Rubén Blades

Debate sobre ‘Las Pinches Ideas’: Ibsen Martínez y Rubén Blades

Un debate inusual se provocó entre el escritor, dramaturgo y columnista venezolano Ibsen Martínez y el canautor panameño Ruben Blades: sobre «las pinches ideas» y la violencia. Para mi criterio, ambos tienen razón – y ambos me dejan insatisfecho. Pero en un punto coinciden, a pesar del tono polémico de su intercambio intelectual: el régimen chavista en Venezuela es un desastre. Reproducimos el debate entre dos grandes y controversiales figuras de la intelectualidad latinoamericana. (Paolo Luers)

La columna que provocó la controversia: Pinches ideas.
De Ibsen Martínez

Venezuela se ha convertido en un demencial matadero donde los delitos de sangre quedan impunes. Se ha instalado la dinámica del “pueblo armado” como elemento disuasivo de cualquier golpe de Estado dirigido contra la revolución bolivariana.

Ibsen Martínez

Ibsen Martínez

Ibsen Martínez, 29 junio 2015 / EL PAIS

Para irnos entendiendo traeré una anécdota del cantautor de salsa panameño Rubén Blades.

Es México, DF, son los años noventa y Blades canta en un gran anfiteatro. El auditorio se divide, a partes iguales y mutuamente excluyentes, en “güelfos ideológicos” y “gibelinos bailadores”.

Quienes bailan al son montuno de Buscando guayaba no están para las consignas antiimperialistas de, por ejemplo, Tiburón (“Si lo ven que viene, ¡palo al Tiburón! / Pa’ que no se coma a nuestra hermana El Salvador”). Y viceversa.

De pronto, cesa el baile y se escuchan los compases iniciales de El padre Antonio y su monaguillo, Andrés, auténtica elegía a la muerte de Monseñor Óscar Arnulfo Romero, abaleado por sicarios en San Salvador, en 1980.

En este introito a una de sus más célebres canciones de protesta, Blades improvisa un discurso político que inflama a los ideológicos y desinfla a los bailadores. “En América Latina”, dice Blades, “podrán matar a las personas, pero nunca podrán matar las ideas”. A lo que un frustrado bailador, con una rezongona copa de más, responde gritando: “¡Ojalá mataran a todas las pinches ideas y dejaran tranquilas a las personas, güey!”.

Pues bien, las pinches ideas son parientes cercanas de las que Paul Krugman, ganador del premio Nobel de Economía en 2008, llama “ideas zombis”.

Según Krugman, una idea zombi es toda proposición económica “tan concienzudamente refutada, tanto por el análisis como por una masa de evidencia, que debería estar muerta, pero no lo está porque sirve a propósitos políticos, apela a los prejuicios, o ambas cosas”.

La diferencia específica entre las ideas zombis y muchas pinches ideas progresistas latinoamericanas radica en que las zombis están bien muertas y solo resta enterrarlas. En cambio, las pinches ideas están vivas, andan sueltas y en muchas ocasiones tienden a matar en proporciones genocidas.

Considérese la idea del delincuente como víctima rebelde, como “bandido social”, para usar la expresión del historiador británico Eric Hobsbawm. Resulta catastrófica como guía de políticas públicas que busquen sofocar la violencia criminal en un país de más de 28 millones que, en los 15 años de régimen chavista, registra ya 225.000 muertes violentas y donde, tan solo el año pasado, ocurrieron 25.000 homicidios impunes.

Pretender ver en un niño-sicario del microtráfico a alguien que puede ser persuadido de entregar su pistola Glock 9 milímetros a cambio de un ejemplar de Las venas abiertas de América Latina puede parecer ingenuo misticismo moral, pero eso es justamente lo que proponía Chávez cuando, en su reality show, Aló, presidente, invitaba a los imberbes y despiadados malandros que siembran la muerte en Venezuela a convertirse en entrenadores de baloncesto en las barriadas marginadas de Caracas.

Mézclese semejante ñoñería con lo que va quedando de cierta marxista teoría del reflejo “¿Somos lo que vemos en las series gringas de TV?”, y tendremos la ordenanza de Nicolás Maduro prohibiendo la importación de videojuegos de contenido violento, causantes, según sus avispados viceministros, de la propensión de nuestros asaltantes a descerrajar un promedio de 15 disparos en la humanidad de sus víctimas.

