Oscar Martínez

La Policía mata y miente de nuevo. EL FARO

Republicamos una investigación publicada por El Faro hace un año. La justicia no ha escalrecido los hecho en ella reportados.

Segunda Vuelta

La versión oficial de la Policía vuelve a caer frente a testimonios de testigos directos en una escena con varios cadáveres. La Policía asegura que mató a cuatro pandilleros durante un enfrentamiento en una casa de Villas de Zaragoza. Dos testigos explican que cuando abandonaron la casa todos estaban vivos y rendidos. Uno de los muertos es un trabajador que dormía cuando tres pandilleros que huían de la Policía entraron a su casa desde el techo. Incluso un policía que estuvo en la escena desmiente detalles de la versión oficial dada por el subdirector general de la PNC. 

Policías custodian la casa 33 de Villas De Zaragoza, donde ocurrieron las cuatro muertes. Foto:Fred Ramos

Policías custodian la casa 33 de Villas De Zaragoza, donde ocurrieron las cuatro muertes. Foto:Fred Ramos

Óscar Martínez, 11 febrero 2016 / EL FARO

el faroMinutos antes de que unos policías lo mataran, José Armando Díaz Valladares dormía en su casa. Armando —como lo llaman sus familiares— había trabajado toda la noche anterior en la fábrica de plásticos. Tuvo turno de domingo en la noche y regresó cansado a casa el lunes a las 8 de la mañana. Comió algo. Se puso un pantalón deportivo anaranjado y se echó a dormir. En la casa estaba también Dayana, su compañera de vida, con el hijo de ambos: Aarón, de 3 años. En la casa estaba también Sofía, la hermana menor de Armando, una niña de 13 años.

Dayana se asustó cuando cerca del mediodía escuchó disparos. Corrió hacia Armando. Por los gritos que escuchó afuera, se hizo la idea de que había un enfrentamiento entre pandilleros y policías. La colonia es dominada por la pandillas Barrio 18 Sureños y está rodeada por zonas de control de la Mara Salvatrucha. Los operativos policiales de cateo son comunes. Dayana pensó que quizá quienes corrían en el techo de lámina de su casa eran policías. “Armando está acostado, no le van a hacer nada”, pensó.

No eran policías los primeros en bajar. Del techo de lámina cayeron tres pandilleros, menores de edad los tres. Dayana pudo ver que al menos uno de ellos estaba herido. Armando se había despertado en medio del alboroto y, todavía recomponiéndose, pidió varias veces a los intrusos que se fueran. Pero en ese momento “los policías se tiraron por (encima de) la puerta. Ya no podían irse”, recuerda Dayana.

***

El lunes 8 de febrero, la Policía reportó en un comunicado en su sitio oficial de internet que había matado a cinco pandilleros durante dos enfrentamientos con armas de fuego en el municipio de Zaragoza, en el departamento de La Libertad. La versión policial a viva voz la dio el subdirector general, César Baldemar Flores Murillo, mientras aún se procesaba la escena donde quedaron cuatro cadáveres.

Flores Murillo fue procesado y absuelto en 1995 en el departamento de San Miguel por encubrir operaciones del grupo de exterminio de pandilleros La Sombra Negra.

El comisionado dijo que durante la mañana “sujetos” asaltaban un “vehículo con mercadería” en un lugar conocido como La Fuente, en el casco urbano del municipio. Agentes de la subdelegación de Zaragoza intervinieron, y los pandilleros respondieron a balazos. En el intercambio murió un pandillero –algunos policías aseguraron que de 15 años; otros, que de 24 o de 18- y “los demás se dieron a la fuga”. También aseguraron que fue herido de bala un cabo de la Policía. La versión oficial continúa: luego de eso, recibieron información de que los pandilleros que habían huido se refugiaban en una casa de dos plantas de la colonia Villas de Zaragoza, a unos cinco minutos de donde ocurrió el primer enfrentamiento. Se armó un operativo, los pandilleros intentaron huir por el techo y se pasaron a la casa vecina. En esa casa se generó otro “intercambio de disparos donde murieron otros cuatro miembros de la estructura criminal”.

