España

Un Gobierno inviable. Editorial de El País

La moción desalojará a Rajoy, pero no generará más estabilidad política.

Pedro Sánchez del PSOE y Pablo Iglesias de PODEMOS durante el debate sobre la moción de remover a Rajoy del gobierno.

1 junio 2018 / Editorial de EL PAIS

La resistencia de Mariano Rajoy a dimitir —aún queda formalmente tiempo para que lo haga y apelamos enfáticamente a su responsabilidad para que responda en ese sentido— ha dejado al Congreso de los Diputados atrapado entre dos tiempos y requerimientos difíciles de conciliar entre sí.

Por un lado, un indiscutible imperativo ético obliga a desalojar al presidente de La Moncloa —que se despide insultando al Parlamento y a los votantes con su ausencia en la sesión vespertina y abrir un nuevo tiempo que dignifique la política y las instituciones democráticas lejos de la corrupción generalizada del PP. Por otro, si la Cámara censura con éxito al Gobierno, el tiempo de la urgencia ética deberá dar paso al tiempo normal de la política bajo otro Gobierno, que debería contar con un programa y apoyos parlamentarios que proporcionen estabilidad política y económica en un momento especialmente delicado. Desafortunadamente, no va a ser así.

El rechazo de uno a dimitir y del otro a ir a las urnas e
s un elemento adicional a la crisis

Como se constató este jueves en el hemiciclo, ni el presidente del Gobierno puede continuar ni el líder de la oposición tiene la capacidad política de liderar un Ejecutivo estable y coherente. La gobernabilidad de España está a punto de pasar de las manos de un líder, Mariano Rajoy, culpable de esta crisis institucional por su incapacidad para afrontar su responsabilidad política, a otro, Pedro Sánchez, que rechaza acudir a la ciudadanía para obtener un mandato claro para seguir adelante. Con su rechazo a convocar a las urnas para solventar esta grave crisis, los líderes de los dos partidos que han gobernado la democracia muestran que no tienen confianza en sí mismos ni en sus votantes para que renueven el apoyo que en otros tiempos les dieron. El rechazo de uno a dimitir tras haber perdido la mayoría y del otro a ir a las urnas para tener una mayoría estable se convierte así en un elemento adicional de la crisis del sistema democrático en el que la política se ha instalado desde 2015. Con su proceder, tanto uno como otro pretenden evitar el castigo de sus votantes en las urnas, aunque cabe preguntarse si a la larga no lo agravarán. Esto es lo más probable.

Asistimos, en realidad, al duelo entre dos políticos sin futuro; al último impulso, quizá, de dos dirigentes de dos partidos que se agarran desesperadamente entre sí ante el viento que los arrastra. Uno y otro parecían calcular si es mejor o peor apurar unos cuantos meses en La Moncloa para pilotar así en mejores condiciones las próximas elecciones. Entendemos que, no importa cuál de los dos pilote, ambos conducen la nave hacia un destino fatal. En ningún momento en el duelo Sánchez-Rajoy parecía adivinarse la menor preocupación por los intereses ciudadanos.

Intentar gobernar con unos apoyos
contraproducentes es una imprudencia

Mucho nos tememos que la crisis del sistema, ya grave, se agudizará si Sánchez logra su empeño de instalarse y permanecer en el Gobierno con el magro apoyo que proporciona un núcleo estable de 84 diputados que solo de forma excepcional ha logrado sumar una mayoría absoluta para lograr su investidura. Gobernar un país que afronta retos políticos, económicos, sociales y territoriales de indudable calibre con un apoyo tan exiguo sin duda generará inestabilidad, y con ello contribuirá a deteriorar la confianza en las instituciones.

Prueba de la artificialidad e inviabilidad del Gobierno que se propone es el programa que presentó Sánchez en el Congreso, que incluye la pretensión de gobernar con los Presupuestos Generales recién aprobados por el PP, al que aspira a desalojar, y que fueron motivo de una enmienda a la totalidad de su partido por su carácter supuestamente antisocial y regresivo. O el empeño en sacar adelante una importantísima agenda legislativa en materia económica y social desde un Gobierno monocolor que, con 84 diputados, representaría el 24% de los escaños de la Cámara.

Más preocupa si cabe el deseo expresado por el candidato de “tender puentes” y “dialogar” con las fuerzas independentistas catalanas cuando se sabe que ese diálogo —como dejó muy claro Tardà y ratificó después Iglesias— solo puede versar sobre el cómo y el cuándo se celebrará una consulta sobre la independencia de Cataluña. Hay que recordar que el bloque constitucional formado por el PP, el PSOE y Ciudadanos que ha gestionado la respuesta a la crisis catalana y la aplicación del artículo 155 ha contado con 254 escaños, esto es el 72% de la Cámara. Sin embargo, con sus 84 escaños, el PSOE será minoritario en la coalición de 180 diputados con la que pretende gobernar, pues todos los partidos que le apoyan (Unidos Podemos, Bildu, ERC, PDeCAT y PNV) son partidarios, de una forma o de otra, del derecho a decidir, eufemismo de un derecho a la autodeterminación que no cabe en la Constitución. ¿Puede aspirar Sánchez a gestionar la crisis catalana siendo minoría dentro de su propia coalición parlamentaria y siendo minoría dentro del bloque constitucional? Difícilmente.

Desalojar a Rajoy, insistimos, es un imperativo. Intentar gobernar sin apoyos o, peor, con unos apoyos contraproducentes, una imprudencia. Tal y como hemos sostenido, en aras de evitar la inestabilidad y la deslegitimación del sistema democrático, apelamos a una pronta convocatoria a las urnas en fecha pactada por todos los grupos parlamentarios que quieran garantizar la estabilidad y la gobernabilidad y que piensen que la solución más eficaz y más democrática es dar la voz a los ciudadanos.

Ataque a la libertad de información. Editorial de El País

La sentencia que obliga a EL PAÍS a rectificar una información sobre TV3 pone en riesgo el derecho a la crítica.

el paisEditorial, 13 enero 2018 / EL PAIS

La sentencia dictada por un juzgado de Barcelona en la que se obliga al diario EL PAÍS a publicar la versión de TV3 sobre una crónica crítica con la programación de la televisión pública catalana es una mala noticia para el periodismo. Si cualquier persona, empresa o institución a la que no le guste una información difundida por un medio de comunicación, por mucho que esta pueda ser cierta, encuentra amparo en los tribunales invocando el derecho de rectificación, la libertad de expresión se ve seriamente amenazada.

Estamos ante una sentencia desproporcionada —que EL PAÍS recurrirá inmediatamente—en la que se admite que no se duda de la veracidad de lo que se publica y que, pese a ello, exige reproducir una versión de TV3, independientemente de que esta sí pueda ser falsa. El asunto es más grave aún dado que el demandante es un medio de comunicación, que tiene ya por tanto la capacidad de dar su propia versión, y además un medio de comunicación público que no acepta un análisis crítico de sus contenidos. Llevado esto al extremo, sería el final del género de la crítica de cualquier espectáculo cultural, deportivo o social. El fallo supone un inaceptable atentado contra el derecho a la información.

EL PAÍS responde a la manipulación informativa de TV3
 – Una semana viendo solo TV3

TV3, una compañía pagada con el dinero de todos los catalanes, demandó a EL PAÍS en diciembre por una crónica publicada el 12 de noviembre bajo el título Una semana en la burbuja de TV3 en la que se repasaba minuciosamente los contenidos emitidos por la televisión pública durante esos días. La cadena considera que las informaciones difundían hechos “inexactos y falsos”, enumerando siete apartados que abarcaban desde la convocatoria de la huelga general en Cataluña hasta la fuga de empresas. EL PAÍS, que hoy en sus páginas rebate uno por uno los argumentos de TV3, expuso que los artículos expresaban un análisis crítico partiendo de la visión de una persona que había estado siguiendo TV3 durante una semana y de las resoluciones de la Junta Electoral, que había sostenido que la cadena pública no respetaba la neutralidad informativa.

La sentencia admite que “no entra a analizar la veracidad de las manifestaciones” y no supone que la información publicada sea incierta o no veraz, sino que implica “el derecho del aludido a ofrecer otra versión distinta de la cual disiente”.

Considera TV3 que algunos aspectos de la información pueden perjudicar su prestigio. La sentencia no examina esos hechos, pero los confunde con el punto de vista legítimo del periodista que ha analizado los contenidos emitidos por un medio de titularidad pública durante una semana, como el crítico que expone su opinión sobre cualquier programación de televisión. Parece indudable que cualquier medio de comunicación, máximo si es público, debe estar sometido a la crítica.

Subrayemos, por último, la saña con la que TV3 y algunos medios afines al independentismo han aprovechado para atacar a EL PAÍS con motivo de esta sentencia. A nadie se le escapa que durante todo el largo periodo del procés, este diario ha denunciado con energía la ilegalidad de ese movimiento y el enorme daño que se ha causado a la sociedad catalana. Estamos orgullosos de que, en la medida modesta en la que un medio de comunicación pueda hacerlo, nuestras informaciones hayan contribuido a que la verdad prevalezca, y entendemos que eso haya generado un deseo de venganza en los impulsores del independentismo. En esta ocasión, para su fortuna, han encontrado en Barcelona un juzgado extraordinariamente diligente que en un mes ha tramitado, visto y sentenciado la demanda presentada por TV3.

Este periódico se reafirma punto por punto en la información objeto de la demanda, pero, por supuesto, cumplirá en su debido momento la sentencia.

Una controversia entre periodistas: ¿Es España ‘Francoland’?

La controversia sobre Cataluña también arrastra a los periodistas y columnistas. Documentamos un pleito provocado por una nota de Jon Lee Anderson en The New Yorker, con diferentes escritores españoles entrando en el ring. Detrás del debate la pregunta: ¿Muestra la respuesta de Madrid al intento de scessión de Cataluña que el franquismo está vivo en España?

Segunda Vuelta

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The Increasingly Tense Standoff Over Catalonia’s Independence Referendum. De Jon Lee Anderson

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Two women, draped in Catalan pro-independence flags, leave a demonstration in Vic, Spain, a day after violence marred Catalonia’s referendum vote on independence from Spain. Photograph by David Ramos / Getty

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JON LEE ANDERSON

Jon Lee Anderson, 4 octubre 2017 / THE NEW YORKER

Voting rights have been under siege in the U.S. in recent years, with charges of attempted electoral interference, legislation that seeks to make access to the polls more difficult, and gerrymandering, in a case that reached the Supreme Court this week. But no citizens here or in any democracy expect that they may be attacked by the police if they try to vote. Yet that is what happened on Sunday in the Spanish region of Catalonia, where thousands of members of the Guardia Civil paramilitary force, and riot police, were deployed by the central government in Madrid to prevent the Catalans from Screen Shot 2017-10-21 at 5.10.42 PMholding an “illegal” referendum on independence from Spain. Masked and helmeted police used pepper spray and knocked people to the ground, kicking and beating some, and dragging others by their hair. Social-media sites quickly filled with images of bloodied and battered voters. Whatever the avowed legality of the action, it was not only a shocking display of official violence employed against mostly peaceful and unarmed civilians but an extraordinary expression of cognitive dissonance: Since when did European governments prevent their citizens from voting?

