Ibsen Martínez

Venezuela: el bosque avanza. De Ibsen Martínez

La oposición asesta un golpe decisivo que precipitará la disolución del régimen.

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Ibsen Martínez, escritor venezolana

Ibsen Martnez, 19 julio 2017 / EL PAIS

El domingo pasado fuimos a votar por el sí en el centro electoral de la calle 125B, al norte de Bogotá. La multitud que se congregó allí, al igual que la que votó en la Plaza de Bolívar, dejó ver cuán grande es la comunidad venezolana opositora residente en Colombia.

Aunque la consulta no pudo realizarse en Medellín y Barranquilla (populosas ciudades donde es también muy notoria la presencia de emigrantes venezolanos), y se redujo a la capital colombiana y a Chía, un municipio de la Sabana de Bogotá, la participación habló inequívocamente del enorme predicamento del que goza hoy la MUD entre el electorado venezolano, dentro y fuera del país.

el paisSegún cifras del Movimiento Libertador, la agrupación opositora que, exitosamente y en poco más de 15 días, organizó aquí el referéndum, alrededor de 30.000 venezolanos expresaron su rechazo a la fraudulenta elección de una Asamblea Constituyente convocada por Maduro para el 30 de julio. En las pasadas presidenciales venezolanas tan solo 3.000 ciudadanos venezolanos votaron en Bogotá.

Todos los que votaron esta vez lo hicieron atendiendo exclusivamente a llamados difundidos por las redes sociales. Así ocurrió también en toda Venezuela y en más de cien lugares del mundo donde viven venezolanos que optaron por emigrar.

Muchos observadores de la escena venezolana habían señalado unánimemente que la consulta, desconocedora del obsecuente colegio electoral venezolano, sería por ello no vinculante para Nicolás Maduro.

Esto pudo ser cierto, pero solo en la medida en que ningún resultado electoral adverso ha sido jamás vinculante para el trapacero régimen chavista. Pensaban los analistas, con razón, que no sería la primera vez que el chavismo desconociese un mandato electoral para seguir con vida.

Ahora, sin embargo, se advierte el enorme significado político que entrañan los resultados de la consulta del 16 de julio.

En una columna anterior señalábamos que entre las mejores virtudes de la convocatoria opositora estaba la de haberle roto sorpresivamente el servicio a Nicolás Maduro, luego de cien días de protestas pacíficas y casi otras tantas víctimas fatales de la violencia desatada por el sanguinario aspirante a dictador.

En efecto, así ha resultado, y hoy el desconcierto cunde en la cleptócrata oligarquía chavista. La oposición ha asestado un golpe decisivo que, sin lugar a dudas, precipitará en el futuro inmediato la disolución del régimen de Maduro.

Quizá la historia contemporánea del continente esté discurriendo demasiado rápidamente como para tomar nota de que el régimen dictatorial que propició Hugo Chávez va a ser derrotado por la creatividad política demostrada por los líderes demócratas, apoyada vivamente por la gran mayoría de los venezolanos, y no por la fuerza de las armas.

Resulta irónico que sea precisamente un referéndum, la provisión constitucional impuesta por Hugo Chávez como arma absoluta de la “democracia directa”, lo que haya nutrido la inteligentísima estrategia opositora venezolana: darle una precisa forma electoral y pacífica al derecho a la rebelión consagrado en el artículo 350 de la misma Constitución refrendaria que Chávez se hizo aprobar un día antes de comenzar a violarla.

Los resultados de la consulta, “no vinculantes” para Maduro, sí lo han sido para el resto del mundo. Ellos testimonian que la MUD no solo representa y dirige a la masa opositora, sino que tiene la musculatura organizativa capaz de derrotar la intimidación y la violencia, y conducir el rechazo a la Constituyente dictatorial.

Después del 16 de julio, el derecho a la rebelión ha cobrado forma electoral. Convocar a una huelga general que preludie el exilio de Maduro y un Gobierno de unidad nacional que convoque a elecciones generales no luce hoy en absoluto descabellado.

@ibsenmartinez

Venezuela y la paz de Colombia. De Ibsen Martínez

Este artículo de Ibsen Martínez está directamente dirigido a la oposición venezolana. Pensamos que igual podría dirigirse a muchos en la derecha salvadoreña.

Segunda Vuelta

Ibsen Martínez, escritor venezolana

Ibsen Martínez, escritor venezolana

Ibsen Martínez, 27 septiembre 2016 / EL PAIS

Nicolás Maduro ha afirmado, previsiblemente y con estulto énfasis, que la paz en Colombia es obra por completo atribuible a Hugo Chávez. Tamaña mentira me lleva a abordar un tema nada irrelevante a la hora de tratar de entender qué (nos) pasa, hoy por hoy, en Venezuela.

el paisMe resulta inexplicable la dificultad que enfrenta la oposición venezolana a la hora de juzgar el histórico momento que atraviesa la nación vecina. Demasiados venezolanos opositores al chavismo, tanto políticos de oficio como ciudadanos del común, desestiman las positivas consecuencias inmediatas y futuras que la ratificación, por vía plebiscitaria, del acuerdo de paz entre las FARC y el Estado colombiano con toda seguridad han de tener en la resolución de la devastadora discordia que el chavismo ha instaurado en mi país.

«Me preocupa la propensión de tantos opositores venezolanos
a simpatizar, sin mayor examen, con Uribe hasta el punto
de olvidar cuánto lo asemejó a Chávez su desprecio a las instituciones»

Cierto que los arteros tejemanejes del chavismo para aplazar el referéndum revocatorio hasta 2017 absorben toda la atención, no solo de los miembros de la MUD (Mesa de Unidad Democrática), sino del ciudadano común que, indignado, ve cómo la arbitrariedad de Maduro y la panda de generales corruptos (cuando no capos narcotraficantes) e indignos funcionarios civiles atropella los más elementales derechos humanos y políticos de los venezolanos.

Tener que confrontar, día a día, a mano desarmada, nuevas y más ultrajantes arbitrariedades, ciertamente no deja tiempo de mirar con detenimiento lo que ocurre en el vecindario, pero igual resulta no solo triste, sino muy grave, que persistan en la opinión venezolana tantas percepciones equivocadas, tantos equívocos y, digámoslo de una vez, tanto rancio prejuicio xenófobo contra Colombia y sus ciudadanos. 

Enumerarlos, clasificarlos y tratar de rastrear sus orígenes, desde la ya remota querella que en 1830 condujo a la disolución de la Gran Colombia —esa “ilusión ilustrada”, como la llamó el prematuramente extinto pensador venezolano Luis Castro Leiva—, hasta las vociferaciones con que Hugo Chávez atribuía a Álvaro Uribe protervas vinculaciones con el general Santander y el atentado contra Bolívar en 1828, sin olvidar los abstrusos diferendos limítrofes de principios del siglo pasado que tanto desvelaron a militares y demagogos venezolanos y alentaron la xenofobia anticolombiana, es asunto tan de tejas arriba que excede mis capacidades y las de estas 600 palabras de mi bagatela semanal. 

Pero algún día, y pronto, harán bien las élites intelectuales venezolanas, en especial las que se ocupan del quehacer político, en abocarse a ello. Por modesta que sea mi experiencia, sé positivamente que leer y pensar intensamente en torno a Colombia me ha llevado a entender mejor muchas cosas de Venezuela. Y, por cierto, hay mucho, muchísimo más que entender que lo que trae el manido y mezquino epigrama, atribuido, con razón o sin ella, a Simón Bolívar: “Venezuela es un cuartel, Colombia una universidad y Ecuador un convento”.

