De acuerdo al firmante de la paz y observador político de El Diario de Hoy, los salvadoreños y especialmente los jóvenes no deben de “borrarse” de la participación política, sino involucrarse y hacerse cargo del país y su destino.
Entrevista de Guillermo Miranda Cuestas, 16 febrero 2018 / El Diario de Hoy
A semanas de la elección del 4 de marzo y ante voces que gritan votar nulo o quedarse en casa, el firmante de la paz y exdirigente del FMLN durante el conflicto armado, Salvador Samayoa, explica con acostumbrada agudeza crítica y lenguaje franco por qué no da igual cómo quede integrada la próxima Asamblea Legislativa.
Samayoa no solo distingue entre candidatos honestos y sinvergüenzas, sino entre ideas y proyectos contrapuestos por los partidos políticos en la integración de la Corte Suprema de Justicia, la situación fiscal del país y la calidad de los servicios públicos, entre otros temas. Además, dibuja el peligro del discurso antipolítico a través de los efectos desastrosos que esta ha producido en el vecindario latinoamericano.
«No es cierto que todos sean “la misma porquería”, como dicen algunos. Hay candidatos honestos y hay sinvergüenzas. Tenemos el poder de nuestro voto para apoyar a unos y rechazar a otros. Decir que todos son iguales y que no vale la pena votar es un análisis muy pobre o un planteamiento interesado.»
Salvador Samayoa
A lo largo de esta entrevista, y sobre todo en su conclusión, Salvador Samayoa centra su foco en los jóvenes y destaca que lejos de reproducir amarguras y desesperanza contra el sistema político, deben dedicar su energía y dinamismo para construir una sociedad distinta.
¿Qué significa esta elección para el país?
Esta elección es muy importante, como todas las elecciones. A través de sus resultados se configura un componente importante del poder político del país. Todos sabemos que un poder mal orientado, perverso, corrupto o ideológicamente distorsionado puede hacerle mucho daño a los ciudadanos, a las instituciones, a la economía.
Y de la misma manera, cuando el ejercicio del poder es relativamente sano, aunque no sea del todo eficiente, si está orientado por la decencia y por principios democráticos, se convierte en una garantía importante de respeto a los derechos ciudadanos y en una esperanza de progreso para amplios sectores. O sea que el poder político es muy importante para el desarrollo del país y para la vida cotidiana de las personas.
«Un partido político, por ejemplo, cree, piensa y propone -y si tiene los votos lo va a hacer- que los magistrados de la Corte Suprema de Justicia deben ser elegidos por votación popular. Eso sería una distorsión y una aberración muy peligrosa.»
Salvador Samayoa
¿Qué está en juego particularmente en estas elecciones del 4 de marzo?
Hay muchos temas que son importantes. En la Asamblea Legislativa se hacen las leyes y se definen las instituciones del Estado. En ese ejercicio se pueden fortalecer o destrozar las libertades públicas. Un partido político, por ejemplo, cree, piensa y propone -y si tiene los votos lo va a hacer- que los magistrados de la Corte Suprema de Justicia deben ser elegidos por votación popular.
Eso sería una distorsión y una aberración muy peligrosa, sin precedentes nacionales y sin referentes respetables en alguna parte del mundo. La sola idea de que alguien tenga que hacer campaña política para obtener una magistratura, y por tanto, entre otras cosas, tenga que pedir dinero y apoyos a los poderes fácticos, convertirse en figura mediática, adelantar opinión sobre procesos judiciales, comprometerse en cualquier sentido ante la opinión pública o realizar cualquier acción imaginable propia de una contienda electoral para ser elegido magistrado, sería un contrasentido, se prestaría a grotescas manipulaciones de la justicia y nos haría retroceder décadas, hasta los tiempos en que la Corte Suprema era poco más que un apéndice del poder político de turno.
Y así de peligrosa como es esta propuesta, hay un partido político, en este caso el Frente, que si logra los votos necesarios la va a llevar adelante.
Otro tema es el de los impuestos, que tanto nos molestan a los ciudadanos y nos indigna cuando vemos nuestro dinero gastado no solo en viajes y en autos caros de funcionarios del Estado, sino que vemos en la prensa cuántos millones más va a costar el retraso del edificio de la Corte porque estaban mal hechos los planos; cuántos cientos de millones de dólares ha consumido de nuestros impuestos el hoyo del Chaparral, la decisión absurda y corrupta de expulsar al socio estratégico en la producción de energía geotérmica o el abandono por incompetencia del puerto de La Unión; o cuántos millones en intereses de bonos o préstamos internacionales nos ha costado el manejo irresponsable de las finanzas públicas.
