Giaconda Belli

El espíritu de Rubén Darío en la rebelión nicaragüense. De Giaconda Belli

La biblioteca de Ciudad Darío, una municipalidad Matagalpa (Nicaragua) en donde nació Rubén Darío, tiene un retrato del poeta. Credit Federico Rios Escobar para The New York Times
GIACONDA
BELLI,
escritora
nicaraguense

18 enero 2019 / THE NEW YORK TIMES/Español

Temblad, temblad, tiranos, en vuestras reales sillas,
ni piedra sobre piedra de todas las Bastillas
mañana quedará.
Tu hoguera en todas partes, ¡oh, Democracia! inflamas,
tus anchos pabellones son nuestras oriflamas
y al viento flotan ya.
Rubén Darío

Una y otra vez los nicaragüenses hemos buscado luchar contra la tiranía.

Hay quienes atribuyen este espíritu combativo y libertario a héroes guerreros, como el general Augusto César Sandino, padre del sandinismo y el líder que combatió a la ocupación estadounidense y fue asesinado poco después por Anastasio Somoza García, quien impondría una dinastía dictatorial por más de cuarenta años. Sin embargo, el mayor héroe que ha tenido Nicaragua fue alguien que jamás disparó un arma y nos llenó de sueños la cabeza. Se trata de un poeta, un gran poeta: Rubén Darío.

Curioso que la fecha de su natalicio, 18 de enero, coincida con la fecha en que se cumplen nueve meses del inicio de las protestas en Nicaragua, el 18 de abril de 2018. Esta coincidencia es una casualidad, pero la menciono porque intento conjurar la figura de Darío y su legado como un componente esencial del ser nicaragüense y del poético espíritu aguerrido de nuestra rebelde idiosincrasia.

Desde su muerte en 1916, Rubén Darío se convirtió en lo que un poeta de la generación de los sesenta llamó “paisano inevitable”. Y es que, en un país de héroes controvertidos, amados por unos y despreciados por otros —a Sandino, Somoza lo llamaba “bandolero”— Darío era una figura de enorme prestigio y fama en Hispanoamérica. Así que no hubo gobernante nicaragüense que no se preocupara por enaltecerlo, por convertirlo en símbolo e ícono de la cultura nacional.

Durante el largo periodo de la dictadura de los Somoza, de 1936 a 1979, el régimen destacó el lado europeo del poeta, lo presentó vestido de toga romana con corona de laureles en la cabeza, rodeado de cisnes y ninfas. Cada año se le conmemoraba eligiendo a una mujer bella, una “Musa Dariana”, en medio de una ceremonia donde abundaban liras de papel dorado, cubiertas de flores y donde se declamaban con gestos exagerados y melodrama los poemas más fantasiosos del poeta. Uno, por ejemplo, “Margarita está linda la mar” está dedicado por Darío a la cuñada de Somoza García —y no por esto es menos bello e imaginativo— y los nicaragüenses nos lo aprendíamos de memoria en el colegio. Para decirlo, repetíamos los ademanes cursis de los recitadores que veíamos en estas atroces ceremonias.

Pero estas faustas y fatuas festividades no lograron ocultar la calidad de su obra, ni apagar la veneración por su palabra. Quienquiera que se acercara a la fantasía de su poesía terminaba descubriendo la fuerza de sus escritos cargados de orgullo por el pasado indígena de las Américas, su rechazo a la injerencia imperial de Estados Unidos en su época y su condena a la explotación de muchos y el enriquecimiento de pocos. En los años de la Revolución sandinista este fue el Darío que sustituyó al de los faunos y las ninfas.

Nicaragua no tuvo más héroe que Darío hasta que al inicio de la Revolución, en la década de los sesenta, Carlos Fonseca, fundador del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), sacó a Sandino de la oscuridad de la historia. De allí que en el país no solo haya más poetas por metro cuadrado que en ningún otro país latinoamericano, sino que el romanticismo del sentimiento poético se haya transferido a la lucha política, dándole el carácter épico y original que sedujo a la opinión mundial y a la solidaridad internacional.