Parafraseando al poeta estadounidense Allen Ginsberg, he escuchado a los mejores cerebros de mi generación despachar a Santos, De la Calle, Jaramillo, Gaviria y Holguín como ingenuos embaucados por unas FARC cuyo proyecto es instaurar una Gran Colombia castrochavista. Me preocupa la propensión de tantos opositores venezolanos a simpatizar, sin mayor examen, con Uribe hasta el punto de olvidar cuánto lo asemejó a Chávez su desprecio a las instituciones y a la norma constitucional de su país. Pero afirmar, como lo he escuchado en Caracas de labios de muy caracterizados líderes opositores, que Juan Manuel Santos es un tonto útil de Nicolás Maduro desafía toda ecuanimidad.

Duele advertir que quienes padecen la vocación tiránica, esencialmente violenta, del chavismo piensen que una victoria del no en Colombia pueda contribuir a la normalización democrática y a la reconciliación en Venezuela.

@ibsenmartinez

El salvaje de la ópera. De Ibsen Martínez

el paisLaureano Ortega insulta a los nicaragüenses con el dispendioso espectáculo de su megalomanía a costa de petrodólares.

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Ibsen Martnez, escritor, dramaturgo, guionista y columnista venezolano

Ibsen Martnez, 10 agosto 2016 / EL PAIS

Como algunas otras obras maestras literarias latinoamericanas – pienso, por ejemplo, en El gallo de oro, de Juan Rulfo –, El salvaje de la ópera, del egregio autor brasileño Rubem Fonseca, comenzó siendo eso que los cineastas llaman “un tratamiento literario”.

Aunque, como es habitual en nuestra América, el dinero se acabó muchísimo antes de arrancar el rodaje, Fonseca ya había tomado impulso y carrerilla y terminó por darnos un gran libro, inspirado en la vida y obra de António Carlos Gomes (1836- 1896), por sus muchas virtudes notable compositor brasileño, autor de una ópera rarísima : Il Guarany (El guaraní) que, de cantarse, no se canta en la otra lengua oficial del Paraguay sino, como ocurrió en su resonante estreno en La Scala de Milán, en 1870, en italiano.

Ideas tan sueltas como ésta me visitan desde que leí, el pasado 3 de agosto y en este mismo diario, un reportaje de Carlos Salinas en torno a la prole de los esposos Ortega Murillo, pareja decidida a cerrar el nepótico círculo de las dictaduras dinásticas nicaragüenses iniciado por Anastasio “Tacho” Somoza en 1937.

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Según el reportaje, uno de los más avispados vástagos de Daniel Ortega se llama Laureano y ha resultado, como en tiempos pasados se habría dicho en el llano venezolano, una “lanza en un cuarto oscuro” para los negocios.

Afirma el reportaje que el despabiladísimo Laureano ha sido “nombrado por su padre como asesor presidencial en inversiones y mano fuerte de ProNicaragua, institución que atrae a los inversionistas extranjeros”. Laureano – no resisto la tentación de llamarlo Laureanito, tal como al hijo de “Tacho” Somoza, el primerísimo bárbaro dictador nica, llamaron “Tachito” – es quien fue a China a cortejar al billonario Wang Jing con la propuesta de construir un Canal Interoceánico que dejase chiquito al de Panamá.

Sin embargo, lo que interesa a mi bagatela semanal es señalar el interés de Laureano Ortega por la obra del gran Giacomo Puccini.

El hijo del comandante cantando en homenajo a  Luciano Pavarotti

El hijo del comandante cantando en homenajo a Luciano Pavarotti

Su debilidad por Puccini lo ha llevado a instituir, en febrero de este año, y en el Teatro Nacional “Rubén Darío”, de Managua, un festival “pucciano” que, a la manera del festival de Torre del Lago, en Lucca, programó exclusivamente óperas del autor de Madame Butterfly.

A mí, para ser francos, me parece una iniciativa en extremo edificante, pues se aparta de la presunta afición del patriarca de la familia, el comandante Daniel Ortega, por el acoso sexual intrafamiliar, compulsión que, de no castigarse a tiempo, puede muy bien conducir al incesto.

El festival de Laureanito presentó por vez primera en Centroamérica obras del compositor toscano, y ellas fueron Turandot y La Bohème. Sin embargo, hay algo tiránicamente escarnecedor en la puesta en escena del Turandot de Managua y es que haya sido justamente Laureanito el tenor a cargo del papel de Calàf.

La estampa del hijo de un dictador centroamericano entonando el aria “Nessun dorma” ante un auditorio cautivo, hecho de dignatarios del gobierno y empleados de la administración pública, obligados a ovacionar, evoca los extravíos de la millonaria Florence Foster Jenkins, quien, pese a ser tan sorda como una bombilla incandescente, llegó a comprar, en octubre de 1944, todo el aforo del Carnegie Hall para darse el gusto de cantar, un mes antes de morir, en un verdadero teatro de ópera.

La Foster Jenkins al menos se gastaba dineros legítimamente heredados de su padre. Laureano, en cambio, emula a los grandes Giacomo Lauri-Volpi y Beniamino Gigli, insultando a los nicaragüenses con el dispendioso espectáculo de su megalomanía a costa de petrodólares birlados por Hugo Chávez a todos los venezolanos.

@ibsenmartinez

De los libros a Petkoff. De Ibsen Martínez

TEODORO PETKOFF

TEODORO PETKOFF

Ibsen Martínez, 3 julio 2016 / POETAS&ESCRITORES

1.-

En febrero de 1967, Teodoro Petkoff  Malec (El Batey, estado Zulia 1931),  entonces joven comandante guerrillero del Partido Comunista de Venezuela,   se fugó espectacularmente,  a través de un túnel de 50 metros excavado bajo la prisión militar donde él y otros altos dirigentes comunistas purgaban una condena de 30 años por rebelión. Forzosamente, Petkoff hubo de dejar en su calabozo los libros que había leído y anotado durante su cautiverio. No sería esa su primera ni la más rocambolesca de sus fugas, pero sí la que liminarmente atañe a estas notas.

Pocos años más tarde, andaba yo en mis tempranos veinte  y  camino de un cine del centro de Caracas cuando me detuve a echar un vistazo a los puestos de libros de segunda mano del ya desaparecido Pasaje Coliseo, muy cerca del Capitolio Federal. Revuelto  con novelitas rosa o detectivescas, bestsellers de Jacqueline Susann y Frederick Forsyth, manuales de contabilidad  y libros de Derecho, hallé un ejemplar usado de la Historia de la Guerra Civil Española, de Hugh Thomas.

Era una primera edición, publicada  en 1962 por Ruedo Ibérico, la parisina editorial que fundaron “Pepe” Martínez Guerricabeitia y otros cuatro  exilados españoles. Yo tenía noticia de aquella obra, pero nunca había tenido la ocasión de leerla.

El ejemplar estaba en estupendas condiciones, y aunque, al ojearlo, advertí que estaba profusamente subrayado a lápiz, en dos colores (azul y rojo), el precio era una ganga, sobre todo considerando que no era nada fácil por entonces hacerse en  Caracas de aquella legendaria edición. Gasté lo que llevaba encima y me fui andando hasta la cercana Plaza Bolívar donde me senté en un banco, a leer a la sombra de los jabillos. Sólo entonces llamó mi atención la firma del antiguo  dueño: una firma discreta, minúscula aunque muy legible, en un ángulo de la portadilla: “Teodoro Petkoff”. Luego –me dije– los subrayados bicolores debían ser suyos.

