Fernando Mires

Venezuela: En pro y en contra de la abstención. De Fernando Mires y Alberto Barrera Tyszka

Las elecciones presidenciales, convocadas por el régimen de Maduro y cuestionadas por la comunidad internacional y la opositora Mesa de Unidad Democrática MUD, tendrán lugar el 20 de mayo. Dentro y fuera de Venezuela hay un fuerte debate sobre abstenerse o votar masivamente por el candidato Henri Falcón, quien se postuló desatendiendo la decisión de la MUD, y cuya candidatura está agarrando fuerza.

Representativos para todas las posiciones publicadas, voy a reproducir aquí solamente las de dos intelectuales que considero de los intelectualmente más honestos que suelen opinar sobre Venezuela. El escritor, guionista y columnista venezolano Alberto Barrera Tyszka, en pro de la abstención; y el politólogo chileno Fernando Mires, quien tiene mucha influencia en el debate de la oposición venezolana. Mires defiende la participación en las elecciones.

El próximo martes voy a publicar en El Diario de Hoy y en este blog la posición mía a favor de una votación masiva por Henri Falcón.

Paolo Luers

FALCÓN, EL CANDIDATO. De Fernando Mires

30 abril 2018 / TalCual

La candidatura de Henri Falcón no nació de la nada. Surgió como consecuencia de la decisión de la MUD de no presentar candidatura presidencial después del fracaso del diálogo de Santo Domingo. Decisión tomada como respuesta a la premeditada –repetimos: premeditada– intransigencia de los dialogantes enviados por Maduro.

Después del fracaso del diálogo fueron abiertas a la MUD dos opciones. La primera: la de “pelear peleando”, es decir, la de levantar una candidatura que denunciara ante el mundo la ausencia de condiciones electorales, desatando un masivo movimiento político en contra del régimen. La segunda: la de seguir el juego del oficialismo, cediendo el paso para que este venciera en las elecciones.

1.- El error más grande de la historia de la MUD

La dictadura demostró tener un conocimiento exacto de la MUD. Sabía que no tenía candidato y que –dadas las rivalidades entre los partidos del G4– iba a ser difícil que lo tuviera, por lo menos a corto plazo. Ese fue sin duda el primer error que llevaría a la MUD a cometer el segundo, el más grande de su historia: no levantar candidatura frente a un gobierno que había alcanzado sus puntos más bajos de aprobación. La no-existencia de condiciones electorales mínimas, en lugar de convertirse en una consigna de participación, se convertiría así en un llamado a la apatía, a la resignación, a la nada. La única candidatura de la MUD es hoy la señora abstención lo que para una asociación electoral –la MUD es eso– significa una (auto) condena a muerte.

Para disimular su monumental error, los dirigentes de la MUD adujeron que el llamado a la abstención seguía la orientación de una supuesta Comunidad Internacional, vale decir, de un conjunto de gobiernos dispares entre sí, cuya preocupación fundamental dista de ser Venezuela, como demostró la Cumbre de Lima. Votar es legitimar a la dictadura ante el mundo, fue la consigna central. Un absurdo: una dictadura no puede ser legitimada con nada porque una dictadura es una dictadura. No existen dictaduras legítimas. Pero aún suponiendo que esa, por la MUD fetichizada “comunidad”, hubiera tenido el poder que le supuso la MUD (ni en la OEA posee mayoría ejecutiva) ese poder habría sido inútil pues con la abstención ya no tenía a qué ni a quién apoyar.

Sin elecciones la MUD es como un sistema solar sin sol, un montón de meteoritos perdidos en la noche de la anti-política. Ni siquiera la creación del Frente Amplio (la MUD más organizaciones pro-MUD) que en condiciones electorales habría sido un poderoso instrumento de lucha, pudo interceptar la crónica del fracaso anunciado. Fracaso, porque la MUD al retirarse de las elecciones, se retiró de su ruta, rompió con su única línea y no supo levantar otra.

¿Extraña que bajo esas condiciones los abstencionistas de la primera hora –los anti– electoralistas crónicos, los del “maduroveteya”, los de “en dictadura no se vota”, los del “dimite-pues” – hubieran llenado el espacio vacío que dejó la MUD imponiendo consignas que hoy repiten los neo-abstencionistas como si fueran de su autoría? ¿Extraña que abstencionistas y abstencioneros cierren filas para bloquear la alternativa que hoy representa el candidato Henri Falcón? ¿Extraña al fin que la candidatura de Falcón se convirtiera en el blanco de los más viles ataques, injurias e infamias que es posible imaginar?

En Venezuela no existe un falconismo, como sí hubo un chavismo, un madurismo y de algún modo, un caprilismo. Pero sí existe una ideología anti-Falcón cuyas connotaciones son brutales tanto en las redes como en la prensa. La ideología anti-Falcón ha llegado a ser la de la impotencia política, la de los que ven en Falcón lo que ellos no supieron (y tal vez quisieron) hacer, la alternativa que los denuncia y acusa, el hecho objetivo que no les permitirá posar como víctimas inocentes y, por eso, el chivo expiatorio de tantas frustraciones. De lo que no se han dado cuenta es que, mientras más atacan al candidato, más significado adquiere la candidatura. En el hecho -aunque Falcón no se lo hubiera propuesto- lo han convertido en el representante de una doble protesta. En contra de la dictadura y en contra de una oposición donde abnegados y respetables políticos conviven con burócratas sin ideas, con tácticos sin estrategia, con aventureros de ocasión. Ha llegado quizás la hora de desmontar la ideología anti-Falcón.

2.- Seis afirmaciones falsas en contra de Falcón

No valdrá la pena detenerse en las difamaciones que acompañan a la ideología anti-Falcón. Afirmar por ejemplo que Falcón es el candidato de Maduro sin presentar la menor prueba, es una frase que solo delata la miseria mental de quienes la emiten. Sin embargo, si subimos un poco el nivel discutitivo podemos encontrar algunas afirmaciones que a primera vista podrían poseer cierta verosimilitud.

La primera se refiere a la supuesta traición de Falcón al no acatar la decisión de la MUD. De más está decir que el concepto de traición pertenece a los estamentos militares, a las mafias, a las cofradías conjuradas, pero no a la vida política. Falcón, en el peor de los casos, desobedeció a una directiva. Pero la política no está basada en relaciones de obediencia. Nadie puede estar sometido a una dirección que ha tomado el camino errado. Más aún, Falcón – es importante subrayarlo – ni siquiera rompió con la línea política de la MUD. La MUD en cambio sí rompió con su línea política al asumir la alternativa abstencionista bajo el pretexto de obligar al gobierno ( y ¿con qué?) a crear las condiciones electorales óptimas. Falcón representa -si así se puede decir- la ortodoxia de la MUD. Las declaraciones programáticas de Falcón no se diferencian un solo centímetro de las que fueron de la MUD.

La segunda afirmación, una variante de la primera, señala que Falcón dividió a la MUD. Cualquiera que la escucha podría imaginar que la MUD había sido siempre monolítica. Pero no es un misterio para nadie que la historia de la MUD es la historia de sus divisiones. La MUD solo ha marchado (relativamente) unida en períodos electorales. Por eso, al abandonar la ruta electoral, la MUD se separó de sí misma. Por lo demás, la unidad por la unidad solo existe en las relaciones amorosas. La unidad política, en cambio, solo se puede dar en torno a objetivos concretos. Si estos objetivos no aparecen, o si han sido borrados del mapa, la unidad no se justifica.

La tercera afirmación apunta al hecho real de que Falcón perdió su gobernación en Lara. Cierto, Falcón perdió como muchos perdieron en unas elecciones en las cuales después del aplastamiento militar de las protestas del 2017, la MUD acudió desmembrada, sin entusiasmo, resignada. Lo que no se puede obviar es que la carrera de todos los políticos está marcada por victorias y derrotas. El político siempre ganador no ha nacido todavía. Más aún: la carrera política de Falcón, a diferencia de otros políticos, está signada por muchas victorias y una sola derrota. Cabe añadir que ninguna elección es igual a otra. Hasta un Abraham Lincoln perdió en dos elecciones antes de vencer en las presidenciales.

La cuarta afirmación, quizás la más recurrente, es la de los que acusan a Falcón de haber sido chavista. Dicha afirmación parte de la premisa de que los candidatos deben dar pruebas de virginidad política antes de postularse. Olvidan que la dimensión de la política es el “ahora y aquí” y no el pasado, sobre todo si ya es lejano, como el de Falcón. Olvidan, además, lo que fue el chavismo antes de que degenerara en madurismo: Uno de los más multitudinarios y poderosos movimientos sociales de la historia latinoamericana cuyo influjo traspasó las fronteras venezolanas. El mismo Luis Almagro fue un furibundo chavista, aún durante Maduro, tres años después de la ruptura de Falcón con Chávez. Es posible entonces comprender las razones por las cuales tantas personas -entre ellas destacados académicos venezolanos- se dejaron atraer por el embrujo del chavismo. Después de todo, el mismo Falcón lo dijo: “Si dejé de ser chavista en los momentos de gloria del chavismo, no lo voy a ser ahora, en el momento de su declive”. Lo que Falcón, ni como chavista ni como no-chavista ha sido, en cambio, es un político extremista. Y eso no lo perdonan los extremistas de lado y lado. Falcón como Capriles es un político de centro. Hay, quiérase o no, una línea de continuidad entre la candidatura de Capriles y la de Falcón. Y Capriles lo sabe.

La quinta afirmación nos dice que Falcón fue militar, alcanzando el grado de sargento y por ello vinculado al ejército. Algo difícil de entender. Falcón abandonó las filas militares hace ya mucho tiempo con el título de “maestro técnico de tercera”. Lo que callan sus enemigos es que la posterior formación profesional de Falcón (es abogado) supera lejos a la media de los políticos venezolanos, incluyendo a ex-candidatos presidenciales. Después de haber obtenido su título realizó post-grados en Ciencias Políticas y Derecho Laboral. Innegable por lo tanto es que Falcón ha sido un hombre de esfuerzo y trabajo. Sin embargo, la chusma tuitera lo sigue llamando “el sargento”. Lo que no puede ocultar con esa denominación es el intento por discriminar socialmente a Falcón. El candidato, efectivamente, no pertenece a los altos círculos de la post-oligarquía capitalina, blanca y adinerada. No se educó en colegios exquisitos, no asistió a fiestas de gala, ni pertenece a la cultura del jet-set. Detrás de la denominación de “el sargento” se esconde el clasismo de un sector social con ínfulas aristocráticas, secundado por arribistas de medio pelo a quienes Falcón les parece un candidato sin “glamour”. Pero quizás por eso mismo Falcón tiene “llegada” en sectores donde los políticos de la (supuesta) “clase alta” nunca podrán aparecer.

La sexta afirmación se refiere al hecho de que Falcón no congrega multitudes. También es cierto. Como ya se dijo, el falconismo no existe. Lo que existe es una candidatura política de un candidato sin poses mesiánicas. Algo tal vez raro en Venezuela. No así en la mayoría de los países latinoamericanos. Ni Piñera, ni Macri, ni Kuczinski- Pizarro, ni Temer, ni Moreno, ni tantos más, son líderes de multitudes orgásmicas. El tiempo de las grandes muchedumbres va quedando atrás. En Europa ya no hay líderes de masas. En América Latina los hay cada vez menos. Falcón no es una excepción. Más bien parece confirmar una regla

3.- 20-M

Las elecciones del 20-M serán decisivas. Derrotar a los dos principales aliados de Maduro: el abstencionismo y el fraude, es el gran desafío de los electores venezolanos. Si el abstencionismo logra imponerse, vencerá el fraude. Quizás por primera vez en su historia los opositores venezolanos serán llamados a votar no con el corazón sino con la mente. Pues la alternativa Falcón no representa un futuro luminoso, no porta consigo la promesa de una nueva sociedad y mucho menos la de un mundo feliz. Por el contrario, el propio Falcón ha ofrecido su candidatura para presidir una futura transición la que, como toda transición, deberá ser pactada. Lo único claro es que si Falcón es derrotado, la dictadura logrará mantenerse por mucho tiempo más. Y eso no lo merece el pueblo venezolano. La candidatura de Falcón es la única posibilidad que tiene ese pueblo para comenzar a salir, al fin, de la larga noche dictatorial.

 

La rebelión de los votantes. de Alberto Barrera Tyszka

 

ALBERTO BARRERA TYSZKA, GUIONISTA, ESCRITOR Y COLUMNISTA VENEZOLANO

6 mayo 2018 / El New York Times

CIUDAD DE MÉXICO — Durante todos estos años, siempre pensé que la única salida al conflicto de mi país era el voto. Sigo pensando así. Y justo por esa razón, creo que el próximo 20 de mayo los venezolanos debemos abstenernos.

Para la mayoría de la población, dentro y fuera del país, la situación es alarmante. Hemos llegado a un límite casi inimaginable en términos de hiperinflación, de deterioro en la calidad de vida, de violación de los derechos humanos y de control y represión oficial. El país frívolo que exportaba reinas de concursos de belleza se ha convertido en el país trágico que exporta pobres desesperados. Todo esto, bajo la mirada de un gobierno que sigue empeñado en negar la realidad, que prefiere destruir la nación que negociar.

En un artículo indignante, publicado hace pocos días en El País, Nicolás Maduro ofreció una muestra de cómo continuamente intenta legitimarse. “Nuestra democracia es distinta a todas”, afirma al comienzo del texto. “Porque todas las demás —en prácticamente todos los países del mundo— son democracias formadas por y para las élites. Son democracias donde lo justo es lo que le conviene a unos pocos”.

En realidad, su gobierno es un espejo perfecto de lo que denuncia. El chavismo se ha convertido en una élite que lleva veinte años concentrando poder. Controla el petróleo y la moneda, maneja a su antojo las instituciones y los tribunales, ha transformado a las Fuerzas Armadas en su ejército privado. Detiene, encarcela, tortura y hasta ejecuta adversarios sin respetar las leyes, sin dar explicaciones. Ha privatizado casi todos los espacios de la vida pública, ha organizado el hambre como un negocio político rentable. Una élite que necesita y desea, el próximo 20 de mayo, ganar algún tipo de legitimidad.

A medida que se acerca el día de las elecciones, aumentan la tensión y el debate sobre votar o no votar en el país. Quienes promueven la teoría de que es necesario votar dan por descontado que la abstención es una resignación inútil, un abandono de la lucha o una manera algo espuria de resistir. Uno de los éxitos del chavismo ha sido distribuir en la sociedad venezolana la idea de que el disentimiento es sospechoso, que siempre puede acercarse peligrosamente a la ilegalidad. La ambigua conjetura de que el llamado a no votar esconde en el fondo un ánimo conspirador le resulta muy conveniente al gobierno.

Dos supuestos sostienen la propuesta de participar en las elecciones: creer, primero, que de manera repentina una indetenible marea de votos le dará un triunfo incuestionable al candidato de la oposición, Henri Falcón, y, después, en segundo término, confiar que el gobierno y sus instituciones aceptarán y reconocerán esa victoria. No hay, sin embargo, ninguna garantía de que alguna de estas dos cosas pueda ocurrir.

La candidatura Falcón no depende de la política, sino de la fe. No es un problema que tenga que ver, ni siquiera, con el candidato. No hay que discutir sus cualidades o deficiencias. El problema está en el sistema. No es nueva la ilusión de un sorpresivo tsunami electoral, más aun en un contexto de crisis total como el que vive el país. Por eso mismo, la campaña oficial se ha centrado en obtener ganancias del clientelismo a través del llamado Carnet de la Patria, que permite al gobierno canjear votos por comida. La élite chavista ha diseñado una arquitectura electoral que carnetiza la pobreza y transforma la elección en un chantaje.

