César Castro Fagoaga

Las verdaderas autoridades. De César Castro Fagoaga

ccfcolumnaCésar Castro Fagoaga, 20 noviembre 2016 / FACTUM

Hace quince años, cuando el investigador entró a la policía, su cantón era un lugar tranquilo. Caliente, con polvo como caminos, monte -mucho monte- y con la privacidad que da el aislamiento de la ciudad. Entonces los muchachos eran unos niños. Él los vio crecer, jugó con ellos en las canchas engravadas del cantón, ayudó a sus madres cuando hizo falta.

Años después, al cantón se lo comió la Mara Salvatrucha. Los muchachos crecieron con esa garra, tatuada, manchada en las paredes. La vida siguió hasta que se pudo.

screen-shot-2016-11-20-at-7-09-09-pmHace dos meses, uno de esos muchachos se acercó a la puerta del investigador. Le dijo que la Mara había investigado bien y que sabía que él pasaba información a sus colegas, al resto de policías, que sabía todo de su familia, que le daba quince días para irse del cantón. Que lo iba a matar. El investigador se quedó de piedra, pero venció momentáneamente el miedo y le dijo al pandillero: “pero si nos conocemos de toda la vida, si yo te vi crecer”. El pandillero recibió una llamada y pasó el aparato al investigador. Era el palabrero del cantón. El mensaje fue el mismo.  El policía se armó nuevamente de valor: “Si ustedes saben que no me gustan los problemas, que no me meto con ustedes”.

La siguiente amenaza llegó poco después. El investigador no estaba en casa, y el mensaje lo recibió una de sus hijas, muerta de miedo.

Entonces el policía decidió actuar.

La 9 que siempre anda en la cintura, discreta entre la camisa y el pantalón, quedó en casa. También dejó los teléfonos. El dinero. Se fue solo: él y su pequeñez. Había pedido audiencia con los muchachos. Llegó al lugar y se sentó en medio de ellos. Él lo recuerda como si estuviera rodeado por un consejo.

Los pandilleros le dejaron hablar: “Sepan una cosa, les dije yo, no soy enemigo de ustedes, yo siempre sigo siendo amigo, lo único que ya más lejano. No puedo estar con ustedes porque no me quiero meter en problemas, ni con las autoridades ni con ustedes. En ese momento me dijeron que no había problema, que conmigo no había problema y que podía vivir”.

Después de escucharle, los pandilleros, las autoridades del cantón, le dijeron al policía que podía vivir.

“Es bien duro porque uno hay veces que ve las cosas pero hay que callarse”, me dijo el policía, cabizbajo, en el pequeño cuarto donde estábamos, la oficina de derechos humanos que espera sea su opción para salir del país junto a su familia. Mientras hablábamos, en el volcán de San Salvador se celebraba un funeral:  el subinspector Lorenzo Rojas, el séptimo policía asesinado en noviembre, el 44 en lo que va del año.

El investigador lo sabe. La policía lo sabe. Y como él hay muchos agentes que tienen miedo. Que han renunciado, que han pedido asilo, que buscan dejar atrás este país. Lo hacen ante la certeza de que las autoridades en papel, esas que se presentan cuando hay funerales y prometen medidas súper mega híper extraordinarias, no pueden protegerlos. Que quienes nos protegen están desprotegidos.

Por eso el investigador no cree en los discursos, en las lágrimas de reptil que el vicepresidente con botas arroja cada vez que este país se va un poco más al carajo, precisamente cuando ya es evidente que la moral de la policía está por los suelos. En parte, porque los policías -el investigador incluido- saben, por ejemplo, que quien fuera su jefe, el exministro Lara, negoció con las pandillas. Esas pandillas que él juró vencer y ante quienes no tuvo más remedio que postrarse y pedir por su vida. Porque sabe que en la dirección de la policía, en el ministerio de Seguridad y en Casa Presidencial no tienen ni la mínima puta idea de lo que significa vivir en un cantón como el suyo.

Por eso el investigador tampoco creerá lo que horas después, ese mismo día, dirá el gabinete de Seguridad. Sin el presidente, al que solo sacan a pasear cuando se presenta la Colmenita, los funcionarios anunciarán (sin detalles, por supuesto) un nuevo plan llamado venganza, un conjunto de medidas que esta vez sí acabarán con todos nuestros problemas. Es la decimonovena vez que Ortiz ofrece lo mismo y es normal que nadie, ni el investigador, le crea. Es complicado creerle a alguien que dice “estamos teniendo resultados positivos” el mismo día que entierran a otro policía. Es complicado creerle a alguien que ha dicho “¿y cuál es el problema” cuando le descubren que su socio comercial es un capo.

