Joaquín Villalobos

Cubanos go home. De Joaquín Villalobos

El régimen cubano ha optado porque Venezuela y Nicaragua se destruyan en una inútil estrategia de contención para evitar su propio inevitable final.

Nicolás Maduro durante una celebración del fin de la dictadura
Marcos Pérez Jiménez, en Caracas.

21 febrero 2019 / EL PAIS

En julio de 1968 terminaba mi bachillerato en un colegio católico con un profesor que fue soldado del dictador Francisco Franco. Los alumnos tuvimos que ir a recibir a Lyndon Johnson, presidente de Estados Unidos, que visitaba el país. Fue la primera vez que escuché gritar “yankee go home” a unos estudiantes universitarios. La guerra de Vietnam estaba en su peor momento, la Revolución Cubana tenía solo nueve años, los militares con apoyo norteamericano gobernaban mi país y casi todo el continente. Quienes luchaban contra el colonialismo demandaban la no intervención y la autodeterminación de los pueblos. Medio siglo después todo cambió, terminaron los dictadores de derecha, las utopías comunistas se derrumbaron, las elecciones derrotaron a la lucha armada y ahora, al ver lo que está pasando en Venezuela y Nicaragua, la maldad parece haber cambiado de bando ideológico.

A partir del año 2000, en Latinoamérica cayeron gobiernos en Perú, Argentina, Bolivia, Ecuador, Honduras, Paraguay, Brasil y Guatemala. Estos se derrumbaron con presión cívica moderada, escasa presión internacional, sin presos, sin exiliados y con poca violencia; lo más grave fueron 50 muertos en Bolivia. En todos estos casos las instituciones jugaron algún un papel en las crisis, incluso en Honduras el golpe militar fue ordenado por el Congreso, finalmente las elecciones permitieron preservar la democracia. El juicio sobre lo justo o injusto de estos hechos es un amplio debate, pero comparado con lo que ocurría en el siglo XX, objetivamente parecía que, con imperfecciones, estábamos en otra edad cívica.

Los casos de Venezuela y Nicaragua han roto las reglas del juego establecidas en el año 2000, cuando se firmó la Carta Democrática en Lima. Maduro y Ortega acumulan más de 700 muertos, 800 presos políticos, miles de exiliados y utilizan sistemáticamente la tortura. Los refugiados venezolanos suman millones y los nicaragüenses van en ascenso. Ambos han reprimido brutalmente las protestas cívicas más grandes y prolongadas de la historia latinoamericana y ambos están resistiendo un aislamiento y sanciones internacionales sin precedentes en nuestro continente. La comunidad internacional y los propios venezolanos vienen haciendo previsiones a partir de las premisas establecidas en el 2000 y piensan que en algún momento Maduro y Ortega negociarán su salida. Sin embargo, si esto fuera correcto, ya deberían haberse derrumbado. ¿Por qué esto no ha ocurrido? La respuesta es que el obstáculo no está Venezuela o Nicaragua, sino en Cuba.

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El colonialismo básicamente consiste en control político, militar y cultural, gobierno títere y una economía extractiva. Los británicos dominaron durante casi un siglo con unos miles de ingleses a India, que tenía 300 millones de habitantes y más de tres millones de kilómetros cuadrados. Fidel Castro, instrumentando a Chávez, logró conquistar Venezuela. Definió el modelo de gobierno; alineó al país ideológicamente con el socialismo del siglo XXI; reorganizó, entrenó y definió la doctrina de las Fuerzas Armadas; asumió el control de los organismos de inteligencia y seguridad; envió cientos de miles de militares, maestros y médicos para consolidar su dominio político; estableció la Alianza Bolivariana de los pueblos de América (ALBA) para la defensa geopolítica de su colonia; escogió a Maduro como el títere sucesor de Chávez y estableció una economía extractiva que le permitía obtener hasta 100.000 barriles de petróleo al día para sostener su régimen. En los últimos 15 años Cuba ha recibido más de 35.000 millones de dólares. En la actualidad Maduro entrega el 80% del petróleo destinado a la cooperación a Cuba y el 15% a Nicaragua. Cualquier necesidad del régimen cubano tiene prioridad sobre la emergencia humanitaria que padecen los venezolanos.

En Venezuela se juega la vida la religión revolucionaria izquierdista que tiene a Cuba como su Vaticano. La transición de Cuba a la democracia y a la economía de mercado es para Latinoamérica un cambio gigantesco, comparable con lo que representó la caída del muro de Berlín para Europa. Cuando el derrumbe de la Unión Soviética era evidentemente ineludible, la aspiración de sus envejecidos dirigentes era morir en la cama, tal como lo logró Fidel Castro en Cuba. Los intereses políticos, económicos, ideológicos y sobre todo personales de miles de dirigentes y burócratas cubanos son el obstáculo principal en esta crisis. Esto explica la feroz resistencia y elevada disposición a matar y torturar de Ortega y Maduro. El régimen cubano ha optado porque Venezuela y Nicaragua se destruyan en una inútil estrategia de contención para evitar su propio inevitable final. Cuba lleva veinte años resistiéndose a una transición mientras sus ciudadanos sufren hambre y miseria. No hay una emigración visible como la venezolana porque es una isla, pero la matanza más brutal del castrismo son los más cien mil cubanos devorados por los tiburones intentando cruzar el estrecho de la Florida desde que los Castro tomaron el poder.

Cuba, el país que se consideraba líder en la lucha contra el colonialismo, acabó convertido en colonizador. Sus lideres están arrastrando a toda la izquierda a un precipicio moral que podría dejar una larga hegemonía conservadora. Salvar al inservible e insalvable fracasado modelo cubano implica ahora defender matanzas, torturas y una corrupción descomunal. No hace sentido defender a Maduro por una intervención hipotética de Estados Unidos cuando Venezuela es un país intervenido por Cuba. Le guste o no a la “izquierda” en Venezuela, hay una lucha de liberación nacional y el dilema no es escoger entre Nicolás Maduro o Donald Trump, sino entre dictadura o democracia. Frente a esta realidad, no alinearse con la democracia es alinearse con la dictadura.

Es imposible prever si puede o no haber una intervención militar en Venezuela. Estados Unidos hará sus propios cálculos frente a la absurda resistencia de Maduro. Es comprensible el rechazo reactivo a una intervención, pero más allá de los deseos, lo principal es considerar pragmáticamente lo que puede pasar si ocurriera. En Venezuela nunca hubo una revolución de verdad, al chavismo no lo cohesionaba la mística revolucionaria, sino el clientelismo y la ambición monetaria. Venezuela no puede convertirse en un Vietnam y tampoco puede haber una guerra civil. Los venezolanos han rechazado persistentemente a la violencia desde Chávez, que se rindió dos veces, hasta la oposición que se ha resistido durante 18 años a tomar las armas.

Dada la extrema impopularidad de Maduro, la profunda división en las fuerzas armadas y unas milicias decorativas a las que los militares no se atreven armar de forma permanente; el escenario más probable frente una intervención sería el de Panamá en 1989 o el de Serbia en 1999, pero con tecnología 20 años más avanzada. En Panamá quedaron abandonados miles de fusiles nuevos destinados a milicianos que nunca existieron. En Venezuela llevan años hablando de una fábrica de fusiles que seguramente nunca ha existido porque alguien se robó el dinero. En conclusión una intervención sería contundente, rápida, exitosa y ampliamente celebrada por millones de venezolanos y latinoamericanos. Decir esto no es apoyar una salida militar, sino prever una realidad política. Por lo tanto, si se quiere evitar una intervención y resolver la crisis políticamente, lo correcto no es enfrentar a Trump, sino exigir que Cuba saque sus manos de Venezuela.

El dominó venezolano. De Joaquín Villalobos

9 agosto 2018 / EL PAIS

La tragedia venezolana no tiene precedentes en Latinoamérica. Algunos consideran que Venezuela puede convertirse en otra Cuba, pero lo más probable es que Cuba acabe pronto convertida en otra Venezuela. Estamos frente a la repetición del efecto dominó que derrumbó a los regímenes del campo socialista en Europa Oriental, cuando hizo implosión la economía soviética. Las relaciones económicas entre estos Gobiernos funcionaban bajo lo que se conocía como Consejo Económico de Ayuda Mutua (CAME). Fidel Castro copió el CAME y se inventó la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América (ALBA) para salvar su régimen con el petróleo venezolano. La implosión económica de Venezuela ha desatado un efecto dominó que pone en jaque a los regímenes de Nicaragua y Cuba y a toda la extrema izquierda continental.

Las economías de los ocho regímenes de Europa del Este y Cuba sobrevivían por el subsidio petrolero y económico soviético. Cuando este terminó, los países comunistas europeos colapsaron a pesar de contar con poderosas fuerzas armadas, policías y servicios de inteligencia. Cuba perdió el 85% de su intercambio comercial, su PIB cayó un 36%, la producción agrícola se redujo a la mitad y los cubanos debieron sobrevivir con la mitad del petróleo que consumían. Castro decidió “resistir” con lo que llamó “periodo especial” para evitar que la hambruna terminara en estallido social. En esas circunstancias apareció el subsidio petrolero venezolano que salvó al socialismo cubano del colapso. El dinero venezolano, a través de ALBA, construyó una extensa defensa geopolítica, financió a Unasur, a los países del Caribe y a Gobiernos y grupos de izquierda en Nicaragua, Ecuador, El Salvador, Honduras, Chile, Argentina, Bolivia y España.

Pero, como era previsible, la economía venezolana terminó en un desastre, resultado de haber expropiado más de 700 empresas y cerrado otras 500.000 por efecto de los controles que impuso al mercado. El chavismo destruyó la planta productiva y perdió a la clase empresarial, gerencial y tecnocrática del país. Este desastre terminó alcanzando al petróleo, con la paradoja de que ahora que los precios subieron, la producción se ha derrumbado porque Pdvsa quebró al quedarse sin gerentes y técnicos. El chavismo asesinó a la gallina de los huevos de oro, los subsidios al izquierdismo se acabaron y lo que estamos viendo ahora son los efectos. Más de 3.000 millones de dólares venezolanos parieron la autocracia nicaragüense, pero, cuando el subsidio terminó, el Gobierno intentó un ajuste estructural y estalló el actual conflicto. En mayo de este año Venezuela ¡compró petróleo extranjero! para seguir sosteniendo al régimen cubano.

La economía global está totalmente regida por relaciones capitalistas. La idea de que Rusia y China pueden ser la salvación es un sueño. Rusia es un país pobre con una economía del tamaño de la de España, pero con tres veces más población, y China es un país rico, pero, como todo rico, mide riesgos, invierte para sacar ganancias y si presta cobra con intereses. En la economía mundial, ahora nadie regala nada; Hugo Chávez fue el último Santa Claus y eso se acabó. No hay quien subsidie ni a Venezuela, ni a Cuba ni a Nicaragua. Quizás encuentren apoyos diplomáticos, pero lo que necesitan para no derrumbarse es dinero regalado no diplomacia compasiva

«La consigna para la economía cubana no es socialismo
o muerte, sino capitalismo o muerte»

Nada va a cambiar a favor, la única esperanza sería que se recuperara la economía venezolana y eso es imposible. El despilfarro y la corrupción hicieron quebrar a Pdvsa, ALBA y Unasur. Hay miles de millones de dólares perdidos y robados. Venezuela está en bancarrota y vive en un caos. Maduro se ha enfrentado a más de 5.000 protestas en lo que va de 2018, los venezolanos sufren hiperinflación, una criminalidad feroz, escases de comida, medicinas, gasolina y dinero circulante; los servicios de transporte, energía y agua están colapsados. En medio de un severo aislamiento internacional la cohesión del bloque de poder se acabó, Maduro está reprimiendo al propio chavismo, a los funcionarios de Pdvsa y a los militares, los tres pilares fundamentales de su poder. Este conflicto está dejando despidos, capturas, torturas, muertos y hasta un confuso atentado contra Maduro.

La brutal represión en Nicaragua acabó la confianza que había generado en el mercado y abrió un camino sin retorno que está arrasando con la débil economía del país. El Gobierno ha regresado a las expropiaciones poniendo terror al mercado y se estima que 215.000 empleos se han perdido; ya no habrá crecimiento, sino más pobreza, más crisis social, más emigración, más descontento, y un irreversible y creciente rechazo al régimen. En Cuba apenas empiezan a hablar de propiedad privada con cambios lentos y torpes hacia una economía de mercado. El régimen teme que el surgimiento de una clase empresarial rompa el balance de poder y tiene razón. En la Unión Soviética las primeras reformas obligaron a más reformas que terminaron derrumbando el sistema. La lección fue que no se podía reformar lo que es irreformable. Paradójicamente ahora la consigna para la economía cubana no es socialismo o muerte, sino capitalismo o muerte, los jóvenes cubanos no resistirán otra hambruna. Sin el subsidio venezolano, la crisis cubana está a las puertas y la débil autocracia nicaragüense flotará sin recuperarse hasta quedarse sin reservas para pagar la represión.

«El mayor beneficio del fin de las dictaduras de izquierda
será para la izquierda democrática»

La defensa estratégica de Cuba ha sido alentar conflictos en su periferia para evitar presión directa sobre su régimen. Por eso apoyó siempre revueltas en todo el continente. Los conflictos en Venezuela y Nicaragua son ahora la defensa de Cuba, ha puesto a otros a matar y destruir mientras su régimen intenta reformarse. La salvaje represión que sufren y la compleja lucha que libran los opositores venezolanos y nicaragüenses no es casual. No se enfrentan a un Gobierno, sino a tres, y con ellos a toda la extrema izquierda. El destino de la dictadura cubana y de toda la mitología revolucionaria izquierdista está en juego. Los opositores sufren dificultades en el presente, pero los Gobiernos a los que enfrentan no tienen futuro. Son regímenes históricamente agotados, luchando por sobrevivir, pueden matar, apresar, torturar y ser en extremo cínicos, pero eso no resuelve los problemas económicos, sociales y políticos que padecen ni los libera del aislamiento internacional.