¿Quién está matando a los venezolanos a ritmo de vértigo? ¿Quiénes son verdaderamente sus implacables, sañudos asesinos? Obviamente, aunque las cifras de muerte nos pongan detrás de Honduras en cuanto a número de homicidios por cada 100.000 habitantes, no hay en mi país un conflicto armado abierto semejante al de Colombia, con ejércitos claramente antagonistas. Tampoco es asimilable nuestra violencia a los patrones asociados al narcotráfico que imperan en México o Centroamérica.

¿Qué distingue, pues, la violencia criminal venezolana de las demás matanzas que ocurren en otras comarcas de nuestro sanguinario continente?

Las respuestas son complejas, provienen de distintos submundos, con dinámicas muy dispares que confluyen todas en el demencial matadero que es hoy mi país. Una de esas dinámicas responde a otra pinche idea: la del “pueblo en armas” como disuasivo de cualquier golpe de Estado contra la revolución bolivariana.

A comienzos del año pasado, grupos paramilitares de despliegue rápido, desplazándose por las ciudades en motocicletas de gran cilindrada, causaron la muerte de más de 40 manifestantes de oposición. Apoyados con dinero y material bélico por el Gobierno, han sido valorados desde siempre, primero por Chávez, y luego por sus actuales herederos políticos, como “garantes de la paz”.

La conformación de estos grupos trasluce una intensa polinización cruzada entre un Gobierno ostensiblemente militar, la fuerza de choque paramilitar ¿irregulares llamados “colectivos”?, el nutrido lumpen del “micronarco” y, last but not least, un dantesco inframundo penitenciario, regido desde las cárceles por temidos capos que ordenan secuestros, asaltos, motines carcelarios y, desde luego, la contrata de sicarios. En un mismo colectivo pueden convivir todas estas categoría

Añadamos demografía y escala a lo arriba dicho: en Venezuela actúan cerca de 12.000 bandas y circulan entre 7 y 12 millones de armas cortas y de guerra.

La idea del “pueblo en armas” ha alentado un descomunal gasto militar, incontrolado y corrupto, que desembozadamente surte de sofisticadas armas de guerra al hampa común. La corrupción de las policías, tanto nacionales como provinciales, y la perversión de la rama judicial, fomentan la universal impunidad de los delitos de sangre, al punto de que menos del 1% del cuarto de millón de homicidios registrados desde 1999 han sido policialmente resueltos, mucho menos desembocado en detenciones, imputaciones, juicios ni sentencias firmes.

Resultado de todo esto es que el hampa disputa ya a los cuerpos policiales, desmoralizados cuando no corruptos, no solo el control de populosas favelas y extensas zonas suburbanas, sino también potestades tributarias.

Es en medio de esta anómica efusión de sangre que transcurre la degradante crisis de abastecimiento, la desenfrenada espiral de hiperinflación y el implacable acoso a toda forma de protesta, por pacífica que ella sea. Mientras tanto, los legatarios de Chávez, calibanes convertidos en talibanes, perseveran ofuscadamente en prolongar la crisis terminal una pinche idea: el socialismo del siglo XXI.

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Matan a la gente, pero no matan a la idea…
La respuesta de Rubén Blades

Rubén Blades

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Ruben Blades, 3 julio 2015 / RunRunes

En un artículo publicado en el diario El País, titulado “La cara Visible del Fracaso de la Revolución”,  reproducido en un blog modestamente titulado “Entorno Inteligente”, el escritor venezolano Ibsen Martínez pareciera satanizar en favor de su interpretación política un comentario que siempre hago durante la canción “El Padre Antonio y el Monaguillo Andrés”, (dedicada en 1983 al hoy mártir beatificado, el Salvadoreño Oscar Arnulfo Romero).  No estoy seguro si este escritor es el mismo que conocí hace décadas, por intermedio de Cesar Miguel Rondón. Ibsen, ¿el escritor de teatro y de telenovelas?

De ser así, hola Ibsen, que sorpresa, ¡Ibsen!

El punto es que al final de esa canción acostumbro comentar que, “Matan a la gente, pero no matan a la idea”. Lo hago como parte de mi convicción de que la muerte comienza por el olvido, que necesitamos constantemente enfrentar a la maldad que continúa intentando destruir nuestra posibilidad, la de todos y una forma de hacerlo es reconociendo el sacrificio de los que han caído por defender el ideal de la justicia.