Mucho tiempo después supe, por boca del propio  Teodoro –es así, a secas, como  lo conocen y llaman todos los venezolanos–, que aquel ejemplar formaba parte de la pequeña biblioteca que los guardas de la prisión militar del cuartel San Carlos sacaron a remate luego de su fuga por el túnel.

Disponerme a leer a Hugh Thomas comentado por Teodoro Petkoff tenía para mí en aquel momento ni más ni menos que el valor de  lectura de la Guerra de las Galias, anotada por Napoleón Bonaparte. El motivo no era otro que la admiración que entre muchos de mi generación –la de los nacidos en los cincuenta del siglo pasado– no podía dejar de infundir la figura de un hombre capaz de empuñar las armas sin dejar, al mismo tiempo, de producir una considerable masa de elaboración teórica acerca de la crisis del  movimiento comunista mundial, crisis que por aquellos años se manifestaba de mil modos.

Para irnos entendiendo, hablo de un tiempo en que, con vertiginosa rapidez, se sucedían en el planeta acontecimientos políticos y culturales, solo en apariencia disyuntos y casi todos ellos señalados por una especie de “rebeldía inespecífica” contra todo lo establecido, y también, por el malestar de muchísimos rebeldes ante el dogma marxista-leninista.

La-guerra-civil-española-cover1-2Suele atribuirse, con razón, un valor  especial al “mayo francés” en la gestación del clima global de ideas políticas de la época, pero tal como yo  recuerdo el final de mi  bachillerato público, para la mayoría de quienes en Venezuela nos interesábamos por la política de izquierdas  –muy precozmente,  entre los trece y los quince años, como ha sido tradición en nuestros países hasta bien entrada la década de los ochenta–, el año 1968 resultó  memorable, no tanto por “la ofensiva del Tet” vietnamita o  las pedreas y los grafiti parisinos como por la invasión soviética a la antigua Checoslovaquia que, en agosto de aquel año cero de nuestros descontentos, puso fin a la llamada “primavera de Praga”.  El “Che” Guevara había muerto en Bolivia, en octubre del año anterior.

La insurgencia de la izquierda armada en la Venezuela de los años 60 fue tan corta como trágicamente inconducente, y aunque costó muchas vidas, no logró otra cosa que liquidar disparatadamente sus  posibilidades de hacerse del poder, al tiempo que un bipartidismo socialdemócrata, de prácticas electorales populistas y menos que pasable eficiencia en la gestión del petroestado,  que dominó la escena hasta fines del siglo pasado.

En Venezuela, como en casi todo el resto del continente, “la autoridad moral y el prestigio de Fidel Castro, junto con la fascinación que ejercía sobre la totalidad de los cuadros intelectuales o políticos que visitaron La Habana en aquellos primeros años de ímpetu de la Revolución Cubana, resultaron ser la exportación revolucionaria más importante de la isla”.

La cita anterior es del mexicano Jorge Castañeda quien, en su libro La utopía desarmada (1993), hace una distinción que juzgo muy pertinente al referirse a la izquierda venezolana: “En América Latina, los grupos armados germinaron como reacción a los partidos comunistas”, casi todos ellos, en efecto, muy cautos a la hora de pensar en empuñar las armas. “Una excepción fue Venezuela  –prosigue Castañeda–, donde Douglas Bravo y Pompeyo Márquez condujeron al Partido Comunista de Venezuela al intento, casi suicida, de declarar una lucha armada contra una democracia establecida hacía poco y que encabezaba el socialdemócrata Rómulo Betancourt”.

La izquierda venezolana fue rápidamente derrotada y, muy  fragmentada, hubo de replegarse durante décadas a bastiones donde habría de permanecer hasta fines del siglo pasado, cuando adhirió, con raras excepciones, a la candidatura presidencial de Hugo Chávez: el periodismo, la universidad pública, las publicaciones  culturales, muchas de ellas subsidiadas por el Estado, un parlamentarismo crónicamente minoritario y un sindicalismo testimonial irrelevante.

Pero en 1968, los jóvenes   comunistas estábamos en la ilegalidad y a solo dos años del ascenso del socialista Salvador Allende a la presidencia de Chile, por vía electoral, en 1970.

La vida de Petkoff, en los años que van de 1958, cuando fue derrocada la dictadura  del general Marcos Pérez Jiménez, hasta fines de la década de los sesenta, puede  narrarse segmentadamente, teniendo como hitos sus frecuentes subidas a la montaña, sus carcelazos y sus espectaculares fugas.  Pero fue la invasión soviética a Checoslovaquia  lo que lo llevó a cuestionar el corpus de nociones que, hasta entonces,  explicaban el mundo, según la izquierda.

A decir verdad, no se trató precisamente de que una venda cayera de sus ojos, pero la clara noción del fracaso de la vía insurreccional que asediaba sus ideas de cambio social desde hacía ya tiempo, sumada a la irreversible decepción que entrañaba aquella reprise del sofocamiento de la revuelta húngara de 1956, lo llevaron a escribir Checoslovaquia: el socialismo como problema [1969], el libro que lo puso en el mapa mundial de la contestación a todo lo que Joseph Brodsky llamó con tino ” civilización soviética”.

Durante la lucha armada, afirmaría Petkoff más de veinte años más tarde, dos contradicciones se hicieron visibles en la conducta política del Partido Comunista; de cualquier partido comunista, no solo del PCV.

“Por una parte, nos habíamos alzado en nombre de la defensa de la democracia, acusando a Betancourt de pretender vulnerar tan cara conquista de los venezolanos y, sin embargo, proponíamos al país, implícitamente, por nuestra pura y simple condición de partido comunista, un modelo de sociedad, la soviética, que más anti-democrática no podía ser. Difícilmente podíamos ser entendidos por nuestros compatriotas. Pero, por añadidura, tres años atrás, en 1965, el PCV había condenado enérgicamente y, desde luego, con toda razón, la intervención imperial de Johnson en Santo Domingo. No obstante, en agosto de 1968 se nos pedía que aplaudiéramos y que nos solidarizásemos con la intervención imperial de Brezhnev en Checoslovaquia. El PCV, por supuesto, lo hizo, en un acto de esquizofrenia política que no podía sino alejarnos aún más del entendimiento común de los venezolanos”.

Fue, justamente, en la clandestinidad que siguió a aquella fuga cuando Petkoff escribió “Checoslovaquia: el socialismo como problema”, un libro que le ganó ser anatemizado por el mismísimo Leonid Brezhnev, en su informe al XXIV Congreso del PCUS, en 1970, junto a Roger Garaudy y Ernst Fischer, eminentes filósofos marxistas, como “amenaza” para el comunismo mundial.

