22 noviembre 2018 / LA PRENSA GRAFICA
Debo admitir que llegué a medio siglo de edad, no de sabiduría, sin saber verdaderamente qué era el populismo. Había leído sobre el peronismo argentino y el fascismo italiano liderado por Mussolini, pero nunca había vivido y observado de cerca una experiencia que pudiera calificarse así. Y en estos temas no es lo mismo vivirlo a que te lo cuenten. Finalmente me llegó el turno durante 3 años en Venezuela (2004-2006) cuando Chávez consolidó el poder después de «ganar» el referendo revocatorio. Desde entonces el precio del barril de petróleo continuó subiendo hasta superar los $100, subsidiando a los pobres, comprando desde políticos de la oposición hasta la política exterior de varios países de Latinoamérica y el Caribe, con la corrupción generalizada más grande de la historia latinoamericana.
Pero el populismo en Venezuela fue parte de un proyecto más amplio latinoamericano y del Caribe liderado por los Castro en Cuba y financiado con recursos extraordinarios por Chávez en y desde Venezuela, donde la llamada Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) intentaría disputarle la hegemonía a gobiernos más o menos democráticos respaldados por Estados Unidos y Europa Occidental. Debo admitir que la experiencia y desastre del chavismo me inocularon para siempre de populismos.
Históricamente, El Salvador nunca conoció ni gobiernos de izquierda ni gobiernos populistas. Aquí lo que tuvimos siempre fue la dictadura militar vinculada a la llamada oligarquía, que ejerció una gran disciplina fiscal y monetaria e impulsó en algunos períodos la modernización capitalista e institucional. Con la llegada de ARENA al poder (1989) lo que conocimos fue la hegemonía de la derecha durante dos décadas, aún más estrechamente vinculada al gran capital de lo que lo estuvieron los gobiernos militares de siempre que disponían de cierta «autonomía relativa».
Si bien los dos gobiernos del FMLN son catalogados de izquierda, más por la trayectoria y alianzas internacionales de su partido que por sus políticas, no es menos cierto que sin los contrapesos y contención de la derecha, del sector privado, de los medios de comunicación social y del poder de Washington, sus políticas hubieran tenido un corte populista mucho más pronunciado. Aun así, las contrataciones de nuevos empleados públicos superan los 40 mil, el gasto público creció sostenidamente, el déficit fiscal promedió 3.8 % del PIB y la deuda pública se duplicó aumentando $10 mil millones aproximadamente, llegando al 75 % del PIB al concluir una década de gobiernos del FMLN.
La transformación del modelo de crecimiento y distribución que debió haber dado inicio en el tercer gobierno de ARENA nunca comenzó, ni tampoco en los dos gobiernos del FMLN que concluyen con el más bajo crecimiento, el más alto endeudamiento y calificación de riesgo, y la menor competitividad de Centroamérica. La vieja política y la corrupción no han tenido alteración en el cuarto de siglo de posguerra, lo que aunado con el estancamiento económico y social se convirtieron en el caldo de cultivo y en los parteros de este populismo liderado por un joven político muy efectivo para capitalizar el hartazgo.
La situación político-institucional y económico-social de El Salvador es tan frágil que el país no soportaría mucho tiempo un presidente populista: que confrontando y denunciando a sus adversarios quiera capitalizar su eventual triunfo electoral en las presidenciales para impulsar en las siguientes elecciones legislativas la conformación de una asamblea constituyente. Para tal objetivo recurriría clientelarmente al aumento del gasto público y del déficit fiscal, financiados por más deuda pública o por emisión inorgánica, en colones, para lo cual no necesitaría reformar la mal llamada ley de integración monetaria.
Paralelamente, caerían la inversión, la producción y las exportaciones; el aumento del desempleo y del subempleo; y la fuga de capitales, acompañada de la devaluación del colón y de una inflación galopante que golpearía a los más pobres. La caída del PIB, de las exportaciones y de las reservas internacionales, del consumo y de la inversión, y el alza generalizada de precios, colapsarían la economía y deteriorarían aceleradamente la situación social.
Con la falta de recursos para financiarlo y un deterioro social acelerado, un proyecto populista no tendría larga vida. Pero las consecuencias de su intento serían nefastas para El Salvador.