20 mayo 2019 / LA PRENSA GRAFICA
Antes de iniciar este artículo es necesaria una aclaración. Como hemos dicho en varias ocasiones, las categorías políticas lineales de izquierda-centro-derecha son cada vez menos adecuadas para dar cuenta del complejo y cambiante mundo político de hoy en día. Lo importante ahora no es tanto la ubicación ideológica de los actores políticos sino su ubicación frente a la democracia y la ética. Sin embargo, para efectos ilustrativos vamos a utilizar la calificación de izquierda tal como la entiende la mayoría. Asimismo, a pesar de que hay varias izquierdas, nos referiremos con ello a los autodenominados gobiernos de «izquierda» que han existido/existen en Latinoamérica.
Con la caída del muro de Berlín y el derrumbe de la Unión Soviética, el llamado socialismo real (comunismo) quedó en el cementerio de la historia. Pasaron unos años para que en nuestro continente, a finales del siglo pasado y principios del presente, resucitara de las cenizas un «zombi político»: el denominado Socialismo del Siglo XXI. Los emergentes gobiernos de izquierda, encabezados por la Venezuela de Chávez, se arroparon de ese manto ideológico, con poca tela, pero cosido con muchos petrodólares.
La mala gestión y la corrupción de los gobiernos de derecha les abrió las puertas a los gobiernos de izquierda, y los «zombis políticos» plagaron América Latina, despertando en amplios sectores sociales la esperanza de algo distinto y una vida mejor. Vendieron el cambio y el eslogan del «Otro mundo es posible». Sin embargo, la mala gestión y la corrupción acompañaron también al resucitado.
Los gobiernos de izquierda del siglo XXI, quizá con la excepción de algunas áreas socioeconómicas como en Bolivia y Brasil, no solo fueron incapaces de contener o mejorar los graves problemas de sus países, sino que los agravaron, como es el patente caso de Venezuela.
Esos gobiernos de izquierda, deslumbrados por las mieles del poder, establecieron mecanismos para su perpetuidad manipulando leyes para asegurar la reelección de sus líderes, restringieron la libertad de expresión, potenciaron la intolerancia a la crítica y limitaron el control estatal y ciudadano, neutralizaron o se apropiaron de otras instancias/contrapesos del Estado, especialmente del sistema judicial. Se montaron en la democracia para desmontarla. La democracia fue un instrumento táctico y no una convicción estratégica.
En general, fueron ineficientes en el manejo de la política pública, no abordaron los problemas económicos estructurales, no aprovecharon el boom de las materias primas, no supieron reactivar la economía ni estabilizar la macroeconomía, se fueron por la vía fácil del clientelismo y del populismo social a base de inflar los déficits fiscales… con enormes déficits de Ética en el manejo de los recursos públicos.
En efecto, la corrupción y la opacidad pudrió sus entrañas, entraron a bailar con el monstruo del crimen organizado, sus principales dirigentes chuparon de la sangre impositiva, surgieron «rojos empresarios» con fortunas mal habidas, deambularon atontados por las calles del soborno, nunca quisieron ver la corrupción en sus propias filas sino usar la lucha contra la corrupción como arma política para morder a sus adversarios.
Después de largos años de pésimo desempeño y entierro de esperanzas, después de haber golpeado mortalmente la credibilidad de la verdadera izquierda, los «zombis políticos» están volviendo a sus tumbas. En la lápida de esta izquierda que no fue, se puede leer: «Aquí yace la izquierda que acabó con la izquierda».