Enrique Krauze

El ‘Volksgeist’ catalán. De Enrique Krauze

Nadie en el mundo duda de la identidad cultural catalana. Pero esa Cataluña está en vilo y puede perderse debido al poder de sus propios demonios y fantasmas. El ‘nosotros’ del independentismo es imperioso y excluye a los otros.

ENRIQUE KRAUZE

Enrique Krauze, escritor mexicano, director de Letras Libres

Enrique Krauze, 17 octubre 2017 / EL PAIS

“No hay más personas que las físicas. Es siempre la primera persona del singular la que habla como primera persona del plural. Es siempre un yo el que dice nosotros”: Gabriel Zaid

Isaiah Berlin, uno de los grandes liberales del siglo XX, creía en las personas individuales (únicas personas reales, únicas personas no metafóricas ni abstractas). Creía en el “yo” no egoísta (o consciente y crítico de su egoísmo). Creía en el yo libre, responsable y solidario. Al mismo tiempo, y sin contradicción, creía que el “yo” podía enriquecerse en la construcción imaginaria de un “nosotros” ligado a una lengua, unas costumbres, un estilo de vida, “una tradición que proviene de una experiencia histórica compartida”.

el paisEn su libro Vico y Herder (1976), Berlin enriqueció al liberalismo con el valor de la pluralidad cultural. Como un romántico del siglo XIX, Berlin se enamoró del ideal herderiano y creía que las culturas no estaban predestinadas a pelear eternamente entre sí. En una conversación de 1992 de Berlin con el gran editor estadounidense Nathan Gardels, este le recordó que, en el siglo XX, “el Volksgeist se convirtió en el Tercer Reich”, a lo que Berlin respondió: “He vivido el peor siglo que Europa haya tenido jamás. En mi vida han sucedido más cosas terribles que en ninguna otra época de la historia. Peores aún, sospecho, que en la época de los hunos”. No obstante, confiaba en que el problema de la convivencia entre culturas se había superado en las naciones que él llamaba “satisfechas”: Estados Unidos, Europa, Australia, Japón. En la periferia del antiguo mundo colonial y subdesarrollado —agregó— “cabe esperar que los diversos pueblos se cansen de pelear y la corriente de sangre se detenga o amaine”. Ese era el panorama que vislumbraba para el siglo XXI: “No deseo abandonar la creencia de que el mundo puede ser un ordenado tapiz de diversos colores, en el que cada fragmento desarrolle su propia y original identidad cultural y sea tolerante de las demás. No es un sueño utópico”.

«Este independentismo renuncia al ‘mínimo de valores universales’ que pedía Isaiah Berlin»

Según John Gray, había una contradicción inherente en el pensamiento de Berlin. Por un lado, creía en el pluralismo de valores y tenía una concepción historicista de la naturaleza humana; por otro, creía en las reivindicaciones universalistas del liberalismo clásico. Pero si hay de verdad —dice Gray— un pluralismo de valores, ¿no es la libertad un valor más entre otros?

La libertad no es un valor más entre otros, pensaba Berlin (y con él buena parte de la tradición filosófica y aún religiosa de Occidente). La libertad es el valor natural y esencial del ser humano. Pero Berlin era el primero en reconocer que el edificio de la pluralidad dependía de una condición necesaria: la aceptación universal de un “mínimo de valores”. Sólo ese acuerdo podía mantener al mundo en orden: “De otro modo estaremos destinados a perecer”. Berlin murió en paz, confiando en que ese “mínimo de valores” —fincado en la libertad individual— podía alcanzar una “aceptación universal”.

El siglo XXI lo ha desmentido (parcialmente) en casos previsibles como el fundamentalismo islámico, cuya identificación con los valores de la Ilustración universal es prácticamente nula y quizá imposible. El renacimiento del racismo europeo y el nativismo estadounidense son otros casos no menos lamentables aunque quizá reversibles (a mediano plazo) de rechazo a aquellos “mínimos valores universales”. Pero hay un caso reciente que a Isaiah Berlin, estoy seguro, le habría parecido no solo lamentable sino incomprensible: el Volksgeist catalán.

«Cataluña debe definirse como un espacio plural, solidaria con la nación de la que forma parte»

Nadie en el mundo —lo digo casi sin hipérbole— duda de la identidad cultural catalana. Está en su lengua, en sus maravillosas ciudades y pueblos, en su estilo arquitectónico, en sus costumbres culinarias, en sus bailes, en su música y en su paisaje. Está en el temple de su gente, en sus nobles ciudades romanas, sus reminiscencias judías, sus historias medievales, renacentistas, ilustradas y modernas. Está en sus escritores y pensadores. Barcelona fue la patria de tantos escritores de nuestra lengua que (bajo la sombra generosa de Carmen Balcells) escribieron ahí sus obras maestras. Esa identidad cultural está en el equipo de fútbol en cuyas filas han militado estrellas de varios países (desde el legendario Kubala hasta el prodigioso Messi) y cuyos colores azulgrana visten con ilusión y orgullo niños de todo el planeta. Esa es la Barcelona que todos queremos y visitamos.

Esa Cataluña está en vilo y puede perderse (para España, para Europa, para sí misma) no por la opresión de un poder ajeno sino por el poder de sus propios demonios, de sus propios fantasmas. Al renunciar a ese “mínimo de valores universales” del que hablaba Berlin, al voltear la espalda al derecho, la ley y la libertad conquistadas en 1975 (tras una terrible guerra civil y una ominosa dictadura), se malogra día con día el sueño de una Cataluña libre y plural.

