Observador Político

Amnistías cazabobos. Columna Transversal de Paolo Luers

23 junio 2019 / EL DIARIO DE HOY

El 15 de enero 2019, la Asamblea Nacional de Venezuela aprobó una Ley de Amnistía para facilitar la transición pacífica del país a la democracia. Es una amnistía general, por una parte a todos los opositores condenados, perseguidos, o exilados por causas políticas, Por otra parte, se promete inmunidad a todos los militares y funcionarios gubernamentales y judiciales responsables de violaciones a los Derechos Humanos y de crímenes relacionados a la represión del gobierno contra la oposición y sus seguidores, con una sola condición: la inmunidad se concede a quienes faciliten la transición democrática y contribuyan al restablecimiento del orden constitucional. Esta amnistía favorecería a militares, policías, fiscales, jueces, agentes del servicio secreto y paramilitares que han cometido arrestos arbitrarios, torturas, desapariciones y hasta homicidios, siempre y cuando decidan ponerse del lado de la transición democrática. Hasta el mismo Nicolás Maduro se podría acoger a esta amnistía con solo que emita la orden de cesar la represión y abandone la presidencia.

Fue una de las primeras iniciativas de Juan Guidó, quien como presidente de la Asamblea Nacional recién había asumido transitoriamente la presidencia de la República, luego de que el parlamento había declarado vacante el cargo, ya que no reconoció la reelección de Nicolás Maduro efectuada en 2018.

A partir de la juramentación de Juan Guaidó, el 10 de enero 2019, existen en Venezuela dos gobiernos: el simbólico de Guaidó, apoyado por la Asamblea Nacional, la gran mayoría de los venezolanos y por muchos gobiernos latinoamericanos; el otro es el gobierno de facto de Maduro, apoyado por las Fuerzas Armadas, la policía, la Guardia Nacional y el servicio secreto SEBIN y su capacidad y voluntad de reprimir las manifestaciones de los movimientos opositores.

Guaidó asumió el reto de la presidencia transitoria sabiendo que la única forma de lograr la transición pacífica a la democracia era que la facilitara parte del aparato de poder gubernamental, partidario, jurídico y sobre todo militar del régimen. Guaidó y los legisladores, quienes aprobaron una amnistía general para facilitar la transición, tenían plena consciencia que estaban incluyendo en la amnistía a personas que habían cometido graves crímenes. Lo incluyeron con la convicción de que era necesario y justificado sacrificar la aplicación de la justicia si de esta manera podrían evitar masacres, liberar a todos los presos políticos, facilitar el regreso de los exilados políticos, conseguir el cese a la represión y abrir espacio para una transición democrática mediante elecciones libres.

En estos días de enero 2019, con el presidente de la Asamblea asumiendo la conducción de la transición democrática, con docenas de gobiernos del mundo desconociendo la presidencia de Maduro, con la oposición uniéndose detrás de la Asamblea Nacional y su presidente Guaidó, con los primeros dirigentes del chavismo separándose de Maduro y apoyando la transición, la amnistía tuvo un respaldo total: en la Asamblea, en el movimiento opositor, entre las organizaciones de Derechos Humanos, en la comunidad internacional. Si de esta manera se podría conseguir que militares que antes habían sido el sostén del régimen de Maduro podían ponerse del bando de la oposición o irse al exilio; y si de esta manera los máximos dirigentes del chavismo, incluyendo Maduro, podían negociar el abandono del poder y del país, todos estaban dispuestos de apoyar esta amnistía.

