Estar expuestos de forma prolongada a altos niveles de delincuencia
afecta cómo percibimos a los victimarios, a las víctimas y al Estado. La
desesperación y angustia nos llevan a favorecer y, a veces, hasta
exigir, un tratamiento más contundente, agresivo y duro del problema.
Incluso estamos dispuestos a sacrificar garantías ciudadanas con tal de
dotar al Estado de herramientas para que derrote a los criminales. Sin
embargo, esto, sin excepción, produce un efecto totalmente opuesto al
esperado. El problema no se resuelve, se empeora.
Este tipo de circunstancias son un sueño hecho realidad para
los políticos populistas y los asesores en comunicación, ya que pueden
explotar fácilmente la desesperación de la ciudadanía para ganar réditos
políticos. La gente no solo pide a gritos ser rescatada por el
gobierno, sino que, además, está dispuesta ceder lo que sea para ser
salvada. Las condiciones están dadas para crear una narrativa que venda a
los funcionarios de gobierno como héroes y pinte su abordaje del
problema de inseguridad, por descabellado y malintencionado que sea,
como una épica batalla entre el bien y el mal.
La receta siempre es la misma, no importa el país. Primero, se crean
unidades especiales dentro de la policía, se despliegan a las áreas
problemáticas y realizan actividades sumamente visibles. Las unidades se
proyectan con una imagen intimidatoria que de la percepción de
contundencia a través operativos masivos y capturas de delincuentes que
se pintan como terribles villanos.
Muchos pueden pensar ¿Y qué? ¡Esto es lo que necesitamos para
resolver el problema! La realidad, sin embargo, es que se trata de una
ilusión. Hay ejemplos de sobra en nuestro país que demuestran que seguir
esta receta empeora el problema y no lo resuelve. Mano Dura, súper mano
dura y las medidas extraordinarias, por ejemplo, todas agudizaron el
problema.
Hay muchas razones para explicar por qué no sirven estas medidas. La
predominancia de lo mediático sobre lo técnico, por ejemplo. Los
asesores en comunicación se vuelven los directores de la orquesta,
cometiendo errores desastrosos. No ven, por ejemplo, las devastadoras
consecuencias de los mega operativos, las redadas masivas y los
despliegues de contingentes policiales. Estos venden el abordaje, pero
no arreglan el problema.
Es importante ponerse por un momento en los zapatos de las personas
que viven en las comunidades asediadas por pandilleros. Estas personas
tienen que escoger a qué gobierno obedecer ¿Al gobierno elegido por el
electorado o al gobierno ilegítimo establecido por la pandilla? ¿Cuáles
leyes obedezco? ¿Pago la extorsión o la denuncio? Al final, la decisión
depende de cuál de las opciones implique menos incertidumbre. Aquí es
donde los abordajes mediáticos de la inseguridad agudizan el problema.
Diferentes estudios demuestran que los policías que patrullan zonas
de alta incidencia delincuencial son relativamente más irrespetuosos,
agresivos e impacientes. Se comportan así porque perciben que están en
un territorio hostil. Esto distancia a la ciudadanía del estado. Las
capturas masivas generalmente no son sustentadas con pruebas robustas,
por lo que la mayoría detenidos terminan saliendo libres. Entonces, no
solo la gente de estas comunidades ve con desconfianza a los policías
porque los trata mal, sino que los percibe como inefectivos. Sampson y
Bartusch utilizan el término cinismo legal para describir cómo la gente
pierde la fe en Estado para resolver sus problemas de inseguridad.
Bajo estas circunstancias, la elección que implica menos
incertidumbre es el gobierno ilegítimo de las pandillas, ya que el
castigo por romper sus reglas es contundente y certero.
El comisionado Mauricio Arriaza Chicas, director de la Policía,
aseguró esta semana que el presidente ha ordenado que se enfoque en la
represión. Es importante que defina exactamente qué significa eso para
pronosticar con certeza si el problema se agudizará más o no.
Se convirtió el 1° de junio en el mandatario más joven de la historia de El Salvador, con 37 años. Había ganado las elecciones prometiendo una regeneración de la política, pero ejerce el poder con una fórmula que combina las herramientas comunicacionales del siglo XXI con el caudillismo del siglo XX.
«Presidente de la República de El Salvador, Jefe de Estado, Jefe de Gobierno y Comandante General de las Fuerzas Armadas». Así se presenta Nayib Bukele en Twitter, su despacho virtual. Allí toma, comunica y ejecuta sus decisiones.
No hace falta estudiar psicología para encontrar en esa acumulación de títulos y atribuciones una necesidad de demostrar autoridad.
Todos los presidentes latinoamericanos son, al mismo tiempo, jefes de
Estado y de Gobierno, y comandantes de sus fuerzas militares, pero
ningún otro siente la necesidad de aclararlo. Se sabe que van de la mano
del cargo.
«Voy a decir algo que hace mucho tiempo debió haber sido dicho: ahora el poder está en sus manos, en las manos de todos»,
dijo Bukele el 1 de junio, después de jurar. Su primer tuit como
mandatario en funciones fue una foto suya de espaldas a la cámara, con
la banda presidencial puesta y un aire casi épico.
Esa misma noche estrenó una fórmula que repetiría hasta el cansancio: tuits que comienzan con «Se ordena…»
y concluyen con alguna disposición. Lo que el Poder Ejecutivo hace
habitualmente a través de decretos y resoluciones administrativas, sólo
que por Twitter, sin pasar por ningún canal institucional.
«Se
ordena a la @FUERZARMADASV (cuenta oficial de la Fuerza Armada de El
Salvador) retirar de inmediato el nombre del Coronel Domingo Monterrosa,
del Cuartel de la Tercera Brigada de Infantería, en San Miguel», fue lo
que publicó Bukele. Lo que vino después fue una larga serie de retuits a
personas que lo felicitaban por su decisión.
«En los primeros días de su gobierno se ha instalado una política del espectáculo que, al exponer situaciones del pasado reciente enfrentadas con la ética y posiblemente con la ley, somete también de forma indistinta e irresponsable el honor y dignidad de muchas personas a una especie de escarnio público. Se trata de un debut en el ejercicio del poder presidencial que no sólo exhibe un alto nivel de arbitrariedad, sino que también riñe con la institucionalidad y el respeto a legalidad del país», dijo a Infobae el filósofo Carlos G. Ramos, investigador académico de la FLACSO en El Salvador.
Casi todas las resoluciones de los días siguientes apuntaron en la misma dirección: separar de su cargo a funcionarios vinculados con el gobierno anterior, del FMLN.
Por ejemplo, el 5 de junio tuiteó: «Se le ordena a la Ministra de
Relaciones Exteriores @CancillerAleHT, remover de su cargo en la
Dirección General de Desarrollo Social, a Dolores Iveth Sánchez, hija
del ex Presidente Sánchez Cerén. No contrate reemplazo, pase su salario
de $2,645.64 a ahorro institucional». Esta dinámica lleva a los ministros a tener que responder por el mismo medio. «Su orden será cumplida de inmediato Presidente», contestó la canciller Alexandra Hill Tinoco.