Supongamos, de todos modos, que la hipótesis se transforma en realidad y que una avalancha de votos hace irremediable un triunfo de la oposición. Supongamos, también, que el gobierno reconoce su derrota: ¿qué sigue? Henri Falcón debe esperar hasta enero de 2019 para que el presidente entregue el gobierno.

Llamar a votar porque no hay más remedio, porque no
hay otra alternativa, es absurdo. Estamos denunciando
que las elecciones son un artificio, que la democracia
en Venezuela es una trampa.

Las enseñanzas de lo ocurrido el 2015 deberían ser útiles. Tras la victoria de la oposición, los parlamentarios salientes aprovecharon los pocos días que les quedaban para dar un golpe de Estado y asegurar su control absoluto del Tribunal Supremo de Justicia. A esto, además, hay que sumarle la existencia de una fraudulenta Asamblea Nacional Constituyente (ANC), a la que todavía le queda por lo menos un año de ejercicio, constituida como un poder absoluto, capaz de —por ejemplo— redefinir y limitar a su antojo el papel y las funciones de la presidencia.

Esto implica que aun perdiendo las elecciones, la élite chavista retendrá el poder en su sentido amplio, incluyendo la posibilidad de despojar de facultades a la presidencia. En el supuesto negado de que Henri Falcón ganara, solo obtendría una silla hueca, un adorno y no un cargo, una representación del vacío. Todo esto hace que la elección del 20 de mayo sea un fraude anunciado.

La dirección política de la oposición tiene muchas debilidades y ha cometido bastantes errores. Sin embargo, en este momento tanto la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) como el Frente Amplio están siendo leales con la mayoría que, de distintas maneras, intenta resistir ante el gobierno.

El llamado a la abstención es coherente con lo ocurrido tras las elecciones de octubre del año pasado, cuando Juan Pablo Guanipa ganó la gobernatura en el estado de Zulia y Andrés Velásquez en Bolívar. ¿Qué pasó? Al primero, trataron de someterlo a través de la ANC. La élite canceló el triunfo de los votantes e impuso nuevas elecciones. Al segundo, todavía hoy, el Consejo Nacional Electoral no le ofrece respuestas ante sus contundentes denuncias de fraude. Estos son ejemplos recientes y brutales.

Las elecciones en Venezuela están diseñadas como una estafa perfecta. El gobierno elige a todos los candidatos, establece las reglas de juego, no permite auditorías ni ningún tipo de observación independiente, extorsiona a los votantes con comida y medicinas, mientras la población menos necesitada se debate moralmente entre votar o no votar.

Es una maniobra que apuesta, además, a enfrentar a la crítica internacional. El gobierno necesita una alta participación electoral para poder descalificar a todos los países que se han sumado al desconocimiento de los resultados electorales. Basta recordar una reciente entrevista con Jorge Rodríguez. El ministro de Comunicación y jefe de campaña de Maduro descartó la existencia de la crisis humanitaria usando como argumento el resultado de las últimas elecciones. Para eso necesita el gobierno que los venezolanos participen en las presidenciales.

Llamar a votar porque no hay más remedio, porque no hay otra alternativa, es absurdo. No estamos decidiendo entre votar o tomar las armas. Eso es parte de la trampa. Es lo que también ha propuesto Maduro. No estamos decidiendo entre votar o apoyar una invasión. Estamos denunciando que las elecciones son un artificio, que la democracia en Venezuela es una trampa.

Pero es necesario que la dirigencia política de la oposición llene de sentido —simbólico y práctico— la abstención, que la convierta en un verdadero acto político. Hay muchas posibilidades e iniciativas de inventar acciones de todo tipo, dentro y fuera del país, para el 20 de mayo. No se trata de una resignación pasiva. La abstención no tiene por qué ser una renuncia. También puede ser un gran acto de rebeldía.

Lea también:
Carta para entender la disyuntiva venezolana:
¿Votar o abstenerse? De Paolo Luers

La miseria del abstencionismo venezolano. De Fernando Mires

Revive el debate sobre participar o no en las elecciones presidenciales convocadas por Maduro. La MUD, la coordinadora de los partidos de oposición, no inscribió candidato. Pero ante el hecho que uno de sus dirigentes, el ex gobernador de Lara Henri Falcón, decidió postularse, y ante el creciente apoyo que esta candidatura tiene en la ciudadanía, los partidos opositores y sus líderes se ven ante la disyuntiva de apoyar a Falcón no llamar a no votar. En este debate interviene Fernando Mires, politólogo chileno de mucha incidencia en los sectores opositores de Venezuela. Y lo hace en TalCual, el periódico fundado por Teodoro Petkoff, quien fue el principal crítico de la decisión de la oposición de retirarse de las elecciones parlamentarias del 2005, dejando a Hugo Chávez una Asamblea Nacional sin oposición. El debate sobre esta estrategia abstencionista llevó poco después a la creación de la MUD y de una nueva estrategia que llevó a la oposición a Hugo Chávez en el referéndum sobre la constitución socialista, y en 2015 a ganar una mayoría aplastante en la Asamblea Nacional.

Segunda Vuelta

Fernando Mires, 6 abril 2018 / TalCual

La abstención es y será acompañante en todos los países donde tienen lugar elecciones. Más todavía hoy, cuando los “partidos históricos” –conservadores, liberales y socialistas– ya no son portadores de los ideales e intereses que llegaron a representar a lo largo del siglo XX. No obstante, cuando aparece uno de esos momentos en los cuales en un proceso electoral se juega el destino de una nación –elegir entre un candidato fascista y otro democrático, por ejemplo– las fuerzas políticas se tensan y la abstención tiende a disminuir. Lo hemos visto recientemente en las segundas vueltas de las elecciones europeas. Podríamos decir entonces que en situaciones de débil polarización la abstención aumenta y en situaciones de fuerte polarización (cuando las opciones no dejan lugar a ningún tercero) la abstención disminuye. No es el caso de Venezuela.

Venezuela parece ser una excepción a la regla. En pocos países del mundo existe una polarización política tan extrema como la que se da bajo el régimen de Maduro. Pero a la vez, en pocos la abstención juega un papel tan decisivo. Más todavía: a diferencia de la abstención marcada por el desinterés o desidia, la venezolana es militante. La dictadura lo sabe. Sabe también que en esa abstención reside una de las razones de su supervivencia y por eso mismo la fomenta y la impulsa.

Desde el comienzo del chavismo existe, se quiera o no, una sincronía objetiva entre el abstencionismo y el régimen. Esa es y ha sido la razón principal de la larga existencia del chavismo. El mismo Chávez fue hijo putativo de la abstención.

El abstencionismo venezolano es estructural. En su interior existe, como en toda estructura, un núcleo duro formado por ideólogos y militantes. Se trata de un patriciado sociocultural de remoto (y dudoso) pasado aristocrático. Para ese núcleo la política no es el lugar del compromiso ni de la negociación sino de los símbolos. El ideal de gobierno al que aspira podrá ser republicano, más nunca democrático. El pueblo es para ellos una masa a disposición de grandes líderes, carece de racionalidad y está destinado a seguir consignas luminosas.

El discurso autoritario y anti-electoral de María Corina Machado es prototípico. No las estrategias sino la pureza de la moral decidirán el curso de la historia. No los argumentos, sino el grito o la pose heroica serán decisivos. No los diálogos, no la polémica, no el debate y por lo mismo, no las elecciones, son para ellos los ejes de la política. De hecho desprecian a las elecciones porque como las minorías elitarias que son, desprecian a las mayorías. Esos sectores existen a lo largo y ancho de todo el continente, pero en Venezuela, de modo exacerbado.

El problema más grave es que, siendo los miembros de la abstención militante una extrema minoría, logran cada cierto tiempo ejercer hegemonía sobre todo el campo de la oposición. Se comprueba así una vez más que las ideas, costumbres y modas de los grupos socialmente (ojo: no económicamente) dominantes operan con efecto transmisor sobre todo el contexto social de una nación, hasta el punto que, algunos por arribismo, otros por sumisión, o como un simple reflejo, terminan sometidos a los dictados de esas minorías. Esos grupos hegemonizaron a la oposición hasta la capitulación electoral impulsada el año 2005. Pero a partir del 2006, con la candidatura de Rosales, el triunfo en el plebiscito del 2007, la campaña electoral de Capriles del 2013, y el magnífico triunfo del 6D en el 2015- la hegemonía antipolítica fue sustituida por una conducción política representada por los partidos de la MUD. Desde ese momento la oposición emprendió un curso políticamente ascendente y en medio de fragosas batallas electorales consagró sus cuatro puntos cardinales: electoral, constitucional, pacífica y democrática.

No obstante, los grupos elitarios unificados hoy en Soy Venezuela nunca se han dado por vencidos. De hecho intentaron retomar la conducción mediante la llamada Salida del 2014. Durante las luchas revocatorias del 2015, originariamente surgidas en defensa de la AN, hicieron desaparecer la alternativa electoral de la cual el revocatorio debía ser su impulsor. Las grandes movilizaciones del 2017, también surgidas en defensa de la AN –originariamente democrática y popular, masiva y festiva– fueron usurpadas por comandos juveniles luchando con escudos de cartón en contra de fuerzas entrenadas como bestias para el ejercicio de la represión. En todos esas situaciones Maduro logró imponer la línea militar –incluso a sangre y fuego– por sobre la línea política. En todas ellas, también, la línea insurreccional de la oposición abstencionista secundó –objetivamente- los propósitos del madurismo.

La historia de la oposición, desde 2006 hasta ahora, ha estado marcada por dos luchas. Una externa en contra del régimen y otra interna por la hegemonía y conducción. Durante el primer trimestre del 2018, el capitulacionismo abstencionista ha conquistado nuevamente la hegemonía y la conducción de la oposición. Precisamente en los momentos en los cuales el régimen ha llegado a sus puntos más bajos de aprobación, en medio de la crisis económica más catastrófica que haya padecido algún país latinoamericano, cuando había llegado la hora para aplicar el golpe electoral decisivo, el del jaque mate, la oposición ha retrocedido a los momentos más antipolíticos de su historia. ¿Cómo pudo llegarse a esta situación?

Mibelis Acevedo ha descrito en un magistral artículo como las fuerzas de la inercia (Thanatos) pueden lograr vencer a las de la existencia (Eros) De acuerdo a la metapsicología de Freud –quién explicó por qué hay seres humanos que no pueden alcanzar la felicidad y mucho menos el éxito cuando están a punto de lograrlo– ese parece ser un hecho evidente. Desde el punto de vista historiográfico, debemos, sin embargo, remitirnos a los antecedentes más cercanos. Ellos tuvieron lugar en las fracasadas conversaciones de República Dominicana cuando, como era de esperarse (repito, como era de esperarse) el régimen no aceptó las condiciones solicitadas por la MUD. La MUD se vio así enfrentada a dos alternativas: o no presentarse a elecciones (era precisamente la que buscaba Maduro) o presentarse levantado una candidatura única para denunciar ante la ciudadanía y el mundo los fraudes cometidos y por cometer.

¿Por qué la MUD eligió la alternativa más deseada por Maduro? Hay dos posibilidades. La primera, porque subordinó la política nacional a una mítica “comunidad internacional” representada por el Grupo de Lima que, en su intento por apoyar a la oposición, declaró que no iban a reconocer los resultados de las elecciones. La segunda – parece ser la más evidente- fue que los partidos de la MUD no estaban en condiciones de lograr consenso en torno a un candidato único. Pues si lo hubiera tenido –como clamó con insistencia Capriles– habrían asistido a Santo Domingo en nombre de una candidatura ya configurada. En ese sentido la declaración del Grupo de Lima no habría sido más que una coartada que permitió a la MUD disimular su falta de cohesión interna. Si esa fue la razón –y al parecer, esa fu– la MUD ha cometido un acto de enorme irresponsabilidad, a saber, el de subordinar la suerte de toda una nación a sus intereses partidarios.

No hay en efecto ninguna contradicción entre participar en elecciones y solicitar y recibir apoyo externo. Todo lo contrario, sin elecciones, la comunidad internacional no tiene a nada que apoyar.

Lo cierto fue que al decidir no acudir a las elecciones, la MUD rompió con su línea electoral sin ofrecer ninguna otra alternativa. Los resultados de esa ruptura los tenemos a la vista. Después de la fundación de un Frente Amplio cuyo sentido solo podía ser actuar en el marco de una estrategia electoral, la oposición no electoral se encuentra paralizada, sin alternativa, librada a su propia anomia: una verdadera catástrofe. Para repetir una opinión ya vertida, entre las elecciones y la nada, la MUD eligió a la nada.

Desde el momento en que la MUD eligió a la inacción como política. aparecieron en Venezuela dos abstencionismos: el originario, representado por la señora Machado –quien, sin darse cuenta ha logrado hegemonizar al conjunto político opositor– y el de los más fieles seguidores de la MUD quienes sin argumentos atinan solo a repetir casi textualmente las palabras de la líder extremista. No se trata, claro está, que el propósito de la MUD haya sido convertir a sus seguidores en abstencionistas radicales. Pero sí fue la ausencia política de la MUD la razón que permitió que en los terrenos abandonados por ella penetrara el abstencionismo maricorinista.

La diferencia entre los dos abstencionismos es que el primero siempre ha sido abstencionista y el segundo lo será para siempre pues, si Maduro logra un triunfo el 20 de mayo, no habrá más elecciones en Venezuela. La semejanza entre los dos abstencionismos es que para ambos la candidatura de Falcón parece ser el enemigo principal y la dictadura de Maduro el enemigo secundario. La paradoja es que en estos momentos es Falcón y no la MUD quien representa la línea política de la MUD.

La MUD ha roto la línea electoral de la MUD,
y si sus representantes más esclarecidos no advierten
el peligro en cierne, la suerte está sellada, no solo para
MUD/FA sino para toda Venezuela. Esa es la tragedia.
Esa es, también, la miseria del abstencionismo venezolano

Votar es colaborar, dicen los machadistas. Votar es legitimar a la dictadura, repiten los abstencionistas de segunda hora. Votar no es elegir, dicen los primeros. Votar no es elegir, repiten los segundos (sin darse cuenta de que para elegir hay que votar) Hay que pasar a la desobediencia civil, gritan los primeros. Hay que pasar a la abstención activa (¡!) corean los segundos. Votaremos solo después de que caiga Maduro, arguyen los primeros. Si Maduro no nos da las condiciones (para que pierda Maduro) no votaremos, es la versión algo light de los segundos. La dictadura no cae con votos, plantean los primeros. Estas no son elecciones, sostienen los segundos. Solo una invasión puede salvarnos, dictaminan los primeros. Solo la comunidad internacional nos dará elecciones libres, es la versión de los segundos. Falcón es un títere de Maduro, señalan los primeros. Falcón consolida a Maduro, completan los segundos. Las diferencias entre los dos abstencionismos son cada vez más leves, más tenues, más próximas. Y eso es solo culpa de la MUD. Nada más que de la MUD.

Es importante repetir. Falcón no rompió con la MUD. Falcón solo rompió con una decisión intempestiva de la MUD. La MUD rompió con la línea política de la MUD. Falcón en cambio continúa la línea electoral de la MUD pues la MUD es electoral y no puede ser más que electoral. No sabe, no puede y no debe hacer otra cosa que participar en elecciones. La MUD es una coalición electoral y muy poco más.