Los catalanes de puño en alto recuerdan a los fanáticos del Volksgeist alemán. Para ellos la identidad no es un acervo cultural que hay que preservar sin exclusión de otros (en diálogo con ellos), sino un arma política que debe utilizarse para excluir a los otros, a lo otro. Su “nosotros” no es libre, responsable y solidario. (Solidaria fue la respuesta española tras los atentados del Estado Islámico). Su “nosotros” es imperioso. No se define por lo que afirma sino por lo que niega. Su “nosotros” no es cultural sino político. Su nosotros no es patriótico, es nacionalista.

Otro célebre escritor británico, hombre que probó su amor a la libertad no sólo en libros y ensayos sino con las armas en la mano, describió la diferencia en sus Notas sobre el nacionalismo. “El nacionalismo no debe confundirse con el patriotismo (…) aluden a dos cosas diferentes, incluso opuestas. Por patriotismo entiendo la devoción por un lugar determinado y por una determinada forma de vida que uno considera los mejores del mundo, pero que no tiene deseos de imponer a otra gente. El patriotismo es defensivo por naturaleza, tanto militar como culturalmente. El nacionalismo, en cambio, es inseparable del deseo de poder, el propósito constante de todo nacionalista es obtener más poder y más prestigio, no para sí mismo, sino para la nación o entidad que haya escogido para diluir en ella su propia individualidad”.

Orwell escribió esas líneas siete años después de defender la libertad en Cataluña, de España, de Europa, de Occidente. Estaría avergonzado de lo que la corriente de sangre que marca los pasos y late en los gestos de los catalanes que siguen a su pequeño Führer. Ojalá Cataluña recapacite y opte por definirse como una identidad plural: devota de la cultura propia, pero libre, responsable y solidaria con la nación de la que forma parte.

¿Recobrará México la mitad de su territorio? De Enrique Krauze

Justin Rentería

Enrique Krauze es un historiador mexicano, editor de la revista Letras Libres

Enrique Krauze, 6 abril 2017 / THE NEW YORK TIMES

CIUDAD DE MÉXICO – La invasión estadounidense a México de 1846 infligió a los mexicanos una herida dolorosa que cicatrizó poco a poco, a lo largo de 170 años. Donald Trump ha vuelto a abrirla.

Entre las muchas mentiras que ha urdido, ninguna más ridícula que su intento de contradecir a la historia, presentando a Estados Unidos como una víctima de México, país que supuestamente le roba empleos, le impone tratados onerosos y le manda a sus “bad hombres” a través de la frontera.

Frente a esta fake history, algunos mexicanos se han propuesto recordar a Trump cuál fue, exactamente, la primera nación en ser víctima del imperialismo americano. Su proyecto es promover una demanda que anule totalmente el Tratado de Guadalupe Hidalgo, firmado el 2 de febrero de 1848 y por medio del cual México –invadido por el ejército estadounidense, ocupada su capital y tomados sus puertos y aduanas– se vio obligado a admitir la anexión de Texas y conceder a Estados Unidos más de la mitad de su territorio, que corresponde principalmente a los actuales estados de Arizona, Nuevo México y California.

La última página del Tratado de Guadalupe Hidalgo firmada y con sellos oficiales. Credit Hispanic Reading Room, Hispanic Division, Library of Congress

 Encabeza el esfuerzo Cuauhtémoc Cárdenas, el mayor estadista de la izquierda mexicana. Cárdenas está convencido de que el gobierno mexicano –sobre todo ante la agresión de Trump– tiene en sus manos un caso sólido. Según su tesis, aquel tratado es violatorio de imprescriptibles normas internacionales del derecho y por ello susceptible de ser denunciado (con propósitos de reparación o indemnización) ante instancias como la Corte Internacional de Justicia y la ONU. Y aun admitiendo –sin conceder– la validez del tratado, varios artículos cruciales, como el respeto a la ciudadanía, la propiedad y la seguridad de los 100.000 mexicanos que quedaron en territorio estadounidense, se incumplieron desde un principio.

La iniciativa, sin embargo, enfrenta enormes obstáculos. Bernardo Sepúlveda, ex Secretario de Relaciones Exteriores y el mayor experto mexicano en derecho internacional, considera que “muy a su pesar” la demanda no prosperaría. “En tiempos anteriores las guerras de conquista no se topaban con la misma condena moral y legal que ahora forma parte de nuestro sistema legal”, me dijo. La demanda tendría que presentarse conforme a la Convención de Viena “y mostrar que el Estado mexicano no aceptó expresamente la validez del tratado o que, en razón de su conducta, el mismo Estado mostró su rechazo a esa validez”.

Pero ese no fue el caso del Tratado de Guadalupe Hidalgo, que fue firmado con el consentimiento de ambos gobiernos y sus respectivos congresos. “Adicionalmente”, agrega Sepúlveda, “para obtener un dictamen, la demanda de anulación del Tratado de 1848 tendría que someterse a la Corte Internacional de Justicia, cuya jurisdicción obligatoria en casos contenciosos no está reconocida por Estados Unidos”.

No obstante, una es la lógica jurídica y otra la lógica política. Si el gobierno de Peña Nieto no hace suyo el proyecto de Cárdenas, un candidato de oposición (sea de izquierda populista o de derecha nacionalista) podría adoptarlo como bandera hacia las elecciones de julio de 2018. Y si alguno de ellos gana, el nuevo presidente podría convertir la demanda en realidad.

El político mexicano Cuauhtémoc Cárdenas durante la presentación de su libro «Cárdenas por Cárdenas», en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) en diciembre de 2016. Credit Juan Carlos Reyes Garcia/Agencia El Universal

Más allá de la viabilidad, lo que está en juego es algo aún más vasto: necesitamos alentar el debate sobre la verdadera historia de aquella guerra que Estados Unidos, convenientemente, ha olvidado o maquillado, pero que ahora más que nunca importa recordar honestamente como lo que fue. Se trata de una enormidad que cabe en una pregunta: ¿qué parte de la prosperidad histórica de Estados Unidos se ha afincado en el desarrollo de los territorios habitados originalmente por mexicanos y arrebatados a México en una guerra de conquista?

