Juan Marco Alvarez

Invertir en el recurso hídrico. De Juan Marco Álvarez

Nuestra ubicación geográfica en la parte baja de la cuenca del río Lempa, sumado a la degradación ambiental de la mayoría del territorio y a los escenarios climáticos de los próximos 35 años, nos hace altamente vulnerables como país.

Juan Marco Alvarez

Juan Marco Álvarez, 18 febrero / LPG

Según el artículo 117 de la Constitución, es deber del Estado proteger y restaurar los recursos naturales, en especial el agua. Y de acuerdo con la realidad de El Salvador, es crítico invertir en mejoras de nuestras cuencas y mantos acuíferos, además de invertir en minimizar la contaminación superficial de ríos y humedales. El objetivo principal de todas estas inversiones es precisamente garantizar la seguridad hídrica.A pesar del hecho que la mayor parte de la población de nuestra región depende de cuencas forestadas para la provisión del agua, la inversión en restauración y conservación de los recursos hídricos es insuficiente. En el caso de El Salvador la inversión es nula. Además de la necesidad de contar con una buena Ley del Agua que asegure una buena gobernanza del recurso, otra forma de apostarle a la obtención de la seguridad hídrica salvadoreña, aunque focalizada, es la creación de fondos para la protección del agua.

la prensa graficaExisten varios fondos de este tipo en países de Latinoamérica, como Brasil, Perú, Ecuador, Colombia, México, Costa Rica y República Dominicana, y estos constituyen un modelo creativo de conservación del agua en el largo plazo por medio de inversiones sostenidas en las partes altas de las cuencas hidrográficas que se desean restaurar y proteger. Lo interesante de los fondos es que constituyen alianzas público-privadas, ya que el financiamiento proviene de ambos sectores, además de los aportes de la cooperación internacional interesada en la temática. Al final, las empresas tienen la oportunidad de garantizar la provisión del agua de la cual depende su negocio, al invertir en la protección de cuencas clave.

En esencia, los fondos de agua son como fideicomisos que son capitalizados por los usuarios del recurso que se ubican aguas abajo de una cuenca hidrográfica. El financiamiento se utiliza para gestionar el manejo de la tierra en la parte alta de la cuenca, con el objeto de asegurar una provisión limpia y sostenible del agua. En algunos casos, las contribuciones al fondo son voluntarias, pero también, y en la mayoría de los fondos, las contribuciones son obligatorias por ley. El fondo es administrado por todos los actores o grupos de interés de una cuenca, quienes lo suplen financieramente a través del tiempo.

Cada fondo tiene sus propios objetivos y metas, pero en general todos invierten en conservación de cuencas para mejorar o mantener beneficios relacionados con el agua y controlar los riesgos asociados, como erosión e inundaciones. Los intereses generados por el fondo/fideicomiso, así como las donaciones adicionales provenientes de la cooperación internacional y de los mismos usuarios del agua, incluyendo empresas, pueden utilizarse para proyectos específicos en las cuencas. Estos proyectos pueden incluir actividades de reforestación, pagos por servicios ambientales a agricultores y dueños de tierras boscosas, y hasta para actividades de conservación en tierras comunitarias, incluyendo educación ambiental.

El Salvador debe apostarle no solo a la creación de fondos específicos para la restauración y conservación de cuencas hidrográficas críticas, pero también debe establecer acuerdos binaciones con Guatemala y Honduras que sean apalancados por la cooperación internacional y financiamiento externo, como el Fondo Mundial para el Medio Ambiente (GEF), para incidir en el adecuado uso del suelo vecino de las cuencas de los ríos Paz, Lempa y Goascorán. La visión de crear un fondo trinacional para el agua y cuyos recursos en su mayoría los tendrá que gestionar inevitablemente El Salvador no es algo descabellado. Al contrario, este fondo debe visualizarse como una acción vital para el logro de nuestra seguridad hídrica.