In a way, Sunday’s events were a chronicle of a disaster foretold. Secessionist sentiments have been building for some time in Catalonia, an ancient principality, then part of the Crown of Aragon, that was annexed by the Bourbon kings in the War of Spanish Succession, and which has since held on-and-off-again autonomy. Under General Francisco Franco, who ran Spain as a Fascist dictatorship from 1939 until 1975, Catalonia’s autonomy was suppressed, and the Catalan language was outlawed. (The region was also the site of one of the last stands of the Republic in Spain’s brutal civil war, and Catalans paid a heavy price for their resistance: thousands were imprisoned and executed after Franco’s forces defeated the Republicans.)

During the country’s transition to democracy, in the late seventies and early eighties, Catalonia was once again granted autonomous status, along with other Spanish regions, but in the past few years the idea of independent nationhood has captivated a large number of its people. The nationalist mood has been exacerbated by dissatisfaction with Catalonia’s share of the national budget: a region with a population of seven and a half million people, and Barcelona as its capital, Catalonia is Spain’s economic powerhouse, producing about a fifth of the country’s G.D.P. and paying a significant amount of tax. The decision, in 2010, by Spain’s constitutional court to deprive Catalonia of its previously granted designation as a “nation” within the constitutional monarchy was, for many Catalans, the turning point. The Spanish Prime Minister, Mariano Rajoy, a veteran of the Partido Popular, a party founded by Franco’s political disciples, who was elected in 2011, has repeatedly called the independence campaign “illegal,” “unconstitutional,” and even an attempted “coup d’état.” His primary Catalan nemesis is Carles Puigdemont, a former journalist who became the regional President last year and has long been an adherent of independence; he recently said that there is “nothing” that the Spanish state can do to deter him from the campaign—including putting him in prison.

In a previous, nonbinding referendum on independence, held in 2014, 2.3 million Catalans voted, and an estimated ninety-two per cent supported the idea. But with only a minority of the population participating, the result was inconclusive. Undeterred, the Catalan parliament approved a plan for secession, by a narrow majority, the following year. Spain’s constitutional court ruled against it, but Catalonia’s government, now committed to independence, declared its determination to proceed.

And proceed it did, on Sunday. Voters were asked a single question: “Do you want Catalonia to become an independent state in the form of a republic?” According to Catalan authorities, in spite of the police intervention, the confiscation of ballot boxes, and the closure of some polling centers beforehand, more than two million Catalans voted, and an estimated ninety per cent—but just forty-two per cent of the electorate—answered yes.

On Sunday night, Rajoy spoke on national television and, in an address of vintage Iberian obtuseness, lauded the events of the day. He celebrated the fact that Spain’s “rule of law” had prevailed, and thanked the security forces for their actions. He described the referendum as having represented a “serious attack” on Spain’s democracy that had to be stopped. The phrase he actually used was “one could not look away.” Rajoy did not mention the people who had been injured—there were nearly nine hundred, including two who were seriously hurt, a man who lost an eye to a rubber bullet, and a number of women who accused policemen of having sexually molested them. (About a dozen police officers were injured.)

While there was a generally shocked public reaction to the violence, many non-Catalan Spaniards have either defended the police action as legal, following Rajoy’s justifications, or else lamented the police “clumsiness,” but blamed the Catalans for bringing the situation about in the first place. Amnesty International, meanwhile, has lambasted Rajoy’s government for having used “excessive and disproportionate” force. There has been an unusually muted response from the other countries in the European Union, where authorities are worried, in the age of Brexit, about any further fragmentation taking place, and have warned Catalonia’s leaders that, if they chose to secede from Spain, they would not be accepted into the E.U. Employing consummate diplomatese, the President of the E.U., Donald Tusk, said that he had spoken with Rajoy and that, while he “shared his constitutional arguments, I appealed to him to find ways to avoid escalations and use of force.”

Clearly interpreting Rajoy’s heavy-handedness as a boon to the independence movement, Puigdemont said, “On this day of hope and suffering, Catalonia’s citizens have earned the right to an independent state in the form of a republic.” On Tuesday, the trade unions called a general strike across Catalonia, which was joined by university students and the world-renowned Barcelona football club. In an op-ed published in the Guardian, the political scientist Víctor Lapuente Giné wrote that “Rajoy’s move could not have been more counterproductive. The political-bureaucratic elite that controls the ruling conservative Partido Popular . . . has failed to understand that a modern state depends not on the monopoly of violence, but on the monopoly of legitimacy.” Giné added a gloomy prediction: “It’s unlikely that Catalan separatism will propel similar secessionist challenges. No other separatist movement, apart from that of Scotland, has the popular and organisational support. Yet it’s likely that Spain’s internal turmoil will escalate, triggering an international crisis by forcing major diplomatic players to take sides. We are far from the incendiary secessionist tensions of former communist countries, from the Balkans to Ukraine. But we are moving in that direction.” In an interview with me on Wednesday afternoon, Raül Romeva, the Catalan foreign minister, seemed to confirm that outlook. “After many years of peaceful demonstrations and requests from many people to seek a resolution to the Catalan issues,” he said, “we finally went to a referendum to decide things, only to be confronted with violence. Since Sunday, many Catalans feel as if they have been expelled from the Spanish state, which no longer represents the interests of all its citizens.”

On Tuesday night, King Felipe VI made a rare televised address to the nation, in which he criticized the Catalan authorities for having shown what he called an “inadmissible disloyalty to the state” by pushing an agenda that had “fractured the nation” and “divided the Catalan people.” History suddenly seems alive again in Spain, and it is perhaps worth remembering that it was Catalonia’s support for a Habsburg king that brought about its loss of independence, during the War of Succession, in which the Bourbons—Felipe’s forebears—became Spain’s monarchs.

Within hours of the King’s speech, Puigdemont gave an interview in which he said that Catalans had earned the right to their independence and that their government would issue a “uniliteral declaration of independence” within days. But late Wednesday he addressed the Catalans in a speech that felt more conciliatory than confrontational, calling for “negotiation” and “dialogue,” exactly what has been lacking in the dispute so far.- – – –

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En Francoland. De Antonio Muñoz Molina

 

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Un fotograma de ‘Estiu 1993’, filme catalán que representará a España en los Oscar.

Antonio Muñoz Molina

Antonio Muñoz Molina, escritor español, miembro de la Real Académica

Antonio Muñoz Molina, 13 octubre 2017 / EL PAIS/Babelia

Me pasó la última noche de septiembre en Heidelberg, pero me ha pasado igual con cierta frecuencia en otras ciudades de Europa y de América, incluso aquí, dentro de España, en conversaciones con periodistas extranjeros. Muchas veces, en épocas diversas, con una monotonía en la que solo cambia el idioma y el motivo inmediato, me ha tocado explicar con paciencia, con la máxima claridad que me era posible, con voluntad pedagógica, que mi país es una democracia, sin duda llena de imperfecciones, pero no muchas más ni más graves que las de otros países semejantes. Me he esforzado en dar fechas, mencionar leyes, cambios, establecer comparaciones que puedan ser útiles. En Nueva York he debido recordarle a personas llenas de ideales democráticos y condescendencia que mi país, a diferencia del suyo, no admite la pena de muerte, ni la cadena perpetua, ni el envío a prisión de por vida de menores de edad, ni la tortura en cárceles clandestinas.

el paisFuera de España uno a veces tiene que dar explicaciones de historia, y hasta de geografía. Hasta no hace mucho tiempo, un ciudadano español tenía que explicar, aun sabiendo que había grandes posibilidades de que no se le hiciera ningún caso, que el País Vasco no se parece al Kurdistán, ni a Palestina, ni a las selvas de Nicaragua en las que los sandinistas resistían al dictador Somoza. Uno explicaba que el País Vasco es uno de los territorios más desarrollados y con más alto nivel de vida de Europa; y además que dispone de un grado de autogobierno y hasta soberanía fiscal muy superior a la de cualquier Estado o región federada del mundo. Lo más que se conseguía era una sonrisa cortés, aunque también incrédula.

Una parte grande de la opinión cultivada, en Europa y América, y más aún de las élites universitarias y periodísticas, prefiere mantener una visión sombría de España, un apego perezoso a los peores estereotipos, en especial el de la herencia de la dictadura, o el de la propensión taurina a la guerra civil y al derramamiento de sangre. El estereotipo es tan seductor que lo sostienen sin ningún reparo personas que están convencidas de sentir un gran amor por nuestro país. Nos quieren toreros, milicianos heroicos, inquisidores, víctimas. Nos aman tanto que no les gusta que pongamos en duda la ceguera voluntaria en la que sostienen su amor. Aman tanto la idea de una España rebelde en lucha contra el fascismo que no están dispuestos a aceptar que el fascismo terminó hace muchos años. Les gusta tanto el pintoresquismo de nuestro atraso que se ofenden si les explicamos todo lo que hemos cambiado en los últimos 40 años: que no vamos a misa, que las mujeres tienen una presencia activa en todos los ámbitos sociales, que el matrimonio homosexual fue aceptado con una rapidez y una naturalidad asombrosas, que hemos integrado, sin erupciones xenófobas y en muy pocos años, a varios millones de emigrantes.

«La democracia española no ha sido capaz
de disipar los estereotipos de siglos»

La otra noche, en Heidelberg, la víspera del ya célebre 1 de octubre, en medio de una cena muy grata con profesores y traductores, tuve que repetir mi explicación, con una vehemencia que me hizo sobreponerme al desánimo. Una profesora alemana me dijo que, según le acababa de contar alguien de Cataluña, España era todavía “Francoland”. Le pregunté, tan educadamente como pude, qué sentiría ella si alguien decía en su presencia que Alemania es todavía Hitlerland. Se ofendió enseguida. Tan calmadamente, tan pedagógicamente como pude, le aclaré lo que no tiene que aclarar nunca ningún ciudadano de ningún otro país avanzado de Europa: que España es una democracia, tan digna y tan imperfecta como Alemania, por ejemplo, y tan ajena como ella al totalitarismo; incluso más, si atendemos a los últimos resultados electorales de la extrema derecha. Si, según su informante catalana, seguíamos en la tierra de Franco, ¿cómo era posible que Cataluña dispusiera de un sistema educativo propio, un Parlamento, una fuerza de policía, una radio y una televisión públicas, un instituto internacional para la difusión de la lengua y la cultura catalanas? El reconocimiento de la singularidad de Cataluña era tan prioritario para la naciente democracia española, le dije, que la Generalitat se restableció incluso antes de que se aprobara la Constitución. Extraño país franquista el nuestro, tan opresor de la lengua y de la cultura catalana, que elige una película hablada en catalán para representar a España en los Oscar.