La invasión soviética a Checoslovaquia, mal disfrazada de intervención de las tropas del Pacto de Varsovia solicitada por las autoridades checas, tuvo lugar el 21 de agosto; para septiembre, recuerda Petkoff, ” nos reunimos en  mi «concha» ( escondite) Germán Lairet, Antonio José Urbina y yo, quienes junto con Alexis Adam habíamos sido los cuatro solitarios votos en el Comité Central del PCV, reunido poco después de la invasión, contrarios a la resolución que aprobaba la intervención soviética. Aquella noche de la clandestinidad arribamos a la conclusión de que era preciso abandonar el PCV y fundar un nuevo movimiento político, claramente diferente del comunista. Socialista, por supuesto, pero democrático. Esto es, no comunista. Nuestra disidencia no fue, como para otros, coartada para abandonar la lucha, sino motivación para continuarla, con el mismo afán de justicia, empero desde una perspectiva nueva: la libertaria”.

Así  nació un libro que aún se lee con provecho, tal es su calidad predictiva de lo que  traería la perestroika, el desplome político del bloque del este europeo y la caída del muro de Berlín.

2.-

La fuga por “el túnel del [cuartel] San Carlos”, como fue conocida, no fue la única de las legendarias fugas petkoffianas desde prisiones tenidas por inexpugnables– en una de ellas, anterior a la que aquí comento, logró descolgarse con una soga desde el séptimo piso del Hospital Militar de Caracas–, pero sí la que me acercó a sus libros.  Comenzando por los de la pequeña biblioteca que Petkoff juntó durante su encarcelamiento y que los guardas de la prisión sacaron a remate poco tiempo después de cegar el túnel.

El subrayado bicolor de Petkoff en aquel ejemplar del libro de Thomas intrigaba al adolescente admirador del dirigente comunista que yo era. No sabría hoy decir por qué  el lápiz rojo me parecía subrayar elementos “estratégicos” en el relato de la guerra civil española, mientras que el lápiz azul resaltaba matices, episodios sugestivos, relevantes conexiones con otros ámbitos, filosóficos o literarios. Pero  así fue como leí aquel libro “comentado” en dos colores.

A fines de los años setenta ya militaba yo, como activista a tiempo completo, en la nueva organización fundada por Petkoff y sus contemporáneos. Un día fui designado asistente suyo en el contexto de una carrera interna por la candidatura presidencial de 1978.

Me apresuro a decir que su adversario era José Vicente Rangel, por entonces un prestigioso periodista y parlamentario de centro izquierda, famoso en la violenta década anterior por su denodada lucha contra los bárbaros excesos de la represión antiguerrillera.

Petkoff perdió en toda la línea aquella contienda interna que fue para mí una lección democrática: el fundador y líder indiscutido de un partido se medía con un outsider independiente …y perdía. Pero  lejos de desconocer los resultados, como han hecho tantos caudillos partidistas en nuestra América, Petkoff acató disciplinadamente el mandato del partido y se convirtió en formidable activista de la candidatura presidencial de Rangel.

Mi trabajo entrañaba acompañar al precandidato en largos viaje por tierra, a todo lo largo y ancho del país, turnándonos al volante de un escarabajo Volkswagen,  modelo 67 de Petkoff. La conversación, que bien podía ser de política, infaliblemente giraba, sin embargo, en torno a una pasión compartida: la lectura.

De la estofa de los lectores impenitentes está hecha nuestra amistad desde aquellos años. Ella se ha ritualizado en un continuo y jamás interrumpido préstamo de libros nunca devueltos porque, ni Teodoro ni yo, somos bibliómanos: tácitamente, se considera a buen recaudo y siempre al alcance de la mano el libro prestado al amigo.

Daré cabal idea del tipo de lector omnívoro  que es Teodoro –rara avis en la clase política de nuestra América– con la lista de libros de su propiedad que, alzando la vista hacia mi estantería puedo reconocer como préstamos suyos, siempre acompañados de entusiasta recomendación: Una Historia de la revolución francesa, de Francois Furet; Stoner, una edición original ( Vintage, 1965) de la novela de John Edward Williams, hoy redescubierta por la crítica; Teoría de las opiniones de Jean Stoetzel, un clásico moderno traducido por Petkoff en 1972; La veritá sull’economia cecoslovca, Ed. Etas Kompass, Milano, 1969.; de nuevo Furet: El pasado de una ilusión: ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX.

( 1995).

Erudito del béisbol, fanático  de los “Tiburones de La Guaira”, dos títulos lo delatan como economista también interesado en la historia cultural latinoamericana: Moneyball: The art of winning an unfair game, del periodista económico y padre de la “sabermetría” beisbolística, Michael Lewis, y Orgullo de La Habana, una singular historia del béisbol en Cuba cuyo autor es el egregio scholar de literatura latinoamericana de la Universidad de Yale, Roberto González Echevarría.

3.-

Desde la primera insurgencia de Hugo Chávez en 1992, Petkoff  adversó sus tiránicos designios con  decisión y denuedo, siempre desde sus posiciones de izquierda democrática. En 1998, Petkoff renunció al MAS, el partido que había fundado 27 años atrás, dramatizando así su desacuerdo con el apoyo electoral que una convención del partido acordó a Chávez.

Admirador confeso del don para reinventarse de Clint Eastwood, Petkoff, por entonces rayando en los 70 años, dispuso para sí una nueva trinchera: el periodismo. El matutino de barricada que fundó en 2000, Tal Cual, descolló por una novedad : el editorial opositor ocupaba por completo su primera plana. Desde Tal Cual, Petkoff no solo se ha opuesto a la deriva autoritaria del chavismo, sino a los extravíos golpistas de la oposición. En 2015, le fue otorgado en España el Premio Ortega y Gasset por “la extraordinaria evolución personal que le ha llevado desde sus inicios como guerrillero a convertirse en un símbolo de la resistencia democrática a través del diario que dirige”.

En el curso de la era chavista no ha hecho sino añadir títulos a su dilatada producción teórica, desplegada en libros que ya alcanzan una treintena, escritos todos en un culto y caraqueñísimo español. Quizá el más deslumbrante y persuasivo sea El chavismo al banquillo: pasado, presente y futuro de un proyecto politico (Planeta, Bogotá, 2011).

Hace poco, en Caracas, estuve de visita en casa del ya octogenario Petkoff. La conversación, comme d’habitude, derivó hacia los libros y, sin que ya sepa a santo de qué, volvimos a hablar de su ejemplar de La guerra civil española  de Hugh Thomas. Quise, luego de 40 años, conocer  la cifra del subrayado  en dos colores, qué entrañaba el azul, qué destacaba el rojo.

–Nada en especial; en realidad, me era indiferente cuál punta del lapíz bicolor usaba– respondió. –Soy daltónico–.

Ibsen Martínez

 

Foto-IbsenEscritor de profesión. Vivo en Caracas, Venezuela, petroestado populista de la Cuenca del Caribe. Escribo ficciones, piezas teatrales,  ensayos y artículos. Me interesan sumamente la historia económica, la literatura pianística, los temas petroleros y energéticos, los cambios que trae consigo la vejez y la reseña periodística de ideas ajenas. He publicado dos novelas ( “El mono aullador de los manglares”, Mondadori, Caracas, 2000) y “El señor Marx no está en casa”  ( Colección La otra orilla, Norma, Bogotá, 2009). 

 

Vea: Entrevista a Teodoro Petkoff.
«No soy el gurú de la oposición».
De Paolo Luers/2010

Zapatero, el correveidile. De Ibsen Martínez

Ibsen Martínez

Ibsen Martínez, escritor venezolano

Ibsen Martínez, 7 junio 2016 / EL PAIS

Tiene la disposición de ser el cómplice de Maduro para evitar la derrota del chavismo

Figurémonos el momento exacto en que José Luis Rodríguez Zapatero penetró en el ignominioso cubil en que la dictadura de Nicolás Maduro mantiene encerrado, arbitraria e ilegalmente, desde hace más de dos años, a Leopoldo López.

