violencia

El patógeno de la violencia. De Mario Vega

Mario Vega, pastor general de ELIM

28 junio 2019 / EL DIARIO DE HOY

James Gilligan, médico psiquiatra, fue llamado por el sistema de prisiones del estado de Massachusetts en busca de una solución para los altos índices de violencia y suicidios que se producían en la población interna. El doctor Gilligan se dedicó afanosamente a identificar la razón última de la violencia. Después de varios años de estudio identificó el patógeno y le llamó «humillación abrumadora».

Concluyó que la violencia es siempre un intento desesperado y riesgoso de ganar respeto, atención y reconocimiento hacia sí mismo o hacia el grupo con quien la persona se identifica. Su teoría es capaz de explicar todos los rangos de conductas violentas, desde las individuales (homicidios y suicidio) hasta las colectivas (guerra, terrorismo y genocidio) y permite desarrollar métodos prácticos de prevención de la violencia.

En palabras del Dr. Gilligan: «Toda violencia es un intento por reemplazar la humillación con autoestima”. Tal idea no solo es un presupuesto teórico sino que Gilligan tuvo la oportunidad de demostrarlo al cambiar el énfasis de castigar la violencia por prevenirla antes de que ocurra. Los resultados fueron fabulosos.

Durante los 25 años que duró su trabajo en las prisiones, los índices de violencia y suicidios se redujeron casi a cero. En los Estados Unidos el índice de reincidencia de los reos que cumplen su condena es del 65% en los siguientes tres años a su liberación. Con la aplicación de su método, el Dr. Gilligan logró reducir la reincidencia a un 1% en un período de 25 años. Sus logros extraordinarios le convirtieron en catedrático del Departamento de Psiquiatría de la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard por 34 años.

En esa universidad llegó a convertirse en el director del Instituto de Leyes y Psiquiatría. Además ha trabajado como consultor y asesor de Tony Blair y de la Cámara de los Lores en el Reino Unido, del Tribunal Criminal Internacional de la ex Yugoslavia en La Haya, del Colegio Estadounidense de Abogados y de muchas legislaturas estatales, departamentos de sheriffs y comisionados policiales. Además es autor de una docena de libros en el tema de la violencia.

Actualmente el Dr. Gilligan se encuentra jubilado y vive al lado de su esposa Carol.
Sus estudios y sus libros demuestran cómo el enfoque de la civilización humana por tratar de corregir las acciones violentas con castigos severos es un camino incorrecto que perpetúa el problema.

De nuevo en sus palabras: «El castigo es el detonador de violencia más poderoso que hemos inventado». La afirmación de que mayor represión provoca mayor violencia no es una idea antojadiza sino un hecho que ha sido demostrado en todo lugar y en todo tiempo en que se haya aplicado.

Si el patógeno de la violencia es el sentimiento de humillación abrumadora, es obvio que un trato más severo y humillante profundizará aún más los sentimientos de inadecuación, derivando en nuevas y mayores expresiones violentas.

No ha ocurrido en la historia humana alguna ocasión en la que el uso de la fuerza haya resuelto algún tipo de violencia. Tampoco ha ocurrido en nuestro país. Pero las propuestas del Dr. Gilligan están saturadas de éxitos que demuestran la veracidad de sus enfoques.

Cuando el problema de la violencia se pretende resolver, debería hacerse desde un enfoque científico y probado; no desde la emotividad popular o el ganguerismo político. Por amor a Dios, ya hay demasiado dolor para continuar experimentando con la vida de los pobres.

¿Qué provoca la violencia? De Mario Vega

Mario Vega, pastor general de ELIM

4 enero 2019 / EL DIARIO DE HOY

La violencia se ha tratado de explicar desde la biología, la sociología, la criminología y la psicología. Pero esos enfoques no siempre dan razón de todos los comportamientos violentos y terminan por recomendar la transdisciplinariedad. Al elaborar una teoría sobre la violencia se pretende obtener una explicación valedera para todos los casos.

