Venezuela

Michelle Bachelet y la experiencia sentimental. De Alberto Barrera Tyszka

ALBERTO BARRERA TYSZKA, GUIONISTA, ESCRITOR Y COLUMNISTA VENEZOLANO

23 junio 2019 / EFECTO COCUYO

Un vecino me escribe indignado. Mientras leo su correo puedo percibir, debajo de las esdrújulas y detrás de los acentos, sus jadeos entrecortados, el ruido de la rabia instalado en su respiración. Él esperaba que Michelle Bachelet le metiera –por lo menos- un dedo en el ojo a alguien, a cualquiera, aunque fuera a un ex ministro, a adulador de turno, a un oficial de la guardia presidencial. Y no lo decía metafóricamente. Esperaba algo contundente. Había imaginado una escena donde la alta comisionada para los Derechos Humanos de la ONU se paraba ante las cámaras y, sin sonreír, le decía a todos los venezolanos que Tarek Williams Saab es un farsante, un sicario al servicio de los poderosos y –además- un pésimo poeta.  En el fondo de sus sueños, existía la imagen vaporosa donde esta señora chilena agarraba por las greñas a Cilia Flores y la llevaba a rastras desde el patio hasta la puerta del Palacio de Miraflores: ¡pa´fuera! No podía tolerar la foto de la chilena, con media sonrisa de circunstancia atrapada sobre los labios, junto a Maduro o junto al General Padrino López “¿Acaso no sabe que son unos torturadores, que son unos asesinos?”, se preguntaba con genuina exasperación.

Uno de los elementos esenciales de la antipolítica es el dominio del afecto sobre las formas. Así se construye el clima ideal para el desarrollo del populismo. La experiencia sentimental se impone sobre cualquier protocolo, sobre cualquier ceremonia, saboteando incluso la idea de que el acuerdo y las negociaciones son un vínculo fundamental para la vida en común.  Hugo Chávez destruyó la institucionalidad del país basándose en sentimientos. Lo único importante era lo que los ciudadanos sintieran por él. Todo lo demás quedó fuera del debate.  La emoción sustituyó al discernimiento.

Este proceso ha ido variando, complejizándose y agudizándose con los años. Y en él estamos todos envueltos y revueltos. Las distintas diatribas que, con respecto a la visita de Michelle Bachelet, se han dado esta semana entre diferentes ciudadanos de oposición a veces parecen un enjambre de estridencia sentimental. La antipolítica puede llegar a ser un melodrama absurdo, sin contención. En el fondo, no importa qué siente Michelle Bachelet. No importa si se conmovió o no, si lloró o si solo se le aguaron los ojos, si sus corazón es sincero y se inclina hacia el sufrimiento de las grandes mayorías del país. Tampoco importa lo que sintamos cada uno de nosotros. No importan las sospechas entrañables ni las devociones íntimas. Necesitamos desafectivizar la política, llevarla de regreso al territorio del razonamiento.

Hay otra forma de ver los hechos

Esta semana vino al país una funcionaria de alto nivel, a cargo del tema de Derechos Humanos en la más importante organización internacional del planeta.  Pudo reunirse con las víctimas de agresiones, escuchó distintos testimonios. Habló con el liderazgo opositor, con la iglesia, con representantes de ONGs que trabajan en la defensa de derechos humanos en todo el país. Pero además consiguió acuerdos importantes que comprometen al gobierno con respecto a la situación carcelaria y a los presos políticos. Puso en evidencia el tema de la tortura, exigió datos claros sobre la situación sanitaria… Logró, además, que el gobierno de Nicolás Maduro acepte que dos representantes de la oficina de Derechos Humanos de la ONU permanezcan en el país y monitoreen de forma permanente todo lo que ocurre.

No importa que esta alta funcionaria sea chilena, no importa que se llame Michelle Bachelet. No importa su historia personal, su vida privada, su experiencia sentimental. Una Alta Comisionada de la ONU estuvo aquí y formalmente dejó constancia de que hay profundas violaciones a los derechos humanos y un alarmante deterioro humanitario en el país.

No tumbó al gobierno, ciertamente. Tampoco vino a hacerlo.  Tenía una labor que cumplir, según los requerimientos y exigencias de su misión y de su cargo. Eso es acción política. Y quizás nunca sabremos lo que realmente sintió, lo que en verdad siente en su interior. Vino a trabajar no a emocionarse.

Amnistías cazabobos. Columna Transversal de Paolo Luers

23 junio 2019 / EL DIARIO DE HOY

El 15 de enero 2019, la Asamblea Nacional de Venezuela aprobó una Ley de Amnistía para facilitar la transición pacífica del país a la democracia. Es una amnistía general, por una parte a todos los opositores condenados, perseguidos, o exilados por causas políticas, Por otra parte, se promete inmunidad a todos los militares y funcionarios gubernamentales y judiciales responsables de violaciones a los Derechos Humanos y de crímenes relacionados a la represión del gobierno contra la oposición y sus seguidores, con una sola condición: la inmunidad se concede a quienes faciliten la transición democrática y contribuyan al restablecimiento del orden constitucional. Esta amnistía favorecería a militares, policías, fiscales, jueces, agentes del servicio secreto y paramilitares que han cometido arrestos arbitrarios, torturas, desapariciones y hasta homicidios, siempre y cuando decidan ponerse del lado de la transición democrática. Hasta el mismo Nicolás Maduro se podría acoger a esta amnistía con solo que emita la orden de cesar la represión y abandone la presidencia.

Fue una de las primeras iniciativas de Juan Guidó, quien como presidente de la Asamblea Nacional recién había asumido transitoriamente la presidencia de la República, luego de que el parlamento había declarado vacante el cargo, ya que no reconoció la reelección de Nicolás Maduro efectuada en 2018.

A partir de la juramentación de Juan Guaidó, el 10 de enero 2019, existen en Venezuela dos gobiernos: el simbólico de Guaidó, apoyado por la Asamblea Nacional, la gran mayoría de los venezolanos y por muchos gobiernos latinoamericanos; el otro es el gobierno de facto de Maduro, apoyado por las Fuerzas Armadas, la policía, la Guardia Nacional y el servicio secreto SEBIN y su capacidad y voluntad de reprimir las manifestaciones de los movimientos opositores.

Guaidó asumió el reto de la presidencia transitoria sabiendo que la única forma de lograr la transición pacífica a la democracia era que la facilitara parte del aparato de poder gubernamental, partidario, jurídico y sobre todo militar del régimen. Guaidó y los legisladores, quienes aprobaron una amnistía general para facilitar la transición, tenían plena consciencia que estaban incluyendo en la amnistía a personas que habían cometido graves crímenes. Lo incluyeron con la convicción de que era necesario y justificado sacrificar la aplicación de la justicia si de esta manera podrían evitar masacres, liberar a todos los presos políticos, facilitar el regreso de los exilados políticos, conseguir el cese a la represión y abrir espacio para una transición democrática mediante elecciones libres.

