José Ignacio Torreblanca

El suicidio anglosajón. De José Ignacio Torreblanca

EE UU y Reino Unido, creadores del orden internacional actual y mayores beneficiarios de la globalización, renuncian unilateralmente al liderazgo y dejan la vía expedita para que China y otros articulen un nuevo escenario mundial.

José Ignacio Torreblanca, 20 enero 2017 / EL PAIS

fp Jose Ignacio Torreblanca8913.jpgEl mandato que Donald Trump inaugura hoy muy bien podría ser juzgado en el futuro como el momento en el que EE UU inició el desmantelamiento del orden internacional que con tanto ahínco sucesivas Administraciones norteamericanas construyeron y sostuvieron desde 1945. Una toma de posesión, la de Trump, que se solapa en el tiempo con la formalización esta semana por parte de la primera ministra británica, Theresa May, de su intención de activar el proceso de retirada total y completo de su país de la Unión Europea. Una coincidencia temporal que plantea con toda crudeza la cuestión de si no estaremos asistiendo al fin, absurdamente autoimpuesto, de un largo y fructífero periodo histórico de hegemonía anglosajona.

el paisNada como mirar atrás para observar la profundidad de la falla geopolítica y económica que Washington y Londres están abriendo al renunciar voluntariamente a más a dos siglos de dominio político, económico, cultural y militar anglosajón. El “siglo imperial británico”, que comenzó en 1815 tras las guerras napoleónicas, concluyó en 1915, 100 años después, dejando a Reino Unido como única e indisputada potencia mundial.

En su momento álgido, inmediatamente antes de comenzar la I Guerra Mundial, el Imperio Británico ejercía su poder sobre 412 millones de personas, un 23% de la población mundial, ocupando sus dominios casi un cuarto de la superficie de la Tierra. Fue el británico, sin embargo, un poder imperial tan extenso como afortunado. Cuando fue relevado por EE UU, este lo hizo, de forma inédita en la historia —en la que los imperios entrantes suelen destruir a los salientes—, no solo de forma pacífica sino como continuador y renovador del proyecto liberal, político y económico que inspiraba la obra imperial británica. Así, vía los acuerdos de Bretton Woods, que fijaron las reglas del comercio y las finanzas; la Conferencia de San Francisco, que dio paso a la ONU; y el Plan Marshall, que rescató al continente europeo del hambre, la inseguridad y la miseria y forjó la alianza más exitosa de la historia, la alianza transatlántica, Washington formalizó ese relevo pacífico de poder imperial, diseñando y luego sosteniendo con sus recursos el orden político, económico y militar mundial que conocemos.

Pero ahora, estos dos hegemones, el británico y el americano, que algunos han calificado de “benignos” (más que nada en comparación a otros competidores como la URSS o la Alemania nazi, y no obstante el escepticismo de Gandhi sobre el empeño de Occidente en denominar el imperialismo como “civilización”), están adoptando un rumbo aislacionista en lo político, proteccionista en lo económico, y xenófobo en lo identitario y cultural, cuestionando los elementos fundacionales del orden global que tanto la pax britannica como la pax americana han compartido y articulado.

«Que los países más abiertos y exitosos opten
por el aislacionismo es una anomalía histórica»

Lo paradójico es que tanto EE UU como Reino Unido tienen a su favor todos los elementos para seguir sosteniendo un orden multilateral liberal y beneficiarse de él con creces, como han hecho hasta ahora. Frente a las quejas que nos trasladan respecto a integración económica o la inmigración, lo cierto es que los dos países han superado la crisis de 2008 más rápido que sus rivales y, además, son un referente tanto en la integración de inmigrantes como en el fomento de la diversidad cultural y la tolerancia religiosa. Pese a los lamentos de Trump y de los partidarios del Brexit, sus países viven, en comparación a otros, y en comparación a otros periodos de su historia, una época dorada. Que los países más dinámicos, abiertos y exitosos tiren la toalla de la globalización no deja de resultar sorprendente de hasta qué punto vivimos una enorme anomalía histórica.

No sería, sin embargo, la primera vez en la historia que un imperio se suicidara. Entre 1405 y 1433, la marina imperial china, bajo el mando del almirante Zheng He, se paseó por todos los mares de Asia y África Oriental. La dinastía Qing fue capaz de organizar expediciones de hasta 300 barcos (algunos de 120 metros de eslora en una época en la que la Santa María de Colón solo tenía 26 metros) y decenas de miles de marinos. Pero a la muerte del emperador Yongle, justo coincidiendo con la época en la que los navegantes portugueses comenzaban a surcar los mares, sus sucesores decidieron poner fin a dichas expediciones, iniciando un largo periodo de aislamiento que cortaría el acceso de China a conocimientos y mercados claves en un momento crucial para su desarrollo, dejando al país en una situación de debilidad que posteriormente permitiría a Occidente doblegarla fácilmente y obligarle a abrir sus mercados. Que mientras Trump y May anuncian su intención de marcharse, el presidente chino, Xi Jinping, defienda la globalización desde el atril de Davos ofrece una pista muy clara sobre la profundidad del relevo de poder al que estamos asistiendo y vamos a ver profundizar.

