Claudia Ramírez

Jaguares en una selva de impunidad. De Claudia D. Ramírez

Ninguna cifra sobre lo que hizo la policía importa tras la desaparición de la agente Carla Ayala, en diciembre de 2017. Ni si el decomiso de drogas superó lo de otros años, o el decomiso de armas, ni su efectividad en operativos, ni si bajaron las extorsiones. Nada. El 2017 cerró para la entidad policial, ya cuestionada por claras dudas sobre ejecuciones extrajudiciales, con el escándalo en una de sus unidades élite, el Grupo de Reacción Policial (GRP).

Claudia D. Ramírez / Subjefa de Información de LA PRENSA GRÁFICAClaudia D. Ramírez, 18 febrero 2018 / La Prensa Gráfica

Esta unidad gozó durante mucho tiempo de un buen nombre, eran los que llegaba a poner orden, los tácticos, lo mejor de lo mejor en el interior de la corporación.

Pero una fiesta que estuvo absolutamente fuera de control en las instalaciones que albergaban a esta unidad, donde hubo mucho licor, violencia y la violación y posterior desaparición de una de sus agentes, dejó todo ese buen nombre convertido en añicos.

LPGTodavía no puedo comprender cómo algo como eso ocurrió en una de las unidades élite más importantes del país. Pero es aún peor que más de 50 días después no haya resultados claros en la investigación sobre la desaparición de la agente Carla Ayala, y de su agresor, también un agente policial.

Esta semana, que fue presentada la nueva Unidad Táctica Especializada Policial (UTEP) –cuyos agentes serán conocidos como jaguares–, que busca sustituir al GRP, vale la pena recordar que muy poco se recuperará de la confianza en la Policía si no hay una investigación seria sobre lo ocurrido aquella noche de diciembre en el GRP. No importa cuántas unidades nuevas creen, ni cuántas veces cambien nombres. Lo único que les devolverá un poco de respeto y confianza por parte de la población será que resuelvan qué pasó con Carla Ayala y su atacante y que lleven ante las autoridades a los responsables de su agresión y desaparición.

A estas alturas, como mínimo, el jefe del GRP debería estar procesado porque la celebración que propició el ataque contra Ayala ocurrió bajo el aval del jefe, quien también permitió el consumo de alcohol.

Presentar a la UTEP sin mostrar avances en la investigación del caso y sin tener aún ninguna detención envía un mal mensaje a la población, que en medio de la violencia que vive el país, aspira a poder confiar su seguridad en la Policía.

De momento, el mensaje que recibimos es que la PNC tampoco está exenta de este virus de impunidad que nos mantiene afectados como sociedad y que hace que no respetemos las reglas porque sabemos de antemano que no recibiremos castigo. Si no, basta ver el comportamiento de las pandillas sobre los homicidios y extorsiones o, peor aún, nuestro comportamiento a la hora de conducir, donde constantemente irrespetamos las leyes, lo que se traduce en epidémicos números de accidentes de tránsito.

El director de la PNC, Howard Cotto, ha prometido que el 15 de marzo terminará la evaluación del personal del GRP. A partir de allí, decidirá hacia a dónde destinará a la mayoría de sus agentes. Ojalá para entonces, la investigación de este penoso caso también tenga avances. Eso no solo le dará un poco de sentido de justicia al país, sino que, al identificar y condenar a los agentes que cometieron y encubrieron delitos, hablaremos más de los buenos resultados de la PNC y de los buenos elementos que seguramente hay en su interior. Por ahora, este escándalo los tiene con la moral baja a ellos y a nosotros. Urge resolverlo.

Ser agentes de cambio. De Claudia Ramírez

Dos relatos publicados esta semana en LA PRENSA GRÁFICA muestran realidades que con frecuencia obviamos en este país.

claudia ramirezClaudia Ramírez, 18 octubre 2015 / LPG

Los dos relatos, uno en el centro escolar de Panchimalco y otro en Conchagua, La Unión, muestran interesantes situaciones positivas y negativas. Y a ambas hay que ponerles atención.

Lo primero que me llama la atención de manera positiva es el perfil de los directores de esas instituciones. Por iniciativas personales, ambos, sin conocerse, invitaron al presidente de la Fundación Forever, Alejandro Gutman. La invitación en sí misma podría no ser importante, si no fuera porque muestra un claro y decidido interés en generar cambios en sus comunidades y en los jóvenes que viven en ellas. Es la decisión que tomaron ambos de buscar opciones.

En los últimos años, la fundación ha promovido la cultura de la integración, cuyo objetivo es que gente que vive en comunidades empobrecidas se integre con personas y zonas que tienen mejores condiciones de vida. La intención es que estos jóvenes conozcan otras realidades, más allá de las fronteras de las comunidades en donde se han desarrollado. Para ello, los jóvenes realizan pasantías en diferentes empresas, para que esta experiencia les genere otro tipo de conocimiento, para que descubran que hay más allá de lo que siempre han visto –de lo que vieron y vivieron sus padres– y sobre todo los haga descubrir sus talentos, sus intereses y les cree entonces nuevas ambiciones.