No hay una lucha entre izquierda y derecha, sino entre democracia y dictadura, en la que el mayor beneficio del fin de las dictaduras de izquierda será para la izquierda democrática que durante décadas ha pagado los costos del miedo y sufrido el chantaje de ser llamados traidores si se atrevían a cuestionar a Cuba. La izquierda democrática debe luchar con los pies en la tierra y asumir sin pena y sin miedo la democracia, el mercado y el deseo de superación individual que mueve a todos los seres humanos. No tiene sentido luchar por ideales y terminar defendiendo a muerte privilegios personales. No hay razones ni morales ni políticas, ni prácticas para defender algo que, además de no funcionar, genera matanzas, hambrunas y dictaduras.

La gran estafa bolivariana. De Joaquín Villalobos

JOAQUIN VILLALOBOSJoaquín Villalobos, 1 septiembre 2017 / NEXOS

Fidel Castro solía lamentarse de que la primera revolución marxista en el continente hubiera tenido lugar en un país pobre como Cuba; decía que habría sido mejor en un país rico como Venezuela y lo intentó. En los años sesenta un grupo de cubanos se sumó a las guerrillas venezolanas y cuenta Teodoro Petkoff, veterano de aquella insurgencia, que Fidel les propuso enviar al Che Guevara, pero los guerrilleros venezolanos se opusieron, obviamente el Che sería más ruido que ayuda. En los ochenta las luchas revolucionarias más importantes tuvieron lugar en Nicaragua y El Salvador, dos países más pobres que Cuba que estaban más para pedir que para dar. En ese contexto se derrumbó la Unión Soviética que era la gran proveedora, el panorama se volvió desolador, Cuba se organizó para resistir el hambre y, entonces, llegó Hugo Chávez.

Screen Shot 2017-09-03 at 9.59.00 PMA diferencia de Colombia, que es un país violento con una cultura política civilista, Venezuela es un país pacífico con una cultura política militarista. Muchos venezolanos les confieren a los militares el papel de “salvadores de la patria”. No es extraño que el rechazo al ajuste estructural de Carlos Andrés Pérez acabara convertido en oportunidad para el golpismo militar en 1992 y luego en la victoria electoral del teniente coronel Hugo Chávez en 1998. El militarismo venezolano de tradición conservadora, vocación autoritaria, pasado represivo y entrenamiento estadunidense, pudo así alcanzar el poder con una narrativa antipolítica como la de Fujimori, para luego asumir una plataforma izquierdista antineoliberal. La pregunta en aquel momento era si Chávez era un nuevo “gorilato militar” o una revolución como él decía.

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Intelectuales de izquierda de todo el planeta comenzaron a estudiar el militarismo venezolano y su propuesta de socialismo del siglo XXI. Se escribieron miles de páginas para darle a los uniformados bolivarianos sus credenciales revolucionarias. En vida a Salvador Allende nunca se le consideró un revolucionario, tampoco a Juan Velazco Alvarado, mucho menos a Juan Domingo Perón o al general Omar Torrijos a quien Fidel simplemente llamaba “guajiro filósofo”. ¿Qué tenía Chávez que logró que Castro cantara el “Happy Birthday” en inglés?, ¿qué hizo que estos militares terminaran aceptados rápidamente como revolucionarios? Los ingresos petroleros de Venezuela desde 1998 hasta 2016 se estiman en cerca de un millón de millones de dólares, el más grande boom petrolero en la historia de Venezuela. Una verdadera orgía de dinero a la que los militares venezolanos invitaron a los izquierdistas de todo el planeta. Fidel Castro, que ya había hecho gala de pragmatismo respaldando a los cuasinazis militares argentinos en la guerra de las Malvinas, se prestó para reconocer como revolucionarios a unos gorilas sin ideología que tenían mucho dinero y estaban dispuestos a repartir.

La plata venezolana llegó, así, a los extremistas de izquierda de todas partes: Estados Unidos, Gran Bretaña, España y toda América Latina; se pagaron consultorías a académicos europeos a precios de ejecutivos de Coca Cola, se financiaron partidos políticos, organismos no gubernamentales, campañas electorales, candidaturas presidenciales, convenciones internacionales, se inventó la Alianza Bolivariana de América, se alineó petroleramente a los pequeños países caribeños y con 90 mil barriles diarios de petróleo Cuba logró sobrevivir y ganar tiempo para empezar a transitar gradualmente al capitalismo porque su socialismo ya había fracasado.

El dinero venezolano tuvo tres destinos principales, una parte en políticas sociales, otra en geopolítica de protección y otra para los militares y la elite chavista. Todo esto se hizo con un manejo brutalmente ineficiente, despidiendo a los técnicos y colocando militantes en posiciones de gobierno, hasta alcanzar una burocracia de más de dos millones de personas. Las Fuerzas Armadas pasaron a tener el doble de generales que Estados Unidos ascendiendo a dos mil oficiales a ese rango, con ello tuvieron más cabeza que cuerpo, algo ilógico para una fuerza militar, pero lógico para distribuir corrupción. Compraron armamentos militarmente inútiles bajo contratos que les permitieron hacerse de miles de millones dólares. El desorden en el manejo de los recursos ha sido gigantesco, sin controles y bajo el supuesto de que gobernarían por siempre sin jamás tener que rendir cuentas a nadie.

El dinero era tan abundante que se tapaba el despilfarro con más despilfarro. Si escaseaba comida se compraba más y se la dejaba pudrir sin repartirla. En esa ruta se realizaron expropiaciones que lo mismo perjudicaban a grandes capitales que a panaderías de barrio. Las empresas expropiadas terminaron arruinadas, afectando el mercado, golpeando la estructura productiva y las cadenas de distribución de productos. Cuando cayeron los precios del petróleo estalló el drama del hambre para los más pobres y se les repartió represión como alimento. Los saqueos más violentos y la represión más brutal han ocurrido en antiguos bastiones chavistas, entre éstos, el lugar donde nació Hugo Chávez y el barrio donde vivió Nicolás Maduro cuando era pobre.

Por un momento algunos, aunque nunca estuvimos de acuerdo con la tal revolución bolivariana, pensamos pragmáticamente que, a pesar del desorden, el chavismo podía derivar en inclusión social, generación de nuevas elites y un partido político de izquierda que podía madurar con el tiempo. Pero no hubo ahorro, no hubo transformación productiva, no hubo planes sociales sostenibles, no hubo construcción de institucionalidad, se dejó de realizar elecciones libres cuando se tuvo certeza de perderlas y se inventaron una Asamblea Constituyente partidaria para quedarse gobernando para siempre por la fuerza. Entre el 6 de abril y el 7 de agosto los militares y paramilitares han asesinado a 156 personas y herido a más de 10 mil. Existen más de 600 presos políticos y la tortura se ha vuelto sistemática.

Las revoluciones, equivocadas o no, descansan en procesos sociales en los que se lucha en desventaja contra un poder muy superior. Esto obliga a un despliegue extraordinario de mística, heroísmo, espíritu de sacrificio, capacidad de organización, un extenso voluntariado y un manejo austero de los escasos recursos de que se dispone. Las revoluciones suelen ser por ello un momento muy religioso de la política. Nada de esto estuvo, ni ha estado presente en el ascenso del chavismo. Este llegó al gobierno vía elecciones libres, una vez allí pasó a administrar una abundancia extraordinaria, durante dos décadas reinó políticamente en el continente y gozó de la tolerancia de cuatro gobiernos de Estados Unidos. Es hasta que empezaron a matar, apresar y torturar que se acabó la tolerancia.

En Venezuela se produjo un engendro en el que se combinaron la utopía izquierdista, el autoritarismo militarista de derechas, el oportunismo geopolítico, la ineficiencia de gobierno y el dinero como factor de cohesión. Ni los utópicos, ni los militares sabían cómo gobernar y el resultado ha sido fatalmente destructivo. Corrupción hay en todas partes, pero el problema más grave es que en Venezuela, mientras todos se ocupaban de robar, nadie se ocupaba de gobernar en serio. El engendro derivó en una cleptocracia de gran escala. Más que militancia revolucionaria construyeron redes clientelares, las milicias y “colectivos” son lumpen pagados y la propia dirigencia izquierdista terminó en una descarada corrupción.

Recuerdo que en una ocasión se acusó a Fidel Castro de tener cuentas en el extranjero y éste respondió con mucha firmeza que estaba dispuesto a renunciar si se lo probaban. La aplicación de sanciones personales por parte de Estados Unidos a Nicolás Maduro y otros 22 dirigentes chavistas incluye congelarles cuentas y bienes en Estados Unidos. Ni Maduro ni los principales dirigentes incluidos en estas listas han negado que posean bienes y cuentas. Al vicepresidente Tareck El Aissami se le ha descubierto una fortuna personal de varios cientos de millones de dólares. ¿Cómo fueron tan estúpidos para declararse revolucionarios antiimperialistas y al mismo tiempo abrir cuentas y comprar propiedades en Estados Unidos?

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El desastre del chavismo es un golpe moral muy grande al extremismo de izquierda, porque reafirma la inviabilidad de su utopía. No sólo por el fracaso programático bolivariano ha derivado en crisis humanitaria, sino porque el rechazo visceral a la riqueza y al capital se ha evidenciado como hipocresía y hasta como resentimiento social izquierdista. Lucen ahora como la iglesia católica con el celibato, que trae como resultado todo tipo de perversiones sexuales. Venezuela prueba cómo la codicia llevó a la extrema izquierda a bendecir como revolución a una dictadura militar cleptocrática. Es cierto que se combinaron intereses políticos, pero la codicia personal ha sido un componente colectivo indiscutible en la red clientelar mundial chavista que ha dejado a no pocos “revolucionarios” convertidos en millonarios. No tiene nada de malo tener dinero, pero es hipócrita proclamarse anticapitalista y volverse rico con dinero público.

El ser humano está programado para la competencia y la cooperación, intentar sistemas que descansen sólo en uno de estos dos grandes componentes de la naturaleza humana es una receta para el fracaso. Se puede ser rico y solidario y también se puede ser pobre y codicioso. El verdadero proyecto de izquierda debe poner el énfasis en la solidaridad, pero asumiendo sin pena y sin miedo la representación del derecho a la superación individual para darle oportunidad a la generación de riqueza. Sin deseo de superación no hay riqueza y sin solidaridad no hay seguridad. Sin ambas cosas no se puede superar la pobreza. La razón de los éxitos del centro izquierda en Uruguay, Chile, Costa Rica, España, Suecia, Noruega, Dinamarca y otros países reside en el respeto al mercado y a la democracia. Cuba y Venezuela reafirman nuevamente que la utopía izquierdista no funciona. Ésta genera pobreza y dictadura y vuelve hipócritas y cínicos a dirigentes que se inician con voto de pobreza y terminan invadidos por la codicia.

¿Por qué nadie le dijo a Chávez que no se peleara con el mercado y que evitara expropiar empresas? Cuando él llegó al gobierno, la extrema izquierda ya venía de regreso en ese tema, incluso cuidando la estabilidad macroeconómica en arreglos con organismos financieros. Algunos países con gobiernos de izquierda que se definieron bolivarianos respetaron el mercado y sus economías han crecido. ¿Por qué Cuba, que estaba desarrollando reformas capitalistas, en vez de señalar el error empujó al chavismo a la radicalización? ¿Por qué los consultores izquierdistas europeos tampoco dijeron nada? Callaron porque el desorden y el despilfarro bolivariano era una condición óptima para sacar recursos mediante acuerdos políticos, una economía más ordenada hubiera obligado a controles administrativos. Al final todo esto ha sido una gran estafa, la extrema izquierda engañaba al chavismo, los militares engañaban a la extrema izquierda, los cubanos engañaban a los venezolanos, los chavistas se engañaban a ellos mismos y todos juntos engañaron a los más pobres.

Del miedo a la ingobernabilidad: La salvadoreñización de Colombia. De Joaquín Villalobos

Joaquín Villalobos, exguerrillero salvadoreño y consultor para resolución de conflictos, escribe este análisis para la FIP, basándose en el caso de su país, el cual afronta una crisis política y una catástrofe social, para plantear posibles consecuencias si Colombia no enfrenta adecuada y oportunamente la polarización.

FIP Fundación Ideas para la Paz

JOAQUIN VILLALOBOSJoaquín Villalobos, 17 agosto 2017 / FIP Fundación Ideas para la Paz

Introducción: El Salvador es un país que pasó de lo sublime a lo ridículo. Vein- ticinco años después de haber concluido una cruenta guerra civil mediante un exitoso proceso de paz que trajo por primera vez la de- mocracia, los salvadoreños viven una parálisis económica, una crisis política crónica y una catástrofe social que generó un poderoso fe- nómeno criminal. Este dramático contraste es utilizado para decirle a los colombianos que la paz con las FARC es un peligro. Pero ni la paz ni la democracia tienen la culpa de lo que pasó Screen Shot 2017-08-21 at 11.59.29 AMen El Salvador. La paz es un valor positivo en sí mismo, la economía salvadoreña creció 7% cuando se firmó el acuerdo y la democracia es un sistema de gobierno que evita que la gente se mate por el poder y esto dejó de ocurrir. No es de un acuerdo de paz de lo que deben preocuparse los colombianos, sino de la polarización política extrema que ya está en desarrollo en Colombia, porque fue precisamente la polarización la que convirtió una oportunidad en un desastre en El Salvador.