Ya sabemos que el plan no prosperó. Sólo unos pocos funcionarios y militares se pusieron del lado de la transición democrática. La Fuerza Armada no se dividió y quedó leal al régimen. Maduro se mantuvo en el poder. Tampoco ha tenido el valor de arrestar o matar a Juan Guaidó, quien sigue presidiendo la Asamblea y actuando como “presidente encargado” de la transición democrática. La oferta de la amnistía se mantiene…

Me pregunto: ¿Y si en enero 2019 o después el régimen chavista hubiera colapsado, si los militares hubieran abandonado a Maduro y aceptado la amnistía, si de esta forma se hubiera abierto la puerta para una transición pacífica a la democracia en Venezuela? Una vez restablecido el orden constitucional, una vez desarmado el aparato de represión, una vez instalada nuevamente una justicia independiente, ¿cuánto tiempo se hubieran tardado ciertos defensores de los Derechos Humanos para levantar el grito al cielo, exigiendo que se hagan juicios a los responsables de la represión?

Suele pasar cuando el polvo se ha asentado, cuando ya no hoy represión, cuando hacer uso de la libertad de expresión ya no es peligroso. Una amnistía puede tener toda la lógica dentro de una situación histórica tensa, cuando para todos la meta prioritaria, en coma de todas las demás, es conseguir la paz, la libertad, el cese de guerra y persecución. Y años más tarde, cuando los peligros han sido superados, hay quienes cambian las prioridades y exigen, en nombre de la justicia, cambiar la historia y abolir las amnistías.

Pero insisto: la historia no se puede reescribir. Mucho menos escogiendo las partes que ya no nos gustan. Tampoco se puede dar amnistías cazabobos.

Expectativas y auto engaño. De Paolo Luers

28 mayo 2019 / EL DIARIO DE HOY – Observadores

Cuando terminó el quinquenio de Tony Saca, muchos genuinamente creyeron que el nuevo gobierno del FMLN con Mauricio Funes iba a ser sustancialmente mejor. Tenían una gran expectativa de ‘cambio para mejorar’. Y aun los escépticos que no compartimos este optimismo, pensamos que haga lo que haga Funes, difícilmente podía ser peor que cínico el régimen de corrupción de Saca. Impresionante cómo nos equivocamos todos, los optimistas como los escépticos. Lo que ya estaba mal, se hizo peor…

Cinco años más adelante, cuando estaba al punto de asumir el segundo gobierno del Frente, pero ya sin el ‘accidente histórico’ Funes, las expectativas eran parecidas, aunque mucho menores. Muchos esperaban que un gobierno de izquierda sin la contaminación de Funes podía corregir los errores del primer gobierno del Frente. Y los escépticos, aunque no confiamos en la capacidad de la izquierda salvadoreña de corregir sus errores, volvimos a decir: Después de Funes, solo nos puede ir mejor. No tomamos en cuenta la profundidad de la incompetencia y de las trabas ideológicas de un gobierno conducido por la cúpula del FMLN.

Otra vez nos equivocamos todos, tanto los optimistas de izquierda como los escépticos. El nuevo gobierno del Frente no resolvió el problema de la corrupción  y empeoró el problema de seguridad – y en cuanto a incapacidad y falta de liderazgo cayó aun más bajo que el gobierno de Funes.

Hoy veo a un montón de gente cayendo por tercera vez en la misma trampa, pensando que el gobierno de Bukele, aunque sea deficiente, solo puede ser mejor que el saliente. Todos nos fijamos en los fracasos del gobierno saliente y en su torpe intento de esconderlos, maquillando las cifras económicas, sociales y de seguridad de su gestión.

Los periódicos están llenos de balances de los 10 años del Frente, y por supuesto son negativos. El Faro aporta, a una semana de asumir Bukele, un relato extenso y detallado de todos los lujos que Funes se dio con nuestro dinero – y lo presenta en Twitter con la frase: “Feliz lunes. ¿Quieren indignarse?” Claro, nos encanta indignarmos, aunque nos puede nublar la vista para lo que viene. Mirar para atrás siempre es menos riesgoso que mirar para adelante. ¿Por qué habrá tanta gente que en este momento, que está en juego el futuro, quieren que la nación entera y sus instituciones se enfoquen en los errores de los años 80?

