados de popularidad y viralidad.

El proceso que implica la construcción de una nota informativa o científica, de una crónica o un reportaje, es lo que le da su valor. Los contenidos generados por autores confiables, con datos comprobables y fuentes autorizadas y con conocimiento del tema siempre encontrarán lectores ávidos, espero.