Gabriela Calderón

No pueden multiplicar los panes. De Gabriela Calderón

Gabriela Calderón, ecuatoriana

Gabriela Calderón, columnista ecuatoriana y analista en el Cato Institute

Gabriela Calderón, 15 enero 2016 / EL UNIVERSO

Contrario a lo que suelen hacernos creer quienes gobiernan, no todo se puede, ni siquiera en la política. Los empleos no se crean por decreto, ni los salarios aumentan con la voluntad política expresada en el sueldo mínimo. Tampoco se esfuma el déficit público simplemente con desearlo y sin incomodidades. La escasez es una realidad de la vida, y a veces los últimos en aceptarla son los políticos.

Considere el caso de Grecia. Alexis Tsipras llegó al poder prometiéndolo casi todo. A casi un año luego de haber llegado al poder le ha tocado comerse sus palabras e implementar grandes tijeretazos, incluso un recorte de hasta el 35% a las pensiones públicas. Cuando el dinero se acaba, eso de “si queremos, podemos” no se da. Y por intentar lo imposible no solo que terminó haciendo precisamente lo contrario de lo que pretendía –recortar pensiones y gasto público–, sino que de paso quebró al sistema bancario del país. Nótese que los griegos en ningún momento perdieron confianza en el euro y por eso esa economía sigue estando “euroizada”. De hecho, para septiembre de 2015 y según una encuesta realizada por GPO, el 76% de los griegos manifestó su deseo de mantener el euro.

El premio nobel de economía James Buchanan y Richard Wagner sostenían:

“Una nación no puede sobrevivir con instituciones políticas que no reconocen frontalmente el hecho esencial de la escasez. Es simplemente imposible prometerle más a una persona sin reducir aquello que se les ha prometido a otros. Y no es posible Screen Shot 2016-01-15 at 11.41.32 AMaumentar el consumo hoy, al menos sin aumentar el ahorro, sin tener menos consumo mañana. La escasez es realmente una realidad de la vida, y las instituciones políticas que no confrontan este hecho amenazan la existencia de una sociedad próspera y libre”.

Es preocupante que nuestro gobierno se niegue a enfrentar la realidad de la escasez. La verdadera raíz de nuestra recesión –que según las últimas proyecciones del Banco Mundial podría implicar al menos cuatro años perdidos en cuanto a crecimiento económico (2015-2018)– es una clase política que se comporta como una familia irresponsable que gasta más de lo que le ingresa.

Su negación a aceptar la escasez ha llevado al Gobierno a cumplir con sus obligaciones de formas cuestionables. Desde la emisión de Títulos del Banco Central (TBC) –cuya frecuencia de emisión y maduración parece estar en aumento– hasta el uso de dineros de la Reserva Internacional (RI) que no le pertenecen ni al Gobierno central ni al Banco Central del Ecuador (BCE). Esto pone en riesgo no a la dolarización, pero sí la liquidez del sistema financiero, que como cualquier sistema financiero de encaje fraccional (dolarizado o no), necesita que sus reservas bancarias estén líquidas para atender a sus depositantes. La creatividad del Gobierno podría resumirse en trasladar el riesgo de las finanzas públicas al sistema financiero del país.

Este apetito voraz del fisco no se controla con moneda propia, ni empezando a circular otros medios de pago, ni con salvaguardias o con un timbre cambiario. Esas medidas solo sirven para posponer los ajustes que tarde o temprano igual llegarán. Insistir en eso servirá para profundizar la recesión, algo que les podría pasar factura en las elecciones. (O)

El santo grial de la igualdad. De Gabriela Calderón

La analista Gabriela Calderón, de Ecuador, sobre la confusión entre igualitarismo y lucha contra la pobreza. (SV)

Gabriela Calderón es investigadora en el Cato Institut en Washington

Gabriela Calderón es investigadora en el Cato Institut en Washington

Gabriela Calderón, 26 junio 2015 / EL UNIVERSO (ECUADOR)

Quienes persiguen el santo grial de la igualdad de manera engañosa confunden la igualdad con la pobreza. Esta confusión es peligrosa porque deriva en políticas redistributivas en desmedro de aquellas que buscan reducir la pobreza. No hay una relación clara entre la concentración de riqueza y los niveles de pobreza. De hecho, hay países pobres y ricos que tienen bajos niveles de desigualdad como Etiopía y Noruega, así como también los hay con altos niveles de desigualdad como Ghana y Estados Unidos.

Los soldados de la cruzada igualitaria también olvidan que la riqueza no es estática, constantemente crece o disminuye. De ahí que el problema principal en economías que todavía no dan el salto al desarrollo es crear más riqueza, no distribuirla mejor. Por eso importa el crecimiento económico sostenido y convienen las políticas que lo promueven. Un estudio del Banco Mundial (2013) que analiza la mejora en los ingresos del 40% más pobre en 118 países a lo largo de los últimos 40 años concluyó que tres cuartas partes de la mejoría se deben al crecimiento económico –y solo una cuarta parte a programas redistributivos–.

La retórica del santo grial de la igualdad suele ser efectiva para desviar la atención de una realidad que la contradice. Quienes se llenan la boca hablando de la igualdad de ingresos, de la “justicia social” y de tantos otros eslóganes de moda, se quedan callados frente al elefante en la habitación: la grandísima desigualdad de poder entre todos los ciudadanos y el Gobierno. El economista Peter T. Bauer explicó en su ensayo “El grial de la igualdad” que “cuando la desigualdad de poder político entre gobernantes y gobernados es marcada, las medidas convencionales de ingresos y calidad de vida no pueden ni remotamente reflejar lo esencial de la situación. Este tipo de medidas subestiman considerablemente las realidades de la desigualdad en una sociedad en la que los gobernantes pueden disponer de los recursos prácticamente cuando les dé la gana. Podrían utilizar su poder para asegurarse ingresos cuantiosos; o podrían elegir estilos de vida austeros. Aun así tienen un gran poder sobre las vidas de sus súbditos, que pueden utilizar para asegurarse a sí mismos una mejor calidad de vida cuando sea que lo quieran”.

Esta es la desigualdad que constituye el principal obstáculo al desarrollo en nuestro país.

Los propulsores del santo grial de la igualdad buscan imponer una nueva moralidad. La envidia no es un sentimiento malsano, incluso es justificado por el discurso oficial. Es bueno confiscar la propiedad de otros, si son pocos o clasificados como “demasiado ricos”.

La retórica igualitarista está bien para los discursos en los mítines políticos, para predicarle a su coro (ya no tan numeroso), y son efectivos cuando las cosas andan bien y a pocos les interesa analizar lo que realmente está pasando. Pero ahora que finalmente nos empiezan a pasar la cuenta por los excesos de la larga fiesta populista y cuando el Gobierno ha llegado a una concentración de poder que intimida a cualquier individuo –rico o pobre– esa retórica queda desnuda ante la realidad de que todo “el proyecto” de la “Revolución Ciudadana” no se trataba de “justicia social”, ni de igualar los ingresos, ni de controlar la corrupción, sino de una ambición desmedida de concentrar poder en una nueva élite.