Incluso quienes han sido críticos del estilo populista, confrontativo y incoherente del presidente electo, y quienes han observado con preocupación con quiénes Bukele se estaba rodeando en su campaña (operadores políticos y mediáticos del entorno del ex presidente Saca, compañeros de viaje de Funes, caciques de GANA y ‘bisneros’ de José Luis “Ramiro” Merino) ahora de repente dicen: No puede ser peor que lo que tuvimos en los dos gobiernos del Frente. Es más, hay que reconocer que es Bukele quien al fin derrotó al FMLN y está reparando que se hizo a las relaciones con Washington…

Tres veces equivocarse con la misma expectativa que “las cosas no pueden salir peores de lo que ya tenemos”, a pesar de que cada vez había indicios de lo contrario, es un caso preocupante de auto engaño sistemático.

No estoy hablando del intento de adaptarse a la realidad del nuevo gobierno, lo que para muchos sectores es una necesidad. Adaptarse, buscar convivencia e incluso construir coincidencias son actitudes realistas y no hay que confundirlos con oportunismo y sumisión. Pero todo esto, que puede ser necesario para sobrevivir, nos funcionará mejor teniendo conciencia de los peligros que significan la característica del próximo presidente y de su círculo interno que va a tomar las decisiones, aunque no necesariamente de manera formal, transparente y sujeto a rendición de cuentas.

Más vale tener claro lo que viene y estarse preparando para defender la libertad de expresión, la transparencia, la independencia y profesionalidad de las instituciones, el funcionamiento de los controles y balances del poder.

La sociedad y sus manifestaciones organizativas, mediáticas, gremiales y académicas tienen el deber de enfocarse en esta fase de transición en el estado critico en que el FMLN está entregando el gobierno, los servicios públicas y las instituciones y de todas sus instituciones. Pero mucho cuidado: la coincidencia que la ciudadanía crítica puede encontrar con la crítica que el gobierno entrante manifiesta justificadamente al ejecutivo saliente, es coyuntural y no debe desviar nuestra atención de la manera cómo arranca la administración nueva. Necesitamos tener, desde el primer día, un escrutinio, no solo del desastre del gobierno saliente, sino de los primeros pasos del gobierno entrante: la composición de su gabinete de gobierno; la selección de los cientos de cuadros de confianza. Las estructuras creadas por los gobiernos anteriores en Casa Presidencial, en el gobierno y en las autónomas para facilitar y encubrir corrupción, ¿las van a usar así como las encuentran o las van a limpiar o erradicar? Por ejemplo las Secretarías de Transparencia, de Gobernabilidad o de Comunicación en Casa Presidencial; o el FOVIAL que ya no cumple la misión para la cual fue creado; o el INE, que sirve para esconder del escrutinio institucional y público las ganancias de la geotérmica… para solo mencionar algunos ejemplos.

Todo esto hay que monitorearlo críticamente desde el primer día, y para hacerlo no hay que nublarse la cabeza con expectativas ingenuas tipo “peor que el Frente no lo pueden hacer” o “como ya no van a estar los comunistas, todo será mejor”.

(Posdata: Para publicar este artículo, este martes no sale Carta de Paolo.)

Francia: La crisis no es de la democracia, sino de los partidos tradicionales. De Paolo Luers

“La hora de los insurgentes del centro”, titula el periódico El País un primer análisis sobre las elecciones francesas, escrito por el politólogo José Ignacio Torreblanca. Y el columnista concluye: “En Francia se pone de manifiesto que la democracia no está en crisis, sino los partidos tradicionales.”

Paolo Luers, 24 abril 2017 / EDH-Observadores

Muy cierto. El surgimiento de las ‘insurgencias’ radicales de Marine Le Pen, del lado populista ultranacionalista, y de Jean-Luc Mélenchon, del lado populista de izquierda, son síntomas de la crisis de los partidos tradicionales, igual que eran Donald Trump y Bernie Sanders en Estados Unidos. En Estados Unidos con el agravante que el bipartidismo es tan fuerte que no deja espacio para nuevas opciones, cuando los partidos están siendo secuestrados por populistas como Trump (con éxito) o Sanders (que no prevaleció, pero logró debilitar al Partido Demócrata al punto de no poder competir contra Trump).