«La cultura anglosajona ha generado la democracia
representativa y la economía de mercado»

Vivimos, a unos les gusta y a otros les pesa, en un mundo anglosajón. Esa cultura, o civilización, para quien quiera usar tal término, ha generado las dos instituciones que definen nuestro modo de vida: la democracia representativa y la economía de mercado. Las dos se derivan de una filosofía política, el liberalismo, en cuyo desarrollo el pensamiento anglosajón, desde John Locke en el siglo XVII a John Rawls en el siglo XX, ha tenido un papel esencial. Desde el catálogo de derechos arrancados en la Magna Carta por los nobles británicos a Juan sin Tierra en Runnymede en 1215 a la Declaración de Independencia proclamada en Filadelfia en 1776, pasando por la rebelión de Cromwell y el Parlamento contra el absolutista Carlos I durante la Revolución Inglesa, los hitos que jalonan el largo (aunque todavía incompleto) camino de la humanidad hacia la libertad son en gran medida anglosajones.

Un contraste despiadado el que se perfila entre todo aquello que debemos al liberalismo anglosajón y esa fotografía de diciembre pasado en la que dos sonrientes Trump y Farage posan ante el indescriptiblemente feo ascensor de la torre Trump de Nueva York, una instantánea que captura magistralmente el fin de época que parecemos estar viviendo. Duele convalidar la capacidad predictiva de un personaje tan repugnante como Nigel Farage, pero hay que reconocer que la pesadilla global que inauguramos hoy con la toma de posesión de Donald Trump comenzó a representarse ante nuestros ojos como verosímil cuando Farage, abanderado del movimiento para la salida de Reino Unido de la UE, predijo que la victoria de los partidarios del Brexit en el referéndum celebrado el pasado mes de junio no era sino un ensayo a escala europea de lo que habría de acontecer globalmente cuando Trump fuera elegido para la presidencia de Estados Unidos. Y así parece ser. El ensayo general ha acabado. Ahora sube el telón y comienza la obra de verdad.

NIEBLA DE CAMPAÑA: El camino a la urna. De José Ignacio Torreblanca

Lo cierto es que nada está decidido. Desconfíen, pues, de todos los que dicen que saben lo que va a pasar.

José Ignacio Torreblanca es Profesor Titular en el Departamento de Ciencia Política y de la Administración de la la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y Doctor Miembro del Instituto Juan March de Estudios e Investigaciones.

José Ignacio Torreblanca es Profesor  de Ciencia Política y jefe de la sección Opinión de El País

José Ignacio Torreblanca, 14 junio 2016 / EL PAIS

Es comprensible que muchos votantes contemplen estas elecciones desde la melancolía, la depresión o la abulia. ¿Cómo no simpatizar con su sensación de abatimiento ante la perspectiva de volver a escuchar los mismos y manidos argumentos, los clichés de siempre, el tono chillón de los candidatos y la retahíla de ironías supuestamente afiladas con la que los contendientes nos obsequian en su esfuerzo diario por hacer la frase del día y capturar la atención de los medios? Y todo ello sin más que un mísero debate a cuatro, prueba de que la calidad de la democracia española sigue dejando mucho que desear.

Esta comprensible percepción de hastío ciudadano contrasta, sin embargo, con el interés que está despertando fuera de nuestras fronteras lo que ocurre en España. Igual es solo triste consuelo de politólogo, pero lo que ocurre en España es el centro de todas las miradas: en ningún país europeo ha saltado el sistema bipartidista por los aires de forma tan brusca ni han aparecido nuevos partidos tan exitosos en tan poco tiempo.

el paisLo cierto es que nada está decidido. Desconfíen, pues, de todos los que dicen que saben lo que va a pasar. Las campañas electorales se parecen mucho a la guerra. Por un lado, requieren un inmenso esfuerzo previo de planificación, aprovisionamiento y diseño táctico. Por otro, todos los que participan en ella son conscientes de que su resultado está presidido por la máxima incertidumbre. En una campaña todo es posible y nada es descartable. Hay elecciones que claramente son de cambio y elecciones que desde el principio se antojan de continuidad. Pero también hay vuelcos, acontecimientos inesperados, tendencias que los sondeos no captan y victorias por la mínima en el último minuto. No es fácil cuantificar el grado exacto de incertidumbre.