El logro de la universalidad está reservado para pensadores brillantes, aquellos que poseen la capacidad de descubrir tras lo casual y caótico los principios objetivos sin cuya comprensión no sería posible desplegar una actividad práctica y consciente que remedie el drama de la violencia. Huelga decir que son pocas las personas que lo logran. Uno de ellos es el filósofo francés René Girard, quien parte de la tradición filosófica-psicoanalítica que afirma que el deseo es una de las fuerzas más estructuradoras del ser humano. Es un deseo que se caracteriza por ser ilimitado y estar orientado a la totalidad de los objetos. Pero siendo el deseo común a las personas, a causa de su indeterminación, no saben cómo desear sino que aprenden a desear imitando el deseo de los otros.

En los niños se puede observar lo dicho ya que por muchos juguetes que un niño posea lo que más deseará será el juguete de otro niño, dando así paso a la rivalidad. Quiere el juguete solo para él y eso implica excluir al otro. Es así como el despojo cobra sentido. Pero sucede que las cosas son más complejas pues también hay otros niños que desean el mismo juguete, con lo cual se origina un conflicto de todos contra todos.

A partir de allí, las cosas están dadas para que la situación de rivalidad-exclusión se supere cuando todos se unen contra uno, al que convierten en víctima acusándolo de querer el objeto únicamente para sí, cuando en realidad se trata de despojarlo de lo que le pertenece. Al unirse contra la víctima el grupo logra un mínimo de paz entre ellos. Así, las sociedades viven creando constantemente nuevas víctimas o chivos expiatorios. La culpa siempre la tienen otros: el presidente, la policía, los pandilleros, la globalización, los ignorantes, los partidos políticos. No se debe olvidar que el chivo expiatorio es solamente un recurso para ocultar la violencia propia, pero que no la elimina, porque todo sigue rivalizando entre sí. Es una violencia latente cuyo control es frágil y que puede manifestarse a la primera oportunidad en aquellos que se sienten perjudicados y buscan compensaciones.

De acuerdo con Girard, la solución a la violencia en una persona vendrá por asegurar a cada niño la oportunidad de tener su pelota, su helado, su casa, su agua, sus cuadernos y la posibilidad de ir a la escuela. En la medida que la solución se siga viendo individual no provocará un temor excesivo. Será un asunto de caridad asistencial. Por el contrario, cuando se reconoce que son las estructuras sociales las que despojan a los niños de sus deseos, las cosas se complican. Quienes dominan y controlan el tener se sentirán más seguros cuanto con mayor dureza apliquen las leyes contra los marginales. De ese modo consiguen olvidar que son ellos los causantes de una situación de violencia permanente.

La violencia se resuelve con una sociedad más cooperativa y participativa. El camino más corto y seguro es una educación crítica y accesible para todos, que permita a las personas civilizarse, socializar valores y aprender a no crear chivos expiatorios sino a asumir ellas mismas la tarea de construcción de una sociedad en la que todos puedan tener cabida.

Carta a los periodistas viajeros que nos juzgan: Sean más profesionales. De Paolo Luers

4 diciembre 2018 / MAS! y EL DIARIO DE HOY

Hace unos días salió publicado en DER SPIEGEL, el más influyente magazín de noticias y política de Alemania, un “reportaje” sobre la violencia y las pandillas en El Salvador.

Su juicio: El Salvador es un “país que ha perdido su moral”. Lo más grave: Este juicio no aparece como conclusión, sustentado en hechos, argumentos y análisis, sino como premisa, al principio del artículo. Puse “reportaje” entre comillas, porque esta nota no cumple con los requisitos de una investigación periodística. Extraño: Como estudiante, luego como joven periodista vi al SPIEGEL como ejemplo del periodismo investigativo.

¿Cómo un reportero, que llega por unos días a un país desconocido con una historia y un presente complejo y se atreve a publicar semejante juicio: un país sin moral? Según el periodista, su nota y sus conclusiones se basan en información de “insiders”.