Lo interesante de las iniciativas de estos directores es que han conocido del trabajo de la fundación y quieren replicarlo con sus jóvenes. Y por eso invitaron a la fundación. El descubrimiento en ambos lugares es el saber algo que parece evidente, pero que no siempre se visualiza, y es que una sola persona con ganas de hacer más de lo que debe hacer por lo que le pagan puede ser un agente de cambio en su comunidad. Y a ellos deberíamos prestarles especial atención.

la prensa graficaPero, además, es recordar todas las ganas que tiene esta generación de jóvenes de hacer cambios, y de la urgente necesidad de que se creen oportunidades para ellos. Y como sabemos, entre todas las cosas que faltan en este país, una de las que urge es crear oportunidades para los jóvenes.

En el interior, por ejemplo, son muchos los pueblos cuya fuerza productiva básicamente ha desaparecido por la migración. Ciudades en donde los jóvenes ven como única oportunidad migrar a Estados Unidos. Y en las cabeceras, lo que ocurre es que muchos de nuestros jóvenes talentos, los que han logrado estudiar y especializarse, también terminan migrando.

Por eso es importante un momento de reflexión para que, en medio del caos que a veces se siente en este país, intentando buscar la cura al problema de violencia, también incluyamos medidas que nos permitan crear oportunidades de desarrollo. Está claro que tenemos a parte de una generación perdida, los hijos de posguerra, ¿pero qué hacemos para no perder a la siguiente?

Si por algo deberíamos unirnos, marchar o protestar es por esta falta de visión, por este abandono al que hemos sometido a los jóvenes desde hace años. Vamos a decir que está bien el Consejo de Seguridad, que está bien tratar de recuperar territorios, está bien que se trasladen a los líderes pandilleros para evitar que se organicen. Pero en esa lista de acciones y prioridades sigo leyendo muy pocas propuestas que nos ayuden a darles opciones a nuestros niños y jóvenes. Esas acciones también podemos tomarlas nosotros en pequeña escala con nuestro entorno. Y como lo he repetido incansablemente, si seguimos así, estamos condenados a seguir gestando caldos de cultivo para la violencia y repetir una y otra vez este triste ciclo.

Correr con el duelo. De Claudia Ramírez

Perder a un familiar siempre supone un inmenso dolor. Antes de la resignación hay mucha tristeza, muchas dudas, mucha incertidumbre. Mucho de ese vacío en el estómago y en el corazón.

claudia ramirezClaudia Ramírez, 23 agosto 2015 / LPG

A veces se llora por  la muerte, a veces se llora por la vida desperdiciada. A veces se llora por lo que no se pudo hacer ante la enfermedad o por lo que no se pudo hacer ante un cúmulo de malas decisiones.

 Cuando la muerte viene de manera violenta o inesperada –o ambas– los sentimientos se agudizan. El dolor trae ira e indignación. Y entonces, este país se encarga de volver aún más indigna la muerte, al proceso de decir adiós, del consuelo familiar.

Cuando en un país asesinan a 40 personas en un solo día uno no puede evitar alarmarse y cuestionar con angustia qué le está pasando a este país.

 Pero al familiar de cada uno de esos 40 muertos qué le queda. En El Salvador cada día les queda menos consuelo y más rabia.

El martes pasado, cuando este periódico reportaba que entre lunes y martes ocurrieron 82 homicidios, también daba cuenta que, de estos, 31 habían ocurrido en el oriente del país.

 Mientras sobrellevaba el duelo de la muerte descubrí la normalidad de una iglesia que tiene que acelerar sus misas de cuerpo presente, porque debe cubrir el consuelo para  siete muertes violentas y tres más por “muerte natural”.

Con horror y tristeza vi cómo los carros fúnebres se apilaban frente  a las puertas de la iglesia en el centro de San Miguel esperando, una tras otra, que familiares y ataúdes abandonaran la morada para continuar con la siguiente misa.

Familiares acongojados, dolidos, sorprendidos por la muerte tenían que acelerar el paso y el dolor porque habían demasiado muertos.

Ese martes, 10 familias estaban despidiendo a un ser querido solo en San Miguel, en medio de la carrera de buscar una funeraria, encontrar “cupo” para una misa y buscar un lugar donde depositar el cuerpo ya sin vida. Porque los cupos en el cementerio también escasean.

Este país trata mal a sus muertos y peor a sus  familiares. Nos hemos convertido en un país que maquila asesinatos. Aquí  maquilamos misas, velas, entierros, llanto y dolor.