Se trata de un debut en el ejercicio del poder presidencial que no sólo
exhibe un alto nivel de arbitrariedad, sino que también riñe con la
institucionalidad y el respeto a legalidad del país
«Esto tiene la intencionalidad de terminar de hundir al FMLN, con vistas a los próximos procesos electorales. Por otra parte, bajo
el pretexto de combatir el nepotismo, lo cual no se cuestiona, se han
suprimido varias secretarías de la presidencia y se han cometido
violaciones a los derechos laborales de cientos de empleados
públicos, la mayoría sin militar en un partido político, al despedirlos
sin el debido proceso que ordena la ley. Lo llamativo es que hasta ahora
no ha enfilado sus críticas y despidos hacia ex funcionarios de ARENA,
lo cual es congruente con el aparente viraje hacia la derecha que está
tomando su gobierno, como puede apreciarse en la composición de su
gabinete, así como en las acciones que está realizando», explicó Héctor
Samour, profesor del Departamento de Filosofía de la Universidad
Centroamericana de San Salvador, en diálogo con Infobae.
Las desviaciones sobre el normal funcionamiento de una democracia institucionalizada son múltiples. Por un lado, el despido de un funcionario debería seguir un determinado procedimiento para ser válido y no ser una completa arbitrariedad. Hasta tal punto prima el desorden en el método Bukele que en más de una oportunidad se ha equivocado.
«Se le ordena al presidente de CEL, @wdgranadino, remover de su cargo a
José Roberto Peña, encargado de energías renovables, hermano de Lorena
Peña», escribió en otra ocasión. Pero la ex diputada del FMLN lo desmintió. «Todos mis hermanos fueron asesinados por la dictadura militar. ¡Respete! ¡Y deje de mentir!», replicó.
Por otro lado, detrás de estos tuits asoma la idea de construir una imagen de Bukele como un mandatario omnipresente y superpoderoso. Que por eso se permite también hacer cosas insólitas. «Se les ordena a todos darle like y así ser el Presidente de Twitter», publicó el 7 de junio, citando un tuit de la revista Aquí Lo Miré.
«Oficialmente soy el Presidente más cool del mundo», había tuiteado una
hora antes, compartiendo un video del youtuber Jacobo Wong. Y luego
llegó al absurdo de escribirles a sus seguidores «se les ordena que vayan a dormir«.
«La consecuencia política de esta forma de gobernar —continuó Samour— es que se fomente el autoritarismo, la transgresión de las leyes y la vulneración del Estado de derecho,
sobre todo en un contexto en el que los otros órganos del Estado
aparentemente no hacen el suficiente contrapeso al Ejecutivo, y los
principales partidos de oposición están sumidos en una profunda crisis
de identidad».
El uso de las redes sociales como vía de comunicación preferencial es compartido por mandatarios de todo el mundo. Pero hasta Donald Trump y Jair Bolsonaro, que son quienes las emplean de modo más extremo, conceden entrevistas y conferencias de prensa de tanto en tanto. Bukele, que no
debatió con sus rivales durante la campaña electoral, aún no se ha
dejado entrevistar desde que asumió y en su única rueda de prensa apenas
aceptó dos preguntas.
«Está tratando de diferenciarse de sus predecesores usando una estrategia mediática que le funciona muy bien. Se siente cómodo en las redes sociales, y es consciente de que su campaña digital ha jugado un papel muy importante en el crecimiento de su proyecto político, que es Nuevas Ideas. Creo que en este momento busca mandar un mensaje contundente de su poder como presidente, y dejar claro que va a cumplir sus promesas de campaña de sacar a los acusados de corrupción del gobierno. Pero, a pesar del impacto de sus tuitazos, Bukele y su equipo saben de las limitaciones de una estrategia puramente mediática. Temo que su campaña para diferenciarse dañe a largo plazo la reputación de instituciones que tanto le ha costado al país construir desde la guerra civil», dijo a Infobae Sofía Martínez, consultora independiente en temas de violencia, migraciones y corrupción en Centroamérica.
Lo paradójico es que con un estilo millennial, que ofrece un contraste casi absoluto con los políticos tradicionales, está
reproduciendo una forma personalista y verticalista de ejercer el
poder, propia de los viejos caudillos políticos latinoamericanos.
«El liderazgo del actual presidente —dijo Ramos— tiene mucho de nuevo en sus medios para comunicar, en los códigos de lenguaje de su laxa narrativa política, en los eslóganes simples que acompañan su marca personal y en la forma de hacer política del espectáculo. Pero tiene también mucho de viejo en lo carente de argumentos de su discurso, en la comodidad con que asume el culto a su personalidad, en la poca competencia para dialogar y convivir con la crítica y con los críticos, en su constante descalificación de los adversarios y, especialmente, en lo que parece ser una escasa preocupación por el cumplimiento escrupuloso de la ley».
Entre la expectativa de cambio y el temor a una regresión
Un estudio mundial de la firma Consulta Mitofsky informó esta semana que Bukele es el presidente más popular de América, con un 71% de aprobación.
No llama la atención. Su estrategia de comunicación directa y
permanente lo muestra como un mandatario que trabaja las 24 horas, que
exige resultados inmediatos a sus ministros y que combate «a los
corruptos», como pretende demostrar con sus despidos masivos a
funcionarios del gobierno anterior.
«La
estrategia del uso del Twitter por parte del Presidente busca dotar de
un halo de efectividad y capacidad ejecutiva a su gestión —dijo
Samour—, al dar órdenes directamente a sus ministros y a otros
funcionarios, que responden inmediatamente por el mismo medio,
obedeciendo sin objetar. Son instrucciones a veces solicitándoles una
acción para resolver un problema específico de una comunidad, o a veces
para pedirles que diseñen un plan para resolver problemas más complejos,
como, por ejemplo, un plan de reforestación para todo el país, en un
plazo de 10 días. El efecto que persigue es mostrar que está gobernando
con rapidez para resolver los problemas y mantener así las altas cotas
de popularidad».
La consecuencia política de esta forma de gobernar es que se fomente el
autoritarismo, la transgresión de las leyes y la vulneración del Estado
de derecho
La opinión pública salvadoreña estaba hastiada de un bipartidismo
estéril, con un partido conservador como ARENA, incapaz ofrecer
estabilidad económica y seguridad, y una fuerza de izquierda como el
FMLN, que no cumplió sus promesas de mayor bienestar e igualdad. La demanda por un cambio era generalizada y Bukele es un emergente de eso. No necesitó hacer grandes promesas para ganar. Le bastó —y le basta por ahora— con mostrarse muy diferente de lo que había.
«La modernización jurídica institucional diseñada en los 90 para dar soporte al régimen democrático no necesariamente tuvo un correlato en la transformación de la cultura política, ni de las élites ni de la población. Sobreviven vestigios autoritarios, que conviven y disputan cuotas de poder con los actores y dinámicas democratizadoras. Por otro lado, la corrupción y la oscuridad en el actuar de los partidos políticos y los funcionarios de gobierno han conducido a que amplios sectores sociales estén predispuestos a aceptar formas de autoritarismo, arbitrariedades personalistas y populismos del signo que sean, para menguar el hartazgo con la política y con los políticos que produjeron la guerra de los 80 y el post conflicto de los 90″, sostuvo Ramos.
El problema es que sin un plan de gobierno consistente, y sin la
capacidad de gestión para llevarlo a cabo, será difícil que Bukele pueda
hacer frente a los innumerables desafíos que tiene por delante. El Salvador tiene la mayor tasa de homicidios del mundo, un Estado con serias debilidades, una economía muy precaria y millones de personas en la más absoluta pobreza, un combo que lleva a miles a emigrar todos los años.
