HENRIQUE CAPRILES

Veinte años de estafa. De Henrique Capriles

Uno de los líderes de la opsición democrática venezolana, Henrique Capriles, hace balance de 20 años del régimen chavista. Capriles ha sido presidente de la Cámara de Diputados hasta su disolución por la Asamblea Constituyente de Hugo Chávez en 1999, alcalde de Baruta, gobernador del Estado de Miranda y candidato opositor a la presidencia.

Segunda Página

Hwnrique Capriles, ex gobernador de Miranda

Diciembre 2018 / HENRIQUE CAPRILES

Esta semana se cumplieron dos décadas de una de las más lamentables farsas políticas en la historia de América Latina: el inicio de una supuesta “revolución” que prometió justicia social, pero que en veinte años sólo ha conseguido convertir la vida de los ciudadanos en un infierno, marcado por el hambre, la corrupción y la muerte. Nuestra amada Venezuela es en 2018 el país más pobre de toda la región.

Cuando Hugo Chávez Frías llegó al Poder, luego de las elecciones de diciembre de 1998, en Venezuela se inició un proceso, premeditado y alevoso, cuyo objetivo inicial fue fracturar a la sociedad en dos sectores polarizados que instalaron en el país una confrontación infértil y el caldo de cultivo para las desgracias que hoy vivimos los venezolanos.

Al comprender que sólo dividiéndonos sería posible instalar en Venezuela su tipo de gobierno, la Democracia venezolana fue herida de muerte. Y así comenzaron la instalación de un modelo político autoritario y corrupto, el secuestro de las instituciones y la quiebra del aparato productivo de la Nación por acciones que van desde las expropiaciones y los controles de precios y de cambio, hasta una serie de políticas públicas ideadas para quebrar a la inversión privada y hacer al pueblo cada vez más dependiente del gobierno.

Aun así, para muchos debe mantenerse viva una pregunta que los hechos han ido respondiendo: ¿cómo fue que logró instalarse en Venezuela un proyecto tan vil e ineficaz a la vez?

Y para responderla hay que echar mano de la historia y hacerse cargo de aquello que, desde el liderazgo opositor, quizás no hayamos sabido leer, responder ni aprovechar.

Tal como recuerda en un trabajo publicado la profesora Margarita López Maya, el chavismo apareció en medio de un hartazgo del pueblo en cuanto a la corrupción de las élites y sucesos significativos, como El Caracazo o las dos intentonas violentas de golpe de Estado en 1992. Si a eso le sumamos la fiereza con la que la antipolítica se apoderó de todos los discursos posibles, incluso en los políticos de aquella vieja guardia que alguna vez enfrentó la dictadura militar de Marcos Pérez Jiménez, la llegada al Poder de Hugo Chávez se convirtió en un riesgo inminente, en una amenaza cumplida, en un mal augurio.

Y aunque muchos advertimos que el peligro de la instalación de un gobierno no creyente de las reglas democráticas estaba latente en un proyecto como el propuesto por el entonces candidato Chávez, muchos hicieron oídos sordos y se dedicaron a emborracharse de carisma con el presunto outsider de este cuento.

Los partidos no resistieron la embestida. La democracia había sido lacerada. Había que hacer algo.

Ante la fragmentación de la sociedad, surgimos una nueva generación de políticos empeñados en no cometer los errores del pasado. Así le dimos forma a proyectos que terminaron transformándose en partidos políticos de un nuevo siglo y en una nueva manera de entender la política como un compromiso con la idea de estar al servicio del Pueblo.

Sin embargo, mientras esto sucedía en las filas de la naciente oposición, el oficialismo hacía uso de un lenguaje simplista, demagogo, que insistía en dividir a la sociedad con premisas fundadas en el odio, el revanchismo, la frustración.

Aprovechando que estábamos peleando entre nosotros, Hugo Chávez logró que su partido empezara a crecer gobierno adentro. Se tratara del MBR-200, del MVR o del hipertrofiado PSUV, Chávez se encargó de hacerle creer a su militancia que era él quien encarnaba al Estado y que sus antojos y caprichos estaban justificados en ese revanchismo peligroso y malsano que confunde la justicia con la venganza.

Después de los sucesos de abril de 2002, creo que el oficialismo tuvo que reconocer que aquel disfraz de políticos alternativos con el cual tapaban su verdad ya no les servía.