Estos son personas con información privilegiada, debido a su involucramiento en el fenómeno a describir. Pero las únicas 2 fuentes de la nota son un oficial de la PNC y un pandillero convertido en “testigo criteriado”. Lo que es muy inusual: Fiscalía y PNC nunca antes han exhibido a sus “criteriados” a la prensa. Para romper esta norma deben haber tenido un especial interés en este “reportaje”. También para poner a uno de sus policías estrella de la unidad anti extorsión a plena disposición.

Así que los “insiders” y únicas fuentes del reportero fueron proporcionados por las autoridades. No es el mejor ejemplo de ejercicio de periodismo investigativo.

El “insider” policial llevó al periodista a Apopa. “Valle del Sol, es uno de los barrios mas peligrosos en las afueras de San Salvador, que es la ciudad más peligrosa del mundo”, nos cuenta el periodista, porque así se lo contó el policía. El policía agrega: “Si aquí me topo con miembros de la pandilla, ellos abrirán fuego.” Y se retiran… Falso. Alguien debería haberle explicado al corresponsal viajero que lo llevaron a la colonia menos peligrosa de Apopa. En Valle del Sol la pandilla local suele hacer lo posible para evitar enfrentamientos con la policía, resultado de su acuerdo con los liderazgos comunales de no poner en peligro a los habitantes y la relativa paz social alcanzada en esta colonia que hacer 6 años tuvo altos números de homicidios y extorsiones, pero desde el 2012 los ha logrado bajar drásticamente. Por esto a la PNC le gusta llevar a ahí a los reporteros, precisamente porque saben que pueden exhibir la agresividad de sus patrullajes – pero sin correr los riesgos que correrían en las colonias vecinas.

El reportero también trata de explicar el surgimiento de las pandillas en El Salvador: “Juntos con ex guerrilleros y ex soldados, unos 4 mil miembros deportados de ‘gangs’ de Estados Unidos formaron las pandillas en El Salvador.”

Otra vez, más mito que verdad. Muy pocos de los fundadores de las maras eran participantes de la guerra civil salvadoreña. Las maras son un fenómenos de la generación siguiente, no marcados por la guerra, sino por los errores políticos de la postguerra.

Y así sigue: Afirmaciones no fundamentadas sobre el involucramiento de las pandillas en el narcotráfico; sobre “70 mil asesinos” que andan sueltos en El Salvador. Siempre mitos que no resisten una investigación seria. Mucho aporta el “criteriado” que la PNC le proporciona al reportero para que pueda entrevistar a un pandillero de verdad. De esta plática salen sus concusiones: “Se trata de violencia por la violencia”; “La muerte es en Salvador como la comida diaria.”

¿Para qué sirve una investigación periodística que, basada en solo dos fuentes (un policía y su agente encubierto, un ex pandillero con 60 asesinatos encima), llega a conclusiones como esta (que tenemos 70 mil asesinos que ejercen la más cruel violencia solamente por deporte, y que todos vivimos con una pata en el cementerio)? ¿No es nuestra responsabilidad como reporteros explorar las causas; explicar el circulo vicioso entre marginación, delincuencia y represión; describir las cadenas de venganza?

No somos un país que ha perdido la moral, ni tampoco todos vivimos al borde de ser asesinados. Somos un país que lucha por superar la violencia, empezando por entender y atender sus raíces.
Bienvenido el periodismo que nos ayude.

Saludos,


Como el artículo aquí citado no es accesible a quienes no tienen una suscripción a DER SPIEGEL, lo reproducimos aquí en el original alemán. 

El Salvador: Insiderreport über den Bandenkrieg
«Wir prüfen, wie jemand getötet werden soll»

Mit entsetzlicher Brutalität kämpfen Banden wie MS 13 oder Barrio 18 Sureños um Drogen und Macht auf den Straßen von El Salvador. Hier berichten Insider, welche Regeln dort herrschen. Von Fritz Schaap und Christian Werner (Fotos)

Fritz Schaap, reportero del SPIEGEL

23 noviembre 2018 / DER SPIEGEL

Um über die vielen Menschen hinwegzukommen, die sterben, deren Leichen vermodern, unentdeckt, in Brunnen, in Massengräbern, verscharrt unter Feldern, sammelt er. Er sammelt Schlümpfe, Modellschiffe, Spielzeughelikopter, Dinosaurierfiguren, Münzen.