Quien ha vivido o vive fuera de nuestro país conoce lo precario de nuestra presencia internacional, la asfixia presupuestaria y el mangoneo político que han malogrado tantas veces la relevancia del Instituto Cervantes, la falta de una política exterior ambiciosa a largo plazo, de un acuerdo de Estado que no cambie desastrosamente de un Gobierno a otro. La democracia española no ha sido capaz de disipar los estereotipos de siglos. Los terroristas vascos y sus propagandistas supieron aprovecharse muy bien de ellos durante muchos años, precisamente aquellos en los que éramos más vulnerables, cuando a los pistoleros más sanguinarios se les seguía concediendo en Francia el estatuto de refugiados políticos.

De modo que a los independentistas catalanes no les ha costado un gran esfuerzo, ni un gran despliegue de sofisticación mediática, volver a su favor en la opinión internacional eso que ahora todo el mundo se ha puesto de acuerdo en llamar “el relato”. Lo habían logrado incluso sin la colaboración voluntariosa del Ministerio del Interior, que envió a policías nacionales y guardias civiles a actuar de extras en el espectáculo amargo de nuestro desprestigio. Pocas cosas pueden dar más felicidad a un corresponsal extranjero en España que la oportunidad de confirmar con casi cualquier pretexto nuestro exotismo y nuestra barbarie. Hasta el reputado Jon Lee Anderson, que vive o ha vivido entre nosotros, miente a conciencia, sin ningún escrúpulo, sabiendo que miente, con perfecta deliberación, sabiendo cuál será el efecto de su mentira, cuando escribe en The New Yorker que la Guardia Civil es un cuerpo “paramilitar”.

Como ciudadano español, con todo mi fervor europeísta y viajero, me siento condenado sin remedio a la melancolía, por muy variadas razones. Una de ellas es el descrédito que sufre el sistema democrático en mi país por culpa de la incompetencia, la corrupción y la deslealtad política. Otra es que el mundo europeo y cosmopolita en el que personas como yo nos miramos y al que hemos hecho tanto por parecernos prefiere siempre mirarnos a nosotros por encima del hombro: por muy cuidadosamente que queramos explicarnos, por mucha aplicación que pongamos en aprender idiomas, a fin de que se entiendan bien nuestras explicaciones inútiles.

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Jon Lee Anderson: «Detrás de las agresiones policiales del 1-O estaba la sombra de Franco». De Alejandro Torrús

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Alejandro Torrús, periodista español

Alejandro Torrús, 19 octubre 2017 / PUBLICO

Atónito e indignado. Así se quedó el periodista Jon Lee Anderson cuando el sábado leyó su nombre en El País. El escritor Antonio Muñoz Molina le acusaba de «mentir a conciencia» y «sin ningún escrúpulo» en el artículo titulado Francoland. Más sorprendido se quedó, incluso, cuando vio que cientos de tuiteros se dirigían a él para insultarle e, incluso, amenazarle. El académico de la RAE cargó las tintas contra el periodista estadounidense por utilizar el término paramilitary para describir a la Guardia Civil en un escrito publicado en la sección ‘Daily comment‘ de The New Yorker en el que criticaba las cargas policiales del 1-O. En opinión de Muñoz Molina, Jon Lee Anderson eligió el término ‘paramilitary’ «con perfecta deliberación», «sabiendo el efecto de su mentira» para desprestigiar a la democracia española.

El periodista estadounidense, que ha vivido largas temporadas en España, no daba crédito a lo que leía. Él había utilizado el término en la acepción recogida por la Enciclopedia Británica.  Exactamente igual que El País lo había hecho en otras ocasiones en su versión en inglés. «En inglés, ‘paramilitary’ significa un colectivo Screen Shot 2017-10-21 at 5.25.52 PMorganizado de manera militar. Nada más. Y la Guardia Civil tiene estructura militar y hasta rangos militares. Punto. Jamás pensé cuando escribí ese comentario que me iban a criticar por utilizar esa palabra», explica el periodista a Público en conversación telefónica. La palabra, en español, tal y como la recogió Muñoz Molina en su artículo, está marcada por el paramilitarismo en Colombia, que hace referencia a la acción de grupos armados ilegales principalmente de extrema derecha.

«Me parece muy indignante que Antonio Muñoz presuma maldad por mi parte. Lo único que hice fue criticar la actuación policial durante el referéndum catalán del 1-O», prosigue Anderson, que no oculta su estupefacción y su sorpresa al ver que el escritor no se ha disculpado con él. «He intentado que me ofreciera una disculpa a través de amigos en común en El País y no he tenido ninguna respuesta. He hecho varias intentonas tanto en público como en privado y no lo ha hecho. No sé. Es obvio que Antonio Muñoz Molina tiene un problema conmigo», explica el periodista que publicó La caída de Bagdad en el año 2004.

«He intentado que me ofreciera una disculpa a través
de amigos en común en El País y no he tenido
ninguna respuesta»: Jon Lee Anderson

Por todo ello ahora es Jon Lee Anderson el que carga contra el académico de la RAE en los mismos términos con los que Muñoz Molina cargó contra el periodista de The New Yorker. «La parte que trata de mí en su texto está muy elaborada. Está escrita con mucho cuidado. Deliberadamente. Pensó cómo expresarse cuando me acusó de ser un mentiroso. Pero él vive o pasa largas temporadas en Nueva York. Será bilingüe. Debe de saber la diferencia entre ‘paramilitary’, en inglés, y paramilitar, en español. Por ello, le diría lo mismo que él escribe sobre mi persona: es obvio que él miente y que lo hace deliberadamente. Yo utilicé el término en inglés y él inventa un problema donde no lo hay», continúa el periodista.

El estadounidense considera, de hecho, que la intención del español al acusarle de «mentir» era «distraer». «Él y sus troles han estado golpeando ese tambor. Durante días se hablaba de una cuestión semántica y no de los golpes que se dieron el 1-O», dice. Pero el problema, prosigue Jon Lee, no es cómo ha descrito él a la Guardia Civil. Es mucho más grave. «El problema es la reacción sectaria de una parte de la ciudadanía española. Un dato. Todas las personas que me atacaron, siguiendo los pasos de Muñoz Molina, eran españoles. Y todos los que me defendieron eran catalanes. Eso demuestra que hay un problema mucho mayor», analiza Anderson, que concreta que el problema es que parte de la ciudadanía española reaccione ante las críticas al Estado por la gestión del conflicto catalán con «ataques viscerales, improperio, insultos y agresiones». «Es muy obvio fuera de España», insiste el periodista.

«Le diría a Muñoz Molina lo mismo que él escribe sobre
mi persona: es obvio que él miente y que lo
hace deliberadamente»: Jon Lee Anderson

Los insultos y agresiones verbales revelan otros dos problemas aún mayores, en opinión del reputado periodista. Por un lado, la «inseguridad de los españoles sobre lo que son y sobre su propia unidad» y, por otro, la falta de cultura de debate para construir una nueva relación entre Catalunya y España. «Es muy burdo e indignante que nos llamen independentistas a los que criticamos que se golpeara a los votantes el 1-O. Quieren silenciar a todo aquel que les critica sin querer escuchar las críticas. España mandó 10.000 policías a Catalunya y dieron palos a los votantes y todo el mundo lo vio. La única explicación es que la policía abusó de su poder. Punto. No hay más», explica el reportero, que señala que el Estado está intentando «imponer su visión por la fuerza como la derecha siempre ha hecho en España». «No hay una cultura de debate. Ahí es donde quiero llegar. En España hay puro monólogo. No hay diálogo de ideas. Es una de las flaquezas de la democracia española», incide el autor de obras como Guevara: una vida revolucionaria. 

«Quieren silenciar a todo aquel que les critica
sin querer escuchar las críticas»

El reportero no comparte, además, la visión del escritor español de que España sufre el estigma de su pasado franquista en el extranjero. Anderson lo considera una versión actualizada del típico «¡Pobre de mí!» y explica que el país ha gozado «de buen ‘feeling’ en toda la comunidad internacional desde la Transición, pero que es indudable que hay pasos que se tenían que haber dado desde el año 1978 que no se han dado. Es más, considera que la democracia española tiene aún muchas carencias.

«España podría haberse sacudido de algunos de los problemas que tenía en los 70, pero no lo ha hecho. Han pretendido imponer el silencio sobre muchos temas y tener vacas sagradas. Como el rey», dice el periodista estadounidense que abre un paréntesis para decir que si en España no se hubiese protegido tanto al monarca su imagen no se hubiese visto tan dañada cuando se descubrió su safari africano.

«Cuando Muñoz Molina se lamenta de que los forasteros miran España como Francoland es porque hay razones. ¿Por qué no han desenterrado a los miles de muertos? ¿Por qué Lorca sigue sin aparecer? Es un bochorno nacional. Ahí se ve la sombra de Franco. En los golpes a manifestantes estaba la sombra de Franco. El problema de no dialogar en Catalunya demuestra la sombra de Franco. Nunca se acabó con esa sombra porque no hubo una reconciliación nacional. Las víctimas tuvieron que irse o quedarse calladas y cuando llegó la democracia se les dijo que tenían que actuar como si todo estuviera perfecto y resuelto, pero sus familiares seguían en cunetas», sentencia Jon Lee Anderson.

 

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Aferrados a los tópicos. De Maite Rico

La crisis catalana deja en evidencia, una vez más, el papel de los periodistas.

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Mujeres con traje andaluz en Fuengirola el pasado 12 de octubre. Foto: JON NAZCA REUTERS

Maite Rico

Maite Rico, periodista de El País

Maite Rico, 21 octubre 2017 / EL PAIS

Cabe suponer que el calificativo más chocante que jamás habrá recibido Antonio Muñoz Molina es el de troll, es decir, acosador o matón cibernético. Cuesta imaginar a este académico prudente y reflexivo, dos veces premio Nacional de Narrativa y premio Príncipe de Asturias, transformado en depredador en las redes sociales. Pues eso ha dicho Jon Lee Anderson, un periodista estadounidense. Que el escritor es un troll. “Tan troll como Trump”, además. ¿Por qué? Porque Muñoz Molina criticó en las páginas de EL PAÍS un artículo suyo sobre Cataluña, publicado en The New Yorker, y le acusó de mentir “sin ningún escrúpulo” al escribir que la Guardia Civil es un cuerpo paramilitar, con la connotación siniestra que el término tiene.

el paisEl uso de esa palabra ha dado pie a la controversia, en efecto. Pero donde no cabe controversia alguna es en los errores de bulto que pueblan el texto de Anderson, tales como que Cataluña fue anexionada al reino de Castilla en 1714 o que Cataluña fue el último bastión de la República en la Guerra Civil. Errores que habría evitado tan solo con teclear “Catalonia” en Google. A tenor de las descalificaciones de Anderson a quienes han criticado su artículo en las redes sociales (“Si te vas a desmayar tómate unas sales”, le espeta a un interlocutor), no se le ve muy predispuesto a las rectificaciones. Es más: pretende que Muñoz Molina le pida disculpas a él.

La crisis catalana ha puesto en evidencia muchas cosas, entre ellas, una vez más, el papel de los periodistas. Es sabido que somos un gremio previsible, proclive a la simplificación, perezoso, que usa como fuente a taxistas y recepcionistas de hoteles y que tiende a aferrarse a ideales románticos y al chaleco multibolsillos. Renuente a que la realidad estropee un buen titular. De todo eso ya se mofaron magistralmente Billy Wilder y Evelyn Waugh. Y no se libran siquiera los santones que, arropados por el papanatismo, van dando lecciones de periodismo en foros internacionales.

