Nayib Bukele

¿Están cayendo en la misma trampa? De Carlos Ponce

19 junio 2019 / EL DIARIO DE HOY

Estar expuestos de forma prolongada a altos niveles de delincuencia afecta cómo percibimos a los victimarios, a las víctimas y al Estado. La desesperación y angustia nos llevan a favorecer y, a veces, hasta exigir, un tratamiento más contundente, agresivo y duro del problema. Incluso estamos dispuestos a sacrificar garantías ciudadanas con tal de dotar al Estado de herramientas para que derrote a los criminales. Sin embargo, esto, sin excepción, produce un efecto totalmente opuesto al esperado. El problema no se resuelve, se empeora.

Este tipo de circunstancias son un sueño hecho realidad para los políticos populistas y los asesores en comunicación, ya que pueden explotar fácilmente la desesperación de la ciudadanía para ganar réditos políticos. La gente no solo pide a gritos ser rescatada por el gobierno, sino que, además, está dispuesta ceder lo que sea para ser salvada. Las condiciones están dadas para crear una narrativa que venda a los funcionarios de gobierno como héroes y pinte su abordaje del problema de inseguridad, por descabellado y malintencionado que sea, como una épica batalla entre el bien y el mal.

La receta siempre es la misma, no importa el país. Primero, se crean unidades especiales dentro de la policía, se despliegan a las áreas problemáticas y realizan actividades sumamente visibles. Las unidades se proyectan con una imagen intimidatoria que de la percepción de contundencia a través operativos masivos y capturas de delincuentes que se pintan como terribles villanos.

Muchos pueden pensar ¿Y qué? ¡Esto es lo que necesitamos para resolver el problema! La realidad, sin embargo, es que se trata de una ilusión. Hay ejemplos de sobra en nuestro país que demuestran que seguir esta receta empeora el problema y no lo resuelve. Mano Dura, súper mano dura y las medidas extraordinarias, por ejemplo, todas agudizaron el problema.

Hay muchas razones para explicar por qué no sirven estas medidas. La predominancia de lo mediático sobre lo técnico, por ejemplo. Los asesores en comunicación se vuelven los directores de la orquesta, cometiendo errores desastrosos. No ven, por ejemplo, las devastadoras consecuencias de los mega operativos, las redadas masivas y los despliegues de contingentes policiales. Estos venden el abordaje, pero no arreglan el problema.

Es importante ponerse por un momento en los zapatos de las personas que viven en las comunidades asediadas por pandilleros. Estas personas tienen que escoger a qué gobierno obedecer ¿Al gobierno elegido por el electorado o al gobierno ilegítimo establecido por la pandilla? ¿Cuáles leyes obedezco? ¿Pago la extorsión o la denuncio? Al final, la decisión depende de cuál de las opciones implique menos incertidumbre. Aquí es donde los abordajes mediáticos de la inseguridad agudizan el problema.

Diferentes estudios demuestran que los policías que patrullan zonas de alta incidencia delincuencial son relativamente más irrespetuosos, agresivos e impacientes. Se comportan así porque perciben que están en un territorio hostil. Esto distancia a la ciudadanía del estado. Las capturas masivas generalmente no son sustentadas con pruebas robustas, por lo que la mayoría detenidos terminan saliendo libres. Entonces, no solo la gente de estas comunidades ve con desconfianza a los policías porque los trata mal, sino que los percibe como inefectivos. Sampson y Bartusch utilizan el término cinismo legal para describir cómo la gente pierde la fe en Estado para resolver sus problemas de inseguridad.

Bajo estas circunstancias, la elección que implica menos incertidumbre es el gobierno ilegítimo de las pandillas, ya que el castigo por romper sus reglas es contundente y certero.

El comisionado Mauricio Arriaza Chicas, director de la Policía, aseguró esta semana que el presidente ha ordenado que se enfoque en la represión. Es importante que defina exactamente qué significa eso para pronosticar con certeza si el problema se agudizará más o no.

Populismo millennial: Nayib Bukele y sus dos insólitas semanas de gobierno por Twitter. De Darío Mizrahi

Se convirtió el 1° de junio en el mandatario más joven de la historia de El Salvador, con 37 años. Había ganado las elecciones prometiendo una regeneración de la política, pero ejerce el poder con una fórmula que combina las herramientas comunicacionales del siglo XXI con el caudillismo del siglo XX.

Nayib Bukele, el presidente que gobierna a través de Twitter
Nayib Bukele, el presidente que gobierna a través de Twitter

15 junio 2019 / INFOBAE

«Presidente de la República de El Salvador, Jefe de Estado, Jefe de Gobierno y Comandante General de las Fuerzas Armadas». Así se presenta Nayib Bukele en Twitter, su despacho virtual. Allí toma, comunica y ejecuta sus decisiones.

No hace falta estudiar psicología para encontrar en esa acumulación de títulos y atribuciones una necesidad de demostrar autoridad. Todos los presidentes latinoamericanos son, al mismo tiempo, jefes de Estado y de Gobierno, y comandantes de sus fuerzas militares, pero ningún otro siente la necesidad de aclararlo. Se sabe que van de la mano del cargo.

«Voy a decir algo que hace mucho tiempo debió haber sido dicho: ahora el poder está en sus manos, en las manos de todos», dijo Bukele el 1 de junio, después de jurar. Su primer tuit como mandatario en funciones fue una foto suya de espaldas a la cámara, con la banda presidencial puesta y un aire casi épico.

El perfil de Twitter de Nayib Bukele
El perfil de Twitter de Nayib Bukele

Esa misma noche estrenó una fórmula que repetiría hasta el cansancio: tuits que comienzan con «Se ordena…» y concluyen con alguna disposición. Lo que el Poder Ejecutivo hace habitualmente a través de decretos y resoluciones administrativas, sólo que por Twitter, sin pasar por ningún canal institucional.

«Se ordena a la @FUERZARMADASV (cuenta oficial de la Fuerza Armada de El Salvador) retirar de inmediato el nombre del Coronel Domingo Monterrosa, del Cuartel de la Tercera Brigada de Infantería, en San Miguel», fue lo que publicó Bukele. Lo que vino después fue una larga serie de retuits a personas que lo felicitaban por su decisión.

Bukele hizo que fuera su esposa quien le tomó el juramento como nuevo Presidente de El Salvador el 1 de junio de 2019 (REUTERS/Jose Cabezas)
Bukele hizo que fuera su esposa quien le tomó el juramento como nuevo Presidente de El Salvador el 1 de junio de 2019 (REUTERS/Jose Cabezas)

«En los primeros días de su gobierno se ha instalado una política del espectáculo que, al exponer situaciones del pasado reciente enfrentadas con la ética y posiblemente con la ley, somete también de forma indistinta e irresponsable el honor y dignidad de muchas personas a una especie de escarnio público. Se trata de un debut en el ejercicio del poder presidencial que no sólo exhibe un alto nivel de arbitrariedad, sino que también riñe con la institucionalidad y el respeto a legalidad del país», dijo a Infobae el filósofo Carlos G. Ramos, investigador académico de la FLACSO en El Salvador.

Casi todas las resoluciones de los días siguientes apuntaron en la misma dirección: separar de su cargo a funcionarios vinculados con el gobierno anterior, del FMLN. Por ejemplo, el 5 de junio tuiteó: «Se le ordena a la Ministra de Relaciones Exteriores @CancillerAleHT, remover de su cargo en la Dirección General de Desarrollo Social, a Dolores Iveth Sánchez, hija del ex Presidente Sánchez Cerén. No contrate reemplazo, pase su salario de $2,645.64 a ahorro institucional». Esta dinámica lleva a los ministros a tener que responder por el mismo medio. «Su orden será cumplida de inmediato Presidente», contestó la canciller Alexandra Hill Tinoco.