Clausewitz aseveraba que tres de cada cuatro factores que, a la postre, se muestran decisivos en una batalla están sometidos a ese principio de incertidumbre; de ahí el concepto de “niebla de guerra”. Y seguramente tenía razón, tanto para las guerras como para las campañas. Así que no tiremos la toalla tan pronto.

Traemos esta sección a los lectores con el objetivo de ayudarles a atravesar la niebla. Nos comprometemos a proporcionar todos los días un análisis de calidad con una clave de interés que les ayude a encontrar el camino a la urna. A través de la niebla.

Deliberemos. De José Ignacio Torreblanca

El autor es el nuevo editor de la sección Opinión de El País.

José Ignacio Torreblanca es Profesor Titular en el Departamento de Ciencia Política y de la Administración de la la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y Doctor Miembro del Instituto Juan March de Estudios e Investigaciones. José Ignacio Torreblanca, 5 junio 2016 / EL PAIS

“Somos nosotros mismos los que deliberamos y decidimos conforme a derecho sobre la cosa pública, pues no creemos que lo que perjudica a la acción sea el debate, sino precisamente el no dejarse instruir por la discusión antes de llevar a cabo lo que hay que hacer”. Una sencilla pero potente observación (formulada por Pericles en el 431 a.C.) que resume a la perfección algo que todos sabemos, que una democracia es imposible sin un debate público de calidad, pero que demasiado a menudo olvidamos o nos intentan hacer olvidar.

Hablamos mucho de crisis de la democracia, y casi cada día intentamos reinventarla. Pero los principios que hacen funcionar nuestras democracias tienen casi 2.500 años de antigüedad y muy poca necesidad de renovación en lo el paisfundamental. Aquel ágora ateniense, que permitía una democracia participativa, se ha transmutado hoy en un ágora digital. Más que nunca, la complejidad del mundo en el que vivimos exige unos medios de comunicación que puedan explicar esos cambios, dar voz a la ciudadanía y exigir cuentas al poder.

Que los principios y ambiciones democráticas sean los mismos no quiere decir que sea fácil desarrollarlos. Al contrario, vivimos en una época marcada por profundos cambios tecnológicos que abren posibilidades tan infinitas como complejas de materializar. Y por si el reto del cambio digital no fuera suficiente, en nuestras sociedades proliferan los extremismos y la polarización, a veces alimentados por las dinámicas de las redes sociales, lo que hace difícil en ocasiones mantener ese debate público de calidad que sirve de oxígeno a nuestras democracias.

El PAÍS acaba de cumplir 40 años y se lanza con toda energía e ilusión a conquistar los nuevos espacios de debate público y deliberación que conforman Internet y las redes sociales. Queremos conectar a las generaciones que fundaron este periódico y lo han sostenido con su fidelidad con los jóvenes que se incorporan al mundo y también ansían un espacio abierto y plural para el análisis riguroso y de calidad. Además del cambio digital y generacional, buscamos abrirnos geográficamente a nuevas firmas, temáticas y miradas. En nuestras tribunas, aspiramos a mezclar la experiencia y la veteranía con la juventud y la innovación. Y en nuestros editoriales queremos reflexionar en voz alta sobre los hechos más relevantes de la actualidad, los problemas que nos preocupan a todos y las tendencias que están definiendo ya nuestro futuro. Queremos reflexionar, debatir, analizar, lograr entre todos un espacio público de calidad que mejore la democracia. Deliberemos.

@jitorreblanca

EL PAÍS Opinión se renueva

José Ignacio Torreblanca es el nuevo jefe de una sección que mira más a Internet y amplía áreas de debate.

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José Ignacio Torreblanca

5 junio 2016 / EL PAIS

EL PAÍS Opinión, la sección que el periódico dedica a editoriales, tribunas y debates, arranca nueva etapa con la mirada puesta en el desarrollo de contenidos para la web, en la renovación de firmas y en una invitación a lectores y generaciones de todo el mundo a participar en el intercambio de ideas. Éstas son las claves de la nueva etapa:

1) Más Internet. Llegar a más lectores a través de más canales es la filosofía de una nueva realidad que ha multiplicado sus posibilidades en la era de Internet. Además de la oferta en papel, la nueva sección intenta recorrer todos los caminos que hoy se abren en el universo digital.

