No dicen nada, no hay palabra alguna. El padre en su intento
desesperado de sostener y proteger a su pequeña hija; ella, aferrada con
infantil fuerza al cuello de su padre, segura de su amor y resguardo.
Unidos en un solo abrazo, en una sola muerte.
No necesitan articular palabras, su sacrificio habla alto y
fuerte. Perturba a los que sí guardan silencio o evaden su cuota de
responsabilidad. Condenan el silencio obsecuente que se instala
bochornosamente en los espacios de incidencia.
Condenan rotundamente a los que convierten la tragedia humana en
recurso electoral. Condenan el oportunismo que pretende salir ganancioso
de una derrota moral profunda que desnuda el carácter auténtico de
quienes desean pasar la página, limpiar la mesa y evitar aranceles.
Un abrazo perpetuo que habla en nombre de aquella persona que muere
cada día siguiendo la esperanza. Que habla por la otra persona que cada
mes muere en las mismas aguas. Que habla en nombre de los que con sus
cuerpos sembraron los desiertos, los caminos, la línea férrea, los
lupanares, las cantinas de mala muerte, los campos de concentración de
la primera democracia mundial. Ellos no tienen tiempo para esperar. Ya
no abrigan esperanzas ni creen en promesas.
Su calvario es ahora y saben que deben andar por los caminos, por los
desiertos, por los ríos. Aunque les prolonguen la marcha, empujándolos a
caminos más largos, más sacrificados, más peligrosos. Pero la carestía y
las amenazas son tan fuertes que no dejarán de caminar.
Las tragedias se multiplicarán y habrá otros que con los ojos
cerrados continuarán hablando fuerte. Continuarán peregrinando por una
oportunidad de trabajo. Eso es todo, trabajo. Al otro lado del río,
donde nadie regala nada. Donde habrá nuevos desprecios y amenazas. Pero
trabajo, al fin.
En su último abrazo desesperado, en su gesto de amor perpetuo,
trasluce su fe en el Cristo que está con ellos, con el pueblo
crucificado, con aquellos que le ponen rostro al 75% del presupuesto
nacional, al 18% del PIB, al 40% de los salvadoreños que aguardan su
oportunidad para largarse por el camino del Gólgota, esperando resucitar
a la esperanza, al trabajo digno, a la vivienda y a la salud humanas.
Saben que la muerte es una posibilidad del camino, pero en casa es
una certeza. No desean marcharse, tampoco separarse. Por eso mamá
espera, observa, se alarma, entra en pánico, grita, desespera, se parte
de dolor. Impotencia, impotencia desoladora, abrumadora. Pero nada rompe
el amor, la unidad, el abrazo.
Ni siquiera las aguas de la muerte. Y allí, en su gesto de amor y de
fe nos hablan a todos. Sin que medie una palabra, un sonido. Su abrazo
interminable nos interpela a todos, nos desafía, nos sacude y nos
cuestiona sobre nuestra postura, nuestra voz, nuestra palabra. No
quieren nuestra lástima, tampoco nuestro lamento.
Quieren nuestras manos, nuestra fuerza, nuestra indignación. Por
aquellos que aguardan enjaulados, por los que planean probar la
corriente del río, por los que entran al desierto, por los que huyen de
los carteles, por los que se esconden de la Guardia en las orillas del
Suchiate, por los niños, por las mujeres, por el bono demográfico que
gota a gota se filtra por las fronteras. Con el grito del silencio y con
la fuerza de sus espaldas expuestas al amanecer nos preguntan: ¿Qué
harás tú por este pueblo sufriente?
Los gobiernos están obligados a buscar una solución integral y civilizada al tema de la migración por motivos de violencia y por la falta de oportunidades. Somos humanos con iguales derechos y nadie debería estar sufriendo estas tragedias.
Siempre he creído que el peor sentimiento que puede acompañar a un
ser humano es la desesperanza. Cuando alguien llega al punto de pensar
que no hay soluciones, no hay expectativas, no hay ilusiones, no hay
futuro. En El Salvador existe mucha desesperanza. Hay personas que
piensan que su vida no tiene un sentido dentro de las fronteras, no
tienen trabajo y no tienen la oportunidad de ofrecerles lo básico a sus
hijos. No tienen nada y mejor optan por arriesgar su vida en el camino
hacia el “sueño americano”. Óscar Martínez y su pequeña hija Valeria son
ahora el rostro más representativo de la desesperanza que viven muchos
en el país.
La foto de Óscar y Valeria a la orilla del río Bravo, entre
la frontera de México y Estados Unidos, ha dado la vuelta al mundo. Esta
imagen ha causando dolor y conmoción a todos aquellos que tenemos un
corazoncito. Al verla, cualquiera se pregunta qué problemas, angustias y
desesperanza pasaba por la cabeza de esos jóvenes padres para pensar
que la mejor opción en ese momento era llegar a la frontera y cruzarse
el río nadando.
Este mismo sentimiento de desesperanza lo hemos visto en las
caravanas migrantes que han salido de El Salvador, Honduras y Guatemala,
en las cuales cientos de personas ven como su única opción de progreso y
vida irse caminando miles de kilómetros hacia Estados Unidos. Lo vimos
en los nicaragüenses intentando cruzar hacia Costa Rica; en las mareas
de venezolanos queriendo entrar a Colombia y otros países de acogida. En
los originarios del Medio Oriente y África intentando llegar a Europa.
La migración por motivos de pobreza, falta de oportunidades y guerras
son un problema a nivel mundial.
