Jorge Daboub

Polarización, primer tema de debate de ARENA. Una controversia

Este día, ARENA celebra el primero de tres debates entre sus precandidatos presidenciales (8pm, Canal 4). El tema no será seguridad, ni empleo, ni educación, sino «reconciliación y despolarización». Aquí presentamos dos columnas, uno cuestionando este enfoque, de Jorge Daboub, y otra respaldándola, de Rómulo Rivas. Para ampliar, agregamos dos columnas de Paolo Luers sobre el tema, publicadas en 2015 y 2016.

Segunda Vuelta

Reconciliación y despolarización. De Jorge Daboub

Jorge Daboub, ex presidente de ANEP

Jorge Daboub, 5 abril 2018 / El Diario de Hoy

Es claro que en política la negociación entre partidos es necesaria y fundamental para la gobernabilidad y la democracia. Pero el pasado reciente nos demuestra que cuando se negocia sin claridad de principios y solo en función de alcanzar una paz ilusoria, el resultado puede ser una democracia debilitada y desfigurada, y hasta en peligro de perderse.

Hay que recordar que con el fin de reducir la oposición contra su proyecto político, la izquierda utiliza hábilmente la distorsión semántica como táctica de distracción y engaño. Ante esto, siempre hay que tener presente el peligro de usar el lenguaje y tomar para sí algunos temas que la izquierda promueve.

No hay duda de que en esto el FMLN ha sido muy astuto. Esto se hace evidente por el hecho de que hasta ahora la mayoría de los temas que marcan las agendas política y mediática del país son los que la izquierda impulsa. Entre estos temas destacan, hoy por hoy, las simpáticas palabras reconciliación y despolarización. Su uso hace ver políticamente sexy a cualquiera, pero maliciosamente instrumentalizadas no son más que dos de los muchos cebos usados por los enemigos de la democracia para evitar el debate sobre las verdaderas causas de los problemas del país.

La reconciliación que el FMLN pretende se reduce a lograr “consensos” en torno a temas coyunturales de su interés, sacrificando, de paso, los principios democráticos. Todo en aras de la paz.

Hay que advertir que a la población no le interesa si los partidos se ponen de acuerdo en un promedio mediocre de ideas y de políticas públicas coyunturales, sino en temas fundamentales. Y es claro que esto no se logrará soñando con hacer de El Salvador un país en donde todos los políticos se abracen y departan alegremente, mientras los salvadoreños siguen viviendo en zozobra.

La gente quiere soluciones reales a sus problemas, y eso pasa por el tema esencial de desmantelar el modelo antidemocrático, intervencionista, clientelista, e ineficiente del FMLN que tiene en crisis al país.

La verdadera reconciliación surgirá cuando se deje de fomentar el odio de clases, se termine la práctica nociva de hacer pactos con la delincuencia, se eviten leyes que obstaculizan la generación de empleo, se respete la independencia de los órganos del Estado y se termine con la corrupción, entre otros temas. Solo entonces los programas de educación, salud, seguridad y empleo serán efectivos. En resumen, la reconciliación que el país necesita es con el Estado de Derecho, la libertad y la democracia.

En lo que a la polarización se refiere, la trampa consiste en hacer creer que si el país no avanza es porque las posiciones de las fuerzas políticas están alejadas. Mediante este engaño, el gobierno se desmarca de su responsabilidad y la traslada a la “maldita polarización”.

La polarización es entonces la perfecta excusa para los gobiernos intolerantes que desean anular el debate de ideas e ignorar las causas reales de los problemas, rehuyendo así de su responsabilidad ante el fracaso de su gestión.

Ponerse de acuerdo con la izquierda en soluciones de corto plazo, soslayando principios de una sociedad libre, convertiría a la derecha en cómplice de la destrucción de la economía y de la democracia.

El gran mensaje que la población envió a los partidos políticos en las elecciones del 4 de marzo recién pasado es claro: “Cambien el rumbo del país y resuelvan los problemas que todos sufrimos”.

Y para cambiar la realidad que vivimos no es necesario tratar quedar bien con todo el mundo, y menos con quienes están destruyendo El Salvador.

@DaboubJorge

 

Concertación, despolarización y el futuro de El Salvador. De Romulo Rivas

Romulo Rivas

Romulo Rivas, 5 abril 2018 / El Diario de Hoy

Este es el primer tema que el partido ARENA ha elegido como punto de debate entre los precandidatos a la Presidencia de la República, Gustavo López, Carlos Calleja y Javier Simán.