A dónde mandamos todo ese dolor que nos embarga como país. ¿Cómo lo gestionamos para que no se nos regrese en forma de más violencia?

De a poco, todos vamos reventando la burbuja cuando alguien cercano  parte por causa de la violencia.

Y es normal. Lo normalizamos. La sala de velaciones abre más cuartos para poner más ataúdes, el padre de la iglesia acorta el tiempo de las mismas y adelanta las horas y espera que los carros fúnebres hagan fila frente a la puerta  y esperen su turno para la bendición acelerada.

 Y los empleados del cementerio aceleran el paso y abren más hoyos.

Y las madres, los padres, los hijos agilizan el llanto y así nos volvemos duros y contamos cifras y no nos indignamos porque ahora somos el país más violento.

Y no hacemos nada y nos callamos y lloramos en silencio. O ya no lloramos. ¿Qué hace falta para que esto nos golpee de verdad y hagamos algo? o ¿Qué hacemos?

Yo no tengo la respuesta, pero lo más triste es que tampoco los llamados a responder por esta crisis la tienen. Y si la tienen, no se nota.

Que en paz descansen nuestros muertos, porque aquí en la tierra, en este país, queda muy poco de esa paz.

Temor, ¿al monstruo bajo la cama? De Claudia D. Ramírez

En este país la impunidad en homicidios es arriba del 95 %. Es decir, solo el 4.68% de los casos hay condena.

claudia ramirezClaudia D. Ramírez, 27 julio 2015 / LPG
El dato, derivado de una investigación de LA PRENSA GRÁFICA, refleja claramente lo que ocurre y obviamente cómo estamos fallando. En este país el mensaje que solemos mandar es que si hacés algo malo difícilmente pagarás o tendrás consecuencias, porque la impunidad es altísima. Por eso no entiendo la posición recalcitrante de algunos sectores de la sociedad ante la sugerencia de Estados Unidos de crear una comisión contra la impunidad. El tema ha estado en discusión por años, allí, rondando como una sombra. En el gobierno anterior, llegó hasta Naciones Unidas como una idea salida del mismo expresidente salvadoreño.Este año, vino con la visita de Thomas Shannon, el consejero del Departamento de Estado de Estados Unidos. Su visita a la región centroamericana fue para impulsar el plan de la Alianza por la Prosperidad, del llamado Triángulo Norte de Centroamérica, que conforma Guatemala, Honduras y El Salvador. Y sí, una de sus recomendaciones es que el país busque ayuda para combatir la corrupción. De hecho, dijo que sería “inteligente” tomar el ejemplo de Guatemala, que tiene su CICIG.Está claro que este país no puede con su corrupción y con la impunidad que nos rodea. Muchos de los problemas que tenemos derivan de allí mismo. Y se han convertido en un círculo vicioso. Bien nos haría tener algo de apoyo internacional, y una comisión anticorrupción es apoyo internacional, que además nos daría una imagen de confianza sobre las cosas que estamos haciendo, ante la comunidad internacional.

Con este mensaje de que queremos hacer las cosas bien, regresaría mucho más apoyo para el país, algo que necesitamos de manera urgente, porque tenemos temas graves que resolver.

Hay, además, casos grandes que se han judicializado y que no hemos podido llevar de buena manera, que se politizan y terminan pasándole un costo muy alto al país. Eso se evitaría con una comisión anticorrupción, que además nos quitaría un cáncer que no nos deja hacer nada en ningún aspecto de la sociedad: La polarización.

A una comisión como este tipo le podríamos quitar de entrada el mote de política, le podríamos quitar colores partidarios y con eso ganaría una gran credibilidad en la mayoría de sectores del país. Eso nos haría avanzar, porque en este país deslegitimamos cualquier esfuerzo –con razón y sin razón– por los colores partidarios.

No hay por qué temer. Si usted como gobierno, como fiscalía, como órgano del Estado, como funcionario público, como político, como diputado está haciendo las cosas de manera correcta, no tiene nada que temer. Estamos hablando de que esto sería un apoyo para encontrar, combatir y acusar a los corruptos. Si usted no es corrupto, ¿no tenemos nada que temer?

La ganancia, sin embargo, sería grandísima. Ganamos confianza, el gobierno gana credibilidad porque no teme el escrutinio y la investigación, la población gana confianza en quienes imparten justicia y así una cadena extensa de saldos positivos.

Muchos dicen que Guatemala está peor que nosotros, que México quizá necesita una comisión como esa. Y aunque eso fuera verdad –que honestamente no lo creo– por qué esperar a llegar hasta ese nivel. Ya dijimos en el pasado “no estamos tan mal”, aún no es tan grave, ya esperamos resultados sin acciones concretas en temas de seguridad, por ejemplo. Y miren nomás el desastre que tenemos.