Se trata de un debut en el ejercicio del poder presidencial que no sólo exhibe un alto nivel de arbitrariedad, sino que también riñe con la institucionalidad y el respeto a legalidad del país

«Esto tiene la intencionalidad de terminar de hundir al FMLN, con vistas a los próximos procesos electorales. Por otra parte, bajo el pretexto de combatir el nepotismo, lo cual no se cuestiona, se han suprimido varias secretarías de la presidencia y se han cometido violaciones a los derechos laborales de cientos de empleados públicos, la mayoría sin militar en un partido político, al despedirlos sin el debido proceso que ordena la ley. Lo llamativo es que hasta ahora no ha enfilado sus críticas y despidos hacia ex funcionarios de ARENA, lo cual es congruente con el aparente viraje hacia la derecha que está tomando su gobierno, como puede apreciarse en la composición de su gabinete, así como en las acciones que está realizando», explicó Héctor Samour, profesor del Departamento de Filosofía de la Universidad Centroamericana de San Salvador, en diálogo con Infobae.

Las desviaciones sobre el normal funcionamiento de una democracia institucionalizada son múltiples. Por un lado, el despido de un funcionario debería seguir un determinado procedimiento para ser válido y no ser una completa arbitrariedad. Hasta tal punto prima el desorden en el método Bukele que en más de una oportunidad se ha equivocado.

«Se le ordena al presidente de CEL, @wdgranadino, remover de su cargo a José Roberto Peña, encargado de energías renovables, hermano de Lorena Peña», escribió en otra ocasión. Pero la ex diputada del FMLN lo desmintió. «Todos mis hermanos fueron asesinados por la dictadura militar. ¡Respete! ¡Y deje de mentir!», replicó.

Por otro lado, detrás de estos tuits asoma la idea de construir una imagen de Bukele como un mandatario omnipresente y superpoderoso. Que por eso se permite también hacer cosas insólitas. «Se les ordena a todos darle like y así ser el Presidente de Twitter», publicó el 7 de junio, citando un tuit de la revista Aquí Lo Miré. «Oficialmente soy el Presidente más cool del mundo», había tuiteado una hora antes, compartiendo un video del youtuber Jacobo Wong. Y luego llegó al absurdo de escribirles a sus seguidores «se les ordena que vayan a dormir«.

«La consecuencia política de esta forma de gobernar —continuó Samour— es que se fomente el autoritarismo, la transgresión de las leyes y la vulneración del Estado de derecho, sobre todo en un contexto en el que los otros órganos del Estado aparentemente no hacen el suficiente contrapeso al Ejecutivo, y los principales partidos de oposición están sumidos en una profunda crisis de identidad».

El uso de las redes sociales como vía de comunicación preferencial es compartido por mandatarios de todo el mundo. Pero hasta Donald Trump y Jair Bolsonaro, que son quienes las emplean de modo más extremo, conceden entrevistas y conferencias de prensa de tanto en tanto. Bukele, que no debatió con sus rivales durante la campaña electoral, aún no se ha dejado entrevistar desde que asumió y en su única rueda de prensa apenas aceptó dos preguntas.

«Está tratando de diferenciarse de sus predecesores usando una estrategia mediática que le funciona muy bien. Se siente cómodo en las redes sociales, y es consciente de que su campaña digital ha jugado un papel muy importante en el crecimiento de su proyecto político, que es Nuevas Ideas. Creo que en este momento busca mandar un mensaje contundente de su poder como presidente, y dejar claro que va a cumplir sus promesas de campaña de sacar a los acusados de corrupción del gobierno. Pero, a pesar del impacto de sus tuitazos, Bukele y su equipo saben de las limitaciones de una estrategia puramente mediática. Temo que su campaña para diferenciarse dañe a largo plazo la reputación de instituciones que tanto le ha costado al país construir desde la guerra civil», dijo a Infobae Sofía Martínez, consultora independiente en temas de violencia, migraciones y corrupción en Centroamérica.

Lo paradójico es que con un estilo millennial, que ofrece un contraste casi absoluto con los políticos tradicionales, está reproduciendo una forma personalista y verticalista de ejercer el poder, propia de los viejos caudillos políticos latinoamericanos.

«El liderazgo del actual presidente —dijo Ramos— tiene mucho de nuevo en sus medios para comunicar, en los códigos de lenguaje de su laxa narrativa política, en los eslóganes simples que acompañan su marca personal y en la forma de hacer política del espectáculo. Pero tiene también mucho de viejo en lo carente de argumentos de su discurso, en la comodidad con que asume el culto a su personalidad, en la poca competencia para dialogar y convivir con la crítica y con los críticos, en su constante descalificación de los adversarios y, especialmente, en lo que parece ser una escasa preocupación por el cumplimiento escrupuloso de la ley».

Entre la expectativa de cambio y el temor a una regresión

Un estudio mundial de la firma Consulta Mitofsky informó esta semana que Bukele es el presidente más popular de América, con un 71% de aprobación. No llama la atención. Su estrategia de comunicación directa y permanente lo muestra como un mandatario que trabaja las 24 horas, que exige resultados inmediatos a sus ministros y que combate «a los corruptos», como pretende demostrar con sus despidos masivos a funcionarios del gobierno anterior.

«La estrategia del uso del Twitter por parte del Presidente busca dotar de un halo de efectividad y capacidad ejecutiva a su gestión —dijo Samour—, al dar órdenes directamente a sus ministros y a otros funcionarios, que responden inmediatamente por el mismo medio, obedeciendo sin objetar. Son instrucciones a veces solicitándoles una acción para resolver un problema específico de una comunidad, o a veces para pedirles que diseñen un plan para resolver problemas más complejos, como, por ejemplo, un plan de reforestación para todo el país, en un plazo de 10 días. El efecto que persigue es mostrar que está gobernando con rapidez para resolver los problemas y mantener así las altas cotas de popularidad».

La consecuencia política de esta forma de gobernar es que se fomente el autoritarismo, la transgresión de las leyes y la vulneración del Estado de derecho

La opinión pública salvadoreña estaba hastiada de un bipartidismo estéril, con un partido conservador como ARENA, incapaz ofrecer estabilidad económica y seguridad, y una fuerza de izquierda como el FMLN, que no cumplió sus promesas de mayor bienestar e igualdad. La demanda por un cambio era generalizada y Bukele es un emergente de eso. No necesitó hacer grandes promesas para ganar. Le bastó —y le basta por ahora— con mostrarse muy diferente de lo que había.

«La modernización jurídica institucional diseñada en los 90 para dar soporte al régimen democrático no necesariamente tuvo un correlato en la transformación de la cultura política, ni de las élites ni de la población. Sobreviven vestigios autoritarios, que conviven y disputan cuotas de poder con los actores y dinámicas democratizadoras. Por otro lado, la corrupción y la oscuridad en el actuar de los partidos políticos y los funcionarios de gobierno han conducido a que amplios sectores sociales estén predispuestos a aceptar formas de autoritarismo, arbitrariedades personalistas y populismos del signo que sean, para menguar el hartazgo con la política y con los políticos que produjeron la guerra de los 80 y el post conflicto de los 90″, sostuvo Ramos.

El problema es que sin un plan de gobierno consistente, y sin la capacidad de gestión para llevarlo a cabo, será difícil que Bukele pueda hacer frente a los innumerables desafíos que tiene por delante. El Salvador tiene la mayor tasa de homicidios del mundo, un Estado con serias debilidades, una economía muy precaria y millones de personas en la más absoluta pobreza, un combo que lleva a miles a emigrar todos los años.