Con estos mimbres se ha ido construyendo, desde hace décadas, el Atlas Mundial de los Tópicos. Y esta vez le ha tocado a España. De repente nos hemos visto retratados, sobre todo en medios anglosajones, como un país sombrío e inquisitorial, atenazado por el espíritu de Franco, que machaca a un pueblo irreductible y muy demócrata. Vete tú a explicarles que todo es un espejismo y que deberían guardar la condescendencia para mejores causas.

A este alud de tópicos, alimentados por la propaganda independentista, ha contribuido la desidia y la inoperancia del Gobierno, que después de ignorar durante meses a corresponsales y embajadas acaba de darse cuenta de que “tal vez” hacía falta una estrategia de comunicación. Llega tarde, como a todo en esta crisis. Si nos sirve de consuelo, no somos un caso aislado. Aquí andamos con lo de “toreros-guerra civil-García Lorca-paella” a cuestas. Pero en América Latina están cansados de la caricatura del “buen salvaje” y de la pasión de los medios gringos y europeos por los redentores revolucionarios, llámense Che, Fidel o Chávez. Y de África mejor ni hablamos.

 

La idea de limitación y la cuestión catalana. De Alfonso Castro

El autor analiza el pulso al Estado de las autoridades catalanas a la luz de los dos conceptos de democracia surgidos en el Mediterráneo: el griego y el romano.

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Centenares de personas en una reciente manifestación ante el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña. Foto: Marta Pérez Agencia EFE

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Alfonso Castro, catedrático de Derecho Romano

Pensamos con frecuencia que hay personas que necesitan limitarse, que deben conocer sus límites, pero sobre todo los límites, pues puede que los suyos no sean suficientes. Ocurre igual con los pueblos. En el nacimiento y desarrollo, en el caldo del Mediterráneo, de la idea de democracia como forma de gobierno popular, opuesta a las teocracias orientales, donde no existían ciudadanos sino súbditos, brillan dos opciones distintas: la demokratía griega y la respublica romana.

el españolLa primera, que ha mantenido a lo largo de los siglos su aura magnética, ahormada a la fulgurante creación artística y filosófica de los griegos durante su deslumbrante historia, no desarrolló una ciencia jurídica ni conoció -quizás por eso- la idea de limitación. En virtud del concepto griego de libertad (eleuthería) la voluntad del pueblo se situaba por encima de las normas (nomoi) que éste se había dado, siempre y en cada momento, dejando al individuo a merced del cuerpo colectivo, como ya supo esenciar paradigmáticamente Jacob Burckhardt. En esa visión descansa -funestos episodios al margen (como la muerte de Sócrates)- el breve tránsito por la historia de la emocionante experiencia democrática griega y su temprano derrumbe frente a formas diversas de tiranía.

La cultura romana, menos brillante en tantos campos, creó en cambio una ciencia jurídica (iurisprudentia) que supo identificar la juridicidad de los problemas humanos y estableció la idea de la limitación por el derecho o ius (ley o lex, en sentido amplio) como garante de una convivencia entendida no como una suma de vivencias individuales que pugnan y se imponen o quiebran en una asamblea perpetua y desordenada, sino como la existencia en común con el otro sometida a las reglas dadas por todos. Eso permitió, más que sus legiones, que Roma y su Estado se extendiesen fuera de sus límites durante siglos y que su derecho siga sustentando el nuestro, mucho más que como impregnación.

«Sin cauces, sin límites legítimos, en nuestra cultura jurídico-política no hay sendas dignas ni viables»

Frente al “populismo” del sistema ateniense, renuente a cualquier tipo de control normativo sobre la voluntad de la asamblea de ciudadanos, que identificaba como ley todo lo que la multitud decidiera desde la iniciativa individual, tan bien historiado por Biscardi, Roma desarrolló un modelo de cauces normativizados, de límites, por los que había de discurrir la voluntad comunitaria, que ha sido el heredado por Occidente. En democracia, desde entonces, el cómo es más importante aún que el qué y más importante resulta cuanto más profunda es la experiencia democrática (y nunca lo ha sido tanto cuantitativa y cualitativamente como ahora, cuando no se excluye de su ejercicio a las mujeres y no existe la esclavitud). Sin cauces, sin límites legítimos, en nuestra cultura jurídico-política no hay sendas dignas ni viables. No hay recorrido.

Esa diferencia entre ambos modelos (Grecia produjo Aristóteles, pero ningún Labeón), que ha sido entre otros analizada por Giovanni Sartori y en España por Alejandrino Fernández Barreiro, ambos ya fallecidos, y estas reflexiones mías al respecto vienen al caso ante la situación de Cataluña, pero también ante la visión que ha calado en tantos españoles, sobre todo jóvenes, conquistados por la música de la cultura del asamblearismo -griego o no– como sinónimo de democracia, alentada por una crisis moral, económica y política que ha hecho fracturar el llamado “régimen del 78” y cuestionar los mimbres de nuestra vida en común.

Se ha llegado a hablar -con razones a tener en cuenta- de ruptura del pacto constitucional, de quiebra de la Constitución material del país o de deslegitimación de las instituciones nacionales por la mezcla espuria de sus intereses. Pero, pese al deterioro y la corrupción (que es un mal tan catalán como andaluz, tan español como universal), las razones no dan la razón. No toda, ni con frecuencia substancialmente. Ante el problema catalán (el gran problema español hoy día, en un hoy que ha sido recurrente también en el ayer), ontológicamente solo hay tres opciones. Vencer, convencer o dejarlos ir. El Gobierno no ha hecho, en meses y aun años, ninguna de las tres. Una porque no se debe; las otras dos porque no se sabe o no se quiere.

«Es la ley la que ampara al ciudadano frente al Estado y al individuo frente a la masa»

El Govern y en general el separatismo (que no cabe identificar del todo con el independentismo) ha apostado en cambio por las tres a la vez. Se habla, ante la crisis, de que es la hora de la política. Y lo es. Pero fuera de la ley, o contra ella (suele ser lo mismo), no hay política digna del término. Es la ley la que ampara al ciudadano frente al Estado y al individuo frente a la masa. Las declaraciones de quienes llaman a puentear las leyes, sobre todo en algunos de nuestros irresponsables políticos, en Barcelona, Madrid o Andalucía, provocan bochorno.

La ley cuenta con sus propios mecanismos de cambio y si no puede identificarse la democracia con la asamblea mucho menos con la turba. (Votemos cuando queramos sobre si respetamos o no los límites de velocidad o el semáforo en rojo, ese franquista, o si escupimos a las ancianas o los niños por la calle. O como aquella inolvidable viñeta del New Yorker, hace ahora casi un año, en que los pasajeros del avión, en pleno vuelo, imbuidos hasta el tuétano de “democracia”, se disponen a votar si dejan pilotar al piloto o lo hace uno de ellos).

Las reglas, en democracia, lo son (casi) todo. Sobre esta enseñanza de la cultura jurídica romana se ha edificado Europa. Su asiento en la voluntad popular las legitima y sirven para encauzar esta. Ida y vuelta. No hablamos solo de una expresión hecha, desprovista de significado real. Un Estado de derecho no es nada sin derecho: una obviedad que conviene recordar en tiempos de confusión, de olvidos interesados, de depauperación de los conceptos que degradan los términos.

«Exigir en aras de la democracia lo que a otros se niega no puede sustentarse democráticamente»

Hay en la España no catalana por lo demás amplios sectores de la sociedad, la cultura e incluso la clase política (no digamos en la izquierda) sensibles y atentos porosamente a las posiciones del más sensato catalanismo, sea este independentista o no. También a hallar una fórmula dentro de la ley que permita la expresión de la voluntad popular en este concreto tema, que es hoy por desgracia casi el único tema de España. Árbol que esconde el bosque de nuestros demás problemas. La energía que perdemos aquí sería crucial vertida en otras cosas y la torsión espiritual a que se somete al cuerpo nacional con este pulso recurrente resulta encajable para el Estado pero insoportable para la gente.

Parece volver uno al hálito de una crónica para La Nación de Rubén Darío, hace más de cien años. España contemporánea, sí. Es difícil que el Estado pueda abortar permanentemente la posibilidad de los catalanes a expresarse sobre su encaje en España (o lo que es lo mismo: sobre España) si es lo que siguen deseando mayoritariamente, pero deberían recordar los gobernantes catalanes y sus sustentos ideológicos que tampoco ellos pueden negársela al conjunto de los españoles. Exigir en aras de la democracia lo que a otros se niega no puede sustentarse democráticamente ni siquiera a la griega. (¡Y exactamente sobre el mismo tema!). ¿Metecos en nuestra tierra? De ser necesario, ¿por qué no ha de poder votar un andaluz como yo sobre el destino de su país, que es España? Mi posición no es menos ni más legítima o escuchable que la de un compatriota del Ampurdán.

Por supuesto, si llega el momento (que en cierto modo se ha alejado y no acercado con el abismo de estos días), habrá de hacerse con garantías legales, en el ámbito de una reforma constitucional y después de haber restablecido la legalidad de modo indubitable. Nada que tenga que ver con este golpe televisado a la legalidad española y catalana, esta llamada a la selva o la épica envuelta en papeletas prefabricadas, sentimientos inflamados y urnas de cartón, esta historia de deslealtades, incomprensiones mutuas, victimismos, tergiversaciones e irresponsabilidades múltiples, sobre todo entre los gobernantes, ante las que el Estado y la democracia constitucional pueden equivocarse (lo están haciendo), pero no ceder. Un todo que no sabe unir a sus partes merece romperse en términos históricos, pero un país que no sabe defenderse simplemente está abocado a desaparece

Piqué: “No es mi caso, pero un independentista podría jugar en la selección”

En un conflicto como el catalán, hay que escuchar las voces sensatas. Todas. Por esto en Segunda Vuelta hemos publicado las opiniones de diferentes actores polticos y analistas que llaman a la racionalidad y a la preservación del orden constitucional. Por la misma razón reproducimos esta nota sobre las declaraciones del futbolista catalán Gerard Piqué.

Segunda Vuelta

-Dos héroes de la retirada. De Irene Lozano
-La reconstrucción. De Beatriz Becerra
-Alfonso Guerra: “En Cataluña hay un golpe de Estado; no se puede negociar con golpistas”
-Carta abierta a Pedro Sánchez
-España, en la ratonera de Calibán. De Pedro J. Ramírez
-Bajo la mirada del mundo. De Lluís Bassets

Gerard Piqué. Foto: C. Rosillo 

El jugador del Barcelona recuerda su compromiso con la selección: «Irme sería dar la razón a quienes pitan».