Es una gran señal que ARENA esté poniendo sobre la mesa la necesidad de llegar a acuerdos, la necesidad de abandonar la confrontación y la desacreditación del contrario como forma de hacer política. Esto me hace pensar que ARENA ha comprendido el mensaje de los ciudadanos y decidió dejar de ser parte de la polarización.

De los tres candidatos, me consta, Carlos Calleja tiene una fuerte convicción de la urgente necesidad de trabajar intensamente en la unificación nacional y la consecución de consensos que impidan la destructiva polarización. Trabajar en equipo tomando en cuenta seriamente a los demás ha sido su filosofía de vida y ha deseado compartirla poniendo como ejemplo su desempeño en el mundo empresarial. Me impresionó mucho cuando leí su emotivo artículo denominado “Un país más competitivo”, publicado 6 años atrás, en el que revela esa convicción a que me he referido antes y que no tiene que ver con intereses coyunturales y que me permito reproducir.

“Un país más competitivo…

Somos muchos los salvadoreños que pensamos que El Salvador puede ser más de lo que es. Históricamente, aunque con algunos periodos de excepción, hemos vivido divididos. Hemos avanzado, pero el desgaste de esa división nos ha robado valioso tiempo para desarrollarnos como una nación más competitiva.

En una coyuntura como la que estamos viviendo, donde esas divisiones toman fuerza, considero que es tiempo de reflexionar, analizar cómo estamos, qué queremos impulsar como nación y, sobre todo, qué acciones debemos tomar en la búsqueda de la competitividad y la prosperidad.

Menos ideología y más patriotismo es una fórmula que podemos emplear para buscar los puntos en común que tenemos todos los salvadoreños. Que los discursos y retórica de izquierda y derecha, los señalamientos a clases oligarcas y trabajadoras, las divisiones de ricos y pobres, sean parte del pasado. Orientemos nuestros esfuerzos hacia el diseño de un plan de nación incluyente, donde prevalezca el orgullo nacional por sacar adelante a nuestro país.

Ya una vez nos sentamos a la mesa, exactamente hace 20 años y logramos importantes acuerdos. Veinte años después es tiempo de que nos sentemos nuevamente jóvenes, académicos, políticos, empresarios, religiosos, en fin, todos los representantes de nuestra sociedad para diseñar entre todos un plan de nación que trascienda los periodos presidenciales, municipales y legislativos.

Sé que suena idealista, pero siendo pragmáticos lo podemos lograr. Y digo “podemos”, porque contribuir al diseño y construcción de ese “El Salvador” pacífico con oportunidades que queremos, debe ser un compromiso de todos. De lo contrario, seguiremos gastando en vano energías, tiempo y recursos que tanto se necesitan para el combate de la pobreza, de la delincuencia y para la generación de empleos y una mejor educación para nuestro pueblo.

Alcanzar estos objetivos de nación requiere estar en la misma sintonía, tener claro cuál es el rumbo estratégico, contribuir todos al respeto de la institucionalidad democrática, propiciar la seguridad jurídica y sobre todo la transparencia.

Mi experiencia en la empresa privada me ha permitido comprender que la competitividad y el trabajo en equipo son pilares fundamentales del éxito de una compañía. Considero que es así como deberíamos trabajar por nuestra nación. Todos los salvadoreños contribuyendo desde nuestra especialidad a la consecución del objetivo de construir un El Salvador más competitivo.

Sin importar ideologías, con humildad y tolerancia se avanza. Si funciona en las empresas, ahora imaginemos los resultados que podemos lograr toda la fuerza laboral de nuestro país trabajando unidos con ese espíritu de servicio.

Espero que este pequeño esbozo sirva para despertar en todos nosotros un agente de cambio interesado en apostarle a la competitividad de nuestro país como parte esencial del camino a la prosperidad.

Todos podemos ser parte de la generación del cambio. Una generación, que posee grandes virtudes, que ve hacia el futuro sin los resentimientos del pasado. Una generación donde los más experimentados permiten el relevo generacional y reconocen la necesidad de diseñar entre todos ese rumbo que queremos los salvadoreños.

No digo que esta es la fórmula completa, pero enfocándonos en la competitividad considero que podemos brindar grandes aportes al desarrollo de nuestro pueblo, al éxito de nuestro país”.