La candidatura de Falcón y la MUD, sin embargo, se necesitan mutuamente. Falcón necesita a la MUD para lograr una mayoría y dar origen y forma a un gobierno de transición a la democracia. La MUD, a su vez, necesita de Falcón para que la saque del marasmo a que la condujo su aventurero viraje abstencionista. Eso lo saben los principales dirigentes de la MUD, aunque no lo digan. Eso lo sabe también la candidatura de Falcón.

Ha llegado la hora en la que los políticos democráticos de Venezuela deberán saltar sobre sus propias sombras. El muy lúcido Simón García lo ha dicho más claro que nadie. “El régimen está acelerando su mutación del autoritarismo al totalitarismo. Es una de las advertencias del Observatorio Electoral nacional: cada elección es más restrictiva que la anterior. El gobierno se prepara, con un paso hacia atrás y dos hacia adelante, para un período especial con relaciones comerciales restringidas y la liquidación absoluta de las formalidades democráticas. Mayo puede ser la última coyuntura electoral, antes de consolidar aquí el modelo comunista cubano: con el hambre sofocando la lucha por la libertad“.

Faltan cinco minutos para las 12.

La oposición venezolana: entre las elecciones y la nada. De Fernando Mires

El politólogo y historiador chileno Fernando Mires, catedrático en la Universidad de Oldenburg en Alemania, es una de las voces muy escuchadas en el debate dentro de la oposición venezolana. Publicamos aquí su opinión crítica sobre la decisión de la Mesa de la Unidad Democrática de postular candidato a la elección presidencial de mayo 2018. La publica en TalCual, periódico fundado por Teodoro Petkoff, quien fue un ácido crítico de la decisión de la oposición de no participar en las elecciones legislativas del 2005.

Segunda Vuelta

Henri Falcon, el único opositor que se postuló como candidato a la presidencia en las elecciones de mayo 2018

Fernando Mires, 21 marzo 2018 / TalCual

¿Cuándo se jodió la oposición venezolana?

La pregunta de impronta vargallocista–si es verdad que se ha “jodido” la oposición- deberá ser materia de discusión historiográfica cuando llege el momento de ajustar causas y efectos, antecedentes y hechos. Pero para ese momento falta todavía.

Algunos dirán, la oposición “se jodió” cuando no supo capitalizar políticamente su gran triunfo del 6-D. Otros dirán, cuando las luchas por el R16 no fueron combinadas con el tema de las siguientes elecciones. Otros agregarán, cuando las grandes movilizaciones del 2017 nacidas en defensa de la AN y por la exigencia de elecciones regionales fueron sobrepasadas por grupos de insurrectos desarmados combatiendo con piedras en contra de un ejército profesional. ¿O fue cuándo la oposición regaló las elecciones regionales y municipales? Y así sucesivamente.

¿Cuándo se jodió la oposición venezolana? Esa es también una pregunta sobre “la causa”. Pero quienes hemos entendido la provocadora tesis de Hannah Arendt “las causas no existen”, sabemos que las causas no crean a los hechos sino los hechos a sus (supuestas) causas. Es en ese que sentido la “causa” como tal, no existe. Lo que existe son diversos momentos que, combinados unos con otros, pueden ser reconstruidos como parte de un proceso. Visto así, podríamos decir que la oposición venezolana ha optado por “joderse” a sí misma en diversos momentos de su historia. Pero en otros no lo ha hecho.

¿Cuándo ha tenido y cuándo no ha tenido éxito la oposición venezolana? La respuesta parece ser simple: todos los éxitos de la oposición –desde el plebiscito que derrotó a Chávez el 2007, pasando por la victoria electoral robada a Capriles el 2013, hasta llegar al grandioso 6-D del 2015, han sido electorales. Y los éxitos de la oposición han sido electorales porque la oposición es por naturaleza electoral. No puede, no sabe, y por lo mismo, no debe hacer otra cosa que, o acudir a las elecciones o luchar por las elecciones desde dentro de las elecciones, aún en las condiciones más fraudulentas -¿qué otra cosa cabe esperar de elecciones bajo una dictadura?-.

Sin elecciones no hay ruta, sin ruta no hay oposición. Pero hoy la oposición ha abandonado la ruta. La única que tiene. Hoy se encuentra otra vez frente a la misma disyuntiva de siempre: la de optar entre las elecciones y la nada.

Como ocurrió el nefasto año 2005, la oposición, aún siendo mayoritaria, ha decidido batirse en retirada. Sin embargo, como alternativa de segundo orden, como si fuera una “astucia de la historia”, ha aparecido en la escena pública la candidatura de Henri Falcón. El ex disidente chavista ha disentido de la MUD y con ello del resto de la oposición. Así, Falcón surge como la única alternativa electoral frente a Maduro.

La oposición se encuentra tri-vidida: a un lado del triángulo, los inmaculados que jamás votarán mientras exista dictadura, al otro los que quieren votar pero no lo harán bajo las condiciones impuestas por la dictadura (y que la dictadura, por supuesto, no cambiará) y en el tercer lado, los que votarán por el doble disidente Falcón. ¿Cómo llegó la MUD a encerrarse a sí misma en este laberinto? Reconstruyamos:

Para no hundirnos en las causas más profundas de la historia universal, partamos de los antecedentes más cercanos. Y el más cercano de todos se encuentra en las negociaciones que tuvieron lugar en la República Dominicana. Allí, como es sabido, el tema central fue el de las elecciones. En especial, la fecha y las condiciones electorales. Como también es sabido, los representantes de la MUD lograron ganar una batalla simbólica pues fue la dictadura y no la MUD la que dio la patada final a la mesa.

La MUD se encontró así frente a dos alternativas. La primera: no ir a las elecciones si Maduro no cambiaba las condiciones. La segunda: ir a las elecciones a luchar por mejores condiciones, con posibilidades de perder pero también de denunciar públicamente el fraude convirtiendo a la campaña electoral en un movimiento democrático con fuerte reconocimiento internacional.

¿Por qué la MUD eligió la primera alternativa? Los argumentos no pueden ser más incoherentes. Aducir que votar significa legitimar a la dictadura es un absurdo pues por definición toda dictadura es ilegítima. ¿Acoplarse a las declaraciones de una mítica “comunidad internacional” cuyos miembros -Grupo de Lima, por ejemplo- no se reúnen más de una vez al mes? Eso habría significado, además, delegar la conducción política a terceros. ¿No concurrir porque los únicos líderes de renombre se encuentran presos o inhabilitados? Puede ser. Pero para nadie es un misterio que dentro de los partidos de la MUD hay muchas personas -entre ellos el propio Falcón- en condiciones de ejercer liderazgo. ¿O no saber ponerse de acuerdo en torno a un nombre porque había muchos nombres? Imposible responder a esa pregunta. La respuesta solo la conocen esos nombres. Lo cierto es que, al no aceptar participar en las elecciones –tan fraudulentas como todas las habidas bajo Maduro- la MUD, no Falcón, se apartó de su camino. La MUD y no Falcón se apartó de su historia.

No fue Falcón, fue la MUD la que rompió con su línea política. Más todavía, Falcón va como candidato en representación de la línea política de la MUD mientras la MUD representa –aunque sea momentáneamente- la línea del abstencionismo radical, la de los puristas e inmaculados, la de los que conciben a la política como una simple suma de actos testimoniales, la de los que sueñan con la invasión marciana. ¿Y el golpe? Mientras no suceda un golpe no hay golpe. Ninguna línea política puede ser trazada sobre la base de hipótesis.

Falcón no ha traicionado a la línea política de la MUD porque, aparte de la línea electoral, la MUD no ha tenido jamás otra línea política. El recién formado Frente Amplio es una gran institución, pero no puede sustituir a una línea política. Puede sí llegar a ser un poderoso instrumento electoral en función de una línea política. Sin participación electoral, ese Frente Amplio está destinado a constituirse en una organización simbólica, o en un lugar donde se reúnen entre sí los dirigentes y activistas de una oposición desconectada del mundo. Pues sin elecciones la línea política de la MUD es nada y a la nada no se puede seguir, simplemente porque es nada.

De modo paradojal, el mejor representante de la línea política de la MUD es en estos momentos el propio Falcón. Pues Falcón, dicho en breve, hizo lo que debe hacer un político cuando no acata una decisión errada: disintió. Y si disentir en un ejército es una falta grave, en una organización política es, en determinados momentos, una obligación. La unidad por la unidad no es un sacramento político. Sin disenso no hay política. Y si la unidad disintió de su línea, Falcón disintió de la unidad.

Por cierto, la apuesta de Falcón es altamente riesgosa. Gracias a ella se expone al descrédito. La enorme suma de agravios, infundios y calumnias hacia su persona no solo provienen de la fracción inmaculada del maricorinismo. La intolerancia y el fanatismo son, evidentemente, parte de la herencia cultural de América Latina. Pero por otro lado, parece estar claro que Falcón ha abierto un nuevo espacio político de acción. Como pocos dentro de la unidad opositora, Falcón está en condiciones de interpelar a diversos sectores del chavismo descontento. Él probablemente sabe que su biografía –tan criticada por muchos– puede llegar a ser un plus para cuando llegue el momento de la necesaria transición. Más todavía, Falcón parece entender que su campaña electoral podría ser, aún perdiendo, el inicio de esa transición. Quizás esa es la razón por la cual los principales dirigentes de los partidos de la MUD se han abstenido de atacar a Falcón. El mismo Falcón, a su vez, siempre se ha dirigido de modo afectuoso hacia “sus hermanos” (sic). Algunos de sus “hermanos”, como hacen los pielesrojas, ya le están enviando señales de humo. Puede ser incluso que parte de la estrategia de Falcón tenga contemplada la posibilidad de obtener la adhesión de por lo menos algunos partidos o miembros de la MUD. Ciertos formadores de opinión –y no precisamente los menos inteligentes- ya le han dado su abierto apoyo.

Desde el punto de vista de la lógica de la razón pura, una alianza entre la candidatura de Falcón y la, o parte de, la MUD, es decir, una alianza hecha sobre la base de acuerdos mutuamente establecidos (entre ellos la supresión de la Constituyente en el caso de un triunfo electoral) aparece como la alternativa más racional. Pero para que eso suceda será necesario que los partidos de la MUD salten por sobre sus propias sombras. La otra alternativa es la nada.

Escribimos -nótese- la palabra nada en sentido literal. Pues, ténganlo por seguro: si nuevamente el abstencionismo logra triunfar, no habrá más elecciones en Venezuela. Ni legítimas ni fraudulentas

No sería primera vez en la historia que políticos incapaces de ceder a su vanidad lleven a sus pueblos a la inmolación colectiva. Sigmund Freud descubrió que el impulso hacia la muerte (Thanatos) logra, bajo determinadas condiciones, imponer su hegemonía sobre los seres vivos. Entre ellos hay algunos casos históricos de los cuales no quiero ni siquiera acordarme.

“Hay derrotas que pueden ser transformadas en victorias”: Fernando Mires

Para el historiador chileno Fernando Mires, cuyos análisis sobre la realidad venezolana no dejan a nadie indiferente, la idea de no participar en las elecciones presidenciales, bajo el alegato de que Maduro no va a cambiar las condiciones, sería como decir “yo no participo porque la dictadura no es democrática”.

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Fernando Mires

Elizabeth Araujo @elizaraujo, 28 febrero 2018 / TAL CUAL

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Residenciado desde hace varios años en Oldenburg, Alemania, en cuya universidad ejerce la docencia y la investigación, Fernando Mires (Santiago de Chile, 1943) forma parte del paisaje político venezolano, y no faltará quien lo haya imaginado bajando todas las mañanas por la avenida Luis Roche, en Altamira, para ir al trabajo y luego en las noches reunirse con los grupos opositores contra lo que sin tapujo él denomina la dictadura de Nicolás Maduro. Esta cercanía afectiva e intelectual con un país que aprecia y a veces le roba el sueño lo ha colocado no pocas veces en el ojo del huracán de las confrontaciones por redes sociales. Este diálogo, correspondido vía correo electrónico, intenta en cierto modo explicar su posición actual acerca de ese puzzle con piezas extraviadas que parece ser la oposición venezolana.

–Hace días publicó un tuit en el que prometía no disertar más sobre el tema venezolano, a disgusto de sus seguidores (@FernandoMiresOl) en Twitter –muchos más de quienes le adversan– y que se han nutrido de sus reflexiones políticas y filosóficas ¿Será que llegó Fernando Mires a la conclusión de que la crisis venezolana no tiene arreglo?

–Creo que en ese punto se produjo un malentendido. Yo escribí simplemente “Adiós Venezuela”. Lo que quise dar a entender fue que Venezuela se encontraba frente al abismo. Como usted bien sabe yo me pronuncié a favor de la participación en las elecciones, no con el objetivo de ir a competir deportivamente, sino mediante la inscripción de un candidato-líder que hiciera de portavoz frente a los fraudes, que oficiara de nexo entre la presión internacional y la política interior y que fuera apoyado por los principales líderes de la oposición. De esta manera la oposición no renunciaría a la ruta electoral y a la vez podría estar en condiciones de desatar un movimiento democrático. La MUD decidió, como es sabido, no participar en aras de una “abstención activa”. En otras palabras: la oposición venezolana fue llevada por Maduro, pero también por ella misma, a una situación sin salida. Por eso escribí “Adiós Venezuela”. Pero mi interés persiste. Entre otras cosas, por la enorme gravitación que tienen los sucesos venezolanos sobre el resto del continente.

–¿Cuáles son, a su juicio, los factores que obstaculizan una salida democrática en Venezuela?

–Son dos. El primero es el ejército, las FAN. Estamos frente a una dictadura militar con fachada civil. Hay más militares ocupando puestos públicos que los que hubo durante la dictadura del general Pinochet en Chile. Eso lleva a deducir que toda alternativa democrática pasa por la división del ejército. Pero esa alternativa no se va a dar nunca si el ejército no es políticamente presionado. De ahí la importancia de no abandonar la lucha electoral aún a sabiendas de que se va a la derrota. Hay derrotas que pueden ser transformadas en victorias. No debemos olvidar que un gobierno que se impone mediante fraudes termina deslegitimando a todo el aparato del Estado del cual el ejército es su eje principal. Hoy, sin embargo, Maduro puede ganar elecciones sin necesidad de cometer fraude. No hay motivos para suponer entonces que dentro del ejército se producirán grandes grietas. Para que se produzcan es necesario que los militares sean conscientes de que “así no podemos seguir”. Y hoy, como están dadas las cosas, pueden seguir. La segunda razón tiene que ver con la formación dentro de la oposición de un abstencionismo políticamente organizado, fracción que privilegia el enfrentamiento callejero sin poseer, como se ha visto, ningún poder convocador de masas. Pese a ser minoritaria, esa fracción cuenta con recursos materiales y con importantes vinculaciones internacionales.

–¿Cómo calificaría usted la situación actual de la oposición venezolana?