Diego Torres, 4 octubre 2017 / EL PAIS

el paisLos responsables de prensa de la federación española de fútbol lo interrumpieron para llevárselo a una comida imprevista, según dijeron. A Gerard Piqué (Barcelona, 1987) no le gustó el corte. Si por él hubiese sido se habría pasado la tarde del miércoles presidiendo un coloquio. Inesperadamente convertido en una figura imposible de obviar en la crisis soberanista planteada entre Cataluña y el Estado español, se mostró emocionado. Hasta feliz de poder sentarse ante decenas de periodistas a explicarse a sí mismo y su circunstancia política, personal y deportiva. Embutido en el chándal de la selección de España, después de entrenar, cansado por el esfuerzo físico pero con ganas de exhibirse y exponerse, y de paso mostrar también sus anhelos, su preocupación, y sus contradicciones. “Lo que quiero es que preguntéis todos”, avisó, con un punto de ingenuidad, sin sospechar que solo le dejarían hablar media hora. “Como si estamos hora y media. Lo que quiero es hablar y solucionar todo”.

“El primer día de entrenamiento a puertas abiertas fue difícil”, confesó, recordando el lunes, cuando un grupo de ultraderecha se presentó en Las Rozas a increparle y arrastró en sus coros a cientos de hinchas. “Obviamente no te gusta que la gente que apoya y anima esté en tu contra. Recibir silbidos e insultos no es del agrado de nadie. Pero creo que es un reto para mí y estoy aquí para intentar darle la vuelta. Creo que hay mucha gente en España que mediante el diálogo pueden entender cómo me puedo sentir. Independientemente de que haya quien piense de otra manera, mediante el respeto creo que todo puede llegar a buen puerto. Por eso yo, el míster [el seleccionador, Julen Lopetegui] y los compañeros hemos querido organizar esta conferencia. Quiero ayudar en todo lo que pueda. Estamos ante un objetivo que llevamos más de un año persiguiendo. Es muy complicado llegar a esta situación de clasificarnos virtualmente para el Mundial de 2018 ganándole a Albania este viernes, a falta de una jornada para acabar la fase”.

«Pensé en renunciar para que mis compañeros no soporten estos pitos… Pero irme ahora sería darle la razón a toda esta gente, que no creo que sean mayoría, que entienden que la mejor solución es silbar e insultar. No les daré ese lujo.»

El central del Barça dijo que lo que más le fastidiaba era que sus compañeros sufrieran los pitos que iban dirigidos a él. “Me he planteado renunciar a la selección para que mis compañeros no tengan que soportar esa presión exterior”, confesó. “Tienes que valorar todas las opciones, pero pensándolo mucho creo que lo mejor es continuar y aceptar el reto de darle la vuelta. Irme ahora sería darle la razón a toda esta gente que no creo que sean una mayoría, que entienden que la mejor solución es silbar e insultar. No les daré ese lujo. Estoy convencido de que hay muchísimos más aficionados que están a favor de que me quede y yo me veo con mucha capacidad. Para mí es un reto muy importante darle la vuelta a esto… Incluso me he planteado seguir después del Mundial [contra su anuncio de 2016 de retirarse de la selección en 2018]”.

Preocupado ante el curso de los acontecimientos políticos y su influencia divisiva en el equipo, el seleccionador, Julen Lopetegui, ha procurado orquestar una descompresión general, según fuentes próximas al técnico. Por un lado, al acordar con Sergio Ramos, el capitán, una rebaja de sus apariciones ante la prensa para evitar malentendidos que lo presenten como antagonista de Piqué; por otro, conviniendo con Piqué la celebración de una conferencia para que explique su punto de vista y deshaga la imagen que le han construido quienes le retratan como promotor del desacato y la secesión.

Le preguntaron si era independentista y se negó a declarar su postura política de forma explícita. “No lo puedo contestar”, replicó. “Los jugadores somos figuras globales y no puedo decantarme por un lado o por otro. La mitad de todos mis seguidores los perdería porque la gente pone la política por encima de todo lo demás y aquí venimos a jugar al fútbol. Mis hijos son catalanes, españoles, colombianos y libaneses. Estamos en un mundo global, donde todo está cada vez más conectado y en el cual los países son lo de menos. ¡Mi respuesta es lo de menos! Estamos ante un problema político en España que cada día va a más, cada vez hay posiciones más radicales. O se encuentra un punto intermedio a través del diálogo o esto cada vez va a ir a más. Las consecuencias no las sabe nadie. Hemos de ser muy coherentes y tener mucho respeto los unos por los otros e intentar hablar. El diálogo lo puede conseguir todo”.

Durante toda su exposición, el futbolista se esforzó por deslizar que no era independentista, que se sentía español, y que estaba orgulloso de poder representar a España. La voz se le quebró cuando habló de lo que significaba la selección para él. “Es imposible poner en duda mi compromiso”, dijo. “Llevo aquí desde los 15 años y considero que la selección es mi familia. Los empleados de la federación, los doctores, los entrenadores, los compañeros… los veo como una familia. Por eso estoy aquí. Por esta selección he sentido el máximo compromiso. Me duele que se dude de eso. Me siento muy orgulloso de estar en la selección española y formar parte de un grupo de jugadores que son únicos y tratar de conseguir títulos con ellos”.

“No me arrepiento de lo que dije el domingo porque es lo que siento”, subrayó, en relación a sus declaraciones lamentando la represión policial sufrida por los organizadores y los votantes durante el referéndum fallido que convocó la Generalitat de forma ilegal. “Todos somos personas. Las opiniones las formamos por lo que oímos en nuestros entornos y es imposible que pensemos todos igual. En este país hay mucha gente que no piensa como yo. Todo el mundo sabe que estoy a favor de que la gente pueda votar, por el sí, por el no, o en blanco. Pero también respeto aquella gente que piensa que los catalanes no tenemos que votar, como puede ser Rafa Nadal u otras muchas personas. No tengo ningún problema. Creo que mediante el respeto y el diálogo se llega siempre a buen puerto. Yo con los compañeros de la selección que no piensan igual hablo de este tema porque es recurrente, y al final hablando llegamos a la conclusión de que hay muchas cosas que se pueden solucionar. Pero no nos toca a nosotros porque al final somos futbolistas”.

«Si no tienes una selección en Cataluña, ¿por qué no vas a jugar para un país como España, que es la hostia, con gente de puta madre?»

“No es incongruente pensar como pienso y jugar para España”, aseguró, “y te lo llevo al extremo, que no es mi caso. Un independentista podría jugar en la selección española, porque no hay selección catalana y porque el independentista no tiene nada en contra de España. El catalán que está a favor de la secesión no está en contra de España. Simplemente quiere tener su propio país. Entonces, si no tienes una selección en Cataluña, ¿por qué no vas a jugar para un país como España, que es la hostia, con gente de puta madre? Yo me planteo esa pregunta. No es mi caso. Pero tendemos a llevarlo todo al sentimentalismo y al fanatismo cuando somos un grupo de gente que está aquí para que España pueda ganar. Nada más. El que rinda mejor en el campo es el que irá convocado”.

Piqué se opuso rotundamente a la idea de que lo mejor es no mezclar el deporte y la política. “Somos jugadores pero ante todo somos personas”, explicó. “Y entiendo la postura de muchos jugadores que no quieren hablar de política porque es un marrón. Pero, ¿por qué no expresarse? Yo entiendo la postura del que no quiere mojarse porque en definitiva es futbolista, pero quiero que también sean comprensivos conmigo si yo quiero expresar lo que siento. Recordad que ante todo somos personas. Entramos en el terreno de juego y tenemos nuestros problemas, y tenemos que convivir con ello y trabajar con ello. ¿Por qué un camarero o un mecánico pueden hablar de política y el futbolista no? Es algo que está establecido así y no tiene sentido que sea así”.

“No considero que yo esté en primera línea de militancia”, apuntó, cuando le plantearon que para un militante en pro del referéndum es incoherente defender a España.” Hay gente que me aconseja no hablar más de política, Yo lo escucho y lo valoro. Pero no creo que me haya mojado tanto. No me he posicionado en ningún bando. Solamente he dicho que la gente tiene que votar: sí, no, o en blanco. Cualquier opción es válida. No he intentado defender un bando con uñas y dientes”.

“Yo estoy convencido de que hay muchísima gente en España que piensa como yo”, continuó. “Ha habido manifestaciones en Madrid y en Sevilla a favor de que los catalanes puedan votar. Esto es aparte de mi carrera con la selección. Lo que quiero transmitir es que hay gente en España que tiene una opinión muy diversa, y está bien. Simplemente nos tenemos que respetar entre todos, aunque pensemos de manera muy distinta, aunque nos encontremos en los extremos. Da igual. Mediante el diálogo estoy convencido de que se pueda llegar a buen puerto. Otra cosa son los pitos. Es muy difícil que paren todos los pitidos contra mí. Cuando pitan cuatro parecen muchos. Pero a lo mejor ahora hay aficionados de España que dudan entre ir a animar e ir a pitar a Piqué, y si me escuchan ahora, tal vez decidan ir a animar a la selección. No es por mí, que me duele. Es por mis compañeros. Por ellos de verdad me siento incómodo con esta situación”.

«¿Por qué un camarero o un mecánico pueden hablar de política y el futbolista no? Es algo que está establecido así y no tiene sentido que sea así.»

Contra la versión más extendida, que indica que se guardan las distancias, Piqué quiso destacar que su relación con Ramos, el capitán de España, es muy buena. “Lo de Sergio Ramos es una mentira”, señaló. “Con Sergio nos llevamos fenomenal. Es más, seremos socios de un negocio que le planteé… ¡Ya está bien de tópicos! Lo fácil es decir que cada vez que venimos a la selección Sergio Ramos y Gerard Piqué se tienen que reunir y acercar posturas. No es necesario que nos acerquemos porque estamos muy cerca”.

Interrogado sobre su postura en caso de una eventual declaración unilateral de independencia de Cataluña, el jugador se mostró ambigüo. Después de presentarse como un ciudadano responsable, declaró que en este momento lo más importante para él era ganarle a Albania el viernes. “Si se proclama la independencia en Cataluña no sé lo que pasaría”, dijo. “No me he planteado ese escenario. El domingo se intentó hacer un referéndum que no se pudo llevar a cabo al cien por cien. Yo ahora lo que quiero es jugar el viernes un gran partido y clasificarnos para el Mundial. Eso es mucho más prioritario que lo otro, por cercanía. Luego me intentaré informar sobre lo demás. Pero, ¡no importa cómo reaccione yo! Esto es mucho más importante que mi persona y los medios lo centran en mí. Estamos hablando de un país como España, con cientos de años de historia, en donde hay una parte que se quiere ir. ¿Qué importa la opinión que pueda tener yo? Esto va mucho más allá. Y esto se soluciona hablando. Mi opinión no importa. Importan que los políticos hagan su trabajo y solucionen este problema. Sigo pensando que España y Cataluña separadas serían más débiles”.

Seductor por naturaleza, Piqué lamentó que las redes sociales, su instrumento de comunicación de cabecera, contribuyan muchas veces al desencuentro. “Las redes sociales son mucho más frías”, dijo. “Estoy convencido de que si cojo a todos los que me silban en un estadio y nos sentamos a la mesa, después de cenar no me silbaría nadie. Entiendo que haya gente que pueda sentirse ofendida. Si ha sido así, estoy para hablarlo y para que entiendan mi postura. Mi postura no ha cambiado”.