Me resisto a dar la ultima palabra a los asesinos, y ayudarlos a creer que la Muerte que causaron con su odio resulto la triunfadora final.

Pues resulta, según el articulo de Ibsen, que en un concierto dado por mí ¿en los años 90?, un mexicano pasado en tragos respondió al comentario exclamando, …”ojalá mataran a todas las pinches ideas y dejaran tranquilas a las personas, güey”. Acto seguido, nuestro Ibsen criollo desarrolla una opinión sobre lo que grito el borracho, (que ignoramos si recordó lo que dijo al día siguiente). En el plantea que “las pinches ideas”, (que incluirían reconocer y agradecer el sacrificio de Monseñor Romero siguiendo la línea embriagada que inspiro al escritor), no solo resultan mala onda sino que pueden además resultar “peligrosas”. Luego, aumentando incluso la dimensión del argumento etílico, nos advierte que las “pinches ideas”, esos pensamientos que andan por ahí sin supervisión, como ganado en soltura, “tienden a matar en proporciones genocidas”.  Tuve que volver a leer el párrafo, como tres veces.

Solo atiné a reaccionar pensando:  Veeeeeeerga!!!, (acento a lo maracucho).

Me sorprende que Ibsen, (el venezolano, no el noruego) me utilice como ejemplo para forzar una denuncia sobre el “peligro de las ideas”, sean estas “pinches” o no. Desafortunadamente, el escritor no brinda una explicación que nos permita identificar cuando una idea deja de ser buena para convertirse en “pinche”, ni como puede dejar de ser “pinche” para convertirse en buena. Imagino que si la idea proviene del sector ideológico que él apoya entonces será, en el peor de los casos buena, y en el mejor de los casos,  extraordinaria.  De ser así, el articulo adquiere un sesgo cognitivo que exhibe una de las razones por las cuales la “oposición” no logra aun producir un mayor respaldo de la población en Venezuela, aunque se caiga en pedazos la credibilidad de su gobierno y el pueblo por fin reconozca la inexcusable mediocridad de la administración de Maduro. Quizás Maese Ibsen equipara mi comentario al tipo de consigna panfletaria de los años 60, utilizadas por la Izquierda y por los ambidextros para estimular a las masas, intentando simplificar complejas realidades en frases fáciles de repetir. Pero ni eso justifica su descalificación de lo que dije.

La actitud anti-panfleto, que también comparto y de la que trato de alejarme en mis letras, no quiere decir que el argumento de algunas consignas sea erróneo. “El pueblo unido jamás será vencido”, por ejemplo, suena a demagogia pero no lo es. ¿Que puede vencer a un pueblo unido? Nada. Los pueblos se vencen a si mismos, sea por actuar como dedos y no como manos, sea por compartir de la corrupción de sus dirigentes. La cara invisible del fracaso de la revolución es mucho más compleja, Ibsen, comenzando por la pregunta ¿hubo alguna vez tal revolución, mas allá de los cambios constitucionales, golpes, rebeliones armadas y ahora desplantes pseudo “socialistas”? Y que decir de la decepción, o fracaso del sistema democrático, cuando fue administrado en tu tierra a la manera adeca y copeyana?

La Venezuela que produjo a Chávez como alternativa política procuraba la sacudida social que desplazara a los partidos político-empresariales y su codicia insaciable, los que durante décadas propiciaron la corrupción y el robo de los recursos públicos, dejando al país sin oportunidades, en especial para el sector popular. Esa sacudida, legítima por ser el producto de la cólera de un pueblo vejado, fue reemplazada con un  sistema mal diseñado, desprestigiado y descartado en otras latitudes y que, a pesar de su promesa inicial de transformación se convirtió en una rígida y absurda línea ideológica que partió al pueblo venezolano en mitades, convirtiendo a la posibilidad nacional en una caricatura que hoy ni la irreverencia de un Zapata podría concebir.

La actual administración, sin el carisma de Chávez maquillando su ineficiencia, se esfuerza en crear mística y apoyo popular utilizando la demagogia y la represión, algo insostenible.  Como decía mi mamá, bruto trabaja dos veces; y a veces, ni así!

Pero, y esto debe ser considerado objetivamente en otro foro, el problema de Venezuela parece no radicar solamente en los desaciertos del actual gobierno. La interioridad del fracaso, al igual que la del éxito, siempre resulta mucho mas compleja. Por eso, la responsabilidad por lo que ocurre en Venezuela también alcanza a los grupos opositores. Por eso, nadie merece o debe esperar nuestro apoyo incondicional.