Je mehr Tote Johnny Flores sieht, desto mehr muss er anhäufen, in seinem garagengroßen Haus in den Ausläufern San Salvadors, der Hauptstadt El Salvadors.

Der 51-Jährige läuft in Unterwäsche zwischen den Stapeln und Anrichten voller Nippes umher. Ein gedrungener Mann, kräftig, das Haar schütter. Die Wände sind tapeziert mit Urkunden von religiösen Seminaren, Schulungen und Auszeichnungen, die alle seinen Namen tragen, als müsse er sich täglich daran erinnern, wer er ist, damit er nicht zerfällt in diesem Land, das seine Moral verloren hat.

Er nimmt eine Bibel vom Bett. Schlägt sie auf. Neues Testament, Brief des Paulus an die Römer, achtes Kapitel. Darüber wird er heute reden, denkt er sich. Über die Rettung der Glaubenden. Dann holt er seine Beretta 92 unter dem Kopfkissen hervor, legt die Pistole neben das gebügelte Hemd und zieht eine schwarze Hose an. Er lächelt. Sein Silberzahn funkelt.

Sonntage sind gute Tage für Johnny Flores, der sonst eine Spezialeinheit der Polizei leitet. Sonntags ist Johnny Flores Pastor.

Er greift Bibel und Beretta und fährt zu seiner evangelikalen Kirche. Sonntags, bei seiner Gemeinde, bei seinem Gott, hat Johnny Flores Ruhe. Niemand werde ihn hier töten, nicht in der Kirche, glaubt er. Dann steigt er hinauf auf die kleine Bühne, vor die Gemeinde.

«Denn das Gesetz des Geistes, der lebendig macht in Christus Jesus, hat dich frei gemacht von dem Gesetz der Sünde und des Todes», zitiert er am Ende der Predigt aus dem Paulus-Brief.

Das Gesetz der Sünde und des Todes aber ist das mit der größten Gültigkeit auf den Straßen des Landes an der zentralamerikanischen Pazifikküste. Gerade einmal 6,4 Millionen Menschen leben hier, aber trotzdem werden jedes Jahr Tausende ermordet. 3952 waren es voriges Jahr offiziell. Bis Ende September dieses Jahres 2560. Das sind 9,4 Morde jeden Tag. Im vergangenen Jahr wurden zudem 1850 Vergewaltigungen angezeigt, nicht angezeigt werden viel mehr. In einem Land, so groß wie Hessen. Deshalb riskieren Tausende die Flucht nach Norden, in Richtung USA.

70 000 Gangmitglieder gibt es Schätzungen zufolge in El Salvador, die für den Großteil der Gewaltverbrechen verantwortlich sind. Organisiert sind sie in drei großen Gangs, den sogenannten Maras: MS 13, Barrio 18 Sureños und Barrio 18 Revolucionarios. 70 000 Mörder. Denn wer einer Gang beitreten will, muss töten. Der Tod ist in El Salvador, so sagen sie hier, wie das tägliche Essen, wie das Schlafengehen. So wie man sagt: Morgen werde ich meine Familie sehen, so denkt man hier: Morgen könnte ich sterben.

Polizist und Pastor Flores: "Es gibt so viele Leichen, die in Brunnen geworfen werden, die verschwinden"
Christian Werner / DER SPIEGEL Polizist und Pastor Flores: «Es gibt so viele Leichen, die in Brunnen geworfen werden, die verschwinden»

Am nächsten Mittag, nur 25 Autominuten von seiner Gemeinde entfernt, auf vom Regen der vergangenen Nacht noch immer rutschigen Wegen, stürmt Johnny Flores, gefolgt von fünf schwer bewaffneten Polizisten, ins Viertel Valle del Sol. Schweiß rinnt ihm von der Stirn, über die Wangen das Kinn hinunter, und tropft auf den Asphalt. Es ist zu ruhig.