El Presidente tiene bastante experiencia en el mundo del marketing, pero no tanta en el de la administración pública. Hasta 2011 era un joven empresario que estaba al frente de la compañía publicitaria que heredó de su padre. En 2012 se presentó a sus primeras elecciones y ganó la alcaldía de Nuevo Cuscatlán, un municipio que no llega a los 8.000 habitantes. Lo curioso es que, a pesar de mostrarse como el rostro de la renovación, lo hizo como candidato del FMLN.

En 2015 volvió a ser postulante del partido, pero para un cargo de mayor envergadura, la alcaldía de la capital del país, San Salvador. Entonces empezaron a verse algunos rasgos controversiales de su liderazgo. El FMLN lo acusó de ser autoritario y lo echó del partido luego de que Xochilt Marchelli, síndica de San Salvador, lo denunciara por violencia física y verbal durante una sesión del consejo capitalino. «Me dijo ‘sos una maldita traidora, bruja’, y me arrojó una manzana», aseguró Marchelli.

Trató de crear su propio partido con la aspiración de competir por la presidencia en 2019. Pero, como no llegaba a cumplir con los plazos legales, anotó su postulación en la Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA), un desprendimiento de ARENA muy cuestionado por la falta de transparencia de muchos de sus dirigentes, como el ex presidente Elías Antonio Saca (2004 — 2009), que fue arrestado en 2016 por corrupción.

«Cuando fue alcalde de San Salvador y miembro del FMLN —dijo Martínez—, vimos a un Bukele carismático, joven, dispuesto a apostar por nuevas formas de hacer política y de enfrentar el principal problema del país, que es la violencia de las pandillas. A la vez, el Bukele que conocemos hasta ahora es alguien muy mediático, polémico, y sin mucho interés por lograr consensos. Todas esas son cualidades que a priori no tendrían por qué ser negativas para un líder joven como él. La clave está en la medida en que las utilice en su papel como presidente. El tiempo nos dará la respuesta».

Bukele acaba de cumplir 15 días en el poder, así que es demasiado pronto para emitir juicios definitivos. La voracidad y la discrecionalidad con las que está actuando preocupan a quienes conocen los peligros de un Poder Ejecutivo desbocado en sociedades de instituciones frágiles. Pero aún está a tiempo de moderarse y de probar que realmente busca consolidar la democracia.

Bukele prometió depurar la política salvadoreña, pero sus primeros días como presidente estuvieron repletos de controversias (REUTERS/Jose Cabezas)
Bukele prometió depurar la política salvadoreña, pero sus primeros días como presidente estuvieron repletos de controversias (REUTERS/Jose Cabezas)

«El nuevo presidente de El Salvador se encuentra ante una excepcional oportunidad de transformar la dinámica política del país y de refrescar las maneras de encarar los graves problemas que hay. Su particular forma de relacionarse con la población puede contribuir positivamente en este sentido. Sin embargo, fortalecer y consolidar nuevos escenarios de desarrollo social y democrático es un desafío que exigirá, más temprano que tarde, que se abra a múltiples frecuencias de diálogo social y a concertaciones nacionales y regionales que le permitan hacer la diferencia. Antes de que su actual tendencia a un estilo autocrático lleve a hacer de este gobierno una forma de autoritarismo de generación 3.0″, concluyó Ramos.

Los trucos tuiteros de Nayib Bukele. De Nelson Rauda en EL PAIS

Atrae como a moscas la miel un presidente de 37 años que tuitea a su casi millón de seguidores la desaparición de una secretaría, el despido de un funcionario o que él es el “presidente más cool” del mundo. Aunque Twitter apenas llega a los salvadoreños.

El presidente de El Salvador, Nayib Bukele.
El presidente de El Salvador, Nayib Bukele. J. Cabezas REUTERS

15 JUNIO 2019 / EL PAIS

La distracción es indispensable en el espectáculo de un mago. Te hace ver fijamente una carta en su mano cuando la verdadera acción sucede en otro lugar. Nayib Bukele, gran showman, ha iniciado su gestión como presidente de El Salvador con esa táctica. Y la carta que usa para captar la atención de todos es su cuenta de Twitter.

El 1 de junio, cuando se terminaba de limpiar la plaza tras su toma de posesión, Bukele ordenó cambiar el nombre de una brigada militar bautizada en honor a un criminal de guerra. La decisión fue aplaudida por organizaciones de derechos humanos y rápidamente cumplida por el Ejército. Al siguiente día, el 2 de junio, circuló un vídeo de soldados despintando el nombre del coronel Domingo Monterrosa del cuartel de San Miguel. La rapidez de Bukele permitió apuntar dedos: la exguerrilla del FMLN, Gobierno en los 10 años anteriores, no pudo (o no quiso) borrar el nombre del coronel, para no chocar con los militares, alegando, incluso, miedo de un golpe de Estado. Lo que el FMLN no hizo en una década, Bukele lo hizo en un tuit.

Aquello fue solo el comienzo. El mismo domingo 2 de junio, Bukele disolvió, todo a través de mensajitos en la red social, cinco secretarías de la presidencia. Esa orden de menos de 280 caracteres eliminará unas 600 plazas del Gobierno y en teoría ahorrará cerca de 15 millones de dólares en salarios el próximo año. Bukele recurrió de nuevo a Twitter para hacer espectaculares destituciones con nombre y apellido, además de cargo y salario. Decenas de funcionarios fueron despedidos por su parentesco con exfuncionarios del FMLN. Bukele pretendió establecer una narrativa: todos los despidos son cuota del partido que se va del poder dejando lleno de parientes el aparato del Estado. Eso no era cierto para todos. Pero, al menos en redes, el truco funcionó. La multitud dijo “me gusta”.

Tras un par de días de despidos a lo Donald Trump en El Aprendiz, el presidente volvió tendencia las palabras “se le ordena”. Sus ministros parecían competir por quién le contestaba con el tuit más inmediato y el tono más señorial: “sí, mi presidente”, “ahorita mismo presidente”, “su orden será ejecutada”. Bukele le encontró humor a la situación y se desató: ordenó, por ejemplo, a su secretario privado comprar una cafetera con el sobrante del salario de una plaza eliminada y, acto seguido, le ordenó comprar pan dulce con su propio salario.

Y no paró: ordenó a un youtuber que se bañara, a otro que hiciera mejores vídeos. Se autonombró “el presidente más cool del mundo”. El 9 de junio, pasada la medianoche, tuiteó “DRACARYS”, el comando que Daenerys Targaryen usaba para ordenar a sus dragones que abrieran fuego en la serie Juego de Tronos. Bukele no añadió ningún contexto, aunque días antes alguien había hecho un montaje de un tuit de Bukele con esa palabra. Estos primeros días de presidencia, los memes se confunden con la realidad.

Solo el 10.7 % de la población mayor de 18 años tiene Twitter en El Salvador, según la encuestadora LPG Datos. 36.9 % de los salvadoreños dijo a la encuestadora de la Universidad Centroamericana (UCA) que las redes sociales eran lo que más utilizaron para informarse en la campaña presidencial, solo por detrás de la televisión. Sin embargo, apenas un 3.6 % de esos encuestados mencionaron Twitter como la que más utilizaron, cuando más del 90 % dijo que era Facebook.

Pese al uso limitado, la información que se produce en Twitter circula fuera de lo digital, en otros medios de comunicación, pero también en la cotidianidad. Una empresa de gaseosas sacó anuncios en buses retomando la frase: “se le ordena a los salvadoreños disfrutar lo nuestro”. En la app de mensajería WhatsApp circulan calcomanías de Bukele con la fórmula “se le ordena” y frases como: “pagarme el almuerzo”, “invitarme a unas cervezas” y otras de contenido sexual.