En estos días de enero 2019, con el presidente de la Asamblea asumiendo la conducción de la transición democrática, con docenas de gobiernos del mundo desconociendo la presidencia de Maduro, con la oposición uniéndose detrás de la Asamblea Nacional y su presidente Guaidó, con los primeros dirigentes del chavismo separándose de Maduro y apoyando la transición, la amnistía tuvo un respaldo total: en la Asamblea, en el movimiento opositor, entre las organizaciones de Derechos Humanos, en la comunidad internacional. Si de esta manera se podría conseguir que militares que antes habían sido el sostén del régimen de Maduro podían ponerse del bando de la oposición o irse al exilio; y si de esta manera los máximos dirigentes del chavismo, incluyendo Maduro, podían negociar el abandono del poder y del país, todos estaban dispuestos de apoyar esta amnistía.

Ya sabemos que el plan no prosperó. Sólo unos pocos funcionarios y militares se pusieron del lado de la transición democrática. La Fuerza Armada no se dividió y quedó leal al régimen. Maduro se mantuvo en el poder. Tampoco ha tenido el valor de arrestar o matar a Juan Guaidó, quien sigue presidiendo la Asamblea y actuando como “presidente encargado” de la transición democrática. La oferta de la amnistía se mantiene…

Me pregunto: ¿Y si en enero 2019 o después el régimen chavista hubiera colapsado, si los militares hubieran abandonado a Maduro y aceptado la amnistía, si de esta forma se hubiera abierto la puerta para una transición pacífica a la democracia en Venezuela? Una vez restablecido el orden constitucional, una vez desarmado el aparato de represión, una vez instalada nuevamente una justicia independiente, ¿cuánto tiempo se hubieran tardado ciertos defensores de los Derechos Humanos para levantar el grito al cielo, exigiendo que se hagan juicios a los responsables de la represión?

Suele pasar cuando el polvo se ha asentado, cuando ya no hoy represión, cuando hacer uso de la libertad de expresión ya no es peligroso. Una amnistía puede tener toda la lógica dentro de una situación histórica tensa, cuando para todos la meta prioritaria, en coma de todas las demás, es conseguir la paz, la libertad, el cese de guerra y persecución. Y años más tarde, cuando los peligros han sido superados, hay quienes cambian las prioridades y exigen, en nombre de la justicia, cambiar la historia y abolir las amnistías.

Pero insisto: la historia no se puede reescribir. Mucho menos escogiendo las partes que ya no nos gustan. Tampoco se puede dar amnistías cazabobos.

Los venezolanos estamos condenados a negociar. De Alberto Barrera Tyszka

Juan Guaidó, el líder opositor de Venezuela, se prepara para dar un discurso el 3 de mayo de 2019. Credit Manaure Quintero/Reuters
ALBERTO BARRERA TYSZKA, GUIONISTA, ESCRITOR Y COLUMNISTA VENEZOLANO

5 mayo / THE NEW YOTK TIMES

Los venezolanos creemos que la improvisación es un método. Tal vez eso pueda explicar lo inexplicable: la fallida rebelión contra un Estado fallido que se produjo el 30 de abril. A medida que pasan las horas, cada vez parece más difícil conocer realmente qué ocurrió. La ausencia de información y la falta de credibilidad en los diferentes actores implicados dejan al ciudadano común sin posibilidades de acercarse a la verdad. Más que datos ciertos, solo abundan las especulaciones. Como si, más que analizar la realidad, solo fuera posible imaginarla.

Quizás nunca se llegue a saber ciertamente ni qué pasó ni qué podría haber pasado esta semana con las fuerzas armadas en Venezuela. Esta opacidad, sin duda, es otro síntoma del enorme deterioro institucional del país. Pero lo ocurrido también demuestra, nuevamente, que ese vacío institucional no puede llenarse con violencia. Es otro recordatorio de que la democracia no se legitima con fusiles sino con votos.

Cuando apenas amanecía el martes pasado en Caracas, apareció Juan Guaidó en las redes sociales anunciando “el cese definitivo del gobierno usurpador” y la activación de los militares para consolidar la llamada Operación Libertad. El líder de la oposición estaba rodeado de soldados y, tras él, en primera fila, destacaba Leopoldo López, un preso político emblemático del gobierno chavista que se encontraba bajo arresto domiciliario. El hecho de que López estuviera también ahí, libre, sobre un puente, en medio de soldados, parecía ser una parte fundamental de la noticia.

En algunas oportunidades de su mensaje, Guaidó habló en pasado. Como si, de alguna manera, ya lo importante hubiera ocurrido. Las imágenes que se transmitieron después le sumaron más confusión al momento. En rigor, no se encontraban dentro de una base militar. Tampoco había ningún alto oficial dando la cara y haciéndose responsable de la rebelión ni hubo información sobre algún alzamiento militar en otras regiones del país.

La transmisión desde el puente se fue convirtiendo rápidamente en un espectáculo cada vez más pobre: imágenes de Leopoldo López sonriendo y abrazando a algún amigo, como si celebrara algo que nadie podía entender. Juan Guaidó se difuminó y el escenario épico del amanecer empezó a transformarse en un espacio incomprensible, lleno de movimientos erráticos y sin voceros dispuestos a declarar. La llamada Operación Libertad no parecía ni siquiera una operación.

Sin embargo, la ausencia de los altos funcionarios del oficialismo hizo posible que se pensara que algo estaba ocurriendo. Nicolás Maduro desapareció completamente. Las hipótesis de las conspiraciones se sostienen en el silencio. Ese martes 30 de abril nadie dijo nada definitivo. Hubo alguna declaración de algún ministro, denunciando un intento desestabilizador de la oposición, pero nada más. Los discursos articulados empezaron a llegar los días posteriores, cuando la marea bajó y el panorama comenzó a aclararse. Pero durante el día crucial la mayoría de los actores quedaron en silencio. En suspenso. A la espera.

Ni siquiera los otros líderes de la oposición se manifestaron abiertamente. Tampoco lo hizo de forma decidida y en bloque la comunidad internacional. Ni todos los funcionarios del gobierno ni todos los altos jerarcas militares. Es posible pensar que, en el fondo, todos estaban contenidos, atentos, calculando. En una situación límite, se sintieron obligados a esperar de qué lado, finalmente, se inclinaba la balanza. Nadie deseaba arriesgarse sin saber el resultado. Todos querían tener alguna certeza de que están apostando al ganador.

A esta ausencia de las élites, hay que sumar también la censura oficial que controla medios de comunicación y bloquea redes y plataformas. Frente a esto, el chisme termina siendo la única fuente de información. Los ciudadanos, finalmente, estamos obligados a aceptar que solo tenemos el rumor como forma de conocer e interpretar la realidad. Que si Leopoldo López y Juan Guaidó actuaron en solitario, traicionando al resto de la oposición. Que si había un plan acordado con altos mandos militares para forzar la salida institucional de Maduro, pero que los rusos intervinieron antes y lo impidieron. Que si había una conspiración en marcha pero, al final, todo se abortó por culpa del afán protagónico de Leopoldo López. Que si había un acuerdo entre el Departamento de Estado estadounidense y varios dirigentes cercanos a Maduro. Que si los cubanos evitaron que los militares traicionaran a la revolución. Que si sí. Que si no. Que si Rusia, que si los chinos, que si Donald Trump. Que todo puede ser mentira, que todo puede ser verdad. Que nunca hubo nada y que casi hubo un golpe. Que la intervención viene y se va cada día. Que la Operación Libertad continúa pero de otra forma. Que estamos igual pero no tan igual que ayer. Seguiremos informando.