Iba, seguramente, de traje y corbata. No hay razón alguna para dudar de sus modales de exjefe del Gobierno español ni para pensar que Leopoldo —como en Venezuela lo llamamos todos— haya hecho a un lado los suyos. Imagino que Rodríguez Zapatero hubo de encorvarse mucho para entrar al umbrío habitáculo mil veces visitado en la alta noche por los esbirros de la Guardia Nacional Bolivariana encargados de intentar quebrar la moral del preso político más conspicuo de América Latina con intempestivas requisas, para no hablar de la pertinaz lluvia excrementicia con la que han pretendido doblegar la dignidad del exalcalde de Chacao.

el paisNadie, suponemos, pidió a Rodríguez Zapatero que se desnudase por completo —como sí se ha obligado vejatoriamente a la madre y a la esposa de Lepopoldo— para ser “esculcado” antes de entrevistarse con el líder de una de las organizaciones políticas más señaladas de la Mesa de la Unidad Democrática. Pero admitamos que todo es posible en la Venezuela de Maduro, así que también cabe imaginar que hayan dispuesto un perchero donde el prominente político español pudiese colgar sus prendas de vestir mientras giraba desnudo, las manos en alto, en obsequio de los cancerberos de la cárcel militar de Ramo Verde.

No es ocioso pensar en la contextura moral de Rodríguez Zapatero. Quizá ese algo que informa su expediente personal de aquiescencia frente a la dictadura cubana, por ejemplo, lo haya llevado a acceder gustoso a desnudarse, y quién sabe si hasta a acuclillarse en la sala de espejos, para brindar seguridades a los esbirros del régimen de que no llevaba oculta en sus entrañas una escofina para limar barrotes. ¿Retendrían su pasaporte durante la entrevista?

La verdad, dice una reseña periodística, es que la reunión tuvo lugar en una oficina en la planta baja del anexo B de la prisión, de ordinario provista de cámaras de vídeo, y en presencia de Adriana López, hermana menor del dirigente demócrata. Rodríguez Zapatero llegó elocuentemente escoltado por Jorge Rodríguez, quizá el más cínico de los fulleros electorales del régimen.

Ahora bien, ¿qué tiene Rodríguez Zapatero que no hayan tenido Felipe González o Andrés Pastrana, por mencionar solo a dos expresidentes iberoamericanos que en el pasado han querido visitar a López sin lograrlo?

La respuesta es clara: tan solo la disposición de ser cómplice de Maduro en su designio de evitar la derrota definitiva del modelo chavista si el exchófer de colectivos llegase a medirse en un referéndum revocatorio, ya sea durante este año o el Día del Juicio.

Que es vocero de buena fe en el “diálogo” necesario, es la coartada de Rodríguez Zapatero. Conociéndolo, tengo para mí que todo el gasto de la conversación lo hizo Leopoldo al cantarle las cuarenta al político español, antes de despedirlo con cajas destempladas. Rodríguez Zapatero, en verdad, no llevaba mucho que decir, salvo una aborrecible proposición de parte de Maduro: la libertad de Leopoldo López a cambio de su apaciguamiento, de la fractura de la unidad opositora venezolana en torno a la impostergabilidad del referéndum revocatorio. “No negocio mi libertad por el revocatorio de Maduro”, ha dicho Leopoldo a Rodríguez Zapatero, mozo de brega vallisoletano, chico de mandados del tirano más estulto que haya padecido Venezuela, enviando de paso un mensaje a la masa opositora nacional: no desfallecer ahora que el fin está cada día más cerca.

@ibsenmartínez

Lea en ABC:

Zapatero admite su fracaso en que la oposición ceda ante Maduro

Lea en El Nacional/Venezuela:

Rodríguez Zapatero, escuche a los venezolanos

El falso diálogo

El pendejo transitorio. De Ibsen Martínez

Ibsen Martínez

Ibsen Martínez, escritor venezolano

Ibsen Martínez, 17 febrero 2016 / EL PAIS

Las crisis políticas venezolanas del último siglo y medio infaltablemente han llevado a los bandos en pugna a acordar un último recurso: dar con un pendejo transitorio.

Incognoscibles leyes de composición social hacen que, ante cualquier impasse tercamente insoluble, de esos en los que nadie puede sacar decisiva ventaja a corto plazo, los bandos en discordia no se decanten jamás en Venezuela por una tregua, seguida de un pacto de buena fe en torno a un programa mínimo de reformas, ejecutables en un plazo aceptable para todos, a ver si en el camino, entre mulas y arrieros, se enderezan las cargas.

el pais¡No!; la solución venezolana por excelencia (que al cabo resulta no ser en absoluto una solución) está en hallar una cruza entre el pararrayos y el chivo expiatorio, criatura que mi modesta politología caribeña ha llamado “el pendejo transitorio”. La subespecie prevaleciente es la del papanatas designado para cuidar el “coroto”.

Venezolanos y colombianos compartimos esa voz —“coroto”—, que nombra indistintamente tanto los objetos de uso personal como los enseres, mobiliario y hasta la decoración de una casa. En mi país, “coroto” nombra también la silla presidencial. Misión típica del pendejo transitorio de primera especie es mantener tibiecito el coroto bajo sus posaderas hasta que el jefe regrese por ejemplo, de un postoperatorio en Cuba.

Este tipo de subpendejo, sin embargo, puede defraudar la confianza de quien lo designa. El dictador Antonio Guzmán Blanco (1809-1899), se aficionó a gobernar telegráficamente desde el París del Segundo Imperio, para lo cual se servía de un cable submarino tendido entre Marsella y el pintoresco puerto oriental de Carúpano. Aunque se preciaba de buen juicio al escoger sus pendejos, Guzmán fue desconocido arteramente, ¡y más de una vez!, por pendejos que se alzaban con el coroto y lo forzaban a dejar las delicias del París de Napoleón III y venir a poner orden en el fandango. La cosa siempre terminaba a tiros.

Otra variedad de pendejo transitorio es aquella que gesticula como si presidiese con soberanía y pulso firme una tortuosa pero ineludible transición entre bandos irreconciliables para evitar un inútil derramamiento de sangre. Una de las mejores novelas venezolanas escritas en lo que va de siglo, El pasajero de Truman, de Francisco Suniaga, narra la desventura del doctor Diógenes Escalante, embajador venezolano en Washington que terminó su carrera pública como “candidato unitario”, aprobado en 1945 tanto por la cúpula militar gobernante del General Medina Angarita como por el emergente partido socialdemócrata Acción Democrática. Un brote sicótico, diagnosticado la mismísima mañana en que Escalante habría de entrevistarse con el general Medina, lo incapacitó para siempre como pendejo transitorio y precipitó un sangriento golpe militar.

Quién sabe qué vería Hugo Chávez en Nicolás Maduro cuando lo designó sucesor y partió a hacerse destazar por oncólogos del G2 en La Habana. Quizá pensaba regresar a Miraflores al cabo de pocos meses y que era mejor dejar a Maduro y no a Diosdado Cabello cuidar del coroto. Si creyó que, por ser Maduro el más aplatanado de los suyos, su legado estaría a buen recaudo, se equivocó de medio a medio.