Es fácil perderse en la vorágine informativa. Muchos medios de comunicación internacionales y famosos opinadores de redes sociales están deslumbrados por la forma. Los atrae como a moscas la miel un presidente de 37 años que tuitea a su casi millón de seguidores la desaparición de una secretaría, el despido de un funcionario o que él es el “presidente más cool” del mundo. El truco funciona. Aunque Twitter apenas llega a los salvadoreños, el debate público dominante sobre uno de los países más homicidas del mundo es acerca de lo que ahí se escribe. El ritmo frenético del presidente en sus redes marca agenda.

Twitter ha sido su carta de distracción mientras se asientan él y los suyos en el Gobierno. Twitter ha sido un truco efectista mientras no empiece a cumplir las promesas del ambicioso plan de trabajo que ofreció en campaña. Y aunque solo van un par de semanas, Bukele ya empezó a incumplir algunas de esas promesas.

“Los corruptos han iniciado una campaña de miedo dirigida a los empleados públicos”, escribió Bukele el 9 de febrero, seis días después de ganar la elección. “Todo lo contrario: los empleados públicos por fin tendrán estabilidad, recibirán aumentos y promociones por mérito, no por ‘conectes’ partidarios. Y dejarán de ser acosados por no apoyar al FMLN”. El sistema judicial salvadoreño ya revisa si el proceso seguido para decenas de casos de despidos fue legal. Bukele, por ejemplo, anunció el despido del inexistente hermano de una líder efemelenista. Los hermanos de ella fueron asesinados en la guerra. Pero el tuit fue ampliamente celebrado. La fiesta de la forma, el desprecio por el fondo. El presidente ya advirtió a los jueces que revisan los despidos para “que se pongan del lado del pueblo”. Sin embargo, Bukele tiene en su Gabinete a 14 personas de su círculo de confianza, entre parientes (su hermano es su principal asesor y un tío es secretario de comercio), exempleados de sus empresas y amigos cercanos. Pero eso no es tendencia en la red del pajarito.

Previo a asumir la presidencia, Bukele guardó como secreto estatal los nombres de su equipo de trabajo y marcó el tono nombrando a seis mujeres al hilo. “Por primera vez en la historia de nuestro país tendremos un Gabinete paritario, de igual número de mujeres que de hombres”, prometió Bukele en su discurso de toma de posesión. Para el 12 de junio, ese porcentaje era de 76% hombres y 24% mujeres.

En su plan de Gobierno, Bukele dijo que “la problemática de los grupos criminales no puede ser tratada exclusivamente desde una óptica de combate a la delincuencia”. Pero ante una oleada de ataques contra policías, cuatro asesinatos en cinco días, el presidente insinuó que buscará medidas más severas, tal como lo hicieron todos los gobiernos anteriores. “Acaban de lesionar a otro agente de la PNC en Santa Ana. Dos impactos en el abdomen. Lastimosamente nos arrinconan y solo nos dejan con una opción. Y no es una tregua”, dijo Bukele en un país donde los cuerpos de seguridad han perpetrado varias ejecuciones extrajudiciales en los últimos años, algunas de ellas difundidas justamente por Twitter.

Los primeros nombramientos en la Policía Nacional Civil anticipan la continuidad de la política represiva que El Salvador ha implementado en los últimos cinco años, una que convirtió al país en el más homicida del mundo en 2015.

El recién nombrado director de la Policía es cuestionado por su compromiso con derechos humanos. Era el jefe de Áreas Especializadas de la institución cuando una agente fue raptada y asesinada por uno de sus compañeros en la fiesta navideña de uno de esos grupos élite. El asesino huyó gracias a la complicidad de sus compañeros. El subdirector de la Policía, el mismo del Gobierno anterior, estuvo detenido años atrás y fue procesado por colaborar con un grupo de ejecución extrajudicial: la “Sombra Negra”.

Tres días antes de la elección, Bukele prometió —en Twitter, cómo no— que ningún diputado tendría “cuotas” en su Gobierno. La Asamblea Legislativa es el órgano de Estado más desprestigiado en el país. Pero ya nombró en su Gabinete a dos diputados de Gana, el partido con que llegó a la Presidencia, y del que forman parte varios acusados de corrupción. Además, nombró como viceministro de Obras Públicas a uno de los fundadores de ese partido, y a dos exfuncionarios del presidente Antonio Saca, condenado tras haber confesado un desfalco de casi 300 millones de dólares.

Para un presidente que es tan comunicativo en redes -solo este jueves 13 de junio publicó 45 tuits-, destaca su silencio sobre el acuerdo migratorio entre México y Estados Unidos, que endurecerá el camino que transitan cientos de migrantes salvadoreños (y hondureños y guatemaltecos) todos los días. Todo lo contrario: Bukele reclamó a Forbes México por afirmar en un tuit que él había criticado ese pacto. Bukele ha comparado a El Salvador con “un hijo drogadicto que necesita ayuda de su padre Estados Unidos” y ha evitado en su política exterior cualquier crítica a la gestión Trump. Desde que está en el cargo, lo único que Bukele ha dicho al presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, es que le cede su lugar como presidente mejor evaluado de América, porque ha aprendido mucho de él.

La lentitud normal de la entrada de un nuevo gobierno está siendo opacada por la frenética actividad del presidente en Twitter. Y eso como estrategia comunicacional y de campaña funciona bien. Pero no basta para administrar a un país.

No basta, sobre todo, ante un país que promedió nueve homicidios diarios en junio, una cifra que se ha mantenido en lo que va del año; un país en el que solo cuatro de cada 10 de los que empiezan la educación se gradúan de secundaria; un país donde más de 500,000 hogares viven bajo la línea de la pobreza. Entre 2020 y 2021, Bukele necesitará la aprobación de unos 250 millones de dólares en deuda externa. Para ello, requerirá 56 votos en la Asamblea Legislativa, y por ahora sus aliados no suman más de 11. Ante todo eso no hay respuestas, ya que el presidente solo ha dado un par de conferencias de prensa. Sabemos que se considera el “más cool”, pero no cuál será su política de seguridad.

Sus trucos en Twitter le compran tiempo. Son efectistas. Falta ver si son efectivos. Para que en cinco años El Salvador sea el país que Bukele visionó y ofertó, puede que haga falta magia de verdad.

EL PAÍS y EL FARO se unen para ampliar la cobertura y conversación sobre Centroamérica. Cada 15 días, el sábado, un periodista de EL FARO aportará su mirada en EL PAÍS a través de análisis sobre la región, que afronta una de sus etapas más agitadas.

Carta al presidente: Tiene que jurarle a los ciudadanos su lealtad a la Constitución, no ellos su lealtad a usted. De Paolo Luers

13 junio 2019 / MAS! y EL DIARIO DE HOY

Señor presidente:

La gente no le debe ningún juramento de lealtad a ninguna persona. Tampoco los ciudadanos uniformados. Ellos deben juramentar lealtad a la Constitución, lo que implica que aceptan estar supeditados al poder civil. Deben lealtad al presidente de la República, no a la persona, no a ningún partido, no a ningún proyecto político. Explícitamente la Constitución se los prohíbe.

Usted alteró el protocolo en dos actos de gran importancia simbólica, con el fin de invertir la relación entre gobernante y gobernados. El 1 de junio usted tuvo que jurar, ante la Asamblea y la nación, defender la Constitución. Lo hizo, pero inmediatamente después usted volteó la mesa y procedió a juramentar a los ciudadanos presentes en la plaza: “Juramos trabajar todos para sacar nuestro país adelante, defender lo conquistado el 3 de febrero, juramos que cambiaremos nuestro país contra todo obstáculo, contra todo enemigo, contra toda barrera, nadie se interpondrá”.

Es un juramento partidario. Aquí el líder de un movimiento político está juramentando a sus militantes y seguidores a defender su victoria electoral del 3 de febrero. El líder de un partido tiene derecho a juramentar a sus militantes y llamarlos a defender la victoria de su partido sobre sus adversarios, pero no en un acto de Estado.