Angst überkommt ihn, Angst wie eine leichte Übelkeit der Seele. Er atmet ruhig, wie ein Psychiater ihm das empfohlen hat. Die Wege sind leer, hinter den Gittern der Fenster schauen vereinzelt Frauen hervor. Regungslos. Valle del Sol ist eines der gefährlichsten Viertel in der Umgebung San Salvadors, einer der gefährlichsten Städte der Welt. «Wenn ich hier eine Gruppe Gangmitglieder treffe, dann schießen sie», sagt Flores. Er bleibt kurz stehen, zieht die Beretta aus dem Holster.

Sergeant Johnny Flores führt die Anti-Schutzgeld-Einheit in Apopa, nördlich der Hauptstadt San Salvador. Seit 1986 ist er Polizist, als die Nationalpolizei noch der Armee unterstand und im Bürgerkrieg hauptsächlich für den Häuserkampf eingesetzt wurde. 1994 gründete er eine Ermittlungseinheit der neuen Nationalen Zivilpolizei. Zwei Jahre nach Ende des Bürgerkriegs, der zwölf Jahre gedauert und 75 000 Menschenleben gekostet hatte.

In gewissem Sinn aber hat der Krieg, in dem linke Guerilleros einen Aufstand gegen die von den USA gestützte Diktatur angeführt hatten, nie aufgehört. Denn kaum war ein Friedensabkommen unterzeichnet, schickten die USA Tausende Kriegsflüchtlinge zurück nach El Salvador. Zum Thema Visual Story über den Bandenkrieg in El Salvador «Ich wollte töten» In El Salvador herrscht ein brutaler Bandenkrieg. Unsere Reporter waren dort. Sehen Sie hier ihre Visual Story. Fritz Schaap und Christian Werner

Darunter Männer, die zuvor in US-Städten gelebt hatten, in denen Gangs die armen Viertel beherrschten. Die sich zusammengeschlossen hatten, um sich zu verteidigen. In Los Angeles hatten sie zwei Gruppen gebildet und sich die Namen gegeben, die die Salvadorianer heute ihrer Angst geben: Barrio 18 und Mara Salvatrucha 13.

Zusammen mit Ex-Guerilleros und Ex-Soldaten formten ungefähr 4000 abgeschobene Bandenmitglieder in El Salvador ihre eigenen Gangs, die Maras, nach dem Vorbild der Gangs von Los Angeles. Sie rekrutierten junge Männer, oft noch Kinder, und führten ihren in den USA begonnenen Krieg gegeneinander fort. Weiteten ihn aus gegen den Staat, gegen die Bürger.

Diesen Staat versucht Flores zusammenzuhalten. Flores, der auf Rat seines Psychiaters Boote, Flugzeuge und Autos aus Holzstäben baut, um sich selbst zusammenzuhalten, der Pastor geworden ist, um weiter Polizist sein zu können, und deswegen denkt, dass diese Gesellschaft nach Jahrzehnten der Gewalt so tief verletzt sei, dass es weit mehr brauche, um sie zu heilen, als Menschenhand zu tun vermag.

Flores läuft ein paar Treppen hinunter. Die Häuser sind einstöckig, rohe, übermalte Klinker, Wellblechdächer, Bananen wachsen zwischen den Häusern. Er sucht eine Gruppe junger Männer, die für Schutzgelderpressungen im Viertel verantwortlich sind. Er läuft an das Ende der Siedlung, dorthin, wo sie an eine Schlucht grenzt, in der ein Zufluss des Acelhuate rauscht. Wie eine Hängebrücke verläuft ein Rohr auf die gegenüberliegende Seite. «Hier sind sie geflüchtet», sagt Flores. Auf der anderen Seite sind schemenhaft zwei Männer zwischen den Bäumen zu erkennen.