–Catastrófica. Hasta hace poco la oposición estaba dividida en dos segmentos: los abstencionistas y los electoralistas. Hoy hay tres segmentos: los abstencionistas número uno, los abstencionistas número dos y los electoralistas. La diferencia entre los dos abstencionismos es que los del número uno son y serán siempre abstencionistas. Lo fueron incluso en las elecciones del 6D. Los del abstencionismo número dos son abstencionistas coyunturales. Se declaran partidarios de votar, pero no bajo las condiciones fijadas por el régimen. El problema es que no parecen darse cuenta de que el gobierno de Maduro es una dictadura y que, por lo mismo, siempre las condiciones las fijará el régimen. Y de eso se trata precisamente cuando se lucha contra una dictadura: la de actuar bajo condiciones que “dicta” un régimen. No participar porque Maduro no va a cambiar las condiciones es como decir, yo no participo porque la dictadura no es democrática. Un absurdo. El tercer segmento, el electoral, fue mayoritario y hegemónico dentro de la oposición. Hoy no es ni mayoritario ni hegemónico. Ha caído en las trampas de Maduro y ha cedido a las presiones ejercidas por la llamada “oposición a la oposición”.

–¿Coincide usted con algunos opositores de que la MUD parece no contar con una estrategia efectiva para consolidar su contacto con el venezolano de a pie?

–Nunca la MUD va a tener una sola estrategia porque la MUD no es el PSUV. La MUD es una mesa coordinadora de partidos políticos cuyas estrategias son diferentes entre sí. Si alguna vez desarrolla una estrategia común, será como resultado de largos acomodos internos. En cambio el PSUV sí puede desarrollar una estrategia acorde con cada situación. Esa estrategia es hoy una sola: mantenerse en el poder a cualquier precio, aunque sea asesinando. Pero si es difícil que la MUD desarrolle una sola estrategia, sí puede mantener algo más eficaz que una estrategia: una ruta sostenida y persistente. Esa ruta había sido definida por sus llamados cuatro puntos cardinales: pacífica, constitucional, democrática y electoral. Hoy, al no concurrir a las elecciones fraudulentas y así cuestionar en la propia calle al régimen durante una intensa campaña electoral, la MUD ha perdido la ruta. Ha abandonado la lucha electoral sin definir ninguna otra.

–A veces da la impresión de que –puertas afuera– los temas de la migración masiva y los cuestionamientos de mandatarios latinoamericanos y de la UE, no hacen mella en Maduro ¿Será que en verdad no le afectan esos temas o trata de disimular tal imagen exterior?

–A Maduro le hacen tanta mella como al tirano Al Asad de Siria. La oposición internacional a la tiranía de Al Asad es diez veces superior a la ejercida en contra de Maduro. La migración siria es mucho mayor. Pero Al Asad está dispuesto a incendiar toda Siria antes de ceder un milímetro de su poder. Maduro y su grupo, también. El vil asesinato cometido a Oscar Pérez fue un aviso. Yo creo que la posición de la llamada “comunidad internacional”, siendo importante, ha sido magnificada por gran parte de la oposición venezolana. Pero la “comunidad internacional” no puede hacer más que actuar de acuerdo a principios universales. Y eso es mucho. Y se le agradece. Por lo demás es falso que Maduro esté aislado del mundo. El pasado lunes 26 de febrero vimos en todos los periódicos que el jefe fáctico del estado venezolano, el general Padrino López, apareció en Rusia junto a Putin. Evidentemente, Padrino no fue a veranear a Rusia.

 –Ubicado usted –hipotéticamente hablando– en el lado de quienes desaconsejan participar en estas presidenciales ¿cuál sería el argumento con mayor fuerza para convencer a los venezolanos de no participar?

–El argumento más recurrente es que si se acude a las elecciones se legitima el fraude y con ello a la dictadura. El problema es que nadie puede reclamar fraude si no se acude y, por lo mismo, la dictadura, con la abstención, se legitima más que antes. Eso es precisamente lo que quiere Maduro: ganar sin, o con una muy débil oposición, y así no verse obligado a cometer fraude. La mesa la tiene servida.

–Y si esta disyuntiva lo sorprendiera a usted en la otra acera ¿cuáles son las razones para participar a toda costa?

–Convertir las elecciones, desde “dentro” de ellas, en un gran movimiento de protesta pública nacional. Pero eso ya no se dio.

–¿Cómo calificaría usted la gestión del expresidente español Rodríguez Zapatero como interlocutor de una mesa de negociación que fracasó?

–Para mí, dicho con toda sus letras -y pese al enorme respeto que me merece la historia del PSOE- el expresidente de España, Rodríguez Zapatero, llegó a ser –antes, durante, y después del diálogo– un funcionario al servicio de los intereses de una de las más horribles dictaduras sudamericanas de los últimos tiempos.

–¿Ha habido momentos en que haya acariciado la posibilidad de una intervención extranjera o de EEUU en Venezuela para salir de una vez de esta crisis, cada vez más insostenible?

–Nunca. Y por tres razones. La primera, porque la vida me enseñó a no confundir los deseos con la realidad. La segunda, porque hasta ahora no hay un solo indicio. La tercera, porque solo puede venir de los EE UU, nación que ya no está en condiciones de abrir varios frentes a la vez. Con Kim Jong Un, con Putin, con Asad y con la teocracia persa, tiene más que suficiente. Naturalmente, si aparecen indicios, cambiará mi opinión. Pero ahora yo no puedo opinar sobre lo inexistente.

–En tanto que filósofo ¿cómo califica usted el comportamiento, no pocas veces de enfrentamiento, entre actores de la oposición venezolana en mitad de esta crisis?

–Lo de filósofo es un elogio. Si lo soy es solo por vocación. Por profesión soy historiador. Como filósofo debería analizar cada acontecimiento como un fenómeno “en sí”. Como historiador, en cambio, debo inscribirlos en el marco de un proceso. Y el proceso venezolano me muestra una suma de actos fallidos de parte de la oposición. Desde la incapacidad por unir revocatorio con elecciones regionales, siguiendo por la precaria conducción de las movilizaciones del 2017 (nacidas en defensa de la Constitución, de las elecciones y de la AN, y terminadas en confrontaciones de muchachos con escudos de cartón en contra de un ejército armado hasta los dientes), por las elecciones regionales a las que acudió sin entusiasmo ni mística, por la capitulación electoral en las municipales, hasta llegar a la “abstención activa” de las presidenciales sin que nadie sepa todavía con qué se come eso. Después de tantos yerros, lo menos que puede esperarse son enfrentamientos entre los actores de la oposición.

–¿En verdad avizora esperanzas de que los venezolanos pondrán fin a la pesadilla chavista, o viviremos eternamente en esta espiral de crisis, aún después de que Maduro haya abandonado el poder?

–Siempre lo he dicho, y ahora lo voy a decir como el filósofo que no soy: La historia no transcurre de acuerdo a programas sino de acuerdo a incidencias y accidencias imposibles de predecir. La de Maduro, como toda dictadura, representa la muerte del alma ciudadana. Pero creo que al final la vida se impondrá sobre la muerte. Si no creyera eso, jamás habría escrito una línea sobre Venezuela.

La disyuntiva venezolana: ¿Participar o no en elecciones sin garantías institucionales? Un debate urgente

Ha fracasado el intento de negociación sobre las condiciones institucionales mínimas para una elección presidencial en Venezuela. Vea la documentación publicada en Segunda Vuelta. A pesar de esto, Maduro convocó estas elecciones para el 22 de abril 2018.

En las filas de la oposición venezolana y entre analistas se discute si en estas condiciones conviene participar en las elecciones o mejor boicotearlas. Segunda Vuelta va a publicar los aportes más sustanciales a este debate. Comenzamos hoy con una columna del escritor venezolano Alberto Barrera Tyszka publicada en el New York Times; otra del influyente politólogo chileno Fernando Mires en su blog Polis; y una tercera del constitucionalista José Ignacio Hernández, publicada en Prodavinci.

Segunda Vuelta

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Nicolás Maduro y Tibisay Lucena, presidenta chavista del Consejo Nacional Electora, convocan elecciones presidenciales para el 22 de abril 2018, sin acuerdo con la oposición y la comunidad internacional sobre las garantías institucionales para una elección libre

 

El fracaso del diálogo en Venezuela: un paso más hacia el abismo. De Alberto Barrera Tyszka

 

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LAS OPCIONES DE LA OPOSICIÓN VENEZOLANA. De Fernando Mires

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Fernando Mires, politólogo chileno radicado en Alemania

Fernando Mires, 11 febrero 2018 / POLIS

Para comenzar, un poco de orden.

Primero: las negociaciones que tuvieron lugar en la República Dominicana no fueron convocadas por la oposición venezolana. No podría haberlo hecho. La oposición asistió debido a la presión internacional, sobre todo la que provino del Grupo de Lima. Bajo esas condiciones, la oposición organizada no podía sino asistir. Quien quiera criticar a la oposición por haber asistido a la RD debe en primer lugar criticar al Grupo de Lima.

Segundo: la mayoría de los gobiernos latinoamericanos presionó a favor del diálogo-negociación por una razón elemental: ellos no podían adjudicar al gobierno de Maduro el carácter de una dictadura sin obtener las verificaciones formales pertinentes. Entre ellas, la más decisiva: elecciones libres.

Tercero: todas las demandas de la oposición fueron estrictamente constitucionales.

polis.pngCuarto: desde el momento en que Maduro ordenó patear la mesa adelantando las elecciones presidenciales y negándose a otorgar las mínimas garantías constitucionales, la mayoría de los gobiernos latinoamericanos obtuvo la carta de verificación que necesitaba para constatar que la de Maduro es, inapelablemente, una dictadura. No otra fue la razón por la cual el Grupo de Lima emitió un comunicado en el cual desconocía la legalidad de las elecciones en los términos planteados por el régimen.

Quinto: el del Grupo de Lima no fue un llamado a la oposición venezolana a no votar. Pues una cosa es la posición jurídica de los gobiernos y otra, la política de la oposición. Esta última está determinada por las relaciones concretas que se presentan en un plano político nacional.

Sexto: Habiendo fracasaso el diálogo, la oposición deberá determinar el curso de su futuro político. Ese curso se puede resumir en una pregunta: ¿Participar o no en las elecciones presidenciales convocadas por la dictadura?

NO PARTICIPAR

Después del fracaso de las negociaciones, no participar luce como opción lógica. Dicha opción se basa en el hecho de que al no aceptar las propuestas de la oposición, el régimen ha cerrado la vía electoral. Las que pretende realizar el 22 de abril no serán elecciones en el exacto sentido del término sino un simple acto de confirmación del poder dictatorial.

Para los partidarios de la no-participación, en elecciones bajo condiciones determinadas por la parcialidad del CNE, con cientos de presos políticos, con líderes inhabilitados, con miles y miles de exiliados a los que se ha arrebatado el derecho a voto, con puntos rojos establecidos para conducir el proceso electoral, con todos los medios a disposición del dictador, todo eso y mucho más, significaría contribuir a la legitimación del poder dictatorial.

Como repiten los defensores de la tesis de la no-participación, acudir a las elecciones significaría llevar a la ciudadanía al matadero, contribuiría a una derrota no solo electoral sino, además, moral. Una derrota de la cual la oposición no podría recuperarse jamás.

Participar, aducen, significaría reconocer de hecho a la Asamblea Constituyente, organismo supra-constitucional elegido en una de las elecciones más fraudulentas de las cuales se tiene noticia. Significaría, además, no reconocer el plebiscito del 2017.

Y, no por último, agregan, significaría oponerse a la propia comunidad internacional. Más aún, debilitaría notablemente las sanciones en contra del régimen. ¿Cómo sancionar a un gobierno que no solo permite elecciones sino, además, cuenta con la participación electoral de la propia oposición? La pregunta es lógica, y debe ser tomada en cuenta.

Creo que de modo correcto he expuesto las principales posiciones de los no-participacionistas.

OBJECIONES A LA OPCIÓN DE NO-PARTICIPAR

Las objeciones a la opción de no-participar parten del supuesto de que no siempre lo que es lógicamente formal es políticamente lo más adecuado. No participar en las elecciones llevaría a los defensores de esta opción a entregar toda iniciativa a la dictadura, o lo que es peor, a regalar la elección sin oponer nada en contra. Opción que parte de una situación real: más del 70% de la ciudadanía está definitivamente en contra de Maduro. ¿Cómo desperdiciar ese enorme capital electoral?

De acuerdo a la opción participativa, no la participación sino la no-participación -al hacer aparecer a la oposición como un conglomerado anti-electoral- contribuiría a legitimar a la dictadura.

La dictadura no quiere elecciones. Convocar a elecciones no es un regalo a la oposición, pero sí una concesión -formal pero concesión al fin- a la opinión pública internacional. Lo que en fin necesita la dictadura, si no impedir las elecciones, es devaluarlas. La no-participación contribuiría fuertemente a esa devaluación, argumentan los defensores de la opción participativa.

El argumento del reconocimiento de la AC dictatorial –agregan los de la opción participativa- sería en este caso redundante pues no solo la AC es anti-constitucional. La dictadura, al ser dictadura, también lo es. Sin embargo, en todas las elecciones en las que ha participado la oposición ha reconocido a la dictadura. Luego, participar no es bajo estas condiciones un tema jurídico. Es antes que nada un tema político.

Frente al argumento de que al participar quedarían inhabilitadas las acciones de la llamada comunidad internacional, la opción participativa opina lo contrario. La decisión del grupo de Lima, al desconocer las elecciones solo puede ser verificada en caso de fraude. Sin participación de la mayoría opositora, la dictadura no necesita del fraude. Luego, declarar fraudulentas a las elecciones no puede ser interpretado directamente como un llamado directo a no participar. La oposición ha participado en muchas elecciones fraudulentas. En cierto modo, todas las llevadas a cabo durante Maduro han sido fraudulentas, incluso las del 6-D.

Sin lugar a dudas los catorce firmantes del grupo de Lima más el apoyo activo de los EE UU y de la UE constituyen una oposición internacional poderosa. Pero eso no significa que la dictadura está aislada en el mundo. Además de contar con el apoyo de por lo menos tres naciones latinoamericanas y con la neutralidad de otras dos, la dictadura forma parte de “otra” comunidad internacional de carácter supracontinental: una verdadera internacional de dictaduras hegemonizadas por la Rusia de Putin.

El apoyo de la comunidad democrática a la oposición es por cierto, insustituible. Puede llegar a ser decisivo, pero por sí solo no es determinante. Ni el más imponente apoyo internacional puede sustituir el rol de la oposición venezolana.

Por supuesto, los defensores de la no-participación señalan que su opción no es un llamado a los ciudadanos a quedarse en casa. Todo lo contrario: hablan de una no-participación activa. El problema es que las formas de activación no-electoral no las ha definido nadie. Parece ser difícil que acciones políticas no-electorales puedan llevar a cabo manifestaciones más multitudinarias que las activadas por una campaña electoral bien organizada.  Es por eso que, quienes defienden la opción participativa, aducen que la realización de elecciones y las convocatorias de masas no son excluyentes sino incluyentes. Más aún si se tiene en cuenta que los defensores de la opción no-participativa no cuentan con mucha capacidad de convocación. Y aún en el caso de que la tuvieran, las demostraciones quedarían en manos de grupos militantes y estudiantiles, y sus resultados no serían distintos a los de las grandes demostraciones del 2017. Panorama no muy alentador.

Hay por último un argumento pragmático que habla a favor de la opción participativa, y es el siguiente: la opción no-participativa, para tener éxito, debe ser perfecta. Perfecta quiere decir: absoluta, unánime y total. Bastaría que un solo partido de la unidad se descuelgue de esa opción para que fracase de inmediato. Y es sabido que la unidad opositora no es monolítica, ni homogénea ni, mucho menos, disciplinada. Una sola candidatura de un partido opositor a Maduro bastaría para conferir a las elecciones un carácter legal y legítimo.

¿HAY OTRAS ALTERNATIVAS?