Estos y otros despilfarros no han sido solo responsabilidad de los gobernantes, sino también de los diputados. Entonces nos cobran muchos impuestos y despilfarran nuestro dinero cuando no se lo roban directamente, sin darle a la gente servicios públicos de calidad.
Que haya más impuestos o menos impuestos, que se respeten o se expropien los ahorros de pensiones de los trabajadores, que los servicios públicos de salud dispongan de los fondos necesarios para la gente que no puede pagar seguros privados depende, como muchas otras cosas, de cuáles partidos y cuáles candidatos ganen las elecciones de marzo.
«Que un joven se borre de la participación política, que no tenga ninguna esperanza, que tenga un análisis tan malo como para pensar que da igual tener a unos o a otros en la Asamblea Legislativa, me parece de verdad patético. El que llame a los jóvenes a hacer eso se comportaría como un falso líder, como un oportunista; y los jóvenes que lo sigan, si es que lo siguen en esa consigna, demostrarían ser débiles y fácilmente manipulables.»
Salvador Samayoa
Hay líderes políticos que dicen que da igual quién gane y que hay que votar nulo o quedarse en casa.
Esto es una imbecilidad. No se puede calificar de otra manera. No es cierto que todos sean “la misma porquería”, como dicen algunos. Ni son iguales en lo que defienden y proponen los partidos, ni son iguales en capacidad y decencia las personas que los representan. Hay candidatos honestos y hay sinvergüenzas. Tenemos el poder de nuestro voto para apoyar a unos y rechazar a otros. Decir que todos son iguales y que no vale la pena votar es un análisis muy pobre o un planteamiento interesado.
Este es un slogan típico de movimientos que tienen por bandera la antipolítica y ya sabemos -o debiéramos saber- adónde lleva la antipolítica. Casi todos los casos recientes en los que hubo predicadores de ese tipo -figuras iluminadas, aparentemente frescas, redentores con barba o sin barba, que venían a salvar a la población de la miasma de los partidos- terminaron mal para la gente.
La gente tiene derecho a estar enojada, pero debe cuidarse de los falsos profetas. Mirá lo que pasó en Venezuela: todo comenzó cuando la gente decidió no ir a votar porque estaba cansada de los políticos. Veinte años llevan ya con este régimen oprobioso, incomparablemente más corrupto que los anteriores, sin el menor respeto por los derechos y las libertades democráticas. Era uno de los países más ricos y ahora todo el pueblo se encuentra en la miseria; los pobres que ya eran pobres, las clases medias empobrecidas, las empresas cerradas, los líderes de oposición encarcelados y los “salvadores de la patria” convertidos en tiranos crueles y represivos. Las situaciones donde han ocurrido este tipo de prédicas de que “los partidos no sirven” o “no hay que ir a votar” no han terminado bien para la gente.
Si un líder político o un líder de opinión llama a la gente a no votar, solo hay dos posibilidades: o es muy irresponsable o quiere aprovecharse del cansancio y la desesperanza de la gente por un interés particular. Hasta ahora solo he escuchado a dos o tres figuras mediáticas hacer este llamado. El más prominente es Nayib Bukele. No sé por qué no lo mencionás por su nombre en tu pregunta, como si fuera Lord Voldemort, “el que no debe ser nombrado”.
Sí, por ejemplo, Nayib Bukele.
Bukele tiene un cierto potencial de influencia en los jóvenes, pero en este caso, creo que se ha equivocado y parece que ya ha comenzado a reconocerlo. Ha sido una falta de astucia política -que normalmente le sobra- y una falta de respeto a los jóvenes pedirles precisamente que no voten o que anulen el voto.
Se puede entender que un viejo piense así, que esté amargado, cansado, hastiado, que se haya vuelto escéptico y nihilista, que ya no quiera participar, que no tenga ya esperanza y que caiga en la parálisis política o social hasta el punto de no levantarse siquiera para votar. Pero que un joven, sobre todo un joven de las capas medias urbanas, que tiene mucho que ganar y mucho que perder, a diferencia de los más ricos y los más pobres, se borre de la participación política, que no tenga ninguna esperanza, que tenga un análisis tan malo como para pensar que da igual tener a unos o a otros en la Asamblea Legislativa, me parece de verdad patético. El que llame a los jóvenes a hacer eso se comportaría como un falso líder, como un oportunista; y los jóvenes que lo sigan, si es que lo siguen en esa consigna, demostrarían ser débiles y fácilmente manipulables.