Neben dem Drogenverkauf sind Schutzgelderpressungen die Haupteinnahmequelle der Gangs. Ob Straßenhändler oder Unternehmer, jeder muss zahlen. Von fünf Dollar im Monat bis zu 50 000 Dollar. Wer nicht zahlt, stirbt.

Mordopfer in Sitio del Niño: Manchmal reißen sie ihnen das Herz aus der Brust
Christian Werner / DER SPIEGEL Mordopfer in Sitio del Niño: Manchmal reißen sie ihnen das Herz aus der Brust

Brutalität ist kein exklusiv salvadorianisches Problem. Im gesamten sogenannten Nördlichen Dreieck der Staaten El Salvador, Honduras und Guatemala gibt es Tötungsraten, die an Kriegsgebiete erinnern. Mexiko befindet sich de facto im Krieg gegen seine Drogenkartelle, und die befinden sich im Krieg untereinander.

Doch die Brutalität in El Salvador ist eine andere. Es geht hier nicht um Millionen Dollar. Die Drogen, die aus Südamerika kommen, werden nicht auf dem Landweg durch El Salvador in die USA gebracht. Es gibt hier keine lokalen Kartelle. Es geht nicht um ein größeres Stück vom Kuchen. Es geht um ein paar Krümel. Es geht um Gewalt um der Gewalt willen, um ein paar Hundert Dollar Schutzgeld, um Häuserblocks, an deren Ecken man Kokain und Meth verkaufen kann. Es geht um Macht, aber vor allem geht es um Anerkennung. Und Anerkennung wird bei den Gangs von El Salvador in Morden gemessen.

Flores bricht die Suche ab. Die Gang hier hat seit Kurzem M16-Sturmgewehre. Es ist ihm zu riskant. Die Polizisten fahren zurück nach Apopa. Das Leben auf den Straßen wirkt normal. Ganz San Salvador wirkt normal: amerikanische Fast-Food-Ketten, Staus, Märkte, Shoppingmalls. Es ist ein bizarres Merkmal dieses Bandenkriegs, dass extreme Brutalität inmitten des normalen Alltags stattfindet.

Natürlich sei es gut, sagt Flores im Auto, dass die Mordzahlen sinken, weil seit 2016 Polizei und Militär wieder härter gegen die Gangs vorgehen. Seit versucht wird, die Kommunikation mit den Bossen in den notorisch überfüllten Gefängnissen zu kappen. 2016 waren es noch 5280 Morde. 1328 mehr als im vergangenen Jahr.

Immer wieder gibt es Absprachen zwischen Politikern und Gangs, gerade vor Wahlen, wenn niedrige Mordraten gebraucht werden. Im Februar wählt El Salvador einen neuen Präsidenten.

«Aber es gibt so viele geheime Friedhöfe, Leichen, die in Brunnen geworfen werden, die verschwinden», sagt Flores. «Morde, für die es keine Zeugen gibt, von denen wir nie erfahren.» Am Abend sitzt Johnny Flores hinter seinem Schreibtisch im Revier in Apopa. Er schaut die Nachrichten. Gestern gab es nur sechs Morde im ganzen Land. Dann rollt ein Pick-up-Truck mit verdunkelten Scheiben auf das Gelände. Der «Criteriado», Flores’ Kronzeuge. El Sparky, wie der Mann sich derzeit nennt. Ein Massenmörder, der 69 andere Mörder verrät und dessen Aussagen zu 515 neuen Verfahren geführt haben. El Sparky, der süchtig ist nach Töten, der die Sinnlosigkeit in all dem nicht zu sehen vermag, weil die Gang, das Töten, für ihn das einzig Sinnvolle ist.

«Die Criteriados verraten ihre Gang. Liefern uns alle aus, die sie kennen. Legen uns die Hierarchien der einzelnen ‘Clicas’ dar, die Strukturen, die Morde, die sie begangen haben, wo, mit welchen Waffen, wo die Leichen liegen. Wenn sich das alles als wahr herausstellt, sind sie frei», sagt Flores, als er in den schwülen Abend hinaustritt. Am Horizont türmen sich Gewitterwolken auf.