Por ello, Opinión amplía su presencia en Internet con una página en Facebook donde los lectores pueden encontrar todos los contenidos de la sección, participar en encuestas instantáneas sobre cuestiones de actualidad y asistir a entrevistas en directo con los autores y responsables de la sección. Esta nueva página en Facebook se añade a nuestra cuenta ya existente en Twitter (@elpais_opinion), a la que seguirá, pronto, la presencia en Instagram. Opinión ofrecerá además videoanálisis de las noticias de actualidad, permitirá descargar podcasts semanales donde analizaremos con nuestros corresponsales los hechos y tendencias más relevantes de la actualidad mundial, y elaborará newsletters que enviará por correo electrónico a los lectores que se suscriban.

2) Renovación de firmas. Las secciones de Claves y Mirador renuevan sus articulistas buscando un mejor equilibrio geográfico, generacional, de género y temático. Se incorporan Víctor Lapuente, Sandra León, Jorge Galindo, Máriam Martínez-Bascuñán, Valeria Luiselli y Javier Sampedro, que suman sus columnas a las habituales de Julio Llamazares, Manuel Jabois, Jorge M.Reverte, José Ignacio Torreblanca, David Trueba y Xavier Vidal-Folch.

3) Ampliar el debate. Los lectores encontrarán más espacio para expresar su opinión en la sección de Cartas al Director en la web; una herramienta imprescindible para conectar con los lectores, darles voz y estar al tanto de sus preocupaciones. También, quienes aspiran a colaborar en EL PAÍS Opinión encontrarán en la web orientacioens para hacerlo: aportar claves originales, identificar temas novedosos, buscar ángulos distintos, mostrar realidades diferentes o rehuir manifiestos y argumentarios, son algunas de las recomendaciones.

Además, los lectores seguirán encontrando en nuestra sección a los mejores viñetistas, un comentario diario de actualidad (Acento) y una ventana al mundo (Conversación Global).

La nueva etapa de EL PAÍS Opinión cuenta con José Ignacio Torreblanca como jefe de esta área. Torreblanca es profesor de Ciencia Política en la UNED y ha dirigido la oficina en Madrid del European Council on Foreign Relationes (ECFR). Es columnista de EL PAÍS desde junio de 2008. Su último libro Asaltar los cielos: Podemos o la política después de la crisis (Debate) se publicó en abril de 2015. Ha publicado también ¿Quién Gobierna en Europa? (Catarata, 2014) y La fragmentación del poder europeo (Icaria-Política Exterior, 2011). En 2014 fue galardonado con el Premio Salvador de Madariaga de periodismo.

Lula caído. De José Ignacio Torreblanca

José Ignacio Torreblanca es Profesor Titular en el Departamento de Ciencia Política y de la Administración de la la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y Doctor Miembro del Instituto Juan March de Estudios e Investigaciones.

José Ignacio Torreblanca es Profesor Titular en el Departamento de Ciencia Política y de la Administración de la la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y Doctor Miembro del Instituto Juan March de Estudios e Investigaciones.

José Ignacio Torreblanca, 30 marzo 2016 / EL PAIS

Hasta hace unas semanas, Lula era un icono global. Su trayectoria personal y la del Brasil que presidió entre 2003 y 2010 corrían tan en paralelo que era difícil no confundir una con otra. Porque la historia de lo logrado por aquel niño que no conoció el pan hasta los siete años y la de un país como Brasil, que de líder en pobreza y desigualdad consiguió convertirse en referente del Sur, encajan como un guante en una mano.

Gestionar esa fusión de biografía e historiografía no debe haber sido fácil, máxime cuando su salida del poder no coincidió con una gran crisis económica o institucional, sino con el punto más alto de su éxito. Lula no sólo dejó la presidencia después de haber logrado sacar de la pobreza a más de 30 millones de personas sino capitaneando una economía que crecía al 7,5% y liderando el Sur emergente contra el viejo y anquilosado Occidente. Su final de mandato no pudo ser más apoteósico: Brasil ganaba la sede de los Juegos Olímpicos y Lula entraba en el Olimpo de la izquierda.

el paisHoy, el Brasil de su sucesora, Dilma Rousseff, decrece al 3,8% en medio de un brutal escándalo de corrupción, un conflicto entre el poder ejecutivo y la judicatura y una amenaza de choque con el poder legislativo a costa del proceso de destitución de la presidenta que hacen preguntarse a muchos brasileños si aquel milagro económico y social no se asentaba en unos pies de barro institucionales. Entristece la reacción de Lula al cuestionamiento de su figura, confundiendo su persona y las instituciones de su país y empeñándose en situarse por encima de ellas. El Lula cuyo origen humilde siempre le permitió ver más lejos que nadie parece hoy desorientado, sin nadie que le cuente la verdad sobre su caída.