Esta versión consignó que el operativo lo realizaron agentes del Grupo de Reacción Policial (GRP) y de la subdelegación de la zona.

La Policía aseguró que en la escena encontraron una escopeta y una pistola calibre 9 milímetros. En declaraciones a medios, el comisionado Flores Murillo dijo que también encontraron “mochilas tipo militar, miras telescópicas y otro tipo de herramientas que se puede presumir iban a utilizar para sus actos delictivos”.

Los policías en la escena del crimen solo dieron a los periodistas los supuestos nombres y apodos de tres de los muertos en esa casa: Carlos Vladimir Nerio Andrade (a) Queco, de 13 años; Edwin Manuel Lemus Aldana (a) Pinki, de 16; y Miguel Ángel Ponce (a) Gazú, de 17

No mencionaron a Armando, de 23 años.

Un policía sin identificación ni número de ONI se paseaba entre los espectadores y los periodistas. Foto:Fred Ramos

Un policía sin identificación ni número de ONI se paseaba entre los espectadores y los periodistas. Foto:Fred Ramos

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—Dicen que hay cuatro muertos, mamá. Armando estaba en la casa, ahí se quedó, a nosotras nos sacaron —dice una niña a una señora que acaba de llegar a la escena del crimen.

La niña lo dice lejos del grupo de periodistas y sin saber que yo la escucho.

Son las 4 de la tarde del lunes 8 de febrero. La Policía ha difundido que se enfrentó a unos pandilleros y mató a cuatro en esta colonia de Zaragoza. La niña es Sofía, tiene 13 años y vive en la casa donde están los muertos. Dice que, cuando los policías la sacaron, su hermano Armando estaba vivo, al igual que otros tres muchachos que cayeron del techo. La señora es Ana del Carmen, una empleada doméstica, madre de Armando y de Sofía.

La señora camina del brazo de la niña hacia la línea policial, que cierra una manzana alrededor de la casa custodiada, pero los policías con gorros navarone negros no dejan que nadie se acerque a la casa número 33, así sea la gente que vive en ella. La señora se descompone y grita: “¡Ellos me lo han matado!” Los medios la filman. La niña la aparta de las cámaras. Uno de los policías dice en voz alta y tono burlón: “¡Ay, sí, bañándose estaba mi hijo!”

La madre y la hermana menor de José Armando Díaz esperan que la policía las deje entrar a su casa, donde están los cadáveres. No las dejaron entrar hasta pasadas las 9 de la noche. Foto:Fred Ramos

La madre y la hermana menor de José Armando Díaz esperan que la policía las deje entrar a su casa, donde están los cadáveres. No las dejaron entrar hasta pasadas las 9 de la noche. Foto:Fred Ramos

La señora recibe una llamada telefónica: “No sé, no sé, dicen que han matado a cuatro y ahí estaba Armando… No sé, no sé”.

La niña se sienta en la acera tomada del brazo de su madre. A la escena ya han llegado otras cuatro madres preguntando por sus hijos, pero del otro lado de la línea amarilla nadie les contesta nada.

“Los mataron a sangre fría”, dice la niña, cuando le pregunto qué pasó. Ella y su madre se han vuelto a alejar de los periodistas y los policías y se han sentado en la acera. La niña llora. “Eran un montón (los que entraron a la casa). Por la lámina saltaron (los tres pandilleros) y los policías detrás. Nos apuntaron. Nos sacaron de la casa a mí, a la mujer de él y al niño. Él se quedó adentro. Fue como a la 1 de la tarde”.

Después de eso, la niña solo recuerda que “cada minuto sonaba algún disparo”.

La señora recibe otra llamada. Es su otro hijo, hermano de Armando, que llama desde Estados Unidos, donde vive indocumentado. “Se metieron a la casa, hijo, no sé nada… Las sacaron de la casa… Ahí quedó Armando”.