El 11 de junio, a usted le tocó otro acto protocolario de mucho peso simbólico: recibir el bastón de mando de la Fuerza Armada. Simboliza la subordinación de la fuerza militar al poder civil. Y otra vez, al tomar la palabra ante los 2 mil soldados y oficiales presentes, usted alteró el protocolo e introdujo un juramento que no está previsto ni en nuestro sistema constitucional ni en el orden militar. Los soldados están debidamente juramentados ante la bandera y ante la patria. Están comprometidos a ser leales a la Constitución y al poder civil, sea quien sea que lo asuma por medios constitucionales. No hace falta que hagan un juramento especial a cada presidente, mucho menos a su persona y su proyecto político. Tampoco en contra de los enemigos del señor presiente y su partido…

Usted se inventó el siguiente juramento: “Como su comandante general les doy una orden y les pido que hagan un juramento: ‘Juran defender a nuestra patria de las amenazas externas e internas, de los enemigos internos y externos y llevar a nuestra Fuerza Armada a ser más gloriosa de lo que siempre ha sido. Juran cumplir las órdenes de su comandante general y juran ser leales y tener disciplina, honor hacia este servidor y hacia nuestra patria’”.

Con esto, usted introduce dos elementos nuevos contrarios a la cultura republicana que el país adoptó con los Acuerdos de Paz: la lealtad y obediencia a una persona específica, sustituyendo la lealtad a la Constitución y al principio constitucional de la subordinación de la fuerza militar a la fuerza civil. Y el otro elemento nuevo: la defensa contra los ‘enemigos internos’ como deber de la Fuerza Armada.

Cuidado, presidente, la Fuerza Armada sólo puede actuar contra ‘enemigos internos’ con autorización excepcional del presidente, ratificada por la Asamblea. Tiene prohibido intervenir en conflictos internos de carácter social o político. Se puso este candado constitucional para jamás regresar a los tiempos de la Fuerza Armada rompiendo huelgas, reprimiendo manifestaciones, deteniendo o matando a opositores, metida en política, en seguridad pública y en todo.

Usted tiene la obsesión de señalar ‘enemigos internos’. Aparecen en el juramento que hizo al ‘pueblo’ y en el otro que hizo a los soldados. Enemigos y obstáculos. Ambos los señala cuando habla de la Asamblea, de los partidos, de los medios de comunicación. Bueno, cada uno escoge sus enemigos y sus batallas. Pero son enemigos y batallas suyos, ciudadano Bukele y líder de Nuevas Ideas. No son batallas de la presidencia y no los puede imponer a los policías, soldados y ciudadanos. Saludos,

Carta a los ciudadanos que gozan del circo romano ‘cool’ . De Paolo Luers

11 junio 2019 / MAS! y EL DIARIO DE HOY

Todos detestamos el nepotismo – o sea, la maña de los gobernantes de emplear a sus familiares, cheros, empleados, socios en su gobierno. Unos lo hacen para darles a ellos salarios que fuera del gobierno nunca podían alcanzar. Así es el caso del gobierno anterior, como ahora se está revelando con la campaña Se ordena. Otros gobernantes lo hacen para consolidar su control en el aparato del poder, porque no confían a quién no sea miembro o dependiente de su clan.

Ambas formas de nepotismo son dañinos, son una forma de corrupción, y hay que desmontarlas.

El presidente Bukele está haciendo lo posible (y lo ética y jurídicamente imposible) para crear la impresión que está desmontando del nepotismo. Pero hay dos peros:

  1. PERO resulta que sólo está cambiando una forma del nepotismo por otra. No tengo espacio en esta carta para documentarlo, pero les recomiendo revisarlo en la mejor reseña hecha del nuevo gobierno, publicada en El Faro bajo en título “Amigos, socios y parientes en el nuevo Gobierno”. Se publicó el 2 de junio, y los nombramientos posteriores confirmaron la tendencia…
  2. PERO la forma que el presidente adoptó para limpiar el aparato gubernamental de familiares de dirigentes y altos funcionarios del FMLN es violatoria a al debido proceso que ordenan la ley y los procedimientos administrativos. Además es violatoria a la decencia. Aparte de que es un estilo autoritario y humillante, tanto para sus ministros como los que quieren despedir, provocará una ola de juicios que el gobierno va a perder. (Ojo: estoy de acuerdo que es necesario la limpieza de nepotismo, pero con debido proceso y sin convertirse en un espectáculo de linchamiento público.)

No es que el presidente y sus asesores no sepan que este proceder está al margen del orden legal. Su problema no es la ignorancia, sino la soberbia. Quieren mostrar que ahora tenemos un presidente que para responder a las ‘demandas del pueblo’ no se deja detener por pendejadas legalistas o burocráticas, o sea por las reglas que los de siempre han definido. Violan las normas legales adredemente. Y lo hacen no solo para que sus seguidores les aplauden, sino sobre todo para que todos nos acostumbremos a que las reglas institucionales ya no valen cuando un presidente esté respondiendo a demandas populares.

Y la violación calculada de la institucionalidad tiene a la vez otra finalidad: amaestrar a sus ministros y otros funcionarios. Quieren que de una sola vez sepan que tienen que obedecer órdenes, aunque no estén convencidos que correspondan a la legalidad y la lógica de prioridades, con la cual juraron administrar sus carteras.

Este método egocéntrico, mediático y autoritario de gobernar se muestra igual en la forma en que el presidente se mete en la micro gestión de su ministra de Desarrollo Local, moviendo los hilos para que en 72 se lance el proyecto de un puente sobre el Torola. (Ojo: Aplaudo el esfuerzo de María Chichilco de construir el puente, pero critico la forma como el aparato de propaganda presidencial se mete encima de sus intenciones auténticas.)

En el caso de Seguridad Pública, quieren crear la impresión que el presidente esta coordinando vía tuits los operativos policiales contra los asesinos de policías. El hecho que para mayor drama inventaron  absurdos informes de inteligencia sobre el FMLN financiando a cop killers, otra violación calculada de la ley – y de la lógica, porque nunca en la historia la relación entre las pandillas y el FMLN ha sido más tensa y violente que ahora.

No les importa, porque a corto plazo todas estas violaciones calculadas a la ley, a la decencia, a la lógica y a la verdad tienen el impacto propagandístico deseado. Pero más allá del corto plazo y del cálculo mediático, el daño para la institucionalidad será inmenso. Gocen del circo que da el presidente más cool del mundo, pero no se duerman, ciudadanos. Saludos,

Medicina y circo. De Erika Saldaña

Erika Saldaña, presidenta del Centro de Estudios Jurídicos CEJ

10 junio 2019 / EL DIARIO DE HOY

La primera semana del nuevo gobierno de Nayib Bukele ha sacudido las instituciones y la opinión pública. Durante diez años el FMLN instauró la “fábrica de empleos”, específicamente para favorecer a los miembros del partido y sus familiares. El presidente se ha encargado de hacernos saber, a través de un show mediático, el nombre, parentesco y salario de muchos de los familiares de dirigentes y funcionarios del exgobierno. Ambas cosas son lamentables.

Lo que hemos vivido la última semana ha sido una buena dosis de “medicina y circo”. Porque si bien la depuración de la planilla del Estado ha sido una tarea pendiente de todos los gobiernos pasados, la forma en que el presidente lo ha hecho deja a un lado las formas legales necesarias en cualquier república donde todos sus ciudadanos tienen derechos; además, somete a un escarnio público innecesario a gente que no tuvo que meter en ese saco.