El Presidente tiene bastante experiencia en el mundo del marketing, pero no tanta en el de la administración pública. Hasta 2011 era un joven empresario que estaba al frente de la compañía publicitaria que heredó de su padre. En 2012 se presentó a sus primeras elecciones y ganó la alcaldía de Nuevo Cuscatlán, un municipio que no llega a los 8.000 habitantes. Lo curioso es que, a pesar de mostrarse como el rostro de la renovación, lo hizo como candidato del FMLN.
En 2015 volvió a ser postulante del partido, pero para un cargo de
mayor envergadura, la alcaldía de la capital del país, San Salvador. Entonces empezaron a verse algunos rasgos controversiales de su liderazgo.
El FMLN lo acusó de ser autoritario y lo echó del partido luego de que
Xochilt Marchelli, síndica de San Salvador, lo denunciara por violencia
física y verbal durante una sesión del consejo capitalino. «Me dijo ‘sos
una maldita traidora, bruja’, y me arrojó una manzana», aseguró
Marchelli.
Trató de crear su propio partido con la aspiración de competir por la presidencia en 2019. Pero, como no llegaba a cumplir con los plazos legales, anotó su postulación en la Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA), un desprendimiento de ARENA muy cuestionado por la falta de transparencia de muchos de sus dirigentes, como el ex presidente Elías Antonio Saca (2004 — 2009), que fue arrestado en 2016 por corrupción.
«Cuando fue alcalde de San Salvador y miembro del FMLN —dijo Martínez—, vimos
a un Bukele carismático, joven, dispuesto a apostar por nuevas formas
de hacer política y de enfrentar el principal problema del país, que es
la violencia de las pandillas. A la vez, el Bukele que
conocemos hasta ahora es alguien muy mediático, polémico, y sin mucho
interés por lograr consensos. Todas esas son cualidades que a priori no
tendrían por qué ser negativas para un líder joven como él. La clave
está en la medida en que las utilice en su papel como presidente. El
tiempo nos dará la respuesta».
Bukele acaba de cumplir 15 días en el poder, así que es demasiado
pronto para emitir juicios definitivos. La voracidad y la
discrecionalidad con las que está actuando preocupan a quienes conocen los peligros de un Poder Ejecutivo desbocado en sociedades de instituciones frágiles. Pero aún está a tiempo de moderarse y de probar que realmente busca consolidar la democracia.
«El nuevo presidente de El Salvador se encuentra ante una excepcional
oportunidad de transformar la dinámica política del país y de refrescar
las maneras de encarar los graves problemas que hay. Su particular forma
de relacionarse con la población puede contribuir positivamente en este
sentido. Sin embargo, fortalecer y consolidar nuevos escenarios
de desarrollo social y democrático es un desafío que exigirá, más
temprano que tarde, que se abra a múltiples frecuencias de
diálogo social y a concertaciones nacionales y regionales que le
permitan hacer la diferencia. Antes de que su actual tendencia a un
estilo autocrático lleve a hacer de este gobierno una forma de
autoritarismo de generación 3.0″, concluyó Ramos.
Atrae como a moscas la miel un presidente de 37 años que tuitea a su casi millón de seguidores la desaparición de una secretaría, el despido de un funcionario o que él es el “presidente más cool” del mundo. Aunque Twitter apenas llega a los salvadoreños.
La distracción es indispensable en el espectáculo de un mago. Te hace
ver fijamente una carta en su mano cuando la verdadera acción sucede en
otro lugar. Nayib Bukele, gran showman, ha iniciado su gestión como
presidente de El Salvador con esa táctica. Y la carta que usa para
captar la atención de todos es su cuenta de Twitter.
El 1 de junio, cuando se terminaba de limpiar la plaza tras su toma de posesión, Bukele ordenó cambiar el nombre de una brigada militar bautizada en honor a un criminal de guerra. La decisión fue aplaudida por organizaciones de derechos humanos y rápidamente cumplida por el Ejército. Al siguiente día, el 2 de junio, circuló un vídeo de soldados despintando el nombre del coronel Domingo Monterrosa del cuartel de San Miguel. La rapidez de Bukele permitió apuntar dedos: la exguerrilla del FMLN, Gobierno en los 10 años anteriores, no pudo (o no quiso) borrar el nombre del coronel, para no chocar con los militares, alegando, incluso, miedo de un golpe de Estado. Lo que el FMLN no hizo en una década, Bukele lo hizo en un tuit.
Aquello fue solo el comienzo. El mismo domingo 2 de junio, Bukele
disolvió, todo a través de mensajitos en la red social, cinco
secretarías de la presidencia. Esa orden de menos de 280 caracteres
eliminará unas 600 plazas del Gobierno y en teoría ahorrará cerca de 15
millones de dólares en salarios el próximo año. Bukele recurrió de nuevo
a Twitter para hacer espectaculares destituciones con nombre y
apellido, además de cargo y salario. Decenas de funcionarios fueron
despedidos por su parentesco con exfuncionarios del FMLN. Bukele
pretendió establecer una narrativa: todos los despidos son cuota del
partido que se va del poder dejando lleno de parientes el aparato del
Estado. Eso no era cierto para todos. Pero, al menos en redes, el truco
funcionó. La multitud dijo “me gusta”.
Tras un par de días de despidos a lo Donald Trump en El Aprendiz,
el presidente volvió tendencia las palabras “se le ordena”. Sus
ministros parecían competir por quién le contestaba con el tuit más
inmediato y el tono más señorial: “sí, mi presidente”, “ahorita mismo
presidente”, “su orden será ejecutada”. Bukele le encontró humor a la
situación y se desató: ordenó, por ejemplo, a su secretario privado
comprar una cafetera con el sobrante del salario de una plaza eliminada
y, acto seguido, le ordenó comprar pan dulce con su propio salario.
Y no paró: ordenó a un youtuber que se bañara, a otro que hiciera
mejores vídeos. Se autonombró “el presidente más cool del mundo”. El 9
de junio, pasada la medianoche, tuiteó “DRACARYS”, el comando que Daenerys Targaryen usaba para ordenar a sus dragones que abrieran fuego en la serie Juego de Tronos.
Bukele no añadió ningún contexto, aunque días antes alguien había hecho
un montaje de un tuit de Bukele con esa palabra. Estos primeros días de
presidencia, los memes se confunden con la realidad.
Solo el 10.7 % de la población mayor de 18 años tiene Twitter en El
Salvador, según la encuestadora LPG Datos. 36.9 % de los salvadoreños
dijo a la encuestadora de la Universidad Centroamericana (UCA) que las
redes sociales eran lo que más utilizaron para informarse en la campaña
presidencial, solo por detrás de la televisión. Sin embargo, apenas un
3.6 % de esos encuestados mencionaron Twitter como la que más
utilizaron, cuando más del 90 % dijo que era Facebook.
Pese al uso limitado, la información que se produce en Twitter
circula fuera de lo digital, en otros medios de comunicación, pero
también en la cotidianidad. Una empresa de gaseosas sacó anuncios en
buses retomando la frase: “se le ordena a los salvadoreños disfrutar lo
nuestro”. En la app de mensajería WhatsApp circulan calcomanías de
Bukele con la fórmula “se le ordena” y frases como: “pagarme el
almuerzo”, “invitarme a unas cervezas” y otras de contenido sexual.
Es fácil perderse en la vorágine informativa. Muchos medios de comunicación internacionales y famosos opinadores de redes sociales
están deslumbrados por la forma. Los atrae como a moscas la miel un
presidente de 37 años que tuitea a su casi millón de seguidores la
desaparición de una secretaría, el despido de un funcionario o que él es
el “presidente más cool” del mundo.