Alternativas intermedias a participar o no participar no hay. La no-participación, aunque la llamemos activa, lleva definitivamente a la derrota electoral. La participación en cambio, entraría aparentemente en contradicción con la propios postulados de la oposición en la RD. Al haber rechazado la oposición a las condiciones electorales propuestas por la dictadura en la RD y luego llamar a votar, sería visto –aunque no fuera así- como un acto de incoherencia. La abstención –alentada con furia por el abstencionismo militante- crecería en forma gigantesca y el fenómeno de las elecciones regionales -donde la oposición, siendo absoluta mayoría, al acudir dividida, sin mística ni entusiasmo, fue derrotada- sería nuevamente reiterada.

¿Significa que la oposición está condenada a dividirse en dos partes irreconciliables? Esa sola posibilidad lleva a repensar más intensamente el problema. Pues el hecho de que no haya alternativas intermedias no significa que no existan alternativas distintas. Una de ellas – ha sido sugerida en las redes- es la de una participación electoral no tradicional. 

Bajo el concepto de participación electoral no tradicional entendemos la de acudir a las elecciones no para competir sino para sentar presencia política nacional. O lo que es igual: hacer de las elecciones un fin en sí y no solo un medio para la conquista del poder.

Una posibilidad de participación electoral no tradicional en otros países ha sido llamar a votar por el candidato Cero, es decir, participar con el voto nulo o en blanco. De este modo la mayoría de la ciudadanía participa, vota y al mismo tiempo convierte a la elección en un rotundo NO a la dictadura
El voto nulo tiene, sin embargo, un inconveniente. Una oposición sin rostro es como una ópera sin tenor.

La del candidato Cero o Nulo – si no técnicamente imposible, muy difícil de ser aplicada  en Venezuela- implica una participación puramente negativa. Con un simple NO, Maduro tendría todo el espacio para decir y proponer lo que quiera, sin contradictor que lo desmienta o lo acuse. De ahí que la posibilidad de llevar un candidato único no para competir ni para ganar –lo que no quiere decir para perder: no-tradicional no significa simbólico-  sino para denunciar los crímenes cometidos por la dictadura, las múltiples violaciones a los derechos humanos, el hambre y la miseria inducida por el régimen, y tantas otras cosas, no debe ni puede ser deshechada.

Un candidato-líder tendría más efecto, incluso sobre la opinión pública mundial, que un candidato Cero. Un candidato-líder, aún perdiendo la elección- entregaría un claro testimonio de la realidad venezolana, no entraría en contradicción ni con la historia de la oposición –que ha sido y será una historia electoral- ni con la comunidad internacional. Un candidato que, si no de todos, sería el de la gran mayoría.

Naturalmente también hay problemas frente a la posibilidad de una candidatura no tradicional. Los candidatos carismáticos, unitarios y con formato político (con otro formato no sirven) no se venden en las farmacias. No obstante, sin necesidad de dar nombres, todos sabemos que en Venezuela hay personas honorables e idóneas que podrían jugar perfectamente el papel asignado.

Después de todo: no hay peor batalla que la que no se da, ni peor política que la que no se hace.

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Sobre las elecciones presidenciales ordenadas por la “ANC”. De José Ignacio Hernández

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José Ignacio Hernández, catedrático de derecho constitucional venezolano

José Ignacio Hernández, 23 enero 2018 / PRODAVINCI

La llamada “asamblea nacional constituyente” (“ANC”), aprobó un “Decreto que convoca a proceso electoral para la escogencia de la Presidencia de la República en el primer cuatrimestre de 2018”. Para poder analizar las implicaciones de este anuncio, debemos primero esclarecer cuál fue la decisión que adoptó la “ANC”.

Técnicamente no podemos hablar de “adelanto” de las elecciones presidenciales, pues a decir verdad, ninguna norma de nuestro ordenamiento jurídico precisa cuándo deben convocarse las elecciones presidenciales. La única fecha que está definida es el 10 de enero de 2019, día en el cual comenzará un nuevo período presidencial (artículo 231 constitucional). Luego, las elecciones deberán realizarse en cualquier momento antes de esa fecha.

prodavinciSin embargo, los principios de seguridad jurídica y transparencia aconsejan que la convocatoria a elecciones se realice con suficiente antelación a los fines de poder definir adecuadamente sus reglas, las cuales, de acuerdo con el artículo 298 de la Constitución, no pueden ser modificadas al menos seis meses antes de la elección.

Junto a ello, hay que recordar que la ANC carece de competencias para convocar a elecciones y para intervenir en el sistema electoral. Primero, porque la ANC es un órgano ilegítimo y fraudulento que, en tal virtud, no puede asumir ninguna función pública. Segundo, porque la convocatoria a elecciones es una competencia exclusiva del Poder Electoral (artículo 293 de la Constitución). Aun cuando en realidad, será el CNE quien formalmente convoque y organice las elecciones presidenciales.

Con lo cual, con esta decisión, la ANC intervino ilegítimamente en el sistema electoral y propició la fijación de las elecciones presidenciales en violación a los principios de transparencia y seguridad jurídica.

La ausencia de condiciones de integridad electoral

La decisión de la ANC de convocar a elecciones presidenciales se adoptó, además, en un contexto en el cual no existen en Venezuela condiciones de integridad electoral.

El concepto de “integridad electoral” ha venido siendo estudiado recientemente a los fines de describir las condiciones mínimas que debe respetar toda elección a los fines de garantizar la libre expresión de los electores, y en consecuencia, la solución pacífica y electoral de crisis políticas. A tal fin, se considera que las condiciones electorales abarcan todo el sistema, así como las fases previas, concomitantes y posteriores a la elección.

Tomando en cuenta los estándares generalmente empleados para medir la integridad electoral, podemos concluir que en Venezuela no existen condiciones de integridad electoral que permitan la realización de elecciones libres y transparentes. Basta con referir, por los momentos, a los principales indicios que soportan esta conclusión.

El CNE no es una instancia imparcial pues todos sus integrantes fueron fraudulentamente designados por la Sala Constitucional. Además, en su actuación, el CNE ha demostrado una clara parcialización a favor del Gobierno: los retrasos en el referendo revocatorio presidencial no guardan relación con la eficiencia mostrada en la organización de la ilegítima elección de la ANC.

Luego, el registro electoral no es transparente, en parte, por la propia actitud presente en el CNE. Basta con recordar el reciente episodio del cambio arbitrario de centros de votación para comprobar cómo el registro electoral no es una base de datos cierta y confiable.

Tampoco hay libre participación política. A la lista de líderes políticos inhabilitados o encarcelados, debe ahora agregársele la ilegítima decisión de la ANC de ilegalizar los partidos políticos que decidieron no participar en las elecciones municipales. Al fijar las elecciones para abril, además, la ANC obstaculizó que esos partidos pudieran cumplir a tiempo con el nuevo trámite de renovación de nómina de militantes.

No hay mecanismos transparentes de revisión. Por el contrario, el Tribunal Supremo de Justicia ha demostrado, con sus decisiones, una clara parcialidad a favor del Gobierno. El mejor ejemplo sigue siendo la decisión de la Sala Electoral de “suspender” a los diputados de Amazonas, en un juicio que más de dos años después no ha concluido.

Pero actualmente, el elemento más determinante es la ANC, que ha demostrado su disposición de intervenir ilegítimamente en las elecciones, incluso, para desconocer resultados electorales, como sucedió con el Gobernador electo del estado Zulia, Juan Pablo Guanipa.

La decisión de la ANC de convocar elecciones presidenciales para abril de 2018, demuestra que en Venezuela no existen condiciones de integridad electoral y que, en especial, mientras la ANC siga existiendo, no será posible realizar elecciones libres y transparentes en Venezuela.

Precisamente, parte de las negociaciones entre la oposición y el gobierno realizadas en República Dominicana se orientan a obtener condiciones básicas de integridad electoral, algo que por ahora no se ha logrado. Además, al fijar la fecha de las elecciones en abril, la ANC redujo drásticamente el tiempo para que esas negociaciones logren algo que hoy luce complejo: rescatar las condiciones de integridad electoral en Venezuela.

¿Participar o no participar?

Que en Venezuela no existan condiciones de integridad electoral no implica, necesariamente, que la única opción adecuada bajo la Constitución sea no participar en las elecciones. En efecto, la ausencia de condiciones de integridad electoral lo único que implica es que las elecciones, por sí solas, no garantizan un cambio constitucional en Venezuela. Sin embargo, ello no es suficiente para eliminar, absolutamente, la pertinencia constitucional de participar en las elecciones presidenciales.

Esta discusión se ha visto empañada por algunos malentendidos. Así, desde un punto de vista constitucional, no es cierto que participar en las elecciones presidenciales sea suficiente para “legitimar” la ANC, como ya expliqué en Prodavinci. En realidad, nada ni nadie puede legitimar a ese órgano.

De otro lado, hay algunas evidencias que apuntan a que las elecciones en regímenes autoritarios pueden desencadenar un cambio político, si y solo si se ejerce suficiente presión sobre el régimen. Para ello, hay que tomar en cuenta que Venezuela ya no puede ser considerada como un “autoritarismo competitivo”, o sea, como un régimen autocrático que permite ciertas elecciones bajo condiciones razonables de libertad. Por el contrario, Venezuela –luego de la ANC- es un régimen autoritario no competitivo, tanto más si se trata de una elección presidencial.

En virtud de lo anterior, la participación en las elecciones debe ser valorada no en función de la probabilidad de que se admita la libre expresión ciudadana, sino en función de la probabilidad de que esas elecciones, y el fraude que las rodea, puedan propiciar un cambio político y constitucional. Bajo esta perspectiva, participar en las elecciones presidenciales podría ser una condición necesaria –pero no suficiente– para promover un cambio constitucional y político en Venezuela.

Debate sobre el indulto a Fujimori: Mario Vargas Llosa versus Fernando Mires

El indulto presidencial que el presidente peruano Pedro Pablo Kuczynski concedió al ex presidente Fujimori despertó una controversia, no solo en el Perú, sino en amplios círculos políticos y de Derechos Humanos en el mundo entero. Presentamos dos enfoques diferentes: el del escritor peruano Mario Vargas Llosa, desde el punto de vista de la moral; y el del politólogo chileno Fernando Mires, desde el punto de vista de la teoría política. Llegan a conclusiones opuestas. Para Vargas Llosa la decisión de Kuczynski es traición, para Mires es ejercicio legítimo de negociación política.

Segunda Vuelta

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Alberto Fujimori

LA TRAICIÓN DE KUCZYNSKI
De Mario Vargas Llosa

El indulto a Fujimori, el dictador que asoló el Perú, cometió crímenes terribles contra los derechos humanos y robó a mansalva, ha incendiado el país.

MARIO VARGAS LLOSA

Mario Vargas Llosa, premio nobel de literatura

Mario Vargas Llosa, 31 diciembre 2017 / EL PAIS

El presidente del Perú, Pedro Pablo Kuczynski, se salvó de milagro el 21 de diciembre de ser destituido por “permanente incapacidad moral” por un Congreso donde una mayoría fujimorista le había tumbado ya cinco ministros y tenía paralizado a su Gobierno.

La acusación se basaba en unas confesiones de Odebrecht, en Brasil, afirmando que en los años en que Kuczynski fue ministro de Economía y primer ministro, la empresa brasileña había pagado a una compañía suya la suma de 782.207,28 dólares. A la hora de la votación, se dividieron los parlamentarios del APRA, de Acción Popular, de la izquierda y —oh, sorpresa— los propios fujimoristas, 10 de los cuales, encabezados por Kenji, el hijo de Fujimori, se abstuvieron. Los que respaldaron la moción se quedaron ocho votos por debajo de los 87 que hacían falta para echar al presidente.

Esta sesión fue precedida de un debate nacional en el que todas las fuerzas democráticas del país rechazaron el intento fujimorista de defenestrar a un jefe de Estado que, si bien había pecado de negligencia y de conflicto de intereses al no documentar legalmente su separación de la empresa que prestó servicios a Odebrecht mientras era ministro, tenía derecho a una investigación judicial imparcial ante la cual pudiera presentar sus descargos, y a lo que parecía un intento más del fujimorismo para hacerse con el poder.

Vale la pena recordar que Kuczynski ganó las elecciones presidenciales poco menos que raspando, y gracias a que votaron por él todas las fuerzas democráticas, incluida la izquierda, creyéndole su firme y repetida promesa de que, si llegaba al poder, no habría indulto para el exdictador condenado a 25 años de cárcel por sus crímenes y violaciones a los derechos humanos. Hubo manifestaciones a favor de la democracia y muchos periodistas y políticos independientes se movilizaron contra lo que consideraban (y era) un intento de golpe de Estado. En un emotivo discurso (por el que yo lo felicité), el presidente pidió perdón a los peruanos por aquella “negligencia” y aseguró que, en el futuro, abandonaría su pasividad y sería más enérgico en su acción política.

Lo que muy pocos sabían es que, al mismo tiempo que hacía estos gestos como víctima del fujimorismo, Kuzcynski negociaba a escondidas con el hijo del dictador o con el dictador mismo un sucio cambalache: el indulto presidencial al reo por “razones humanitarias” a cambio de los votos que le evitaran la defenestración. Esto explica la misteriosa abstención de los 10 fujimoristas que salvaron al presidente.

La traición de Kuzcynski permitirá que el fujimorismo se convierta en el verdadero Gobierno del país y haga de nuevo de las suyas

Las vilezas forman parte por desgracia de la vida política en casi todas las naciones, pero no creo que haya muchos casos en los que un mandatario perpetre tantas a la vez y en tan poco tiempo. Los testimonios son abrumadores: periodistas valerosos, como Rosa María Palacios y Gustavo Gorriti, que se multiplicaron defendiéndolo contra la moción de vacancia, y el ex primer ministro Pedro Cateriano, que también dio una batalla en los medios para impedir la defenestración, recibieron seguridades del propio Kuczynski, días u horas antes de que se anunciara el indulto, de que no lo habría, y que los rumores en contrario eran meras operaciones psicosociales de los adversarios.

De esta manera, quienes en las últimas elecciones presidenciales votamos por Kuzcynski creyéndole que en su mandato no habría indulto para el dictador que asoló el Perú, cometiendo crímenes terribles contra los derechos humanos y robando a mansalva, hemos contribuido sin saberlo ni quererlo a llevar otra vez al poder a Fujimori y a sus huestes. Porque, no nos engañemos, el fujimorismo tiene ahora, gracias a Kuzcynski, no sólo el control del Parlamento, por el 40% de votantes que en las elecciones respaldaron a Keiko Fujimori; controla también el Ejecutivo, pues Kuzcynski, con su pacto secreto, no ha utilizado al exdictador, más bien se ha convertido en su cómplice y rehén. En adelante, deberá servirlo, o le seguirán tumbando ministros, o lo defenestrarán. Y esta vez no habrá demócratas que se movilicen para defenderlo.

La traición de Kuzcynski permitirá que el fujimorismo se convierta en el verdadero Gobierno del país y haga de nuevo de las suyas, a menos que la división de los hermanos, los partidarios de Keiko y los de Kenji (este último, preferido por el padre) se mantenga y se agrave. ¿Serán tan tontos para perseverar en esta rivalidad ahora que están en condiciones de recuperar el poder? Pudiera ocurrir, pero lo más probable es que, estando Fujimori suelto para ejercer el liderazgo (apenas se anunció su indulto, su salud mejoró) se unan; si persistieran en sus querellas el poder podría esfumárseles de las manos.