Los empleados de cinco funerarias de bajo costo intentan convencer a las madres de los supuestos muertos. Las madres no saben si sus hijos son los muertos, pero los empleados de las funerarias que llegan antes que los periodistas a las escenas ya hacen sus ofertas. 200 dólares la más baja: “No es un servicio de lujo, madre, pero es muy digno. Hay quienes se aprovechan del dolor, nosotros solo queremos ayudar. Entonces, ¿cristiana o católica?”

Son las 5 de la tarde. La Policía no dejará que la señora entre a su casa sino hasta las 9 de la noche, cuando, sin que ningún medio pueda verlo, los cadáveres ya hayan salido en bolsas blancas hacia Medicina Legal de Santa Tecla.

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El año 2015 marcó la confrontación entre pandilleros y policías. 63 agentes fueron asesinados el año pasado, la mayoría mientras estaban de descanso. 2016 ha iniciado con más de 15 asesinatos de familiares de policías y militares. El mensaje ha sido recibido entre los uniformados, que cada vez más parecen comportarse como parte de un conflicto y no como autoridad. De todas las denuncias que recibió la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos en 2014, el 40 % eran en contra de militares o policías. En 2015, el número subió al 74 %.

La escena en Villas de Zaragoza es calcada a lo que ocurre semanalmente en El Salvador actual. La Policía informa que hubo un enfrentamiento donde murieron dos o tres u ocho pandilleros. Informa que un policía fue herido y que está fuera de peligro o, en el peor y menos común de los casos, que un uniformado murió. Informa que encontraron algunas armas, de las que no presentan el examen de balística o alguna pista de su procedencia. No permite que nadie vea la escena a menos de que no haya posibilidad de ocultarla. La Inspectoría no se presenta al lugar ni suele abrir investigaciones si no hay algún eco mediático. La Fiscalía, como ya han dicho fuentes fiscales a este medio, no amplía el expediente. Se da por cierto el relato policial. Así pasó tras la masacre de la finca San Blas, que ocurrió el 26 de marzo de 2015 a unos tres kilómetros de la colonia Villas de Zaragoza, donde la Policía mató a las cuatro personas a las que etiqueta como pandilleros.

La Prensa Gráfica consignó en octubre del año pasado el caso de cinco supuestos pandilleros abatidos en Panchimalco. De nuevo, las muertes, que fueron presentadas por las autoridades policiales y militares como producto de un enfrentamiento, parecían más asesinatos a la luz de las pruebas forenses y los testimonios de testigos.

Sin embargo, la práctica de poner en duda la historia oficial no es la tendencia. Los medios suelen consignar este tipo de noticia como les contaron que pasó. “Los policías lograron acabar con la vida de otros cuatro antisociales”, dijo La Página sobre este hecho. “Mueren cinco pandilleros en tiroteo con la Policía”, dijo El Diario de Hoy. “Cuatro pandilleros del Barrio 18, ala Sureños, murieron la tarde de este lunes al enfrentarse con la PNC en la comunidad Brisas de Zaragoza”, se lee en Diario 1.

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El teléfono lo contesta la gerente financiera de la empresa de plásticos donde trabajaba Armando. “Él era súper tranquilo, nada que ver con eso de pandillas. Armando trabajó la noche del domingo. Están sus huellas en el reloj marcador digital. Entró a las 7 de la noche del domingo y salió a las 7 de la mañana del lunes. No tiene ninguna falta en su expediente. Entró a la empresa hace como cuatro años porque lo recomendó un ejecutivo de ventas que tiene 35 años de trabajar aquí”, dice la gerente.

También por teléfono habla el gerente de producción de la misma empresa, jefe directo de Armando. “Él era uno de los mejores trabajadores. Ya hemos tenido empleados de los que sospechamos, pero él era bicho y tenía ganas de trabajar. Jugábamos juntos en el equipo de fútbol y estaba aspirando a un puesto superior que se abrió. Él llegó a su casa desvelado. Yo creo lo que dice su madre. Hay compañeros de él que viven en esa zona y confirman esa historia”.

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Contesta el teléfono un investigador policial que estuvo en la escena.