Quizás Venezuela fue el único país petrolero al cual la época de la bonanza, con un barril de petróleo que durante años rondó los cien dólares, le trajo más malas noticias que buenas. La cantidad de dinero que entró en Venezuela por concepto del petróleo patrocinó una de las cleptocracias más sinvergüenzas del mundo.

Robaron. Hoy siguen robando, pero en aquel momento robaron sin piedad. Robaron mucho. Robaron a manos llenas. Y mientras sus equivocaciones iban conduciendo al pueblo hacia el hambre, la enfermedad, la muerte, decidieron no rectificar.

Hugo Chávez y su petrochequera seguían por el mundo comprando complicidades. Regalaron nuestro petróleo, empeñaron nuestro futuro e hicieron los peores negocios que Venezuela ha hecho en su historia comercial. Los mismos negocios que hoy tienen a nuestro país hipotecado a China y Rusia.

Su supuesto “carisma” pretendió comprar el apoyo de naciones que incluso habían sido diezmadas y torturadas por totalitarismos militares, disfrazando su autoritarismo de generosidad continental. Un capricho petrolero que le salió irresponsablemente caro al país, pero bastante barato a Cuba, a China y en especial a Petrocaribe.

Y así, entre un capricho y otro, el oficialismo convirtió al Banco Central de Venezuela en el alcahuete de PDVSA, contaminó instancias como el Tribunal Supremo de Justicia o el Consejo Nacional Electoral y llenó el mapa de violencia, dándole a sus colegas militares un poder casi infinito en cuanto al monopolio de la violencia, pero sin olvidar que también era necesario armar su propio aparato parapolicial y así llenar los barrios y las zonas populares de armas a favor de un proyecto político.

Aun así llegó 2007, el año en que aquel hombre que se creía indestructible y que supuestamente estaba en contra del estatus quo perdió los estribos. El problema de creerse invencible es que nunca estás preparado para la derrota. Y aquel año, como dice el adagio, la verdad nos hizo libres.

Y entonces el proyecto político se reconoció en su esencia: lo único importante era mantenerse en el Poder, bien fuera a punta de real o a punta de pistola.

El pensamiento único fue, poco a poco, cercando a quienes menos tienen. Y en los barrios, en el campo, en la pobreza, el ciudadano se iba convirtiendo en un sujeto dependiente de los mismos caprichos que destrozaron a la democracia y la separación de poderes.

No hubo más alternancia. No hubo pluralidad. No hubo tolerancia.

La violencia y la corrupción son las únicas constantes en su proyecto de país.

Y en 2012 y en 2014 y en 2017 y hoy en día reprimen y amenazan a las fuerzas opositoras y democráticas desde donde hemos decidido defender a una mayoría verdadera.

La muerte de Hugo Chávez y el relevo de Nicolás Maduro, en unas condiciones de facto que todos en el país conocemos, terminó de poner en evidencia que la supuesta “revolución” no fue sino una farsa, ideada para que un grupito se enriqueciera, mientras el resto no sabe qué comerá mañana y el déficit fiscal sigue creciendo, convirtiéndonos en uno de los dos únicos casos de hiperinflación en lo que va del siglo.

La supuesta “revolución” pasó de tener un amplio respaldo en las urnas electorales de 1998 a ser una tiranía que tiene miedo de medirse en unas elecciones libres y que, además, hoy es responsable del mayor éxodo de venezolanos en nuestra historia desde la Independencia.

Una revolución convertida en una vergüenza política irreparable.

Han ejercido el Poder durante dos décadas y no son responsables sino de muertes y desgracias. Hagan el repaso y se darán cuenta: no existe ni siquiera un programa social, una obra de insfraestructura, una política pública o algún plan de gobierno del cual puedan sentirse orgullosos.

Tanto es así que se han dedicado a amenazar, perseguir, encarcelar e incluso asesinar a los líderes políticos que no nos callamos y que nos mantenemos del lado del Pueblo, acompañándolo en sus desgracias y buscando juntos las soluciones posibles y la conquista de la Libertad y la Democracia.

Aun así, muchos seguimos aquí. Trabajamos como nunca para no repetir errores. Nos ha tocado asumir las equivocaciones, rectificar, hacernos cargo. Y lo hacemos porque tenemos un compromiso real con quienes han puesto el pecho en nombre de una lucha común.

A pesar del blackout en los medios, a pesar de las amenazas y la violencia, seguimos aquí convencidos de que pronto seremos gobierno. Y sobretodo lograr que ese cambio por el que tanto hemos soñado los venezolanos se convierta en una vigorosa realidad.