A quienes todavía no nos pasa por la cabeza la idea de migrar, y
menos en esas condiciones, es porque tenemos mejores opciones de vida
aquí en el país. Muchos no somos lo suficientemente consientes del
privilegio que tenemos al poder disponer de casa, comida y un trabajo
que nos permite solventar las necesidades básicas. Eso es un privilegio
en un país donde un gran porcentaje de salvadoreños vive con un dólar
diario, que sufre la violencia y que piensa que sus hijos no tienen
posibilidades de salir adelante aquí.
El problema de la migración es gigantesco y no encontrará una
solución en una sola vía. Las muertes en el camino no solo se
solventarán con el hecho que los países abran las fronteras y reciban a
los refugiados, ni regresando a estas personas al país de origen o
recrudeciendo las políticas migratorias. Los gobiernos están obligados a
buscar una solución integral y civilizada al tema de la migración por
motivos de violencia y por la falta de oportunidades. Somos humanos con
iguales derechos y nadie debería estar sufriendo estas tragedias.
A la migración deberíamos empezar viéndola desde una perspectiva
básica: todas las personas en este mundo somos seres humanos con
igualdad de derechos. El problema es que no todos hemos tenido igualdad
de oportunidades para desarrollar la vida de la manera en que queremos.
Por eso se buscan mejores opciones de vida, y estas, a veces, se pintan
fuera de las fronteras del país de origen.
El Gobierno de El Salvador debe iniciar un intenso trabajo para
generar esperanza en sus ciudadanos y que las personas lleguen al
convencimiento que dentro de las fronteras nacionales hay oportunidades
que valen la pena. Los salvadoreños necesitan trabajo y la seguridad que
sus vidas no serán arrebatadas en sus comunidades. Que sus hijos podrán
crecer con educación, salud y seguridad. Hay que hacer que El Salvador
valga la pena para todos.
Es una sensación desgarradora cuando el nombre de nuestro país se
relaciona más con tragedias fatales que con potencial humano, pero fue
lo anterior precisamente la razón por la que El Salvador se mencionó de
la manera más prominente en las portadas mediáticas de mayor
circulación. La imagen de los cuerpos de Óscar Alberto y su hija de 23
meses, Angie Valeria, flotando sin vida tras un fracasado intento de
cruzar el turbulento Río Bravo hacia Estados Unidos, se usó como
accesorio argumentativo, reduciendo lo que eran vidas ricas en
historias, anécdotas y potencial humano a amarillismo mediático y
político.
El New York Times, respondiendo a las críticas válidas que
muchos activistas pro-inmigración hicieron de que la decisión editorial
de desplegar la foto desgarradora en la portada deshumanizaba y restaba
dignidad a la memoria de las víctimas, justificó el amarillismo en que
era un mal necesario para despertar conciencia sobre el costo humano del
desastre que es la política migratoria estadounidense y la crisis
humanitaria que se deriva de sus restrictivas políticas de asilo e
inmigración autorizada. Claro; la restrictiva legislación existente no
responde a la realidad actual para tantos, en la que los incentivos para
arriesgarse a morir con tal de mejorar la calidad de vida (o simple y,
llanamente, sobrevivir) continúan pareciendo más atractivos que los
costos.
El problema es que el debate político alrededor de la inmigración en
Estados Unidos se encuentra tan estancado por la polarización, el
populismo nacionalista y el resentimiento a lo extranjero, que una foto,
por trágica que sea, no hará que alguien cambie de opinión. El tema
migratorio consistentemente aparece en encuestas (Gallup) como uno de
los cinco temas que los votantes estadounidenses consideran más
importantes en cada elección, por lo que el argumento de que fotos así
son necesarias para “empezar una conversación al respecto”, carecen de
substancia.
La conversación al respecto es constante, tanto por parte de la
administración anti-inmigrante de Donald Trump que considera a los
inmigrantes como la mayor amenaza a la salud, empleos, y recursos
estadounidenses, como por parte de quienes abogan por los derechos
humanos de las víctimas de esta crisis humanitaria moderna (sobra
señalar que entre los opositores políticos de Trump, no todos son almas
caritativas y también se encuentran oportunistas que buscan usar el tema
migratorio como herramienta electoral).
Pero las discusiones generadas por la foto desafortunadamente
carecieron de varios elementos importantísimos que no se pueden perder
de vista si se piensa en la cadena de acontecimientos que han tenido que
tener lugar para que los trágicos eventos que captura la imagen
sucedieran: la deuda de décadas que los gobiernos del triángulo norte
tienen para con su ciudadanía. Que la inmigración continúe siendo parte
del ADN histórico de nuestras naciones no es un detalle menor; implica
una falla estructural en la más básica razón de ser de nuestra
República. Nuestra constitución arranca en su primer artículo definiendo
a “la persona humana como origen y el fin de la actividad del Estado”.
Mientras existan personas en El Salvador a quienes les falte la
justicia, la seguridad jurídica y el bien común (que son la razón
constitucional de ser para la organización de nuestro Estado) a tal
grado de que arriesguen la existencia para mejorar sus condiciones,
nuestras autoridades están faltando a su solemne juramento de defender y
hacer cumplir la Constitución. Es un problema serio, y siempre lo ha
sido, pero nos hemos acostumbrado al grado de que lo consideramos
normal. Quizás porque gobierno tras gobierno, se continúa hablando de la
inmigración como un problema para el que la solución se encuentra en
las decisiones de otros: en que en EE.UU. se elijan gobernantes
decididos a volver la inmigración legal más accesible, que México deje
de actuar como esbirro de la brutalidad policíaca anti-inmigrante de los
estadounidenses, o que se construya o no una pared fronteriza entre
EE.UU. y México —eso es el equivalente a esperar que la solución a un
problema de goteras es que deje de llover—.
La solución debe encontrarse en casa, empezando con cumplir lo que la constitución declara como fines del Estado.