Maduro es, de lejos, el hombre indicado para decretar una amnistía general de presos políticos, dejar flotar el dólar, elevar el precio de la gasolina, ordenar una misión urgente ante el FMI, acordar condiciones para su exilio antes de renunciar y adelantar las elecciones presidenciales. Esto lo convertiría, en efecto, en un reverendísimo pendejo transitorio.
Pero Venezuela toda, tanto la chavista como la opositora, le estaría clamorosa y eternamente agradecida.

@ibsenmartínez

Debate sobre ‘Las Pinches Ideas’: Ibsen Martínez y Rubén Blades

Un debate inusual se provocó entre el escritor, dramaturgo y columnista venezolano Ibsen Martínez y el canautor panameño Ruben Blades: sobre «las pinches ideas» y la violencia. Para mi criterio, ambos tienen razón – y ambos me dejan insatisfecho. Pero en un punto coinciden, a pesar del tono polémico de su intercambio intelectual: el régimen chavista en Venezuela es un desastre. Reproducimos el debate entre dos grandes y controversiales figuras de la intelectualidad latinoamericana. (Paolo Luers)

La columna que provocó la controversia: Pinches ideas.
De Ibsen Martínez

Venezuela se ha convertido en un demencial matadero donde los delitos de sangre quedan impunes. Se ha instalado la dinámica del “pueblo armado” como elemento disuasivo de cualquier golpe de Estado dirigido contra la revolución bolivariana.

Ibsen Martínez

Ibsen Martínez

Ibsen Martínez, 29 junio 2015 / EL PAIS

Para irnos entendiendo traeré una anécdota del cantautor de salsa panameño Rubén Blades.

Es México, DF, son los años noventa y Blades canta en un gran anfiteatro. El auditorio se divide, a partes iguales y mutuamente excluyentes, en “güelfos ideológicos” y “gibelinos bailadores”.

Quienes bailan al son montuno de Buscando guayaba no están para las consignas antiimperialistas de, por ejemplo, Tiburón (“Si lo ven que viene, ¡palo al Tiburón! / Pa’ que no se coma a nuestra hermana El Salvador”). Y viceversa.

De pronto, cesa el baile y se escuchan los compases iniciales de El padre Antonio y su monaguillo, Andrés, auténtica elegía a la muerte de Monseñor Óscar Arnulfo Romero, abaleado por sicarios en San Salvador, en 1980.

En este introito a una de sus más célebres canciones de protesta, Blades improvisa un discurso político que inflama a los ideológicos y desinfla a los bailadores. “En América Latina”, dice Blades, “podrán matar a las personas, pero nunca podrán matar las ideas”. A lo que un frustrado bailador, con una rezongona copa de más, responde gritando: “¡Ojalá mataran a todas las pinches ideas y dejaran tranquilas a las personas, güey!”.

Pues bien, las pinches ideas son parientes cercanas de las que Paul Krugman, ganador del premio Nobel de Economía en 2008, llama “ideas zombis”.

Según Krugman, una idea zombi es toda proposición económica “tan concienzudamente refutada, tanto por el análisis como por una masa de evidencia, que debería estar muerta, pero no lo está porque sirve a propósitos políticos, apela a los prejuicios, o ambas cosas”.

La diferencia específica entre las ideas zombis y muchas pinches ideas progresistas latinoamericanas radica en que las zombis están bien muertas y solo resta enterrarlas. En cambio, las pinches ideas están vivas, andan sueltas y en muchas ocasiones tienden a matar en proporciones genocidas.

Considérese la idea del delincuente como víctima rebelde, como “bandido social”, para usar la expresión del historiador británico Eric Hobsbawm. Resulta catastrófica como guía de políticas públicas que busquen sofocar la violencia criminal en un país de más de 28 millones que, en los 15 años de régimen chavista, registra ya 225.000 muertes violentas y donde, tan solo el año pasado, ocurrieron 25.000 homicidios impunes.

Pretender ver en un niño-sicario del microtráfico a alguien que puede ser persuadido de entregar su pistola Glock 9 milímetros a cambio de un ejemplar de Las venas abiertas de América Latina puede parecer ingenuo misticismo moral, pero eso es justamente lo que proponía Chávez cuando, en su reality show, Aló, presidente, invitaba a los imberbes y despiadados malandros que siembran la muerte en Venezuela a convertirse en entrenadores de baloncesto en las barriadas marginadas de Caracas.

Mézclese semejante ñoñería con lo que va quedando de cierta marxista teoría del reflejo “¿Somos lo que vemos en las series gringas de TV?”, y tendremos la ordenanza de Nicolás Maduro prohibiendo la importación de videojuegos de contenido violento, causantes, según sus avispados viceministros, de la propensión de nuestros asaltantes a descerrajar un promedio de 15 disparos en la humanidad de sus víctimas.

¿Quién está matando a los venezolanos a ritmo de vértigo? ¿Quiénes son verdaderamente sus implacables, sañudos asesinos? Obviamente, aunque las cifras de muerte nos pongan detrás de Honduras en cuanto a número de homicidios por cada 100.000 habitantes, no hay en mi país un conflicto armado abierto semejante al de Colombia, con ejércitos claramente antagonistas. Tampoco es asimilable nuestra violencia a los patrones asociados al narcotráfico que imperan en México o Centroamérica.

¿Qué distingue, pues, la violencia criminal venezolana de las demás matanzas que ocurren en otras comarcas de nuestro sanguinario continente?

Las respuestas son complejas, provienen de distintos submundos, con dinámicas muy dispares que confluyen todas en el demencial matadero que es hoy mi país. Una de esas dinámicas responde a otra pinche idea: la del “pueblo en armas” como disuasivo de cualquier golpe de Estado contra la revolución bolivariana.

A comienzos del año pasado, grupos paramilitares de despliegue rápido, desplazándose por las ciudades en motocicletas de gran cilindrada, causaron la muerte de más de 40 manifestantes de oposición. Apoyados con dinero y material bélico por el Gobierno, han sido valorados desde siempre, primero por Chávez, y luego por sus actuales herederos políticos, como “garantes de la paz”.

La conformación de estos grupos trasluce una intensa polinización cruzada entre un Gobierno ostensiblemente militar, la fuerza de choque paramilitar ¿irregulares llamados “colectivos”?, el nutrido lumpen del “micronarco” y, last but not least, un dantesco inframundo penitenciario, regido desde las cárceles por temidos capos que ordenan secuestros, asaltos, motines carcelarios y, desde luego, la contrata de sicarios. En un mismo colectivo pueden convivir todas estas categoría

Añadamos demografía y escala a lo arriba dicho: en Venezuela actúan cerca de 12.000 bandas y circulan entre 7 y 12 millones de armas cortas y de guerra.

La idea del “pueblo en armas” ha alentado un descomunal gasto militar, incontrolado y corrupto, que desembozadamente surte de sofisticadas armas de guerra al hampa común. La corrupción de las policías, tanto nacionales como provinciales, y la perversión de la rama judicial, fomentan la universal impunidad de los delitos de sangre, al punto de que menos del 1% del cuarto de millón de homicidios registrados desde 1999 han sido policialmente resueltos, mucho menos desembocado en detenciones, imputaciones, juicios ni sentencias firmes.

Resultado de todo esto es que el hampa disputa ya a los cuerpos policiales, desmoralizados cuando no corruptos, no solo el control de populosas favelas y extensas zonas suburbanas, sino también potestades tributarias.