Como si se tratara de un desquite infantil, dos días después, también al amanecer, Nicolás Maduro apareció en una transmisión obligatoria para todos los canales, rodeado de los jefe militares que le juraban lealtad. Esa era su respuesta al llamado rebelde de Guaidó. Pero también tenía algo de espectáculo patético e incomprensible. Parecía un mensaje para el interior de la propia institución castrense.

Probablemente, en un balance temprano de lo ocurrido esta semana, nadie quede bien. Ni la dirigencia de la oposición ni la del oficialismo. Tampoco los líderes internacionales. Parecen todos una élite errática que se echa la culpa, unos a otros, sin demasiados argumentos ni lucidez. Sobran las palabras grandes. Los discursos se desinflan. La apelación a la libertad, a la patria, a la soberanía… parece fatua. Todo son solo errores de cálculo. La improvisación no sirve para gobernar. El chavismo lo ha demostrado. Tras veinte años en el poder solo han logrado un récord de corrupción y la destrucción total del país. Pero del otro lado pasa lo mismo: tampoco la improvisación sirve para derrocar dictaduras.

Venezuela está cada día más débil. Incluso como noticia. Lo ocurrido esta semana también lo demuestra. Hay un agotamiento generalizado que cada vez se contagia más, la fragilidad de todos los poderes es cada vez mayor. Es obvio que Maduro no puede confiar en quienes lo rodean. Es evidente que la unidad de la oposición está fracturada. Ninguno de los dos bandos tiene la capacidad de derrotar y someter al otro. Ni el chavismo puede gobernar ni la oposición puede quebrar internamente a la fuerza armada. Ni los cubanos van a salir voluntariamente del país ni Trump va a invadir militarmente a Venezuela. Se acabó el tiempo de las consignas radicales. Los venezolanos estamos condenados a negociar. El problema es cómo hacerlo, con quiénes, bajo qué condiciones.

Ante una crisis económica que se desborda y adquiere una dimensión cada vez más aterradora, las decisiones políticas son también cada vez más costosas y determinantes. No es el momento de improvisar, sino de diseñar y de acordar un salida institucional. Esta semana ha vuelto a quedar claro que la violencia, de ninguno de los lados, representa un verdadero desenlace. Mientras no haya elecciones limpias y confiables, tampoco habrá futuro para Venezuela.

Carta sobre Venezuela: Todos conspirando con todos. De Paolo Luers

Juan Guaidó y Leopoldo López en frente de la base aérea La Carlota en Caracas, en la madrugada del 30 de abril

4 mayo 2019 / MAS! y EL DIARIO DE HOY

Esto de Venezuela parece un campeonato mundial de conspiración política, militar y de inteligencia. Imagínense las escenas en aquella casa donde Leopoldo López guardaba arresto domiciliario, vigilada las 24 horas por agentes del temible Servicio Bolivariano de Inteligencia (SEBIN): entran generales del SEBIN y del ejército, a veces juntos, a veces por separado y se sientan con el líder opositor para instrumentalizarlo dentro de su plan de dar un auto-golpe. Quieren deshacerse de Nicolás Maduro, quien ya está quemado internamente e internacionalmente, pero necesitan que el nuevo régimen sea percibido como gobierno de transición y legítimo que cuenta incluso con el apoyo de líderes opositores.

Y por su parte, Leopoldo, quien me consta que no es ningún sencillo, tratando de instrumentalizar a los generales para que generen las fisuras que la oposición necesita dentro de las fuerzas armadas, para luego usar la movilización popular para hacer caer el debilitado edificio del régimen chavista…

Los generales venezolanos reportando a sus referentes cubanos, que controlan cada movimiento del SEBIN y de las fuerzas armadas —y los cubanos negociando con los agentes rusos, que llegaron hace pocas semanas para hacerse cargo de la operación de rescate— no de Maduro, sino del régimen. Porque ojo: Los cubanos y los rusos andan juntos en Caracas, pero no necesariamente tienen los mismos intereses…

En otro escenario, Moscú intercambiando mensajes con Washington. Ambos descaradamente lanzando campañas públicas de desinformación sobre la situación real en las calles de Venezuela, pero al mismo tiempo tratando de evitar que la situación se salga de control. Para Washington se trata de convencer a los chavistas que están dispuestos a mandar sus marines si algo le pasa a Juan Guaidó, al mismo tiempo que aseguran a los rusos que de ninguna manera van a intervenir militarmente.

Nada de esto lo vimos en televisión. Sólo vimos lo que pasó el 30 de abril en las calles de Venezuela: la sorpresiva aparición de Leopoldo López a la par de Guaidó, pero también flanqueado de miembros bien armados del SEBIN, de la Guardia Nacional y del Ejército. Los dos líderes más emblemáticos del país, encabezando una manifestación opositora, pero sin lograr detonar un levantamiento popular masivo que obligue a las tropas militares a tomar posición.

¿Qué pasó? Dicen que los planes (hechos para el 1 de mayo, tanto de un auto golpe para deshacerse de Maduro como el de Leopoldo y Guaidó de usar este autogolpe para de una sola vez hacer caer al régimen) se frustraron, porque otros efectivos del SEBIN, a lo mejor por orden de los cubanos, planificaron detener a Guaidó en la mañana del 30 de abril —lo que obligó a los conspiradores (de ambos lados) a adelantar sus acciones. La idea era que la concentración popular masiva del 1 de mayo coincidiera con la aparición de Leopoldo y con la operación del autogolpe militar. Esto se frustró —y ni los opositores ni los conspiradores militares consiguieron su objetivo. Maduro, aunque visiblemente asustado y debilitado, se mantiene en el Palacio de Miraflores…

La otra razón del fracaso es que la actuación de Estados Unidos carece de credibilidad. Nadie les cree la amenaza de intervención militar, ni los rusos, ni los cubanos, ni los chavistas, solamente los sectores más retrógrados dentro de la oposición venezolana. ¿Y cómo iba a ser diferente, si la Operación Venezuela de Washington está a cargo de un fanático veterano de la Guerra Fría como Elliot Abrams, quien depende de dos tigres de papel como John Bolton y Donald Trump?

Todo esto parece una novela mal lograda, escrita en partes por mentes bastante brillantes (como Leopoldo López y algunos generales jóvenes de inteligencia venezolana), pero en otras partes por trogloditas como Elliot Abrams y algunos adeptos de la anti-política dentro de la oposición venezolana. Para nosotros puede ser una novela de suspenso divertida, para los venezolanos sigue siendo una pesadilla.

Saludos,

¿Es posible saber lo que pasa realmente en Venezuela? De Alberto Barrera Tyszka

Una mujer ondea la bandera de Venezuela desde una ventana en Caracas, el 12 de marzo de 2019. Credit Ronaldo Schemidt/Agence France-Presse — Getty Images
ALBERTO BARRERA TYSZKA, GUIONISTA, ESCRITOR Y COLUMNISTA VENEZOLANO

17 marzo 2019 / THE NEW YORK TIMES

CIUDAD DE MÉXICO — Ocurre con frecuencia: más de una vez me he encontrado en el trance de estar frente a un desconocido que, al saber que soy venezolano, me pregunta: “¿Es cierto todo lo que está pasando allá?”. La duda siempre me sorprende. Uno de los obstáculos fundamentales para poder analizar lo que sucede en Venezuela es la verdad. Siempre hay más de una, queriendo imponerse como única, inapelable, cargada de la más honesta emoción. Estuve en Caracas el fin de año y durante casi todo el mes de enero. Dentro del país no hay mucho lugar para las dudas. La verdad es una experiencia física. La miseria y el hambre no tienen matices. La confusión comienza cuando esa verdad se transforma en noticia.

