Editorial LPG

La verdadera desestabilización resulta de no hacer las cosas bien y a tiempo. Editorial LPG

Nadie debe caer en la tentación de embarcarse en proyectos ideologizados, que ya están puestos al margen por el mismo proceso histórico, aquí y en todas partes. Lo que requerimos es creatividad propia con pragmatismo visionario.

LPG-1Editorial, 19 agosto 2015 / LPG

Desde las áreas gubernamentales se ha vuelto cada vez más común hablar de propósitos e intentos desestabilizadores provenientes de aquellos sectores u organizaciones que no están de acuerdo con las políticas que actualmente caracterizan la conducción nacional. Tal apreciación simplista y autodefensiva no es original nuestra, sino reflejo de lo que se vive en aquellos países que han asumido la práctica populista como modelo de vida política. Y en verdad lo que ocurre es que, en todos los casos en que esto se da, los efectos de insostenibilidad y de fracaso no son ocultables y el argumento más trillado para buscar escudos protectores por parte de aquellos que se han sumado a la aventura populista consiste en achacarles toda la responsabilidad de los trastornos que se viven en la vida diaria a los “enemigos” ideológicos.

En nuestro país hay inestabilidad grave, y lo que habría que hacerse de inmediato no es inventar novelas de intriga, sino encarar los hechos como son, desde las causas que les dan origen. Aunque hay muchas señales que pueden interpretarse como signos de que, desde la izquierda que ahora está al frente de la tarea conductora en el plano político, crecen las tentaciones de sumarse de manera más explícita a la línea populista, todavía estamos a tiempo de no caer en esa temeraria tentación. Tenemos, afortunadamente, ejemplos vivos de lo que el populismo produce. El caso más patente e inocultable es el de Venezuela, país de extraordinaria riqueza despilfarrada sin control, y cuyo modelo se vuelve a diario más y más inviable.

Y es que el populismo, si bien se disfraza de justicia social y de apoyo a los más desposeídos, no sólo no tiene sostenibilidad en el tiempo, sino que muy pronto se empiezan a ver y a padecer sus consecuencias contraproducentes. Hay que tener presente que el populismo nunca nace solo: es la bandera que usan los que, de cualquier forma que sea, buscan perpetuarse en el poder. Y ahí viene la moraleja: esos mismos que buscan perpetuarse acaban recogiendo las facturas de la inviabilidad, y el colapso tarde o temprano llega. Entonces, embarcarse en aventuras de ese tipo es derrota anunciada, que impacta sobre todo a la ciudadanía indefensa.

Hacer las cosas bien implica tomar, en el momento preciso, las decisiones acordes con la lógica de la realidad. El populismo, sea cual fuere su signo, privilegia la cultura pasiva de la dádiva, cuando lo único que asegura el progreso es la cultura activa de las oportunidades. Nadie discute que hay que apoyar a los que menos tienen, pero sin convertir dicho apoyo en un simple propósito de ganar simpatías políticas coyunturales. Por eso insistimos en el imperativo de promover con fuerza y a fondo la inversión social, que es la que realmente puede potenciar y cambiar destinos tanto individuales como colectivos.

La mejor garantía de estabilidad está en hacer las cosas bien y a tiempo. Y esto les compete a todos los actores políticos, económicos y sociales. En el país se ha descuidado esta línea natural de acción, y de ahí derivan la mayoría de los desajustes y los quebrantos que nos aquejan en todos esos ámbitos de acción general.

Nadie debe caer en la tentación de embarcarse en proyectos ideologizados, que ya están puestos al margen por el mismo proceso histórico, aquí y en todas partes. Lo que requerimos es creatividad propia con pragmatismo visionario. Hacia esto debemos enfocarnos todos.