Con todo, la caída del ángel Lula significa que hay un nuevo Brasil abriéndose camino: un país donde la legitimación carismática del liderazgo no se antepone a la separación de poderes, esencial para la estabilidad de las instituciones, y donde el desarrollo económico, por mucho que acabe con la pobreza, no justifica la corrupción. Una historia tan brasileña como global que seguro les suena muy familiar.

@jitorreblanca

A por Sánchez. De José Ignacio Torreblanca

El ajedrez poltico español se ha complicado aun más con dos movidas: la de Mariano Rajoy de no hacer uso de su derecho de intentar a formar gobierno; y la de Pablo Iglesias de anunciar su candidatura a la vicepresidencia en una colación con el PSOE. Mucho -casi todo- depende ahora de las decisiones del PSOE. Reproducimos aquí un comentario de José Ignacio Torreblanca sobre la complicada relación PSOE-PODEMOS.

Segunda Vuelta

Rajoy, oliendo la sangre, ha decidido dejar pasar al gladiador Sánchez, que se apresta a batirse…

José Ignacio Torreblanca es Profesor Titular en el Departamento de Ciencia Política y de la Administración de la la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y Doctor Miembro del Instituto Juan March de Estudios e Investigaciones.

José Ignacio Torreblanca es Profesor Titular en el Departamento de Ciencia Política y de la Administración de la la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y Doctor Miembro del Instituto Juan March de Estudios e Investigaciones.

José Ignacio Torreblanca, 23 enero 2016 / EL PAIS

Para entender la motivación del sorpresivo anuncio realizado ayer por Pablo Iglesias, que deja fuera de juego a Pedro Sánchez, basta recuperar la entrevista concedida por Iglesias a la revista New Left Reviewen mayo del año pasado. Preguntado sobre el PSOE, Iglesias explica a su interlocutor que dicho partido tiene dentro de sí dos corrientes diferenciadas: una primera, que denomina como de “régimen”, cuya prioridad es detener a Podemos, para lo que estaría dispuesto a gobernar en gran coalición con el PP y Ciudadanos; y una segunda, partidista y más de izquierdas que, consciente de que una gran coalición significaría la implosión del partido, concedería a Podemos el espacio y la legitimidad en el que crecer políticamente. A este análisis, sin duda certero a la vista de lo ocurrido, Iglesias sumaba una inquietante respuesta sobre el papel que él veía que Podemos debía jugar frente a esas divisiones internas. “Podemos”, anunciaba Iglesias, “explotaría las contradicciones del PSOE”.

Nada explica mejor el paso dado ayer por Podemos que el deseo de terminar con un PSOE muy debilitado y con un líder sin margen de maniobra debido a sus pésimos resultados electorales. Para que España fuera como Portugal, el PSOE debería triplicar en tamaño a Podemos, estar cohesionado internamente y mostrar estabilidad en las perspectivas electorales. Pero el PSOE tiene demasiados pocos votos para cabalgar sobre un Podemos ensoberbecido, está dividido internamente y sus perspectivas electorales son malas. Consciente de ello, Iglesias y los suyos han tirado del guión de su serie favorita, Juego de Tronos, y han empujado al PSOE y a Sánchez al precipicio. Porque el anuncio de Iglesias y su humillante escenificación (sin comunicarse previamente con el PSOE) están maquiavélicamente diseñados para lograr el efecto contrario al anunciado: hacer imposible un gobierno PSOE-Podemos. El objetivo de Podemos no es gobernar con el PSOE, como en Portugal, sino destruirlo y reemplazarlo, como Syriza hizo con el PASOK. Sánchez debería pues olvidarse de Lisboa y a cambio mirar a Atenas. Rajoy, oliendo la sangre, ha decidido dejar pasar al gladiador Sánchez, que se apresta a batirse ¿consciente? de que su única victoria posible es ser derrotado con honor.

@jitorreblanca

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El viaje de Podemos: desde la calle hacia el poder. De José Ignacio Torreblanca

Varios libros se acercan al fenómeno de Pablo Iglesias desde el ensayo o la ciencia política. El partido que nació para renovar la izquierda decidió saltar por encima de ella.

José Ignacio Torreblanca es Profesor Titular en el Departamento de Ciencia Política y de la Administración de la la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y Doctor Miembro del Instituto Juan March de Estudios e Investigaciones.

José Ignacio Torreblanca es Profesor Titular en el Departamento de Ciencia Política y de la Administración de la la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y Doctor Miembro del Instituto Juan March de Estudios e Investigaciones.