El truco funciona. Aunque Twitter apenas llega a los salvadoreños, el
debate público dominante sobre uno de los países más homicidas del mundo
es acerca de lo que ahí se escribe. El ritmo frenético del presidente
en sus redes marca agenda.
Twitter ha sido su carta de distracción mientras se asientan él y los
suyos en el Gobierno. Twitter ha sido un truco efectista mientras no
empiece a cumplir las promesas del ambicioso plan de trabajo que ofreció
en campaña. Y aunque solo van un par de semanas, Bukele ya empezó a
incumplir algunas de esas promesas.
“Los corruptos han iniciado una campaña de miedo dirigida a los
empleados públicos”, escribió Bukele el 9 de febrero, seis días después
de ganar la elección. “Todo lo contrario: los empleados públicos por fin
tendrán estabilidad, recibirán aumentos y promociones por mérito, no
por ‘conectes’ partidarios. Y dejarán de ser acosados por no apoyar al
FMLN”. El sistema judicial salvadoreño ya revisa si el proceso seguido
para decenas de casos de despidos fue legal. Bukele, por ejemplo,
anunció el despido del inexistente hermano de una líder efemelenista.
Los hermanos de ella fueron asesinados en la guerra. Pero el tuit fue
ampliamente celebrado. La fiesta de la forma, el desprecio por el fondo.
El presidente ya advirtió a los jueces que revisan los despidos para “que se pongan del lado del pueblo”. Sin embargo, Bukele tiene en su Gabinete a 14 personas de su círculo de confianza,
entre parientes (su hermano es su principal asesor y un tío es
secretario de comercio), exempleados de sus empresas y amigos cercanos.
Pero eso no es tendencia en la red del pajarito.
Previo a asumir la presidencia, Bukele guardó como secreto estatal
los nombres de su equipo de trabajo y marcó el tono nombrando a seis
mujeres al hilo. “Por primera vez en la historia de nuestro país
tendremos un Gabinete paritario, de igual número de mujeres que de
hombres”, prometió Bukele en su discurso de toma de posesión. Para el 12
de junio, ese porcentaje era de 76% hombres y 24% mujeres.
En su plan de Gobierno, Bukele dijo que “la problemática de los
grupos criminales no puede ser tratada exclusivamente desde una óptica
de combate a la delincuencia”. Pero ante una oleada de ataques contra
policías, cuatro asesinatos en cinco días, el presidente insinuó que
buscará medidas más severas, tal como lo hicieron todos los gobiernos
anteriores. “Acaban de lesionar a otro agente de la PNC en Santa Ana.
Dos impactos en el abdomen. Lastimosamente nos arrinconan y solo nos
dejan con una opción. Y no es una tregua”, dijo Bukele en un país donde
los cuerpos de seguridad han perpetrado varias ejecuciones extrajudiciales en los últimos años, algunas de ellas difundidas justamente por Twitter.
Los primeros nombramientos en la Policía Nacional Civil anticipan la
continuidad de la política represiva que El Salvador ha implementado en
los últimos cinco años, una que convirtió al país en el más homicida del mundo en 2015.
Tres días antes de la elección,
Bukele prometió —en Twitter, cómo no— que ningún diputado tendría
“cuotas” en su Gobierno. La Asamblea Legislativa es el órgano de Estado
más desprestigiado en el país. Pero ya nombró en su Gabinete a dos
diputados de Gana, el partido con que llegó a la Presidencia, y del que forman parte varios acusados de corrupción. Además, nombró como viceministro de Obras Públicas a uno de los fundadores de ese partido, y a dos exfuncionarios del presidente Antonio Saca, condenado tras haber confesado un desfalco de casi 300 millones de dólares.
La lentitud normal de la entrada de un nuevo gobierno está siendo
opacada por la frenética actividad del presidente en Twitter. Y eso como
estrategia comunicacional y de campaña funciona bien. Pero no basta
para administrar a un país.
No basta, sobre todo, ante un país que promedió nueve homicidios
diarios en junio, una cifra que se ha mantenido en lo que va del año; un
país en el que solo cuatro de cada 10 de los que empiezan la educación
se gradúan de secundaria; un país donde más de 500,000 hogares viven bajo la línea de la pobreza.
Entre 2020 y 2021, Bukele necesitará la aprobación de unos 250 millones
de dólares en deuda externa. Para ello, requerirá 56 votos en la
Asamblea Legislativa, y por ahora sus aliados no suman más de 11. Ante
todo eso no hay respuestas, ya que el presidente solo ha dado un par de
conferencias de prensa. Sabemos que se considera el “más cool”, pero no
cuál será su política de seguridad.
Sus trucos en Twitter le compran tiempo. Son efectistas. Falta ver si
son efectivos. Para que en cinco años El Salvador sea el país que
Bukele visionó y ofertó, puede que haga falta magia de verdad.
EL PAÍS y EL FARO se unen para ampliar la
cobertura y conversación sobre Centroamérica. Cada 15 días, el sábado,
un periodista de EL FARO aportará su mirada en EL PAÍS a través de
análisis sobre la región, que afronta una de sus etapas más agitadas.
La gente no le debe ningún
juramento de lealtad a ninguna persona. Tampoco los ciudadanos
uniformados. Ellos deben juramentar lealtad a la Constitución, lo que
implica que aceptan estar supeditados al poder civil. Deben lealtad al
presidente de la República, no a la persona, no a ningún partido, no a
ningún proyecto político. Explícitamente la Constitución se los prohíbe.
Usted alteró el protocolo en dos actos de gran importancia simbólica, con el fin de invertir la relación entre gobernante y gobernados. El 1 de junio usted tuvo que jurar, ante la Asamblea y la nación, defender la Constitución. Lo hizo, pero inmediatamente después usted volteó la mesa y procedió a juramentar a los ciudadanos presentes en la plaza: “Juramos trabajar todos para sacar nuestro país adelante, defender lo conquistado el 3 de febrero, juramos que cambiaremos nuestro país contra todo obstáculo, contra todo enemigo, contra toda barrera, nadie se interpondrá”.
Es un juramento partidario. Aquí el
líder de un movimiento político está juramentando a sus militantes y
seguidores a defender su victoria electoral del 3 de febrero. El líder
de un partido tiene derecho a juramentar a sus militantes y llamarlos a
defender la victoria de su partido sobre sus adversarios, pero no en un
acto de Estado.
El 11 de junio, a usted le tocó otro
acto protocolario de mucho peso simbólico: recibir el bastón de mando de
la Fuerza Armada. Simboliza la subordinación de la fuerza militar al
poder civil. Y otra vez, al tomar la palabra ante los 2 mil soldados y
oficiales presentes, usted alteró el protocolo e introdujo un juramento
que no está previsto ni en nuestro sistema constitucional ni en el orden
militar. Los soldados están debidamente juramentados ante la bandera y
ante la patria. Están comprometidos a ser leales a la Constitución y al
poder civil, sea quien sea que lo asuma por medios constitucionales. No
hace falta que hagan un juramento especial a cada presidente, mucho
menos a su persona y su proyecto político. Tampoco en contra de los
enemigos del señor presiente y su partido…
Usted se inventó el siguiente juramento: “Como
su comandante general les doy una orden y les pido que hagan un
juramento: ‘Juran defender a nuestra patria de las amenazas externas e
internas, de los enemigos internos y externos y llevar a nuestra Fuerza
Armada a ser más gloriosa de lo que siempre ha sido. Juran cumplir las
órdenes de su comandante general y juran ser leales y tener disciplina,
honor hacia este servidor y hacia nuestra patria’”.