La posición de Carlos Calleja no es ninguna improvisación, ni responde a oportunismos políticos, sino que es una convicción que tiene que ver con lo que representa:

Carlos Calleja es esa generación del cambio que tanto hemos esperado que tome las riendas del futuro del país. Gente joven, capaz, con gran preparación académica, exitosos en su vida empresarial, que saben cómo funciona hoy el mundo, sin complicidad con el pasado y que posean una visión del futuro del país que todos queremos construir y tengan el liderazgo para lograrlo.

Carlos tiene la preparación, el mundo, la cercanía con la gente y el liderazgo para ser el Presidente que necesita El Salvador.

 

Polarización racional y polarización irracional. De Paolo Luers

Paolo Luers, 5 noviembre 2015 / El Diario de Hoy

Se ha vuelto moda culpar a la “polarización” de todos los males que vive nuestro país. En las expresiones más triviales de la anti-política, que actualmente se manifiesta en movimientos contra la “casta política”, la peste “polarización” figura a la par del cáncer “corrupción”.

Pero también hay consideraciones serias, hechas por analistas de peso como por ejemplo Luis Mario Rodríguez de FUSADES, que ponen la “polarización” al centro de las explicaciones de nuestros males.

En una columna publicada en julio de este año, titulada “Alegato por el disenso”, escribí:

“Me canso de estar escuchando el mismo discurso de que el país necesita superar sus divisiones políticas, llegar a acuerdos entre todos sobre el rumbo del país, y que entonces nuestros problemas se resolverían…

Lo escucho de religiosos, de algunos empresarios que quieren quedar bien con Dios y el diablo, de columnistas que no quieren ofender a nadie. Y de políticos que buscan un nicho electoral predicando “unidad” y “el fin de las ideologías”, y que se ofrecen como salvadores capaces de superar la polarización.

Lo que nos hace falta es el disenso honesto y transparente, no el consenso. Lo que nos urge es que las diferencias entre las distintas visiones del país se vuelvan tan claras que los ciudadanos, a la hora de votar en 2018 y 2019, puedan tomar una decisión consciente y educada, creando una mayoría alrededor de una propuesta definida. Solo así se puede definir el rumbo”.

Sostengo cada una de estas palabras. Pero voy a tratar de profundizar un poco este debate.

Parte del problema es que no hay una definición clara del término “polarización”. Si lo entendemos como sinónimo de la falta de consenso en una sociedad, y como la existencia de fuertes enfrentamientos entre dos (o más) posiciones políticas, ideológicas o concepciones excluyentes del desarrollo de la economía y la sociedad, para mí no es un término negativo y sostengo los argumentos arriba citados: antes de llegar a una mayoría capaz de dar rumbo al país con un consenso sólido, tenemos que pasar por mucho disenso transparente.

Pero hay otra manera de definir el término polarización, y de ella emanan argumentos que hay que tomar muy en serio. En alemán hay un término muy particular: “Lagerdenken”. Significa: pensar encerrado en una mentalidad de campo o bloque; percibir el mundo (el país, la sociedad) dividida en bloques o campos opuestos, y permitir que esta división determine todo: lo que pensamos, lo que podemos criticar, lo que debemos apoyar incondicionalmente. “Lager” es campo, y el término “Lagerdenken” nació en el tiempo de la guerra fría, cuando el mundo estaba limpiamente dividido en el campo “de la dictadura comunista” y el campo del “mundo libre” (visto desde Occidente); o entre el campo “socialista” y el campo “capitalista” (visto desde el lado oriental de la cortina de hierro)… Y la ley era: criticar al otro campo es obligatorio, incluso cuando tenga razón, y criticar adentro del propio campo es traición, incluso cuando había razon fuerte de hacerlo.

Esta forma de polarización/Lagerdenken obviamente es dañina para un país, porque limita e incluso sanciona, en cada uno de los “campos”, el pensamiento crítico. Pero sin pensamiento crítico/autocrítico y sin capacidad de tomar posiciones independientes no hay modernidad, no hay democracia sostenible, y no habrá renovación.

¿Tenemos esta forma de polarización paralizante? Sí. Y es cierto: es un obstáculo a vencer si queremos avanzar como sociedad.