Los despidos que el presidente ha hecho en parte han sido medicina, porque como él mismo lo dijo en su primer discurso oficial, “el país es un niño enfermo que se tiene que curar”; se ha dejado en evidencia que el aparato estatal fue utilizado como botín por muchos dirigentes del FMLN para repartir puestos bien pagados entre familiares y amigos; la corrupción, el nepotismo y el amiguismo son enfermedades que han carcomido las instituciones.

Pero las medidas del presidente más que todo han sido circo, porque la manera en la que han tomado muchas de sus decisiones bota la buena voluntad de depurar eficientemente el Estado. Según se ha informado, no se han seguido los procedimientos establecidos en la ley para hacer estas depuraciones, se ha limitado a ordenar los despidos por Twitter y, además, ha sometido humillaciones el nombre de personas que sí trabajan y sí son competentes.

Yo he sido una de las personas que más ha insistido en la necesidad de una depuración del Estado. En la planilla del Estado hay personas que no tienen las competencias para el cargo que han ocupado; y hay muchos otros que ingresaron al servicio público por ser familiar o amigo de un funcionario, o por ser simpatizante de un partido político. Sin duda hay que depurar.

Pero para saber si metemos a una persona en el saco del nepotismo e incompetencia se debe analizar caso a caso la manera en que ingresaron a la institución, sus credenciales, su rendimiento y sus resultados. No es posible que se establezca una presunción de culpabilidad o de incompetencia por el hecho de haber trabajado para determinado gobierno o por ser familiar de alguien. Esto le falto al presidente y a su equipo de asesores.

El Salvador es una república democrática donde existen leyes, principios, instituciones y procesos que respetar. Por muy presidente de la República que sea Nayib Bukele, y por muy buena que sea su intención de depurar el Estado de los malos cuadros, el presidente y sus funcionarios deben seguir los procedimientos de despido y de supresión de plaza correspondientes.

El primero de junio, el presidente de la República se insertó en una institucionalidad que data de hace décadas. Las decisiones no pueden ser arbitrarias. Al interior de la administración pública hay procedimientos que respaldan los derechos de los trabajadores que deben respetarse.

Ojalá el presidente rectifique su manera de actuar en los despidos realizados. Y, además, que guarde la coherencia debida en cuanto a la contratación de familiares y amigos. La modernización del Estado pasa por realizar una reestructuración de las dependencias del Estado y por hacer una evaluación del recurso humano disponible. Pero debe hacerlo de manera seria, conforme a Derecho.

Cuentos. De Cristian Villalta

9 junio 2019 / LA PRENSA GRAFICA

Una historia bien contada siempre es seductora. El trasfondo puede ser macabro, pero si el parrafeado, el ritmo y los énfasis son adecuados, si lo imposible sabe a posible, si los miedos del protagonista son nuestros mismos miedos ahí estaremos, sentados sobre la piedra o arrepatingados en el sofá, boquiabiertos queriendo saber ¿qué sigue?

Cuéntanos lo que quieras, pero convéncenos, dijimos tantas veces con un libro entre las manos. Y Andersen, Perrault, los Grimm, o sus sobrinos malditos Allan Poe, Kafka y Chéjov nos tomaron de la mano para perdernos entre caperuzas, hombres que se despiertan siendo insectos, reyes desdichados, princesas enterradas vivas y madrastras diabólicas.

Si te educaron entre letras, un cuento nunca es demasiado largo; y viceversa, aunque se trate de un cuentito, como suele ocurrir en este El Salvador en que la gente no lee completo ni su DUI. Pero en la última semana, entre tuit y tuit de Bukele, muchos de mis conciudadanos han leído más que en todo el año pasado. No es literatura en el estricto sentido, pero sí un cuento que no promete ser corto.

Es obvio que el presidente persigue nuestro aplauso, persigue la aprobación cueste lo que cueste. No es que lo espera, es que lo necesita; sabe que nada hay más traicionero que un ciudadano agobiado por la inseguridad, harto de los políticos y descreído del Gobierno. Ya pescó en esas aguas, ya sabe que son traicioneras. Y si en el próximo año y medio a través de GANA o de Nuevas Ideas no altera a su favor la aritmética legislativa, su administración será larga, minada por su minusvalía para el diálogo.

Aspirar a un año y medio de gestión sin que tu popularidad resulte lesionada es ridículo; aunque los graves señalamientos contra la década efemelenista son válidos, la sangre que Sánchez Cerén y su círculo dejaron en Twitter se secará pronto, y las quejas sobre el gobierno anterior sonarán solamente a eso: quejas. O peor aún, sin un hilo conductor entre sus decisiones, sin músculo político para promover iniciativas de ley y sin articulación con los otros órganos, el presidente correría el riesgo de administrar el aparato público pero no el poder.

Ante esa necesidad, la de proteger la imagen presidencial de los embates de la realidad, sus asesores ya le dijeron que los primeros 100 días aunque no sean impecables tendrán que parecerlo, tanto como para relanzar otra vez su marca personal en octubre. Y como tal calificación se construye a puras impresiones (sino, ¿cómo Mitofsky le puso 8.5 a los de Funes?), eligieron el mismo camino de su campaña: contemos cuentos, el repasado «storytelling» como herramienta del marketing político que los gringos se inventaron hace 40 años alrededor de Ronald Reagan.

En otras palabras, al inicio de esta administración lo importante no es el contenido, sino que lo cuentes, insumo para la clientela, materia para los sublimes «spots» del otro trimestre. Como lo fue antes con Flores, con Saca, con Funes, con Ortiz. Pero con un matiz distintivo inalienable: todo el capital de comunicación, toda utilidad de imagen, todo el contenido debe converger hacia el vértice del presidente. Aunque él no cuente el cuento, él es el cuento. Y por eso antes de cualquier otra herramienta para acometer el reto del desarrollo local con rango ministerial, lo primero que hicieron con doña María Chichilco, el mismo día que la nombraron cabeza del ex-FISDL, fue abrirle una cuenta de Twitter.

Día 8, presidente. Cuéntenos ¿qué sigue?

Carta a Jorge Meléndez: ¿Los dos asesinos de Morazán? No inventen. De Paolo Luers

6 junio 2019 / MAS! y EL DIARIO DE HOY

En los primeros dos días de su presidencia, Nayib Bukele botó del pedestal a dos grandes señores de la guerra. Primero, mandó a borrar el nombre del teniente coronel Domingo Monterrosa del muro de la Tercera Brigada en San Miguel. Lo que el FMLN no tuvo valor de hacer en 10 años, lo hizo nuestro nuevo super héroe con un tuit. Pero ojo, es fácil borrar un nombre de un muro, pero no borrarlo de la memoria de su gente…

La tesis de Bukele es que él al fin pondrá fin a la impunidad que según él ambos bandos de la guerra habían logrado prolongar mediante los Acuerdos de Paz y la amnistía. Por tanto, luego de mostrar a los militares quien manda, se metió con vos, el alter ego de Monterrosa, el leyendario jefe guerrillero ‘Jonás’ de Morazán, el hombre que volvió loco a Monterrosa porque le estaba ganando la guerra en Oriente. Tan loco que al final cayó en la trampa y subió a su helicóptero, sin revisarlo, un emisor de la Venceremos supuestamente capturado por sus tropas. Los guerrilleros de Morazán hicieron explotar al emisor en pleno vuelo…

Entonces, pensó el presidente: ya hice pedazos el poderoso mito de Monterrosa, el elemento emblemático que los militares veneran como el mejor jefe militar de la guerra; hoy voy a borrar el mito alrededor de Jonás, a quien muchos consideran el mejor jefe guerrillero del conflicto.