La frase de Darío “si la Patria es pequeña, uno grande la sueña” está en el corazón de nuestras rebeliones. Esa aspiración animó nuestra resistencia a aceptar la pequeñez y mezquindad de la dictadura somocista. Es la misma que ahora ha sublevado a la población a levantarse para impedir una nueva dictadura que Daniel Ortega ha venido imponiendo desde su retorno al poder en 2007 y que irónicamente ha hecho palidecer a la de los Somoza, a quienes derrocó en 1979.

Es el espíritu de la poesía el que se manifiesta en el arrojo desafiante de este pequeño país que otra vez, ahora desarmado y enfrentando cívicamente la represión desmedida del gobierno, emociona y conmociona a la comunidad internacional con su decisión de no ceder en su largamente negada demanda de libertad y democracia.

Una mujer porta una máscara con los colores de la bandera nicaragüense durante una manifestación contra el gobierno de Daniel Ortega en enero de 2019. Credit Andrea Comas/Associated Press

En menos de un año, Nicaragua ha sufrido la pérdida de más de 325 de sus ciudadanos, más de quinientos han sido encarcelados y juzgados como terroristas, sus medios independientes han sido clausurados, confiscados y puestos bajo asedio, las manifestaciones han sido prohibidas y el país ha sido militarizado.

El pueblo de Rubén Darío se enfrenta otra vez a la adversidad. Nicaragua se enfrenta ahora a un exrevolucionario devenido en tirano y a su esposa y vicepresidenta, Rosario Murillo, quien se llama igual que la influencia más negativa que persiguió al poeta hasta el fin de sus días: la de su segunda esposa, también Rosario Murillo, con quien lo casaron a la fuerza. Así de irónica puede ser la poesía de la historia.

A 152 años de su nacimiento, los versos del poeta que les dijo a los líderes autoritarios: “Temblad, temblad, tiranos, en vuestras reales sillas”, y pidió con fervor la “hoguera” de la democracia nos acompañan en la lucha por nuestro país.

Dies Irae para Daniel Ortega y Rosario Murillo. De Giaconda Belli

Giaconda Belli, poeta y novelista nicaraguanse

25 abril 2018 / Confidencial

No lo esperábamos tan contundente pero el Día de la Ira llegó para nuestros gobernantes el 19 de abril.

De un golpe cayeron con sonido de vidrios rotos las encuestas, las afirmaciones, las creencias de que gobernaban con el apoyo y aprobación de la mayoría. De una vez se vinieron al suelo las pretensiones de que podían salirse con la suya violando las leyes, destruyendo la Constitución, inventando un sistema de país a su imagen y semejanza.

La arrogancia con que han venido ignorando las críticas de tantos, la impunidad con que actuaron para aterrorizar a pacíficos manifestantes y evitar que el pueblo se manifestara en las calles, la violencia que creían poder desatar sin pagar ningún precio, les pasó la cuenta.

Podrán seguir repitiendo el discurso del amor, alegando que quieren el diálogo, atribuyéndose la defensa de la familia, atreviéndose a llamarse revolucionarios, acusando a quienes los adversan de “derechistas” o de ser instrumentos de la CIA, pero después del 19 de abril, su discurso ha quedado vacío. Las mentiras de ese discurso que por once años han intentado hacernos creer, han quedado en evidencia ante todo el pueblo. No se puede tapar el sol, ni el 23 de abril, con un dedo.

Esa ficción de “pueblo presidente” que nos decían éramos mientras nos ignoraban, ha salido de su estado de callada condena para convertirse en una realidad y demandarlos a voces por su mal gobierno, sus arbitrariedades, su falta de ética, los fraudes electorales, el apañamiento de delincuentes, la malversación de las leyes, la entrega de nuestras tierras, la venta de nuestra soberanía, el descuido de nuestros recursos, la arrogancia de su opacidad informativa, de su negativa a ser transparentes en los asuntos del estado, la desconfianza hacia sus propios ministros que han tratado como peleles, el abuso de los empleados estatales para obligarlos a rotondear bajo amenaza de despedir a quienes no sean sumisos y aduladores, el crimen de haber hecho retroceder un avance tan esencial como la apoliticidad del Ejército y la Policía, insistiendo en doblegar a sus jefes, en malearlos, en obligarlos a deponer sus propios códigos militares y en someterse, no al pueblo presidente, sino a una pareja autoritaria y ciega a la realidad.