Pero esto no significa que hay que buscar a reducir la confrontación política, filosófica, de valores diferentes, ideológica, como la queramos llamar. Por lo contrario. Una vez que el debate público se libera de las restricciones del “Lagerdenken”, el pensamiento crítico llevará implícito pensamiento autocrítico. Una vez que se supera la falsa polarización que percibe el mundo como dividido en dos campos, habrá libertad para enfrentamientos de ideas no solo entre los partidos, sino también dentro de cada partido político.

En el FMLN hay un debate pendiente, pero siempre suprimido, entre comunistas y socialdemócratas, entre populistas y progresistas, entre revolucionarios y reformistas. De igual forma, en ARENA nunca se ha discutido en serio entre liberales y conservadores, entre progresistas y reaccionarios. Borrando la falsa polarización, se puede llegar a un auge de debate controversial en toda la sociedad. Esta es la polarización positiva, la del disenso, la de la pluralidad, la de la construcción de una mayoría alrededor de un consenso. En cambio, la “unidad nacional”, donde todos seamos convencidos de lo mismo y dejemos de pelear, es una quimera peligrosa, inventada para confundir, distraer y seducir…

 

Lo que hace falta es medir las fuerzas. De Paolo Luers

Paolo Luers, 8 septiembre 2016 / El Diario de Hoy

En ciertas coyunturas –y hoy parece que estamos en una de ellas- las páginas de los periódicos y los espacios de entrevistas en televisión se llenan de llamados al diálogo, a la concertación, a llegar a ‘acuerdos de país’, y a ‘superar la polarización’. Algunos, incluso, hablan de la oportunidad para  ‘un acuerdo de paz de segunda generación’. Mucha gente inteligente difundiendo humo…

Irónicamente, casi siempre cuando estos llamados suenan más alto, son los momentos cuando menos es realista pensar que se puede llegar a este tipo de acuerdos. Hay una verdad que muchos o no entienden o frecuentemente olvidan: Para que pueda haber acuerdos sostenibles, tiene que estar clara la correlación de fuerzas – porque si no, se negocia sobre ilusiones, pretensiones falsas o apariencias, y no sobre realidades.

Acordémonos: para que la negociación como método para terminar la guerra se convierta de  una idea en un proyecto político realista y viable, primero había que pasar por una medición de fuerzas en noviembre del 1989. La idea nació con el triunfo electoral de Cristiani, pero la negociación seria comenzó luego de que en noviembre de 1989 se comprobó que ninguno de los dos bandos podía ganar la guerra.

Los acuerdos de paz de Colombia se hicieron realidad luego de que, en el terreno militar, resultó evidente que Uribe había logrado debilitar a las FARC al punto que ya no podían aspirar a romper el aislamiento político y social con métodos militares o terroristas – pero igualmente se había hecho evidente que tampoco el estado tenía la capacidad de aniquilar a la guerrilla. Estando las cosas claras y las fuerzas medidas, valió la pena sentarse y negociar. El resultado está sobre la mesa.

Bueno, nosotros no estamos en guerra. Pero sí estamos en una situación de fuerte polarización entre gobierno y oposición – tan fuerte que en buena parte paraliza la política y no permite solucionar los graves problemas del país.

Mi tesis: Igual que en 1989, el país necesita que se defina la correlación de fuerzas. Y sobre la nueva correlación de fuerzas que salga, se podrá seriamente negociar para llegar a acuerdos de país. Antes no.

Para decirlo de otra manera: Luego de 7 años de gobiernos del FMLN; luego del colapso del entusiasmo de la alternancia y de ‘el cambio’; luego que el fenómeno Funes haya llegado a su triste final con su fuga a Nicaragua para evadir la justicia; luego de todo el impacto que todo esto tiene sobre el FMLN y sus relaciones con la sociedad civil; luego de que ARENA comienza a salir de la prolongada crisis que le provocaron el fenómeno Saca y la pérdida del poder, no se pueden tomar decisiones políticas de gran trascendencia ni pactar soluciones serias sin antes medir la verdadera correlación de fuerzas entre el FMLN y ARENA – y el respaldo que cualquiera de los dos tiene en la sociedad civil, no solo en cuanto a votos, sino en cuanto a sinergia que pueda movilizar para recomponer al país, su economía y su convivencia cívica.