Porque no hay duda de que fue una guerra de conquista. Así la vivieron muchos soldados, que leían la Historia de la conquista de México de William H. Prescott –el recuento de la expedición de Hernán Cortés para conquistar el imperio azteca– mientras avanzaban sobre territorio mexicano. Así la consideraron, con vergüenza y pesar, grandes personajes de la época. Esa “guerra en extremo indignante” (dijo John Quincy Adams) había sido “accionada por un espíritu de rapacidad y un desmesurado deseo de engrandecimiento territorial” (escribió Henry Clay), a partir de un ataque premeditado por el presidente James Polk gracias al cual “una banda de asesinos y demonios del infierno se permitieron dar muerte a hombres, mujeres y niños” (Abraham Lincoln).

Tras el bombardeo a la población civil de Veracruz, el general Robert E. Lee escribió a su esposa: “mi corazón sangra por los habitantes”. En sus memorias, Ulysses S. Grant lamentaba no haber tenido el “coraje moral para renunciar” a la que, desde joven, había calificado como “la guerra más perversa”. Para varios otros políticos y pensadores (incluido Henry David Thoreau) la guerra contradecía los valores democráticos y republicanos fundacionales de Estados Unidos y era contraria a la elemental ética cristiana.

La iniciativa de Cárdenas podrá tener pocas probabilidades de éxito legal, pero en estos tiempos en que México ha sufrido los injustos ataques del presidente Trump, su impacto público puede ser considerable.

Estados Unidos debe a México y se debe a sí mismo una revisión franca de su primera guerra imperial no sólo en los currículos de sus escuelas y universidades sino en sus museos y libros. Hollywood y Broadway, que desde su origen han jugado un papel importante en definir la conciencia histórica estadounidense, deberían abordar el tema. Películas, documentales y series de televisión notables han contribuido a modificar la memoria de dos pecados de origen: la esclavitud y el racismo contra los afroamericanos y, en menor medida, el exterminio y la represión racista de los indios americanos. Falta el tercer pecado: la agresión contra México y el despojo de su territorio.

Tres siglos antes de que los ancestros de Trump pisaran Estados Unidos, había mexicanos en aquella zona septentrional de Nueva España y México. Pero ni ellos ni sus descendientes actuales son parte siquiera simbólica del orgullo nacional estadounidense, sino objetos de una imagen estereotipada o emblemas de un pasado vergonzoso que se ha mantenido en la oscuridad. Es hora de que ese pasado salga a la luz, sea reconocido y reivindicado.

Para nosotros los mexicanos, esta es la oportunidad de una forma de reconquista. Seguramente no una reconquista física de los territorios que fueron nuestros. Tampoco una indemnización que debió ser mucho mayor a la magra cantidad de 15 millones de dólares que pagó el gobierno estadounidense (a plazos) por el despojo. Necesitamos reconquistar la memoria de esa guerra pródiga en atrocidades inspiradas por prejuicios raciales y ansias de expansión territorial.

Pero seguramente la mejor y más justa indemnización sería una reforma migratoria en Estados Unidos que abriera el camino de la ciudadanía a los descendientes de aquellos mexicanos que padecieron la injusta pérdida de la mitad de su territorio.

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Vida en libertad. De Enrique Krauze

Muchas veces he creído ver en el rostro de Mario Vargas Llosa una expresión de tristeza ante el macabro espectáculo del mundo. Pero enseguida responde con imaginación, ironía e inteligencia. Y con humor. El 28 cumple 81 años: ¡Felicidades!

Enrique Krauze, 26 marzo 2017 / EL PAIS

En la cena de Pascua que año tras año, desde hace milenios, se celebra en la tradición judía, hay un canto fascinante. Se titula Nos bastaría.Data del siglo IX y es una concatenación de expresiones de gratitud por los prodigios sucesivos que el pueblo de Israel recibió en su éxodo de cuarenta años hacia la tierra prometida. Extraído de su contexto religioso, el canto suena más natural y permanente. Puede expresar, por ejemplo, la gratitud acumulativa de hijos a padres, de discípulos a maestros. En ocasión de su cumpleaños 81, quiero recurrir a esa antigua fórmula para expresar a Mario Vargas Llosa mi gratitud de lector, de intelectual, de liberal y de amigo.

Si solo hubiera leído su obra de ficción, me bastaría. Cuántas aventuras e historias me han hecho vivir vicariamente esos libros, con su vaivén de temas amorosos, políticos y sociales. Cuánto agradezco el anclaje de sus novelas en la mejor tradición realista del siglo XIX, las sorpresas de su técnica faulkneriana, las emociones de sus tramas, sus personajes inolvidables, su magnífica arquitectura, su estilo preciso, claro y penetrante, tan alejado de nuestros funestos ismos: barroquismo, regionalismo, sentimentalismo.