El acuerdo de paz salvadoreño transformó al país en una demo- cracia; los militares dejaron de ser el partido político de los oligar- cas y se sometieron al poder civil; la guerrilla renunció a las armas; la Justicia se volvió independiente; los actos de violencia política no volvieron a repetirse; se acabaron los fraudes electorales y los gol- pes de Estado dejaron de ser el principal mecanismo para acceder al poder. Nunca antes siete presidentes y once parlamentos habían sido electos de forma continua. Sin embargo, ahora más del 30% de la población ha emigrado; el principal ingreso del país proviene de la exportación de personas que luego envían remesas; las prisiones están a más del 300% de su capacidad; las pandillas, que se expandieron en la posguerra, dominan amplios territorios en las ciudades y el campo; el país ya sufrió más homicidios en los 25 años de paz que las 75.000 víctimas que dejó la guerra. El Salvador está entre los países más violentos del mundo y la marca país es la “mara salvatrucha”, un temido fenómeno criminal que, a través de la emigra- ción, adquirió carácter global con presencia en ciudades de Estados Unidos y Europa.

La polarización, un círculo vicioso destructivo
La política es competencia y pacto. La competencia sirve para tener identidad, establecer las diferencias frente a los ciudadanos y mejorar la calidad de las propuestas. Los pactos sirven para gober- nar, porque siendo imposible que todo mundo piense igual, solo con acuerdos es posible mantener un país unido. Por lo tanto, los países progresan esencialmente sobre la capacidad que tengan los políticos de pactar a pesar de las diferencias. Competir desde antagonismos extremos crea un círculo vicioso destructivo que encadena los an- tivalores miedo-odio-división-conflicto-crisis y esto conduce a la ingobernabilidad. El miedo al adversario se empieza usando para ganar batallas políticas inmediatas, pero ese miedo deriva en un odio que profundiza las divisiones, acaba con la
tolerancia y entroniza en los políticos y sus se-
guidores la idea de que el país sería mejor si el
adversario no existiera.

Con la polarización extrema la racionalidad pierde valor, las emociones toman total control, el fundamentalismo derrota al pragmatismo, la calidad de la política y de los políticos se degra- da, la inteligencia se convierte en defecto, la in- competencia se vuelve crónica, los acuerdos se vuelven imposibles, los problemas se quedan sin resolver y el país se va al infierno. La lucha por el centro demanda convencer con conocimiento y soluciones, la polarización extrema solo re- quiere activar emociones primarias. En un es- cenario polarizado, la ignorancia acaba siendo norma y la matonería cualidad. Esto puede ocu- rrir en cualquier parte, a pesar de que haya paz y democracia, y esto fue precisamente lo que pasó en El Salvador.

I.
EL SALVADOR, HISTORIA DE UN DESASTRE ANUNCIADO

La triste realidad que ahora vive El Salvador es producto de una brutal polarización política que pasó de la violencia armada a la ingobernabilidad perma- nente. El acuerdo de paz fue, en realidad, un instante en la capacidad de pactar que fue seguido de la adop- ción consciente de una fatal lógica política de “polari- zar para ganar”. Por su pasado autoritario, la cultura política salvadoreña siempre estuvo sostenida en el miedo. Las elites que gobernaron al país usaron el miedo para conseguir el recha-
zo al opositor y así preservar el
poder. Bajo esas condiciones,
el pensamiento de extrema
derecha era dominante y todo
adversario moderado era con-
siderado comunista. Cuando
fuerzas y líderes Intentaban
competir desde el centro, la re-
acción era identificarlos como
extremistas y destruirlos por
cualquier medio, incluso ase-
sinándolos. Esto impidió que
las fuerzas políticas modera-
das se fortalecieran y, cuando empezó a ocurrir, toda la sociedad se dividió; empresarios, iglesia, partidos políticos y militares que rechazaban el autoritarismo fueron reprimidos violentamente. Miles de jóvenes se rebelaron, estalló una guerra civil y, muy a pesar de que el pensamiento democrático centrista era fuerte e influyente, incluso entre algunos de los grupos al- zados, la radicalización favoreció el crecimiento del extremismo ideológico en la izquierda.

Las guerras internas no surgen como resultado de un conflicto entre los de abajo con los de arriba, estas aparecen y se expanden cuando hay una crisis entre las mismas elites, es decir entre los de arriba. Son las clases medias las que terminan movilizando a los sectores más pobres y, con esto, los conflictos co- bran fuerza. Los movimientos por la independencia, las revoluciones cubana y nicaragüense, la primave- ra árabe y otros procesos respondieron a esta idea. En El Salvador, la profundización del conflicto entre fuerzas del sistema fue lo que terminó abriéndole las puertas al poder a una fuerza antisistema. Antes de que la guerrilla apareciera y creciera, fracciones de la propia Fuerza Armada combatieron militarmente entre ellas por el poder, resultado de diferencias entre las elites económicas y políticas.

El magnicidio del arzobis- po Arnulfo Romero que detonó la guerra civil y el de los seis Jesuitas asesinados en su Uni- versidad por militares, fueron parte de un conflicto entre las elites sobre cómo gobernar al país y cómo superar la pobre- za. La derecha salvadoreña continúa interpretando estos crímenes con una caricatura ideológica que pone en la ex- trema izquierda a Romero, a los jesuitas y otros personajes. En realidad, Romero era un religioso ideológicamente conservador, dedi- cado a la caridad, que se convirtió en arzobispo por el apoyo de los oligarcas que trataban de evitar que la Iglesia Católica cayera en manos de “curas izquier- distas” seguidores de la Teología de la Liberación. Sin embargo, la calidad humana del arzobispo lo llevó a indignarse y denunciar la represión y por eso lo mata- ron. Los jesuitas eran los encargados de educar a los hijos de la clase alta y su Universidad fue la alternati- va de la derecha ante la radicalización de la Univer- sidad Nacional. Estaban muy lejos de ser comunistas, los mataron por creer en el diálogo y por ser críticos, como suelen ser los buenos académicos. Durante el desarrollo de la guerra también fueron asesinados militares y empresarios disidentes a los que también se consideró “comunistas”. El miedo impedía ver la existencia de fuerzas y líderes de centro y esto acabó radicalizando y generalizando el enfrentamiento.

El Partido Demócrata Cristiano (PDC), una fuerza esencialmente de centro, había sido el principal opo- sitor al régimen militar autoritario desde los años 60, contaba con gran apoyo popular y respaldo de algu- nos grupos económicos. El PDC sufrió fraudes elec- torales, represión, asesinatos y exilio, sin embargo, cuando la guerra civil estalló, la extrema derecha se volvió impresentable para obtener el apoyo de Esta- dos Unidos que, en ese momento, estaba regido por lo que le determinaba la “Guerra Fría”. En ese contexto, la Democracia Cristiana y su líder, Napoleón Duarte, acabaron gobernando durante casi una década con el apoyo norteamericano. Duarte se convirtió en el defensor del sistema, asumió la contrainsurgencia para enfrentar a las guerrillas y salvó a los oligarcas salvadoreños de una derrota total.

Pese a esto, la derecha y las elites económicas mantuvieron a Duarte y a la Democracia Cristia- na como su enemigo principal. En plena guerra, los medios de comunicación controlados por la derecha atacaban al presidente Duarte de forma implacable y persistente, incluso utilizaban las acciones de la gue- rrilla para mostrarlo como débil e incapaz. Cuando Duarte intentó un acuerdo de paz, la derecha lo sa- boteó, no le dieron apoyo, calificaron su intento como traición y esto impidió que la paz llegara antes a El Salvador. Pese que los demócratas cristianos esta- ban combatiendo a las guerrillas, la derecha no los dejó de considerar comunistas. El PDC utiliza el color verde en su simbología, la derecha decía que estos eran como la sandía, verdes por fuera, pero rojos por dentro. Cualquier parecido de esta historia con lo que está pasando en Colombia cuando se utiliza el mie- do al “castrochavismo” y a las FARC para atacar al gobierno del presidente Santos, no es casualidad. A lo que se debe poner atención es que esa política de miedo puede acabar fortaleciendo a las FARC y a la extrema izquierda, dándoles un protagonismo y una relevancia que no tienen.

Pero el extremo de todo esto fue que la derecha salvadoreña, a pesar de haber sufrido en carne pro- pia la guerra civil, cuando llegó la paz persistió en la idea de continuar polarizando con el miedo al co- munismo para derrotar al centro, ganar elecciones y conservar el poder. Convirtieron al Frente Farabundo Martí (FMLN), ya desarmado y transformado en par- tido político, en su enemigo de referencia para asus- tar; polarizaron con este basados en la certeza de que jamás la exguerrilla podría ser elegible ni ganar una elección presidencial. Paralelamente se propusieron debilitar a la Democracia Cristiana de múltiples ma- neras para evitar tener un competidor de centro ele- gible y lo lograron, pero el vacío que dejó la Democra- cia Cristiana lo acabó llenando el FMLN. La derecha pudo con la polarización ganar cuatro elecciones y gobernar veinte años. Lo absurdo es que de nuevo su política de miedo sirvió para provocar el crecimiento paulatino del partido de la exguerrilla que acabó do- minado en la posguerra por los comunistas. El FMLN terminó así ganando las elecciones presidenciales en el año 2009, volvió a ganar nuevamente en el 2014 y se mantiene en el gobierno hasta la fecha. ¡Es decir, que el anticomunismo sirvió para llevar a los comu- nistas al gobierno!

Durante la guerra, las fuerzas guerrilleras eran parte de una coalición bastante amplia en la que do- minaban fuerzas de centro izquierda. Por ello fue po- sible un acuerdo de paz basado en reformas liberales. En la coalición rebelde había desde socialdemócratas y socialcristianos hasta comunistas. Las relaciones que la coalición rebelde sostenía con México, Vene- zuela, Panamá, Costa Rica y los socialdemócratas europeos le dio fuerza al centrismo. Al menos dos de los cinco grupos guerrilleros se alejaron claramente del marxismo leninismo y se acercaron a la socialde- mocracia. Como algunos dirigentes guerrilleros so- líamos decir: “todos pasamos por el marxismo, pero el marxismo no pasó por todos”. El pensamiento so- cialdemócrata que acepta la democracia y el mercado tenía, en la etapa final de la guerra, simpatizantes en todos los grupos, incluso en el Partido Comunista. Los comunistas en sentido estricto eran en realidad una minoría y durante la guerra fueron poco relevantes.

La primera disidencia dentro de la exguerrilla ha- cia el centro izquierda se produjo paradójicamente en el Partido Comunista con la separación de Mario Aguiñada, dirigente del brazo electoral de los comu- nistas; seguidamente Joaquín Villalobos, autor de este ensayo y dirigente del grupo militarmente más importante de la insurgencia, abandonó al FMLN lue- go de proponer renunciar al marxismo, abrazar la so- cialdemocracia, llevar un candidato no partidario a la presidencia y criticar abiertamente a los comunistas y a Cuba. Posteriormente, seis grupos más y sus dirigentes se salieron o fueron expulsados del FMLN hasta que este quedó en total control de los comu- nistas. Los grupos de centro izquierda no pudieron hegemonizar en el FMLN, primero porque la mayoría de los dirigentes con posiciones no marxistas prefi- rieron aliarse con los comunistas que enfrentarlos y, segundo, porque Cuba se involucró en la lucha inter- na para asegurar que los comunistas tomaran con- trol. Pero lo que más ventaja dio a los comunistas en la lucha por controlar al FMLN fue la polarización de la derecha; es decir que su combate contra las fuer- zas de centro contribuyó, primero, al surgimiento de la guerrilla y, después, su política de polarizar fue de- terminante para que la extrema izquierda se fortale- cieran electoralmente.

En El Salvador lo razonable debió haber sido for- talecer la competencia por el centro y aislar al extre- mismo. En ese sentido debió evitarse el debilitamien- to de la democracia cristiana, separar de la guerrilla las corrientes moderadas y aislar a los comunistas. Esto implicaba un pacto entre las fuerzas del siste- ma para competir entre ellas y aislar, no excluir, a las fuerzas que se confesaban abiertamente antisis- tema. Sin embargo, la derecha, para ganar eleccio- nes, prefirió conscientemente eliminar o debilitar a los competidores pro-sistema y fortalecer a la fuerza antisistema que proclamaba su adhesión al modelo comunista. Esto ha creado un antagonismo irreso- luble que está destruyendo al país. La polarización extrema que padece hoy El Salvador fue parida por visiones de corto plazo. La historia pudo haber sido diferente. Ni la paz ni la democracia fallaron, quienes fallaron fueron los que detentaban poder.

Que los comunistas se decidieran a competir con la idea de “entre peor mejor” era comprensible, pero sorprende que después de una guerra civil, la derecha política representada en su partido Alianza Republi- cana Nacionalista (ARENA), los poderes económicos dominantes y sus tecnócratas, no vieran el peligro que representaba la polarización. Esta terminó im- poniendo una lógica destructiva en la que quienes estaban en el gobierno consideraban que entre peor fuera la oposición era mejor para los que gobernaban y quienes estaban en la oposición consideraban que entre peor fuera el gobierno era mejor para quienes dominaban en la oposición. Desde la firma de la paz, la política salvadoreña se ha basado en un sabotaje mutuo y permanente en todos los órdenes.