«El Sparky war ein Anführer, ein ‘Palabrero’. Er kannte die Strukturen der gesamten Gang.» Er ist, so ungern Flores das zugibt, einer seiner wichtigsten Männer. Ein Mann, der mehr als hundert Menschen abgeschlachtet hat. Flores schaut auf den Pick-up, aus dem ein bulliger, aufgedunsener Mann aussteigt, die Arme und Schultern voller Tätowierungen.

El Sparky und Johnny Flores gehen hinein. Johnny sieht müde aus. Manchmal greift er reflexartig ans Holster. Wie um zu prüfen, ob die Beretta noch da ist. Sie reden über die Männer im Valle del Sol.

Später sitzt El Sparky auf dem Hof und raucht. Die Augen klein, das Vokabular schwer vom Slang und vom Crack.

El Sparky war ein Palabrero der Barrio 18 Revolucionarios. Er hat sich hochgearbeitet, Mord um Mord. Er ist stolz darauf.

2003, mit 15, tritt er der Gang bei. Er verkauft Snacks auf der Straße, Wasser, Chips, kleine Dinge, mit denen er wenig Geld verdient. Aber er verkauft diese Sachen ein paar Straßen entfernt vom Haus seiner Eltern – im MS-13-Territorium. Gangmitglieder rauben ihn aus, schlagen ihn, immer wieder. Sie versuchen, ihn umzubringen, weil dort, wo er herkommt, die gegnerische Gang Barrio 18 herrscht. «Ich trat dann Barrio 18 bei, damit ich mich rächen kann, damit ich die Jungs von MS-13 umbringen kann», sagt er. «Und damit die Leute Respekt vor mir haben.»

An einem Donnerstag um drei Uhr nachmittags muss dann in einem vollen Bus in San Salvador ein Junge sterben, damit El Sparky der Gang beitreten kann. Das Opfer ist Mitglied der MS 13 und hat El Sparky ausgeraubt. Es ist vielleicht so alt wie er.

Wenn El Sparkys Erzählung stimmt, dann nimmt er nun ein Messer mit 15 Zentimeter langer Klinge und wartet an einer Straßenecke. Er weiß, wo sein Opfer wohnt. Er wartet, bis der Junge in einen Bus steigt. El Sparky geht hinterher. Dann zückt er das Messer und sticht ihm in den Bauch. Sechsmal. Danach steigt er aus und geht in das Haus des Ganganführers.

Vier Männer gehen mit ihm in den Hof, sie schlagen ihn zusammen. Es ist der Initiationsritus. 18 Sekunden dauert er bei Barrio 18. 13 Sekunden bei MS 13. Manchmal stirbt jemand dabei. Nach 18 Sekunden umarmen die Männer El Sparky. Er ist jetzt einer von ihnen. «Ich fühlte mich großartig», sagt er. Von Anfang an war El Sparky ein «Sicario», ein Auftragskiller: «Ich fing als Mörder an, weil ich deswegen der Gang beigetreten war: Ich wollte töten.»

Töten, sagt er, sei nicht schwer, wenn man es wirklich wolle. «Es wird zu einer Sucht, wie Saufen. Wenn du trinkst und merkst, du magst es, trinkst du weiter. Manche töten nicht gern, die probieren es aus, und dann machen sie es nicht noch mal.» Die Art und Weise, wie getötet wird, werde angepasst.

«Wir prüfen, wie jemand getötet werden soll. Wenn es ernst ist, schlachten wir ihn ab. Ist es ein leichteres Vergehen, jagen wir ihm eine Kugel in den Kopf.»

Kronzeuge El Sparky: "Nur die mit den dicksten Eiern setzen sich durch"
Christian Werner / DER SPIEGEL Kronzeuge El Sparky: «Nur die mit den dicksten Eiern setzen sich durch»

Wenn es ernst war, wie Sparky das nennt, entfernte er lebenden Männern die Augen, schnitt ihnen Finger, Zunge und Ohren ab, dann Arme und Beine, und wenn sie noch lebten, schnitt er ihnen den Bauch auf. Wenn nicht, dann trotzdem.