El pasado 23 de febrero, en la mitad de uno de los puentes que cruza la frontera entre Colombia y Venezuela, un camión cargado de ayuda humanitaria ardió en llamas. Esta imagen, en sí misma, ya era una información inflamable. Se trataba de uno de los vehículos que la oposición trataba de ingresar al país. Rápidamente, las redes sociales también se incendiaron. Era muy difícil no contagiarse. De lado y lado cruzaron acusaciones. Anatoly Kurmanaev, corresponsal de The New York Times con mucha experiencia en Venezuela, señaló muy temprano la complejidad del caso: destacó las dos versiones que se manejaban y alertó sobre la necesidad de “hacer más esfuerzo para averiguar qué pasó exactamente con los camiones, dado el significado que las imágenes de la ayuda en llamas adquirirán en los próximos días”.

Tras días de indagación y cotejo de las diferentes informaciones, el Times publicó un serio trabajo donde demuestra que el origen del incendio no estuvo en las fuerzas de choque de Maduro, sino en los manifestantes que estaban en el lado de la oposición. Las redes sociales volvieron a echar humo. En rigor, el reportaje ponía en entredicho las dos verdades oficializadas de lo ocurrido, la del madurismo y la de la oposición, y ofrecía una tercera alternativa, aferrada a los hechos, que señalaba que el incendio se había producido debido al desprendimiento accidental de una mecha de las bombas molotov que los manifestantes de la oposición lanzaban hacia las barricadas del régimen de Maduro. La realidad fue tan simple como incómoda. Pero en contextos tan erizados emocionalmente hay que saber y poder discernir entre la verdad de la vehemencia y la verdad de la investigación periodística.

Pero eso a veces no resulta tan fácil. Hace unos días, el periodista estadounidense Max Blumenthal filmó para The Grayzone un video de sí mismo paseando por un supermercado de Caracas, para mostrar los estantes llenos de variados productos. Blumenthal hizo incluso malabarismos con varias frutas, como queriéndose burlar un poco de quienes denuncian escasez en el país y aseguró que el verdadero problema era la hiperinflación causada por la elite capitalista de Venezuela. En esos mismos días, el periodista argentino Joaquín Sánchez Mariño también colgó en la red otro video, en el que mostraba otro hipermercado en la misma ciudad, donde los anaqueles estaban llenos… pero de un único producto. El desabastecimiento en el local era contundente. ¿Alguno estaba mintiendo u ofreciendo una visión distorsionada, demasiado recortada, de una realidad más amplia? ¿En cuál de los dos se podía confiar?

A la izquierda, Juan Guaidó, el 12 de marzo en Caracas; a la derecha, Nicolás Maduro el 11 de marzo en Caracas Credit Carlos Jasso/Reuters; Reuters

Mientras la oposición realizaba una campaña de denuncia, de petición de apoyo y de recolección de fondos, para enfrentar una enorme crisis humanitaria en el país, el gobierno de Nicolás Maduro enviaba un barco con 100 toneladas de ayuda humanitaria a Cuba como apoyo a las víctimas de un tornado que provocó destrozos en varios barrios de La Habana a fines de enero. ¿Cómo pueden convivir dos versiones tan opuestas de la realidad en un mismo mapa y en un mismo tiempo? ¿A quién se le debe creer?

La crisis que viene escalando desde comienzos de este año ha puesto de relieve el problema de opacidad que envuelve a la sociedad venezolana. Con frecuencia, lo que aparece en las noticias es y no es Venezuela. Por ejemplo, desde 2018 están activados en el país dos de los fondos humanitarios más importantes del planeta: el Fondo de Gestión de Emergencias (CERF, por su sigla en inglés) de la Organización de Naciones Unidas (ONU) y los de la Comisión Europea (ECHO). Ambos fondos han trabajado con varias organizaciones de la sociedad civil y son un apoyo en medio de la crisis, aunque, obviamente, son insuficientes. Este es, sin embargo, un dato que se conoce poco.

La oposición evita mencionarlo porque su discurso está centrado en atacar la negativa oficial a permitir la ayuda internacional en el país. Y el gobierno no lo reconoce públicamente porque no está dispuesto a aceptar que existe una crisis, porque no desea admitir su fracaso. Todo es y no es cierto completamente. Todo siempre puede ser o pudo haber sido. Mientras, la realidad se vuelve cada vez más urgente. Las proyecciones de la ONU sostienen que este año la migración venezolana alcanzará los 5,3 millones de personas.

Con el apagón que en estos días dejó a oscuras por más de cien horas al país ocurre lo mismo. Para el mundo exterior puede ser atractiva la verdad que remite a una conspiración imperialista. Pero no es la primera vez que Nicolás Maduro denuncia un sabotaje en el sector energético. En septiembre de 2013, tras un apagón en varias regiones del país, aseguró que la “derecha” pretendía dar un “golpe eléctrico”. En 2015, el propio Maduro creó el Estado Mayor Eléctrico, una instancia para manejar de manera directa y prioritaria el problema de la electricidad en el país. En 2016, una rigurosa investigación de la periodista Fabiola Zerpa ya anunciaba un posible colapso del suministro de energía en Venezuela. Nada de esto, sin embargo, está en la verdad que distribuye el oficialismo por el mundo. Maduro denuncia un “golpe electromagnético” pero no ofrece ninguna prueba. Como si el solo relato de la conspiración pudiera, en sí mismo, ser la evidencia de la conspiración. No hay más nada que investigar. La historia es un videojuego.

A la izquierda, un supermercado saqueado el 14 de marzo en Maracaibo; a la derecha, un local de frutas el mismo día en Caracas Credit Meridith Kohut para The New York Times; Iván Alvarado/Reuters

El chavismo insiste en decir que existe un “cerco mediático”, denuncia la creación de un “país paralelo” e invita a todo el mundo a conocer “la Venezuela de verdad”. En lo que casi parece una invitación a la psicosis colectiva, Maduro en medio de la crisis ha prometido que invertirá 1000 millones de euros en obras de ornato, en la “Misión Venezuela Bella”. Todo se trata de lo mismo: un ejercicio del poder cuya principal tarea es sembrar dudas sobre lo que es o no es real. Es una maniobra perversa, deliberada, para promover lo que en psicoanálisis se conoce como un mecanismo psíquico de “ataque a la percepción” de la realidad.

Mi vecino en Ciudad de México, al saber que estuve en Venezuela recientemente, me pregunta con genuina intriga: “Y todo eso que sale por la tele, ¿es cierto?”.

Creo que es necesario contrastar cualquier noticia, dudar de aquello que fácilmente refuerza nuestros sesgos personales. Existen medios independientes como Efecto Cocuyo, Armando.info, Runrunes, El Pitazo, Crónica Uno, Tal Cual, Correo del Caroní, entre otros, que están comprometidos con el periodismo de calidad y que son una referencia imprescindible a la hora de informarse. Pero también es necesario hacer una gran campaña contra la institucionalización del engaño. La posverdad debería ser considerada un crimen. Es otra cruda forma de violencia. El ruido delirante de un poder que solo busca confundir, que solo pretende borrar a sus víctimas.