Los efectos de la polarización en el país han sido desastrosos. En el pasado, la aprobación de los pre- supuestos era una pesadilla para los gobiernos de ARENA y ahora lo es para los gobiernos del FMLN, con el agravante de que al gobierno del FMLN se le acumuló más deuda y por lo tanto el sabotaje de ARE- NA tiene ahora efectos más letales para al país. An- tes, el FMLN saboteaba los presupuestos y préstamos desde el Poder Legislativo, ahora ARENA sabotea al gobierno del FMLN usando el Poder Judicial. Un fun- cionario del BID cuestionó recientemente el sabotaje de ARENA al gobierno del FMLN, pero en el pasado el mismo BID cuestionó al FMLN por sabotear a los gobiernos de ARENA. El Estado salvadoreño se está aproximando a la quiebra.

El primer gobierno del FMLN del expresidente Mauricio Funes se empeñó en investigar por corrup- ción al gobierno de ARENA del expresidente Francis- co Flores. El expresidente Flores murió mientras era procesado, se trata de una historia larga, pero ahora el expresidente Funes se encuentra asilado en Nica- ragua porque enfrenta un proceso por corrupción. La polarización ha convertido el Poder Judicial en un arma política para venganzas y sabotaje contra el adversario. El resultado final será que la polarización acabará paralizando a la Justicia porque los futuros nombramientos legislativos de Magistrados de la Corte Suprema, del Fiscal General y otros, se volve- rán imposibles. Ambos partidos tienen suficiente po- der para vetarse y con ello vetan la solución de todos los problemas del país.

El pleito entre los partidos tan irresoluble como el de las pandillas

Contrario a lo que se dice en Colombia, el fenó- meno criminal de las pandillas salvadoreñas no tiene relación ni con las guerrillas ni con los militares que combatieron; estos rehicieron sus vidas en paz. Luego de 25 años de terminada la guerra, las edades de los excombatientes de ambos bandos promedian el me- dio siglo. El fenómeno criminal de las pandillas resultó de la emigración masiva que generó la quiebra de la agricultura, que era la mayor actividad empleadora del país. Si bien la emigración comienza con la guerra, está se multiplicó exponencialmente en la posguerra cuando el país dejó de tener una economía productiva porque las elites vieron en las remesas un gran nego- cio. Las famosas “maras” resultaron de la fusión de la cultura de violencia de los salvadoreños con la cultura de pandillas que llegó de los Estados Unidos.

Un gobierno de ARENA propuso hace 20 años organizar a las comunidades para combatir la de- lincuencia y el FMLN se opuso, recientemente el go- bierno del Frente ha propuesto lo mismo y ARENA lo rechaza. La inseguridad y las pandillas crecieron producto de que la polarización impidió acuerdos de Estado en seguridad. Primero, las maras crecieron porque no se hizo nada cuando eran un problema so- lamente social de niños y jóvenes en las escuelas y los barrios más pobres. Luego, cuando los pandilleros empezaron a cometer algunos delitos, dos gobiernos de ARENA aplicaron planes eminente represivos de “mano dura” que multiplicaron la fuerza de las maras y con ello apareció la extorsión y el homicidio a gran escala. La mano dura de ARENA sirvió para que las pandillas consolidaran sus características criminales.

Diez años más tarde el primer gobierno del FMLN aplicó una política de “mano blanda”. Frente a un pro- blema que ya era dominantemente criminal, respaldó una tregua que le permitió a los pandilleros ser re- conocidos como un poder fáctico y consolidar control territorial. Luego, el segundo gobierno del FMLN regresó a la política de mano dura, pero con mayor letalidad que la de los gobiernos de ARENA. Varios cientos de pandilleros han muerto en enfrentamien- tos, pero, al mismo tiempo, las maras han asesinado en los últimos dos años a más de un centenar de poli- cías, a decenas de soldados e incluso a muchos fami- liares de estos. El problema es que soldados y policías viven en los mismos barrios pobres que controlan las pandillas y esto los convierte a ellos y sus familias en objetivos de represalia. Hasta ahora todos los gobier- nos han sido incapaces de plantearse una política de recuperación del territorio.

La polarización no solo impidió plantearse una política de Estado, sino que también evitó un enca- denamiento positivo de las políticas de seguridad de seis gobiernos. Estos aplicaron la lógica de deshacer lo que el otro hacía o de actuar en sentido opuesto, de esa forma la seguridad ha ido de mal a peor y de peor a desastre. Al final, un problema social terminó convertido en una nueva guerra.

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Como se puede observar en la tabla, entre 1998 y 2003 los homicidios anuales variaron poco. Esta fue la etapa en la que el fenómeno de las maras era un problema esencialmente social de gran escala y no se hizo nada para prevenir su evolución a problema criminal. A partir del 2004, con propósitos electora- les, comenzaron los planes de “mano dura” contra las pandillas y el resultado fue que los homicidios empe- zaron a aumentar considerablemente. Luego, en los años 2012 y 2013 vinieron los planes de “mano blan- da” y la tregua, igual por razones electorales. Los ho- micidios tuvieron esos dos años un descenso tempo- ral, pero, al consolidar control territorial, las pandillas se volvieron más poderosas y los homicidios se dis- pararon exponencialmente a partir del 2014. De ese año en adelante alcanzaron niveles similares a los de la guerra civil de los 80s. La reacción fue entonces regresar a planes de mano dura, pero escalando a un mayor nivel de letalidad por parte de las fuerzas de seguridad, hasta convertirse prácticamente en una guerra entre el Estado y las pandillas.

En 20 años, con gobiernos de los dos partidos, el problema ha empeorado y sigue empeorando. Ambos partidos lo usan para atacarse, sabotearse y culparse mutuamente. La polarización política impide resolver la peor crisis criminal del continente. En ningún mo- mento se ha considerado la necesidad de una políti- ca de Estado que permita una estrategia sostenida y coherente de largo plazo. La pelea entre ARENA y el FMLN por el poder es tan irresoluble como la de las pandillas por el territorio.

Una onza de lealtad vale más que cien libras de conocimiento

El corazón del problema de El Salvador es la au- sencia de una economía productiva y la dependen- cia de las remesas. La polarización ha impedido una competencia seria de ideas sobre cómo reactivar la economía, porque, por un lado, la izquierda del FMLN no cree en el mercado y sus planes son solo repartir. Por otro lado, la derecha de ARENA, al no tener com- petidor en el tema económico, simplemente piensa que la economía mejora si ellos gobiernan porque de eso solo ellos conocen. El resultado es que los empre- sarios salvadoreños no han inventado un solo pro- ducto que le de identidad al país, son esencialmente captadores de remesas. La ausencia de competencia sobre políticas económicas les mató la imaginación, los volvió perezosos y parásitos de la exportación de personas. Este es un problema estructural grave que resulta imposible resolver si la política está regida por el desacuerdo crónico, el sabotaje sistemático y la ignorancia dominante en los dos principales par- tidos, ARENA y el FMLN. Como señalamos al inicio, competir desde antagonismos extremos crea un cír- culo vicioso destructivo que encadena los antivalo- res miedo-odio-división-conflicto-crisis y finalmen- te ingobernabilidad.

Ambos partidos se rigen ahora por la idea de que “una onza de lealtad vale más que cien libras de co- nocimiento”. Aunque esto es un lema de ARENA, es igual para los dos partidos. Desde la firma de la paz, el FMLN fue deshaciéndose gradualmente de los in- telectuales y gente con formación que estaban en sus filas. Se quedó así con sus activistas y la vieja mili- tancia que tiene escasa formación.

Lo paradójico fue que ARENA, que estaba mejor equipada profesionalmente, resultado de la polariza- ción con el FMLN, ha terminado empobreciéndose intelectualmente y está dominada por el oportunis- mo y la frivolidad. Ambos partidos son ahora muy si- milares, no tienen capacidad de renovarse y padecen una crisis de identidad. Aunque la derecha ya no es autoritaria y la izquierda del Frente ha gobernado sin romper el sistema, ambos viven emocionalmente en el pasado. ARENA sigue proclamando en su himno “que El Salvador será la tumba de los comunistas” y el FMLN es un defensor cerrado de la dictadura bo- livariana de Maduro. Hoy, más del 60% de los salva- doreños rechazan a ambos partidos, pero, al ser los cuerpos más organizados, no tienen competidores, con lo cual el país se ha vuelto su prisionero.

Dividir por miedo es fácil, reunificar puede volverse imposible

Con los desacuerdos endémicos se paralizó el crecimiento económico, creció el crimen, se agra- vó la migración, se politizó la justicia y se volvieron mediocres los políticos. Al final, la política salvadore- ña en la posguerra ha sido una apuesta permanente al fracaso del otro que ha terminado convertida en el fracaso del país. Esta es la verdadera lección que debe aprender Colombia del caso salvadoreño. La polarización se sabe cómo comenzarla, pero no se sabe cómo terminarla. En El Salvador quienes hace 25 años advertimos el riesgo que esta representaba, no fuimos escuchados y hasta se negaba que el pro- blema existiera. Colombia está a tiempo y cuenta con un gran contingente de políticos calificados en todas las corrientes, ojalá estos puedan hacer la diferencia. Activar el miedo es fácil, reunificar un país dividido por el odio puede volverse imposible.

El peligro de la polarización colombiana

Todos los procesos electorales abren períodos en los cuales la competencia es más importante que los acuerdos. Esto es lógico, lo peligroso es que se vuelva permanente. En los últimos 40 años, las elites políti- cas y económicas colombianas han mostrado mucha madurez para enfrentar exitosamente la violencia y transformar el país. A lo largo de casi 40 años, dis- tintos gobiernos, a pesar de las diferencias, lograron encadenarse positivamente para derrotar poderosos carteles de narcotraficantes, desmovilizar guerrillas y paramilitares, recuperar territorios dominados por grupos armados, aumentar la fuerza pública y ele- var su eficacia, incorporar los derechos humanos a la seguridad, pactar la paz, desarmar a la guerrilla más grande y antigua del continente, transformar la economía y cambiar la imagen de Colombia en el mundo. Lo que decía la revista Time, en abril de 2012, no era exagerado: “Colombia de casi Estado fallido a jugador global”. Sin embargo, las elecciones del 2018 están coincidiendo con factores externos e internos que alimentan una competencia destructiva. Estas elecciones constituirán una dura prueba de madurez para toda la clase política que ahora se está movili- zando con emociones, pero que en su momento deberá pactar con racionalidad.

II.
LA AGENDA CRÍTICA QUE ESTÁ POLARIZANDO A COLOMBIA

01. Las FARC, el ELN y el paramilitarismo como referentes de la competencia electoral


Hacer la paz ha sido una aspiración de todos los gobiernos, cualquiera fuera su posición ideológica. Se puede pensar que, a pesar de las diferencias que ahora se manifiestan con pasión, ninguno de los partidos y líderes arriesgaría los acuerdos para regresar al conflicto. Sin embargo, la utilización de las FARC y el ELN como los indicadores principales para establecer la diferencia entre las fuerzas políticas y líderes que han sido los pilares del sistema, abre el camino a una narrativa que pue- de quedarse para siempre. La ferocidad de los ataques, es tal, que pareciera que la competencia es entre el paramilitarismo y el “castrochavismo”. Si estas percepciones echan raíces en la opinión pública, el extremismo en las dos direcciones que se pretende negar podría tomar ventaja. En un momento en que la política demanda competir con ideas nuevas, la pola- rización empuja a establecer las diferencias a partir de viejas ideas, instrumentando referentes políticamente marginales como las FARC. Cuando las elites instrumentan a estos gru- pos para crear miedo a su contrario, el resultado es que el ex- tremismo crece en presencia. De esa forma, falsas diferencias entre las elites pueden terminar convertidas en antagonismos irreconciliables.

02. El proceso de pacificación y las culpas sobre el pasado

En un conflicto de más de medio siglo es casi imposible en- contrar inocentes. En estas condiciones hay un elevado riesgo de que los temas de justicia transicional y otros vinculantes al conflicto que está terminando, abran diferencias profundas entre las elites que alimentarían más las emociones que la ra- cionalidad. En Colombia, la victoria del Estado es la esencia del acuerdo de paz. Lo ideal sería que los actores pro-sistema asuman esta victoria como el punto de convergencia de todos. Sin embargo, la realidad es que los requerimientos de la justi- cia, los problemas de tierras, la actividad política en el campo y otros factores vinculantes con la pacificación, están empu- jando a las elites hacia el pasado y a dividir al país.

03. La crisis terminal del régimen chavista

El régimen venezolano, al igual que el cubano, fue de gran uti- lidad para lograr el acuerdo de paz con las FARC. Fue acertado involucrar a Venezuela en el proceso y una feliz coincidencia que el acuerdo se firmara antes de que el modelo chavista en- trase en su crisis terminal. Sin embargo, esa relación pragmá- tica del Estado colombiano democrático con dos regímenes no democráticos se está convirtiendo en otro referente para polarizar la competencia electoral entre las elites. No hay nin- guna coincidencia ideológica entre el chavismo y el partido de gobierno, pero la crisis en el país vecino y el impacto que esto tiene en la opinión pública, convierte a Venezuela en un tema rentable para polarizar electoralmente.