—Ellos (los pandilleros) no estaban en la casa donde los mataron. Se tiraron desde la casa de atrás. Ellos, al ver que llegaban policías, se avientan a la otra casa.

Contesta el teléfono otro de los investigadores policiales que recogieron evidencia:

—Yo no vi esas mochilas militares que dicen los jefes en los medios que se encontraron en la casa. Y la mira telescópica que mencionan era una cosa como de juguete, no era de arma de fuego. Ni nos la llevamos.

Se envió un cuestionario a la jefa de prensa de la Policía el martes a las 3 de la tarde. Se le preguntó cómo es que si solo encontraron dos armas se decía que los cuatro muertos participaban del enfrentamiento armado. Se le preguntó si tenían antecedentes de los muertos. Se le preguntó cómo sabían que Armando era pandillero, entre otras cosas. “Ese proceso ya está en manos de la FGR (Fiscalía), quienes son los únicos autorizados para brindar información al respecto, le sugiero avocarse a ellos”, contestó minutos después. La Fiscalía, a través de su vocero, dijo que tampoco tiene nada que decir de momento.

Estudiantes y vecinos de la zona esperan para poder entrar a sus casas en la colonia Villas de Zaragoza. La Policía acordonó toda una manzana para el procedimiento./ Foto: Víctor Peña

Estudiantes y vecinos de la zona esperan para poder entrar a sus casas en la colonia Villas de Zaragoza. La Policía acordonó toda una manzana para el procedimiento./ Foto: Víctor Peña

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Es mediodía del martes 9 de febrero. Los familiares de los cinco muertos esperan afuera de Medicina Legal de Santa Tecla que les entreguen los cadáveres.

—Los muchachos se rindieron. Mi hijo no tiene algunos pedazos (de cara), del odio con que lo mataron —dice una madre que no niega que su hijo era pandillero.

—¿Armando era pandillero? —le pregunto.

—El muchacho no era nada. Descansando estaba en su casa.

—Él solo trabajaba. Estaba descansando —dice el papá de Armando, un electricista. Más tarde él tendrá que recostarse durante la vela, porque padece del corazón y el pecho empezará a repiquetearle.

Sale el primer cadáver. Es Armando. Dayana, su mujer, sube al microbús y se va hacia la funeraria de bajo costo donde lo prepararán.

La constancia de Medicina Legal que recibieron los familiares de Armando dice que murió de “lesión de tórax y abdomen por arma de fuego”. El cadáver de Armando, puesto sobre la palangana de la funeraria, muestra otro orificio. Tiene un agujero en la oreja derecha, una rozadura en el cuello y un agujero en la clavícula, como si una bala hubiera roto, herido y roto de nuevo. Da la impresión de que es un disparo que entra desde arriba hacia abajo.

Dayana, la mujer de Armando y testigo del hecho, llora en la funeraria mientras espera su cadáver. Sin embargo, acepta contestar una pregunta.

—¿Qué pasó ayer?

—Ellos (pandilleros) no sé cómo aparecieron encima de la lámina… Ya entraron los policías y no sé qué le hicieron a los demás muchachos… La Policía apuntó así donde nosotros, porque Armando se tiró al suelo así (manos en la nuca) y me decía que me calmara, que me calmara. Así como estás, venite (arrastrada), me dijo el policía. Mire, le dije, él no es nada, él de trabajar ha venido, desvelado, yo no sé cómo aparecieron esos hombres aquí. Tome, aquí está la cartera, le dije. Ahí después vamos a ver eso, váyase para allá, me dijo. Mire, le dije, aquí están los papeles, véalos (el carné de la empresa de plásticos). Váyase para afuera, me dijo, y me apuntaba… Sofía salió corriendo para donde mi mamá, con el niño. Yo les dije: no es marero ni nada, por favor, vea los papeles. Eran un montón de policías… Ponete ahí, le decía el policía (a Armando), a la par del otro que estaba echando sangre. Ya estaban rendidos (los otros). Me imagino que baleados…Entonces, yo me fui corriendo para donde mi mamá. Y entonces oí los balazos, me sentí mal, me dolió el corazón cuando oí los balazos, los últimos balazos.