Y para entender esto es importante asumir que el contexto ha cambiado: ya no hay un líder carismático comprando consciencias con una petrochequera, porque incluso fueron capaces de quebrar a la mayor petrolera estatal del continente por su afán de robar y destrozar el aparato productivo.

Ha sido difícil poner en evidencia global las características autoritarias que el gobierno venezolano ha impuesto durante estos veinte años. En algún momento el dinero ayudó a distraer las consciencias. Sin embargo, ya el costo político es demasiado alto: ninguno de los cómplices de siempre está dispuesto a seguir siendo asociado con Nicolás Maduro, mucho menos cuando casi todos han perdido el Poder.

Nicolás Maduro ha decidido ejercer el peor rol y con eso marcará la debacle de los vestigios de credibilidad política que todavía algún distraído podría adjudicarle al chavismo gobernante. Y no porque el 10 de enero sea una fecha mágica, sino porque decidieron mantenerse en el Poder a como diera lugar, sin importarles si eso significaba asfixiar al pueblo y matarlo de hambre, con tal de no soltar los privilegios.

Son veinte años que deben servirnos como aprendizaje político.

Son veinte años que deben servirnos como una lección contra la antipolítica, la fascinación por los outsiders y los vendedores de humo.

Son veinte años de una dolorosa farsa que cuando tenga que hacer su inventario conseguirá muchas más vergüenzas y crueldades que obras y conquistas.

No permitamos que vuelva a instalarse el espejismo de la antipolítica como una opción. Trabajemos juntos y asumamos la necesidad de convertir estos veinte años en algo que no deberá repetirse nunca más. Es nuevamente hora de rescatar la democracia y nos corresponde blindarla contra el revanchismo, el falso populismo y la demagogia. Si cumplimos con ese objetivo, si asumimos la responsabilidad y entendemos que sólo entre todos podremos reparar el inmenso daño que han hecho en estas dos décadas, nada impedirá el progreso de nuestra Venezuela.

El futuro es nuestro. Y es indetenible. ¡No lo olvidemos!

¡Que Dios bendiga a Venezuela!


Pueblo sin miedo. De Henrique Capriles

Henrique Capriles, gobernador de Miranda y ex candidato presidencial de la opositora MUD