Es en medio de esta anómica efusión de sangre que transcurre la degradante crisis de abastecimiento, la desenfrenada espiral de hiperinflación y el implacable acoso a toda forma de protesta, por pacífica que ella sea. Mientras tanto, los legatarios de Chávez, calibanes convertidos en talibanes, perseveran ofuscadamente en prolongar la crisis terminal una pinche idea: el socialismo del siglo XXI.

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Matan a la gente, pero no matan a la idea…
La respuesta de Rubén Blades

Rubén Blades

Rubén Blades

Ruben Blades, 3 julio 2015 / RunRunes

En un artículo publicado en el diario El País, titulado “La cara Visible del Fracaso de la Revolución”,  reproducido en un blog modestamente titulado “Entorno Inteligente”, el escritor venezolano Ibsen Martínez pareciera satanizar en favor de su interpretación política un comentario que siempre hago durante la canción “El Padre Antonio y el Monaguillo Andrés”, (dedicada en 1983 al hoy mártir beatificado, el Salvadoreño Oscar Arnulfo Romero).  No estoy seguro si este escritor es el mismo que conocí hace décadas, por intermedio de Cesar Miguel Rondón. Ibsen, ¿el escritor de teatro y de telenovelas?

De ser así, hola Ibsen, que sorpresa, ¡Ibsen!

El punto es que al final de esa canción acostumbro comentar que, “Matan a la gente, pero no matan a la idea”. Lo hago como parte de mi convicción de que la muerte comienza por el olvido, que necesitamos constantemente enfrentar a la maldad que continúa intentando destruir nuestra posibilidad, la de todos y una forma de hacerlo es reconociendo el sacrificio de los que han caído por defender el ideal de la justicia.

Me resisto a dar la ultima palabra a los asesinos, y ayudarlos a creer que la Muerte que causaron con su odio resulto la triunfadora final.

Pues resulta, según el articulo de Ibsen, que en un concierto dado por mí ¿en los años 90?, un mexicano pasado en tragos respondió al comentario exclamando, …”ojalá mataran a todas las pinches ideas y dejaran tranquilas a las personas, güey”. Acto seguido, nuestro Ibsen criollo desarrolla una opinión sobre lo que grito el borracho, (que ignoramos si recordó lo que dijo al día siguiente). En el plantea que “las pinches ideas”, (que incluirían reconocer y agradecer el sacrificio de Monseñor Romero siguiendo la línea embriagada que inspiro al escritor), no solo resultan mala onda sino que pueden además resultar “peligrosas”. Luego, aumentando incluso la dimensión del argumento etílico, nos advierte que las “pinches ideas”, esos pensamientos que andan por ahí sin supervisión, como ganado en soltura, “tienden a matar en proporciones genocidas”.  Tuve que volver a leer el párrafo, como tres veces.

Solo atiné a reaccionar pensando:  Veeeeeeerga!!!, (acento a lo maracucho).

Me sorprende que Ibsen, (el venezolano, no el noruego) me utilice como ejemplo para forzar una denuncia sobre el “peligro de las ideas”, sean estas “pinches” o no. Desafortunadamente, el escritor no brinda una explicación que nos permita identificar cuando una idea deja de ser buena para convertirse en “pinche”, ni como puede dejar de ser “pinche” para convertirse en buena. Imagino que si la idea proviene del sector ideológico que él apoya entonces será, en el peor de los casos buena, y en el mejor de los casos,  extraordinaria.  De ser así, el articulo adquiere un sesgo cognitivo que exhibe una de las razones por las cuales la “oposición” no logra aun producir un mayor respaldo de la población en Venezuela, aunque se caiga en pedazos la credibilidad de su gobierno y el pueblo por fin reconozca la inexcusable mediocridad de la administración de Maduro. Quizás Maese Ibsen equipara mi comentario al tipo de consigna panfletaria de los años 60, utilizadas por la Izquierda y por los ambidextros para estimular a las masas, intentando simplificar complejas realidades en frases fáciles de repetir. Pero ni eso justifica su descalificación de lo que dije.

La actitud anti-panfleto, que también comparto y de la que trato de alejarme en mis letras, no quiere decir que el argumento de algunas consignas sea erróneo. “El pueblo unido jamás será vencido”, por ejemplo, suena a demagogia pero no lo es. ¿Que puede vencer a un pueblo unido? Nada. Los pueblos se vencen a si mismos, sea por actuar como dedos y no como manos, sea por compartir de la corrupción de sus dirigentes. La cara invisible del fracaso de la revolución es mucho más compleja, Ibsen, comenzando por la pregunta ¿hubo alguna vez tal revolución, mas allá de los cambios constitucionales, golpes, rebeliones armadas y ahora desplantes pseudo “socialistas”? Y que decir de la decepción, o fracaso del sistema democrático, cuando fue administrado en tu tierra a la manera adeca y copeyana?

La Venezuela que produjo a Chávez como alternativa política procuraba la sacudida social que desplazara a los partidos político-empresariales y su codicia insaciable, los que durante décadas propiciaron la corrupción y el robo de los recursos públicos, dejando al país sin oportunidades, en especial para el sector popular. Esa sacudida, legítima por ser el producto de la cólera de un pueblo vejado, fue reemplazada con un  sistema mal diseñado, desprestigiado y descartado en otras latitudes y que, a pesar de su promesa inicial de transformación se convirtió en una rígida y absurda línea ideológica que partió al pueblo venezolano en mitades, convirtiendo a la posibilidad nacional en una caricatura que hoy ni la irreverencia de un Zapata podría concebir.

La actual administración, sin el carisma de Chávez maquillando su ineficiencia, se esfuerza en crear mística y apoyo popular utilizando la demagogia y la represión, algo insostenible.  Como decía mi mamá, bruto trabaja dos veces; y a veces, ni así!

Pero, y esto debe ser considerado objetivamente en otro foro, el problema de Venezuela parece no radicar solamente en los desaciertos del actual gobierno. La interioridad del fracaso, al igual que la del éxito, siempre resulta mucho mas compleja. Por eso, la responsabilidad por lo que ocurre en Venezuela también alcanza a los grupos opositores. Por eso, nadie merece o debe esperar nuestro apoyo incondicional.

No logro entender por qué, cada vez que se discute sobre realidades sociales de un país, el que sale del poder culpa de todo lo malo que ocurre al que está ahora al mando, como si con cada nuevo gobierno toda la realidad nacional volviera a nacer, “ab ovo”. Sobre el comentario en el articulo describiendo el aumento del crimen en la Venezuela de hoy, resulta mas imparcial considerar que la responsabilidad por la criminalidad en general radica en la pasada y presente ausencia de políticas de estado que enfrenten y ofrezcan factibles alternativas y oportunidades al jetsam y flotsam humano, producto de la desintegración familiar y de su exclusión dentro del marco de producción -o explotación- capitalista, el que los regímenes democráticos adeco-copeyanos y sus adláteres en las grandes fortunas mal habidas ayudaron a crear, problemas que el presente régimen se ha encargado de empeorar con charlatanerías, e ineficiencias épicas.

Si la presente aplicación de un seudo-socialismo ha resultado hasta el momento un desastre, podemos asegurar lo mismo sobre la aplicación de la democracia, tal y como resulto interpretada por los gobiernos de corte capitalista del pasado cercano.