La sangre de los que lucharon por un país libre: los que cayeron en la lucha contra Somoza y los que han caído en estos once años y sobre todo en esta semana valiente, ha vuelto a revivir en esta nueva generación de nicaragüenses dispuestos a recuperar el sueño de una Patria Libre. No en vano existieron hombres y mujeres generosos y ejemplares que quisieron iluminar la oscuridad. Sus fantasmas están con nosotros, su legado está con nosotros. Sandino vive.

El Dies Irae es el día del juicio, es la hora del juicio. Daniel Ortega y Rosario Murillo han sido juzgados como gobernantes: no son lo que queremos para nuestro país. Se les dio la oportunidad, pero no fueron dignos: los acabó la ambición, los cegó el mesianismo, la arrogancia de sus propias interpretaciones.

Los nicaragüenses ahora estamos ante un problema: se habla de diálogo. Se dice que es lo más civilizado; pero ¿cómo dialogar a estas alturas? La desconfianza hacia Daniel y Rosario es insuperable. Ya mostraron ampliamente su vocación totalitaria. ¿Cómo creer que tendrán la tolerancia y el espíritu democrático, la ética y la transparencia que debe tener un buen gobierno? ¿Qué diálogo puede haber con ellos cuando no creemos en su disposición de acatar verdaderamente la voluntad del pueblo? ¿Quién será el garante de que se cumplirá lo que se acuerde cuando hemos visto a Daniel Ortega ignorar los acuerdos y compromisos que firmó para llegar al poder?

La solución de este problema es una: el Presidente y su esposa deben tener a valentía para darse cuenta de que se les terminó su tiempo.

El pueblo presidente les pide que renuncien. Deben renunciar. Sin que muera nadie más, sin obligar a los nicaragüenses a volver a las calles, deben renunciar. Fracasaron, se sobrepasaron. Humildemente, acéptenlo y renuncien.

Es la única salida decente y digna que les queda.

Aproximaciones a un enigma. De Giaconda Belli

GIACONDA BELLI, scritora nicaraguense

Giaconda Belli, escritora nicaraguense

Giaconda Belli, 28 junio 2016 / CONFIDENCIAL

¿Qué le pasa a Daniel Ortega? Creíamos que había aceptado convivir con ciertas reglas del juego democrático y que las encuestas y los altos números de favor popular para él y Rosario Murillo, le permitirían continuar la sui-generis política de zanahoria y garrote que llevaba hasta ahora. Yo hasta me atreví a sugerir que la praxis de este gobierno se podía calificar como una “dictablanda”. Lo dije pasándome yo misma de democrática, en el sentido de que a menudo el discurso que tildaba de “dictador, tirano y otro Somoza” a Ortega, me parecía demasiado similar al tono sandinista de los ochenta, y al mismo tono que usa Ortega. Son discursos blanco y negro, pensaba yo. No hay ningún chance de inclusión o de comprensión de las razones del disenso mutuo. Parece que el uno solo pudiera existir si el otro no existe. Y la verdad es que, como ciudadanos del mismo país, tendríamos que aspirar a poder coexistir, no importa cuán diferentes sean nuestras ideas.  Quienes abogamos por la democracia, no podemos sonar iguales que un liderazgo populista que no ha tenido empacho en devorar a los propios hijos del partido antes que soportar sus desacuerdos.

Triste ha sido darme cuenta que mi pequeño optimismo político era infundado, y que hablar de dictadura o de la sombra de Somoza, no ha sido prematuro o vano, aunque siga pensando que es necesario otro lenguaje.

confidencialAsí que ya estamos en el populismo puro y duro que aborrece la democracia y que ha logrado, a través de la manipulación de leyes e instituciones, conservar el espejismo de una formalidad democrática, mientras vacía de contenido y obstaculiza la participación en el juego político de ese sector de la población, grande o pequeño, que no piensa de la misma manera.