Lunes, el primer día laboral del gobierno Bukele, el nuevo ministro de Gobernación, Mario Durán, se reunió contigo, el director de Protección Civil, para pedirte la renuncia. Una reunión amigable. Durán y su vice se deshicieron en elogios del trabajo que habías realizado. Te pidieron la renuncia en el marco del cambio de dirección, que un gobierno nuevo realiza en sus instituciones. No hablaron del caso Roque Dalton. Ni una palabra. Vos insististe que para salvaguardar la capacidad de respuesta inmediata de Protección Civil ibas a renunciar al momento que hubiera sustituto. Quedaron en que el día siguiente, martes 4 de junio, se iba a hacer el traspaso.

Esto fue antes del mediodía. Cuatro horas y media después, el presidente publicó su tuit y ordena a Durán “que remueva al director de Protección Civil, acusado del magnicidio de nuestro poeta Roque Dalton”. O sea, el presidente decidió que no te iba a dejar ir como cualquier otro de los ministros, viceministros a los cuales simplemente se les acabó su mandato. No, como se trata del mítico Jonás, el jefe militar del ERP y de Morazán, tuviste ser despedido con una patada, o más bien con un golpe a tu dignidad.

Otra forma de entender el mensaje: “Te tienen como héroe, como el hombre que derrotando a Domingo Monterrosa venció la estrategia contrainsurgente de Reagan, pero aquí el superman que al fin destruye a Monterrosa soy yo y a vos te pongo al mismo nivel con el asesino Monterrosa… que se hundan juntos”.

Así un simple relevo de titular se politizó y se contaminó de resentimientos ideológicos, venganzas históricas, campaña electoral adelantada y envidia.

El presidente no tiene facultad legal ni derecho ético de atacar de esta manera a un ciudadano. Tampoco para afirmar y validar una ‘acusación’ que jurídicamente no existe, porque vos ya fuiste juzgado y sobreseído. Además, vos ni siquiera fuiste parte de ninguna jefatura militar o política cuando decidieron matar a Dalton, fuiste un simple combatiente.

Obviamente Bukele no entiende la complicada y dolorosa historia del surgimiento de las guerrillas salvadoreñas, sus conflictos internos, su radicalismo infantil, sus errores. Por tanto, no sabe que para los jóvenes del ERP los trágicos casos del asesinato de Roque Dalton y del secuestro-homicidio de Roberto Poma generaron la crisis que los hizo madurar, los hizo transformar su forma de organización y definir criterios éticos muy estrictos, lo que en el transcurso de la guerra convirtió al ERP en la guerrilla más responsable en cuanto a protección de civiles y de derechos humanos. Los dirigentes responsables de estos errores de juventud fueron desplazados o desertaron.

Mientras varias de las otras organizaciones del FMLN vivieron conflictos internos muy violentos todavía durante los años 80, el ERP había alcanzado la capacidad de solucionar sus problemas internas de forma pacífica y dialogante. Me consta que vos, como comandante en jefe en Morazán, fuiste uno de los más estrictos garantes de este proceso de maduración. Muchas veces te vi sacrificar éxitos militares para garantizar la seguridad de la población civil.

Solo un ignorante de nuestra historia puede tratar de poner a Jonás a la par de Monterrosa. El que derrotó a Monterrosa fuiste vos, no Bukele más de 30 años más tarde. No solo lo derrotaste, desarmaste su mito de invencibilidad y honor, e hiciste justicia y verdad por la masacre de El Mozote.

Yo te critiqué mucho por no desmarcarte del todo del FMLN. No me gustaron las alianzas que tu Partido Socialdemócrata hizo con el Frente pero nunca te hiciste incondicional, nunca defendiste lo indefendible.

Bueno, Jonás, ya te dará pena que hable así de vos. Pero en esta ocasión, cuando tenés al muy presidente queriendo destruir tu honor, es lo mínimo que puedo hacer. No te olvidés de lo que nos predicaste siempre en Morazán: La mejor defensa es la ofensiva.

Saludos,

Nayib Bukele y los riesgos del populismo. De José Miguel Cruz

José Miguel Cruz fue director del IUDOP de la UCA entre 1994 y 2006. Es director de investigaciones para Estudios Latinoamericanos y del Caribe de la Universidad Internacional de la Florida.

5 junio 2019 / EL FARO

No hay forma de saber a ciencia cierta cuál será el futuro del país con el nuevo gobierno. Sin embargo, las probabilidades de que la gestión de Nayib Bukele resulte ser la continuación de la corrupción sistémica, el nepotismo, la preferencia por el autoritarismo y la ineficiencia en las instituciones, son perturbadoramente altas. Esto por dos razones fundamentales. Primero, porque en virtud del inmenso apoyo popular del que goza, el presidente Bukele parece más orientado a conducirse como un líder populista que como un gobernante consciente de la división de poderes propia de un gobierno republicano. Y, segundo, porque las instituciones políticas y partidarias que podrían hacerle contrapeso están en una profunda crisis producto de sus propios fracasos y de la corrupción crónica. En estas circunstancias, este gobierno puede representar no solo el fin de los partidos políticos tradicionales, sino también el fin de la democracia electoral de la posguerra.

Casi 1.5 millones de salvadoreños votaron por un cambio en la conducción del país y para la gran mayoría ese cambio implica la promesa de resolver los problemas viejos del país: la pobreza y la inseguridad. Luego de casi tres décadas de paz política, los gobiernos no solo fueron incapaces de cumplir con la promesa de resolver esos problemas, sino que también hundieron en la desesperación a muchas personas. El Salvador no solo sigue siendo inseguro y excluyente, sino que además es más desesperanzador, porque las instituciones políticas destrozaron las ilusiones que la mayoría de los ciudadanos se habían hecho con respecto a la conducción política.

En las discusiones cotidianas en la calle y en las redes sociales, la mayoría de los ciudadanos y ciudadanas en realidad no saben qué esperar del nuevo gobierno. Las opiniones sobre la gestión entrante están llenas de prudencia, pero muchas están llenas de esperanza, porque el nuevo presidente les ha explicado que él es distinto. En buena parte porque no pertenece a los partidos tradicionales que han defraudado y estafado al país.

“Nadie se interpondrá entre Dios y su pueblo para cambiar a El Salvador”
Esta frase, con la cual el nuevo presidente concluyó su discurso de inauguración, resume muy bien el ethos populista de izquierdas y derechas que ha recorrido las Américas en las últimas dos décadas. Indica que, en la tarea de gobernar, el líder está investido de un propósito divino que le permite responder directamente a los deseos de su pueblo. Cualquier obstáculo y mediación a ese poder—“Nadie se interpondrá”— es inaceptable.

Uno podría desestimar esa frase como una expresión del entusiasmo que rodea la toma del poder. Pero expresiones como esa llenan la biografía política de Bukele en su ascenso a la silla presidencial. Más aún, como político y candidato, este nuevo presidente se ha dado a conocer por sus tuits efectistas, por mostrar muy poca tolerancia a la disensión pública y por mantenerse rodeado de personajes cuestionables de la política, a pesar de su discurso en contra de la corrupción. Todas esas son características de líder populista. Así como también lo es la ausencia de planes de gobierno concretos, originales, sostenibles y escrutables. El hecho de que aún después del discurso inaugural no sepamos cuáles serán los ejes de la política de seguridad pública, del combate a la pobreza y de la reconstrucción del capital humano es solo una señal más de que el cambio prometido puede resultar ser más de lo mismo.

La mayor amenaza
Pero la amenaza política más grande que enfrentará el país en los próximos cinco años no es el populismo de Bukele. Es, más bien, la ausencia de instituciones fuertes que le hagan contrapeso de forma efectiva. En un país asediado por corrupción en las instituciones públicas, en el que la independencia institucional es truncada para beneficiar los intereses particulares del grupo en el poder, es muy poco probable que las pocas instituciones que cumplen con su trabajo contralor resistan el embate de un líder populista.