04. El temor al ascenso electoral de la izquierda democrática


El final del conflicto plantea la posibilidad de que la izquierda, en este caso los partidos de centro izquierda, crezcan y puedan llegar en coalición al gobierno. La violencia de las FARC y el ELN les ha hecho un gran daño a estas fuerzas y le dio a Colombia la más prolongada hegemonía conservadora (en el sentido ideo- lógico) en todo el continente. Esta comodidad conservadora ha concluido y lo que viene es una vida política más pluralista que incluirá a la extrema izquierda represen- tada por pequeños grupos, entre estos las FARC, y el centro izquierda representado por al menos dos grandes partidos. La mejoría de oportunidades para la izquierda democrática es indispensable para que el país cierre su ciclo de inclusión po- lítica democrática. Negar esto es negar la democracia misma. Por ahora, el ascenso de la izquierda es solo una posibilidad que requiere que los partidos de izquierda superen proble- mas de fragmentación, liderazgo y credibilidad. Entre estos problemas está la posición que asumirán frente a la extrema izquierda en general, la crisis venezolana actual y, de forma particular, frente a la exguerrilla de las FARC. Errores en el en- foque sobre estos temas podrían representar un pesado lastre a su crecimiento. Sin embargo, la aceptación de la izquierda como un competidor con oportunidad de gobernar conlleva un efecto traumático para las elites. Esta nueva realidad en el sistema político tradicional alimenta miedos, emociones, inse- guridades y por lo tanto contribuye a la polarización.

05. La transición de la corrupción a la transparencia

Este tema está apenas entrando en la agenda política del con- tinente. En la mayoría de países se están tratando los síntomas y no las causas de la corrupción. Por encima de un enfoque político está predominando lo moral, judicial y mediático pu- nitivo. La corrupción ha sido en casi todas partes un instru- mento de gobernabilidad, un mecanismo de agilización de burocracias y un medio de financiación de la política. En esto hay amplias responsabilidades de la clase política y empre- sarial, pero el tiempo en que esto era posible y casi normal ha concluido. Ahora estamos en transición hacia la transparencia en el manejo de los fondos públicos y esto es un resultado del avance democrático; pero lograr transparencia implica no solo castigar, sino resolver los factores que generan la corrupción, como, por ejemplo, la financiación de la política. Sin embargo, el enfoque moral puede convertir la lucha contra la corrupción en un arma de todos contra todos, que destruya el sistema po- lítico, tal como está sucediendo en este momento en Brasil o como ocurrió en Venezuela cuando el enfoque moral le abrió las puertas a Chávez. El debate fundado como lucha entre ho- nestos versus ladrones puede derivar en que los ciudadanos concluyan que todos son ladrones. Este tema es riesgoso en cualquier parte y en el escenario colombiano es más peligroso porque alimenta una polarización que ya está en desarrollo.

06. Religión y cambio cultural urbano

Colombia dejó de ser un país con dominio de población rural y se ha transformado en un país de población urbana. Esto con- lleva cambios culturales que posiblemente no se expresaron de forma más temprana porque la violencia ocultaba el deba- te. Con los éxitos de la pacificación, el cambio ha comenzado a manifestarse de forma más abierta. Los temas de género, aborto, eutanasia, matrimonio gay y similares constituyen demandas que en una sociedad rural no tenían espacio. Esta problemática estaba presente en individuos o casos aislados que permanecían ocultos. Las grandes concentraciones ur- banas convierten estos problemas aislados en demandas colectivas de minorías que en de- mocracia pueden asumir posiciones, defender derechos y exigir tolerancia. Esto cobra mayor fuerza cuando la agenda de estas minorías es un tema global que tiene una potente presencia mediática. El reto de la transición cultural abre entonces un debate entre el conservadurismo religioso, propio de la sociedad rural, y la tole- rancia liberal que genera la sociedad urbana. En algunos casos esto puede incluso implicar violencia. Por ejemplo, la ola de feminicidios en Ciudad Juárez, México, resultó de los cambios culturales que implicó el fin de una sociedad rural debido a la aparición de cientos de miles de puestos de trabajo en manos de mujeres que se volvieron independientes. Colombia está viviendo esta transición tal como lo demuestra el voto por el no al acuerdo de paz, porque en este aparecía el tema de género. Este debate, al igual que los anteriores, tiende a invocar más a las emociones que a la racionalidad y por lo tanto también alimenta la polarización.

07. Colombia está a tiempo de prevenir

En el corto plazo, la polarización quizás no traiga grandes problemas, pero si no se corrige puede tener consecuencias muy graves a futuro. Colombia está viviendo una nueva rea- lidad que le exige enfrentar nuevos retos, pero corre el riesgo de que viejos fantasmas la asusten y conviertan el miedo en el principal instrumento de la competencia política. Los temas señalados tienen mucha potencia para darle fuerza a la idea de que se está frente a una lucha entre el bien y el mal. Esto puede acabar profundizando diferencias ficticias entre las fuerzas del sistema y estas, en vez de polarizar constructiva- mente sobre soluciones a problemas y retos urgentes, podrían enfrascarse en ataques emocionales fáciles de vender en lo inmediato. El problema es que esas emociones pueden acabar convertidas en ideas fuerzas del imaginario colectivo y con- ducir así a un severo déficit de racionalidad y pragmatismo, los dos valores más determinantes de la política.

Petróleo y dictadura en Venezuela. De Joaquín Villalobos

JOAQUIN VILLALOBOSJoaquín Villalobos, 6 agosto 2017 / EL PAIS

En un confuso incidente, un grupo de militares entró o tomó desde adentro parte de una guarnición en el Estado de Valencia en Venezuela. No fue un alzamiento en forma, sino una operación armada al parecer para robar armamento. Tanto quienes realizaron este ataque, como algunos grupos que protestan en las calles y un oficial que robó un helicóptero, han usado la palabra resistencia para identificarse. El Gobierno de Maduro ha incrementado exponencialmente la represión, impedido el derecho a la protesta pacífica, cerrado los espacios legales a la oposición y realizado un fraude electoral para nombrar una Asamblea Constituyente. En estas condiciones, la radicalización de algunos jóvenes no debe sorprender.

el paisEste incidente armado se suma a la represión y el cinismo de Maduro, como síntomas de debilidad de un régimen que está en descomposición. El punto central para dirimir la crisis venezolana es la alternancia en el poder. La Constituyente es un invento para mantener el Gobierno y dejar a la oposición como un adorno político subordinado al régimen. A partir de que los opositores se convirtieron en mayoría, las posibilidades de estabilidad en Venezuela giran en torno a la necesidad de dar garantías al partido chavista para que se convierta en oposición, y a la oposición para que pueda llegar al Gobierno. Esto es el centro del problema y de esto debe hablarse si se quiere una salida negociada en serio.

El Gobierno de Maduro ha presentado una resistencia inusual, cualquier Gobierno latinoamericano ya habría caído o negociado su salida frente a cuatro meses de protestas en las que han participado millones de personas. La explicación de esta resistencia reside en que se trata de una dictadura militar con ropaje izquierdista en un país petrolero.

El petróleo es el centro de gravedad del poder en Venezuela. La renta petrolera es el factor de cohesión de la coalición de gobierno. Facilitó la alianza entre militares de derecha y chavistas de izquierda, permitió las victorias electorales y construyó una geopolítica de protección en el continente y el mundo. No importa cuánto hayan bajado los precios del petróleo y cuánto la crisis afecte a los pobres. Los ingresos siguen siendo suficientes para que la élite gobernante no se sienta afectada y mantenga viva la expectativa de que si los precios mejoran, podrán quedarse en el poder eternamente.

Luego de que los venezolanos han luchado durante cuatro meses en las calles, el papel principal para salvar a Venezuela lo tiene la comunidad internacional. El Gobierno de Maduro es ahora un problema regional que tiene implicaciones migratorias y criminales por el narcotráfico. Esto se agrava mucho más porque puede acabar convertido en un conflicto armado. Las sanciones individuales generan presión psicológica y son importantes, pero no afectan el centro de gravedad del poder. Sin afectar de forma directa o indirecta los ingresos petroleros, la alianza entre el chavismo y el militarismo puede mantener a Venezuela en una prolongada agonía.

Lo que queda de Venezuela. De Joaquín Villalobos

El régimen de Maduro se está convirtiendo en el sepulturero de la ‘Revolución Bolivariana’. Enfrentado a una coalición de fuerzas de centro que creen en la democracia y el mercado, es un modelo muerto y nada puede recuperarlo.

JOAQUIN VILLALOBOSJoaquín Villalobos, 21 julio 2017 / EL PAIS

En Latinoamérica están en marcha tres transiciones que golpean a la extrema izquierda: el fin de la lucha armada en Colombia; el retorno gradual, pero irreversible, de Cuba al capitalismo; y el final de la Revolución Bolivariana.Venezuela es el eje de estas tres transiciones. Con más de 400 presos políticos y la negación a la alternancia mediante elecciones libres, el régimen chavista se destapó como dictadura. Después del intento de Fujimori, se acabaron en el continente las dictaduras de extrema derecha y tras casi 40 años de democracia solo quedan las dictaduras de extrema izquierda en Cuba y Venezuela. En este contexto, los 100 días de protestas contra Maduro se han convertido en la rebelión pacífica más prolongada y de mayor participación en la historia de Latinoamérica. Ninguna dictadura anterior enfrentó un rechazo tan contundente.

el paisSi Nicolás Maduro hubiese aceptado el referéndum revocatorio en el 2016, posiblemente hubiera perdido conservando un 40% de los votos. Pero ahora cada día que pasa su soporte es menor, con lo cual Maduro se está convirtiendo en el sepulturero de la Revolución Bolivariana. Es totalmente falso que en Venezuela haya una lucha entre izquierda revolucionaria y derecha fascista; el régimen venezolano está enfrentado a una coalición de fuerzas esencialmente de centro que incluye a partidos, líderes, organizaciones sociales e intelectuales de izquierda que creen en la democracia y el mercado. Lo que está en juego en Venezuela es el futuro del centrismo político en Latinoamérica, porque en esta ocasión, las fuerzas democráticas no son compañeros de viaje de extremistas ni de derecha, ni de izquierda. La derrota del extremismo abre la posibilidad de alcanzar una mayor madurez democrática en el continente.

Chávez pudo darle unos años más de vida al régimen cubano que ahora, literalmente, está buscando desprenderse de la teta petrolera venezolana para agarrarse de la teta financiera norteamericana. Hace 18 años era intelectualmente obvio que la Revolución Bolivariana tenía fecha de caducidad. La historia de sube y baja de los precios del petróleo y los avances tecnológicos volvían absurda la pretendida eternidad de un socialismo petrolero que permitiera repartir sin producir. Sin embargo, izquierdistas de toda Latinoamérica, España, Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos y del resto del mundo vieron en Hugo Chávez la resurrección del mesías y en Venezuela el renacimiento de la utopía que había muerto en Europa Oriental y agonizaba en Cuba. La euforia fue tal que, para muchos, ser de izquierda implicaba aplaudir a Chávez y no criticar a Fidel Castro. La chequera venezolana compró lealtades a escala universal. Sin duda el final del régimen dejaría perdedores en todas partes, por eso sigue conservando defensores y obteniendo silencios.

Pero, finalmente, tal como era previsible, se produjo la implosión del socialismo del siglo XXI y la crisis humanitaria que ha generado es descomunal; la fiesta del despilfarro revolucionario y del robo oportunista ha terminado. El modelo chavista saltó de la inclusión social a la multiplicación exponencial de la miseria. El modelo está muerto y absolutamente nada puede recuperarlo. El régimen de Chávez fue el único de los llamados bolivarianos que le declaró una guerra abierta al mercado con expropiaciones que acabaron con la economía de Venezuela. Ahora solo le queda la fuerza bruta del carácter militar que siempre tuvo. Las ideas que acogió Chávez fueron más una oportunidad para la tradición militarista venezolana que una definición ideológica. El principal factor de cohesión de la Revolución Bolivariana nunca fue la ideología, sino el dinero. Con los billones de dólares en ingresos petroleros fue fácil que un grupo de militares se decidiera, para beneficio propio, confesarse izquierdistas.

 

Es falso que en Venezuela haya una lucha entre izquierda revolucionaria y derecha fascista

Los militares venezolanos tienen más generales que Estados Unidos, ocupan miles de puestos de gobierno, han armado paramilitares, se han involucrado en el narcotráfico, han intervenido y expropiado empresas, se benefician de la corrupción, controlan el mercado negro, reprimen, apresan, torturan, juzgan y encarcelan opositores. En 17 años los militares han matado casi 300 venezolanos por protestar en las calles. En la historia de las dictaduras latinoamericanas no ha existido una élite militar que haya podido enriquecerse tanto como la venezolana y todo esto lo han defendido como “revolución popular” los extremistas de izquierda en todo el planeta. La plata venezolana logró que intelectuales de primer y tercer mundo establecieran que los antes “gorilas derechistas” fueran reconocidos como un fenómeno revolucionario.

En el pasado, los revolucionarios latinoamericanos fueron perseguidos por Estados Unidos; los bolivarianos, por el contrario, tienen propiedades y cuentas bancarias en Florida. A Venezuela no necesitan invadirla como a Cuba, tampoco requieren armar contrarrevolucionarios como lo hicieron con Nicaragua. La Revolución Bolivariana no depende de Rusia, ni de China, sino de que su enemigo, el “imperialismo yankee”, le siga comprando petróleo. Venezuela cubre solo el 8% del mercado estadounidense. Suspender esa compra no afectaría a Estados Unidos y no sería una agresión, sino una decisión de mercado. Por ello, aunque parezca inaudito, Maduro sigue gobernando gracias a la compasión de Donald Trump. No hay argumento antimperialista que valga, Estados Unidos no ha metido su mano en Venezuela como la metió en Chile, República Dominicana, Panamá o El Salvador.

Los enormes progresos en bienestar logrados por el centroizquierda en Costa Rica, Chile, España y, no digamos, Suecia, Noruega o Dinamarca respetando la democracia y el mercado contrastan con el desastre social y económico de Cuba y Venezuela. Es incomprensible la terquedad de los utópicos de querer hacer posible lo imposible. Chávez no inventó un nuevo socialismo para el siglo XXI, sino que repitió el camino equivocado al pelearse con las fuerzas del mercado y ahora sus herederos hacen lo mismo contra la democracia.