Hora de irse, Nicolás. De Enrique Ochoa Antich

Enrique Ochoa Antich, político y escritor venezolano.

12 marzo 2019 / TAL CUAL

A ver, Nicolás: Hablemos de tú a tú.

Allá por los remotos años 90, al centro de sangrientos hechos históricos como el 27F y el 4F, compartimos luchas cuya memoria aún reivindico: la defensa de los derechos humanos, la causa de la justicia social, el sueño posible de una patria de libres y de iguales. Te recibí en mi oficina de diputado al Congreso de la República, ¿recuerdas?, atendiendo denuncias y organizando el resguardo de algunos perseguidos.

No pude compartir contigo y los tuyos el apoyo a la candidatura de Hugo Chávez porque resentía su temperamento autoritario y militarista y, como se lo dije a él mismo cuando a finales de 1997 me invitó a sumarme a sus huestes, porque, socialista liberal yo, creía en la economía de mercado y él no. Increíble poder decirlo ahora, más de veinte años después, cuando parece suficientemente probado que la atrofia estatista y centralista es lo que ha causado la devastación del aparato productivo nacional y el hambre y la pobreza que hoy padecen las grandes mayorías nacionales.

Al final, vamos a decirlo así, te sacaste la lotería: la designación a dedo de un caudillo moribundo, te hizo presidente de la república

Adversando entonces, como adverso hoy, la naturaleza más fascista que comunista del proyecto político de eso que por comodidad podemos llamar chavismo-madurismo, quiero contarte que iniciado tu gobierno allá por 2013, tuve sin embargo la esperanza de que serías capaz de rectificar.

Por familia, conocí desde niño la crónica sorprendente del proceso de transición que condujo de Gómez a López y de éste a Medina, es decir, del andinismo a la democracia, o, con perdón de mis paisanos, de la barbarie a la civilización. Entendía que por gratitud e interés, quisieses ser leal a la figura de tu paredro, pero entonces pensaba en los chinos: Deng, en su tercer ascenso al poder, logró darle un golpe de timón a la nave comunista, admitiendo que funcionaran las leyes del mercado para conseguir el desarrollo impetuoso de las fuerzas productivas (lo que en tres décadas hizo de China la segunda potencia económica del planeta en trance de ser la primera y sacó de la pobreza a centenares de millones de chinos), y lo hizo sin necesidad de descolgar la gigante imagen de Mao que pende desde el portal de la Ciudad Prohibida sobre la desmedida explanada de la plaza Tien An Men.

Dijo, si no recuerdo mal, con absoluta y ruda claridad, que Mao había acertado en un 70 % de sus ideas (algo, por supuesto, totalmente discutible) pero que se había equivocado en un 30 %: rectificar ese 30 % bastó para transformar la historia de ese milenario país… y del mundo. Tú pudiste hacer algo parecido respecto de Chávez pero, no sé si por una lealtad mal entendida o si por incapacidad simple y rampante, te refugiaste en la memoria de un fantasma para justificar tus errores.

En fin, Nicolás, tu decisión fue sumirte en la profundización de lo que me gusta llamar los seis ismos fatales de Chávez: caudillismo, autoritarismo, centralismo, militarismo, estatismo y populismo. Veamos

Ante el avance democrático, por métodos pacíficos y constitucionales de las fuerzas opositoras, en vez de admitir la posibilidad de la alternabilidad republicana, de dejar que operaran los dispositivos que contiene la Constitución que tú mismo ayudaste a redactar, escogiste el desbarrancadero del autoritarismo, echando mano de prácticas dictatorialistas y proto-totalitarias, inventando un caudillismo ahora disminuido, atrincherándote tras las bayonetas del militarismo heredado.

Derrotados en 2015 de modo palmario en las elecciones parlamentarias, tú y tus conmilitones resolvieron intervenir, entre gallos y media noche, al TSJ cuyos magistraturas vencidas debieron haber sido designadas por la nueva AN. Ya ese acto anunciaba la tormenta que se avecinaba.

No voy a negarte que el talante revanchista y clasista de cierta oposición que, como otras veces, al sentirse vencedora, se fue de bruces seducida por el espejismo del “todo o nada”, extremó y escaló el viejo conflicto. Sé que la violencia callejera propiciada por algunos sectores “salidistas”/extremistas de la oposición, bloqueó, comprometió, boicoteó el camino de diálogo, negociación, acuerdo y elecciones que debimos haber transitado. Y me consta que también esa oposición, y no sólo el gobierno, tiene mucho de culpa en el fracaso de las conversaciones que se entablaron en esos años.

Pero está claro que siempre, siempre, los gobiernos tienen la primera responsabilidad. Como tanto se te pidió, pudiste y podrías aún hoy actuar con magnanimidad frente a esa vergüenza que son para tu gobierno la existencia de centenares de presos políticos o rehabilitar a partidos y políticos a los que ilegalmente se les ha confiscado sus derechos en un acto supremo de abuso de poder. Pero no lo hiciste.

No se puede, Nicolás, arrinconar a los adversarios impunemente. La crispación de hoy tiene un origen primario: el ejercicio dictatorialista del poder que ha caracterizado tu presidencia

¿Creías que podías: abusar de todos los recursos del Estado para ganar la presidencia, instrumentalizar al TSJ, acosar a la AN y arrebatarle por la vía de los hechos sus competencias, convocar una Constituyente a tu medida sin consultar la soberanía popular y sin consenso con los opositores, reprimir las protestas ciudadanas, y que no habría consecuencias? Bueno, aquí tienes los resultados: un país encendido por sus cuatro costados, resentido, iracundo, que no te dejará gobernar en paz.

Pudiste en 2014 escuchar las recomendaciones que una y otra vez te hicimos muchos venezolanos, unos desde el chavismo disidente, otros desde la oposición clásica, en el sentido de rectificar el demencial rumbo que llevaba el proceso económico nacional. ¿No crees que es hora de que reconozcas que fracasaste a este respecto? Te empeñaste en viejos dogmas más que superados por la historia. Profundisaste el estatismo y el populismo. Expandiste el asistencialismo sin ya tener con qué, lo que incrementó los desequilibrios que nos han traído hasta aquí. Desconfiaste de la economía de mercado. Profundisaste la cultura rentista de la nación, incluso con daños ambientales irreversibles. Y sólo al final, ya con el agua al cuello, cuando ya muy pocos creen en ti (ni en Venezuela ni en el mundo), echaste mano de algunas medidas inconexas, insuficientes, mal diseñadas, tardías que como ha sido visto, no lograron sino muy poca cosa.

Ni el aumento de la gasolina fuiste capaz de ejecutar y hoy el 99.9 % de lo que al final pagamos por los combustibles no va a Pdvsa sino a quien opera el servidor: surrealismo puro, o Macondo, si quieres. ¿Crees que alguna recuperación económica podrás asegurar siendo que 15 de los 20 países más prósperos y desarrollados del planeta te desconocen? Ponte la mano en el corazón, Nicolás, y admite que en estos menesteres de la economía has sido un verdadero fiasco.