Con esto, usted introduce dos
elementos nuevos contrarios a la cultura republicana que el país adoptó
con los Acuerdos de Paz: la lealtad y obediencia a una persona
específica, sustituyendo la lealtad a la Constitución y al principio
constitucional de la subordinación de la fuerza militar a la fuerza
civil. Y el otro elemento nuevo: la defensa contra los ‘enemigos
internos’ como deber de la Fuerza Armada.
Cuidado, presidente, la Fuerza Armada
sólo puede actuar contra ‘enemigos internos’ con autorización
excepcional del presidente, ratificada por la Asamblea. Tiene prohibido
intervenir en conflictos internos de carácter social o político. Se puso
este candado constitucional para jamás regresar a los tiempos de la
Fuerza Armada rompiendo huelgas, reprimiendo manifestaciones, deteniendo
o matando a opositores, metida en política, en seguridad pública y en
todo.
Usted tiene la obsesión de señalar ‘enemigos internos’. Aparecen en el juramento que hizo al ‘pueblo’ y en el otro que hizo a los soldados. Enemigos y obstáculos. Ambos los señala cuando habla de la Asamblea, de los partidos, de los medios de comunicación. Bueno, cada uno escoge sus enemigos y sus batallas. Pero son enemigos y batallas suyos, ciudadano Bukele y líder de Nuevas Ideas. No son batallas de la presidencia y no los puede imponer a los policías, soldados y ciudadanos.Saludos,
Todos detestamos el nepotismo – o sea, la
maña de los gobernantes de emplear a sus familiares, cheros, empleados, socios en
su gobierno. Unos lo hacen para darles a ellos salarios que fuera del gobierno
nunca podían alcanzar. Así es el caso del gobierno anterior, como ahora se está
revelando con la campaña Se ordena.
Otros gobernantes lo hacen para consolidar su control en el aparato del poder,
porque no confían a quién no sea miembro o dependiente de su clan.
Ambas formas de nepotismo son dañinos,
son una forma de corrupción, y hay que desmontarlas.
El presidente Bukele está haciendo lo
posible (y lo ética y jurídicamente imposible) para crear la impresión que está
desmontando del nepotismo. Pero hay dos peros:
PERO resulta que sólo está
cambiando una forma del nepotismo por otra. No tengo espacio en esta carta para
documentarlo, pero les recomiendo revisarlo en la mejor reseña hecha del nuevo
gobierno, publicada en El Faro bajo en título “Amigos, socios y parientes en el nuevo
Gobierno”. Se publicó
el 2 de junio, y los nombramientos posteriores confirmaron la tendencia…
PERO la forma que el presidente adoptó para limpiar el aparato
gubernamental de familiares de dirigentes y altos funcionarios del FMLN es
violatoria a al debido proceso que ordenan la ley y los procedimientos
administrativos. Además es violatoria a la decencia. Aparte de que es un estilo
autoritario y humillante, tanto para sus ministros como los que quieren
despedir, provocará una ola de juicios que el gobierno va a perder. (Ojo:
estoy de acuerdo que es necesario la limpieza de nepotismo, pero con debido
proceso y sin convertirse en un espectáculo de linchamiento público.)
No es
que el presidente y sus asesores no sepan que este proceder está al margen del
orden legal. Su problema no es la ignorancia, sino la soberbia. Quieren mostrar
que ahora tenemos un presidente que para responder a las ‘demandas del pueblo’
no se deja detener por pendejadas
legalistas o burocráticas, o sea por las reglas que los de siempre han definido. Violan las normas legales adredemente.
Y lo hacen no solo para que sus seguidores les aplauden, sino sobre todo para
que todos nos acostumbremos a que las reglas institucionales ya no valen cuando
un presidente esté respondiendo a demandas
populares.
Y la
violación calculada de la institucionalidad tiene a la vez otra finalidad:
amaestrar a sus ministros y otros funcionarios. Quieren que de una sola vez
sepan que tienen que obedecer órdenes, aunque no estén convencidos que correspondan
a la legalidad y la lógica de prioridades, con la cual juraron administrar sus
carteras.
Este
método egocéntrico, mediático y autoritario de gobernar se muestra igual en la
forma en que el presidente se mete en la micro gestión de su ministra de
Desarrollo Local, moviendo los hilos para que en 72 se lance el proyecto de un
puente sobre el Torola. (Ojo: Aplaudo el esfuerzo de María Chichilco de
construir el puente, pero critico la forma como el aparato de propaganda
presidencial se mete encima de sus intenciones auténticas.)
En el
caso de Seguridad Pública, quieren crear la impresión que el presidente esta
coordinando vía tuits los operativos policiales contra los asesinos de
policías. El hecho que para mayor drama inventaron absurdos informes de inteligencia sobre el
FMLN financiando a cop killers, otra
violación calculada de la ley – y de la lógica, porque nunca en la historia la
relación entre las pandillas y el FMLN ha sido más tensa y violente que ahora.
No les importa, porque a corto plazo todas estas violaciones calculadas a la ley, a la decencia, a la lógica y a la verdad tienen el impacto propagandístico deseado. Pero más allá del corto plazo y del cálculo mediático, el daño para la institucionalidad será inmenso. Gocen del circo que da el presidente más cool del mundo, pero no se duerman, ciudadanos. Saludos,
La primera semana del nuevo gobierno de Nayib Bukele ha sacudido las
instituciones y la opinión pública. Durante diez años el FMLN instauró
la “fábrica de empleos”, específicamente para favorecer a los miembros
del partido y sus familiares. El presidente se ha encargado de hacernos
saber, a través de un show mediático, el nombre, parentesco y salario de
muchos de los familiares de dirigentes y funcionarios del exgobierno.
Ambas cosas son lamentables.
Lo que hemos vivido la última semana ha sido una buena dosis
de “medicina y circo”. Porque si bien la depuración de la planilla del
Estado ha sido una tarea pendiente de todos los gobiernos pasados, la
forma en que el presidente lo ha hecho deja a un lado las formas legales
necesarias en cualquier república donde todos sus ciudadanos tienen
derechos; además, somete a un escarnio público innecesario a gente que
no tuvo que meter en ese saco.
Los despidos que el presidente ha hecho en parte han sido medicina,
porque como él mismo lo dijo en su primer discurso oficial, “el país es
un niño enfermo que se tiene que curar”; se ha dejado en evidencia que
el aparato estatal fue utilizado como botín por muchos dirigentes del
FMLN para repartir puestos bien pagados entre familiares y amigos; la
corrupción, el nepotismo y el amiguismo son enfermedades que han
carcomido las instituciones.
Pero las medidas del presidente más que todo han sido circo, porque
la manera en la que han tomado muchas de sus decisiones bota la buena
voluntad de depurar eficientemente el Estado. Según se ha informado, no
se han seguido los procedimientos establecidos en la ley para hacer
estas depuraciones, se ha limitado a ordenar los despidos por Twitter y,
además, ha sometido humillaciones el nombre de personas que sí trabajan
y sí son competentes.