Es complicado. Especialmente cuando las autoridades de papel hablan sin consecuencias y las verdaderas autoridades de tu cantón sí cumplen lo prometido.

Basta. De César Castro Fagoaga

“Varios agentes policiales, quienes se le acercaron, lo insultaron y le expresaron ‘te vas a morir’, tras lo cual le dispararon varias veces”, dictaminó el informe de la PDDH sobre la ejecución de un hombre.

cesar castro fagoagaCésar Castro Fagoaga, 16 agosto 2015 / LPG

Esta semana mataron a un hombre. No debería llamar la atención –se sabe, somos inmunes– pero este homicidio fue particular porque nadie quería saber del cadáver. Ocurrió en un municipio de San Salvador, durante la noche, mientras él y otros estaban sentados en una acera. Su familia pasó las horas siguientes en un calvario: ninguna funeraria del municipio quería preparar el cuerpo, pues temían que el crimen estuviera relacionado con alguna pandilla y que el negocio terminara rafageado. Una funeraria que no acepta muertos, el miedo invade hasta a los que conviven con la muerte.

No es todo. El hombre murió en un fuego cruzado, según la versión oficial que llegó a la redacción: un grupo de pandilleros se enfrentaba a tiros con un grupo de policías. Lo de todos los días desde hace varios meses. Las balas alcanzaron al hombre que estaba sentado con sus amigos, un tipo que nada tenía que ver con las pandillas. Solo estaba sentado fuera de su casa, en una colonia donde, desgraciadamente, las pandillas mandan.

Me encantaría equivocarme pero, a juzgar por lo visto en los últimos meses, la cantidad de bajas y errores colaterales de esta guerra que ahora nos atañe no ha parado de aumentar. En la última semana, la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos ha dado a conocer dos informes que muestran que los cuerpos de seguridad del Estado han cometido arbitrariedades y abusos en su lucha contra las pandillas.

El 6 de agosto, un niño de cinco años recibió un disparo en la cabeza en un supuesto enfrentamiento entre pandilleros y militares en una colonia de San Salvador. Sin embargo, la investigación de oficio de la PDDH determinó algo totalmente diferente: ni hubo enfrentamiento y el disparo salió del rifle de un militar que, al ver correr a otro niño de 12 años –con discapacidad mental, según la PDDH–, decidió halar el gatillo para desaparecer cualquier amenaza. No había ni pandilleros cerca.

Un mes antes, el 5 de julio, un sargento del Cuerpo de Agentes Municipales de Cojutepeque murió en lo que en ese momento se calificó como un “confuso tiroteo”. El sargento Celso Hernández caminaba en la noche en la Panamericana para buscar a su hija que trabajaba en una gasolinera. Un grupo de pandilleros lanzó una granada, la policía persiguió a dos supuestos responsables y en el camino se topó con el sargento Hernández. La policía dijo que murió en un fuego cruzado, pero desde ese momento su hija dijo que el sargento había sido asesinado por la policía. La PDDH apunta lo mismo en un informe divulgado este viernes: agentes policiales lo ejecutaron. “Varios agentes policiales, quienes se le acercaron, lo insultaron y le expresaron ‘te vas a morir’, tras lo cual le dispararon varias veces”, dictaminó el informe de la procuraduría.

Los colegas del periódico El Faro, además, han documentado dos casos de abusos y aparentes ejecuciones sumarias de parte de miembros de la Policía. Por esas publicaciones, en lugar de recibir muestras de preocupación ciudadana ante el deterioro de las autoridades llamadas a preservar la seguridad pública, los colegas han sido amenazados.

Esto es grave, muy grave. Estamos viviendo días decadentes, presenciando en directo, desde la comodidad de nuestra indiferencia, la degradación más pronunciada de la sociedad. Este país, con una guerra de 12 años que aún lo despierta por las noches, no puede darse el lujo de ceder un centímetro a las arbitrariedades de sus cuerpos de seguridad. El arcadas deberían hacernos reflexionar. El combate contra las pandillas es fundamental, pero no a cualquier costo. Contra los responsables –pruebas en mano– de delitos, no contra civiles ni periodistas. Si perdemos la institucionalidad, perdemos todo. Y entonces nos volveremos a arrepentir. Otra vez.