Aquí estamos, pues. Con la producción petrolera cayendo en picada, con la hiperinflación más alta del planeta y una de las mayores de toda la historia de la humanidad (creo que superados solo por la Hungría de la postguerra), hambreados y pobres, desabastecidos de medicinas, presenciando con dolor y rabia cómo nuestros enfermos mueren de mengua en los hospitales públicos, y, entre muchas otras penurias que sería largo listar, con todos los servicios públicos colapsados.

Así hemos llegado a esta hora oscura, literalmente. ¿Querías pasar a la historia? Este apagón nacional te reserva un sitial especial en ella. No voy a especular acerca de si fue una agresión imperial o si tal vez algunos sectores políticos buscan derrocarte a través de estos métodos de fuerza. Tampoco le echaré la culpa a la grosera corrupción que carcome los tuétanos de tu gobierno, ni a la supina ineptitud de tus ministros (a quienes tú no tienes el carácter de destituir) ni a la crecida partidización de la función pública, todo lo cual, como es más que evidente, se encuentra en el origen estructural de esta catástrofe. El hecho real, Nicolás, es que así serán las cosas mientras tú sigas ocupando el despacho presidencial en Miraflores.

Éste devastado, destruido, colapsado, empobrecido, será el país que tendremos mientras tú y los tuyos sigan en el ejercicio del poder político en Venezuela. Ojalá quienes te rodean, comenzando por los militares, y tus camaradas más inteligentes, te lo hagan ver

Hora de irse, Nicolás

De acuerdo: que no sea por la fuerza. Ni mucho menos obedeciendo las órdenes del imperio gringo. Pero dejemos que hable el pueblo. De verdad. No de mentirijillas. Sin abuso de poder. Asegurando un árbitro imparcial. Ofreciendo garantías para que la clamorosa mayoría nacional que te adversa se exprese y elija un nuevo gobierno. Porque no me dirás que en serio crees la delirante tesis que patéticanente ustedes pregonan, según la cual el madurismo es mayoría. Es a ustedes a quienes más interesaría propiciar y no seguir obstruyendo que se active el principio de alternabilidad republicana. Si te empeñas en un absurdo perpetuacionismo desfasado de los tiempos modernos, vas a terminar de achicharrar el capital político que te queda.

Ya no tienes posibilidad alguna de salir del poder por la puerta grande, habida cuenta del sonoro fracaso de tu gestión gubernamental. Pero tampoco es obligante que salgas por la puerta de atrás, con las tablas en la cabeza luego de un nada improbable colapso general del Estado (aun mayor que el que hemos padecido en estas últimas horas), o precedido de una conflagración violenta que te eche del poder a tiros. Tienes aún la puerta lateral de una solución pactada. Propicia, por ejemplo, un referendo consultivo para que el pueblo diga si quiere o no unas elecciones generales para la relegitimación de todos los Poderes Públicos nacionales. Si lo ganas, cosa imposible, te quedas. Y si lo pierdes, te retiras del poder por mandato de la voluntad popular. Nada más digno para un demócrata. Y con la cuarta parte del país que aún te respalda, vayan a la calle, participen de las luchas sociales, reconstruyan su partido desde la gente y no desde el aparato y las prebendas estatales, refunden su proyecto que, quién quita, mediando una honda autocrítica y renovación ideológica, puede que sean en el futuro próximo otra vez opción de poder.

Claro, si te tienta la idea, si por fin tú y tus adláteres consiguen aceptar que ésta que te sugiero es más historia y más gloria que la de destruir a un país entero y a su gente en nombre de un ansia sin límites de poder, debes comenzar por mostrar audaces gestos unilaterales como estos tres, para comenzar: libera a todos los presos por causa política, habilita a los partidos políticos a los que ilegalizaste y a todos sus directivos, abre las puertas de la nación a través del sistema de Naciones Unidas para el ingreso de la ayuda humanitaria.

Recuerda a López Contreras clausurando la Rotunda y arrojando al mar grillos y cadenas

Venezuela, esta patria nuestra siempre mancillada y expoliada, se merece aún en esta oscurana de odio que anuncia violencia y destrucción, una oportunidad. Que dialoguen los que se confrontan. Que hable el pueblo convocado a referendo y que acatemos su mandato. Todavía es posible. Ahora es la hora.

@eochoa_antich

Proteger el periodismo es proteger la democracia. De Cristina López

4 marzo 2019 / EL DIARIO DE HOY

No hay cosa que les de más miedo a los tiranos que la verdad bien contada. De lo anterior es evidencia el más reciente desastre internacional desatado por los caprichos autoritarios de Nicolás Maduro. Había accedido a una entrevista la semana pasada con Jorge Ramos, tratando de limpiar el nefasto rol que su gobierno ha tenido en poner a millones de venezolanos en la espantosa posición de tener que decidir entre buscar otro país o morir de hambre.

Ramos es, en este momento, uno de los periodistas más famosos del mundo —no solo porque sus reportajes alcanzan a millones de latinoamericanos a través de Univisión (incluyendo a la audiencia hispanohablante de Estados Unidos, que no es poca cosa), sino porque uno de sus talentos incluye hablarle a los poderosos en la cara, sin miedo ni medias tintas, obligándolos a explicar sus acciones y rendir cuentas.

Esta característica le costó a Ramos un par de horas de libertad y la pérdida de todo el material periodístico que su equipo había recogido en su visita a Venezuela. A Maduro no le pareció que Ramos le enseñara, en su cara, la consecuencia de sus políticas de corrupción y hambre, porque, según lo reportó posteriormente Ramos, inmediatamente después de que el periodista le enseñara a Maduro un video en un iPad que mostraba un grupo de venezolanos registrando un camión de la basura para encontrar su siguiente tiempo de comida, Maduro se comportó como el tirano estereotípico que es. No solo Ramos no logró sacarle a Maduro el comentario que buscaba, haber tenido la osadía y atrevimiento de hacer su trabajo como se debe le costó su libertad por un par de horas y la consecuente expulsión de Venezuela.

Algunos medios estadounidenses señalaron que el hecho de que Ramos cuente con nacionalidad estadounidense pudo haber influido en su pronta liberación y expulsión. Algo de verdad hay en ese análisis, simplemente porque los periodistas venezolanos que como Ramos han intentado hacer su trabajo, han tenido peor suerte. Según la revista de periodismo de la Universidad de Columbia en Nueva York, por lo menos 60 medios de comunicación privados en Venezuela han cerrado como resultado directo del chavismo. Una de las primeras acciones de Hugo Chávez para cimentar el autoritarismo que continúa permeando ahora fue la de cerrar Radio Caracas Televisión y sustituirla con TVes, un canal que maneja el pro-chavista Winston Vallenilla.

Con idioteces del CONATEL (la agencia gubernamental de Venezuela que regula los medios de comunicación y sus contenidos) cerraron 34 estaciones de radio en 2009 alegando “procedimientos legales” sin mayor explicación. Lo que vino después fue VTV, el brazo propagandístico del régimen que continúa pintando la crisis como un ataque de imperialismo americano en contra de la soberanía bolivariana. Los periódicos de mayor circulación fueron comprados por aliados internacionales del régimen, y Globovisión, por un par de individuos con procesos judiciales abiertos por corrupción y lavado de dinero. La recesión económica se está comiendo a los demás medios pequeños, mientras que el órgano judicial arremetió con demandas y procedimientos contra los periodistas independientes hasta obligar a varios al exilio.