Pensando solo en algunos títulos que he reseñado, recuerdo Historia de Mayta. Todo lo que hay que decir del fanatismo guerrillero en América Latina está ahí: fue una torcida religiosidad católica radicalizada hacia el marxismo y enamorada de su autoproclamada virtud, que llenó de muerte la región para luego volver la vista atrás sin verdadera conciencia o memoria de su responsabilidad en la tragedia. Años después leí La fiesta del Chivo, ese retrato alucinante y definitivo del dictador latinoamericano que también lo es de la sociedad y el entorno que lo reclama y aplaude, y que, finalmente, en un raro grito de libertad, a veces, lo exorciza. Nada más remoto a Vargas Losa que la fascinación del poder (tan característica en nuestra cultura y nuestra literatura). Pero lo notable es su capacidad de canalizar su repulsión hacia la recreación puntual, quirúrgica de la maldad. La literatura se vuelve así la mejor venganza. Y, sin embargo, no basta la venganza: es preciso soñar con un mundo mejor, con un mundo perfecto, y ese fue el motivo de otra novela que leí con avidez: el retrato casi titánico de Flora Tristán, tan ligada a la historia peruana, a la historia del arte y a la historia de una idea que obsesiona a Vargas Llosa como obsesionó a la humanidad desde la Ilustración, y que nuestro tiempo, quizá, ha sepultado: la idea de la utopía.

Si Mario Vargas Llosa solo me hubiera dado, como lector, su obra de ficción, me bastaría. Pero me ha dado también una extraordinaria obra monográfica de no ficción. La utopía arcaica, por ejemplo. Publicado en 1996, no conozco análisis histórico y antropológico más exhaustivo y riguroso sobre el indigenismo. Proviniendo de Perú, con su omnipresente herencia indígena, Vargas Llosa logra comprender (antes que criticar) el pensamiento y la obra de autores notables (como José María Arguedas) que creyeron en la restauración de una Arcadia incaica tan imaginaria como imposible. En 1993 Mario publicó otra obra memorable, El pez en el agua (su autobiografía), exorcismo de una campaña presidencial que viví de cerca. Ese ajuste de cuentas de Mario consigo mismo me permitió asomarme, como biógrafo, a la vida temprana de Vargas Llosa y me ayudó a comprender los límites de la acción política para un intelectual.

«Lo notable es su arte para canalizar su repulsión
hacia la recreación quirúrgica de la maldad»

Si Vargas Llosa solo nos hubiera dado sus novelas y sus monografías y no hubiera escrito ensayos, reportajes o artículos, nos bastaría. Pero ocurre que también nos ha dado (y sigue dando) una obra vasta y aguda en esos géneros. Sus ensayos no son académicos ni teóricos: son ensayos narrados, llenos de color y vivacidad. Y de combatividad moral. Cuando comencé a leerlo en Plural, comprendí que Mario era una especie de cruzado de la libertad. Su adhesión a la revolución cubana no fue un acto de sumisión ideológica: fue un acto de fe en una causa liberadora que pronto reveló su cara autoritaria. En aquellos años setenta, Mario transitó de la liberación a la libertad, de Sartre a Camus, del universo racionalista y revolucionario francés al universo empírico y liberal inglés. Sus autores fueron los míos. Fue entonces cuando lo conocí en Lima. Estábamos en la antesala de la década de los ochenta, en la que Vuelta se enfrentó a las dictaduras de derecha y las revoluciones de izquierda. Mario dio buena parte de esa batalla en la revista de Octavio Paz. Sus causas eran las nuestras. Fue un decenio decisivo en su vida, con la publicación de La guerra del fin del mundo (esa obra maestra en la tradición tolstoiana), sus desgarradores reportajes como La matanza de Uchuraccay y sus textos sobre la alternativa democrática y liberal para América Latina. Mario no piensa ya como Sartre pero encarna puntualmente al “intelectual comprometido” con su tiempo. Toda injusticia, todo conflicto, todo extremo lo incita a escribir, a reportear, como un joven impetuoso en busca del peligro, en Irak, en Oriente Próximo, en Venezuela.

Si Mario nos hubiera legado su obra de ficción, sus monografías y ensayos, sus artículos y reportajes, pero no hubiera desplegado ningún esfuerzo político directo, obviamente nos bastaría. Pero también ha desplegado ese esfuerzo. Su campaña presidencial, vilipendiada en su tiempo, fue la semilla de los cambios democráticos que, desde entonces, no sin recaídas lamentables, ha vivido la región. En 1990 (¿cómo olvidarlo?) sentenció al sistema político mexicano con dos palabras: “dictadura perfecta”. Años más tarde creó la Fundación para la Libertad, que ha congregado al pensamiento liberal ofreciendo soluciones prácticas a los problemas de la región. He acompañado a Mario en varios encuentros de la Fundación pero ninguno se compara al que tuvo lugar en Venezuela, cuando Hugo Chávez, en una de sus típicas bravuconadas, lo retó a un debate público. Aquella noche en el hotel rodeamos a Mario como un equipo en torno a un boxeador que la mañana siguiente libraría una pelea por el campeonato mundial. A última hora Chávez reculó: él solo debatía con presidentes, no con escritores.

«Sus ensayos no son académicos ni teóricos:
son ensayos narrados, llenos de color y vivacidad»

Si a lo largo de más de medio siglo de actividad literaria e intelectual nuestros caminos no se hubieran cruzado, le estaría obviamente agradecido. Pero para mi fortuna nuestros caminos se cruzaron. Nuestra amistad se construyó alrededor de las revistas Vuelta y Letras Libres. Y hemos sido compañeros de una larga travesía liberal en la cual yo he aprendido mucho. No cesa de admirarme su combatividad, su energía, su capacidad para reinventarse. ¿De dónde provienen?

Muchas veces he creído ver en el rostro de Mario una expresión de tristeza o lástima ante el macabro espectáculo del mundo. Pero de pronto, con naturalidad, aparece una sonrisa. Hay un estoico en el fondo de Mario, pero un estoico que responde con imaginación, ironía e inteligencia. Y con humor. El trabajador espartano se divierte y reencuentra el amor. Por eso, en momentos de desfallecimiento o duda, me basta hablar con él por teléfono para recobrar la alegría.