José Ignacio Torreblanca, 18 mayo 2015 / EL PAIS – BABELIA

Podemos pudo llamarse “Adelante”, pero el nombre se descartó porque era poco sexy. La otra alternativa fue “Sí se puede”, pero había un partido en Canarias registrado con ese nombre. Finalmente se optó por Podemos. La discusión tuvo lugar en diciembre de 2013 en un coche conducido por Pablo Iglesias y con Miguel Urbán, entonces amigo de este y miembro destacado de Izquierda Anticapitalista, de copiloto. Lo cuenta el periodista Jacobo Rivero en su obra Podemos. Objetivo: asaltar los cielos (Planeta, 2015), un obra bien documentada e importante para quien tenga interés en conocer la intrahistoria del surgimiento de Podemos y su posterior evolución. Rivero, que no oculta su cercanía con los protagonistas de esta historia, ni tampoco su simpatía e identificación con sus motivaciones y aspiraciones, retrata sin embargo con equidistancia la micropolítica de la izquierda madrileña de la que surge Podemos, con sus debates, peleas, envidias y obsesiones.

Podemos nació con una contradicción esencial
y seguramente insalvable entre el grupo de Iglesias
e Izquierda Anticapitalista

El libro de Rivero conviene leerse en paralelo con Pablo Iglesias: biografía política urgente (Stella Maris, 2015), del también periodista Iván Gil, que además de aportar datos biográficos interesantes sobre Iglesias, añade el contrapunto crítico del que el trabajo de Jacobo Rivero carece cuando sobrevuela los temas más delicados de la biografía de Podemos (como las relaciones con la Venezuela bolivariana o el oscuro origen de los fondos que recibió Monedero). En su obra, Gil escarba eficazmente en las inconsistencias de Podemos y su líder, ofreciéndonos un relato algo más descarnado y distante, pero sin caer en el ataque gritón o demagógico habitual en algunos de los críticos habituales de Podemos.

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Del libro de Gil se desprende un dato interesante relacionado con la biografía del abuelo de Iglesias, Manuel, habitualmente presentado por Pablo Iglesias como héroe de la República y víctima del franquismo. Como presidente del Tribunal del IX Cuerpo del Ejército Republicano, y con sólo 24 años, Manuel Iglesias dictó nueve sentencias de muerte, pero se salvó luego de ser fusilado gracias a su amistad con el ministro franquista Pedro Gamero del Castillo, la intercesión del obispado madrileño, que certificó que el teniente Manuel Iglesias era un buen cristiano, y el testimonio de un policía político falangista, amigo de la infancia, que Manuel había escondido en su domicilio durante cuatro meses, salvándole la vida. Una historia mucho más reveladora de la tragedia que fue aquella guerra y que hubiera dado para una lectura más humana y menos maniquea de la historia de España y de su biografía de la que habitualmente realiza Iglesias y que ha consagrado en su libro Disputar la democracia: política para tiempos de crisis (Akal, 2014), un relato con trazo grueso y apresurado que simplifica la historia de España como una lucha del pueblo, bueno, contra la élite, mala, y que seguramente no constará entre las mejores aportaciones de Iglesias a la ciencia política.

Podemos nace como una operación de renovación
de la izquierda con el objetivo de sacarla de la marginalidad electoral
y situarla en posición de reemplazar al PSOE

Dejando atrás el relato micro, si quieren tomar algo de distancia y adoptar una perspectiva algo más analítica, entonces deben cambiar de muletas. Dos de ellas, también de reciente aparición, les serán muy útiles. Una primera es Podemos: la cuadratura del círculo (Debate, 2015), del colectivo de politólogos denominado Politikon, que reúne cinco breves ensayos, muy bien escritos y muy esclarecedores, que tocan casi todos los aspectos de Podemos sobre los que la ciencia política tiene algo que decir, desde las condiciones en las que pueden aparecen nuevos partidos políticos, las estrategias de campaña, los problemas y tensiones organizativos, el perfil de sus votantes y las expectativas de futuro. La otra muleta politológica es Los votantes de Podemos: del partido de los indignados al partido de los excluidos, de José Fernández-Albertos (Catarata, 2015), un trabajo muy riguroso de este politólogo, investigador en el CSIC. Fernández-Albertos da muy buena cuenta de algunos de los tópicos más habituales sobre quiénes son los votantes de Podemos y bucea hasta el fondo en el análisis de las encuestas realizadas desde el surgimiento de Podemos. En torno a ellas articula la tesis central de su libro, con la que coinciden los politólogos de Politikon: que Podemos, aunque hable de la crisis económica, de la desigualdad y de la fractura social, no ha sido en primer lugar el partido de los perdedores de la crisis, sobre todo los desem­pleados, sino ante todo el de aquellos capaces de solidarizarse con esos perdedores. Sólo posteriormente, demuestra el autor, ha sido Podemos capaz de comenzar a llegar a los perdedores de la crisis. Esos dos públicos marcan, cuenta Fernández-Albertos apoyado en un abrumador número de datos, el suelo y el techo posible de Podemos, y explica bien los vaivenes a los que se está viendo sometidos en las encuestas. Los votos de Podemos tienen dos orígenes distintos y por tanto dos riesgos diferenciados: perder el apoyo de las clases medias urbanas que les hicieron florecer o perder el apoyo de los perdedores de la crisis que les comenzaron a catapultar hacia los cielos.