Muchas cosas contribuyeron a que el chavismo continúe perdurando a pesar de estar en quiebra, de no contar con apoyo internacional y de depender de la corrupción para mantenerse en el poder, y una de ellas sin duda alguna fue la falta de una prensa fuerte, independiente y con dientes. La efectividad del chavismo fue que dejaron sin micrófono a aquellos con la capacidad de contarle a un electorado crítico las razones por las que el emperador tenía años de estar desnudo.

El autoritarismo no tiene ideología. Uno de sus antídotos es el periodismo de calidad. Ese que cuenta las historias importantes sin filtrar con base en quién afectan o benefician. Si podemos aprender algo de Venezuela, que sea lo siguiente: un electorado crítico hace bien en volverse escéptico de los gobernantes que arremeten contra los medios.

@crislopezg

Carta al hombre que mandó a decomisar sus propias palabras. De Paolo Luers

28 febrero 2019 / MAS! y EL DIARIO DE HOY

Nicolás Maduro:
Mucho se ha dicho sobre su encuentro con Jorge Ramos, quien vino a Mirafores a entrevistarle, y quien a media entrevista se vio detenido y despojado de sus equipos y grabaciones. 

Muchos han comentado este incidente en el contexto de la libertad de prensa – y es correcto: el caso Jorge Ramos ilustra que esta libertad básica no tiene vigencia bajo su régimen. Sin embargo, esto ya lo sabíamos desde hace años. Todos conocemos la represión que sufren los periodistas venezolanos. No solo pueden terminar detenidos por 2 horas, como Ramos, sino por meses o años. No solo pueden perder sus cámaras, como Univisión, sino sus empresas, sus frecuencias, y hasta su vida. Entonces, el caso Ramos no agrega nada sustancialmente nuevo al tema de la libertad de prensa en Venezuela…

Pero el caso tiene otra connotación, que sí vale la pena resaltar. Jorge Ramos dijo en sus primeras declaraciones luego de su regreso a Estados Unidos: “Nos han robado nuestro trabajo”, refiriéndose a las grabaciones decomisadas por usted.

Lo absurdo es que usted mandó a decomisar su propia entrevista, sus propias palabras. Al darse cuenta que con sus declaraciones respuestas se estaba haciendo el hazmerreír ante todo el mundo, usted interrumpió la entrevista y ordenó que decomisaran su propias palabras.

Es la perfecta parábola de su situación. Luego de callar la prensa nacional independiente, las radios y los canales de televisión independientes; luego de restringir al máximo la labor de los corresponsales extranjeros (a este servidor que firma esta carta le pusieron en una lista negra prohibiéndole la entrada a Venezuela), usted se ve obligado a invitar a su Palacio Miraflores a algunos medios internacionales – obligado por la profunda crisis en que usted se ve: con el desafío que representa Juan Guiadó; con el aislamiento internacional; con la crisis humanitaria. Entonces, usted decide llamar a Jorge Ramos y usar sus cámaras y micrófonos para dirigirse al mundo.

Solo que Jorge Ramos no se presta a lavarles la cara a los poderosos. Pregunte a Donald Trump cómo le fue con Ramos. No lo mandó a arrestar, porque en Estados Unidos no se puede, pero sí lo expulsó de la Casa Blanca – lo que al fin resultó que tampoco se puede…

Ramos hizo su entrevista como la ética profesional manda: Explíquenos la falta de medicina. Explíquenos el hambre en Venezuela. Explíquenos porque no deja entrar comida y medicina a país. Explíquenos los presos políticos…

Y usted se da cuenta que ya no hay explicaciones, que todo lo que usted dice lo compromete, lo enreda, lo expone como un presidente todopoderoso pero impotente, con todo el poder militar, pero sin poder resolver nada. Y cuando se da cuenta, decide mandar a decomisar las pruebas, o sea sus propias palabras.

Esto es lo que pasó en Miraflores entre usted y Jorge Ramos. Es la muestra que usted ya no tiene nada que hacer en Venezuela. Game over. Perdió. Váyase ya.

Adiós,

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Jorge Ramos:
El dictador se lema su título

El dictador de Venezuela se gana su título. De Jorge Ramos

Jorge Ramos llegó al Aeropuerto Internacional Simón Bolívar, en Caracas, el martes 26 de febrero después de que se ordenó su deportación del país.
Credit Carlos Garcia Rawlins/Reuters

27 febrero 2019 / THE NEW YORK TIMES

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Fui deportado de Venezuela el martes 26 de febrero después de una entrevista tirante con Nicolás Maduro, el mandatario del país. En medio de nuestra conversación se levantó y se fue, y sus agentes de seguridad confiscaron nuestras cámaras, las tarjetas de memoria con la grabación y nuestros celulares. Sí, Maduro se robó la entrevista para que nadie pudiera verla.

Conseguimos la entrevista a la vieja usanza: llamamos por teléfono y la pedimos. Un productor de Univisión —la cadena de televisión en la que trabajo desde 1984— contactó a Jorge Rodríguez, ministro para la Comunicación y la Información de Venezuela, y le preguntó si Maduro estaba dispuesto a darnos una entrevista. El líder dijo: “Vengan a Caracas”. Y así lo hicimos, con documentos oficiales que nos permitían la entrada al país.

La entrevista comenzó con tres horas de retraso el lunes 25 de febrero por la tarde, en el Palacio de Miraflores. Unos minutos antes, Maduro había terminado de hablar con el periodista de ABC News Tom Llamas, y parecía estar de buen humor. La ayuda humanitaria que la oposición —con el respaldo de una alianza internacional— había intentado cruzar a Venezuela a través de las fronteras con Colombia y Brasil había sido detenida, así que Maduro se sentía fortalecido. Se suponía que iba a ser un buen día.

Pero no lo fue. La primera pregunta que le hice a Maduro fue si debía llamarlo “presidente” o “dictador”, como le dicen muchos venezolanos. Lo confronté sobre las violaciones a los derechos humanos, los casos de tortura que han sido registrados por Human Rights Watch y sobre la existencia de prisioneros políticos. Cuestioné su aseveración de que había ganado las elecciones presidenciales de 2013 y de 2018 sin fraude y, lo más importante, sus afirmaciones de que Venezuela no atraviesa una crisis humanitaria. Fue en ese momento cuando saqué mi iPad.

El periodista Jorge Ramos muestra un video de tres venezolanos que comen de la basura. Es la grabación que Ramos le enseñó al presidente Nicolás Maduro durante su entrevista, el 25 de febrero de 2019 en Caracas. Credit Carlos Garcia Rawlins/Reuters

El día anterior había grabado con mi celular a tres hombres jóvenes que buscaban comida en un camión de basura en un barrio pobre que se encuentra a minutos del palacio presidencial. Le enseñé esas imágenes a Maduro. Cada segundo del video contradecía su relato oficial de una Venezuela próspera y progresista después de veinte años de Revolución bolivariana. En ese instante, Maduro explotó.

Cuando la entrevista llevaba aproximadamente diecisiete minutos, Maduro se levantó, intentó bloquear las imágenes de mi tableta de manera absurda y anunció que la conversación se había terminado. “Eso es lo que hacen los dictadores”, le dije.