Henrique Capriles, 16 abril 2017 / POLIS

En los últimos años Venezuela ha dado pasos agigantados hacia la pobreza, gracias a la incapacidad de Nicolás Maduro para tomar decisiones acordes a la realidad del país. Pero a la ineptitud de este señor se le suman otros factores.
Hace tiempo que el régimen de Nicolás Maduro no es capaz de sostener la estabilidad social y política dentro del marco de respeto al orden jurídico establecido, es decir, perdió su capacidad de gobernar.
Intenta aferrarse al poder sólo por la vía de la represión desmedida, pero a medida que despliega su arsenal de armas, incluso algunas vencidas y otras con efectos no conocidos, se deslegitima cada día más y acelera su salida del poder.
La protesta es uno de los derechos humanos fundamentales y el gobierno sigue quebrantando esa garantía. Que las protestas sean reprimidas y hayan sido atacadas por grupos armados civiles, son demostraciones inequívocas de las graves violaciones cometidas contra quienes nos manifestamos contra el quebrantamiento del orden constitucional.
Mientras en el país cada vez son más contados los alimentos y las medicinas brillan por su ausencia, el narco gobierno pretende intimidar a un pueblo que sale a la calle a exigir sus derechos, con una represión sin precedentes, pero que no ha hecho mella en las ganas de los manifestantes de seguir exigiendo la restitución del hilo constitucional.
Ya existe el cálculo. En unas horas de movilización, las fuerzas de seguridad del Estado pueden llegar a lanzar hasta 300 artefactos lacrimógenos. Lo que podría representar un gasto entre 2.700 y 14.000 dólares, que equivaldría entre 1,9 millones y 10 millones de bolívares calculado a dólar Simadi (Bs. 717). Esto, tomando en cuenta que cada artefacto puede costar en el mercado estadounidense entre 8,99 hasta 46 dólares.
Imagínense cuántos alimentos y cuántas medicinas podrían traerse con 10 millones de bolívares que el gobierno gasta en una sola tarde para no permitir que los venezolanos se expresen. Multipliquen esos 10 millones de bolívares por cada tarde en la que los venezolanos han salido a tomar las calles con el único fin de las que las instituciones del Estado nos escuchen y se respeten nuestros derechos.
Las prioridades del gobierno siempre han estado al revés, pero en la situación en la que vivimos, en la que las mismas personas que dieron su confianza a quienes hoy están en el poder también padecen y pasan por el trago amargo de acostarse sin comer, la actitud de la cúpula corrupta sobrepasa lo irracional.
Es por eso que hoy hay un pueblo movilizado, con peticiones genuinas en la calle. En Venezuela se dio un Golpe de Estado y eso no cambia borrando unas líneas a una sentencia, el autogolpe continúa, no fueron devueltas las competencias al Parlamento, ya que las aclaratorias fueron sobre medidas cautelares  y tienen carácter temporal, por eso decimos que el autogolpe sigue y estamos llamados a derrotarlo.
No existe norma jurídica que establezca que el TSJ pueda suspender el funcionamiento de un poder público por el incumplimiento de una decisión y la figura de desacato se fija a personas naturales que se rebelan, previa realización de procedimientos penales a solicitud del Ministerio Público.
También por órdenes de Maduro, uno de sus títeres nos impuso una inhabilitación para intentar sacarnos de la contienda política. Las supuestas faltas por las que se dicta la inhabilitación no afectaron el patrimonio público, pero además todas las acciones señaladas están apegadas a la Ley, y durante la apertura y transcurso del procedimiento, las pruebas de la defensa fueron negadas. Es evidente que es una medida montada por retaliación, que, además de ser desproporcional, ya que por una multa de 10 dólares se me impone una inhabilitación de 15 años (la máxima de la Ley Orgánica de la Contraloría de la República); también es inconstitucional porque el Contralor se otorga la función de decidir quién puede o no optar a cargos públicos sin pasar por tener una sentencia firme.
Todo forma parte del mismo paquete del autogolpe de un régimen que sabe que por los votos no se mantendrá en el poder. La mayoría de este tipo de regímenes terminan divorciados de la democracia, porque entienden a ésta, no como un proceso negociado con el fin de incluir y servir a todos, sino como una batalla absoluta entre la voluntad del pueblo y quien se oponga a ella.
Sabemos que el gobierno juega sucio y se le metió en la cabeza escoger la oposición que a ellos les convenga para realizar una contienda electoral, por eso, hoy más que nunca, todos los venezolanos, estemos o no investidos de autoridad, estamos llamados a ejercer nuestra ciudadanía para restablecer el hilo constitucional, tal como lo contempla nuestra Constitución Nacional en el artículo 333, porque esta no es una lucha de un solo hombre, sino de todos los venezolanos.
Los venezolanos estamos en la calle porque queremos recuperar el hilo constitucional, queremos que se respeten las competencias de la Asamblea Nacional, electa por 14 millones de venezolanos; queremos que se convoque a elecciones libres y se establezca un cronograma electoral, nuestra Constitución es muy clara en cuanto a los tiempos; queremos que se libere a los presos políticos y no haya inhabilitaciones, porque en ambos casos violenta los derechos políticos que tenemos como venezolanos; y por último, pero no menos importante, queremos que se abra el canal humanitario para que lleguen a nuestro país los alimentos y medicinas que tanto necesita nuestro pueblo.
Nuestra arma es la Constitución, es nuestro camino a un destino distinto, a un horizonte de oportunidades, a una nueva Venezuela.
Sigamos adelante en la calle, exigiendo lo que por derecho nos corresponde. Nos han quitado tanto, que hasta nos quitaron el miedo. Sigamos adelante, que el sol viene alumbrando con fuerza. Nos vemos en las calles de toda Venezuela el próximo 19 de abril, es hora de parir una nueva independencia para nuestra patria, la independencia frente a la corrupción y la dictadura que hoy impera.

¡Qué Dios bendiga a nuestra Venezuela!

Un problema de todos. De Henrique Capriles Radonski

La oposición pide que el Gobierno de Venezuela respete las leyes y permita el revocatorio.