Las dos testigos directas de la escena coinciden en la historia y aseguran que no solo Armando, sino que también los tres supuestos pandilleros estaban ya tirados en el suelo, heridos algunos. Dayana no recuerda si todos sangraban. “Yo me fijé en Armando, en él pensé. Se puso las manos en la cabeza y se tiró al suelo”, dice. De lo que sí está segura es de que adentro de la casa ya no había enfrentamiento armado, sino tres supuestos pandilleros de 17, 16 y 13 años sentados en el suelo y un trabajador acostado boca abajo. No había disparos cuando ella intentó negociar con los policías. No había disparos cuando Sofía y Aarón, hermana e hijo de Armando, salieron corriendo de la casa. No había disparos cuando Dayana finalmente fue obligada por los policías a salir de la casa.

Hubo disparos después.

«Aquí ya no caben más: mátenlos». De Oscar Martínez

El lunes 29, varios detenidos en vías de investigación fueron brutalmente atacados por agentes del GOPES y el 911 cuando ya estaban esposados en el interior de la Delegación Centro. Ocurrió por la tarde, después del asesinato de un policía. Esa mañana se desataron varios operativos que terminaron con decenas de capturados. Casi todos ellos fueron liberados sin cargos horas después.

Oscar Martínez

Oscar Martínez

Oscar Martínez, 2 julio 2015 / EL FARO

En la cochera de la Delegación Centro de la Policía hay unos 30 detenidos. La mayoría sin camisa. La mayoría muchachos. La mayoría flacos. Están sentados en el suelo. La mayoría con las manos en la cabeza y la cabeza metida entre las rodillas. Ninguno se queja de nada. Ninguno es golpeado en la cochera. Todavía no.

Ese es el grupo de los capturados antes del mediodía, en el operativo de búsqueda tras el asesinato del policía número 30 el lunes 29 de junio. El operativo ocurrió en la comunidad Las Palmas, en el barrio San Esteban –donde ocurrió el homicidio- y en el Centro Histórico de San Salvador, donde MS y Revolucionarios se disputan cuadra por cuadra el control de las extorsiones. En lo que va de 2015 han asesinado a 30 policías en El Salvador. Y en las calles se ha desatado algo que parece una guerra. En marzo el Presidente admitió que la PNC había matado a más de 140 sospechosos en enfrentamientos a tiros en un solo mes. Casi presumió de ello. Cada policía asesinado aviva ese fuego.

Son casi las 3 de la tarde. Por la radio empieza a escucharse una persecución. Algunos policías, jadeantes, persiguen a un grupo en los alrededores del mercado Tinetti, zona dominada por la facción revolucionaria del Barrio 18. Las voces de los oficiales que corren por el centro hablan de una bodega y piden a uno de los suyos que se baje de un techo, que finalmente tienen capturados a los últimos dos.

Por la radio de la Delegación Centro, tres voces repiten: “mátenlos”.

La voz de una mujer policía es insistente: “mátenlos. Maten a esos hijosdeputa”.

La voz de un hombre policía repite varias veces: “seamos inteligentes”.

La voz de otro hombre policía termina ese primer intercambio de opiniones: “maten a esos hijosdeputa. Aquí ya no nos caben. Aquí ya no caben más, mátenlos”.

Pasan 20 minutos.

Dentro de la delegación todos, a excepción de una subinspectora y un policía de seguridad pública, usan pasamontañas negros.

Aparecen dos pick up. En una clásica escena que puede verse en las notas policiales de cualquier noticiero del país, algunos agentes del Grupo de Operaciones Especiales y del 911, bajan a trompicones de los pick ups a jóvenes pandilleros –algunos con signos pandilleros tatuados- esposados con las manos en la espalda y sangrando de la cara. Lo dicho, esa es la escena normal que puede verse a cada rato por la tele.

Las cámaras de los periodistas que esperan afuera filman.