Gracias, Mario. No llegaremos a la Tierra Prometida. No existe la Tierra Prometida. La Tierra Prometida es la literatura: vida en libertad.

No aprendemos en cabeza ajena. De Enrique Krauze

Trump hará lo que ha dicho que hará. Sólo la realidad, una vez que sus acciones tengan consecuencias previsibles, minará su prestigio. El voto latino y afroamericano, o la la movilización ciudadana influirán también en los resultados electorales futuros.

ENRIQUE KRAUZEEnrique Krauze, 23 noviembre 2016 / EL PAIS

¿Cómo se curan los pueblos del hechizo de un demagogo? ¿Cómo salen de la hipnosis? La única vía, por desgracia, es la experiencia. “Nadie aprende en cabeza ajena”, dice el sabio refrán, que penosamente confirma la historia de los hombres y los pueblos.

Donald Trump llegó a la Casa Blanca debido a Donald Trump. Las causas generales (económicas, sociales, demográficas, étnicas, etc.) que se han aducido no son, a mi juicio, las decisivas. Lo decisivo ha sido la hipnosis que ejerció en un sector muy amplio del electorado estadounidense.

el paisTrump declaró, famosamente, que si asesinara a una persona en la Quinta Avenida, nadie se lo reclamaría. Es verdad. Los medios exhibieron sus probables delitos, su cínica evasión de impuestos, sus múltiples bancarrotas, sus copiosas e inagotables mentiras, sus desdén absoluto por los datos objetivos y los hechos comprobados, su desprecio por la dignidad de las mujeres, su burla de los minusválidos, su odio racial a los mexicanos y su intolerancia radical a los musulmanes, su crudo nativismo, sus amenazas contra la libertad de expresión, su mofa de las instituciones, su inconmensurable y peligrosísima ignorancia del mundo. Fue inútil. Todo se le resbaló. Todo se le perdonó.

“Algo extraordinario está ocurriendo”, decía Trump una y otra vez. A eso precisamente se refería, a su total impunidad, al delirio por su persona, por su personaje. Su reality show se había escapado mágicamente de la pantalla hasta ocupar todo el territorio del país a lo largo de más de un año. Ahora podía llevar su exitoso programa The Apprentice a la Casa Blanca y despedir a quien se le viniera en gana: you’re fired. Sesenta millones de estadounidenses querían tomarse un selfie colectivo con Trump en actos de histeria reminiscentes a los de todos, absolutamente todos, los dictadores de la historia que llegaron al poder por la vía de su carisma, expresado sobre todo a través de la palabra.

Desde ese endiosamiento podrá decir o hacer, por un tiempo, lo que le venga en gana. Gobernará por Twitter. Su destino manifiesto es recobrar el pasado de grandeza (supuestamente) perdido: Make America Great Again. Y no cejará en perseguir ese empeño de acuerdo a las pautas que ha trazado. Quienes crean que hay un Donald Trump anterior al fatídico martes 8 de noviembre y otro después se equivocan. Trump hará lo que ha dicho que hará y solo la realidad, una vez que sus acciones tengan las consecuencias previsibles, minará lentamente su prestigio. Pero ni aun en esa circunstancia se dará por vencido. No está en su carácter, en su psicopatología, en su biografía. Si ocurre culpará a las fuerzas del mal anteriores a él o contemporáneas, responsabilizará a la prensa y los medios liberales, hablará de un complot, fustigará a propios y extraños: hará de su presidencia una campaña permanente, un interminable orgasmo con la multitud que lo adora.

La inmensa mayoría del pueblo alemán rehusó ver
de frente el horror que representaba Hitler

La inmensa mayoría del pueblo alemán —ejemplo paradigmático— rehusó ver de frente el horror que representaba Hitler y el abismo al que lo precipitaría. Pudiendo detenerlo a tiempo dejó que creciera y culminara su obra de destrucción. Solo después, al contemplar las ciudades arrasadas, al hacer el recuento de los daños, de los muertos, el humo comenzó lentamente a disiparse de la mirada.

Solo con el paso del tiempo el alud irrebatible de los hechos convenció al ciudadano alemán del horror sin precedente que habían alentado. Y décadas más tarde, asumiendo con valentía la culpa histórica de sus antepasados, las generaciones posteriores se han vacunado contra el terrible mal. Hoy Alemania se ha convertido, paradójicamente, en la vanguardia de la libertad occidental.

En América Latina tampoco aprendemos en cabeza ajena. ¿Cuántos años le ha tomado a Argentina comenzar a calibrar, lenta y penosamente, el engaño histórico del peronismo? No sé si cuando mueran Fidel y Raúl Castro el pueblo cubano reaccionará con el rechazo y la desilusión que merece su fallida y opresiva utopía. Dependerá de la supervivencia de la Nomenclatura militar y política cubana, que muy bien podría prolongar el mito de la Revolución hasta la eternidad.

Pero no tengo duda de que el drama espantoso de Venezuela ha convencido ya a la mayoría de la población del origen de su tragedia. ¿Cómo es posible que siendo el país más rico del mundo en reservas petroleras Venezuela haya descendido a niveles casi haitianos de miseria? No hay más explicación que el carácter dictatorial del régimen, resultado natural de entregar todo el poder a un demagogo.

El populismo es la demagogia en el poder;
y la demagogia es la tumba de la democracia

En México no hemos vivido el populismo. El sistema político mexicano que predominó en el siglo XX era inherentemente corrupto (sus herederos lo siguen siendo) pero no era populista porque el poder presidencial estaba acotado a seis años y recaía en la institución presidencial, no en el carisma del presidente. Eso podría cambiar en 2018: los pueblos no aprenden en cabeza ajena.