La agencia de Aduana y Protección de Fronteras CBP es la encargada de
arrestar y mantener detenidos a los migrantes que cruzan la frontera
sin permiso, incluyendo los miles de menores de edad que tienen en
campos de concentración.
Para hacer más eficiente el trabajo de esta agencia, el
presidente Trump nombró como su nuevo jefe a un señor llamado Mark
Morgan, quien se calificó para este cargo hablando de los niños
detenidos en la frontera, en una entrevista con FOX NEWS, en los
siguientes términos:
“I’ve looked at their eyes and I’ve said that is a soon-to-be MS-13 gang member. It’s unequivocal.”
“Les he mirado a los ojos y he dicho: este es un futuro miembro de la MS-13. No hay dónde equivocarse”.
Este hombre, con estos criterios, es ahora el responsable de la
suerte, de la salud, de la vida y del futuro de miles de niños
arrestados en la frontera.
Mira a un niño centroamericano y ve a un futuro pandillero.
¿Qué hubiera visto este hombre al encontrarse con Valeria Ramírez, si ella no hubiera muerto en el intento de cruzar el río Bravo, sino hubiera llegado a uno de los centros de detención? Hubiera visto en la niña salvadoreña de 23 meses una futura pandillera, ladrona o prostituta. Como él mismo dijo: “It’s unequivocal,” sin lugar a equivocarse…
La foto de Valeria recorrió el mundo, salió en la portada del New York Times, y todos la asociamos con aquella otra foto, tomada en una playa de Grecia, de Aylan, el niño kurdo.
No voy a publicar las fotos otra vez. Ya todos las conocemos. A todos nos impactaron.
Existe una diferencia que hay que hacer: la familia de Aylan huyó de
su país Siria porque está en guerra. La familia de Valeria no huyó de su
país, sino buscó otro país para encontrar trabajo, oportunidades y
seguridad. Pero ambas, violencia y falta de oportunidades, son razones
válidas para migrar. Lo han sido en toda la historia de la humanidad…
Muchos critican que se está convirtiendo la foto de Valeria en un
símbolo y que la usan para criticar a Trump y su política de convertir a
los gobiernos de México y Centroamérica en cómplices del intento de
bloquear y criminalizar la migración.
Pero esta foto ES un símbolo e igual que la de Aylan,
cambiará el debate sobre migración. La foto de Aylan vino a dar fuerza a
Angela Merkel y su política de abrir las fronteras de Alemania a los
refugiados. La foto de Valeria va a dar fuerza a los millones de
ciudadanos en Estados Unidos que van a exigir que se abran la frontera a
los migrantes centroamericanos. Ambas fotos son símbolos y poderosos
instrumentos políticos.
El número de imbecilidades que puede
decir (más bien, tuitear) un presidente demagogo es ilimitado. Trump es el
ejemplo de un presidente cuya demagogia no tiene límites de racionalidad,
veracidad, responsabilidad o decencia.
“Our country is FULL” (Nuestro país está
LLENO), anunció Trump en Twitter, agregando su advertencia de cerrar la frontera
con México, si este país no capturaba a todos los “illegals” que tratan de entrar
a Estados Unidos.
No
me voy a detener en esta columna con las numerosas barbaridades políticas que
le cupieron a Trump en un solo tuit: hablar de personas “ilegales”; pensar que
los mexicanos podrán decidir a arrestar a los miles de migrantes que
diariamente cruzan su país; amenazar con cerrar una frontera de 3,175 km y 56
pasos para peatones, vehículos, trenes y mercancías. De todo esto ya se ha
hablado bastante.
Pero
que el presidente de un país diga: Estamos llenos, ya no cabe más gente – esto
si es nuevo. Sobre todo, cuando es tan evidentemente falso.
Igual que en los demás países
desarrollados e industrializados (Europa, Canadá, Australia), el desarrollo
demográfico y económico de Estados Unidos depende de una permanente inmigración.
Un reciente análisis del New York Times, titulado “Trump Says the U.S. Is ‘Full’,”llega a
la siguiente conclusión: “Esto sugiere
que la nación ya no puede acomodar mayor inmigración, porque ya está sobre
estirado. Pero esto va en contra del consenso de expertos de demografía y
economía. Ellos ven amplia evidencia de que el país no está ni cerca de ‘lleno’.
Más bien, una población cada vez más vieja y la decreciente tasa de
nacimiento entre la población nacida en Estados Unidos están creando ciudades y
pueblos carentes de población, viviendas desocupadas y finanzas públicas en
crisis.”
Sobre
todo el mercado laboral exige que elevados números de jóvenes entren a la vida
productiva – pero sin migrantes esa exigencia quedaría insatisfecha.
La
misma situación absurda se generó en muchos países europeos. En Alemania, por
ejemplo, la entrada de millones de refugiados de Siria, Irak, Afganistán y
otras regiones en crisis causó todo un movimiento anti migración, a pesar de que
los expertos en demografía y desarrollo tienen años de señalar que el país
necesita más inmigración, sobre todo de jóvenes, para evitar que colapsen el
mercado laboral, el sistema de aprendizaje de trabajadores calificados, y el
sistema de pensiones.