Foto de archivo: Adalberto Méndez Vásquez, 29 años, capturado el 15 de abril de 2015, acusado del homicidio de un agente de la PNC en Santa Ana. Foto: Fred Ramos

Foto de archivo: Adalberto Méndez Vásquez, 29 años, capturado el 15 de abril de 2015, acusado del homicidio de un agente de la PNC en Santa Ana. Foto: Fred Ramos

 

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El lunes 29 de junio de 2015 fue un día de ánimos exaltados en la Delegación Centro de la Policía. Por la mañana, un comando armado atacó un taller de reparación de autos de la Policía. Esos asesinos –pandilleros bajo toda lógica- asesinaron al policía número 30 que ha sido asesinado este año. Hubo persecución en diferentes barrios de pandillas del país. Hubo helicópteros. Hubo militares en las calles y policías con pasamontañas por doquier. Llenaron pick ups con sospechosos. Casi todos los sospechosos eran jóvenes menores de 30 años. Los llevaron a las delegaciones en vías de investigación. A la mayoría la llevaron a la Delegación Centro, un edificio descuidado cerca del Parque Infantil. Una vez adentro, los destrozaron a patadas, los asfixiaron. Ese lunes tres policías fueron asesinados. Cuando yo vi lo que vi adentro de la delegación, aún vivían dos de los policías asesinados ese día, pero la ira ya era el sentimiento dominante.

La mayoría de los policías adentro de la delegación no tenía idea de que yo soy periodista. Varios reporteros estaban en la acera de enfrente de la delegación esperando que la Policía presentara a los capturados tras el asesinato del agente en el taller mecánico. Yo estaba ahí por una situación distinta: en esa redada, la Policía había capturado a seis de mis fuentes justo cuando se presentaban a una entrevista. Yo había acordado reunirme con 14 personas de otro departamento del país en un lugar cercano a la comunidad Las Palmas. Uno de los vehículos desde los cuales la Policía sospecha que se disparó contra el taller mecánico apareció abandonado muy cerca de esa comunidad. La Policía hizo un operativo en Las Palmas, bastión del ala Revolucionaria de la pandilla Barrio 18, bastión de uno de sus líderes nacionales, El Muerto de Las Palmas, preso en máxima seguridad. Cuando dos motocicletas de la policía vieron bajar de un autobús a varias personas cerca de esa comunidad, decidieron intervenir. Arrestaron a los seis jóvenes del grupo, uno de ellos menor de edad, y dejaron a ancianos y mujeres. Los seis fueron arrestados justo frente a la casa donde habíamos pactado la cita. La Policía rondaba con una consigna: agarrar a todo el que parezca pandillero. Llenar los pick ups.

Seguí a los detenidos hasta la Delegación Centro. Logré que me dejaran entrar y esperar en la recepción hasta que uno de los jefes saliera de una reunión y yo pudiera explicarle la situación de esos seis arrestados. La recepción queda al lado de la cochera larga donde tenían sentados y con los brazos en la espalda a las decenas de jóvenes en vías de investigación. Los detenidos no dejaban de llegar. La cochera puede verse desde una amplia ventana. La recepción tiene un radio central donde se escuchaba lo que los policías que peinaban el terreno decían. Estuve en esa sala desde las 3 hasta las 4:42 de la tarde de ese lunes.

***

En una fila india apurada por las patadas de los oficiales en los culos de los detenidos, los detenidos entran a la delegación. Lo normal.

Las cámaras ya no filman aquí adentro.

Todos los detenidos se caen en la recepción de la delegación. Van cansados probablemente por el intento de huida. Escupen bocanadas de saliva y sangre. Se caen porque van esposados con manos a la espalda y porque son empujados por los policías. Caen al suelo y son levantados de una patada por algunos de los agentes que los traen. Patadas en costillas y cara. Uno de los detenidos, uno flaco y moreno que no aparenta tener más de 17 años, llora y recibe su patada. Le impacta en la cara.