Después de sufrir una terrible guerra civil y una larguísima dictadura, España logró una ejemplar transición política hacia la democracia. Ese pacto de civilidad y tolerancia fue la inspiración de las transiciones latinoamericanas a la democracia. ¿Cómo es posible que algunos españoles crean ahora en Podemos, el partido populista que trabajó abiertamente para ese sepulturero de la democracia venezolana que fue Chávez? Por la misma razón: ningún pueblo aprende en cabeza ajena.

¿Despertará el ciudadano estadounidense de la hipnosis de Trump? Los pesos y contrapesos, las libertades individuales y, sobre todo, los medios tradicionales de comunicación, en particular los periódicos, harán su parte. Durante la campaña tuvieron un desempeño heroico y ahora (por si no enfrentaran suficientes problemas de supervivencia) les va la vida en hacerlo. Pero si esos medios fueron insuficientes durante la campaña podrían serlo durante los cuatro u ocho años de la presidencia de Trump. El voto latino y afroamericano así como la movilización ciudadana podrían incidir también en los resultados electorales futuros. La presión mundial (en el caso de que cumpla casi cualquiera de sus amenazas) obrará en su contra.

Pero a fin de cuentas solo la constatación del desastre convencerá a los votantes y los librará de la hipnosis. Y llevará tiempo, quizá mucho tiempo. El populismo es la demagogia en el poder. La demagogia es la tumba de la democracia. Nos espera —parafraseando a Eugene O’Neill— un largo viaje hacia la noche.

Enrique Krauze es escritor y director de la revista Letras libres.

El narcisismo de Podemos. De Enrique Krauze

Los líderes del partido emergente han escalado el poder con credenciales del saber. Están convencidos de que, desde el claustro universitario, pueden imponer su maqueta de sociedad perfecta. Son capitalistas curriculares y guerrilleros de salón.

 

 

 

EULOGIA MERLE

ENRIQUE KRAUZE

Enrique Krauze es escritor y director de la revista Letras libres.

Enrique Krauze, 25 abril 2016 / EL PAIS

Para “entender Podemos” no hay que verlo como lo que dice ser, sino como lo que es. No es un núcleo de pensamiento crítico, sino un núcleo de narcisismo universitario (típicamente latinoamericano) como el que ha estudiado desde hace cuarenta años el mexicano Gabriel Zaid. En De los libros al poder escribe: la universidad otorga credenciales de saber para escalar en la pirámide del poder. A veces, ese asalto al poder ha sido pacífico, otras no. En América Latina, a partir de la construcción imaginaria de la universidad como nueva iglesia, varias generaciones de universitarios buscaron imponer a la realidad la maqueta ideal de la sociedad perfecta. La guerrilla latinoamericana (en Perú, Centroamérica) no fue campesina, ni obrera ni popular: la encabezaron profesores y estudiantes. Si la realidad no se ajustaba a sus teorías, peor para la realidad. Para nuestros países, el costo histórico de la guerrilla universitaria ha sido inmenso.

el paisPodemos es la versión española de la caracterización de Zaid. La confirmación está en el texto Entender Podemos, publicado por Pablo Iglesias en la revista inglesa New Left Review (julio/agosto de 2015). Se trata de una vaporosa teoría de la historia universal que desemboca en… Podemos. Ante la “derrota de la izquierda en el siglo XX [informaba Iglesias], el pensamiento crítico quedó reducido al trabajo de universitarios”. Solo en el claustro universitario podía surgir la “producción teórica” que hiciera posible una “izquierda realista”. Al sobrevenir la crisis financiera global, el “vaciamiento” de las soberanías estatales europeas y la indignación social por los casos de corrupción en las elites políticas, España tuvo la fortuna de contar con “el conocido grupo de docentes e investigadores de la Universidad Complutense de Madrid”, que integraría Podemos.

El objetivo de ese “núcleo” de “pensamiento crítico” era “agregar” las nuevas demandas derivadas de la crisis en torno a un “liderazgo mediático” capaz de “dicotomizar” el espacio público. ¿Cómo lograrlo? Volteando a “las experiencias acontecidas en América Latina”, ricas en “instrumentos teóricos para interpretar la realidad española”. De hecho —imaginaba Iglesias—, Europa toda se hallaba en un “proceso de latinoamericanización, entendido como la apertura de una estructura política”. Por un lado, había que absorber la obra del filósofo Ernesto Laclau (principal teórico del populismo en Latinoamérica). Por otro, había que “pensar políticamente en clave televisiva”, objetivo que se logró con los programas La Tuerka y Fort Apache, nuevos “partidos” que trasladaron la política del Parlamento a la televisión. Esos programas —revelaba Iglesias— fueron la escuela que “nos formó para el asesoramiento en comunicación política que desarrollamos paralelamente en España y América Latina”. Pero, para superar “ciertos estilos” (que Iglesias, enemigo del castellano pero amigo del oxímoron, llamaba “movimientistas paralizantes”), se requería algo más: “Usar mi protagonismo mediático”. Era necesario “identificar al pueblo de la televisión con un nosotros nuevo”. Así fue como la “representación de las víctimas de la crisis” encarnó en su propia persona: “El fenómeno televisivo”, el “tertuliano-referente”, “el significante”, “Pablo Iglesias/el profesor de la coleta”.