Yo he sido una de las personas que más ha insistido en la necesidad
de una depuración del Estado. En la planilla del Estado hay personas que
no tienen las competencias para el cargo que han ocupado; y hay muchos
otros que ingresaron al servicio público por ser familiar o amigo de un
funcionario, o por ser simpatizante de un partido político. Sin duda hay
que depurar.
Pero para saber si metemos a una persona en el saco del nepotismo e
incompetencia se debe analizar caso a caso la manera en que ingresaron a
la institución, sus credenciales, su rendimiento y sus resultados. No
es posible que se establezca una presunción de culpabilidad o de
incompetencia por el hecho de haber trabajado para determinado gobierno o
por ser familiar de alguien. Esto le falto al presidente y a su equipo
de asesores.
El Salvador es una república democrática donde existen leyes,
principios, instituciones y procesos que respetar. Por muy presidente de
la República que sea Nayib Bukele, y por muy buena que sea su intención
de depurar el Estado de los malos cuadros, el presidente y sus
funcionarios deben seguir los procedimientos de despido y de supresión
de plaza correspondientes.
El primero de junio, el presidente de la República se insertó en una
institucionalidad que data de hace décadas. Las decisiones no pueden ser
arbitrarias. Al interior de la administración pública hay
procedimientos que respaldan los derechos de los trabajadores que deben
respetarse.
Ojalá el presidente rectifique su manera de actuar en los despidos
realizados. Y, además, que guarde la coherencia debida en cuanto a la
contratación de familiares y amigos. La modernización del Estado pasa
por realizar una reestructuración de las dependencias del Estado y por
hacer una evaluación del recurso humano disponible. Pero debe hacerlo de
manera seria, conforme a Derecho.
Una historia bien contada siempre es seductora. El trasfondo puede
ser macabro, pero si el parrafeado, el ritmo y los énfasis son
adecuados, si lo imposible sabe a posible, si los miedos del
protagonista son nuestros mismos miedos ahí estaremos, sentados sobre la
piedra o arrepatingados en el sofá, boquiabiertos queriendo saber ¿qué
sigue?
Cuéntanos lo que quieras, pero convéncenos, dijimos tantas
veces con un libro entre las manos. Y Andersen, Perrault, los Grimm, o
sus sobrinos malditos Allan Poe, Kafka y Chéjov nos tomaron de la mano
para perdernos entre caperuzas, hombres que se despiertan siendo
insectos, reyes desdichados, princesas enterradas vivas y madrastras
diabólicas.
Si
te educaron entre letras, un cuento nunca es demasiado largo; y
viceversa, aunque se trate de un cuentito, como suele ocurrir en este El
Salvador en que la gente no lee completo ni su DUI. Pero en la última
semana, entre tuit y tuit de Bukele, muchos de mis conciudadanos han
leído más que en todo el año pasado. No es literatura en el estricto
sentido, pero sí un cuento que no promete ser corto.
Es obvio que
el presidente persigue nuestro aplauso, persigue la aprobación cueste lo
que cueste. No es que lo espera, es que lo necesita; sabe que nada hay
más traicionero que un ciudadano agobiado por la inseguridad, harto de
los políticos y descreído del Gobierno. Ya pescó en esas aguas, ya sabe
que son traicioneras. Y si en el próximo año y medio a través de GANA o
de Nuevas Ideas no altera a su favor la aritmética legislativa, su
administración será larga, minada por su minusvalía para el diálogo.
Aspirar
a un año y medio de gestión sin que tu popularidad resulte lesionada es
ridículo; aunque los graves señalamientos contra la década efemelenista
son válidos, la sangre que Sánchez Cerén y su círculo dejaron en
Twitter se secará pronto, y las quejas sobre el gobierno anterior
sonarán solamente a eso: quejas. O peor aún, sin un hilo conductor entre
sus decisiones, sin músculo político para promover iniciativas de ley y
sin articulación con los otros órganos, el presidente correría el
riesgo de administrar el aparato público pero no el poder.
Ante
esa necesidad, la de proteger la imagen presidencial de los embates de
la realidad, sus asesores ya le dijeron que los primeros 100 días aunque
no sean impecables tendrán que parecerlo, tanto como para relanzar otra
vez su marca personal en octubre. Y como tal calificación se construye a
puras impresiones (sino, ¿cómo Mitofsky le puso 8.5 a los de Funes?),
eligieron el mismo camino de su campaña: contemos cuentos, el repasado
«storytelling» como herramienta del marketing político que los gringos
se inventaron hace 40 años alrededor de Ronald Reagan.
En otras
palabras, al inicio de esta administración lo importante no es el
contenido, sino que lo cuentes, insumo para la clientela, materia para
los sublimes «spots» del otro trimestre. Como lo fue antes con Flores,
con Saca, con Funes, con Ortiz. Pero con un matiz distintivo
inalienable: todo el capital de comunicación, toda utilidad de imagen,
todo el contenido debe converger hacia el vértice del presidente. Aunque
él no cuente el cuento, él es el cuento. Y por eso antes de cualquier
otra herramienta para acometer el reto del desarrollo local con rango
ministerial, lo primero que hicieron con doña María Chichilco, el mismo
día que la nombraron cabeza del ex-FISDL, fue abrirle una cuenta de
Twitter.
En los primeros dos días de su presidencia, Nayib Bukele botó del pedestal a dos grandes señores de la guerra. Primero, mandó a borrar el nombre del teniente coronel Domingo Monterrosa del muro de la Tercera Brigada en San Miguel. Lo que el FMLN no tuvo valor de hacer en 10 años, lo hizo nuestro nuevo super héroe con un tuit. Pero ojo, es fácil borrar un nombre de un muro, pero no borrarlo de la memoria de su gente…
La tesis de Bukele es que él
al fin pondrá fin a la impunidad que según él ambos bandos de la guerra
habían logrado prolongar mediante los Acuerdos de Paz y la amnistía.
Por tanto, luego de mostrar a los militares quien manda, se metió con
vos, el alter ego
de Monterrosa, el leyendario jefe guerrillero ‘Jonás’ de Morazán, el
hombre que volvió loco a Monterrosa porque le estaba ganando la guerra
en Oriente. Tan loco que al final cayó en la trampa y subió a su
helicóptero, sin revisarlo, un emisor de la Venceremos supuestamente
capturado por sus tropas. Los guerrilleros de Morazán hicieron explotar
al emisor en pleno vuelo…
Entonces, pensó el presidente: ya hice pedazos el poderoso mito de Monterrosa, el elemento emblemático que los militares veneran como el mejor jefe militar de la guerra; hoy voy a borrar el mito alrededor de Jonás, a quien muchos consideran el mejor jefe guerrillero del conflicto.
Lunes, el primer día laboral del
gobierno Bukele, el nuevo ministro de Gobernación, Mario Durán, se
reunió contigo, el director de Protección Civil, para pedirte la
renuncia. Una reunión amigable. Durán y su vice se deshicieron en
elogios del trabajo que habías realizado. Te pidieron la renuncia en el
marco del cambio de dirección, que un gobierno nuevo realiza en sus
instituciones. No hablaron del caso Roque Dalton. Ni una palabra. Vos
insististe que para salvaguardar la capacidad de respuesta inmediata de
Protección Civil ibas a renunciar al momento que hubiera sustituto.
Quedaron en que el día siguiente, martes 4 de junio, se iba a hacer el
traspaso.
Esto fue antes del mediodía. Cuatro horas y media después, el presidente publicó su tuit y ordena a Durán “que remueva al director de Protección Civil, acusado del magnicidio de nuestro poeta Roque Dalton”.