El endurecimiento de las últimas semanas, me atrevo a afirmar, es una directa consecuencia de los problemas de Nicolás Maduro con una oposición cada vez más capaz de señalar responsabilidades y malos manejos y cada vez con más respaldo popular. Sumemos a eso alguno que otro consejito: “no dejes que la oposición exista, chico, córtala por lo sano antes de que tenga oportunidad de crecer. Mira lo que pasa en Venezuela.”  En el esquema populista radical de Ortega, la idea de elecciones libres, de alternabilidad en el poder, es un truco burgués. Esa fue la manera de pensar de la izquierda hasta la crisis del socialismo real. El fracaso de este, condujo a una crisis ideológica que dio dos resultados: una parte de la izquierda se democratizó; se dio cuenta de que un socialismo impuesto a base de la privación de libertades, no construía ni al hombre nuevo, ni la sociedad justa. Otra parte abrazó el populismo: libre mercado, manipulación de las culturas populares y un reducido espacio democrático basado en “elecciones” amarradas para que se acepte el modelo a nivel internacional. Pero Ortega ya vio lo que pasó con el peronismo en Argentina, en Bolivia con el referéndum de Evo, y ve lo que pasa en Venezuela. Él no quiere que en Nicaragua exista esa alternativa. La receta más fácil: terminar la oposición antes de que levante cabeza y se organice.

Es interesante que le quita la representación legal al PLI a Eduardo Montealegre justo cuando este había logrado alguna tracción con la elección de Luis Callejas y Violeta Granera como fórmula; y con personas conocidas como Berta Valle o Ana Margarita Vijil, dispuestas a ser diputadas. Luis y Violeta, me atrevo a especular, habrían logrado entusiasmar a buen número de gente del campo y de las ciudades, porque son un binomio honesto, caras nuevas, más jóvenes. Además durante los procesos electorales, la gente suele abrir su percepción a lo que está bien o mal a su alrededor y siempre los partidos que no gobiernan pueden prometer más. El punto es que Ortega cortó las alas de una alternativa opositora configurada sobre una alianza amplia. La Suprema le sirvió en bandeja el litigio engavetado hacía cinco años. Rosales y Solís se prestaron disciplinados al juego, si es que no le dieron la idea y zas, cayó la guillotina.

No se asombre nadie que multitudes no hayan salido a la calle a protestar. La figura de Eduardo Montealegre no arrastra mucha gente. Si Luis y Violeta y Ana Margarita y Berta u otros diputados hubiesen estado en campaña más tiempo, de seguro podrían haber reunido buenas concentraciones, pero el régimen no les dio tiempo. Fue una operación quirúrgica con unos drones llamados Rosales y Solís. Ambos bien conocidos por otros “fallos” legalmente insostenibles, pero “artísticamente” construidos.

Paradójicamente, la maniobra fue tan burda y la guillotina tan obvia que a la larga lo que lograron fue deslegitimar las elecciones y legitimar a la oposición.

Luego están las expulsiones que tienen tan preocupado al COSEP, que hasta ahora ha sido interlocutor contento de Ortega. Un profesor y dos trabajadores de las Aduanas (los tres ciudadanos de EE.UU.),  según dicen los medios, expulsados a menos de 24 horas de estar en el país. Una investigadora mexicana acosada hasta que se marchó y los seis internacionalistas de ese movimiento del Buen Vivir que fueron acusados de manejar explosivos primero y después declarados inocentes, pero deportados y puestos, como quién dice, “de patitas en las fronteras norte y sur”. Hasta ahora eso no se había visto. Nicaragua ha sido un país abierto. Reporteros e investigadores de todas las nacionalidades se han podido reunir, no con el gobierno, pero sí con gente pro y contra del mismo. De un sopetón, se cambiaron las reglas en estas últimas semanas. Una medida ciertamente extraña por no decir innecesaria, pues no hay nada conocido que lo justifique. EE.UU. ha estado de lo más amable con este gobierno y la embajadora Dogu fue de lo más diplomática aún en sus quejas.

Lo que sí hay que decir es que hemos pasado de un marco relativamente claro del actuar de Ortega a un clima no solo de desconcierto, sino de palpable temor e inseguridad. ¿Era necesario? Sería que, como en Roma, alguien consultó el oráculo, vio desastres y decidió impedir los malos augurios?

Imposible saberlo. Solo podemos aproximarnos a una respuesta y esperar que se recapacite. Quizás los que dan las órdenes realicen que los malos augurios se cumplieron todos al otro lado del Atlántico con el Brexit, y no siembren más vientos, ni invoquen tempestades.