Hay quien piensa que para ser político
no hay nada mejor que ser politólogo

Para los huérfanos de “pensamiento crítico”, estas ideas seminales no son fácilmente comprensibles. Por eso, en beneficio de los legos, a mediados de 2014 el tertuliano/referente y significante concedió en Venezuela una entrevista para un programa de televisión donde se le ve escuchando a Hugo Chávez: “La revolución avanza, la patria avanza [decía el Comandante en 2012]. Esto solo es posible en socialismo, solo es posible con un Gobierno que coloque en primer lugar al hombre, al humano, a la mujer, a la niña, al niño”. Visiblemente conmovido, Iglesias reacciona en “clave televisiva”: “…Cuántas verdades nos ha dicho este hombre… Lo que está ocurriendo aquí es una demostración de que sí hay alternativa, de que la única manera de gobernar no es gobernar para una minoría de privilegiados y contra las mayorías sociales. Ese es el ejemplo de América Latina… una alternativa para los ciudadanos europeos”.

El mensaje era el mismo para el lector de la New Left Review y el “pueblo de la televisión”: el futuro de España y de Europa era y debía ser (historia y norma, poder y deber, hermanados) la Revolución Bolivariana encabezada por su respectivo caudillo mediático.

Para refutar a Iglesias, alguien señaló lo mucho que Laclau debe a Carl Schmitt, teórico del nazismo, experto en la “dicotomización”, que veía la historia como el escenario de dos fuerzas: “Amigo” y “enemigo”. (Traducción para España: por un lado “el pueblo”, representado por Podemos, representado por Iglesias; por otro el “no pueblo”, representado por todas las otras formaciones políticas). Pero a estas alturas esos reparos intelectuales son lo de menos. Ahora, la mejor refutación de la teoría de Podemos está en la espantosa realidad en la que viven “el hombre, el humano, la mujer, la niña, el niño” en la Venezuela creada por el chavismo, una devastación sin precedente en América Latina, comparable a la provocada en Zimbabue por Robert Mugabe.

La mejor refutación de sus  teorías
está en la espantosa realidad que viven los venezolanos

El profesor Iglesias, por supuesto, no admitirá nunca esa realidad. Y se entiende: Podemos tiene intereses creados en creer lo que cree o dice creer. Esos siete millones de euros no se cobraron en vano. Lo que no está claro es el sentido de esa operación de “asesoramiento en comunicación pública”. ¿Cobraron por un servicio prestado al chavismo o cobraron por el honor de ser asesorados por Hugo Chávez, el mayor experto mundial en “dicotomizar” a la sociedad, “pensar políticamente en clave televisiva” y construir un “liderazgo mediático”?

Sobre el peso relativo de la teoría y la práctica en su doble rol de Secretario General y Politólogo, Iglesias confiesa: “Sin el segundo, el primero no habría sido posible”. Lo cual supone que la universidad prepara a las personas para la vida. ¿Es así? Zaid llegó a la conclusión de que la mitología universitaria es responsable de ese y otros equívocos, que impiden un progreso que sirva a la vida. Cualquier profesionista responsable sabe que la experiencia práctica, con sus errores inevitables, es la verdadera maestra. No obstante, en una extraña vuelta al platonismo, hay quien piensa que la teoría prepara para la práctica y en cierta medida la supera. Y que para ser político nada mejor que ser politólogo.

Los líderes de Podemos han escalado el poder con credenciales del saber. Son capitalistas curriculares. Son guerrilleros de salón. Desde los peligrosos cañaverales de la Complutense, construyeron teorías contra el poder democrático financiados por el poder revolucionario. Del ciudadano español depende desenmascarar su inanidad teórica, su inexperiencia práctica, su vasta mentira, su mala fe.

 

Entrevista a Enrique Krauze: “El populismo adormece, corrompe, y degrada el espíritu público”

El historiador mexicano Enrique Krauze reedita su libro ‘El poder y el delirio’ sobre el líder chavista con un prólogo para los españoles.

Enrique Krauze / Foto: Saúl Ruiz

El PaisEntrevista de Marina Gómez-Robledo, 22 octubre 2015 / EL PAIS

Ocurre en la izquierda y ocurre en la derecha. El populismo o la fascinación por el líder carismático están al margen de las ideologías. Una advertencia que el historiador y ensayista, Enrique Krauze (México, 1947) quiere hacer llegar a aquellos países que son víctimas de este tipo de gobierno o pueden llegar a serlo. “El populismo alimenta la engañosa ilusión de un futuro mejor que posterga siempre, enmascara los desastres, reprime el examen objetivo de sus actos, doblega la crítica, adormece, corrompe, y degrada el espíritu público”, escribe el historiador en su libro El poder y el delirio publicado en 2008 pero que ha sido reeditado hace unos días con un nuevo prólogo dirigido a los lectores españoles.

En su ensayo, Krauze repasa la vida de Hugo Chávez desde su infancia hasta la derrota que sufrió el 2 de diciembre de 2007 cuando los venezolanos votaron no a la relección indefinida del expresidente. Invita a una reflexión para que ningún país repita el destino del país sudamericano: “Hoy Venezuela –con una de las mayores reservas petroleras del mundo- está en camino de reeditar la historia de hace dos siglos: está en peligro de la destrucción”

España ha contraído esa especie de virus político
que es la fascinación por el líder carismático

Pregunta. ¿Por qué reeditar su libro con un prólogo dirigido a los españoles?

Respuesta. Bueno no solo España , sino Europa y ahora también Estados Unidos ha contraído esa especie de virus político que es la fascinación por el líder carismático. Hace unos meses parecía que ese virus estaba atacando a España de manera muy fuerte con el surgimiento de Podemos, muy concentrado en la figura carismática de Pablo Iglesias, y por ese motivo sumado al drama económico, político, humanitario de Venezuela decidí que eran dos buenas razones para proponer la reedición corregida, aumentada, revisada y con este nuevo prólogo de mi libro.