Ahora los alemanes se dieron cuenta que
la migración es un fenómeno no solo inevitable, sino manejable. Y es más, es un
fenómeno incluso necesario y positivo, cuando es bien administrada. Positivo
para los países receptores, que necesitan mano de obra fresca y crecimiento
demográfico – pero también para los países de origen, que necesitan bajar
presión social, recibir ingresos por remesas y calificar su mano de obra. Los
países del Sur de Europa (Italia, Serbia, Croacia, Grecia, España y Portugal)
lograron despegar su desarrollo económico, social y democrático en los años
60/70 en gran parte porque Alemania, Suecia, Holanda Francia y Gran Bretaña
necesitaban millones de trabajadores – y los integraron en concepto de “Gastarbeiter”
(“trabajadores invitados”). Los países del Sur se beneficiaron, porque evitaron
hambrunas y recibieron miles de millones de remesas; y los países del Norte se
beneficiaron, porque tenían disponible mano de obra económica para el
desarrollo de sus industrias claves, por ejemplo la automotriz. Buena parte de
los “trabajadores invitados” regresaron luego a sus países a los 15 o 20 años,
con ahorros y formación profesional – pero un alto porcentaje (unos 40%) se
quedó en el Norte, integrándose plenamente a sus sociedades y culturas.
En épocas anteriores, sin la migración
masiva a Estados Unidos, países como Irlanda e Italia se hubieran hundido en su
pobreza – y Estados Unidos no se hubiera desarrollado tanto en el Siglo 20.
Cosa parecida había pasado en el siglo 19 con la migración alemana a Estados
Unidos.
Estos países europeos, en ciertos momento de sus historia, sí estaban llenos, o sea con más población que podían alimentar. Así como ahora El Salvador es un país ‘lleno’, que necesita de la migración para que la sobrepoblación no la hunda en pobreza. Solo imagínense a nuestro país con los 8 ó 9 millones de habitantes que tuviéramos sin el movimiento masivo de emigración al Norte.
Claro que hay salidas de la pobreza, y de la necesidad de la migración. Irlanda, que todavía al principio del siglo 20 tuvo hambrunas y tuvo que mandar a millones de sus hijos a Estados Unidos e Inglaterra, ahora es un país vibrante que recibe migrantes para poder continuar creciendo. Portugal, el Sur de España y buena parte de Italia comenzaron a salir del “tercer mundo” con la integración europea y su mercado laboral libre. Sin la posibilidad de migración masiva y mercados laborales libres no hay desarrollo para países como los nuestros del triángulo Norte de Centroamérica.
No me simpatiza Julian Assange. No sé si es por su actitud de patán petulante, o por los repetidos rumores reportados en varios medios de comunicación de que el Gobierno del Ecuador tuvo que enviarle repetidas peticiones escritas de que por favor cumpliera con un mínimo de hábitos higiénicos mientras se encontraba refugiado en la embajada de dicho país en Londres. No sé si son las cifras (cerca de 6 millones de dólares) que según el Ecuador le costó al gobierno tenerlo de mal agradecido huésped por obra y gracia de los caprichos de Rafael Correa. O será el aspecto pálido y grasiento, de estatua de cera a dos pelos de derretirse por completo. O quizás el hecho de que se escurrió de ser llevado a la justicia en Suecia por las acusaciones de abuso sexual en su contra. Quizá sea una combinación de todo.
Y a pesar de mi desdén contra el tipo y de lo incómodo que se siente
escribir en su defensa, en nombre de la libertad, del acceso a la
información y de la rendición de cuentas, espero que no sea castigado
por haber expuesto secretos gubernamentales. Por el momento, la justicia
estadounidense está luchando a brazo partido porque se logre una
extradición rápida, para poder procesarlo por su participación en
publicar información gubernamental secreta. Se le acusa específicamente
de violentar una ley contra el Abuso y Fraude Computacional y de haber
conspirado con una ex-analista de inteligencia militar, ayudándole a
violentar una contraseña del Departamento de Defensa estadounidense,
clasificada como confidencial.
Quienes quieren procesarlo consideran que a Assange no le protege la
libertad de prensa, pues en teoría no era periodista. Se consideraba a
sí mismo un “hacktivista”, la combinación de un hacker y un activista.
Quienes quieren que los secretos del gobierno permanezcan herméticos y
libres de que una ciudadanía crítica exija rendición de cuentas,
consideran que al hackear esa contraseña Assange abandonó la zona de la
libertad de expresión, entrando en la de pura criminalidad.
Y, sin embargo, como dijo la columnista del Washington Post Margaret
Sullivan, a Assange se le está acusando con términos que hacen parecer
mucho de lo que hacen los mejores periodistas del mundo como
conspiración criminal. Es perfectamente normal (y de hecho, éticamente
correcto) que los periodistas tengan interés en ocultar sus fuentes y
protegerlas con anonimato, sobre todo cuando divulgar la información que
han hecho del conocimiento del periodista podría acarrearles
consecuencias negativas. No es extraño que el gobierno estadounidense
esté empeñado en procesar a Assange: juega a su favor que sea un
personaje tan impopular, puesto que como dijo el director de la
Fundación para la Libertad de Prensa Trevor Timm, “cuando los gobiernos
tratan de restringir el acceso a la prensa, de la manera que sea, la
inclinación no es ir tras la persona más popular”,
La intención de la justicia estadounidense es clara. Están buscando
desincentivar a los futuros Assanges de publicar información auténtica
que el gobierno quiere mantener en secreto. La historia ha enseñado la
corrupción que se destapa cuando se publica la información que los
gobiernos no quieren que veamos. Desde los archivos del Pentágono que
revelaron la corrupción detrás de la guerra de Vietnam hasta el
escándalo de Watergate que le costó la presidencia a Nixon, varios
episodios históricos demuestran que en situaciones de secretismo, la luz
y transparencia es el mejor desinfectante. Para evitar crear un
precedente en el que se lo que se criminaliza es incomodar al gobierno,
lo mejor sería que no procesaran a Assange.