Alberto Garzón y Tania Sánchez intentaron la renovación
desde dentro de Izquierda Unida. Pablo Iglesias decidió,
en lugar de asaltar Izquierda Unida, saltar por encima de ella

Estas lecturas ponen de manifiesto algo que, quizá por evidente, a veces olvidamos: que Podemos nace como una operación de renovación de la izquierda de la izquierda con el objetivo de sacarla de la marginalidad electoral y situarla en posición de reemplazar al PSOE. Porque aunque el objetivo final de Podemos sea asaltar los cielos, el primer objetivo de los protagonistas de esta historia siempre fue asaltar Izquierda Unida, una organización que veían anquilosada e incapaz de ofrecer una alternativa política en un momento en el que el bipartidismo se estaba deshaciendo como consecuencia de la confluencia de la crisis económica con la institucional y social. Unos, como Alberto Garzón y Tania Sánchez, intentaron e intentan esa renovación desde dentro de Izquierda Unida, con desigual resultado, y otros, como Pablo Iglesias y los miembros de Izquierda Anticapitalista, tiraron la toalla y decidieron, en lugar de asaltar Izquierda Unida, saltar por encima de ella. Podemos nació con una contradicción esencial, y seguramente insalvable, entre el grupo de Pablo Iglesias, que desde el principio concibió el partido como una máquina pensada para ganar elecciones recurriendo a técnicas avanzadas de mercadotecnia y comunicación política y los que, desde Izquierda Anticapitalista, concibieron el partido como el instrumento político para representar en las instituciones a los movimientos sociales surgidos al calor de la crisis. Parece evidente que esa alianza puramente circunstancial y táctica entre dos filosofías políticas y estrategias organizativas completamente antagónicas, que los cuadros de Izquierda Anticapitalista informalmente denominaron Operación Coleta, sólo puede sostenerse mientras acompañen los resultados electorales. ¿Es Podemos, por su origen, más vulnerable a unos malos resultados que otros partidos políticos? La respuesta a partir del día 24.

José Ignacio Torreblanca es profesor de Ciencia Política en la UNED
y autor de Asaltar los cielos: Podemos o la política después de la crisis.
Debate. Barcelona, 2015. 218 páginas. 15,90 euros (9,90 digital)

Otros libos sobre el trema:
Biografía política urgente. Iván Gil, Pablo Iglesias.

Stella Maris. Barcelona, 2015. 224 páginas. 19 euros.

Los votantes de Podemos: del partido de los indignados al partido de los excluidos.
José Fernández-Albertos. Catarata. Madrid, 2015. 112 páginas. 14 euros.

Podemos: La cuadratura del círculo.
Politikon. Debate. Barcelona, 2015. (1,49 euros, electrónico).

Podemos. Objetivo: asaltar los cielos.
Jacobo Rivero. Planeta. Barcelona, 2015. 320 páginas. 16 euros.

Los cochinos socialdemócratas. De José Ignacio Torreblanca

¿Está dispuesto Tsipras a pactar con aquellos a los que quería doblegar y volver a casa como un típico social-traidor?

José Ignacio Torreblanca es Profesor Titular en el Departamento de Ciencia Política y de la Administración de la la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y Doctor Miembro del Instituto Juan March de Estudios e Investigaciones.

José Ignacio Torreblanca es Profesor Titular en el Departamento de Ciencia Política y de la Administración de la la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y Doctor Miembro del Instituto Juan March de Estudios e Investigaciones.

José Ignacio Torreblanca, 11 julio 2015 / EL PAIS

Para la izquierda radical sólo hay una izquierda verdadera. Los socialdemócratas, pobres diablos, son unos social-liberales, social-traidores o, si la discusión se acalora, incluso unos social-fascistas. Del lenguaje de la asamblea se deduce que los socialdemócratas son el principal obstáculo para el triunfo de los valores de la izquierda: unos vendidos que siempre acaban pactando con el capital y la burguesía y en lugar de superar la economía de mercado y la democracia liberal acaban reforzando a ambas. Cada vez que llegan al poder, esos cochinos socialdemócratas, miopes históricamente en cuanto a la dialéctica destructiva del capital y por completo insensibles ante la devastación liberal, se conforman con extraer del sistema unas migajas en forma de redistribución de impuestos y unas pocas oportunidades educativas. Una pena.