Los bolivarianos bajaron la producción del petróleo
y despilfarraron unos ingresos históricos

El supuesto marxista era que la Revolución Bolivariana lograría el desarrollo de las fuerzas productivas, pero, al igual que en Cuba, lo que hubo fue destrucción de las fuerzas productivas. Los bolivarianos hicieron retroceder la producción de petróleo y despilfarraron los ingresos más altos que ha tenido Venezuela en toda su historia. Pero no solo se contradijeron con Carlos Marx. En Venezuela a los de arriba se les ha vuelto imposible gobernar, hay un agravamiento extremo de la miseria de la gente y existe una intensificación extraordinaria de la lucha popular. Estas son las tres condiciones que estableció Vladímir Lenin para reconocer la existencia de una situación revolucionaria. Qué triste debe ser comprarse una revolución de mentiras y ser derrotado por una de verdad. Como dice Rubén Blades en su canción: “Sorpresas te da la vida, la vida te da sorpresas”.

Joaquín Villalobos, el estratega militar y negociador salvadoreño que cree que hay que dialogar con Estado Islámico

Este salvadoreño de 66 años fue el principal comandante militar y estratega del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), una coalición de grupos guerrilleros que puso en jaque a las fuerzas armadas salvadoreñas -respaldadas por el poderío estadounidense- desde fines de los 70 a principios de los 90.

Un francotirador de las fuerzas especiales iraquíes en la lucha por Mosul contra Estado Islámico. Foto: Aris Messinis

, 9 abril 2017 / BBC Mundo

En un perfil que sobre él escribió para el diario británico Financial Times el periodista británico John Carlin llamó a Villalobos el «verdadero maestro de la lucha guerrillera latinoamericana en el siglo XX», por encima de Ernesto «Che» Guevara.

En los 90 se convirtió en uno de los principales negociadores de la guerrilla en los diálogos que culminaron con el acuerdo de paz de 1992. Villalobos se radicó en el Reino Unido en 1995, luego de una pública ruptura con el FMLN como movimiento político.

En Inglaterra estudió en el St Anthony’s College de Oxford, donde ahora es profesor visitante.

También es miembro de Diálogo Interamericano, organización que fomenta la democracia, el diálogo y la equidad en América Latina y el Caribe. Y ha sido asesor de procesos de paz en Sri Lanka, Filipinas, Bosnia e Irlanda del Norte.

El último proceso de paz en el que intervino fue el del gobierno colombiano con las FARC. Allí trabajó estrechamente con su amigo Jonathan Powell, jefe de gabinete del gobierno laborista de Tony Blair y principal negociador en el exitoso proceso con el IRA en Irlanda del Norte.

Como Villalobos, Powell también apoya una negociación con el autodenominado Estado Islámico (EI).



Primero hablemos de la estrategia militar. Usted ha dicho que para combatir a un grupo como EI se necesita ante todo tropas en el terreno, infantería. Y es algo que los aliados en esta lucha no están dispuestos a arriesgar.

Exacto. La infantería, para decirlo de una manera dura, es directamente proporcional a la cantidad de pobres con que cuentas.

En la medida en que el mundo desarrollado ha crecido, ha hecho una transición de la infantería a la tecnología, lo cual les permite actuar reduciendo costos humanos pero les impide ocupar terreno, porque nada ha sustituido a la infantería en la ocupación de territorio.

Tu puedes presionar, desgastar incluso causar destrucción, pero no puedes ocupar el territorio.

Foto:  CARLOS MARQUEZ.  Joaquín Villalobos, centro, en la época en que era comandante guerrillero.

El mismo día del atentado en el parlamento británico, el gobierno de Trump hizo su primer anuncio de cómo sería su estrategia de combate a EI. No se diferencia mucho de la de Obama: bombardeos, apoyo a grupos locales y no contempla enviar tropas el terreno, sólo fuerzas especiales para entrenar y asesorar.

Claro, siempre es lo mismo: pocos hombres altamente especializados, mucha tecnología. Y para Occidente, si un soldado es apreciado, un piloto lo es diez veces más. El riesgo de un piloto que cae también tiene un costo altísimo en términos políticos.

Es decir, la vida humana en al mundo desarrollado ha cobrado un valor enorme -lo cual es muy bueno.

Por lo tanto los drones han pasado a sustituir a los aviones piloteados. Estamos en un mundo completamente distinto desde el punto de vista militar.

Sin embargo en el último par de años ha habido muchos avances contra EI. Mosul está casi recuperado y continúa el avance sobre Raqa, la capital de facto de Estado Islámico.

Yo he hablado que cualquier posibilidad de negociar pasa por la presión militar en el terreno, eso ha mejorado. Que si eso (sólo la presión militar) puede llevar a que EI desaparezca, creo que no es factible.

Una cosa es que se pueda reducir su capacidad de enemigo regular, de controlar territorio, pero puede seguir siendo un enemigo irregular muy poderoso.

Y cuando se coloca al enemigo en una posición de debilidad es que emerge la posibilidad de una salida negociada.

Foto:  TERDJMAN, Pierre. Escenas luego del ataque de Estados Islámico en París en noviembre de 2015.


Hablemos de la parte política, la más complicada, ¿no? Porque es un tema de legitimidad. Al decir que se va a negociar, o por lo menos a dialogar con EI, se le está dando legitimidad. Y eso, políticamente, es un suicidio…

Políticamente en términos de alguien que tiene que ganar opinión pública, conseguir votos. Pero en términos prácticos sigue teniendo vigencia.

Yo no soy un especialista en el tema, no conozco cómo se mueve este tema en términos de la región -conozco mucho más la situación de América Latina-, pero digamos que hay reglas básicas que son generales (para pensar en un diálogo):

Si hay un adversario que está armado y haciendo uso de una violencia organizada, si tiene un soporte social grande, si tiene territorio bajo su control y una causa común que va más allá de esos territorios -independiente de que los consideremos una locura, como en el caso de EI-, pero es una causa compartida quizá por millones de personas y tiene soportes internacionales, es decir, es un conflicto que se mueve en una cierta geopolítica.

No es un fenómeno policial, no son cuatro gatos poniendo bombas. Por más irracional que nos parezca.

En esas condiciones, el principio es llevarlo a un punto de debilidad y en ese momento hay que buscar -no se cómo- colocarlo en una situación de racionalidad y buscar un acuerdo.

No es el tema ético, moral, el que define si se dialoga o no. Porque si revisas la historia de las confrontaciones en el mundo vas a encontrar cosas como esta (EI) y peores.

Si, de hecho Jonathan Powell escribió que detrás del ascenso de Estado Islámico hay un descontento genuino, por ejemplo entre los sunitas en Irak y Siria. En Irak en cómo han sido tratados después de la caída de Saddam Hussein. Y que le parecía muy difícil que a Mosul, una ciudad de millón y medio de habitantes la pudiera controlar con sólo dos mil combatientes.

Exacto. En esa condición, si hay una causa compartida… Como yo no conozco bien la región, hablo nada más del concepto. Jonathan le da mucho más contenido porque dice que hay unos agravios históricos inmediatos, reales, que se extienden más allá de los combatientes.

Por eso es que el terrorismo en Europa es un derivado de aquello.

Foto: AHMAD AL-RUBAYE,  Mezquita sunita destruida en un ataque en Irak en 2016 por, se sospecha, milicianos chiitas.


Estamos en Inglaterra, usted lleva viviendo un buen tiempo aquí y ha comparado al Estado Islámico con el nazismo. Y se imaginará que lo más probable es que comparen la propuesta de hablar con EI con la muy criticada política de apaciguamiento (appeasement) del primer ministro Neville Chamberlain con Hitler…

Fíjate que me has traído a la memoria algo que ocurrió cuando todavía no había concluido la guerra en Irak. Tuve un intercambio con un personaje de la comunidad académica de inteligencia de Estados Unidos de relativa importancia, cuando buscaban experiencias para abordar todos estos temas.

Yo le plantee que era un error destruir el partido de Saddam Hussien (Baath) y el ejército. Y me dijo: «Es que eso sería como entenderse con los nazis». Y mira los resultados.

La facilidad conque Estados Unidos -con los británicos- ocupó a Irak muestra que estaban enfrentados a una fuerza que tenía un cierto grado de racionalidad. Al no buscar un acuerdo y una forma de integrarlos a la solución, lo que ocurrió es que se creó un enemigo más irracional.

La fuerza no es para un uso destructivo indefinido e infinito, para destruir totalmente al adversario. La fuerza tiene el propósito de ponerlo en una situación en la que se pueda apelar a la racionalidad que pueda tener y de esa manera conducirlo a ser alguien con quien se pueda convivir.

Ahí entramos al tema práctico: cómo llevar a la realidad una negociación, o al menos un diálogo con Estado Islámico. Algo que mencionaba Jonathan Powell es hablar sobre las causas de los agravio, por ejemplo igualdad política real para los sunitas en Irak. Con temas que se dirijan directamente al descontento.

Por supuesto. Si no abordas las causas, no vas a parar el fenómeno. Entonces, si las causas están en esos agravios hay que plantearse salidas prácticas. Los agravios conducen al fanatismo, que es lo que estamos viviendo acá. Hay que irle restando fuerza, por la vía militar, y (dialogando) con la parte de ellos…

Cómo dialogar con un grupo que, desde afuera, se ve monolítico, milenarista, con sectores que quieren que el apocalipsis se vuelva una realidad en el mundo y con un pensamiento básicamente medieval, como usted mismo lo señalaba en algún lado.

Ahí apelaría a que te acuerdes de Colombia y las FARC y ahora el ELN y cómo de vueltas la vida. Lo importante no es que tengas la respuesta a esas preguntas en estos momentos, sino que tengas en la cabeza (la posibilidad de un diálogo) para que no pierdas la oportunidad cuando calcules que el momento adecuado se está acercando.

Obviamente no siempre es posible hablar y obtener resultados.

Pero si hay un enemigo que tiene esas condiciones que he señalado -fuerzas sociales, una causa compartida por mucha gente y un entorno geopolítico- no puedes hacer la guerra de manera indefinida si no tiene el propósito de que, en algún momento, puedes conducirlo a un nivel de racionalidad con el cual te puedas entender.

Si tienes ese propósito, la oportunidad se va a presentar. Pero si piensas que puedes acabar al enemigo, pues nunca la vas a ver.

A pesar de que cinco millones de vietnamitas murieron en la guerra (y 50.000 estadounidenses), en Vietnam ya no hay «agravios» contra Estados Unidos. dice Villalobos. En la imagen, soldados estadounidenses interrogan a un prisionero del Vietcong. Foto: Bettmann

Y no son muchos los conflictos que se han resuelto por la vía militar cuando involucran todo esto que usted ha dicho…

Así es. Comparemos esto con Vietnam: Estados Unidos perdió 50 mil hombres y Vietnam perdió 5 millones. Ahora, Vietnam es un sitio completamente seguro para los estadunidenses que lo visitan. Porque el agravio se acabó.

Lo que estamos enfrentando con EI son unos agravios recientes y una visión del mundo muchísimo más primaria. En la Guerra Fría se enfrentaban dos visiones sobre cómo alcanzar la modernidad, eso le daba una cierta racionalidad al conflicto.

Acá no, acá se enfrenta el miedo a la modernidad, por eso es que es tan peligroso el tema del terrorismo. Están asustados porque ven que su mundo no tiene viabilidad en las condiciones actuales.

Cuando se ve que algunos extremistas de derecha aquí (Reino Unido) y Estados Unidos dicen que los islamistas van a dominar Europa, sólo hay que imaginarse la potencia que tienen el capitalismo y la sociedad de consumo para confrontar los valores de una sociedad tan primitiva como la que representa el mundo islámico en temas como derechos de la mujer, de los homosexuales, su tecnología… No tiene ninguna posibilidad de vencer.

Para finalizar, ¿han usted o Jonathan Powell presentado la opción de diálogo con Estado Islámico ante centros reales de poder, a instancias políticas decisivas en Occidente?

(Risas) No. Jonathan tiene más posibilidades que yo y no sé. Jonathan me dijo que alguna vez lo comentó pero fue como si escucharan llover. La reacción fue adversa.

Es que es muy difícil que la gente entienda. Estamos hablando de lo que se va a poder hacer a futuro. Y le estamos hablando a un grupo bien reducido de personas que son las que van a tomar decisiones, quienes ahora están enfrentando los problemas, pero que tienen que tener esto en cuenta.

Puede haber algunos que ya lo piensan pero que no van a poder hablar de esto. Es como que en mi país, El Salvador, alguien diga que va a hablar del aborto o el matrimonio gay, le va como en feria.



VILLALOBOS
SOBRE EL RECIENTE ATAQUE DE EE.UU. CONTRA SIRIA

Joaquín Villalobos en la actualidad.

«Frente al escenario armas químicas versus bombardeo con misiles, existe el riesgo de que se imponga una lógica de buenos y malos.

«Si esto fuera así, el resultado de estos ataques podría ser entonces un escalamiento cada vez mayor, con lo cual habrá más destrucción, más víctimas, más odio, más terrorismo y más refugiados.

«Las guerras, dentro de la deshumanización que les es inherente, tienen causas y explicaciones. Para resolverlas es indispensable avocarse a estas. No son las emociones las que evitan o resuelven conflictos, sino el pragmatismo.

«Estos ataques deberían conducir a un acuerdo sobre Siria y en ese sentido quizás habrá que aceptar que allí la democracia no es posible como tampoco era posible en Libia».