«España y Cataluña son como el padre con el hijo que cumple 18 años y se quiere ir de casa. Cataluña siente que es tratada de una manera que no se acerca a la realidad. El Gobierno tiene dos opciones: o se sienta como haría un padre a dialogar, o quizás ese hijo se te va.»

“Que la actuación del domingo [la represión policial] me doliera, porque hay gente que en Cataluña sufría, es algo que yo puedo explicar y que he hablado con el míster, al que le gusta mucho hablar de política”, observó. “Pero es muy difícil transmitir a los que estáis en Madrid, en Andalucía o en el País Vasco lo que está pasando en Cataluña si no vais allí. La televisión muestra lo que quiere mostrar, pero yo he visto algo muy distinto de lo que la gente percibe aquí. Yo puedo tener una opinión diferente. ¿Por qué no nos podemos sentar a hablar y a tomar un café con el míster o con Sergio [Ramos]? El diálogo acerca a las personas. Al final estamos en un punto en el que se está radicalizando todo. España y Cataluña son como el padre con el hijo que cumple 18 años y se quiere ir de casa. Cataluña siente que es tratada de una manera que no se acerca a la realidad. España tiene dos opciones: hablo del Gobierno. O se sienta como haría un padre a dialogar, o quizás ese hijo se te va. Y como hablo de gobiernos hablo de nosotros, de las personas. Se trata de que por lo menos respetemos nuestras opiniones”.

Piqué dijo que no vio el discurso de Felipe VI, el martes por la noche, porque se despistó en la sobremesa. “Sinceramente no escuché al Rey”, dijo. “Lo quería escuchar y se me pasó porque estábamos jugando a la pocha. Y suena a que no nos importa nada, pero no lo vi y no puedo comentarlo. Habrá opiniones diversas. Seguramente haya gente a la que le gustó. Por todos los inputs que me llegan a los catalanes les habría gustado un mensaje más cercano a los catalanes y a las personas heridas el domingo”.

“Ojalá que la gente cambie de opinión respecto a mí”, concluyó. “Solo quiero que la gente vea que soy coherente, que defiendo lo que pienso pero respeto y entiendo que muchísima otra gente pueda pensar distinto. Solo les pido que respeten mi opinión, y que nos respetemos mutuamente y que nos sentemos a dialogar entre todos. No solo los gobernantes. También las personas. Porque todo se resume en las personas”.

Repudiado por un sector de la hinchada, especialmente por los madridistas más fervorosos, el jugador culé se presentó en la sala de conferencias de la federación con el propósito de «solucionarlo todo». Apenas pudo redondear algunas de sus ideas sobre un drama social y político que le obsesiona y le preocupa cada vez más. Tuvo la virtud de hacerlo en un entorno en el que casi todos se reprimen por miedo a meterse en líos. En una época marcada por líderes huidizos, nadie podrá negarle a Gerard Piqué el valor de afrontar a la opinión pública a pecho descubierto.

 

Alfonso Guerra: «En Cataluña hay un golpe de Estado; no se puede negociar con golpistas»

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El ex vicepresidente del Gobierno Alfonso Guerra, el pasado septiembre, en la presentación de un libro. Foto: CABALAR/EFE

EFE, 4 octubre 2017 / EL MUNDO

el mundoEl ex vicepresidente del Gobierno Alfonso Guerra ha alertado hoy de que en Cataluña hay un golpe de Estado y es necesario «actuar» contra los responsables: «No se puede negociar con golpistas», ha avisado.

En una entrevista en Onda Cero, el histórico dirigente socialista ha reclamado a su partido que vote a favor de la aplicación del artículo 155 de la Constitución para restituir el orden legal en Cataluña.

«El PSOE tiene que votar a favor» del artículo 155, ha dicho. Guerra se ha preguntado qué clase de demócrata defiende la Constitución pero no su artículo 155, ya que, ha considerado, se trata de un «instrumento» de la democracia en defensa del Estado de Derecho. También ha puesto al nivel otros «instrumentos» como los artículos 8 o 166.

No obstante, ha indicado que le parecería «fatal» que el Gobierno no aplicara el artículo 155 aprovechando que tiene «mayoría absoluta» en el Senado, por lo que no vale «mirar» al PSOE, ya que «no necesita a nadie». Pero, al margen de ello, «el PSOE tiene que votar a favor», ha remarcado.

«La gente se escandaliza de las cargas policiales porque mentalmente aún viven en la dictadura. El Estado sólo usa su fuerza legítima», ha asegurado Guerra, al tiempo que ha criticado al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, porque «no sabe tomar decisiones».

No obstante, también cree que el PSOE debería retirar la solicitud de reprobación de la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, por las cargas policiales del 1-O.

Ha indicado que lo de Cataluña es un «golpe de Estado» como pasó el 23 de febrero de 1981. Entonces, ha recordado, «todos» fueron a «grandes manifestaciones en contra», pero ahora se «ponen los ojos en la policía». «¿Pero qué es esto?», se ha cuestionado.

«¿Pero qué es esto?»

«Reprobar a la vicepresidenta y no a los golpistas…; hombre, algún ‘papanata’ dirá que estoy defendiendo a la vicepresidenta. No, estoy defendiendo a los diputados socialistas que tienen que poner el acento donde hay que ponerlo, en los golpistas, como hizo ayer el Rey, sin la menor concesión. Los demócratas tienen que intentar ganar esa batalla», ha explicado.

«El PSOE, a mi juicio personal, debería retirar esa moción de reprobación, que la cambie por una reprobación a Puigdemont, a Junqueras, a Forcadell, eso es lo que tendría que hacer, y no distraer a la gente», ha remarcado.

Para Guerra, «el Gobierno no acaba de tomar decisiones, el presidente no sabe tomar decisiones, no puede estar dejando pudrir las cosas», sino que hay que «evitarlas»; y animó a Mariano Rajoy a que comparezca en el Congreso antes de la semana que viene. «Y los otros tienen que ayudar y no desviar la atención a una carga policial ni hacia la vicepresidenta», ha añadido.

«Aquí todo el mundo se rasga las vestiduras por una carga policial», ha expresado durante la entrevista, tras apuntar que Francia lleva un año con el Ejército en la calle, en estado de alerta, y nadie duda de su democracia.

Sobre el discurso anoche del Rey, ha afirmado que le pareció «impecable» y que lo que hizo «fue justo lo que tenía que hacer».

Con respecto a si hay que reformar la Constitución después de resolver esta situación con Cataluña, ha recalcado que cada vez que se ha hecho una concesión a los catalanes no ha servido para «aplacar» sus aspiraciones independentistas.

«A lo mejor hay que plantearse una nueva estructura del Estado», ha sugerido Guerra, que ha avisado de que en Cataluña lleva años desarrollándose un «movimiento prefascista» fruto el nacionalismo.

Ha abogado por la disolución de los Mossos porque no actuaron como correspondía. Ha insistido en que hay que ser «hipócritas y tener cara» al ver que en Europa se preocupan por las cargas policiales y no porque hay una policía -en alusión a los Mossos – que «no cumple las órdenes de un juez, eso sí que es preocupante».

A la crisis en Cataluña también se ha referido el diputado del PSOE y ex presidente de Castilla-La Mancha, José María Barreda, que ve inoportuno reprobar a Sáenz de Santamaría por las actuaciones policiales del 1-O.

Barreda ha criticado que nadie haya preguntado desde la dirección del PSOE a los parlamentarios socialistas sobre esta iniciativa.

 

La opinión de otro ex dirigente del PSOE:
Ganar a los independentistas. De Alfredo Pérez Rubalcaba

Carta abierta a Pedro Sánchez

Históricos dirigentes socialistas piden al secretario general del PSOE que tome «las decisiones precisas para colaborar en la restauración del orden constitucional».

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El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez tras la reunion de la Ejecutiva del partido. Foto: Jaime Villanueva

5 octubre 2017 / EL PAIS

Estimado secretario general:

el paisComo podrás ver, somos un grupo de socialistas veteranos. Pero no te escribimos sólo en nuestra condición de militantes del PSOE, sino como personas que, habiendo desempeñado distintas funciones públicas al servicio de los españoles, nos hemos desempeñado en puestos más o menos relevantes dentro de la vida civil, manteniendo cierto respeto social en ese ámbito. Queremos trasladarte algunas convicciones y plantearte algunas dudas.

España está viviendo un momento institucional y social gravísimo de imprevisibles consecuencias. No busquemos orígenes próximos o remotos, no intentemos identificar a personas o partidos responsables. Nada de eso sirve ahora. Desde Cataluña, y concretamente debido a la acción ilegítima, desleal y malversadora de la democracia por parte del Govern de la Generalitat —y de los partidos, organizaciones sociales y entidades que lo apoyan—, se ha puesto en marcha un Golpe de Estado. Entendemos, en consecuencia, que todos los constitucionalistas deben estar unidos ante este infame ataque a la Democracia Española, con independencia de que estemos en desacuerdo en otras muchas cuestiones, ya sea con el Gobierno de España, ya sea con otros partidos constitucionalistas.

No creemos que sea ocioso recordar que todos y cada uno de los parlamentarios —diputados y senadores; socialistas y de otras formaciones— han jurado o prometido, al tomar posesión de su cargo o función, “lealtad al Rey, y guardar y hacer guardar la Constitución, como norma fundamental del Estado”. Pues bien, te preguntamos: ¿Se guarda y se hace guardar la Constitución poniéndose de perfil? ¿O habrá que dar un paso al frente? Pensadlo, pues como decía Stefan Zweig, “efímero es el momento en que la grandeza se entrega a los pusilánimes, y la suerte no volverá a ellos por segunda vez”. El futuro de España está, también, en vuestras manos, en estos momentos.

No entendemos que en estos días se haya planteado el anuncio de petición de reprobación de la vicepresidenta del Gobierno, con la excusa de la presunta violencia policial, cuando hay iniciada una investigación judicial sobre los sucesos del 1 de octubre; cuando van apareciendo muestras y más muestras de la manipulación grosera de lo acaecido; y cuando un principio constitucional básico es la “presunción de inocencia”. Nos ha llenado de zozobra que la Portavoz del Grupo Socialista en el Congreso, juez de profesión, haya proclamado la condena apriorística de la Vicepresidenta del Gobierno. ¿Por qué y para qué? ¿A qué fines sirve y qué objetivos persigue esa condena?

Por otro lado, no entendemos la continua y nunca explicada apelación al diálogo por vuestra parte. ¿Diálogo, ahora, con quién? ¿Diálogo, ahora, para qué? ¿Con los responsables de poner a los españoles al borde del precipicio? ¿Para escuchar, otra vez, que quieren la fractura de España, con razón o sin razón, por unos medios o por otros? Nunca ha servido para nada el diálogo bajo chantaje, a menos que lo único que se quiera sea salvar el pellejo y, a la vez, perder la propia dignidad.