No logro entender por qué, cada vez que se discute sobre realidades sociales de un país, el que sale del poder culpa de todo lo malo que ocurre al que está ahora al mando, como si con cada nuevo gobierno toda la realidad nacional volviera a nacer, “ab ovo”. Sobre el comentario en el articulo describiendo el aumento del crimen en la Venezuela de hoy, resulta mas imparcial considerar que la responsabilidad por la criminalidad en general radica en la pasada y presente ausencia de políticas de estado que enfrenten y ofrezcan factibles alternativas y oportunidades al jetsam y flotsam humano, producto de la desintegración familiar y de su exclusión dentro del marco de producción -o explotación- capitalista, el que los regímenes democráticos adeco-copeyanos y sus adláteres en las grandes fortunas mal habidas ayudaron a crear, problemas que el presente régimen se ha encargado de empeorar con charlatanerías, e ineficiencias épicas.

Si la presente aplicación de un seudo-socialismo ha resultado hasta el momento un desastre, podemos asegurar lo mismo sobre la aplicación de la democracia, tal y como resulto interpretada por los gobiernos de corte capitalista del pasado cercano.

No perdamos el tiempo discutiendo cual de los dos sistemas resulta ser el peor.

Lo que se requiere con urgencia es honestidad en el análisis del problema actual, la imaginación para desarrollar una propuesta viable, posible, con los fondos para producirla y la voluntad para aplicarla. Este es un problema internacional, Venezuela no es el único lugar que registra un incremento en la criminalidad en América.

De ello me ocuparé y escribiré muchas veces mas, en el futuro. Al momento pregunto, ¿existe en Venezuela un plan ofrecido por la Oposición para enfrentar, o por lo menos disminuir, el problema del crimen en el país?.  No me refiero a pronunciamientos retóricos, ni a discursos, o promesas. Hablo de una planificada propuesta, con explicación de motivos, fechas para la ejecución de proyectos, e identificación de fondos, públicos y/o privados, con los cuales hacerlos realidad . ¿Ese plan se ha hecho público?  Mas allá de la necesaria denuncia de un problema, también resulta necesario que los críticos presentemos propuestas para su solución, o al menos alivio.

Amigo Ibsen, no puedo aceptarte que la frase, “Matan a la gente pero no matan a la idea” sea “una pinche idea”. Tampoco que la sugieras como ejemplo de las expresiones que pueden producir muertes en “proporciones genocidas”.

Lo que sí ha contribuido a producir genocidios, por siglos, es la indiferencia cívica, el silencio internacional ante la violencia racial, social o política, y la ceguera ideológica de gente que se considera, con la mejor intención, como los únicos poseedores de la razón aunque no puedan ver nada ubicado mas allá de las orillas de su prejuicio.

En el sector que supongo integras existen estos ejemplos también; no todos están solamente dentro del desgobierno que con razón opones.  Las ideas no son peligrosas. Deben ser evaluadas objetivamente y se sostendrán o no en el tiempo, de acuerdo con la razón y el mérito que posean. Censurarlas antes de ser siquiera discutidas no es democrático, ni es inteligente. Generalizar, el agrupar indiscriminadamente conceptos que no han sido examinados, condenándolos sin un juicio previo, eso es lo que define a las dictaduras que imagino también opones.

En Panamá, por ejemplo, hacemos un esfuerzo por lograr que nuestro pueblo no generalice un sentimiento anti-inmigrante que se empieza a sentir por el éxodo que desde tu país al mío va en aumento a consecuencia de la situación política.

Algunos venezolanos, especialmente los de alto poder adquisitivo, llegan con una actitud de superioridad y de soberbia como la que contribuyo a producir la reacción popular que llevo a Chávez al poder y que en parte ayuda a explicar la caótica situación, enredada y dividida, que hoy se vive en esa hermana nación.

Compran dos casas en un barrio de lujo y de pronto se creen dueños del país, y con una condescendencia que ofende, tratan a sus anfitriones como si fuesen siervos.

Pero esos son algunos, no todos. Por eso, no debemos generalizar. Hay muchos venezolanos que han venido a nuestro país con respeto, agradecen nuestra acogida y se integran a nuestra sociedad y costumbres. Si permitimos la generalización, si no utilizamos el criterio objetivo, entonces se condenaría a todos por unos cuantos. Eso no puede ser excusado. Ni en Panamá, ni en Venezuela.