Bueno, pero no tenemos elecciones hasta en el 2018 para medir la nueva correlación de fuerzas. ¿Qué hacemos mientras tanto? Mientras tanto, las fuerzas políticas del país, sobre todo los polos FMLN y ARENA, van a tener una sola prioridad: ganar las elecciones del 2018 y del 2019. Y tienen toda la razón. Lo más importante es que en estas dos elecciones se defina la correlación de fuerzas y que salga un gobierno fuerte, con un mandato claro en cuanto al rumbo que hay que dar al país. Y esto es importante para el país, no solo para los partidos. De esto depende la posibilidad de abrir, una vez definida la correlación real de fuerzas, una negociación seria para llegar a las políticas del Estado necesarias para regenerar al país.

Pero ojo: Un mandato suficientemente claro solo va a surgir de un proceso electoral de gran altura donde la gente realmente podrá optar por propuestas políticas claramente definidos. Generar estas tiene que ser parte de la prioridad de los partidos de aquí al 2019. Por que si no hay claridad sobre las diferentes opciones,  no hay manera que una negociación política tenga éxito.

¿Esto significa que mientras tanto estamos condenados a la paralización de la política que conlleva la polarización? No. Nada impide que gobierno y oposición lleguen a acuerdos parciales, por ejemplo sobre cómo evitar que la crisis fiscal lleve a una crisis social y económica. Se puede llegar a acuerdos sobre cómo sentarse con el Fondo Monetario para mantener al estado a flote. Se puede llegar incluso a algunos acuerdos en cuanto a seguridad pública. Lo que no se puede esperar, antes de que se defina la nueva correlación de fuerzas, son acuerdos sobre el rumbo del país.

 

Descifrando el estado de emergencia. De Jorge Daboub

La verdadera emergencia del país comenzó cuando los gobiernos empezaron a presentar presupuestos mentirosos, a gastar en medidas populistas, a derrochar recursos públicos y a apropiarse de las pensiones de los salvadoreños.

jorge-daboubJorge Daboub, 19 octubre 2016 / LPG

“El sabio puede cambiar de opinión; el necio, nunca”. (Immanuel Kant)

Forzado por la crisis de iliquidez que estrangula las finanzas públicas, el presidente de la república declaró recientemente una emergencia nacional; pero sin aclarar qué significa tal declaratoria y sin asumir ni la más mínima dosis de responsabilidad.

la prensa graficaEs a todas luces claro que el impreciso pronunciamiento presidencial lo único que buscaba era embaucar a los partidos políticos para negociar con ellos una salida al coyuntural problema de caja del Estado. A cambio, ofrece un “después seguimos platicando de lo demás”, cuando “lo demás” es la verdadera causa de los problemas.

La verdadera emergencia del país comenzó cuando los gobiernos empezaron a presentar presupuestos mentirosos, a gastar en medidas populistas, a derrochar recursos públicos y a apropiarse de las pensiones de los salvadoreños. La situación se recrudeció cuando el gobierno anterior comenzó a ahuyentar la inversión privada, a atacar a la Sala de lo Constitucional, a hacer pactos clandestinos con la delincuencia, a dividir a la sociedad generando el odio de clases, a tomarse las instituciones del Estado para concentrar poder y a derrochar el dinero público. El actual gobierno lo que ha hecho es intensificar la crisis.

Sin embargo, con suficiente tiempo, centros de pensamiento, gremiales empresariales, movimientos sociales, universidades y analistas independientes advirtieron que de seguir por esa ruta la economía se estancaría y las arcas del Estado se vaciarían. Todos hicieron oportunas y atinadas recomendaciones, las cuales los dos últimos gobiernos han venido refutando con diatribas y falsas acusaciones, y más recientemente con especulaciones sobre supuestas conspiraciones en su contra.

Si el gobierno hubiera adoptado las propuestas que oportunamente se le hicieron, la economía estaría creciendo a tasas más altas y las finanzas públicas gozarían de una estabilidad aceptable. El problema del país no es por falta de recursos, ni por falta de acuerdos, sino por falta de una visión correcta.

Las dos administraciones de izquierda son los que más recursos han tenido en la historia de El Salvador. Desde 2009 han aprobado seis reformas tributarias en siete años, en virtud de las cuales se han creado 22 nuevos impuestos que les han generado el doble de ingresos de lo que se recaudaba antes.

Además de eso, a través de créditos han recibido el doble de préstamos que los gobiernos anteriores, generando una gigantesca deuda pública que tendrán que pagar las presentes y futuras generaciones de salvadoreños. Los famosos $1,200 millones que afirman necesitar con urgencia es solo el costo de la realidad que ya los alcanzó.