 

El camino del infierno. De Joaquín Villalobos

El combate contra la corrupción en Latinoamérica es muy complicado. La intención no basta.

Nicolás Maduro, durante una ‘marcha anti-imperalista’ en Caracas. Ariana Cubillos AP

Joaquín Villalobos, 1 abril 2017 / EL PAIS

La justicia y la política deben marchar juntas para lograr la convivencia y el progreso. En Italia, hace 25 años, el fiscal Antonio Di Pietro inició una tenaz lucha contra la corrupción conocida como Manos Limpias. Más de 1.200 empresarios y políticos fueron condenados, la mitad del Parlamento estuvo bajo investigación; ni el Vaticano quedó libre de culpa. Berlusconi se convirtió en el redentor y los partidos que habían gobernado Italia desde 1948 fueron destrozados. Los resultados de aquel huracán de moralidad fueron fatales para la economía, la política y los ciudadanos; Italia sigue sin recuperarse y la corrupción empeoró.

En Venezuela, a finales de los ochenta, medios de comunicación, intelectuales y poderes económicos atacaron por la corrupción a toda la clase política. En 1989 tuvo lugar una gran movilización y en 1992 la telenovela Por estas calles llegó a ser la más exitosa de la televisión; ambos sucesos tuvieron por tema la corrupción. Hugo Chávez se convirtió así en el redentor, el viejo sistema de partidos fue despedazado y un grupo de corruptos oportunistas con banderas revolucionarias tomó el poder. Venezuela sufre ahora un desastre.

Guatemala fue intervenida internacionalmente para perseguir genocidas, corruptos y criminales. A finales del 2015 el presidente, el general Otto Pérez Molina, promotor del proceso de paz, fue destituido por corrupción. El resultado fue que el partido de los militares genocidas tomó el poder con el comediante Jaime Morales como candidato. Familiares de Morales se enfrentan ahora a cargos por corrupción. Guatemala tiene a los genocidas en el Gobierno y el crimen es más fuerte que nunca.

En Brasil la lucha contra la corrupción derrumbó un Gobierno, estableció una polarización que puede arruinar al país por muchos años y se está hablando de amnistía porque la corrupción abarca a todos los partidos.

La corrupción apareció como problema simultáneamente en varios países. Cuando esto ocurre existe un problema estructural que tiene causas que debemos entender y atender. La política continental ha pasado por tres temas centrales: derechos humanos, liberalización económica e inclusión social. En democracia, Gobiernos de derecha e izquierda se han alternado y con ello la corrupción, que siempre existió, dejó de ser invisible. Sin democracia la política era barata y los partidos, los parlamentarios y los jueces irrelevantes. Los poderes económicos instrumentaban al Estado y nadie podía competirles. Estamos frente a una nueva realidad en la que factores objetivos y hasta culturales generan corrupción. La financiación de la política, la gobernabilidad con Parlamentos de composición complicada, la existencia de recursos estatales sin controles y el surgimiento de nuevas élites económicas que consideran tener derecho de utilizar al Estado para fortalecerse porque eso fue lo que hicieron las antiguas élites. Esto ha ocurrido cuando la democracia está independizando y empoderando a la justicia. No se trata entonces de una lucha de “buenos” contra “malos”, sino de un reto que requiere considerar todo el contexto; de nada sirve atacar los síntomas si no se resuelven las causas. Reducir la corrupción requiere abordar los temas señalados de forma abierta y pragmática y esforzarse porque justicia y política avancen juntas.

Obviamente, los debates sobre institucionalidad son aburridos y los linchamientos no, pero el enfoque estrictamente moral, judicial y mediático puede resultar fatal. Si la justicia no tiene en cuenta el contexto histórico, cae en la politización y pierde la independencia que apenas empezaba a ganar. Sin acuerdos políticos nacionales que aborden el tema de la corrupción, como se hizo con los derechos humanos, con la estabilidad macroeconómica y la inclusión social, hay riesgo de un ciclo interminable de venganzas que deslegitimaría la democracia representativa, generaría vacíos de poder, fortalecería la antipolítica y abriría el camino a los redentores.

No se trata de avalar la corrupción, sino de resolver sus causas. Cada país es diferente, pero los riesgos de equivocar la ruta están en todas partes. No somos democracias maduras con electores ilustrados; el resultado final del enfoque estrictamente moral será que todos los políticos son ladrones. El progreso es siempre relativo, gradual e imperfecto; lo contrario es imposible. Las acciones deben juzgarse siempre por sus resultados, nunca por sus intenciones, porque, como bien dicen, de buenas intenciones está lleno el camino del infierno.

México en llamas. De Joaquín Villalobos

Con el gasolinazo la violencia ha estallado de forma artificial; no se trata de protesta espontánea, sino organizada. El país fue sorprendido por una densidad criminal que durante décadas ha crecido, ha penetrado en el Estado y se ha fortalecido.

JOAQUIN VILLALOBOSJoaquín Villalobos, 19 enero 2017 / EL PAIS

En el año 2006, la capital del estado de Oaxaca, en México, estuvo bajo control de organizaciones de extrema izquierda que mantuvieron una rebelión callejera durante casi seis meses. El gobierno estatal abandonó posiciones y se estableció en el exilio. En ese momento, si Oaxaca hubiese sido un país, podría haberse proclamado el triunfo de una revolución. Finalmente, en noviembre de ese año, miles de policías federales, sin utilizar armas de fuego, pudieron recuperar la ciudad luego de varios días de enfrentamientos en las calles.

el paisLa ruta más fácil para explicar un hecho es buscar un culpable y olvidar procesos que han dado origen a fenómenos que fueron largamente encubados. El llamado gasolinazo, por el aumento de precio a la gasolina, ilustra nítidamente esto: se han producido grandes protestas e incontables saqueos en muchos estados y nadie sabe si fueron espontáneos, organizados o coyunturales.

El objetivo de este artículo no es abordar la legitimidad o no de las protestas, sino señalar que en México existe una violencia política creciente. A diferencia de Venezuela, donde los saqueos ocurrieron resultado de la desesperación de la gente por la escasez y el hambre, en México no hay relación directa entre saqueos y aumento al precio de la gasolina.

«El fenómeno guerrillero frentista de extrema izquierda
tiene más de cuarenta años de vida»

En el desarrollo de una protesta, la violencia puede aparecer luego de una fase expansiva o como reacción a una represión desproporcionada que la estimula. Por mucha rabia o redes sociales que existan, el salto de lo demostrativo a lo violento no ocurre de la noche a la mañana. Con el gasolinazo la violencia ha estallado de forma artificial e incluso con rechazo de la mayoría de quienes protestan. No se trata por lo tanto de violencia espontánea, sino de violencia organizada. En México existen al menos siete grupos guerrilleros, algunos de los cuales tienen más de 40 años de existir. Por las condiciones del 1484740885_714303_1484757004_noticia_normal_recorte1país, estos grupos tienen sus propias particularidades; no se trata de ejércitos guerrilleros en las selvas como en Colombia, sino que su expresión principal son frentes populares de composición social diversa, comunidades organizadas, control territorial y capacidad de movilización callejera.

Esta extrema izquierda subyace y despierta de manera brusca cada vez que encuentra una oportunidad para actuar. El 1 de diciembre de 2012, el presidente Peña Nieto tomó posesión en medio de protestas con una violencia similar a la actual. En agosto de 2013, más de diez mil personas, con una organización casi militar, cercaron de forma sorpresiva el edificio del Senado y luego hicieron lo mismo con el aeropuerto internacional. En el año 2014 fueron incendiadas las sedes de los partidos PRI y PRD en el Estado de Guerrero, un tiempo después el edificio de gobierno del Estado corrió la misma suerte y también intentaron quemar las puertas del Palacio Nacional en Ciudad de México.

En los últimos quince años han ocurrido numerosos hechos que incluyen bombas, sabotaje a oleoductos, secuestros, enfrentamientos armados, pero sobre todo protestas muy violentas en muchos estados. La capital de México es la ciudad con mayor número de demostraciones callejeras del mundo, ocurren 20 protestas diarias. Hay espacios públicos de la ciudad que han permanecido tomados más de un año. Nada de esto puede hacerse sin jerarquías, recursos y activistas a tiempo completo. En el año 2010 fue secuestrado Diego Fernández de Ceballos, líder político del PAN, por cuya liberación se pagaron varias decenas de millones de dólares. En otras ocasiones han ocurrido secuestros similares de importantes empresarios con pagos igualmente millonarios.

«En la nueva realidad no hay problema que
se resuelva solo; cuando no se resuelven, crecen»

Si uno observa la violencia reciente en las calles de México —lo que se puede fácilmente ver en videos de YouTube— puede darse cuenta que esa violencia ni es nueva ni de origen desconocido. Se trata de grupos dispersos, sin articulación y seguramente con conflictos entre ellos que se montaron en las protestas por el gasolinazo con mucha rapidez. Luego, seguramente, por efecto de imitación y competencia entre ellos mismos, sus acciones alcanzaron dimensión nacional. El resultado de esto será la radicalización de más jóvenes y el crecimiento de estas organizaciones. En algunas comunidades estos grupos organizan policías comunitarias que suplen la ausencia de Estado. La desaparición o matanza de estudiantes de Ayotzinapa en el año 2014, fue en realidad el resultado de la lucha entre gobiernos locales cooptados por el crimen organizado y organizaciones populares controladas por grupos de extrema izquierda.

No hay estudios sobre las guerrillas mexicanas que ayuden a dimensionar el problema; no hay políticas para que abandonen la violencia, participen en opciones partidistas y se reinsertan a la legalidad; tampoco hay planes para combatirlos y ni siquiera un reconocimiento serio de la existencia del problema. Sus frentes han aprendido a movilizar de forma sincronizada a miles de personas sin ser detectadas y es común que frente a sus acciones violentas no haya respuesta. Todo esto ha derivado en una impunidad callejera que ya se volvió sistemática, creciente y de alto impacto político.

En los últimos 15 años México ha enfrentado una violencia delictiva que ha dejado más 100.000 muertos. Muchos han culpado a los últimos dos gobiernos por esto y han definido a las drogas como la causa del problema. Por sentido común, es obvio que las organizaciones criminales que han generado una violencia tan persistente, extensa y prolongada no nacieron en un día. México fue sorprendido por una densidad criminal de grandes proporciones que durante décadas se mantuvo creciendo, penetrando al Estado, fortaleciéndose y buscando oportunidades. Fue hasta que esa densidad criminal rebalsó, estalló y se volvió inocultable cuando se comenzó buscar la causa y al culpable. Con el fenómeno guerrillero frentista de extrema izquierda viene ocurriendo exactamente lo mismo, tiene más de cuarenta años de existir, asustó con Chiapas en el año 94 y ahora sorprende con saqueos en 25 Estados.

Un artículo de Luis Rubio cuenta que el presidente Adolfo Ruíz Cortines, quien gobernó México en los años 50, tenía dos carpetas en su escritorio: una decía “problemas que se resuelven solos” y la otra “problemas que se resuelven con el tiempo”. México tiene suficientes capacidades políticas, materiales e intelectuales para enfrentar las amenazas que padece, pero el primer gran paso que debe dar es superar la vieja cultura política. En la nueva realidad no hay problema que se resuelva solo y cuando no se lo resuelve, crece.

Trump y el infierno centroamericano. De Joaquín Villalobos

JOAQUIN VILLALOBOSJoaquín Villalobos, 1 enero 2017 / NEXOS

La tarde del 14 de julio de 1969 cruzaron el cielo de San Salvador un poco más de una docena de viejos aviones de combate en formación seguidos por un grupo más numeroso de pequeñas avionetas de uso civil. Horas más tarde el gobierno militar comunicaba que tropas salvadoreñas habían cruzado la frontera e iniciado combates contra tropas hondureñas, mientras simultáneamente los aviones salvadoreños bombardeaban en tierra a los igualmente viejos aviones de la Fuerza Aérea de Honduras. A esta guerra se le conoció como “la guerra del futbol” porque los gobiernos militares utilizaron las eliminatorias del Mundial para activar un nacionalismo absurdo entre países idénticos.

Las historias de esta guerra son casi tragicómicas. La tropas de El Salvador se quedaron sin combustible y municiones a los cuatro días, las avionetas civiles fueron usadas con soldados amarrados al fuselaje y éstos lanzaban bombas con la mano para luego ametrallar con su fusil; un general se dedicó a saquear el primer pueblo que ocupó; otro general avanzó montado en un burro y se perdió con sus tropas en Honduras. Cuentan que el dictador Anastasio Somoza, de Nicaragua, llamó violentos a los militares salvadoreños por resistirse a usar la diplomacia. El Partido Comunista de El Salvador apoyó la guerra y llamó a filas pero el gobierno rechazó su “patriótico respaldo”. El gobierno hondureño organizó un cuerpo paramilitar llamado la “Mancha Brava” para perseguir a los salvadoreños y difundió la consigna “hondureño agarra un leño y mata un salvadoreño”. Los militares salvadoreños fueron jubilosos a aquella ridícula guerra para luchar contra Honduras y defender a sus hermanos campesinos, sin embargo, una década más tarde aquellos mismos militares estaban ejecutando horribles matanzas en su propio país.

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Ilustración: Víctor Solís

Durante décadas Honduras fue la válvula de escape demográfico que protegía la estabilidad del poder oligárquico de El Salvador. Cuando por distintas razones Honduras decidió cerrar esa válvula y repatrió a más de 300 mil salvadoreños, la reacción del gobierno militar fue declararle la guerra a Honduras. Haber perdido a este país como ruta de descargo demográfico contribuyó al estallido de una guerra civil en El Salvador. Honduras cerró su frontera por 11 años a los productos salvadoreños y acabó con el Mercado Común Centroamericano, el primer proyecto de integración regional del continente.