Unos segundos después de que Maduro se marchara, el ministro Rodríguez me dijo que el gobierno no había autorizado esa entrevista y enseguida ordenó a los agentes de seguridad que nos confiscaran las cuatro cámaras y todo nuestro equipo de producción, además de las tarjetas de memoria en las que se había grabado la conversación.

Alguien gritó que me sacaran de inmediato del palacio presidencial, pero en vez de eso dos miembros de la seguridad del gobierno me llevaron a un cuarto pequeño en donde me ordenaron que les diera mi celular y la contraseña. Estaban preocupados de que hubiera grabado el audio de la entrevista y no querían ninguna filtración. Pero me rehusé a hacerlo.

Un momento después, mi colega María Martínez —una de las mejores productoras del país— fue llevada a la misma habitación en la que estaba yo. Para frustración de los agentes de seguridad, María se las arregló para hacer una llamada fugaz al presidente de Univisión News, Daniel Coronell, quien a su vez le advirtió al Departamento de Estado de Estados Unidos y anunció a muchos medios de comunicación lo que estaba pasando. Después me enteré de que el resto de nuestro equipo —cinco empleados de Univisión—, fue conducido a la sala de prensa y luego los sacaron y subieron a un camión del gobierno.

Alguien apagó las luces en nuestra pequeña habitación y entonces un grupo de agentes entró y me quitaron a la fuerza mi celular y mi mochila. Revisaron con furia mis pertenencias. Me palparon de pies a cabeza. María pasó por la misma experiencia humillante con una oficial. Pregunté si estábamos detenidos. Dijeron que no, pero aún así no nos dejaron salir de la habitación.

Finalmente nos dijeron a María y a mí que nos uniéramos con nuestros colegas en el camión. Dijeron que querían llevarnos a nuestro hotel, pero, de nuevo, nos rehusamos. En ese momento estábamos preocupados por nuestra seguridad y la posibilidad de que fuéramos llevados a un centro de detención o a algún lugar aún más turbio.

Cuando nos estaban llevando a la calle, Rodríguez reapareció y nos increpó para reclamarnos sobre la entrevista y el modo en el que la condujimos. Le respondí que nuestro trabajo es hacer preguntas y que nos estaban robando la grabación de la entrevista y nuestro equipo. Para entonces, nos dimos cuenta después, ya se habían publicado las primeras noticias de nuestra detención en las redes sociales. Ya no podían mantener el secreto. Eran aproximadamente las 21:30, dos horas después de que había terminado la conversación con Maduro.

Nuestro conductor, quien había estado esperando todo ese tiempo en uno de los costados de la calle, apareció de manera repentina. A esa altura, las mismas personas que nos habían detenido querían que nos marcháramos. Pronto. Y así lo hicimos.

Nos subimos a nuestro coche y nos volvimos al hotel. Algunos miembros de la agencia de inteligencia venezolana acordonaron el hotel para que no nos escapáramos. Unas horas después, un funcionario de migración nos informó que al día siguiente por la mañana seríamos expulsados del país. Aproximadamente a la 1:00, una persona que se presentó como “capitán” —uno de los hombres que me habían detenido en el palacio presidencial— vino a mi hotel para devolverme el celular en una bolsa de plástico. Todo su contenido había sido borrado completamente. Asumo que antes de hacerlo hackearon todo lo que pudieron.

El lunes vivimos solo una pequeña prueba del acoso y abuso que los periodistas venezolanos han padecido por años. En nuestro equipo hay dos venezolanos —el corresponsal Francisco Urreiztieta y el camarógrafo Édgar Trujillo—, quienes habrían enfrentado riesgos terribles si se quedaban en su país. Por fortuna, todos regresamos a salvo a Miami, en Estados Unidos. Pero nuestras cámaras y grabaciones de la entrevista se quedaron en Venezuela, al igual que todos los celulares de mis compañeros.

¿A qué le teme Maduro? Debería permitir que el mundo vea la entrevista. Si no lo hace, solo habrá probado que se está comportando precisamente como un dictador.

Lea también:
Carta al hombre que mandó a
decomisar sus propias palabras.

De Paolo Luers

Jorge Ramos es periodista.
Es conductor de los programas “Noticiero Univision” y “Al Punto”

Carta sobre el posible jaque mate a Maduro: No podrá contra la fuerza de la ayuda humanitaria. De Paolo Luers

23 febrero 2019 / MAS! y El DIARIO DE HOY

Viendo en live el concierto “Venezuela Aid” en Cúcuta, durante todo el día de viernes, se me hace que este sábado 23 será un día histórico para Venezuela. Miles de venezolanos cruzaron la frontera a Colombia para vivir esta fiesta musical con Miguel Bosé, El Puma, Carlos Vives, Silvestre Dangond, Diego Torres, Santiago Cruz, Paulina Rubio, Ricardo Montaner, Juan Luis Guerra – y toda la crema y nata de la música popular venezolana, mientras que el concierto que Maduro mandó a armar al otro lado del puente, titulado “Hands Off Venezuela” no tiene ni artistas conocidos ni público.

Pero los jóvenes venezolanos cruzaron la frontera no solo por el concierto, sino para acompañar y proteger al inmenso convoy de ayuda humanitaria que saldrá e sábado para Venezuela. Desde muchos países latinoamericanos, europeos y norteamericanos han llegado a Cúcuta contenedores con cientos de toneladas de medicina y comida. También en puntos fronterizos de Brasil y en puertos de algunas islas caribeñas hay contenedores esperando su entrada a Venezuela.

Maduro no quiere que la ayuda humanitaria internacional entre a su país y ha dado órdenes a la cúpula militar de detenerla. Con esto Maduro ha puesto a los miembros de sus Fuerzas Armadas en una situación donde tendrán que tomar una decisión: cometer el delito imperdonable de privar a las familias venezolanas de la tan necesitada ayuda humanitaria – o romper la lealtad a un gobierno ilegítimo, represivo y corrupto.

Nadie sabe de antemano qué van a hacer los militares venezolanos ante esta disyuntiva. Pero los docenas de miles de personas reunidas en Cúcuta, y otros más del otro lado de la frontera, incluyendo casi todos los diputados de la Asamblea Nacional, están decididos a acompañar y defender los convoyes.

Posiblemente hoy, en el Puente Internacional Tienditas sobre el rio Táchira (y en otros puntos fronterizos o puertos) se va a decidir el futuro de Venezuela. Maduro tiene dos opciones, y ambas lo acercarán aun más al fin de su régimen: Si da la orden de reprimir con violencia militar a los convoyes y sus acompañantes (diputados, Juan Guiadó, comunidad internacional, masas de jóvenes venezolanos), corre el riesgo de perder el control de las tropas y/o se expone al mundo como genocida; si deja pasar la ayuda, se consolida el poder moral y político del presidente interino Juan Guaidó, quien en la tarde de viernes se hizo presente en Cúcuta para saludar a los 150 mil asistentes al concierto – y para ponerse a la cabeza del traslado de la ayuda humanitaria.

No hay manera que Maduro salga bien de esta disyuntiva. ¿Y la oposición? Cada opositor (sea diputado o ciudadano) que hoy salga para defender los convoyes humanitarios pone en peligro su libertad e incluso su vida. Pero no hay forma que no salga triunfante el movimiento de restablecer la democracia en Venezuela de esta confrontación.

Espero, de todo corazón, que este sea el jaque mate a Maduro. Saludos,