El origen real de los quebrantos financieros del Estado ha sido la necia insistencia del FMLN de imponer en El Salvador –contra toda evidencia histórica– el fallido socialismo del Siglo XXI, modelo cuya implementación requiere de millonarias erogaciones en clientelismo político, la compra de voluntades y el populismo de Estado. Es la ceguera ideológica de los excomandantes lo que ha drenado los millonarios recursos que el erario público ha recibido en los últimos años.

En consecuencia, la solución a la “crisis” fiscal y a los problemas económicos del país no se basa en acuerdos entre los partidos políticos, pues no es “la polarización” su verdadera causa, como se quiere hacer creer. No olvidemos que para el FMLN las negociaciones y los consensos políticos son solo una táctica para ganar tiempo y conseguir más recursos con qué financiar su trasnochado proyecto político. Eso ya lo han demostrado hasta la saciedad.

La salida a la crisis fiscal consiste en que se aplique la lógica económica en la administración del Estado y que el país retome el rumbo de la democracia. Esto significa evitar que los recursos públicos se malgasten en aumentar la burocracia estatal con correligionarios del partido, en compra de voluntades, en movilización de gente para mítines y manifestaciones callejeras, en políticas públicas sin ninguna rentabilidad social y en publicidad y propaganda ideológica, entre otros derroches.

También requiere que se frenen los ataques contra la Sala de lo Constitucional, que se haga respetar la Constitución y apostarle al crecimiento económico y la generación de empleo. ¡Ah! y que el presidente de la república y sus compas de partido abandonen su mala praxis de mentirle a la población y de manejar el doble discurso, para que se pueda generar la confianza y la estabilidad política que el país necesita.

En medio de esta “coyuntura” los partidos de oposición y las organizaciones de la sociedad civil deben concentrarse más en convencer –presionar, si es necesario– al FMLN de la irracionalidad financiera de su modelo económico, y no perder el tiempo en coloquios que al final terminarán haciendo parecer a los buenos como malos y a los malos como buenos.

Debemos ver la evidencia aplastante de los hechos: la persistencia del FMLN de implantar en El Salvador el socialismo le está costando al país desempleo, inseguridad, pobreza, escasez, corrupción, fuga de inversiones, crisis fiscal e incertidumbre en el futuro para nuestros jóvenes. Si no se le frena, el FMLN seguirá hundiendo al país en un abismo financiero y destruyendo de la democracia. Recordemos que los malos triunfan cuando los buenos no hacen o cuando lo que hacen los buenos no está a la altura de las circunstancias.

Verdades mentirosas. De Jorge Daboub

Los problemas de El Salvador no se resolverán echando cada vez más dinero de los salvadoreños en el saco sin fondo del gobierno, como sus funcionarios nos quieren hacer creer. El país necesita análisis más honesto, trabajo más eficiente y soluciones más inteligentes y realistas.

Jorge Daboub, presidente de ANEP

Jorge Daboub, presidente de ANEP

Jorge Daboub, 13 octubre 2015 / LPG

Es impresionante ver cómo la publicidad y la propaganda oficial distraen a la sociedad de los verdaderos problemas sociales y la ponen a discutir sobre temas equivocados. El efecto que la desinformación oficial produce es tan alucinante que nadie parece darse cuenta de estar siendo distraído en debates sobre asuntos en los que el gobierno ya tiene una decisión tomada y que, casi fatalmente, será la que termine por imponerse.

Para ilustrar cómo funciona este engaño, veamos dos de los ejemplos más recientes: las discusiones sobre el sistema de pensiones y sobre la propuesta de una “contribución especial” para la seguridad.

Por medio de campañas de publicidad, de sus voceros y de los miembros de su partido (junto con sus aliados interesados) el coro oficialista ha hecho creer a muchos que el sistema privado de pensiones no funciona y que hay que reformarlo. ¡Totalmente falso!

Tras de dicha falacia, el gobierno propone la “brillante” solución de volver al sistema viejo, expropiando, de paso, una buena parte de los ahorros que los trabajadores tienen en el fondo de pensiones. Y por medio de ese embuste tiene hoy a todos discutiendo sobre la mejor manera de reformar el sistema de pensiones.