El efecto de tapar el flujo migratorio y devolver a miles de migrantes funcionó como una bomba social y política para El Salvador. La llamada “guerra del futbol” fue un conflicto demográfico movido por los intereses económicos de las elites nacionales en ambos países. Después de esto vino un cuarto de siglo de convulsión política y violencia que incluyó una guerra civil en El Salvador, una revolución en Nicaragua, un genocidio en Guatemala, el establecimiento de bases militares norteamericanas en Honduras y la invasión a Panamá por tropas estadunidenses. Presiones demográficas, intereses de las elites locales, militarismo y cambios en las políticas de Estados Unidos se combinaron en la construcción del conflicto centroamericano; el más cruento de Latinoamérica desde la “Revolución mexicana”.

Cuando se habla de los factores que generaron el conflicto centroamericano se debate sobre tres responsables fundamentales: la “Teología de la Liberación”, la injerencia comunista cubano-soviética y las dictaduras militares que servían para sostener a regímenes de carácter oligárquico. Muy poco se habla de cómo los giros contradictorios de las políticas de Estados Unidos en el continente fueron mucho más determinantes que las ideologías o que la Unión Soviética y Cuba en la activación de las crisis internas que acabaron convertidas en guerras.

Luego de la revolución cubana, el gobierno de John Kennedy impulsó la “Alianza para el Progreso” con la idea de que debía hacerse una revolución pacífica para evitar una revolución violenta. Esta política movió a las elites gobernantes a realizar reformas en el campo social, se construyeron miles de escuelas y se propuso la realización de reformas agrarias. Con la llegada de Richard Nixon vino la “política de seguridad nacional” que echó para atrás el reformismo y se concentró en contener el comunismo, multiplicando la represión, respaldando fraudes electorales y golpes de Estado. Años más tarde el presidente James Carter impulsó la política de respeto a los “Derechos Humanos”, con lo cual la democracia como paradigma empezó a tener vigencia; en ese contexto fue derrocado el dictador Anastasio Somoza por la “Revolución Sandinista” y el tratado Torrijos-Carter acordó entregar el canal a Panamá. Entonces vino la administración de Ronald Reagan que retornó a la política de contener la expansión comunista que, conforme a sus ideas, se estaba acercando a Estados Unidos. Tropas estadunidenses invadieron la isla de Granada y nació lo que se conoció como “guerra de baja intensidad” que tuvo a Centroamérica como escenario principal.

Al analizar estos giros desde una perspectiva histórica podemos apreciar que se trató de un juego de avances y retrocesos que movió a las elites y a las sociedades de los pequeños países centroamericanos en direcciones opuestas en un período de sólo 30 años. El efecto de esto fue devastador en la activación de contradicciones tanto dentro de los gobernantes como de los gobernados. Las causas estaban presentes en las realidades de ausencia de democracia y pobreza, pero ni los teólogos, ni los comunistas, ni los cubanos tenían tanta potencia como para ser detonadores de guerras.

Imaginemos lo que puede pasar si a las primitivas elites de una pequeña nación una gran potencia le dicta un día una política reformista, al segundo día le dice que debe reprimir, al tercer día le dice de nuevo que debe hacer reformas y al cuarto día le vuelve a decir que reprima. El resultado será que esa pequeña nación se dividirá profundamente y acabará en una guerra. Los conflictos no habrían alcanzado tanta intensidad sin la profunda división entre reformismo y autoritarismo que activaron las políticas estadunidenses al interior de estos países. Las administraciones de Kennedy y Carter tuvieron razón al impulsar reformas, pero los avances que éstas provocaban hicieron que las políticas de Nixon y Reagan se convirtieran en escaladas de represión que le permitieron a las oligarquías locales acusar de comunista y eliminar a cualquier opositor, incluso a quienes venían de sus propias filas. Esto radicalizó procesos de cambio que pudieron y debieron haber sido pacíficos. Fue así como quedó instalada en la región una polarización extrema que ha derivado en ingobernabilidad.

En la actualidad la bomba demográfica ya no abarca sólo a El Salvador, sino que ha crecido y cobrado carácter regional. Guatemala tiene hoy 16 millones de habitantes, Honduras nueve y El Salvador 6.5 millones. El problema es que ninguno de estos tres Estados del llamado Triángulo Norte es capaz de generar empleos, educar, brindar servicios y proveer seguridad para sus más de 30 millones de habitantes. Los grandes vacíos en las responsabilidades de los Estados tienen relación directa con los bajos niveles de recaudación fiscal y ésta es la causa principal de la inviabilidad de estos tres países. Esto no es un asunto ideológico, la debilidad institucional le permite a los ricos del Triángulo Norte vivir como reyes en un basurero. Las llamadas “maras” son una catástrofe social sin precedentes en el continente, no es crimen organizado como el que padecen otros países. En ningún otro lugar de Latinoamérica un problema social acabó convertido en una violencia criminal masiva tan feroz, porque en ningún otro lugar tienen las elites niveles tan altos de irresponsabilidad e insensibilidad.

Las guerras de los ochenta en la región centroamericana orientaron los flujos migratorios hacia Estados Unidos y en los últimos 20 años este país ha funcionado como la principal válvula de escape a la presión demográfica centroamericana. Algo similar al papel que jugaba Honduras con El Salvador, pero con la diferencia de que aquella migración campesina dejaba un beneficio indirecto para las elites que se limitaba a reducir la conflictividad por la tierra. La migración hacia Estados Unidos les deja un beneficio directo y de alta rentabilidad. Las remesas de los migrantes están modificando el carácter de las economías de la región y convirtiendo a los propios habitantes en producto de exportación. La migración no sólo reduce las responsabilidades de las elites en la atención a la pobreza, sino que la exportación de pobres los está volviendo más ricos. Conforme a los datos, desde 1998 para El Salvador y desde 2007 para Honduras y Guatemala, los tres países han recibido más de 130 mil millones de dólares en remesas y éstas crecen más cada año. La distorsión es tal que El Salvador es considerado un país de renta media a pesar de la violencia, del desempleo y de una economía que tiene muchos años de no crecer.

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Teniendo en cuenta estos 130 mil millones de dólares en remesas recibidas en menos de 20 años, la pregunta que surge es: ¿por qué estos tres países se encuentran entonces en una situación tan grave? Las remesas comenzaron como una bendición, pero se han convertido en una maldición similar al efecto de la renta del petróleo en algunos países. La diferencia es que la renta de las remesas tiene unos costos humanos dramáticos. En El Salvador es casi imposible recuperar una economía productiva y Honduras y Guatemala van por el mismo rumbo, las remesas le están quitando estímulos a la inversión productiva y generando una falsa economía de servicios y consumo que depende totalmente de la exportación de personas.

Pero lo más grave es la relación que guardan las remesas con la violencia. Si en el terreno económico generan un falso progreso, en el terreno social provocan muerte. Una vez que éstas se vuelven dominantes para la economía, abren un fatal círculo vicioso en el que conectan migración, remesas, decrecimiento económico, destrucción de familias y comunidades, violencia y desempleo. Es decir, que estos países entre peor están, mejor les va económicamente a las elites, porque reciben más remesas resultado de que más gente emigra. No hay ninguna señal de que las elites económicas y políticas de estos países quieran sacar o sepan cómo sacar a sus países de este círculo vicioso. Esto es así porque se trata de grupos primitivos, poco ilustrados, socialmente insensibles, políticamente irresponsables, con propósitos fundamentalmente extractivos y sin visión estratégica.

La tragicomedia de la “guerra del futbol” fue una muestra de la escasa calidad intelectual de estas elites, pero se pueden encontrar muchas otras tragicomedias o tragedias insólitas en cualquiera de los tres países. El último golpe de Estado al estilo de los años cincuenta ocurrió en el año 2009 en Honduras cuando los militares sacaron al presidente en pijama del país. En enero de 1981 efectivos militares guatemaltecos asaltaron la embajada de España y quemaron con lanzallamas a 34 personas. En El Salvador Roberto d’Aubuisson, fundador del partido de la derecha ARENA, decidió matar al arzobispo Romero de un balazo en el corazón en plena misa durante el sacramento de la Eucaristía. Amigos de izquierda y derecha de otros países suelen decirme: “esas oligarquías son salvajes”, en ese sentido el calificativo de “repúblicas bananeras” no es peyorativo, sino descriptivo.

Durante la administración del presidente Obama hubo muchas deportaciones, pero al mismo tiempo luchó por una ambiciosa reforma migratoria que permitiera regularizar la situación de millones de migrantes. Su política fue compasiva frente a la tragedia de quienes huyen del Triángulo Norte y simultáneamente su gobierno impulsó planes para apoyar el fortalecimiento institucional y el combate a la corrupción. Los efectos de esta política se han hecho sentir con fuerza. En Guatemala un ex presidente fue extraditado, otro se encuentra preso junto a su vicepresidente y recientemente un ex ministro murió a tiros cuando enfrentó a policías que intentaban capturarlo. En El Salvador hay un ex presidente muerto mientras era procesado, otro se encuentra asilado, uno más guarda prisión y es bastante probable que dos ex presidentes más sean investigados. En Honduras hay un presidente procesado y miembros de una de las familias más ricas del país enfrenta cargos por narcotráfico en Estados Unidos. En Guatemala hay procesos abiertos por evasión fiscal contra grupos económicos poderosos y en El Salvador se conoce que hay investigaciones de ese tipo en marcha.

Tanto en Guatemala como en Honduras se han creado organismos externos para combatir la impunidad, mientras en El Salvador la Fiscalía General y la Corte Suprema de Justicia están recibiendo un fuerte apoyo norteamericano para que puedan actuar con independencia. Juzgar cada caso es irrelevante, lo central es que estas acciones sobre toda la región permiten ver claramente la intención de combatir la corrupción para forzar a un cambio en la calidad de las elites que no tiene orientación ideológica preferente, pues en los tres países hay golpes hacia la derecha y hacia la izquierda. Puede cuestionarse la eficacia del método, pero no el propósito. Para los efectos de este artículo, lo que interesa señalar es que bajo el gobierno de Donald Trump es bastante probable que venga un cambio similar a los giros contradictorios en la política estadunidense que generaron violencia y guerras en toda la región en los años ochenta.

El presidente Trump ha planteado construir un muro que cerraría la válvula de escape a la presión demográfica de la región, al mismo tiempo ha anunciado deportaciones masivas, impuestos a las remesas y erradicación de las “maras” en Estados Unidos expulsando a sus miembros a Centroamérica. En los últimos 12 años ha habido 187 mil 951 homicidios en Guatemala, Honduras y El Salvador, una cifra que en términos comparativos supera los 220 mil muertos que Colombia ha tenido en 50 años y coloca a la región como la más violenta del planeta. Los muertos continúan aumentando junto a la población que huye de la violencia. El número de homicidios deja claro que ya no estamos frente a un fenómeno migratorio motivado por razones económicas, sino frente a refugiados y población desplazada por la violencia y esto requiere atención humanitaria.

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La deportación sistemática de delincuentes fue lo que llevó a las pandillas de Los Ángeles a Centroamérica, una vez allí éstas se multiplicaron por la pobreza y se volvieron más violentas por la incapacidad de los gobiernos para detener su avance. Ahora son un poder fáctico que controla territorios y somete población. Honduras provocó una guerra civil en El Salvador cuando hizo exactamente lo que pretende hacer Trump con Centroamérica, cerrar el paso y deportar masivamente. Esta política sería dar un bandazo de consecuencias fatales para toda la región. En los años ochenta México asumió el liderazgo para hacer contrapeso a la política de Ronald Reagan hacia Centroamérica, ahora además de ocuparse de sus propios problemas con la administración Trump, tendrá que lidiar también con la tragedia humanitaria del Triángulo Norte.

Por otro lado, se perfila una política ideológica en vez de una política pragmática en la relación con los gobiernos, si esto es así la polarización en Guatemala, Honduras y El Salvador crecerá y con ello la ingobernabilidad en países que apenas están aprendiendo a tolerar el pluralismo. Las políticas de fortalecimiento institucional y de lucha contra la corrupción podrían ser abandonadas o tomar un camino ideológico apoyando a las derechas contra las izquierdas. El resultado de esto será que los procesos actuales, en vez de ayudar a la madurez de las elites, contribuirán a que se abra un ciclo de venganzas y lucha por el control político ideológico del Poder Judicial. Exactamente lo mismo que ocurrió cuando se impulsaban reformas que luego se convertían en justificación para reprimir.

Las pequeñas naciones centroamericanas sufren con sólo que Estados Unidos no las voltee a ver. La administración Trump planea darles cuatro golpes simultáneos: reducir las remesas poniéndoles impuestos, cerrar la puerta a sus desesperados migrantes, deportar a centenares de miles de trabajadores y enviar a miles de pandilleros a países que ya están derrotados por la criminalidad. Es una tormenta perfecta, obviamente estos países no van a declararle la guerra a Estados Unidos como hizo El Salvador con Honduras en 1969, tendrán que tragarse sus problemas. Lo que viene es una implosión que le dará continuidad a la tragicomedia bananera, pero ahora se mezclarán en ésta el primitivismo, el egoísmo extremo y la ignorancia de las elites locales con la impiedad, el racismo y la irresponsabilidad del liderazgo de la gran potencia del norte.

Nota de Segunda Vuelta:

Los datos de homicidios para El Salvador en el cuadro 4 son incorrectos, sobre todo para 2016.
Los números correctos son:
2012: 25682013: 2475
2014: 3894
2015: 6675
2016: 5275