Los recientes retrocesos institucionales en la Corte Suprema de Justicia y en la Fiscalía General de la República, el esfuerzo decidido de los partidos políticos por perpetuar la impunidad proveniente de la guerra civil, y el deterioro por el respeto de los derechos humanos en la Policía Nacional Civil son ejemplos de lo lejos que está el país de tener instituciones que garanticen el Estado de derecho y la transparencia.

Es cierto que el actual presidente se ha manifestado públicamente en contra de algunos de esos problemas. Pero es cierto también que cualquier acción consecuente con esa posición implicaría primero separar a personajes que forman parte de su círculo más cercano. Los signos hasta ahora apuntan a que el nuevo presidente tiende a no explicar lo que hace porque no necesariamente hace lo que dice.

Arena y el Fmln hicieron muy poco por fortalecer el entramado institucional del país y los problemas que siguen agobiando a los ciudadanos y ciudadanas son producto de gestiones gubernamentales que rayaron en la incapacidad y, muchas veces, en el delito. Pero a final de cuentas sostuvieron las instituciones básicas para asegurar la estabilidad nacional, porque su propia supervivencia dependía de ello. La razón por la cual el Tribunal Supremo Electoral hizo relativamente bien su trabajo en las últimas elecciones —a diferencia de lo sucedido en países vecinos— es porque los partidos dependían del mismo para seguir en el poder. Esos contrapesos son los que han permitido que, en otras áreas, algunas instituciones lleguen a funcionar eficiente y transparentemente, al menos por ciertos periodos.

En un sistema sin los equilibrios adecuados y sin la necesidad de rendir cuentas, como el que los líderes populistas promueven, las instituciones solo funcionan para cumplir las órdenes del líder máximo. Este presidente tendrá muy pocos incentivos para fortalecer las instituciones que pueden cuestionar su poder y, en el actual contexto, tendrá muchas razones y no pocos recursos para erosionarlas aún más. En la nueva configuración política, con los partidos tradicionales en busca de salvavidas, el nuevo gobierno tendrá incentivos para manipular o ignorar la institucionalidad.

¿El futuro?
El Salvador, sin duda, necesita reformas fundamentales, pero esos cambios deben llevar al fortalecimiento definitivo de las instituciones democráticas del país. El Salvador necesita reactivar su economía y, para ello, requiere de iniciativa privada, de inversión en innovación y de reforma en el sistema tributario. Pero sobre todo necesita que toda la gente esté debidamente protegida, reciba educación de calidad y se le garantice celosamente su salud.  El país necesita resolver el problema de la violencia crónica, pero para ello requiere combatir la impunidad y establecer mecanismos de transparencia, supervisión y control de la policía, la fiscalía y los tribunales.

Todo lo anterior se logra con instituciones fuertes y responsables. Son estas instituciones las que producen planes estratégicos, metas claras y resultados sostenibles. Y son esas instituciones las que pueden y deben rendir cuentas a la población de forma habitual.

Nayib Bukele puede usar su capital político para dos cosas diametralmente opuestas. Puede usarlo para reformar las instituciones y convertirlas en entes responsivos a la población sobre la base del Estado de derecho y los procedimientos democráticos. O, bajo el pretexto de que el sistema heredado de la posguerra es inherentemente corrupto, puede usar su carisma para terminar de destruir los procedimientos institucionales que establecen contrapesos y limitan la acumulación del poder. A juzgar por su forma de actuar hasta ahora, parece más probable que se decidirá por lo segundo. Ojalá me equivoque.

Sin rumbo, sin experiencia y sin oposición. De Joaquín Samayoa

4 junio 2019 / EL DIARIO DE HOY-Observadores

En la vida cotidiana de los salvadoreños, no se siente el cambio de gobierno. Cada quien se ocupa de lo suyo como ha venido haciéndolo en los últimos meses. Solo los funcionarios que salen y los que entran tienen que hacer un esfuerzo grande de adaptación a su nueva realidad. Así suele ser, porque las instituciones garantizan estabilidad y continuidad. Así suele ser, hasta que en alguna dimensión ocurre algún cambio notable e impactante.

Las dudas que hayamos albergado en nuestra mente acerca del nuevo gobierno no se despejaron durante el fin de semana recién pasado. Los nuevos funcionarios son desconocidos para la mayoría de salvadoreños, no solo porque son nuevos en la política sino porque nunca han sobresalido en ningún aspecto. Aun los que tenemos el hábito de observar de cerca los acontecimientos políticos, conocemos solo a unos pocos de ellos. Entre esos pocos, solo unos pocos nos dan esperanza; la mayoría nos dejan indiferentes o nos confirman nuestros peores temores. No son los mismos de siempre, pero no por eso son mejores, más honestos, más competentes.

Por otra parte, el discurso inaugural del presidente tampoco nos permite saber a qué atenernos. Tuvo el mérito de no ser agresivo. Tuvo el mérito de proyectar al nuevo presidente en una perspectiva más personal, más humana. Tuvo el mérito de intentar levantar los ánimos de la población, la esperanza de que podemos construir un país mucho mejor.
Pero más allá de eso, seguimos sin tener idea de cuál es la visión del presidente, cuál es el rumbo que tendrá el país en los próximos cinco años, cuáles son las estrategias y acciones que, por novedosas y bien pensadas, ofrecen buenas posibilidades de resolver los principales problemas y satisfacer las grandes expectativas que se han levantado en la población.

Tuvo cuatro meses el presidente Bukele para afinar su visión y definir sus prioridades globales y sectoriales. Tal vez ha hecho avances en esa dirección, pero si es ése el caso, no hemos podido enterarnos al escuchar sus primeros discursos. De momento al menos, lo que vemos es un gobierno que empieza a caminar sin rumbo claro; un equipo entre mediocre y malo, con la excepción de algunas carteras, como Educación, Relaciones Exteriores, Desarrollo Local, Economía y Hacienda. Tal vez mejora o tal vez empeora con la designación de los viceministros, la cual sigue pendiente incomprensiblemente.

A los peligros de un gobierno sin rumbo, conducido en algunas áreas críticas por personas sin experiencia pertinente y sin la debida formación, se añade un factor negativo que probará ser muy determinante y no precisamente para bien. Los partidos que fueron dominantes durante tres décadas culminaron su proceso de deterioro hasta casi desaparecer por completo del mapa político. Con 7 y 5 por ciento de popularidad respectivamente según encuesta reciente de LPG-Datos, ARENA y FMLN se han vuelto irrelevantes. PCN, PDC y el propio GANA están ya en el suelo.

Han transcurrido ya más de 15 meses desde las elecciones para diputados y alcaldes, en las que podía verse ya claramente el deplorable futuro que les esperaba a ARENA y FMLN si no entendían que debían iniciar un proceso lúcido, valiente y genuino de renovación. Pero ellos no lo vieron así. Continuaron haciendo todo lo contrario de lo que debían haber hecho para recuperar su legitimidad ante la mirada impaciente de la población.

¿No entendieron? Muy bien, dijo el pueblo. Ahora se lo vamos a explicar a golpes. Y sucedió la aparatosa derrota del pasado 3 de febrero. Pero lamentablemente sigue faltando inteligencia y sigue sobrando apego al poder. Las cúpulas de ambos partidos simple y sencillamente no se quieren apartar, no se dan cuenta de que ellos y sus abundantes parásitos son la causa principal de que sus partidos se encuentren postrados y sin futuro.

La consecuencia inmediata ya se está haciendo sentir. Las lealtades de los diputados electos por el pueblo el año pasado ya no son para sus respectivos partidos, ni están orientadas por principios y valores; empiezan a convertirse en mercancías disponibles al mejor postor, empiezan a sentirse irresistiblemente atraídos por el único polo de poder político que actualmente existe en El Salvador.