P. ¿Ve una semejanza entre Pablo Iglesias y Hugo Chávez?

R. Yo nunca hago explícito ese paralelo. Simplemente digo que se trata de la fascinación con la figura carismática de un líder que propone la salvación, la redención o un cambio muy profundo en la sociedad atacando al no pueblo en nombre del pueblo. Se trata de un fenómeno muy riesgoso porque, simplemente en el siglo XX, todos aquellos regímenes concentrados en la figura de un solo hombre que dice encarnar al pueblo, han terminado, no solo en la ruina económica, sino en la desgracia política, moral y en la guerra de todos contra todos. Las sociedades deben de quedar advertidas e inmunizadas contra este virus.

P. Mencionó que también está ocurriendo en Estados Unidos.

R. Ante nuestros propios ojos. Ocurre en la izquierda y en la derecha. Nadie piensa que Trump tenga una molécula de la vocación de izquierda en las venas, como tampoco nadie pensaría a Chávez o Maduro como personajes de la derecha, sin embargo, se parecen mucho por el uso demagógico del micrófono, de la imagen, por prometer lo que es imposible y decir lo que la gente quiere oír. Por engañar.

P. ¿Cree que Podemos podría cumplir su decálogo del populismo?

R. Algunos personajes muy conspicuos de Podemos fueron asesores abiertos del chavismo. Yo creo que simpatizaron con él y luego se fueron deslindando, pero nunca de manera suficientemente crítica y mucho menos autocrítica, de modo que creo que cabe todavía preguntarles cuál es su opinión elaborada con respecto a la tragedia de Venezuela, al hambre, inflación, desabasto, a la opresión política, crisis social. Mi prólogo es una invitación a la reflexión. Por fortuna el público español ha tenido una maduración política, democrática y cívica, entienden que muchas cosas están muy mal, pero no están dispuestos, por ahora, a entregar todo el poder a una persona. Sería suicida, creo que ya no va a ocurrir.

P. Parece que Venezuela está peor ahora con Maduro que con Chávez, ¿es una cuestión de liderazgo o era una bomba de relojería que coincidió con la muerte de Chávez?

R. Está relacionado con el precio del petróleo, en 2008 cuando visité Venezuela el ministro de Hacienda de entonces me dijo que el barril del petróleo llegaría a 250 dólares y eso les permitiría construir la gran sociedad comunista que ni Cuba, China o Rusia habían podido. Ahora está a menos de 50 y puede seguir bajando. La raíz de los problemas de Venezuela tiene su origen al entregar toda la potestad a una sola persona. Chávez terminó sintiéndose Dios y un hombre que se siente Dios hace muchas tonterías. Destrozó la industria petrolera en Venezuela, puso a unos en contra de otros, sembró la discordia absoluta. El producto de eso es lo que estamos viviendo ahora. No podía haber escogido un sucesor más inmaduro que Nicolás Maduro.

Que los países vecinos se queden callados es algo criminal

P. ¿Por qué hay una indiferencia de los países vecinos? Chávez prácticamente regaló petróleo a algunos de ellos ¿es esta la razón de su silencio?

R. Parte es por los regalos petroleros, pero la otra parte es una profunda hipocresía que se ve a sí misma como realpolitik: “No podemos meternos en los asuntos internos de Venezuela” dicen ellos “porque eso solo agitaría el avispero”. No se dan cuenta de que con su indiferencia lo que están haciendo es cerrar los ojos ante la tragedia cotidiana de un pueblo. Ven cómo el país de recursos petroleros más importantes de América ha sido reducido a una situación de necesidad y pobreza como los peores años de Cuba y se cruzan de brazos. Que los países vecinos se queden callados es algo criminal. Creo que la historia se los va a cobrar.

P. ¿Cómo cree que vería Chávez el deshielo entre Cuba y EEUU?

R. Creo que lo hubiese apoyado. Chávez tenía una relación filial con Fidel Castro. Puso a Venezuela al servicio de Cuba, así que creo que se las habría arreglado para colocarse en el camino. En cambio, el deshielo le ha restado legitimidad a los desplantes antimperialistas de Maduro que se ha quedado con un ejercicio del poder absolutamente desnudo, sin discurso, pero aún tiene el micrófono. Maduro no es Chávez, el carisma no se transmite. Chávez no fue sanguinario, Maduro sí, no creo que Chávez hubiera encarcelado a Leopoldo López o a Ledezma. Era un hombre mucho más inteligente y maquiavélico en el buen sentido.

P. Usted describe a Rómulo Betancourt (expresidente venezolano) como «la figura democrática más importante del siglo XX» ¿Tenemos un personaje así en México? ¿Y en España?

Maduro no es Chávez, el carisma no se transmite.
Chávez no fue sanguinario, Maduro sí

R. En México, no. En España, el colectivo que firmó los Pactos de la Moncloa durante la transición española. Creo que en España la democracia llegó para quedarse. Esto no ocurrió en Venezuela, donde aunque creció y se modernizó, no se institucionalizó de manera suficiente. Betancourt para mi es el demócrata, el estadista más importante del siglo XX en América Latina.

P. Simón Alberto Consalvi (historiador y escritor) afirma en su libro que «de Bolívar va a quedar muy poco después de Chávez». Ya murió ¿qué queda de Bolívar en el Gobierno de Maduro?

R. Bolívar como se dice ahora está on hold, la historia de venezolana no le ha puesto delete pero sí on hold. Maduro no tiene la capacidad ni la desfachatez de invocar a Bolívar, su Dios es Chávez. Bolívar está ahí, que lo dejen dormir y que lo vuelvan a estudiar en generaciones siguientes. El uso histórico y político que hizo Chávez de Bolívar fue escandaloso.