Por lo pronto, el proyecto fujimorista para defenestrar a los fiscales y jueces que podrían ahondar en la investigación, ya insinuada por Odebrecht, de que Keiko Fujimori recibió dinero de la celebérrima organización para sus campañas electorales, podría tener éxito. Recordemos que el avasallamiento del poder judicial fue una de las primeras medidas de Fujimori cuando dio el golpe de Estado en 1992.

Tras este descalabro democrático ¿en qué condiciones
se llegará a las elecciones de 2021?

El fujimorismo tiene ya un control directo o indirecto de buen número de los medios de comunicación en el Perú, pero algunos, como El Comercio, se le han ido de las manos. ¿Hasta cuándo podrá mantener ese diario la imparcialidad democrática que le impuso el nuevo director desde que asumió su cargo? No hay que ser adivino para saber que el fujimorismo, envalentonado con la recuperación de su caudillo, no cesará hasta conseguir reemplazarlo por alguien menos independiente y objetivo.

Luego de este descalabro democrático, ¿en qué condiciones llegará el Perú a las elecciones de 2021? El fujimorismo las espera con impaciencia, ya que es más seguro gobernar directamente que a través de aliados de dudosa lealtad. ¿No podría Kuzcynski traicionarlos también? Las próximas elecciones son fundamentales para que el fujimorismo consolide su poder, como en aquellos 10 años en que gozó de absoluta impunidad para sus fechorías. En su discurso exculpatorio Kuzcynski llamó “errores y excesos” a los asesinatos colectivos, torturas, secuestros y desapariciones cometidos por Fujimori. Y este le dio inmediatamente la razón pidiendo perdón a aquellos peruanos que, sin quererlo, “había decepcionado”. Solo faltó que se dieran un abrazo.

Felizmente, la realidad suele ser más complicada que los esquemas y proyecciones que resultan de las intrigas políticas. ¿Imaginó Kuzcynski que el indulto iba a incendiar el Perú, donde, mientras escribo este artículo, las manifestaciones de protesta se multiplican por doquier pese a las cargas policiales? ¿Sospechó que partidarios honestos renunciarían a su partido y a su gabinete? Yo nunca hubiera imaginado que tras la figura bonachona de ese tecnócrata benigno que parecía Kuzcynski, se ocultara un pequeño Maquiavelo ducho en intrigas, duplicidades y mentiras. La última vez que nos vimos, en Madrid, le dije: “Ojalá no pases a la historia como el presidente que amnistió a un asesino y un ladrón”. Él no ha asesinado a nadie todavía y no lo creo capaz de robar, pero, estoy seguro, si llega a infiltrarse en la historia será sólo por la infame credencial de haber traicionado a los millones de compatriotas que lo llevamos a la presidencia.

 

FUJIMORI, EL INDULTO Y LA CULPA
De Fernando Mires

Las negociaciones son parte insustituible del hacer político. Quien piense en una política sin negociaciones no piensa políticamente. Sin negociaciones no hay política. El gran error de PPK, por lo tanto, fue haber ocultado esas negociaciones como si hubieran sido algo ilícito y haber presentado el indulto como una obra de caridad.

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Fernando Mires, politólogo chileno radicado en Alemania

Fernando Mires, 1 enero 2018 / POLIS

A quien no alcanzan las pasiones desatadas, las iras verbales, la escalada de odio visceral que ha provocado el indulto de Fujimori por gracia navideña otorgada por el presidente Pedro Pablo Kuczynski, el caso amerita un análisis. El hecho proporciona elementos discutitivos para quienes se interesan en los conflictivos temas de la teoría política moderna. Para un docente en ciencias políticas, un manjar.

Los hechos: Alberto Fujimori fue condenado el 2009 a 25 años de prisión. Los cargos que pesan sobre él no son bromas: asesinatos, secuestros, torturas, saqueo del erario nacional. Fujimori fue, sin duda, un criminal, como lo fueron ayer Castro, Pinochet, Videla y hoy Maduro.

Fujimori es ahora un anciano enfermo, con cáncer terminal a la lengua dice el informe médico, aunque hay quienes hablan de fingimiento. La verdad es que las diversas fotografías no nos permiten ver a alguien rebosante de salud. Pero dejemos eso, no es lo más importante. Lo cierto, es que en su estado actual, Fujimori no parece ser un enemigo para nadie.

polis.pngCierto es también que si Fujimori no hubiese sido Fujimori, su indulto, aún por los mismos cargos, podría haber pasado desapercibido en días navideños, cuando nos creemos más buenos de lo que somos. Pero Fujimori no solo es Fujimori. Fujimori es el fujimorismo. ¿Y qué es el fujimorismo?

El fujimorismo es en  primer lugar una era de la historia peruana. En segundo lugar, una forma de dictadura precursora de las actuales autocracias que asolan América Latina y, en tercer lugar, un partido político mayoritario en el Perú de nuestros días. Un partido que, además, defiende el “legado“ del ex-dictador, adjudica a su persona el innegable crecimiento económico del país y lo presenta como un hombre fuerte cuyo mérito histórico fue poner fin a la barbarie de Sendero Luminoso, guerrilla al lado de la cual hasta los asesinos de las FARC o de ETA parecen ser angelitos del cielo.

Vistas así las cosas, la prisión de Fujimori más que como hecho legal (y lo es), debe ser analizada como representación simbólico-política de un tiempo, de un movimiento y de un partido que, como todo partido, quiere llegar al poder: el fujimorismo de los hijos de su padre: Keiko y Kenji, peleados entre sí sin que nadie sepa todavía cual es Caín o cual es Abel.

Frente al indulto a Fujimori se han levantado las voces airadas de los Vargas Llosa, padre e hijo, secundados por una multitud de intelectuales antifujimoristas y vargallosistas. ¿Estamos frente a una guerra entre Capuletos y Montescos, pero sin Romeo, sin Julieta, y sobre todo sin la voz cristalina de Juan Diego Flores? No es para tanto, aunque para Vargas Llosa padre estemos frente a una verdadera tragedia de Shakespeare.

“La traición de Kuczynski” es el título del último artículo del gran escritor (El País, 31.12.2017) quien conoce sin duda el significado semántico de la palabra traición pero al parecer, no su significado político. Traición es efectivamente una palabra que pertenece más a las relaciones interpersonales que a las políticas. Nadie traiciona a quien no ama o no estima. Y la política –en ese punto están de acuerdo la mayoría de los filósofos- no se deja regir, gracias a Dios, ni por relaciones de amistad ni de amor.

¿Traicionó PPK a su partido? ¿O a sus amigos personales? En ningún caso. ¿Traicionó a sus aliados? Pero los aliados son aliados y por lo mismo las relaciones que con ellos establecemos son circunstanciales. Ningún partido es aliado de otro para siempre. ¿Traicionó PPK entonces al pueblo que lo eligió al indultar a Fujimori? En el peor de los casos, incumplió. No obstante, es posible imaginar que quienes votaron por PPK lo hicieron por muchas razones y solo una de esas  –y tal vez no la más decisiva- fue la de mantener a Fujimori en prisión. Por lo demás, no ha habido gobernante en el mundo que haya cumplido con todas sus promesas, y no solo porque no ha querido sino, muchas veces porque no ha podido.

PPK, desde su punto de vista político –que no es el de Vargas Llosa- no podía cumplir con la mantención de Fujimori en prisión sin correr el riesgo de entregar el poder. Y nos guste o no, lo menos que hace un político es entregar el poder. Porque la política es lucha por el poder (Max Weber.) Esto significa: PPK no indultó a Fujimori por razones de amistad, sino por razones de poder. Desde ese punto de vista político –que no es el filantrópico- no hay nada que criticar. Lo dijo el mismo Vargas Llosa: “(el indulto) no es un acto de compasión. Es un crudo y cínico, cálculo político” (Efe, 31.12.2017) (he subrayado las dos últimas palabras: cálculo político)

Por lo demás, PPK no transgredió a la legalidad vigente. Hizo solo uso de un derecho que le concede la Constitución. Los argumentos en contra, más bien leguleyos, no prosperarán.  El artículo 118 inciso 21 es demasiado claro. Eso no quiere decir, por supuesto, que las víctimas o familiares de las maldades cometidas por el dictador no tengan derecho a reclamar. Por el contrario: deben levantar su voz y así lo han hecho. Para ellos la explicación de PPK relativa a que el indulto obedece a razones humanitarias, es una justificación inmoral. Del mismo modo, las instituciones humanitarias que han condenado al indulto al ponerse al lado de las víctimas han cumplido con su deber. Para eso están. La CIDH, Human Right Watch, y AI, cumplieron con su trabajo. Pero también es cierto que el deber de un presidente es defender su poder y, por lo mismo, contraer las alianzas que considere convenientes para lograrlo. Para eso, está obligado a negociar.

Las negociaciones son parte insustituible del hacer político. Quien piense en una política sin negociaciones no piensa políticamente. Sin negociaciones no hay política. El gran error de PPK, por lo tanto, fue haber ocultado esas negociaciones como si hubieran sido algo ilícito y haber presentado el indulto como una obra de caridad cuando todo el mundo sabía que Fujimori fue negociado. En ese sentido PPK mintió, y por eso -solo por eso- debe ser enjuiciado.

El indulto fue resultado de una negociación, si no con todo el fujimorismo, por lo menos con una de las alas de Fuerza Popular (Luz Salgado Salgado y Kenji Fujimori) con las cual PPK venía dialogando desde antes de ser conocidos los hilos de Oedebrecht (que no solo involucran a PPK sino a casi toda la clase política peruana.) En otras palabras, lo que ha tenido lugar en el Perú es un giro político de PPK desde el centro-izquierda hacia el centro-derecha. Hilando más fino, podría pensarse que no fue el indulto a Fujimori lo que determinó ese giro. Por el contrario, fue ese giro lo que determinó el indulto a Fujimori.

A partir del giro de PPK, el fujimorismo ha pasado a ser el factor más decisivo de la política peruana. En cierto modo ha alcanzado el poder antes de ganarlo. Contra ese giro y contra esa nueva alianza en el poder, y no tanto en contra del indulto, protestan la izquierda peruana y los intelectuales vargallocistas. Es decir, en contra de una alianza que con o sin Fujimori ya se venía gestando. Hecho que no debe sorprender a nadie pues PPK es un hombre de derecha o de centro-derecha.

La alianza entre PPK y la derecha fujimurista es, en cierto modo, una alianza natural. Tan natural como la alianza contraída en Chile entre el centro-derechista Piñera con la derecha pinochetista. Esa derecha  chilena -lo sabe muy bien Vargas Llosa, amigo personal de Piñera-  no tiene un pasado más inocente que la derecha fujimurista. ¿Puede Vargas Llosa apoyar una alianza de poder en un país y al mismo tiempo condenar la misma en otro? Lo que es bueno para el pavo ha de ser bueno para la pava (y al revés también), es un dicho. Luego, si Vargas Llosa se hubiera limitado a criticar el indulto, no habría habido ningún problema. El problema es que, además, Vargas Llosa critica a la nueva alianza de poder que ha tenido lugar en el Perú, tan parecida a la que tiene lugar en Chile. La desgracia para PPK es que esa nueva alianza ha tenido que pasar por el indulto de Fujimori. Esa es su culpa y su tragedia a la vez.

No obstante, hay que decirlo de una vez: PPK no ha trangredido a las leyes ni subvertido a la Constitución. Sus negociaciones políticas con el fujimorismo pueden no gustar, pero es imposible desconocer que el fujimorismo, con alianzas o sin alianzas, representa a la mayoría parlamentaria del país, y por lo mismo, con o sin negociación, es un factor decisivo de poder.

Queda todavía una pregunta por responder. ¿Fue el indulto a Fujimori una transgresión a la moral pública?  Para las víctimas y familiares, sin duda. Pero el tema es si esa moral posee un carácter universal o simplemente es una moral discursiva (discutitiva) y luego, menos que moral es solo una ética. Si atendemos a la primera posibilidad, tendríamos que  convenir en que la política debe estar subordinada a la moral (como en los países islámicos, a la moral religiosa.) De acuerdo a la segunda posibilidad, en cambio, la política posee su propia moral. Esta, fue, como se sabe, la posición de Nicolás Maquiavelo, a quien se le concede el mérito de haber emancipado a la política de la moral religiosa.

Para Maquiavelo, en efecto, la política debe atender no a razones morales sino simplemente a la lucha por el poder, por más brutal que esta sea. Algo diferente, mas no distinta, fue la posición de Kant, la que sigue prevaleciendo de modo tácito en la filosofía política de Habermas y de Rawls.

Según Kant, existe una moral pre-constitucional, la que solo es visible cuando aparece una Constitución. La Constitución para Kant es la puesta en forma escrita de una moral pre-constitucional. Es por esa razón que, para el gran filósofo, donde hay Constitución no podemos regirnos por normas, máximas y principios no- o pre-constitucionales.

Ahora, si volvemos la mirada hacia el Perú, podríamos deducir que el indulto a Fujimori obedeció más a una lógica maquiavélica que a una kantiana. Pero en tanto PPK no transgredió a la Constitución, tampoco es definitivamente anti-kantiana.  Y al fin y al cabo:  ¿no es más maquiavélica que kantiana la política, no solo en el Perú, sino en casi todo el continente latinoamericano?  Algún día tendremos que admitirlo.

 

CHILE DECIDIÓ (notas post-electorales). De Fernando Mires

Fatal la decisión del comando de Guillier. En lugar de ir a buscar votos al centro; entre los que no votaron en la segunda vuelta, fue a buscarlos en la izquierda de su izquierda.

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Fernando Mires es un politólogo chileno radicado en Alemania

Fernando Mires, 18 diciembre 2017 / POLIS

En las elecciones presidenciales de Chile (segunda vuelta) del 17-D ha sido cumplida  una de las máximas de la guerra y de la política. Las guerras y las grandes elecciones son ganadas por quienes logren la mayor cohesión del frente interno.

En vísperas de la segunda vuelta, las huestes derechistas reconocieron línea en torno a su candidato centro-derechista. En cambio, las adhesiones guilleristas, particularmente las que venían del Frente Amplio, lo hicieron de modo muy condicionado, exigiendo esto u lo otro, casi chantajeando a Guillier a cambio de un puñado de votos. Obligaron así a desdibujar aún más el desdibujado programa de Guillier, hasta llegar el punto en que él, ex miembro de uno de los partidos del viejo pasado, el Radical (que es cualquiera cosa menos radical) tuvo que violarse a sí mismo para posar de izquierdista revolucionario. Pero la gente entiende cuando alguien dice lo que no sabe y cuando sabe lo que no dice. Sobre todo cuando eso se nota demasiado.

Screen Shot 2017-12-18 at 11.02.49 AMFatal la decisión del comando de Guillier. En lugar de ir a buscar votos al centro; entre los que no votaron en la segunda vuelta, fue a buscarlos en la izquierda de su izquierda. Es decir, en vez de disputar con el Frente Amplio y ganarles la controversia (lo que no es tan difícil pues son pura bulla y protesta) terminó sometido a la condiciones que imponía el Frente Amplio, una entidad que carece de doctrina, línea y programa. De este modo, con un frente interno más líquido que sólido, Guillier no estuvo en condiciones de transmitir una sensación que en el Chile clasemediero de la post-dictadura es fundamental: seguridad

Definitivamente no, así no se gana ninguna elección. La derrota, mucho más amplia de la que se suponía, debe agradecerla Guillier a los chicos del Frente Amplio. Sus aliados de última hora fueron sus sepultureros políticos. Lo que sumaron matemáticamente, lo restaron políticamente.