Cosas extrañas están pasando en El
Salvador. No solo el plato volador que observó Will Salgado en el cielo
nocturno sobre San Miguel. Ahora circula una carta fantasma, primero en
las redes, luego hasta en los periódicos,
dirigida al presidente Salvador Sánchez Cerén. Supuestamente la mandó
Cynthia Huger, vicepresidenta de la Corporación del Reto del Milenio,
que es la instancia que maneja y controla los fondos de Fomilenio. Digo
supuestamente, porque la copia divulgada no lleva firma. Y es imposible
compararla con la original, porque esta extrañamente no ha sido recibida
en Casa Presidencial, a pesar de que la copia de la supuesta
correspondencia lleva fecha del 22 de febrero. ¿Tardará 3 semanas la
valija diplomática desde Washington a San Salvador?
¿Qué es lo importante de la supuesta
carta? El fuerte reclamo que hace en cuanto a la corrupción en El
Salvador. Según la misteriosa carta, El Salvador “no ha pasado la evaluación de desempeño” respecto al “control de la corrupción.” O sea, reprobados en materia de la lucha contra la corrupción…
Bueno, es entendible que al gobierno
de Estados Unidos, como donante de los fondos de Fomilenio, le preocupe
la corrupción, igual que a nosotros. ¿Pero cuál es la tal “evaluación de
desempeño” que hace el gobierno de Estados Unidos para llegar a la
conclusión que nuestro país no está combatiendo debidamente la
corrupción?
Por más increíble que parezca, la
respuesta es que mandan a hacer encuestas. La tal “evaluación de
desempeño” de la lucha contra la corrupción en El Salvador (y otros
países del mundo) que hace el gobierno de Estados Unidos para decidir si
mantiene, reduce o suspende su ayuda financiara no es un examen
objetivo de la corrupción y de las medidas anticorrupción. Lo que miden
es la precepción que la gente tiene sobre estos asuntos. Una metodología
parecida a la del famoso “Latinobarómetro” y otras encuestas que hace
el Banco Mundial.
En estas encuestas preguntan a la gente si tienen la impresión
que en su país hay mucha, o poca corrupción, si la corrupción ha
aumentado y si el gobierno la está combatiendo debidamente. Es obvio que
de esta manera no se mide la corrupción sino la percepción que la gente
tiene de ella que puede ser correcta pero igual puede ser equivocada.
Por lógica, la percepción de la
corrupción aumenta cuando hay muchos funcionarios acusados de corrupción
y cuando todos los días los medios y los políticos hablan de estos
casos. Pero lo que aumenta no es la corrupción objetiva, sino la
percepción subjetiva. La corrupción objetiva, al investigar, enjuiciar y
publicitar a tantos casos de corrupción, bien puede estar reduciéndose.
Y es bien probable que esto esté pasando en El Salvador. ¿Usted piensa
que hoy hay más corrupción en El Salvador que bajo los gobiernos de Saca
y Funes? Yo no.
Entonces, lo realmente misterioso de
esta carta no es que no tenga firma y que en 3 semanas no haya llegado a
Casa Presidencial. El hecho realmente misterioso es que esta carta, si
es que es auténtica, confunde la percepción con la realidad y con base
en esta confusión amenaza con recortar la ayuda financiera de Estados
Unidos a El Salvador.
Entonces, queda la pregunta: ¿Quién anda circulando esta carta
misteriosa, sin explicar la diferencia entre realidad y percepción? ¿Y
con qué fin?
Estimada Kirstjen Nielsen: En la reunión que en nuestra capital celebró con los ministros de seguridad de Honduras, Guatemala y El Salvador, usted dijo: “Pido a cada uno de ustedes que muestren un liderazgo audaz para detener la formación de nuevas caravanas, que han traído violencia, crimen e inestabilidad a la región.”
Como jefa máxima de Seguridad
Nacional de Estados Unidos, usted tiene el más amplio y profundo acceso a
cualquier información relacionada con temas de Seguridad. Por tanto
usted sabe, igual que los ministros centroamericanos, que su afirmación
es falsa. Las caravanas no han traído violencia, crimen e inestabilidad a
la región. Es al revés, las caravanas, así como la migración ‘ilegal’
en general, son una consecuencia de la violencia, crimen e inestabilidad
existentes en la región.
Las caravanas solo son una modalidad
nueva del mismo flujo de centroamericanos que diariamente emprenden
viaje a Estados Unidos. Y es una modalidad que reduce el poder de los
coyotes y de las organizaciones criminales que se lucran de la migración
‘ilegal’ y que su gobierno siempre exigió a nuestros gobiernos que los
combatieran. Si realmente quieren combatir el crimen organizado, ustedes
deberían coordinar con los gobiernos de Centroamérica y México el apoyo
y la seguridad de las caravanas. No es un chiste, Ms Secretary, sino
una observación seria.
Me imagino que cuando se reunió con
el presidente electo Bukele hizo los mismos planteamientos que al
gobierno saliente. Lastimosamente no sabemos qué respuestas le ha dado.
Su oficina de prensa solo difundió un comunicado escueto, diciendo que
Bukele discutió con usted sobre temas como el narcotráfico, tráfico de
personas, de armas, lavado de dinero, ciberseguridad, pandillas,
migración forzada y la cooperación con la policía y Fuerza Armada.
“Sobre los cuales se tendrá una agenda en común a desarrollar entre el
gobierno de Estados Unidos y el futuro gobierno de El Salvador dirigido
por el presidente electo Nayib Bukele”, señala el comunicado.
Obviamente, es necesaria una agenda
en común con Estados Unidos. Pero para ser efectiva tiene que basarse en
franqueza y mutuo respeto. Esperamos que el futuro presidente
salvadoreño no haya agachado la cabeza, como los tres minstros, sino que
le haya expresado que no está de acuerdo con la premisa suya de ver a
las caravanas como expresión del crimen organizado.
