Irene Lozano

Contra la ficción demente. De Irene Lozano

No se puede luchar contra las utopías delirantes con un realismo temeroso que siempre suele ser poco eficaz.

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Irene Lozano, escritora española

Irene Lozano, 3 dciembre 2017 / EL PAIS

Es como si la ilusión resplandeciera con toda la fuerza de la verdad”, escribió Baudrillard. Lo podrían firmar, un segundo antes de estrellarse con los hechos, los artífices del Brexit, los impulsores de la independencia de Cataluña o los negacionistas del cambio climático. Pese a su aparente disparidad, los tres fenómenos reflejan el signo de nuestros tiempos: un complejo estado de cosas en el que los razonables pierden los debates a manos de los ilusos, que a su vez son finalmente derrotados por la realidad.

Dos opciones narrativas subyacen en los grandes problemas a los que nos enfrentamos: los realistas tienen miedo; los utópicos deliran. Entre el realismo temeroso y la ficción demente, los ciudadanos tienden a inclinarse por esta última, al final de cuyo camino solo queda frustración y hastío de la política: el desierto de lo irreal, contradiciendo a Baudrillard. ¿No hay más opciones?

el paisEn la batalla del relato catalán —se ha repetido mucho—, España no ha comparecido. Cuando lo ha hecho, tímidamente, casi siempre ha enarbolado el discurso del miedo: la UE no aceptará una Cataluña independiente, se fugarán las empresas, se dividirá la sociedad… Frente a eso, la independencia ofrecía una utopía de libertad, riqueza y salud, en la que hasta Junqueras se despertaría convertido en un galán de cine. Nos preguntamos ahora cómo siendo tan demente esa ficción no ha sido posible desmontarla con argumentos. Esperar a que la realidad actúe significa resignarnos a sufrir graves daños.

Un estudio demostró que para modificar actitudes sociales la palanca menos efectiva es el miedo

El esquema se repite en otras quiebras recientes de la política occidental. También los partidarios del Brexit dibujaban un Reino Unido cuyos ciudadanos recuperarían el control, frenarían la inmigración y administrarían mejor su presupuesto, en lugar de dárselo a esa derrochadora Unión Europea. Los detractores solo acertaron a avisar de los males del aislacionismo, tarde y mal. Ahora los británicos han cambiado de opinión: demasiado tarde. ¿Es eso lo que deseamos los razonantes, delegar en la realidad para que sea ella quien venza a los dementes cuando ya no se puede hacer nada? No. Queremos ganar las batallas narrativas para cambiar el curso de los acontecimientos antes de que sobrevengan los desastres.

Pensemos en el calentamiento del planeta. En lo macro, se intenta concienciarnos del problema mostrándonos devastadoras sequías, huracanes, migraciones, ciudades inundadas. En lo micro, el Ayuntamiento de Madrid nos insta a combatir la contaminación y el cambio climático para que “respirar hondo no sea un deporte de riesgo”. La retórica aterradora —según datos oficiales— solo inspira a dejar el coche en casa a en torno al 3%.

El giro demente de la política no se contrarresta con miedo. En 2006, investigadores del Economic and Social Research Council británico revisaron más de cien estudios respecto a cómo modificar las actitudes sociales. Descubrieron que la palanca menos efectiva es el miedo. Sin embargo, estamos abordando los grandes desafíos globales solo desde la perspectiva, obviando que la política siempre trató sobre la realización de los sueños.

Solo hay un camino entre la ilusión demente y el realismo temeroso: la esperanza de lo real, entendiendo por ello no lo que ya existe, sino lo que es posible hacer que exista. Al fin y al cabo, “realizar” viene de “real”. La política necesita más que nunca grandes dosis de creatividad, pues como señaló Einstein, “en momentos de crisis, la imaginación es más importante que el conocimiento”. No para inventar mundos imposibles —eso ya lo hacen los dementes—, sino para representarnos la felicidad de los madrileños de respirar sin aprensión o los miles de empleos que crearía la economía verde.

Lo mismo cabe decir respecto a la democracia. Sería muy realista hablar de una España con instituciones limpias e independientes: solo hace falta voluntad política para lograrlo; o de una España territorialmente más ordenada, en la que las administraciones colaboraran entre ellas, en lugar de estar perpetuamente pugnando. No sería utópico sino realista contar a la ciudadanía que una España unida sería más fuerte en Europa, que nuestra voz se oiría e influiría y desde ese altavoz nos empoderaríamos para participar en las grandes decisiones sobre el futuro de nuestro continente y, por ende, del mundo. Son discursos realistas, pero sobre todo, constituyen la única opción: si los razonables solo instigan miedo, los dementes seguirán ganando las batallas narrativas.