Un grupo de personas manifiestan contra miembros de la Guardia Nacional Bolivariana en Caracas en protesta por la carestía. MIGUEL GUTIERREZ EFE

Un grupo de personas manifiestan contra miembros de la Guardia Nacional Bolivariana en Caracas en protesta por la carestía. MIGUEL GUTIERREZ EFE

 

Hwnrique Capriles, gobernador de Miranda

Henrique Capriles, gobernador de Miranda

Henrique Capriles Radonski, 5 junio 2016 / EL PAIS

Las catástrofes naturales, las guerras y las crisis económicas generan emigrantes y refugiados que huyen por miedo o hambre. Las guerras en África y Asia están desestabilizando a toda Europa Occidental; en los ochenta las guerras en Centroamérica expulsaron a millones de sus países. ¿Cuáles serán las consecuencias para los gobiernos del continente si el deterioro social, político, económico y de seguridad de Venezuela sigue creciendo? La diáspora venezolana ya está en marcha, pero, ante la crisis humanitaria que se ha desatado y el peligro de una mayor conflictividad, se puede afirmar que lo peor estaría por venir.

En los últimos dos años más de 50.000 venezolanos han sido asesinados por la falta de seguridad, la inflación de alimentos supera 700% y las fábricas privadas y públicas están paralizando su producción por falta de insumos. La escasez de el paismedicinas y comida está generando muertes y saqueos todos los días. Los cortes de energía y agua han forzado a reducir la semana laboral y escolar. Más de un millón de personas han huido del país en la última década, el 90% en los últimos cuatro años. La desesperación y la irritación están creciendo aceleradamente. Hay brotes espontáneos de violencia todos los días. Una anarquía que deja la sensación de que no hay gobierno.

El Gobierno del Maduro se considera víctima de una guerra económica, pero la mal llamada revolución bolivariana no ha enfrentado una guerra contrarrevolucionaria como la que vivió Nicaragua en los 80 y tampoco un embargo como el que ha soportado Cuba durante medio siglo. Las relaciones comerciales y diplomáticas de Venezuela son normales con todo el mundo; EE UU no ha dejado de comprarnos petróleo, nadie nos ha agredido, ni cerrado mercados. El único culpable del desastre económico venezolano es el actual gobierno. El manejo en extremo festinado e ineficiente de la bonanza petrolera que ya concluyó, el desmantelamiento de la casi totalidad de la planta productiva y comercial del país y la pelea permanente con los empresarios, han derivado en emergencia humanitaria.

El año pasado la oposición unida ganó en las elecciones parlamentarias obteniendo la mayoría absoluta con 112 de los 167 escaños que tiene la Asamblea Nacional. Durante 17 años el gobierno se jactó de ser democrático, pero esta victoria de la oposición acabó con la farsa y ahora el gobierno de Maduro se ha alejado completamente de la Constitución y la democracia. No respeta las facultades constitucionales de la Asamblea Nacional, rechaza la realización del referéndum revocatorio establecido por la constitución y demandado por los venezolanos, se opone a programar las elecciones de gobernadores, se niega a liberar a decenas de presos políticos, prohíbe el derecho de manifestación pacífica en el momento en que los ciudadanos tienen razones para protestar y se empecina en hacer más de lo mismo frente a la calamidad económica y social que ha creado.

El anterior gobierno argentino perdió las elecciones y entregó el poder, el gobierno brasileño rechazó políticamente las disposiciones de su parlamento, pero las aceptó; el gobierno de Nicaragua se entiende sin problemas con los empresarios, Cuba restablece relaciones con Estados Unidos y los guerrilleros de las FARC están por firmar la paz con el Gobierno colombiano. Maduro se empeña en mantenerse gobernando por la fuerza, afectando el futuro y exponiendo al país a un desastre humanitario. ¿Cuántos cientos de miles de refugiados y emigrantes venezolanos están dispuestos a aceptar los gobiernos de la región?, ¿Cuántos Chapos, Pablos y grandes capos tendrá que perseguir el mundo si Venezuela termina convertida en una gran retaguardia criminal?

Los opositores venezolanos somos clara mayoría y estamos organizados en partidos políticos, no estamos armados, no creemos ni promovemos la violencia, al contrario, en sentido estricto somos el mecanismo principal para evitarla. No podemos dar, ni queremos que nadie dé, un golpe de Estado. No queremos venganza ni persecución, no deseamos repetir la intolerancia que hemos sufrido, eso no ayudaría a resolver la crisis económica que sufren millones de venezolanos. Queremos un cambio legal ordenado y pacífico que permita reconciliar al país y reconstruir su economía. En definitiva, lo único que pedimos es que se respete la constitución y las leyes para que los venezolanos podamos votar y decidir mediante un referéndum revocatorio, establecido en el artículo 72 de nuestra carta magna.

Henrique Capriles Radonski, del partido Primero Justicia, es el líder de la oposición venezolana.