O sea, el presidente decidió que no te iba a dejar ir como cualquier
otro de los ministros, viceministros a los cuales simplemente se les
acabó su mandato. No, como se trata del mítico Jonás, el jefe militar
del ERP y de Morazán, tuviste ser despedido con una patada, o más bien
con un golpe a tu dignidad.
Otra forma de entender el mensaje: “Te
tienen como héroe, como el hombre que derrotando a Domingo Monterrosa
venció la estrategia contrainsurgente de Reagan, pero aquí el superman
que al fin destruye a Monterrosa soy yo y a vos te pongo al mismo nivel
con el asesino Monterrosa… que se hundan juntos”.
Así un simple relevo de titular se
politizó y se contaminó de resentimientos ideológicos, venganzas
históricas, campaña electoral adelantada y envidia.
El presidente no tiene facultad legal
ni derecho ético de atacar de esta manera a un ciudadano. Tampoco para
afirmar y validar una ‘acusación’ que jurídicamente no existe, porque
vos ya fuiste juzgado y sobreseído. Además, vos ni siquiera fuiste parte
de ninguna jefatura militar o política cuando decidieron matar a
Dalton, fuiste un simple combatiente.
Obviamente Bukele no entiende la
complicada y dolorosa historia del surgimiento de las guerrillas
salvadoreñas, sus conflictos internos, su radicalismo infantil, sus
errores. Por tanto, no sabe que para los jóvenes del ERP los trágicos
casos del asesinato de Roque Dalton y del secuestro-homicidio de Roberto
Poma generaron la crisis que los hizo madurar, los hizo transformar su
forma de organización y definir criterios éticos muy estrictos, lo que
en el transcurso de la guerra convirtió al ERP en la guerrilla más
responsable en cuanto a protección de civiles y de derechos humanos. Los
dirigentes responsables de estos errores de juventud fueron desplazados o desertaron.
Mientras varias de las otras
organizaciones del FMLN vivieron conflictos internos muy violentos
todavía durante los años 80, el ERP había alcanzado la capacidad de
solucionar sus problemas internas de forma pacífica y dialogante. Me
consta que vos, como comandante en jefe en Morazán, fuiste uno de los
más estrictos garantes de este proceso de maduración. Muchas veces te vi
sacrificar éxitos militares para garantizar la seguridad de la
población civil.
Solo un ignorante de nuestra historia
puede tratar de poner a Jonás a la par de Monterrosa. El que derrotó a
Monterrosa fuiste vos, no Bukele más de 30 años más tarde. No solo lo
derrotaste, desarmaste su mito de invencibilidad y honor, e hiciste
justicia y verdad por la masacre de El Mozote.
Yo te critiqué mucho por no
desmarcarte del todo del FMLN. No me gustaron las alianzas que tu
Partido Socialdemócrata hizo con el Frente pero nunca te hiciste
incondicional, nunca defendiste lo indefendible.
Bueno, Jonás, ya te dará pena que hable así de vos. Pero en esta
ocasión, cuando tenés al muy presidente queriendo destruir tu honor, es
lo mínimo que puedo hacer. No te olvidés de lo que nos predicaste
siempre en Morazán: La mejor defensa es la ofensiva.
No hay forma de saber a ciencia cierta cuál será el futuro del país
con el nuevo gobierno. Sin embargo, las probabilidades de que la gestión
de Nayib Bukele resulte ser la continuación de la corrupción sistémica,
el nepotismo, la preferencia por el autoritarismo y la ineficiencia en
las instituciones, son perturbadoramente altas. Esto por dos razones
fundamentales. Primero, porque en virtud del inmenso apoyo popular del
que goza, el presidente Bukele parece más orientado a conducirse como un
líder populista que como un gobernante consciente de la división de
poderes propia de un gobierno republicano. Y, segundo, porque las
instituciones políticas y partidarias que podrían hacerle contrapeso
están en una profunda crisis producto de sus propios fracasos y de la
corrupción crónica. En estas circunstancias, este gobierno puede
representar no solo el fin de los partidos políticos tradicionales, sino
también el fin de la democracia electoral de la posguerra.
Casi
1.5 millones de salvadoreños votaron por un cambio en la conducción del
país y para la gran mayoría ese cambio implica la promesa de resolver
los problemas viejos del país: la pobreza y la inseguridad. Luego de
casi tres décadas de paz política, los gobiernos no solo fueron
incapaces de cumplir con la promesa de resolver esos problemas, sino que
también hundieron en la desesperación a muchas personas. El Salvador no
solo sigue siendo inseguro y excluyente, sino que además es más
desesperanzador, porque las instituciones políticas destrozaron las
ilusiones que la mayoría de los ciudadanos se habían hecho con respecto a
la conducción política.
En las discusiones cotidianas en la calle
y en las redes sociales, la mayoría de los ciudadanos y ciudadanas en
realidad no saben qué esperar del nuevo gobierno. Las opiniones sobre la
gestión entrante están llenas de prudencia, pero muchas están llenas de
esperanza, porque el nuevo presidente les ha explicado que él es
distinto. En buena parte porque no pertenece a los partidos
tradicionales que han defraudado y estafado al país.
“Nadie se interpondrá entre Dios y su pueblo para cambiar a El Salvador” Esta
frase, con la cual el nuevo presidente concluyó su discurso de
inauguración, resume muy bien el ethos populista de izquierdas y
derechas que ha recorrido las Américas en las últimas dos décadas.
Indica que, en la tarea de gobernar, el líder está investido de un
propósito divino que le permite responder directamente a los deseos de
su pueblo. Cualquier obstáculo y mediación a ese poder—“Nadie se
interpondrá”— es inaceptable.
Uno podría desestimar esa frase como
una expresión del entusiasmo que rodea la toma del poder. Pero
expresiones como esa llenan la biografía política de Bukele en su
ascenso a la silla presidencial. Más aún, como político y candidato,
este nuevo presidente se ha dado a conocer por sus tuits efectistas, por
mostrar muy poca tolerancia a la disensión pública y por mantenerse
rodeado de personajes cuestionables de la política, a pesar de su
discurso en contra de la corrupción. Todas esas son características de
líder populista. Así como también lo es la ausencia de planes de
gobierno concretos, originales, sostenibles y escrutables. El hecho de
que aún después del discurso inaugural no sepamos cuáles serán los ejes
de la política de seguridad pública, del combate a la pobreza y de la
reconstrucción del capital humano es solo una señal más de que el cambio
prometido puede resultar ser más de lo mismo.
La mayor amenaza Pero
la amenaza política más grande que enfrentará el país en los próximos
cinco años no es el populismo de Bukele. Es, más bien, la ausencia de
instituciones fuertes que le hagan contrapeso de forma efectiva. En un
país asediado por corrupción en las instituciones públicas, en el que la
independencia institucional es truncada para beneficiar los intereses
particulares del grupo en el poder, es muy poco probable que las pocas
instituciones que cumplen con su trabajo contralor resistan el embate de
un líder populista.
Los recientes retrocesos institucionales en
la Corte Suprema de Justicia y en la Fiscalía General de la República,
el esfuerzo decidido de los partidos políticos por perpetuar la
impunidad proveniente de la guerra civil, y el deterioro por el respeto
de los derechos humanos en la Policía Nacional Civil son ejemplos de lo
lejos que está el país de tener instituciones que garanticen el Estado
de derecho y la transparencia.
Es cierto que el actual presidente
se ha manifestado públicamente en contra de algunos de esos problemas.