Dos héroes de la retirada. De Irene Lozano

Suárez y Carrillo traicionaron su biografía para hacer posible la Transición.

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Concentración independentista en Barcelona. FOTO: Andreu Dalmau EFE


Irene Lozano

IRENE LOZANO, escritora y ex política liberal española

nIrene Lozano, 6 octubre 2017 / EL PAIS

Un diplomático inglés me contó hace meses un chiste, hablando, por cierto, de Israel y Palestina. Un irlandés que se encuentra perdido en medio de la campiña inglesa se encuentra con un hombre y le pregunta: “¿Cómo llego a Dublín?”. A lo que el inglés contesta: “Yo no empezaría desde aquí”.

En Cataluña también nos gustaría no empezar desde aquí, pero la realidad no tiene remedio. No es el momento de enumerar los fracasos de los últimos 35 años, sino de evitar los de las próximas décadas. Y “aquí”, a estas horas, se ubica en medio de una espiral fuera de control, por tanto, lo primero que hay que hacer es salir de ella, en vez de seguir esperando acciones y reacciones mutuas.

el paisLa política se está haciendo en la calle y, por tanto, a la crisis política se suma una de orden público. Urge devolver la política a las instituciones, algo que sólo pueden hacer quienes han azuzado a la gente a manifestarse, hacer huelgas, escraches, acosos públicos, etcétera. Se dirá que es muy difícil, sí, pero no imposible. Necesitamos un “héroe de la retirada”, como lo llamó Enzensberger: alguien con credibilidad entre los independentistas, pedigrí catalanista, tal vez cercano al núcleo de poder actual de la Generalitat, a ser posible de izquierdas, y dispuesto a traicionar su biografía y ser insultado mucho tiempo. Admito que la perspectiva no es muy apetecible, pero no perdamos de vista a los dos grandes traidores que hicieron posible la Transición: Suárez, que fue secretario general del Movimiento y desmanteló el régimen para crear el andamiaje de una democracia; y Carrillo, que con su biografía de comunista exiliado aceptó la monarquía y puso la bandera española sobre la mesa del comité central.

La tensión en la calle va en aumento: esto significa que las desavenencias que hasta hace unos meses eran políticas e institucionales, están adquiriendo ribetes de conflicto social. Esto dificulta enormemente el diálogo pues estimula a los dogmáticos y disuelve los matices, más aún. Con todo, lo peor se ve en forma de lamentos dramáticos, como el de Isabel Coixet, u otros más silenciosos, los de esos amigos catalanes que en estos días nos cuentan sus planes para abandonar Cataluña. Hay que evitar a toda costa ahondar en estas heridas, porque los políticos son profesionales, están entrenados para no tomarse las discrepancias, el odio o los insultos como algo personal, lo digo por experiencia propia. Sin embargo, la gente de a pie, no. Un problema político se resuelve y permite pasar a otra cosa: un conflicto social agudo pervive durante años, décadas o generaciones.

La política se está haciendo en la calle y, por tanto, a la crisis política se suma una de orden público

El mundo nos está mirando, no sólo porque todo conflicto tiene su público en la civilización del espectáculo, sino porque los cambios de fronteras en Europa han sido traumáticos. En un momento en que el auge del nacionalismo y el populismo se alimenta desde fuera para debilitar a la Unión Europea, goza de una lógica impecable buscar un estallido político en uno de los países más grandes de la Unión Europea. Es mucho lo que se juega en Cataluña, no solo para España, sino para los valores occidentales y las democracias liberales. En plena ola de nacionalismo y populismo mundial, nadie simpatiza fácilmente con eso que los ingleses llaman mob rule, Gobierno de la muchedumbre. Si algo se ha hecho bien estos días es aprovechar el debate en el Parlamento Europeo para visibilizar el apoyo de nuestros socios a la democracia española y el Estado de derecho.

Por último, necesitamos otro héroe de la retirada en el Gobierno de España y sus aledaños: un indudable defensor de la unidad de España, el Estado de derecho y la Constitución, a ser posible de derechas, que esté también dispuesto a ser insultado y sentarse a dialogar con la Generalitat —de traidor a traidor— en cuanto se saque la política de las calles y se encauce legalmente. Entonces será el momento de las propuestas políticas y las reformas, que en este crítico momento no se pueden siquiera esbozar.

Ningún conflicto en el mundo de hoy se resuelve con el poder duro, si no se ejerce el poder blando: discurso, cultura, relato, en fin, lo que llega a los corazones de la gente. Hace falta mucha finezza, mucha inteligencia, porque en la política del siglo XXI lo importante no es tener razón, sino que te la den.

Irene Lozano es escritora y directora de The Thinking Campus.