Sobre el  Frente Amplio ya hemos escrito y seguiremos escribiendo en próximas ocasiones. Valga la pena reiterar que, como todo fenómeno político, es muy ambivalente. Por un lado, es el resultado de la crisis (o desmoronamiento) del socialismo tradicional chileno. Por otro, es un factor acelerador de esa misma crisis. Sobre lo que no se ha escrito demasiado en cambio es sobre la derecha chilena. Porque si hacia la izquierda apareció un frente amplio, hacia la derecha apareció otro sin que nadie le hubiera puesto ese nombre.

Efectivamente, la derecha es en Chile un concepto plural. No existe la derecha. Existen las derechas. Fenómeno que parece ser muy nacional pues un resultado histórico de la dictadura de Pinochet fue dividir al espectro de la derecha entre uno abiertamente militarista y otro que apuntaba a una rehabilitación civil de la política bajo conducción derechista. La clásica división, liberales-conservadores, fue sucedida por una pinochetista y otra no-tan pinochetista (Unión Demócrata Independiente, UDI, y Renovación Nacional, RN).

Hoy en cambio tenemos por lo menos cuatro derechas. Una derecha conservadora, portaliana, ultramontana, unida en torno a la figura de Jose Antonio Kast. Una derecha pinochetista y facha, en lo que queda de la UDI. Una derecha populista, callejera y demagógica que gira en torno al “disidente” Manuel José Ossandón. Y una derecha liberal abierta hacia el centro político, a los pactos y a las alianzas con la izquierda centrista, la centro-derecha de Sebastián Piñera.

Pues bien, cuando José Antonio Kast, después de la segunda vuelta aseguró su apoyo sin condiciones a Piñera, la UDI y Ossandón, este último a regañadientes, no pudieron sino hacer lo mismo. Piñera, había logrado así, gracias a Kast, lo que no pudo lograr Guiller gracias a Beatriz Sánchez: la unidad en torno a su candidatura. Un frente interno sólido. En fin, una maquinaria electoral.

Por cierto, el apoyo de las derechas a Piñera era una condición, pero no aseguraba el triunfo. De acuerdo a las cuentas alegres de NM, sumando los votos del FA, Guillier iba a ganar. No consideraron, sin embargo, dos puntos claves. El primero, que en los balotajes la abstención suele bajar (en el hecho bajo un 12%) y a ese sector más centrista que radical debería ser dirigido parte del mensaje. Así lo entendió Piñera. Apenas tuvo el apoyo de Kast, giró rápidamente hacia el centro y ofreció a ese electorado nada menos que la pepita de oro del programa de Guillier: la educación gratuita. ¿Oportunismo?  No hay dudas. Pero, viendo el tema desde una perspectiva ajedrecista, una jugada maestra.

El segundo punto fue que el centro-centro, vale decir, los pocos que votaron Goic, incluso algunos MEO, y tal vez otros que votaron por Guillier en la primera vuelta, se asustaron frente a la posibilidad de que las decisiones principales de un gobierno NM pudieran ser dependientes de las excentricidades del FA. Sí, excentricidades.

Excentricidades en términos geométrico-políticos. Porque un gobierno políticamente dependiente de FA estaba condenado a agrietar los suelos de la centro-izquierda, vale decir, el espacio político natural de la Concertación y de NM. Esa posibilidad de perder, no solo el centro geométrico sino la centralidad de la política, hizo tal vez que algunos electores prefirieran el centro-derechismo de un diablo conocido que el excentricismo de un diablo por conocer.

En suma: Chile sigue siendo un país político centrista y pendular. Y esta bien que así sea.

Nota del autor: como el título lo indica, estas, menos que un artículo, son anotaciones tomadas inmediatamente después de conocido el resultado.  El próximo fin de semana publicaré un texto en el cual, además, meditaré sobre  las perspectivas nacionales del gobierno Piñera, y también de algunas (de verdad, importantes) incidencias en el plano internacional.

El debate en Venezuela: ¿Ir o no a elecciones en una dictadura?

Nuevamente entre los opositores hay un fuerte debate sobre participar o no en las elecciones de gobernadores convocadas para final de este año. No es por primera vez: las elecciones parlamentarias de 2005 los partidos de la oposción decidieron boicotear, dejando al chavismo el control total del Estado. Luego la oposicn camb de estrategia y consiguió, en 2015, la mayoría calificada en la Asamblea. Sin embargo, el gobierno y el Tribunal de Justicia, controlado por el chavismo, desconocieron la autoridad de la Asamblea Nacional. Para deshacerse del parlamento, Maduro convocó a un proceso constituyente, que por la oposición y la mayoría de países democráticos fue considerado como una ruptura constitucional. 

En esta nueva situación que ha cambiado el carácter del régimen chavista, la oposición venezolano tiene que decidir si tiene sentido participar en elecciones. La Mesa de Unidad democrática decidió inscribir candidatos, pero partes de la oposición llaman a boicotear estas elecciones. Documentamos aquí parte de este debate.

Segunda Vuelta

Trece razones para votar. De Fernando Mires

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Fernando Mires, 18 agosto 2017 / TALCUAL

En Venezuela, antes de cada elección, surge la misma controversia. Los argumentos son, si no iguales, parecidos. Al final se impone la razón y la mayoría de la oposición vota. Si la oposición gana, todos festejan el triunfo. Esta vez, en cambio, hay algunas variantes. Las anunciadas elecciones regionales que deberían haberse realizado un año atrás, están por venir. Tendrán lugar después de las grandes demostraciones de masas en defensa de la Constitución, iniciadas en abril del 2017. Los ánimos están enervados y no es para menos: el régimen ha asesinado a muchos seres humanos. Casi todos, jóvenes.

talcual.pngLa dictadura, ya abiertamente declarada, ha impuesto mediante el fraude más grosero conocido en toda la historia electoral latinoamericana, una asamblea constituyente, fascista y cubana a la vez. El ambiente es propicio para todo tipo de aventuras antipolíticas, y también hay razones que lo explican: la lógica de la fuerza representada en una mafia de poder en alianza con los altos mandos del ejército se ha impuesto por sobre la voluntad de la inmensa mayoría. Bajo estas condiciones ha crecido en el seno de la oposición un abstencionismo políticamente anómico pero a la vez militante; muy destructivo con respecto a la única organización política de oposición que existe en Venezuela: la MUD.

Frente a las amenazas que provienen del régimen y de los divisionistas, los sectores democráticos de la oposición intentan defender los pocos espacios que restan. Como una contribución solidaria a la lucha que ellos libran en condiciones tan adversas, he redactado trece puntos que, en mi opinión, son razones que deben tenerse en cuenta para participar en las elecciones regionales de 2017. Siempre y cuando tengan lugar. Pues bajo una dictadura ejercida por personajes sin principios, seres brutales al servicio de sus propias ansias de poder, todo puede ser posible.

  1. Las elecciones regionales están pautadas en la Constitución. Desconocerlas o renunciar a participar es seguir a la pauta de la dictadura -la que como toda dictadura es antielectoral-. Es faltar a la letra y al espíritu de la Constitución. Es romper con la línea histórica de la oposición. Línea que ha sido definida por sus principales líderes y suscrita por la gran mayoría de sus partidos como pacífica, democrática, constitucional y electoral. La Constitución es la guía, es el programa y es la ruta de la oposición. Sin la Constitución la oposición no existiría. Todo lo que es la oposición se lo debe a la Constitución. La decisión divisionista, derrotista y abstencionista de una parte de la oposición liderada por el grupo VENTE, es anticonstitucional y por lo mismo hace el juego a los planes de la dictadura.
  2. Entre oposición y Constitución hay una relación simbiótica. Todo voto a favor de la oposición es un voto a favor de la Constitución. Por esa misma razón, todo voto a favor de la Constitución es un voto en contra de la constituyente cubana. La principal contradicción política de las próximas regionales deberá ser  -siempre y cuando los partidos y candidatos entiendan la esencia del problema-: o Constitución o constituyente. Agitar esa contradicción es más importante que el número de gobernaciones que puedan ser ganadas. Las elecciones, en ese sentido, no son solo un fin sino, además, un medio de agitación política a favor de la Constitución. Convertir a las regionales en un movimiento democrático, popular y constitucionalista es la gran tarea política del momento.
  3. El 16/J la mayoría del pueblo venezolano votó (simbólicamente) en contra de la constituyente, no en contra de las elecciones. Y la razón es elemental: la constituyente fue inventada para evitar las elecciones, sobre todo las regionales, destinadas a privar a la dictadura de todos sus poderes locales. Luego, al votar en contra de la constituyente, los venezolanos votaron a favor de la reivindicación del sufragio universal. Los puntos 2 y 3 tampoco auspician el abstencionismo. Por eso, los que hablan del mandato del 16/J, tergiversan su sentido, tanto en su letra como en su intención. Aparte del rechazo terminante a la constituyente, no hay, en ninguno de los tres puntos del 16/J, un mandato explícito a favor de la abstención electoral.
  4. La Unidad al ir a las elecciones regionales no interrumpe, más bien confirma su continuidad política. La MUD siempre ha sido electoral. Nació y se configuró como una asociación electoral. Que, obligada por las circunstancias, hubiera debido asumir otras funciones, es otro tema. Lo importante es que la MUD ha continuado la línea trazada el año 2007 cuando defendió la Constitución en contra del propio Chávez. Sus más grandes éxitos han sido electorales. Electoral fue el triunfo que robaron a Capriles en las presidenciales del 2013. Electoral fue el grandioso triunfo del 6D. Electorales son las alcaldías y gobernaciones arrancadas a la dictadura. Electorales fueron las grandes manifestaciones por el RR16. La defensa de la AN, elegida electoralmente, fue el punto de partida de las grandes movilizaciones que llevaron a Maduro a imponer la constituyente cubana. Electorales por último fueron las jornadas que llevaron a votar el 16/J en contra de la constituyente. No hay ningún motivo para que la MUD se aparte de la vía electoral, la única que conoce. Romper la vía electoral es romper la oposición. Quienes lo hacen están por cierto en su derecho. Pero para ejercerlo deben presentar una línea política diferente. Y hasta ahora, definitivamente, no la tienen. Son como los perros hortelanos de la política: no hacen ni dejan hacer.
  5. Al plantearse en contra de las elecciones, sin ofrecer ninguna otra alternativa, los abstencionistas solo piensan en dos posibilidades: o en una invasión o en un golpe militar. En cualquiera de los dos casos la oposición no tiene ningún papel que jugar. De este modo los abstencionistas no solo exigen la abstención. Además, buscan eliminar a la oposición, sobre todo a la MUD,  como sujeto político, condenándola a servir de coro de acciones en las cuales ella no tiene ningún poder de decisión.
  6. Las elecciones se encuentran en perfecta continuidad con las protestas iniciadas en abril del 2017. No hay ningún objetivo surgido durante las protestas del 2017 que no pueda ser revivido durante las campañas electorales que –eventualmente- tendrán lugar. Protestas sin vía electoral al chocar permanentemente con la soldadesca están condenadas a la derrota. Las elecciones, en cambio, abren un nuevo cauce. Mientras las protestas tenían lugar solo en centros urbanos, allí donde hay universidades, las elecciones pueden llevar la protesta hasta los últimos rincones, ampliando el espacio de participación pública. Las elecciones regionales son en ese sentido más radicales que las elecciones presidenciales. Más allá de los resultados, de los fraudes, y de la posibilidad de que sean eliminadas por el régimen, las elecciones permiten abrir un nuevo espacio de confrontación política.

  7. Las elecciones no legitiman al régimen pues el régimen es anti-electoral. Las elecciones solo legitiman a las elecciones. Por eso cabe esperar que la dictadura hará todo lo posible por torpedear, boicotear y, si todo eso no resulta, postergar o incluso eliminar a las elecciones. Si se da ese caso, como es probable que ocurra, no la oposición sino la dictadura habrá perdido legitimidad; si es que le queda algo.
  8. Las elecciones tampoco legitiman al CNE. Todo lo contrario, permiten derrotar al CNE como ya ha ocurrido en otras ocasiones. Por eso quienes arguyen que no irán a las elecciones después del monstruoso fraude del 30/J sacan mal las cuentas. Pues ese CNE no es fraudulento desde el 30/J. Lo ha sido siempre. Incluso, el mayor fraude electoral de su historia no lo cometió el 30/J – en el hecho, una elección interna del PSUV- sino el 14 de abril de 2013 cuando Tibisay Lucena -al negarse a mostrar los cuadernos electorales- reconoció, objetivamente, haber robado las elecciones presidenciales. La oposición aprendió la lección: cuando la votación se convierte en un aluvión y cuando las mesas son vigiladas una por una, el fraude puede ser derrotado. Mesa vigilada es mesa ganada.
  9. La monstruosidad del fraude del 30/J cumplió dos objetivos: el primero:  inventar millones de votos para imponer a la constituyente cubana. El segundo: advertir a la oposición de este modo: “nosotros somos tramposos, no tiene sentido que ustedes vayan a las elecciones pues con nuestros fraudes los volveremos a derrotar”. Imposibilitada de ganar las elecciones, la dictadura ha decidido envilecerlas, desmoralizando a la ciudadanía y dividiendo a la oposición en electoralistas y anti-electoralistas. De este modo, si la oposición no acude a votar, la dictadura hará elecciones adjudicándose un triunfo electoral sobre la oposición “anti-electoral”. El problema más grave es que una parte de la oposición –ignoramos su magnitud- ya ha pisado la trampa. Esa parte ha olvidado el principio más elemental de la política: “nunca hagas lo que tu enemigo quiere que tú hagas”.
  10. No el 30/J sino el 6/D debe ser el parámetro electoral de la oposición. El 30/J solo demostró los límites que es capaz de traspasar la dictadura cuando la oposición está ausente. El 6/D demostró en cambio lo que puede llegar a alcanzar la oposición cuando participa activamente en las elecciones. Si en las regionales no lo hace, tendrá lugar un segundo 30/J. Que nadie tenga dudas. Los responsables serán los abstencionistas. Nadie más.
  11. La participación electoral bajo dictaduras está avalada por la experiencia de una gran cantidad de movimientos democráticos que han usado todos los espacios para acelerar la caída de los tiranos. No se trata por cierto de reeditar la discusión bizantina acerca de “la dictadura no sale con votos” o a la inversa: “solo con votos sale la dictadura”. Se trata solo de tener presente dos hechos objetivos: El primero dice que siempre los movimientos democráticos han puesto a las elecciones en el primer reglón de la lista de exigencias. El segundo dice que hasta ahora no se conoce ningún caso en la historia en el cual una dictadura haya sido derrotada mediante la abstención electoral.
  12. La mantención de una línea constitucional  y por lo mismo electoral ha sido la principal razón que explica por qué la oposición ha concitado en su torno un gran apoyo internacional. Si los asesinatos de tantas personas lograron sensibilizar a la opinión pública mundial no fue por la innegable tragedia del hecho –en Siria son asesinados grandes cantidades de seres humanos día a día y la indignación internacional es muy débil- sino porque quienes cayeron en Venezuela lo hicieron luchando por uno de los sacramentos de la política moderna: el sufragio universal, inscrito en la Constitución de 1999 y negada por la constituyente de la dictadura. Si la oposición decidiera no participar en futuras elecciones, aún  argumentando trampas y fraudes, el impacto sobre esa opinión mundial sería más negativo que positivo y, sin duda, la dictadura sabría como manipular a su favor esa situación.