El sexto de la fila, un joven más fornido que parece tener más de 20 años es el último de la fila. Cae en la recepción, frente al escritorio donde en circunstancias normales los policías reciben las denuncias de cualquier ciudadano. Dos policías con pasamontañas, uno del GOPES y otro del 911, lo rodean. Patean con sus botas su pecho. Lo patean con la fuerza que un portero patearía una pelota para despejar. Retumba como cuando alguien golpea fuerte una pared. El detenido vuelve a caer. Escupe sangre y saliva. Más que la primera vez. El policía flaco del 911 vuelve a patearlo dos veces. Costillas. Retumba. Cara. Cruje.

La última patada se la dan antes de levantarlo. El empeine de la bota le entra en la garganta y la punta le impacta la barbilla. Escupe más sangre espesa. Se atraganta. Hace ese sonido carrasposo del que respira tras aguantar bajo el agua todo lo que pueda aguantar. Lo lanzan a la cochera. Cae de cabeza contra el muro. Un agente le pone la rodilla en la cara. Es lo que han hecho con los demás mientras pateaban en la recepción a este último.

“Aquí se mueren”, grita un policía.

Unos 20 agentes, hombres y mujeres, observan la escena. Algunos comen nances. Nadie dice nada.

En ese momento, ninguno de esos hombres había sido detenido. Minutos después, un policía explicará a un familiar afuera de la delegación que esos hombres están “retenidos”. Que no hay cargos contra ellos, que están en “vías de investigación”, que si no les encuentran antecedentes, “saldrán libres esta misma noche”. Bajo toda lógica, muchos de los detenidos ni siquiera son pandilleros, solo jóvenes que parecían pandilleros según el policía que los detuvo.

***

A las 8:30 de la noche del lunes 29 de junio, horas después de las patadas, un mando medio policial me confirma que de los “más de 40 detenidos” que fueron llevados a la Delegación Centro ya solo quedan “unos diez. Los demás fueron liberados sin cargos”.

Este martes 30 de junio, la Prensa Gráfica publica una nota en su sección de judiciales. Se titula: “Fiscal critica a la PNC por hacer ‘capturas por capturar’”. En la nota, el fiscal general del país, Luis Martínez, asegura que en muchos casos las capturas no son sustentadas, y dice: “Nosotros en la misma Fiscalía los dejamos libres, porque no vamos a someter a nadie a un proceso injusto”.

La semana pasada, tras el asesinato de dos militares que custodiaban una terminal de transporte cerca del Centro de la capital, la Policía capturó a 53 personas a las que vinculaban al crimen. 72 horas después todos –todos- fueron liberados sin cargos.

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A la cochera han entrado cuatro detenidos más. Uno es un pandillero con la cara tatuada al que no se le distinguen las marcas debido a la sangre que le mana de la nariz y de la frente. Los otros tres, tres niños: ninguno sangra ni va esposado. Una niña de unos 15 años, un niño de unos 15 y otro de unos 13. Todos se suman a las filas de detenidos de la mañana.

A un lado de la cochera están sentados y con la cabeza entre las rodillas los detenidos antes de las 12 del mediodía. Más cerca del portón, sobre rastros de saliva y sangre, se revuelcan los capturados en el operativo en el mercado Tinetti, todos esposados con las manos en la espalda. Ningún policía ha hecho ninguna pregunta a ninguno de los detenidos. Esto, de momento, no es un interrogatorio. Los golpes no son acompañados de preguntas, solo de otros golpes e insultos.

Uno de los esposados, el que entró último de la fila, el que recibió todas aquellas patadas, llora y, acostado boca abajo, grita por ayuda.

“Ayúdeme, señor, ayúdeme. Me estoy muriendo. Écheme un poco de agua en la cara. Me muero.”

Otro de los detenidos le dice:

“Calmate, respirá, tratá de respirar”.

Retumba otra patada. “Callate, hijueputa”.

El más golpeado de todos sigue pidiendo que le tiren agua en la cara. Un policía hace una oferta:

“Si querés, te podemos orinar”.

A gritos, el muchacho responde:

“Meame, meame”.

Silencio.