Las otras noticias. De César Castro Fagoaga

Hay un debate, iniciado por voceros del gobierno y del FMLN, sobre si los medios están creando la «percepción de inseguridad» en el país. Incluso hablan de una campaña de desespabilización» contra el gobierno de Salvador Sánchez Cerén. Como casi siempre ante afrmaciones de este tipo, lo mejor es no perder el humor…

Segunda Vuelta

cesar castro fagoagaCésar Castro Fagoaga, 19 julio 2015 / LPG-Séptimo Sentido

Me han convencido. Después de escuchar múltiples quejas desde Ca sa Presidencial, el Ministerio de Seguridad, casi toda la Asamblea y de la noble comisión política, me he convencido de que el problema son los medios. Los medios y sus publicaciones negativas sobre la violencia.

Aunque todavía no se ha comprobado que dejar de mencionar algo lo vuelva invisible, ya ven que con el PCN no ha funcionado, ahora creo que el maquillaje informativo es la mejor solución para vivir en paz. Vamos a dejar de mencionar tantos muertos, tantas extorsiones, las negociaciones con pandilleros, los nuevos ricos a costa de la inseguridad, las pandillas, los narcos que pagan una multa y los dejan seguir trabajando en paz, los policías que han creado escuadrones fuera de la ley para hacer ejecuciones, vamos a pretender que no existen y así tal vez desaparezcan.

Es menester construir nuevos titulares, algo que, aunque no tan apegado a la realidad, ayude a bajar la violencia con nuestra nueva estrategia de obviarla.

Por ejemplo, ese titular de LA PRENSA GRÁFICA del 23 de junio de este año: “Más de 500 homicidios cometidos en junio”. Es cierto, compas, para entonces ya había ese montón de muertos (al final hubo 677), pues Medicina Legal hizo su trabajo y había levantado ese número de cadáveres, pero ya no podemos eso. Una mejor fórmula sería: “Más en junio”. ¿Más qué?, se preguntará algún lector acucioso y malintencionado, pero no hace falta contestarle: más siempre es mejor.

Ahora un titular de El Diario, de una noticia publicada este jueves 16 de julio: “Continúa imparable el acoso de las pandillas en el mercado La Tiendona”. Este es más complicado, pero cuando hay voluntad, hay voluntad. Para empezar será necesario quitar esos términos maliciosos como “continúa”, pues aunque sea cierto que este mes han matado o herido a cinco personas en ese mercado, eso de “continúa” da la impresión de una constante, o algo que empeora, y nosotros no vamos por ahí. Todos sabemos que el comercio es el motor de la economía, así que probemos: “Imparables las compras de pandilleros en el mercado La Tiendona”. Momento, que “pandillas” es mala palabra también. De nuevo: “Imparables las compras en el mercado La Tiendona”. Listo.

“Encuentran cadáver de un hombre envuelto en sábanas”, publicó El Mundo, el 9 de julio, en su edición digital. Aunque no lo crean, con este mataremos dos pájaros de un solo tiro. Perdón, perdón, que la violencia todavía nos sale por los poros. Con este resolveremos dos problemas, quise decir. Lo primero: “Encuentran a un hombre envuelto en sábanas”. Solventado el temita de la violencia, ahora le podemos agregar un subtítulo que nos ayude con esta cuestión del calor y la sequía: “Tenía frío. El invierno se aproxima”.

Uno de El Faro, del 2 de julio: “Aquí ya no caben más: mátenlos”. Aquí el problema, como ya habrán advertido, es una palabra y no tanto que haya abusos policiales. Pero si solo le quitamos el “mátenlos” nos quedaría zonto, entonces en este caso necesitamos más carnita. Veamos: “Aquí ya no caben más, dijo un policía al percatarse de su eficiencia para capturar bandidos”. Sí, lo sé, es largo, pero en la línea de lo que necesitamos. Además, en internet hay más espacio para los titulares.

Finalizamos con el CoLatino. Del 17 de julio: “El Salvador Seguro, esperanza para el país”. Ahh caray, este está bueno sin necesidad de tocarlo. Y la nota está perfecta porque habla del plan, de sus bondades, de Benito Lara dándonos esperanza, y en ningún momento nos dice, por ejemplo, por qué necesitamos un plan de seguridad, es decir, evita mencionar magistralmente esa epidemia de homicidios de la que ya no queremos saber nada. Alguien sí ha entendido de qué va la cosa, menos mal.

PD. Estoy redactando mi propuesta de titular para mañana: “Misses de El Salvador se unen por la paz mundial”. Ojalá me pongan una estrellita en la frente