«Es necesario que en cada tiempo haya jóvenes
dispuestos a encarnar el mito de Prometeo,
dispuestos a arrebatar el fuego de los dioses.»
Salvador Samayoa
Más allá de votar un día, ¿en qué más se puede involucrar un ciudadano común?
Se puede participar de manera más activa y permanente entrando a un partido político. No todas las personas tienen esa inclinación, y algunos que la tienen no aguantan el ácido, pero es obvio que la política sería mejor si en vez de solo crítica entrara otro tipo de gente a la palestra, como en tiempos pasados en los que el compromiso de muchos jóvenes de sectores no muy proclives a la militancia imprimió a las fuerzas políticas mucha energía, innovación, dinamismo y sentido de nación.
También se puede estar en movimientos sociales, en una cantidad de instituciones de la sociedad civil que se preocupan por los problemas del país, que los estudian, los analizan y tratan de tener propuestas e influir en el desarrollo de las cosas. Lo que no se vale es borrarse, no hacerse cargo. Cuando hay conciencia y voluntad de contribuir de alguna manera al bien común, hay muchas modalidades para participar en la vida nacional, muchas formas de hacerse cargo de los problemas del país.
Algunos dirán que es difícil hacerse cargo uno en un sistema tan polarizado que absorbe hacia los extremos.
En primer lugar, no es cierto que esté polarizado, esta es una palabra que repiten como loros muchos “analistas” en los medios de comunicación. En realidad, la polarización es una categoría que el discurso político ha tomado prestada de la física, de ciertas analogías simplificadas -no necesariamente científicas- con la teoría de los campos electromagnéticos, en el particular sentido de la tendencia de las partículas dentro del campo a gravitar por atracción magnética en la órbita de los polos.
«A la política no se puede entrar pidiendo garantías.
Uno logra lo que puede con su esfuerzo y con su lucha.
Uno se enfrenta con poderes que parecen inamovibles.
A veces logramos ablandarlos y hasta removerlos;
otras veces prevalecen los poderes establecidos.»
Salvador Samayoa
Esto es lo que ocurría antes en el país, que no podía haber partidos políticos, medios de comunicación, iglesias, sindicatos, asociaciones gremiales realmente independientes, que tuvieran existencia autónoma, sin vínculos fuertes, afinidad, nexos de subordinación, alianzas con o necesidad de protección de alguna de las fuerzas enfrentadas en el conflicto. Todos terminaban gravitando en torno a uno de los polos; había sindicatos de izquierda gravitando alrededor del Frente y sindicatos de derecha con el gobierno.
Lo mismo ocurría con los medios de comunicación, alineados con una u otra parte del conflicto, que solo podían subsistir en esa órbita. Algo parecido ocurría con los intelectuales académicos, la seguridad pública, la justicia y todo lo demás. En ese contexto de la guerra sí estaba polarizada la política y la sociedad, porque era casi imposible o no tenía sentido la existencia autónoma o la independencia real de las fuerzas políticas y sociales.
Esta no es la situación que tenemos hoy. No es cierto que El Salvador sea un país polarizado. Distinto es que haya dos fuerzas predominantes, con posiciones a veces irreductibles, cuyo enfrentamiento se considera frecuentemente estéril y absurdo, pero eso no es polarización.
Bueno, pero aún admitiendo que el término “polarización” no sea correcto, ¿cómo se garantiza que el que se meta en política no será absorbido por alguna de estas fuerzas?
La respuesta es simple: nadie lo puede garantizar. Cualquiera puede ser triturado en el trapiche de la política. El que entra debe saber que tiene que luchar para cambiar las cosas. Así ha sido siempre y así seguirá siendo siempre. A la política no se puede entrar pidiendo garantías. Uno logra lo que puede con su esfuerzo y con su lucha. Uno se enfrenta con poderes que parecen inamovibles. A veces logramos ablandarlos y hasta removerlos; otras veces prevalecen los poderes establecidos.
Uno se enfrenta dentro de los partidos con gente dogmática, con ideas anquilosadas, se enfrenta con tremendas resistencias al cambio, con vergonzosas defensas de intereses personales. Los partidos tienen cúpulas instaladas, que no ceden fácilmente sus posiciones. El que quiera entrar tiene que enfrentarse a eso. Es la realidad. Por eso es necesario que en cada tiempo haya jóvenes dispuestos a encarnar el mito de Prometeo, dispuestos a arrebatar el fuego de los dioses.