13. Hay por último una razón en la cual están contenidas todas las demás. Una razón que condiciona a toda otra razón, o –para decirlo con el vocabulario de Freud- una razón sobredeterminante. Esa es la razón ciudadana. Significa, según esa razón, que cuando uno vota no lo hace solo para cumplir un objetivo, o por motivos tácticos o estratégicos, o porque voy a perder o ganar. Uno vota simplemente porque es un deber hacerlo. Que otros van a robar mi voto no me exime del cumplimiento de mi deber. Nadie puede dejarse determinar por la maldad de los otros. El hecho de que Maduro y su mafia sean unos hijos de puta, es problema de ellos, y alguna vez lo pagarán. Pero cuando uno vota, también vota para y por sí mismo. El voto es la dignidad del ciudadano.

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Convencemos pero no vencemos. DE Gisela Kozak Rovero

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Gisela Kozak Rovero, 24 agosto 2017 /  PRODAVINCI

I

Oír a Ramón Muchacho, alcalde depuesto del Municipio Chacao en el exilio, declarar a la cadena televisiva CNN que hoy es imposible una salida democrática en Venezuela no hace más que subrayar lo que firmes partidarios de la unidad opositora, como quien esto escribe, hemos observado con alarma desde que ganamos las elecciones parlamentarias prodavincidel 2015. Aunque alcanzamos la mayoría de las diputaciones no pudimos defender tal mayoría ni convertirla en poder efectivo en la ruta para sacar por los votos al gobierno que hoy en día compite con los más tiránicos del planeta. La MUD, siendo poco más que una plataforma electoral, convenció al mundo de la naturaleza no democrática del régimen porque se mantuvo en la ruta electoral, movilizó a millones de personas en la búsqueda de la salida menos traumática posible y logró arrebatarle votos al chavismo. Se trata de una obra titánica, pero lamentablemente no ha logrado ese milagro político que es convertir las condiciones actuales, tan desfavorables a la tiranía desde una perspectiva racional, en la oportunidad propicia para hacerse con el poder: la MUD convence pero no vence. Quienes están fuera de la MUD, como ahora VENTE, el partido de María Corina Machado, tampoco. No tienen la fuerza para hacerlo.

II

¿Por qué no logramos vencer?, nos preguntamos los opositores de a pie. ¿Será que el diagnóstico de la enfermedad no encuentra el remedio adecuado? María Corina Machado, muy denostada en estos momentos, hace el diagnóstico correcto aunque hasta hora no ofrece el remedio capaz de articular las voluntades opositoras: en Venezuela se ha conformado un régimen totalitario, una secta alimentada de narcotráfico, petróleo y corrupción que jura estar dispuesta a salvar a la patria de las garras del imperialismo, al pueblo de los desmanes de la burguesía y a la oposición de sí misma a través de su reducción a mera comparsa del régimen. Este lenguaje dramático y ampuloso es propio de estas sectas persuadidas de su papel redentor en el mundo: son fanáticos sedientos de poder que no paran de trabajar y maquinar en ningún momento. Se parecen a los matones del ejército islámico, capaces de los peores crímenes pero rebosantes de intenciones megalómanas que involucran el destino mismo de la humanidad. La perdurabilidad de semejante proyecto podría ser puesta seriamente en duda por las circunstancias internacionales, la crisis económica y las divisiones dentro del oficialismo, pero ciertamente hay tiranías que han continuado largo tiempo en situaciones muy adversas, sobre todo si Rusia y China están detrás.

III

Analistas reconocidos como Américo Martín, Ángel Oropeza, Elías Pino, Fernando Mires y Colette Capriles insisten en que quienes tenemos dudas sobre continuar en la lucha electoral no entendemos que es el único camino posible dada la naturaleza misma de la MUD, una coalición democrática y desarmada cuyas mayores virtudes residen en definirse de este modo, sobre todo de cara al mundo. Las noticias de los periódicos internacionales sobre Venezuela subrayan, en cambio, que el régimen se consolida en su vocación tiránica. Poco se gana con señalar severamente como divisionistas y servidores inconscientes del chavismo a quienes pensamos que poner esperanzas en elecciones, después de lo ocurrido con la Asamblea Nacional, es equivalente a abrir una tienda todos los días en la que nadie compra: no perdamos la disciplina para que la vida tenga sentido. Puede que la oposición se empeñe en asistir a las elecciones regionales a falta de algo mejor que hacer —la resistencia clandestina requiere un esfuerzo, dinero y tiempo que no puede medirse con facilidad—, pero me imagino que nuestros aliados internacionales no deben entender muy bien lo que ocurre. Es evidente que la correlación de poder actual en el país no sufrirá modificaciones por unas elecciones que el gobierno no perderá porque hará lo mismo que hizo con el referéndum revocatorio y la Asamblea Nacional: evitar la victoria o desconocerla. El razonamiento de que así se moviliza a la gente y se anima al desanimado contempla a las personas como extras de televisión o de cine: se les convoca para cumplir con una ficción de ejercicio democrático que no servirá para darle un vuelco a la situación. Repito, hasta el 2015 fui firme partidaria de luchar por ganar las elecciones, pero al ganarlas y no poder defenderlas era evidente que tal forma de lucha ya no tiene sentido.

IV

Es necesario poner en cuestión los tantos lugares comunes que gente por demás respetable e inteligente han puesto a circular en el mundo político nacional. Es mentira que todas los gobiernos autoritarios salen con votos: unos cuantos han salido a tiros como fue el caso de Pol Pot en Camboya, Hitler en Alemania, Somoza en Nicaragua y Batista en Cuba; Pinochet salió porque el alto mando militar chileno no lo respaldó en su intento de desconocer la voluntad popular, en cambio Maduro no ha caído porque para las Fuerzas Armadas el clamor ciudadano no tiene ninguna importancia; Ceaucescu en Rumania fue ajusticiado; Noriega en Panamá salió de la presidencia por una invasión norteamericana, solución que no tiene respaldo en la región ni en la MUD tanto por pruritos sobre la soberanía nacional como por el temor, justificado, de una Siria en Suramérica. En cuanto a los ejemplos de Sudáfrica, Polonia y la Unión Soviética, en Venezuela no existen líderes oficialistas en el pináculo del poder que propicien la transición como fueron Jaruzelski, De Klerk y Gorbachov, respectivamente. Aunque la división en el seno del oficialismo es evidente, no alcanza todavía a posiciones clave que puedan inclinar la balanza a favor de la transición democrática. Por último, la MUD no ha podido paralizar la administración pública, los servicios y las empresas básicas como sí logró hacerlo el sindicato Solidaridad en Polonia; de hecho la rebelión popular del primer semestre de este año se agotó en medio de la represión y el sinsentido de seguir participando en protestas que aunque hundieron al gobierno internacionalmente no evitaron la paralización de la Asamblea Nacional Tiránica.

V

La MUD corre el peligro de volverse inocua, pero puede eludirlo si sabe aprovechar dos de sus fortalezas: el apoyo popular y el justo temor de las democracias de la región de darle alas a los totalitarios de sus propios países. Es la hora de los líderes con visión histórica, no de las recetas de autoayuda de los bienintencionados, de los analistas que juraron por su madre que habría referéndum revocatorio y de los políticos que tratan de justificarse en victorias que no significan poder real. Si bien la unidad opositora es indispensable, la misma no puede reducirse a la MUD y a la estrategia electoral; si hubiese militares, civiles y políticos de la MUD con una misma hoja de ruta alternativa a unas elecciones que no significan el poder tal vez valdría la pena planteárselo. En lugar de regalar esperanza toca insuflar valentía, la cual no está por cierto asociada a ese derroche de testosterona que es Oscar Pérez, el ex-CICPC amante del cine, ni tampoco a esos militares con lenguaje evangélico que se creen la mano de dios y no hacen alianzas con políticos. Las escaramuzas de los militares imbuidos de un patriotismo bobo es una de las tantas miasmas del pantano ideológico del chavismo.

La valentía es contradecir y lanzarse al abismo cuando es necesario; es tener también cabeza fría y cálculo político e intelectual, el arma que nos queda cuando no sabemos qué camino tomar para salir de nuestra tragedia lo más pronto posible. Solo una muy fuerte presión externa hará ceder al gobierno por medio de sanciones que le impidan los apoyos económicos y militares que necesita; solos no podemos lograr que la oligarquía roja negocie su salida del poder y una transición democrática. Tristemente, el destino de Venezuela no depende solo de su gente, pero no por cuenta del imperialismo yankee, como piensan la izquierda ciega o la izquierda autoritaria que todavía cree en el madurismo, sino por culpa de una tiranía que pretende convertirnos en espectros de ciudadanos.

Dualidad de poderes. De Fernando Mires

 

Si esa dualidad será resuelta a favor de las armas o de la razón, o si aparece un inesperado fraccionamiento al interior de las FAN, o un simple rayo de luz que lleve a un entendimiento mínimo entre el poder político de la oposición y el militar de la dictadura, no lo sabemos.

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FernandoMires-1451Fernando Mires, 30 julio 2017 / TALCUAL

El 30 de julio la dictadura militar de Nicolás Maduro consagrará institucionalmente la dualidad de poderes que venía gestándose mediante la creación de una constituyente cubana cuyo único objetivo es la supresión del sufragio universal para asegurar el poder de una oligarquía militar-civil en contra de la voluntad de la inmensa mayoría de la nación.

El término dualidad de poderes merece una explicación adicional. Su origen teórico proviene de las plumas de Lenin y Trotzky durante “la revolución de febrero” – la única, la verdadera revolución, la antizarista- que dio origen al gobierno provisional, democrático, social y parlamentario talcual.pngde Alexander Kerensky. En términos más exactos, aquello que tuvo lugar en el breve periodo que va desde febrero a noviembre de 1917 fue una trilogía de poderes: el del aparato militar y burocrático zarista enquistado en el Estado, el del gobierno provisional (liberal, democrático y parlamentario) y el supuesto poder de los soviets (concejos).

La reducción de la trilogía de poderes a una dualidad clasista fue un truco semántico de Trotzky y Lenin a fin de hacer aparecer al gobierno de Kerensky como una simple prolongación del zarismo. Entre Trotzky y Lenin había, sin embargo, una diferencia.

Mientras para Trotzky los soviets deberían asegurar la hegemonía del “proletariado” sobre el resto de las clases populares, para Lenin, consciente de que “la clase obrera” era extremadamente minoritaria y “tradeunionista” (sindicalismo despolitizado) los soviets debían estar formados por obreros, campesinos y soldados bajo conducción de los bolcheviques. Estos últimos, los soldados, eran para Lenin el eslabón decisivo. No porque los soldados se hubiesen vuelto de pronto revolucionarios, sino simplemente porque eran portadores de armas.

A esas masas de desertores y lisiados de una guerra perdida que -sí se leen testimonios como los de John Reed y Victor Serge- vagaban por las calles de Moscú y San Petersburgo, lo único que les interesaba era ser reclutados por alguien a fin de no morirse de hambre. Los bolcheviques lo hicieron.

El golpe de estado bolchevique que tendría lugar con la “toma del Palacio de Invierno” fue llevado a cabo por multitudes de desarrapados, vagabundos y borrachos entre los que se contaban esos miserables, mal armados (pero al fin armados) soldados reclutados por los seguidores de Lenin. De acuerdo a la literatura oficial de la URSS, en octubre fue resuelta la dualidad de poderes entre “la burguesía” representada por Kerensky y “el proletariado” en los soviets dirigidos por los bolcheviques.

Desde 1917 hasta el 2017 hay un siglo. Y nuevamente, como consecuencia de una revolución democrática –tan democrática como fue la de febrero en contra del zar Nicolás ll – ha aparecido, esta vez en Venezuela, otra dualidad de poderes. Naturalmente, el Nicolás ruso no tiene nada que ver con el Nicolás venezolano. Aparte, claro está, de que ambos llegaron a ser sangrientos dictadores, repudiados por su pueblo y por todo el mundo democrático.

La dualidad de poderes surgida en Venezuela tampoco tiene que ver demasiado con la de la Rusia de Lenin. Por de pronto, adquiere distintas formas. En un primer piso, toma una forma institucional: a un lado el gobierno, representante de una extrema minoría, al otro la Asamblea Nacional, representante de una inmensa mayoría. En un segundo piso, adquiere una forma constitucional; a un lado la constituyente cubana, al otro lado la Constitución de 1999. El tercer piso, toma una forma política: la del conflicto entre dictadura y democracia. En el cuarto piso aparece una forma social: una contradicción entre el conjunto de la sociedad civilmente organizada (sindicatos, empresarios, universidades, iglesias, representantes de la cultura e incluso del deporte) en abierto conflicto con una oligarquía estatal cuya base de apoyo solo proviene de las instituciones militares a través de una alianza entre los altos mandos y el lumpen: con y sin uniforme.

La quinta forma de la dualidad de poderes, la del quinto piso, surgida en Venezuela, digámoslo así, su quinta esencia, es la que tiene lugar entre los cuerpos militares y la ciudadanía política. Ahora, justo en este punto, aparece un hecho de importancia decisiva

La dictadura al imponer la constituyente cubana ha convertido en irreconciliable a la dualidad de poder y con ello ha renunciado al poder político para entregarlo sin condiciones al poder militar. La imposición de la constituyente cubana entonces es equivalente a la firma de un acta de ingobernabilidad. Eso tendrá gravísimas consecuencias para Maduro. Retirarse del ejercicio del poder político a favor del militar, significará, lisa y llanamente, cambiar el principio de gobernabilidad por el principio de dominación. De este modo la dictadura modificará su carácter. Ya no será política-militar sino solamente militar. En otras palabras, será lo que potencialmente ya era, la dictadura del ejército con un títere civil en el gobierno (que podría ser Maduro u otro)

La lección que de ahí surgirá para la oposición es que, aún con una eventual caída (o renuncia) de Maduro, no será resuelto el problema fundamental pues los principales enemigos, y por eso mismo, los principales interlocutores, serán, definitivamente, los militares.

Militares que no son los andrajosos armados de los tiempos de Lenin. Son, por el contrario, una clase social de estado dispuesta a todo si se trata de defender sus privilegios. Pero aun así, en un momento indeterminado deberán tomar conciencia de que todas las armas del mundo no bastan para gobernar si frente a ellas se encuentra la absoluta mayoría de la nación.

La imposición forzada de la constituyente cubana no será, en consecuencia, una derrota para la oposición. Todo lo contrario: creará nuevas condiciones para ocupar los espacios políticos cedidos por Maduro, ampliar alianzas en diferentes direcciones y mantener la lucha de calles, siempre y cuando no sea abandonada, ni por un solo segundo, la letra de la Constitución. Esa Constitución ha llegado a ser el nexo que une a la oposición con el chavismo descontento, el programa de acción de todas las fuerzas democráticas, la trinchera que nunca deberá ser cedida a nadie.

La que tiene lugar en Venezuela es, para decirlo con la misma jerga chavista, una lucha irregular y prolongada. Los imponderables –a los cuales para que aparezcan hay que ayudarlos- decidirán finalmente el curso de esa tragedia. Ahí reside precisamente el fondo de la dualidad de poder que experimenta Venezuela, la más básica: la de la guerra contra la política. Si esa dualidad será resuelta a favor de las armas o de la razón, o si aparece un inesperado fraccionamiento al interior de las FAN, o un simple rayo de luz que lleve a un entendimiento mínimo entre el poder político de la oposición y el militar de la dictadura, no lo sabemos. El futuro no está escrito en ninguna parte.