No perdamos el tiempo discutiendo cual de los dos sistemas resulta ser el peor.

Lo que se requiere con urgencia es honestidad en el análisis del problema actual, la imaginación para desarrollar una propuesta viable, posible, con los fondos para producirla y la voluntad para aplicarla. Este es un problema internacional, Venezuela no es el único lugar que registra un incremento en la criminalidad en América.

De ello me ocuparé y escribiré muchas veces mas, en el futuro. Al momento pregunto, ¿existe en Venezuela un plan ofrecido por la Oposición para enfrentar, o por lo menos disminuir, el problema del crimen en el país?.  No me refiero a pronunciamientos retóricos, ni a discursos, o promesas. Hablo de una planificada propuesta, con explicación de motivos, fechas para la ejecución de proyectos, e identificación de fondos, públicos y/o privados, con los cuales hacerlos realidad . ¿Ese plan se ha hecho público?  Mas allá de la necesaria denuncia de un problema, también resulta necesario que los críticos presentemos propuestas para su solución, o al menos alivio.

Amigo Ibsen, no puedo aceptarte que la frase, “Matan a la gente pero no matan a la idea” sea “una pinche idea”. Tampoco que la sugieras como ejemplo de las expresiones que pueden producir muertes en “proporciones genocidas”.

Lo que sí ha contribuido a producir genocidios, por siglos, es la indiferencia cívica, el silencio internacional ante la violencia racial, social o política, y la ceguera ideológica de gente que se considera, con la mejor intención, como los únicos poseedores de la razón aunque no puedan ver nada ubicado mas allá de las orillas de su prejuicio.

En el sector que supongo integras existen estos ejemplos también; no todos están solamente dentro del desgobierno que con razón opones.  Las ideas no son peligrosas. Deben ser evaluadas objetivamente y se sostendrán o no en el tiempo, de acuerdo con la razón y el mérito que posean. Censurarlas antes de ser siquiera discutidas no es democrático, ni es inteligente. Generalizar, el agrupar indiscriminadamente conceptos que no han sido examinados, condenándolos sin un juicio previo, eso es lo que define a las dictaduras que imagino también opones.

En Panamá, por ejemplo, hacemos un esfuerzo por lograr que nuestro pueblo no generalice un sentimiento anti-inmigrante que se empieza a sentir por el éxodo que desde tu país al mío va en aumento a consecuencia de la situación política.

Algunos venezolanos, especialmente los de alto poder adquisitivo, llegan con una actitud de superioridad y de soberbia como la que contribuyo a producir la reacción popular que llevo a Chávez al poder y que en parte ayuda a explicar la caótica situación, enredada y dividida, que hoy se vive en esa hermana nación.

Compran dos casas en un barrio de lujo y de pronto se creen dueños del país, y con una condescendencia que ofende, tratan a sus anfitriones como si fuesen siervos.

Pero esos son algunos, no todos. Por eso, no debemos generalizar. Hay muchos venezolanos que han venido a nuestro país con respeto, agradecen nuestra acogida y se integran a nuestra sociedad y costumbres. Si permitimos la generalización, si no utilizamos el criterio objetivo, entonces se condenaría a todos por unos cuantos. Eso no puede ser excusado. Ni en Panamá, ni en Venezuela.

Ojalá amigo Ibsen no te unas a los que creen que quienes no coinciden con sus ideas y posturas son idiotas. En la antigua Atenas, la palabra “idiotes” describía a la persona egoísta, obsesionada con su exclusiva posibilidad de avance económico y su interés personal, desligándose de los asuntos de la cosa pública, los que atañen al interés colectivo, el de la comunidad. Desde esa perspectiva, para los antiguos griegos todos nacíamos idiotas, hasta que la formación y la educación se encargaba de transformarnos en ciudadanos. Una forma de no ser idiota es evitar la generalización.

A mis casi 67 anos he aprendido que lo importante al discutir es no perder el sentido del humor y mantener la honestidad y ecuanimidad en la presentación del argumento, algo así como lo que intentó nuestro amigo Cabrujas, con “El día que me quieras”.

El enfrentar su desilusión política no lo llevo a la quema de todo lo aprendido. Luego de un examen honesto rescato, como Eneas, sus lares y penates y avanzo hacia un nuevo inicio, formado desde una perspectiva mas educada y objetiva.

Irse por el camino que escogió Ibsen si puede representar un peligro serio y confieso que no acabo de entender sus motivos, a menos que haya mal interpretado la lectura.

Resumiendo:

El escritor Ibsen, venezolano,

a) Redactó un análisis político partiendo de lo que oyó decir a un borracho en un baile,

b) Utilizo mi frase, “Matan a la gente pero no matan a la idea”, (dedicada a la memoria del Salvadoreño Oscar Arnulfo Romero), para identificarse con lo planteado por el beodo (“maten a las pinches ideas para que dejen tranquilas a las personas”,

y,

c) Agregó de su propio albedrío su opinión concurrente, sobre lo efectivamente peligrosas que pueden resultar las “pinches ideas”.

Pregunto: ¿el “dejar tranquilas a las personas”, incluiría el “no molestar” a las que asesinaron a Romero?

¡Ojo con la generalización, güey!

Que no se puede tener la corona de espinas y las treinta monedas de plata a la vez.

Un abrazo,

Rubén Blades | Los Angeles, 3 de julio,  2015

¿Sabe leer Rubén Blades?
La replica de Ibsen Martínez

Ibsen Martínez, 7 julio 2015 / ibsenmartinez.com

Me lo pregunto porque, a juzgar por su extenso comentario a “Pinches ideas”, un artículo mío aparecido en El País de Madrid el pasado 29 de junio, el autor de “Plantación adentro” se ofusca por cosas …¡que nunca escribí!

Si al ocioso lector le sobrase tiempo para ello, advertirá que,  en mi artículo,  Blades no es blanco de crítica alguna de mi parte. Tampoco hallará demérito a su obra o escarnio a su persona: en mi artículo, Blades es solo el telonero − digámoslo así − de una anécdota en torno a un borracho chilango cuyo parecer sobre el nefasto papel de las ideas “de izquierda” en América Latina coincide con el mío.

Dicho de modo que hasta Rubén Blades pueda entenderlo, me interesa glosar la sabiduría infusa del borracho, no satirizar la vida y opiniones de Rubén Blades.

El tema de mi articulo es la dantesca violencia criminal que azota Venezuela, letal subproducto achacable a la revolución bolivariana de la que Blades se cuida de simpatizar abiertamente aunque tampoco a condenarla, algo que sí han hecho genuinos hombres de izquierda, el respetado Felipe González, expresidente español.

Blades,  sorprendentemente, toma mi artículo como pretexto de su fárrago − es obvio que a Blades se le da mejor el verso cojo que la prosa − para ubicarse en el proverbial middle of the road de las celebridades calculadoramente progresistas. O quizá se trate de algo peor y Blades, creyéndose voz de la corrección política, no sea más que vocero de lo que el finado escritor hispanoargentino Horacio Vázquez Rial llamó “la izquierda reaccionaria”.

En cualquier caso, la cosa no iba con  Blades,  y de esto el salsero panameño puede estar seguro. Pero, como demócrata venezolano, no puedo sino tomar cumplida nota de lo que el autor de “Camleón” piensa de mis compatriotas que han escogido Panamá como lugar de exilio.

Bogotá, julio de 2015