Ojalá amigo Ibsen no te unas a los que creen que quienes no coinciden con sus ideas y posturas son idiotas. En la antigua Atenas, la palabra “idiotes” describía a la persona egoísta, obsesionada con su exclusiva posibilidad de avance económico y su interés personal, desligándose de los asuntos de la cosa pública, los que atañen al interés colectivo, el de la comunidad. Desde esa perspectiva, para los antiguos griegos todos nacíamos idiotas, hasta que la formación y la educación se encargaba de transformarnos en ciudadanos. Una forma de no ser idiota es evitar la generalización.

A mis casi 67 anos he aprendido que lo importante al discutir es no perder el sentido del humor y mantener la honestidad y ecuanimidad en la presentación del argumento, algo así como lo que intentó nuestro amigo Cabrujas, con “El día que me quieras”.

El enfrentar su desilusión política no lo llevo a la quema de todo lo aprendido. Luego de un examen honesto rescato, como Eneas, sus lares y penates y avanzo hacia un nuevo inicio, formado desde una perspectiva mas educada y objetiva.

Irse por el camino que escogió Ibsen si puede representar un peligro serio y confieso que no acabo de entender sus motivos, a menos que haya mal interpretado la lectura.

Resumiendo:

El escritor Ibsen, venezolano,

a) Redactó un análisis político partiendo de lo que oyó decir a un borracho en un baile,

b) Utilizo mi frase, “Matan a la gente pero no matan a la idea”, (dedicada a la memoria del Salvadoreño Oscar Arnulfo Romero), para identificarse con lo planteado por el beodo (“maten a las pinches ideas para que dejen tranquilas a las personas”,

y,

c) Agregó de su propio albedrío su opinión concurrente, sobre lo efectivamente peligrosas que pueden resultar las “pinches ideas”.

Pregunto: ¿el “dejar tranquilas a las personas”, incluiría el “no molestar” a las que asesinaron a Romero?

¡Ojo con la generalización, güey!

Que no se puede tener la corona de espinas y las treinta monedas de plata a la vez.

Un abrazo,

Rubén Blades | Los Angeles, 3 de julio,  2015

¿Sabe leer Rubén Blades?
La replica de Ibsen Martínez

Ibsen Martínez, 7 julio 2015 / ibsenmartinez.com

Me lo pregunto porque, a juzgar por su extenso comentario a “Pinches ideas”, un artículo mío aparecido en El País de Madrid el pasado 29 de junio, el autor de “Plantación adentro” se ofusca por cosas …¡que nunca escribí!

Si al ocioso lector le sobrase tiempo para ello, advertirá que,  en mi artículo,  Blades no es blanco de crítica alguna de mi parte. Tampoco hallará demérito a su obra o escarnio a su persona: en mi artículo, Blades es solo el telonero − digámoslo así − de una anécdota en torno a un borracho chilango cuyo parecer sobre el nefasto papel de las ideas “de izquierda” en América Latina coincide con el mío.

Dicho de modo que hasta Rubén Blades pueda entenderlo, me interesa glosar la sabiduría infusa del borracho, no satirizar la vida y opiniones de Rubén Blades.

El tema de mi articulo es la dantesca violencia criminal que azota Venezuela, letal subproducto achacable a la revolución bolivariana de la que Blades se cuida de simpatizar abiertamente aunque tampoco a condenarla, algo que sí han hecho genuinos hombres de izquierda, el respetado Felipe González, expresidente español.

Blades,  sorprendentemente, toma mi artículo como pretexto de su fárrago − es obvio que a Blades se le da mejor el verso cojo que la prosa − para ubicarse en el proverbial middle of the road de las celebridades calculadoramente progresistas. O quizá se trate de algo peor y Blades, creyéndose voz de la corrección política, no sea más que vocero de lo que el finado escritor hispanoargentino Horacio Vázquez Rial llamó “la izquierda reaccionaria”.

En cualquier caso, la cosa no iba con  Blades,  y de esto el salsero panameño puede estar seguro. Pero, como demócrata venezolano, no puedo sino tomar cumplida nota de lo que el autor de “Camleón” piensa de mis compatriotas que han escogido Panamá como lugar de exilio.

Bogotá, julio de 2015