Pero en Francia, el surgimiento de la ‘insurgencia’ centrista de Emmanuel Macron y su muy probable victoria en segunda vuelta, son pruebas que la crisis de representación de los partidos no equivale a una crisis de la democracia representativa y republicana. Lo que pasó en Francia con Macron y su movimiento ‘En Marcha’, igual que lo que pasa en España con Albert Rivera y su emergente partido centrista ‘Ciudadanos’, comprueba que la crisis de representatividad de los partidos tiene solución, siempre y cuando la sociedad civil logre articular nuevos liderazgos, nuevas propuestas – y nuevos movimientos y/o partidos capaces de competir con los partidos tradicionales desgastados por corrupción y oportunismo.

Los partidos céntricos que nacen de la sociedad civil no necesariamente sustituyen los partidos tradicionales de derecha e izquierda. Más bien son complementarios y llenan el creciente vacío al centro de las sociedades, el cual los partidos tradicionales de derecha e izquierda no pueden llenar. Al no permitir que se genere un vacío peligroso que de otra manera llenarían propuestas demagógicas con discurso anti partido, estos movimientos o partidos céntricos resultan ser la salvación del sistema democrático y republicano. Al tiempo que son complementarios, también son correctivos: Así como ‘Ciudadanos’, por su mera existencia y por la racionalidad de sus planteamientos obliga al Partido Popular y al Partido Socialista a una renovación que de otra manera estaba bloqueada, así va a pasar en Francia: los partidos tradicionales no van a desaparecer, sino el movimiento centrista de Macron los va arrastrar a una apertura y regeneración antes paralizadas.

Siempre hay que tener cuidado con aplicar en casas conclusiones que surgen de otros procesos en otros países. Pero por otra parte, no hay ninguna razón de peso que nos obligue a asumir que en El Salvador la crisis de los partidos y las posibles consecuencias y soluciones de esta crisis sean esencialmente diferentes e incomparables. Tenemos dos partidos mayoritarios que se han resistido a pasar por procesos de apertura que les permitieran ampliar el radio de su representación de los extremos al centro de la sociedad. Consecuencia de esto, existe un amplio abanico de fuerzas sociales y corrientes ideológicas al centro de la sociedad que no se ven representados ni por el FMLN (sobre todo luego de verlo gobernar durante ya siete años), ni por ARENA.

Aunque para las dos próximas elecciones del 2018 y 2019 la competencia seguirá siendo entre ARENA y el FMLN, dado que el sistema electoral no permite el surgimiento espontáneo de movimientos ‘insurgentes’ al estilo de ‘En Marcha’ de Macron, es muy probable que a mediano plazo desde el centro de la sociedad civil surgirán movimientos que competirán con los partidos tradicionales.

Hay un vacío – y además hay una amenaza ya planteada que sea ocupado por una ‘insurgencia’ populista, ahora solo expresada por la figura de Nayib Bukele, y por un discurso de anti política y anti partidos muy parecido al discurso de Pablo Iglesias en España y de Mélenchon en Francia. Pero también hay sectores que están cansados de condicionar su incursión a la política a la apertura de los partidos tradicionales que nunca llega, pero al mismo tiempo inmunes a las tentaciones del populismo a la Nayib.

Están todos las condiciones y todos los ingredientes para que en El Salvador nazca una fuerza centrista para intervenir en las dos elecciones de 2018 y 2019, articulando la demanda electoral de la sociedad civil: institucionalidad, transparencia, eficiencia, verdadera inversión social, profesionalización de la política y del servicio público. ¿Pero quien quita que a partir del 2021 se articule también como una oferta electoral capaz de competir con ARENA y el FMLN?