Esta es la gran interrogante que
tenemos: ¿Cuál será la política de Seguridad del futuro presidente y
cómo la va a conciliar con las prioridades y los métodos definidos por
ustedes en el gobierno de Estados Unidos.
No soy quien puede dar consejos al
presidente electo. Pero tal vez puede atender el consejo de Fabio
Castillo. Este hombre, amigo de Bukele, expresó en su entrevista con El
Diario de Hoy que ve positivo que el futuro gobernante esté comprometido
con estrechar los vínculos con los Estados Unidos.
Pero agregó: “Lógicamente esto requiere que los EE.UU. nos traten con más respeto…”.
Yo le haría la misma petición, señora secretaria. Venir a
Centroamérica para imponer a nuestros gobiernos un análisis a todas
luces falso, y las políticas de Seguridad que de ahí se deriven, no es
la base para una agenda común que puede resolver los problemas ni de
Estados Unidos ni los nuestros.
El presidente de EE UU es retratado sin concesiones en Miedo. Trump en la Casa Blanca
(Roca Editorial). En su libro, el periodista que investigó el Watergate
se asoma al caótico y agresivo día a día del hombre más poderoso del
mundo. Este es un extracto de uno de sus capítulos.
El
Tanque tenía su atractivo. A Trump le encantaba la habitación. También
conocida como la Habitación Dorada por su alfombra y sus cortinas, el
Tanque es una estancia ornamentada y solemne. En esencia, es un lugar de
retiro, privado y de alta seguridad que refleja décadas de historia.
JUSTO ANTES de las diez de la mañana del 20 de julio, un agobiante y despejado jueves, seis meses después de haberse proclamado presidente, Donald Trump cruzó el río Potomac hasta el Pentágono.
Las presentaciones preparadas por Mattis
y Cohn eran mitad clase de historia, mitad confrontación
geoestratégica. También se trataba de un tardío esfuerzo por abordar la
inminente pregunta: ¿cómo establece esta Administración sus prioridades
políticas y se atiene a ellas?
McMaster no acudió porque tenía un compromiso familiar.
Los mapas que representaban las obligaciones estadounidenses por todo
el mundo —despliegues militares, tropas, armas nucleares, cargos
diplomáticos, puertos, activos de inteligencia, tratados e, incluso,
acuerdos comerciales— ocupaban dos grandes pantallas en la pared, y
contaban la historia de Estados Unidos en el mundo. Se mostraban incluso
los países en los que Estados Unidos tenía puertos y derechos sobre el
espacio aéreo. También se mostraban los principales radares y otras
instalaciones de vigilancia.
Una reunión infernal. Este texto, un extracto del
capítulo 27º del libro, evoca la tensa reunión del 20 de julio de 2017
entre Trump y sus principales colaboradores en seguridad y economía. El
presidente los critica con furia, y lo mismo hace con sus generales en
Afganistán. A sus aliados de la UE y a las empresas europeas los insulta
abiertamente.
—El mejor regalo que la generación anterior nos ha hecho —comenzó
Mattis— es el orden democrático internacional basado en normas.
Esta arquitectura global trajo consigo seguridad, estabilidad y prosperidad.
Bannon estaba sentado a un lado, en la línea de visión del
presidente. Conocía muy bien su concepción global del mundo. Para él era
como una especie de fetiche. Su propia obsesión seguía siendo “Estados
Unidos primero”.
“Esto va a ser divertido”, pensó Bannon mientras Mattis exponía las
razones por las que los principios organizativos del pasado seguían
siendo factibles y necesarios.
—Esto es lo que ha mantenido la paz durante 70 años —concluyó el antiguo magnate del petróleo de Texas.
Para Bannon se trataba más bien del antiguo orden mundial: compromisos costosos y sin límite, promesas hechas y cumplidas.
Trump negó con la cabeza en desacuerdo, aunque no dijo nada.
Cohn fue el siguiente en hablar. Él expuso las razones a favor del
libre comercio: México, Canadá, Japón, Europa, Corea del Sur. Presentó
los datos de importación y exportación.
—Somos grandes exportadores de productos agrícolas, casi 130.000
millones de dólares al año —apuntó—. Necesitamos que esos países compren
nuestros productos agrícolas. Toda la parte central de Estados Unidos
se compone, básicamente, de agricultores —informó.
La mayoría de ellos había votado a Trump.
La venta de armas de Estados Unidos en el extranjero ascendió a 75.900 millones de dólares en el año fiscal de 2017.
—No cabe duda de que tenemos muchos aviones militares en el mismo
aeropuerto de Singapur en el que compran muchos aviones Boeing —dijo
Cohn—. No cabe duda de que realizamos enormes operaciones de
inteligencia desde Singapur. No cabe duda de que nuestra flota naval
entra y sale de allí para repostar y reabastecerse.
Cohn afirmó que el déficit comercial hacía crecer la economía estadounidense.
—No quiero oírlo —dijo Trump—. ¡Son todo chorradas!
Mnuchin, secretario del Tesoro y otro veterano de Goldman, habló de
la importancia de las alianzas de seguridad y las sociedades
comerciales.
—Esperad un momento —dijo Bannon a todos los presentes mientras se levantaba—. Seamos realistas.
Eligió uno de los acuerdos internacionales más controvertidos, un acuerdo que ataba a Estados Unidos a ese orden global.
—El presidente quiere revocar el acuerdo iraní y vosotros lo estáis
ralentizando. Es un acuerdo espantoso. Quiere revocarlo para poder
renegociarlo.
El jefe de estrategia advirtió que “una de las cosas que quiere hacer” es imponer sanciones a Irán.