Como tantos y tantos ciudadanos españoles, catalanes incluidos, nos sentimos íntimamente humillados, despreciados y violentados por los comportamientos de responsables institucionales y sociales de Cataluña. No existe mayor humillación para la ciudadanía que la que deriva de la aniquilación del efecto protector de la legalidad que debe ampararnos; no hay mayor desprecio que la utilización prepotente, mendaz y perjura de una posición de poder, ignorando a la gente común y violando las leyes que se prometió defender y hacer cumplir; no hay, en fin, mayor violencia que la utilización de mentiras y más mentiras como relato justificador de la quiebra de la democracia que ellos persiguen.

En estas circunstancias, esperamos que toméis las decisiones precisas para colaborar en la restauración del orden constitucional. Estamos seguros de que ello ayudará a la mejor relación del PSOE con la ciudadanía, en todos los territorios de España.

Saludos socialistas.

Segundo Bru Parra, Alejandro Cercas Alonso, Luis Fajardo Spínola, Julián García Vargas. Juan José Laborda Martín, Joaquín Leguina de la Herrán, Francisco Moreno Franco, José Constantino Nalda García, Antonio Ojeda Escobar, Jesús Quijano González, Clementina Ródenas Villena, José Rodríguez de la Borbolla Camoyán, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, Javier Rojo García, Javier Torres Vela, Manuel del Valle Arévalo.

Congreso de Podemos: la segunda victoria de Rajoy

La canonización de Iglesias radicaliza a Podemos y beneficia al líder del PP en el juego del antagonismo inofensivo.

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Pablo Iglesias, este domingo, en Vistalegre. Santi Burgos

Rubén Amón, 11 febrero 2017 / EL PAIS

el paisNo contento Rajoy con haber ganado el congreso del PP con una adhesión norcoreana, también ha ganado el congreso de Podemos. Nada le conviene más al presidente del Gobierno que la proclamación de Iglesias como líder supremo. Porque consolida el fuego cruzado PSOE en el mito de la pinza. Y porque es un antagonismo inofensivo en ambas direcciones. Rajoy quiere gobernar e Iglesias quiere liderar la oposición.

Semejante conveniencia acaso representa la mayor paradoja del fervor pablista que se ha vivido en Vistalegre. La suya es una victoria rotunda. Y recibida con entusiasmo hooliganista en el ruedo de Carabanchel. No sabemos qué hubieran decidido los votantes de Podemos —cinco millones— en una finalísima abierta, pero el escrutinio militante favorece la opción militante. Incluso otorga la razón a Iglesias en su estrategia maximalista-victimista-sentimentalista: o todo el poder o me marcho a casa.

Ha funcionado la coacción. No hasta el punto de esconder la fractura del errejonismo —la lista de Íñigo un tercio del consejo ciudadano—, pero sí con todos los argumentos de represalia para totemizar el piolet y desencadenar la purga. No quiso mencionarla Iglesias en el trance de la levitación nazarena. Ni podía hacerlo: el graderío reclamaba la unidad como remedio terapéutico a la pelea de gallos.

Hubiera sido una torpeza exhibir la cabeza de Errejón a semejanza sacrificial de la Medusa, pero la condescendencia piadosa de estas primeras horas en nada contradice las medidas ejemplares del Directorio. Lo sabían los errejonistas desde que trascendieron los resultados por una filtración. Y lo percibieron más todavía cuando Iglesias compareció en el escenario impecablemente encorbatado.

El abrazo de cortesía a Errejón precipitó el histerismo de los militantes. Interpretaban la escena como una hermosa reconciliación. Iglesias extiende una mano. El problema es la otra. Y hasta qué punto es verosímil el eslogan de la «Unidad y humildad» que Iglesias convirtió en anáfora mecánica de la gran homilía dominical. Humildad e Iglesias son conceptos antitéticos. Unidad y Podemos, exactamente lo mismo, sobre todo después del trauma cainita que ha supuesto el Congreso.

Requiere un enorme esfuerzo de ingenuidad imaginar la reconciliación. No ya por los desencuentros personales, sino por la incompatibilidad de los modelos políticos. La victoria de Iglesias radicaliza el discurso de Podemos. Se arriesga a perder peso en caladero izquierdista, pero conecta con las bases. De otro modo no se hubiera aclamado y canonizado en Vistalegre a los apóstoles de la subversión. Diego Cañamero se pavoneaba como un héroe proletario. A Bódalo se le evocaba como un epígono de Miguel Hernández. Monedero exigía la idolatría en los pasillos. Y Miguel Urbán, condotiero de los «anticapis», acaparó los mayores decibelios, superando con creces cualquiera de las intervenciones de Pablo Iglesias. Y no puede decirse que escasearan.

El líder de Podemos se sucede a sí mismo al frente de Podemos. El problema es que Iglesias es la virtud y el límite del movimiento. Todavía se necesitan en el esquema paterno-filial y en los rescoldos del mesianismo, pero tanto se refuerza su liderazgo agresivo, tanto se desvanecen sus posibilidades de llegar a la Moncloa.

La restauración del modelo feroz conforta a Iglesias en la devoción de la militancia y demuestra que el espíritu de Izquierda Unida se ha apoderado de las esencias, pero representa un enorme límite electoral. El límite que aspiraba a rebasar Errejón normalizando la vida institucional y convenciendo a los suyos de que el futuro de Podemos, de haberlo, está a la derecha de Podemos. E insistiendo en que la idea de cultivar temerariamente el fantasma del «estado fallido» no lograba otra cosa que hacer de Rajoy el patrón nacional de los pensionistas y el rompeolas a la incertidumbre. Larga vida a Mariano.

El debate sobre una fuerza del centro enfrentando derecha conservadora e izquierda: CIUDADANOS

Es tiempo que en El Salvador se conozca y analice el surgimiento y la consolidación de una nueva fuerza política en España: Ciudadanos, que acaba de celebrar su IV. Asamblea General nacional en Madrid. Nacido en Cataluña como fuerza del centro de carácter «liberal y socialdemócrata», Ciudadanos irrumpió el año pasado la política nacional española, convirtiéndose en la cuarta fuerza electoral. En su Asamblea, el partido se proclamó como «liberal progresista», dejando atrás su segundo apellido «socialdemócrata», posicionándose como la representación del centro, de la clase media trabajadora y emprendedora, y cómo el antídoto al conservadurismo del PP, al estatismo del PSOE, al populismo de PODEMOS y al nacionalismo soberanista catalán. Defiende la unidad de España, la integración europea, y la regeneración democrática.

SEGUNDA VUELTA ofrece aquí una serie de links que permiten conocer el desarrollo de este proyecto político, sus debaten internos, y sus posiciones. Los que en El Salvador no se sienten representados ni por el FMLN ni por ARENA deberían ver más de cerca el surgimiento y desarrollo de Ciudadanos.

 Albert Rivera: «Los liberales de Cádiz han vuelto para gobernar»

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Daniel Ramírez y Jorge Sáinz, 5 febrero 2017 / EL ESPAÑOL

el españolAlbert Rivera ha enarbolado la flor de San Fernando, la del “viva la Pepa” y la Constitución de 1812 para celebrar el congreso refundacional de Ciudadanos: “Los liberales de Cádiz han vuelto para gobernar”.

En un auditorio repleto, ante la mirada y las banderas al aire de los más de 600 compromisarios, el líder naranja ha celebrado “salir más fuerte” tras un “debate democrático” que les ha definido y afianzado ideológicamente. Están “en el centro”. Son liberales progresistas y nada queda en su ideario de la “socialdemocracia”, enterrada este sábado en una votación que ganó el aparato del partido por goleada. (…)

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Rivera: “Tenemos que dar soluciones a los que se caen con la globalización”

Albert Rivera, con el padre del opositor venezolano Leopoldo López y el eurodiputado Javier Nart. Santi Burgos

Albert Rivera, con el padre del opositor venezolano Leopoldo López y el eurodiputado Javier Nart. Santi Burgos

Juan José Mateo, 5 febrero 2017 / EL PAIS

el pais«No olvidemos nunca de dónde venimos, pero tampoco nos olvidemos del rumbo que hemos marcado para saber a dónde vamos», ha dicho Rivera en el teatro municipal de Coslada, en Madrid. «Somos el sueño de millones de españoles que se sentían políticamente huérfanos. Un sueño que viene de muy lejos, de hace 200 años, porque os digo una cosa, los liberales de Cádiz han vuelto, y han vuelto para gobernar España», ha argumentado, defendiendo la necesidad de proteger y «mejorar» la actual Constitución. «Os propongo que seamos el partido de las reformas y el partido que respeta lo que se ha hecho», ha seguido. Y ha subrayado: «Los proyectos de la vieja política están en crisis. El populismo y el nacionalismo aprovechan la falta de proyecto para la globalización. El liberalismo político tiene que dar soluciones a los que se caen con la globalización. Os propongo que lideremos esos proyectos, no solo que los apoyemos, sino que seamos capaces de liderarlos. Ese es nuestro reto». (…)

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Rivera impone un giro más liberal a Ciudadanos para competir con el PP

Raúl Piña, 4 febrero 2017 / EL MUNDO

el mundoCiudadanos busca apellido político. Sabe el nombre, pero decide este fin de semana en Coslada, en su Asamblea General, su carga ideológica. La dirección de Albert Rivera apuesta por abandonar la socialdemocracia y definirse como «liberal-progresista». Y lo ha conseguido. El aparato del partido cuenta con más del 65% de compromisarios de los 568. El grupo de trabajo de Ideario, que debatía una enmienda a la totalidad para mantener esa ideología, e impulsada por un sector catalán con años de militancia, ha tumbado esa iniciativa con 50 votos a favor, 142 en contra y 3 abstenciones. También se han desestimado las tres enmiendas parciales, que habían sido las más votadas por los militantes en la web, que pedían mantener la socialdemocracia en el ideario. (…)

El ideario propuesto por la dirección supone abandonar la socialdemocracia y pasar página al origen catalán de la formación. El objetivo: derrotar al PP en las urnas en las próximas elecciones. El propio Rivera, en la presentación de la nueva Ejecutiva, fijó como objetivo de su formación: «Los liberales y progresistas tenemos que ganar a los conservadores en las urnas, no vale sólo con pactar, hay que ganarles la batalla para seguir avanzando y garantizando la igualdad en toda España» (…)

Este giro ideológico tampoco gusta a una parte importante de los intelectuales que fundaron Ciudadanos. «La nueva definición me parece una indefinición, una obviedad al menos en el plano de las ideas. Es como estar a favor de la gravitación universal. Progresista, a estas alturas, es una vaciedad que se llena con cualquier contenido: no conozco ningún partido que se proclame reaccionario», resume Félix Ovejero, profesor de Filosofía Política de la Universidad de Barcelona, y uno de los fundadores. «La anterior formulación capturaba la herencia natural, el ahondamiento de la idea de ciudadanía, que es la que, en su versión consecuente, defenderá la socialdemocracia. Era, además, la que mejor cuadraba con la crítica al nacionalismo, que rompe el ideal de igualdad, al defender unidades de decisión sostenidas en la identidad cultural y la defensa a partir de ahí de privilegios económicos. Por lo demás, es el espacio que queda por cubrir políticamente: nuestra izquierda», añade. (…)

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Rivera: «Vamos a definir los atributos del centro político para ser un partido de gobierno»

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Jorge Sáinz, 3 febrero 2017 / EL ESPAÑOL

Entrevista con el líder de Cs. «Tenemos que separarnos de la izquierda en ser más liberales y de los conservadores en defender libertades individuales» / «Un Estado democrático serio tiene que parar el referéndum y no dedicarse a abrir procesos penales a posteriori» / «Rajoy siempre puede hacer lo que hizo Aznar de marcharse a los ocho años”.