Pero es cierto también que cualquier acción consecuente con esa posición
implicaría primero separar a personajes que forman parte de su círculo
más cercano. Los signos hasta ahora apuntan a que el nuevo presidente
tiende a no explicar lo que hace porque no necesariamente hace lo que
dice.
Arena y el Fmln hicieron muy poco por fortalecer el
entramado institucional del país y los problemas que siguen agobiando a
los ciudadanos y ciudadanas son producto de gestiones gubernamentales
que rayaron en la incapacidad y, muchas veces, en el delito. Pero a
final de cuentas sostuvieron las instituciones básicas para asegurar la
estabilidad nacional, porque su propia supervivencia dependía de ello.
La razón por la cual el Tribunal Supremo Electoral hizo relativamente
bien su trabajo en las últimas elecciones —a diferencia de lo sucedido
en países vecinos— es porque los partidos dependían del mismo para
seguir en el poder. Esos contrapesos son los que han permitido que, en
otras áreas, algunas instituciones lleguen a funcionar eficiente y
transparentemente, al menos por ciertos periodos.
En un sistema
sin los equilibrios adecuados y sin la necesidad de rendir cuentas, como
el que los líderes populistas promueven, las instituciones solo
funcionan para cumplir las órdenes del líder máximo. Este presidente
tendrá muy pocos incentivos para fortalecer las instituciones que pueden
cuestionar su poder y, en el actual contexto, tendrá muchas razones y
no pocos recursos para erosionarlas aún más. En la nueva configuración
política, con los partidos tradicionales en busca de salvavidas, el
nuevo gobierno tendrá incentivos para manipular o ignorar la
institucionalidad.
¿El futuro? El Salvador,
sin duda, necesita reformas fundamentales, pero esos cambios deben
llevar al fortalecimiento definitivo de las instituciones democráticas
del país. El Salvador necesita reactivar su economía y, para ello,
requiere de iniciativa privada, de inversión en innovación y de reforma
en el sistema tributario. Pero sobre todo necesita que toda la gente
esté debidamente protegida, reciba educación de calidad y se le
garantice celosamente su salud. El país necesita resolver el problema
de la violencia crónica, pero para ello requiere combatir la impunidad y
establecer mecanismos de transparencia, supervisión y control de la
policía, la fiscalía y los tribunales.
Todo lo anterior se logra
con instituciones fuertes y responsables. Son estas instituciones las
que producen planes estratégicos, metas claras y resultados sostenibles.
Y son esas instituciones las que pueden y deben rendir cuentas a la
población de forma habitual.
Nayib Bukele puede usar su capital
político para dos cosas diametralmente opuestas. Puede usarlo para
reformar las instituciones y convertirlas en entes responsivos a la
población sobre la base del Estado de derecho y los procedimientos
democráticos. O, bajo el pretexto de que el sistema heredado de la
posguerra es inherentemente corrupto, puede usar su carisma para
terminar de destruir los procedimientos institucionales que establecen
contrapesos y limitan la acumulación del poder. A juzgar por su forma de
actuar hasta ahora, parece más probable que se decidirá por lo segundo.
Ojalá me equivoque.
En la vida cotidiana de los salvadoreños, no se siente el cambio de
gobierno. Cada quien se ocupa de lo suyo como ha venido haciéndolo en
los últimos meses. Solo los funcionarios que salen y los que entran
tienen que hacer un esfuerzo grande de adaptación a su nueva realidad.
Así suele ser, porque las instituciones garantizan estabilidad y
continuidad. Así suele ser, hasta que en alguna dimensión ocurre algún
cambio notable e impactante.
Las dudas que hayamos albergado en nuestra mente acerca del
nuevo gobierno no se despejaron durante el fin de semana recién pasado.
Los nuevos funcionarios son desconocidos para la mayoría de
salvadoreños, no solo porque son nuevos en la política sino porque nunca
han sobresalido en ningún aspecto. Aun los que tenemos el hábito de
observar de cerca los acontecimientos políticos, conocemos solo a unos
pocos de ellos. Entre esos pocos, solo unos pocos nos dan esperanza; la
mayoría nos dejan indiferentes o nos confirman nuestros peores temores.
No son los mismos de siempre, pero no por eso son mejores, más honestos,
más competentes.
Por otra parte, el discurso inaugural del presidente tampoco nos
permite saber a qué atenernos. Tuvo el mérito de no ser agresivo. Tuvo
el mérito de proyectar al nuevo presidente en una perspectiva más
personal, más humana. Tuvo el mérito de intentar levantar los ánimos de
la población, la esperanza de que podemos construir un país mucho mejor.
Pero más allá de eso, seguimos sin tener idea de cuál es la visión del
presidente, cuál es el rumbo que tendrá el país en los próximos cinco
años, cuáles son las estrategias y acciones que, por novedosas y bien
pensadas, ofrecen buenas posibilidades de resolver los principales
problemas y satisfacer las grandes expectativas que se han levantado en
la población.
Tuvo cuatro meses el presidente Bukele para afinar su visión y
definir sus prioridades globales y sectoriales. Tal vez ha hecho avances
en esa dirección, pero si es ése el caso, no hemos podido enterarnos al
escuchar sus primeros discursos. De momento al menos, lo que vemos es
un gobierno que empieza a caminar sin rumbo claro; un equipo entre
mediocre y malo, con la excepción de algunas carteras, como Educación,
Relaciones Exteriores, Desarrollo Local, Economía y Hacienda. Tal vez
mejora o tal vez empeora con la designación de los viceministros, la
cual sigue pendiente incomprensiblemente.
A los peligros de un gobierno sin rumbo, conducido en algunas áreas
críticas por personas sin experiencia pertinente y sin la debida
formación, se añade un factor negativo que probará ser muy determinante y
no precisamente para bien. Los partidos que fueron dominantes durante
tres décadas culminaron su proceso de deterioro hasta casi desaparecer
por completo del mapa político. Con 7 y 5 por ciento de popularidad
respectivamente según encuesta reciente de LPG-Datos, ARENA y FMLN se
han vuelto irrelevantes. PCN, PDC y el propio GANA están ya en el suelo.
Han transcurrido ya más de 15 meses desde las elecciones para
diputados y alcaldes, en las que podía verse ya claramente el deplorable
futuro que les esperaba a ARENA y FMLN si no entendían que debían
iniciar un proceso lúcido, valiente y genuino de renovación. Pero ellos
no lo vieron así. Continuaron haciendo todo lo contrario de lo que
debían haber hecho para recuperar su legitimidad ante la mirada
impaciente de la población.
¿No entendieron? Muy bien, dijo el pueblo. Ahora se lo vamos a
explicar a golpes. Y sucedió la aparatosa derrota del pasado 3 de
febrero. Pero lamentablemente sigue faltando inteligencia y sigue
sobrando apego al poder. Las cúpulas de ambos partidos simple y
sencillamente no se quieren apartar, no se dan cuenta de que ellos y sus
abundantes parásitos son la causa principal de que sus partidos se
encuentren postrados y sin futuro.
La consecuencia inmediata ya se está haciendo sentir. Las lealtades
de los diputados electos por el pueblo el año pasado ya no son para sus
respectivos partidos, ni están orientadas por principios y valores;
empiezan a convertirse en mercancías disponibles al mejor postor,
empiezan a sentirse irresistiblemente atraídos por el único polo de
poder político que actualmente existe en El Salvador.