—¿Alguno de vuestros malditos grandes aliados de la Unión Europea va a
apoyar al presidente? Tanto hablar de que son nuestros socios. ¿Podéis
nombrar a uno que piense apoyar al presidente en el tema de las
sanciones?
Mnuchin trató de responder a la pregunta sobre la importancia de los aliados.
—Dadme un nombre —solicitó Bannon—. Un país, una empresa. ¿Quién va a apoyar las sanciones?
Nadie respondió.
—A eso me refiero —corroboró Trump—. Lo ha dejado bien claro. Habláis
de todos esos tipos como si fueran aliados. Ahí arriba no hay un solo
aliado. Responded la pregunta de Steve: ¿quién va a apoyarnos?
—Lo máximo que podemos decir es que no están incumpliendo nada —convino Tillerson.
Todas las agencias de inteligencia estaban de acuerdo en eso. Era el
aspecto fundamental. ¿Cómo podían imponer nuevas sanciones si no se
había incumplido el acuerdo?
—Todos están ganando dinero —dijo Trump, y señaló que la Unión
Europea estaba comerciando y haciendo grandes negocios con Irán—. Y
nadie nos va a apoyar.
Trump pasó a Afganistán, donde, recientemente, ya había aguantado
media docena de reuniones del Consejo de Seguridad Nacional y algunas
otras de menor envergadura.
Haciendo referencia al comandante en Afganistán, el general John Nicholson, que no estaba presente, el presidente atacó.
—Dudo que sepa cómo ganar. No sé si es un ganador. No hay victorias.
Trump no se había decidido por una estrategia en cuanto a Afganistán, seguía siendo objeto de debate.
“Deberíais estar matando gente. no necesitáis
una estrategia para matar gente” (Trump al general Unford, presidente
del Estado mayor conjunto, hablando de Afganistán)
—Deberíais estar matando gente. No necesitáis una estrategia para matar gente.
El general Dunford, presidente del Estado Mayor Conjunto, salió en defensa de Nicholson.
—Señor presidente —dijo Dunford, de manera educada y con voz suave—,
no se ha ordenado conseguir la victoria. Esas no son las órdenes.
Con Obama, que había retirado la mayor parte de las tropas (habían
pasado de 100.000 a 8.400), la estrategia se centraba en llegar a un
punto muerto.
Mattis y Dunford proponían nuevas normas de intervención para las
tropas estadounidenses en Afganistán, lo que les otorgaría libertad para
ser más agresivos y letales al eliminar las restricciones a los
comandantes locales de la era Obama. Las tácticas ya no se anunciarían
al enemigo. Los éxitos recientes al combatir al ISIS reflejaban la
importancia de esos cambios.
Trump recordaba que el general Nicholson había autorizado el uso de
la bomba de 10 toneladas, la GBU-42/B, conocida también como MOAB, por
sus siglas en inglés, la madre de todas las bombas.
—Hizo explotar esa bomba enorme sobre ellos.
—Sí —dijo Dunford—, fue una decisión que tomó el comandante de campo, no se tomó en Washington.
Mattis intentó intervenir educadamente.
—Señor presidente, señor presidente…
—Perro loco, Perro loco —respondió Trump, usando su apodo en la
Marina—. Se están aprovechando de nosotros ¿Qué estamos haciendo? —Trump
preguntó a sus generales de forma tan severa como le fue posible sin
gritar—. ¿Y ganar? ¿Y ganar, qué? Estamos en esta situación porque
habéis estado recomendando esas actividades.
La tensión iba en aumento y pronto volvieron al tema de Irán.
—Lo están cumpliendo —dijo Tillerson—. Ese es el trato, y lo están cumpliendo. Puede no gustarte.
El secretario de Estado tenía una forma lógica de revisar los detalles del cumplimiento técnico del acuerdo.
—Eso es típico de la clase dirigente —contestó Trump.
Discutían para que todas esas cosas encajaran entre sí: los acuerdos
comerciales con China y México, el acuerdo nuclear con Irán, el
despliegue de tropas o la ayuda exterior. El mensaje de Trump fue decir
“no” a todo lo que le habían presentado.
—No podemos hacer esto —dijo Trump—. Esto es lo que nos ha llevado a esta situación.
—Cuando digas que apliquen sanciones —dijo Bannon, dirigiéndose a Mnuchin—, estos grandes socios ¿qué harán con las sanciones?
Mnuchin parecía eludir una respuesta.
—No, espera —le presionó Bannon—. ¿Están con nosotros o no?
—Nunca lo apoyarán —observó Mnuchin.
—He ahí la respuesta —dijo Bannon—. Esos son vuestros aliados.
—Las empresas europeas —dijo Trump, señalando con el dedo a Mnuchin— no valen una mierda.
Siemens, Peugeot, Volkswagen y otras empresas europeas conocidas estaban invirtiendo activamente en Irán.
—Rex, eres débil. Quiero revocarlo.
Trump pasó a uno de sus temas favoritos. Quería aplicar aranceles a
las importaciones de acero, aluminio y automóviles. Se preguntaba por
qué Mnuchin no declaraba a China una manipuladora monetaria tal como él
pretendía.
Mnuchin explicó que, hacía años, China había sido una manipuladora monetaria, pero que ya no lo era.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Trump—. Aporta argumentos convincentes. Hazlo. Declara que lo es.
Mnuchin le explicó que la ley en Estados Unidos era muy clara en
cuanto a los requisitos para probar la existencia de manipulación
monetaria y que, por eso, no podía aportar argumentos convincentes.
—Estamos en el lado equivocado en los acuerdos comerciales —dijo
Trump—. Pagamos por todos ellos más de lo que valen. Los otros países
están ganando dinero. Mirad todo esto de aquí arriba. Estamos pagando
por todo esto. Esos países son “protectorados” —declaró.