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Cs entre héroes y urnas

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Pedro J. Ramírez (director de EL ESPAÑOL), 5 febrero 2017 / EL ESPAÑOL

el español«He seguido estos días en EL ESPAÑOL las declaraciones y artículos de los intelectuales que fundaron Ciudadanos apelando al mantenimiento de sus esencias, con una mezcla de frustración y nostalgia. Por su brillantez y consistencia me hubiera encantado –entonces y ahora- tratarles personalmente a todos…»

«De hecho, en más de cuatro décadas de vida democrática pocas veces se ha percibido una obsesión tan equilibrada por ser a la vez útiles y auténticos como la que late bajo la conducta de Albert Rivera, Inés Arrimadas, Girauta, Garicano, Marta Rivera, Marta Martín, Paco de la Torre, Villacís, Páramo o Villegas. ¿Quién dijo, por cierto, que Rivera no tenía equipo?» (…)

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Ciudadanos: ¿hijos de Locke o de Rousseau?

JOHN MÜLLER, 4 FEBRERO 2017 / EL ESPAÑOL

el español¿Tú eres de Locke o de Rousseau? Esta podía haber sido la pregunta que empleara Albert Rivera para dirimir si Ciudadanos debía seguir siendo al mismo tiempo liberal y socialdemócrata o puramente liberal. Lo cierto es que en la Comisión de Valores de Ciudadanos hubiera cosechado muchísimos Rousseau y pocos Locke, prueba de lo innecesario de la definición a la que Albert Rivera ha sometido a su partido. (…)

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Ciudadanos, ¿liberal-progresista o socialdemócrata?

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Fernando Maura Barandiarán (diputado de Ciudadanos), 30 enero 2017 / EL ESPAÑOL

el españolOcurrió en el mes de mayo de 1979. El PSOE celebraba su 28º Congreso y su entonces Secretario General, Felipe González, solicitaba a su partido el abandono del marxismo como principio inspirador de su ideología. La nostalgia de la peor historia revolucionaria de su partido, abanderada por dos dirigentes de la formación, Luis Gómez Llorente y Pablo Castellano, daría al traste con las pretensiones del entonces joven sevillano que renunciaría a liderar su partido. Atrapados por el vértigo, los marxistas no asumieron el relevo. Ellos querían las dos cosas a la vez: a Felipe y al marxismo, cuestiones ambas difíciles de casar. A consecuencia de ello, una Comisión Gestora asumiría el mando del socialismo español, antes de que un Congreso Extraordinario supusiera el apoteósico regreso de González y el definitivo arrumbamiento del marxismo. Tres años más tarde. ese PSOE abonado ya a la socialdemocracia obtenía una rotunda mayoría absoluta.

El próximo fin de semana Ciudadanos celebrará una Asamblea congresual. Sus órganos de dirección han propuesto a los compromisarios un documento que recoge la posición ideológica de este partido como liberal-progresista y algunas enmiendas al texto parecen sugerir que se mantenga una pretendida identidad socialdemócrata en el partido dirigido por Albert Rivera. (…)

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De dónde está Ciutadans, y de a dónde va

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José Vicente Rodríguez Mora, 1 febrero 2017 / EL ESPAÑOL

el españolVaya por delante que lo de social, liberal, no liberal, socialnosequé o quéséyo, me trae bastante sin cuidado. Sin embargo me preocupa ese cambio que se anuncia de social a liberal. No por el cambio en sí, sino por el peligro de que tenga consecuencias en la percepción pública de C’s en Cataluña, y porque sea consecuencia de cambios, esta vez profundos, en la esencia del partido.

Me explico.

Desde el punto de vista de políticas económicas C’s era, es y será el partido del sentido común. Apego por la redistribución y la igualdad, y aspiración a servicios públicos de calidad pero entendiendo el funcionamiento de la economía, la existencia de restricciones fiscales y la necesidad de establecer incentivos adecuados. Una economía esencialmente de mercado, pero con intervención pública para la provisión de servicios, la regulación de la actividad privada cuando esta no se alinea con el bienestar colectivo, y la minimización de las desigualdades. (…)

*** José Vicente Rodríguez Mora es catedrático de Economía de la Universidad de Edimburgo y firmante del manifiesto ‘Por un nuevo partido político en Cataluña’ que dio origen a Ciudadanos en 2006.

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¿Hay espacio en un país como España para un partido como Ciudadanos ?

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Cristian Campos, 3 febrero 2017 / EL ESPAÑOL

el españolLas señales están ahí. Albert Rivera es el líder político más valorado por los españoles, pero su partido es sólo el cuarto del Congreso por detrás de PP, PSOE y Podemos. Los mayores de 46 años y los jubilados valoran muy positivamente a Rivera y a Ciudadanos, pero no les votan. Ciudadanos tampoco cuaja entre los desempleados y los españoles con estudios básicos. Su imagen percibida es la de un partido burgués, elitista y de profesionales urbanos de clase media.

Hay más problemas. La voluntad pactista a derecha e izquierda de C’s no cuadra con un momento político en el que triunfa la polarización provocada por los populismos de ambos bandos ideológicos. El centro-izquierda que parece querer ocupar C’s es percibido por los españoles de izquierdas como territorio derechista y por los españoles de derechas como indefinición y acomplejamiento. Por si fuera poco, su implantación en comunidades clave como Galicia o País Vasco es muy débil.

En realidad, el liberalismo progresista al que pretende adscribirse C’s jamás ha sido una ideología mayoritaria en España. Por no mencionar que el de liberal sigue siendo un calificativo tabú en la España de 2017.

¿La dificultad para consolidar partidos de centro en España es, en definitiva, coyuntural o estructural? ¿Hay clientela suficiente en España para una oferta como la de C’s o su techo electoral es el de los partidos bisagra clásicos? Politólogos, sociólogos y periodistas parecen coincidir en una idea básica: C’s casa mal con el sectarismo habitual del panorama político español (…)

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‘Mejor Unidos’: la corriente de Ciudadanos que se rebela contra el giro liberal de Rivera

Rivera y Arrimadas, en la campaña catalana de 2015. EFE

Rivera y Arrimadas, en la campaña catalana de 2015. EFE

David Martínez, 27 enero 2017 / VOXPOPULI

screen-shot-2017-02-05-at-3-45-12-pmNo cuestionan el liderazgo de Rivera, ni el equipo que ha elegido para pilotar la nueva etapa: solo defienden “una enmienda, muy concreta, para evitar que se cometa un error que puede ser histórico”. La facción ni siquiera está conformada totalmente por socialdemócratas, porque su oposición al cambio de rumbo trasciende lo ideológico y afecta a lo estratégico: “la reforma puede llevarnos a un descrédito letal en lugares donde hemos crecido a costa del electorado del PSC, donde ya somos la primera alternativa al nacionalismo gracias a que nos apoyan clases populares, obreras, votantes tradicionales del socialismo e incluso de ICV que no comparten sus derivas soberanistas” (…)

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DOCUMENTOS:
I. Reconstruir la clase media y trabajadora
II. Unión e igualdad de todos los españoles
III. Invertir en el presente para ganar el futuro
IV. Regeneración democrática y lucha contra la corrupción
V. Más protagonismo de España en el mundo y lucha contra el terrorismo
VI. Memoria Económica

 

 

 

Triunfos y errores de un líder accidental

El núcleo dirigente y de asesores del que se rodeó contribuyó a cultivar en su cabeza una manía persecutoria.

Pedro Sánchez , durante su rueda de prensa de renuncia. Foto: JAVIER SORIANO /AFP

Pedro Sánchez , durante su rueda de prensa de renuncia. Foto: JAVIER SORIANO /AFP

Rafa de Miguel, 2 octubre 2016 / EL PAIS

el paisPedro Sánchez tuvo dos grandes momentos en su fugaz trayectoria hacia el auge y la caída. Recuerdo muy bien el primero: un diputado del que apenas se conocía nada relevante entre los periodistas del Congreso, más allá de su buen porte, quiso tomar un café conmigo para contarme —como a otros muchos, claro está—cómo se estaba recorriendo toda España, de agrupación en agrupación del PSOE, para promover su candidatura a las primarias del partido. El mundo es de los osados. La valentía, incluso la temeridad, puede ser un valor añadido en política si se ve acompañada por la suerte. Sánchez la tuvo y la supo utilizar. Se convirtió en el candidato perfecto de todos aquellos cuyo objetivo último no era otro que frenar al favorito, Eduardo Madina. Como el personaje de la película, Sánchez se convirtió en el “líder accidental”.

Su segundo gran momento le llegó también de rebote. La renuncia de Mariano Rajoy a intentar su investidura, tras el 20-D, llevó al Rey a ofrecer a Sánchez esta oportunidad. Y la aprovechó bien, hasta donde pudo llegar. El acuerdo pactado con Ciudadanos fue un modelo de generosidad y colaboración. Era un buen documento, y podría haber sido la base de un buen Gobierno si no fuera porque desde el principio fue un canto a la melancolía. Ni el PP ni Podemos iban a permitir ese “Gobierno transversal”.

Junto a esos dos grandes momentos, el ya dimitido secretario general ha tenido sin embargo muchos errores. Algunos especialmente graves. El núcleo dirigente y de asesores del que se rodeó contribuyó a cultivar en su cabeza una manía persecutoria, casi obsesiva, respecto a las amenazas procedentes de los dirigentes territoriales críticos, especialmente de la líder andaluza, Susana Díaz. Era evidente que los tenía enfrente, que en las conversaciones privadas le llamaban de todo menos bonito, pero respetaron hasta el final su estrategia, su candidatura y hasta sus razones para retrasar un congreso siempre pendiente.

A cambio, Sánchez fue encerrándose en su círculo. Cortó la comunicación con el resto de dirigentes. Acumuló derrotas electorales de las que ni siquiera se tomaba la molestia de hacerse responsable. Alimentó expectativas imposibles de Gobiernos alternativos. Hablaba de volver a intentar un pacto con Ciudadanos y Podemos, en el que apenas nadie creía, y lanzaba a la vez señales de otro pacto con Iglesias y los independentistas que, ese sí, escandalizaba a sus compañeros de partido. Pero sobre todo, cruzó la raya al querer envolverse en la militancia y hablar de bandos: “los subalternos del PP”, llamó a sus críticos, “frente al proyecto autónomo y de izquierdas” que aseguraba representar. En su huida hacia adelante, no entendió que el deterioro sufrido por el PSOE podía ser irreparable. Que no se trataba solo de evitar la amenaza de Podemos. Que ponerte a los mandos de un Ferrari no garantiza saber adónde te diriges ni que seas un buen conductor.