Esta es la realidad: el sistema privado de pensiones venía funcionando bien hasta que el gobierno metió su mano en él, creando un fideicomiso que obliga a las AFP a entregarle al Estado el 60 % de los ahorros de los trabajadores a cambio de un exiguo interés de 1 %; que además es injusto e ilegal. Con esa disposición, entre 2006 y 2014 el gobierno ya había tomado “prestado” más de $4,800 millones de los ahorros que los salvadoreños tienen en el fondo de pensiones.

Por si lo anterior fuera poco, el gobierno no les permite a las AFP invertir el resto del dinero en títulos valores más rentables en los mercados internacionales, y las obliga a colocar el ahorro de los trabajadores en títulos del Estado, limitando aún más su rentabilidad y generando una pérdida del patrimonio de los salvadoreños de aproximadamente $1,200 millones.

Para evitar que este perjudicial despojo continúe, se debería retornar al fondo de pensiones el dinero que el gobierno le ha extraído, y evitar que los ahorros de los salvadoreños se sigan usando como la caja chica del Estado. Así los trabajadores del sistema privado tendrían aseguradas sus pensiones, la rentabilidad del fondo se recuperaría y el sistema funcionaría igual o mejor que antes.

En conclusión, la verdadera discusión sobre el sistema de pensiones debe girar en torno a una rendición de cuentas por parte del gobierno y a cómo invertir de manera más eficiente los dineros públicos a modo de garantizar las pensiones a los trabajadores del sistema antiguo. Pero debatir sobre la parte del sistema que funciona es equivocado y contraproducente.

El otro tema en donde la propaganda oficial ha distraído astutamente la atención es la supuesta necesidad de más dinero a fin de financiar planes para mejorar la seguridad pública. Por medio de un bombardeo publicitario, el gobierno ha hecho creer que la seguridad no mejora por falta de dinero. Y tiene a todos discutiendo sobre cómo hacerle llegar más fondos. Unos proponen impuestos al consumo o a las ganancias de las empresas; otros, contribuciones; otros, que se emitan bonos públicos, y los más sesudos proponen que los diputados cedan parte de sus salarios. Pero la discusión no debe ser esa.

Primero analicemos si es verdad que el gobierno no tiene suficiente dinero para la seguridad.

En los últimos 6 años, el gobierno recibió un total de $19,637 millones de impuestos, lo que significa un aumento de 42.4 % respecto de los 6 años anteriores. Asimismo, en los últimos 6 años el gobierno recibió $5,727 millones adicionales de deuda, aumentando en 54.9 % la deuda total del país. Es decir, que solo por estas dos vías (impuestos y préstamos) el gobierno ha recibido $25,364 millones en los últimos seis años. Pero a pesar de haber recibido tan exorbitante cantidad de dinero adicional, las acciones en seguridad trajeron como resultado que el número de homicidios aumentara de 9 diarios en 2009 a 21 diarios en lo que va de 2015. Los números demuestran que el problema de la seguridad no es de dinero, sino de cabeza.

En consecuencia, las discusiones para mejorar la seguridad deberían concentrarse en otras áreas como asignar eficientemente los recursos, mejorar la coordinación entre las entidades encargadas de garantizar la seguridad, depurar la PNC y el Órgano Judicial y hacer más efectivo el trabajo de las autoridades en el combate al crimen. Y solo después de que se haya hecho ese esfuerzo de raciocinio y se haya puesto en práctica, con metas medibles y responsabilizando por los resultados a los funcionarios a cargo, tendríamos que debatir sobre el tema de los recursos, si es que hicieran falta. Pero el país no avanzará si siempre ponemos la carreta delante de los bueyes.

Las evidencias sobre la incapacidad del gobierno para resolver los principales problemas del país son aplastantes. Pese a obtener cada vez más dinero, el gobierno no ha podido mermar las graves deficiencias en Salud y Educación, ni remontar el bajo crecimiento económico, ni reducir el apremiante déficit fiscal. Sobre la ineficacia de las “estrategias” gubernamentales para mejorar la seguridad, los más de 5,200 asesinatos del año hablan claramente.

Los problemas de El Salvador no se resolverán echando cada vez más dinero de los salvadoreños en el saco sin fondo del gobierno, como sus funcionarios nos quieren hacer creer. El país necesita análisis más honesto, trabajo mas eficiente y soluciones más inteligentes y realistas. Juguemos en la cancha correcta.