El cambio climático y la encíclica Laudato Si. De Juan Marco Alvarez

Después de haber leído detenidamente la nueva encíclica del Papa Francisco titulada Laudato Si, me queda clarísimo que esta carta del actual Pontífice ha marcado un punto de inflexión en la historia de la sostenibilidad del planeta, en especial en lo que respecta al debate sobre el cambio climático. 

Juan Marco Alvarez, ecologista

Juan Marco Alvarez, ecologista

Juan Marco Alvarez, 12 sept. 2015 / EDH

De suma relevancia en la encíclica es el hecho de que la ciencia del cambio climático, muchas veces cuestionada por escépticos, o mercaderes de la duda, y principalmente por los movimientos de lobbyists o lobistas, como los que se dan en el Congreso de Estados Unidos y otros países como Australia, ha sido tajantemente ratificada por el Papa Francisco. En el párrafo 23 el Papa afirma, “…Hay un consenso científico muy consistente que indica que nos encontramos ante un preocupante calentamiento del sistema climático. En las últimas décadas, este calentamiento ha estado acompañado del constante crecimiento del nivel del mar, y además es difícil no relacionarlo con el aumento de eventos meteorológicos extremos …numerosos estudios científicos señalan que la mayor parte del calentamiento global de las últimas décadas se debe a la gran concentración de gases de efecto invernadero y emitidos sobre todo a causa de la actividad humana”.

Esto es una fuerte bofetada a estas personas y movimientos anticambio climático, pues al alinearse con la ciencia, la Iglesia ha tomado un paso audaz y contundente con relación a lo que por años se viene diciendo sobre el efecto de las actividades humanas en nuestro planeta, en especial sobre las consecuencias de nuestra relación con los combustibles fósiles. Estos movimientos incluso llegaron a cuestionar, acosar y hasta difamar a científicos independientes, como a Michael Mann de Penn State University, así como a los expertos integrantes del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), montado por Naciones Unidas en 1988. El IPCC es la autoridad científica en la materia y desde el inicio de su labor ha preparado cinco informes de evaluación en varios volúmenes. También fueron recipientes del premio Nobel de la Paz en 2007, junto a Al Gore, por su labor en investigar el cambio climático.

Otra cita en la encíclica sobre el tema de cambio climático que merece la pena destacar es la del párrafo 25: “El cambio climático es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los principales desafíos actuales para la humanidad. Los peores impactos probablemente recaerán en las próximas décadas sobre los países en desarrollo”. Países como el nuestro ya están sufriendo los embates del cambio climático y debemos prepararnos con un adecuado plan de adaptación, el cual- requerirá de muchos recursos para su ejecución. Por ejemplo, para el año 2050 o antes, la CEPAL-UNAM proyecta que la temperatura media anual aumentará en 2 °C y la lluvia media anual se reducirá en al menos un 15 % respecto al período 1988-2000. La realidad es que se proyectan largos períodos de sequía en toda la región centroamericana y se comenzarán a sentir fuertemente en los años cercanos a 2020. De hecho, El Salvador ya está experimentando una de las sequías más severas en su historia.

Lo que para mí es muy valioso de esta nueva encíclica es el hecho que el Papa Francisco tiene claro que la ciencia ambiental y del cambio climático están empujando a la humanidad a que revise sus valores de vida con urgencia y en especial nuestra relación con el planeta en general. Sin embargo, y más allá del tema del cambio climático, el Papa enfatiza que la crisis ecológica que hemos provocado, incluyendo la pérdida de biodiversidad, la escasez de agua potable, la contaminación, la generación de basura y la cultura del descarte, debería ser lo suficientemente convincente como para hacernos cambiar de actitud y así enfocarnos en revertir el daño causado. Pero lamentablemente, predomina la indiferencia, la ignorancia, y muchas veces, hasta la conveniencia de no hacer nada. ¡Y cómo aplica esto como anillo al dedo en El Salvador!