Un policía dice:

“Ey, calmate, vos, no te pelés”.

La escena se repite, casi igual, dos veces más.

***

El Salvador es desde 1987 firmante de la Convención Interamericana para Prevenir y Sancionar la Tortura. En ese documento creado en 1985 en el seno de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos se lee: «se entenderá por tortura todo acto realizado intencionalmente por el cual se inflijan a una persona penas o sufrimientos físicos o mentales, con fines de investigación criminal, como medio intimidatorio, como castigo personal, como medida preventiva, como pena o con cualquier otro fin. Se entenderá también como tortura la aplicación sobre una persona de métodos tendientes a anular la personalidad de la víctima o a disminuir su capacidad física o mental, aunque no causen dolor físico o angustia psíquica».

***

Han pasado más de 20 minutos desde que los últimos detenidos entraron. Una policía se ha dado cuenta de que soy periodista. Ha bajado el volumen del radio y le ha dicho a un colega: “él no tendría que escuchar esto”.

El muchacho que pedía agua ya solo solloza. Aparece un enfermero sin nada en las manos. Parece –la pared no me deja ver- que se acerca a revisar al muchacho.

Aparece desde adentro de las instalaciones la comisionada Nery Sayes, jefa de la delegación, que estaba reunida con otros mandos policiales. Le dice al muchacho que no se mueva.

“No te movás, por eso se te mueven las costillas. Vos solito te vas a hacer más daño”.

Otro de los detenidos dice que padece del corazón. Otro dice que no puede respirar. Dice: “Aquí me acaban de quebrar la nariz”.

El muchacho que pedía que lo orinaran repite que se muere.

Me paro para poder ver la escena.

La mujer policía que bajó volumen al radio y el policía que custodiaba la recepción me piden que me siente. Les digo que espero a la comisionada. Me piden que me vaya.

***

Jueves 1 de julio. Atiende el teléfono celular la comisionada Sayes. Le explico lo que vi. Le pregunto si es normal que eso pase en su delegación.

“No. De hecho, salí porque me avisaron que pasaba algo raro. Un oficial me dijo: ‘hay gente que se está ahogando’”, contesta.

Le pregunto por los resultados de las capturas. Responde que uno de los capturados tenía orden de captura.

Le pregunto de nuevo si patear en la cara a un detenido esposado es algo normal en su delegación.

“No es procedimiento. Ya esposados están vulnerables. Media vez se espose es una persona a la que hay que cuidar”, dice.

Le pregunto qué fue entonces lo que pasó.

“Ellos suelen exagerar cuando ven que hay alguien que no es policía y los escucha”, dice.

Le explico que los detenidos nunca supieron que yo era periodista.

“Mire, uno decía que era asmático. Uno se tiraba contra la pared. Le dije que dejara de golpearse. Uno gordito se cayó del techo (cuando huía). El asmático ni sabía qué es un ventolín. No hubo que llevar a ninguno a un centro asistencial. Había uno con golpes, no lo niego. Ellos hacen mucha pantomima. Dramatizan más de lo que pasa. Hay gente que se golpea para luego denunciarlo. Uno se tiraba contra una pared solito. Les dije que lo filmaran”, explica.

Le pregunto si lo filmaron mientras se golpeaba. Dice que no.

(Horas después de hablar con la comisionada hablo con seis de los detenidos que fueron liberados la misma noche. Son seis del grupo de los que estaban sentados con la cabeza entre las rodillas. Les cuento la versión de que uno de los golpeados se golpeaba contra la pared. Los seis ríen. Niegan. Les pregunto si lo vieron. Uno de ellos dice que sí, que se revolcaba porque “le habían gaseado la cara”. Dice que lo vio de reojo porque “si sacábamos la cabeza nos daban patadas, macanazos o toques eléctricos”).

Le explico a la comisionada que a algunos de los detenidos, ya esposados, ya dentro de la delegación, les dieron patadas en costillas, cara y garganta a la par mía. Le digo que lo vi.

“Eso sería bueno denunciarlo, porque no es procedimiento adecuado”, dice.