El hecho de que esos cochinos socialdemócratas hayan traído a Europa las mejores décadas de su historia en términos de libertad e igualdad no parece impresionar mucho a la izquierda radical. Como tampoco parece impresionarles el hecho de que cada vez que ellos han llegado al poder y llevado a cabo su programa original, sus buenas intenciones han devenido en escasez material, retroceso en las libertades e igualación a la baja de las oportunidades. El Muro de Berlín cayó, y muchos pensaron vanamente que en esa izquierda habría un aprendizaje sobre el pasado. Pero la realidad desmiente esa evolución: los nuevos experimentos de la izquierda radical latinoamericana están acabando, como siempre que el dogmatismo ideológico se impone, con escasez material e incluso con retrocesos en libertades y derechos.

Tras seis meses de retórica y confrontación, Tsipras ha llegado a un cruce de caminos muy familiar para la izquierda. En él ha encontrado el mismo dilema que todos los gobernantes de izquierdas que han accedido al poder han tenido que enfrentar en algún momento. Se trata de una elección entre pragmatismo y dogmatismo, entre incrementalismo y maximalismo, entre las certezas del pasado y las incertidumbres del futuro. Cuando la lucha ideológica desemboca en colas de jubilados en los cajeros, parecería prudente mandar parar máquinas. ¿Está dispuesto Tsipras a convertirse en un cochino socialdemócrata que pacte con aquellos a los que quería doblegar y que acepte volver a casa como un típico social-traidor?

@jitorreblanca

El referéndum griego: una buena mala idea. De José Ignacio Torreblanca

El referéndum es instrumento de ratificación y, por tanto, de legitimación democrática de los acuerdos ya alcanzados, no un ardid negociador para acumular fuerzas de cara a una negociación posterior.

José Ignacio Torreblanca es Profesor Titular en el Departamento de Ciencia Política y de la Administración de la la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y Doctor Miembro del Instituto Juan March de Estudios e Investigaciones.

José Ignacio Torreblanca es Profesor Titular en el Departamento de Ciencia Política y de la Administración de la la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y Doctor Miembro del Instituto Juan March de Estudios e Investigaciones.

José Ignacio Torreblanca, 30 junio 2015 / EL PAIS

La decisión de Alexis Tsipras de convocar un referéndum es una muy mala idea. Y no porque los referendos sean malos en sí mismos sino porque para que cumplan su función democrática tienen que reunir una serie de condiciones. Un referéndum exige una pregunta clara que la gente corriente pueda entender. Y las posibles respuestas, idealmente no más de dos y mutuamente excluyentes, deben estar igualmente claras, tanto en su formulación como en las consecuencias. Ninguna de esas condiciones se da aquí.

La pregunta del referéndum griego remite a un complejísimo texto de diez páginas sembrado de detalles sobre aumentos de impuestos, recortes en gastos y reformas estructurales que la inmensa mayoría de los griegos ni podrá leer ni mucho menos entender. Incluso la minoría que pueda entenderlo no podrá valorarlo fácilmente, ni en su contenido ni en sus implicaciones. Cada griego tendrá que hacerse dos preguntas de muy difícil respuesta: una, si las medidas que las instituciones europeas ofrecen son las adecuadas para relanzar la economía griega (¿comparadas con qué?); dos, si independientemente de la sabiduría de dichas medidas, el gobierno griego podría obtener mejores condiciones en una nueva negociación. A la primera pregunta, el gobierno griego responde que no, a la segunda que sí. ¿Entonces por qué convoca un referéndum?

El referéndum es instrumento de ratificación y, por tanto, de legitimación democrática de los acuerdos ya alcanzados, no un ardid negociador para acumular fuerzas de cara a una negociación posterior. Lo que hace un gobierno que convoca un referéndum para pedir el no a un acuerdo no alcanzado es confesar su debilidad en un doble plano: en el exterior, incapaz de cerrar un buen acuerdo, y en el interior, incapaz de lograr su ratificación. De ahí que, inevitablemente, el referéndum se convierta en un plebiscito sobre el negociador. Ahí es donde esta consulta acaba convirtiéndose en una buena idea: tras seis meses de negociaciones, todo griego debería tener una opinión formada sobre si Tsipras debe seguir al frente de la negociación o si es hora de ir a unas elecciones anticipadas. El referéndum versará sobre la gestión que Tsipras ha hecho de las negociaciones con los socios comunitarios. Una pregunta muy pertinente y que ayudará a clarificar el futuro de Grecia.