—De hecho, eso es bueno para nuestra economía —repitió Cohn.
—No quiero oírlo —respondió Trump—. Todo eso son chorradas.
A medida que la reunión llegaba a su fin, Tillerson se reclinó en su
silla. Parecía dirigirse al presidente, pero no mantenía contacto visual
con él. En cambio, miraba a Mattis.
—Tu acuerdo —dijo el secretario de Estado—. Es tu acuerdo.
En Texas era una forma de lavarse las manos, como aquel que dice:
obedeceré y ejecutaré las órdenes, pero el plan es tuyo, no mío.
—Invertimos 3.500 millones de dólares al año para tener tropas en
Corea del Sur —dijo Trump enfadado—. ¡Y ellos fueron incapaces de
decidir si querían o no el sistema antimisiles THAAD! ¡Y tampoco si iban
o no a pagar por él!
Algunos surcoreanos creían que el sistema antimisiles podía provocar
una guerra con Corea del Norte y habían puesto reparos a la instalación,
argumentando que era por el bien de Estados Unidos y Japón.
—Pues ¡saca las putas tropas! —exclamó Trump—. ¡Me importa una mierda!
—Los surcoreanos nos dan muchísimas subvenciones —explicó Cohn,
desafiando directamente al presidente—. El acuerdo comercial es bueno
para la economía de Estados Unidos —repitió—. Nos compramos las teles
más increíbles del mundo por 245 dólares. Lo cual quiere decir que la
gente gasta menos dinero en televisores y más dinero en otros productos
estadounidenses.
Si Estados Unidos retiraba sus tropas de Corea del Sur, harían falta
más portaaviones en esa parte del mundo para estar tranquilos.
—Eso podría costar hasta 10 veces más —expuso Cohn. Luego estaba la
información de inteligencia, sumamente delicada, que se había obtenido
gracias a los programas de acceso especial que Corea del Sur permitió
que Estados Unidos llevara a cabo. Trump parecía no comprender su valor o
necesidad.
—A ver, 3.500 millones de dólares, 28.000 soldados —dijo el
presidente. Estaba furioso—. No sé por qué están ahí. ¡Vamos a traerlos a
todos a casa!
—Entonces, presidente —dijo Cohn—, ¿qué necesitarías que hubiera en la región para dormir bien por la noche?
—No necesitaría una mierda —aseguró el presidente—. Y dormiría como un bebé.
Priebus puso fin a la reunión. Mattis parecía estar completamente desanimado.
Trump se levantó y salió.
Era como si Tillerson se hubiese quedado sin aire. No podía soportar
el ataque de Trump a los generales. El presidente hablaba como si el
Ejército estadounidense fuese una panda de mercenarios a sueldo. Si un
país no nos pagaba para que estuviéramos ahí, no queríamos estar ahí.
Como si a Estados Unidos no le interesara forjar y mantener un orden
mundial pacífico, como si el principio organizativo de Estados Unidos
fuera el dinero.
—¿Estás bien? —le preguntó Cohn.
—Es un puto imbécil —observó Tillerson para que todos lo oyeran.
TRUMP ABANDONÓ la reunión con Priebus, Bannon y Kushner justo antes
de las 12.45. Estuvo unos momentos saludando a los miembros del servicio
que se encontraban en el pasillo.
—La reunión ha ido genial —dijo Trump a los periodistas—. Una reunión estupenda.
Se dirigió a la limusina presidencial.
—Me alegro de que al fin te decidieras a decir algo —felicitó Trump a Bannon—. Necesitaba un poco de apoyo.
—Lo estabas haciendo genial —dijo Bannon.
Mnuchin, el secretario del Tesoro, salió detrás de ellos. Quería
asegurarse de que estuviera claro que estaba con Trump en el asunto de
los aliados europeos.
—No sé si son aliados o no —convino—. Estoy contigo.
En el coche, Trump describió a sus asesores.
—No saben nada de negocios. Todo lo que quieren hacer es proteger a todo el mundo, y nosotros lo pagamos.
Dijo que los surcoreanos, nuestros aliados, no llegarían a un nuevo acuerdo comercial con nosotros.
—Y quieren que les protejamos de ese loco en el norte.
COHN CONCLUYÓ que, de hecho, Trump estaba yendo hacia atrás. Había sido más razonable durante los primeros meses, cuando todavía era un principiante.
“Los asesores del presidente están preocupados
por su carácter imprevisible, su ignorancia y sus opiniones peligrosas”
(un alto cargo de la Casa Blanca)
Para Priebus, esta había sido la peor de muchas reuniones espantosas.
Seis meses después de formar parte de la Administración, podía ver con
claridad que tenían un problema fundamental a la hora de establecer
objetivos. ¿Adónde se dirigían?
La desconfianza en la sala había sido palpable y corrosiva. El
ambiente era salvaje. En apariencia, todos estaban en el mismo bando,
pero parecían llevar puesta la armadura de guerra, en especial el
presidente.
—A esto se parece la locura —concluyó Priebus.
UN ALTO CARGO o de la Casa Blanca que habló durante esa misma época
con algunos participantes de la reunión hizo este resumen: “El
presidente procedió a soltar una reprimenda e insultar a todo el grupo
por no saber nada en lo que respecta a defensa o seguridad nacional. Es
evidente que muchos de los asesores principales del presidente,
especialmente los pertenecientes a la esfera de la seguridad nacional,
están sumamente preocupados por su carácter imprevisible, su relativa
ignorancia, su incapacidad para aprender y también por lo que ellos
consideran que son opiniones peligrosas”.