Manchmal legte er anschließend die Flasche hinein, die er bei der Arbeit geleert hatte, manchmal schob er sie auch dem noch lebenden Opfer in eine Körperöffnung. Dann verscharrte er die Leichen oder warf sie in Brunnen. Oder er ließ sie liegen. Je nachdem, welche Nachricht damit überbracht werden sollte.

So ist ein Wettbewerb entstanden. Die Gangs wollen sich in Grausamkeit überbieten. Denn Grausamkeit sorgt für Respekt. Häutungen, Frauen, denen in die Vagina geschossen wird, Zerstückelungen, Vergewaltigungen während der Hinrichtung: Normalität hier. Manchmal reißen sie ihren Opfern das Herz aus der Brust.

«Jede Gang», sagt El Sparky, «will ganz Salvador kontrollieren. Aber nur die Irresten mit den dicksten Eiern werden sich durchsetzen.» Und hier, wo es wenig Perspektiven gibt, werden dicke Eier zur Währung. Denn Geld machen nur die wenigen Gangmitglieder, die in den Waffen- oder Drogenhandel eingestiegen sind. Eine Gang ist eine Gruppe von Freunden, eine Ersatzfamilie. Viele Gangmitglieder sind bitterarm. Es geht darum, den anderen etwas zu beweisen.

«Man tritt bei, um seine Nachbarschaft zu verteidigen. Man erwartet kein Geld. Wenn du nützlich bist, bekommst du etwas vom Geld der Gang, wenn nicht …», er formt die Hand zu einer Pistole und lächelt. «Es heißt: entweder töten oder getötet werden. Als Gangmitglied hast du nicht viele Optionen», sagt er.

Es ist schwer zu verstehen, was hier passiert. Man kann versuchen, den politischen Kontext zu erklären. Die Zusammenbrüche der Militärregimes und der Guerillaarmeen in Zentralamerika hinterließen Lagerhallen voller Waffen sowie Soldaten, die keinen Sold mehr bekamen. Die entstehenden Demokratien waren schwach, ihre Politiker korrupt. Die internationale Gemeinschaft forcierte die Schaffung von freien Märkten, sie schaute auf Wahlen, aber übersah, wie instabil die Rechtssysteme waren und dass die Kluft zwischen Arm und Reich immer größer wurde.

«Das alles würde nur aufhören, wenn alle Gangmitglieder umgebracht würden. Aber, ehrlich gesagt, du kannst die Gangs nicht auslöschen», sagt El Sparky. «Du bringst heute drei oder vier um, aber morgen treten wieder zehn bei.»

El Sparky weiß, dass es auch für ihn nie aufhören wird. Nach einem Streit setzten seine eigenen Bosse vier Killer auf ihn an. Sie lauerten ihm auf der Straße auf. El Sparky hatte sein amerikanisches Sturmgewehr dabei. Mit vier Magazinen. Einen der Killer erschoss er, dann floh er, tauchte unter. Schließlich ging er zur Polizei. Mehr aus Rache als aus Hoffnung auf ein langes Leben. Er hätte zwar gern ein friedliches Leben und einen Job. Aber er weiß auch, dass sie ihn umbringen werden, bei der ersten Chance, die sie bekommen. Und er weiß nicht genau, wie das funktioniert – ein friedliches Leben.

Anführer einer Barrio-18-Gang: "Töten oder getötet werden, du hast nicht viele Optionen"
Christian Werner / DER SPIEGEL Anführer einer Barrio-18-Gang: «Töten oder getötet werden, du hast nicht viele Optionen»

Niemand kann eine Gang lebend verlassen. Der einzige Weg in eine Art Ruhestand ist, einer Kirche beizutreten und derart überzeugend ein gläubiges Leben zu führen, dass die anderen Gangmitglieder den Wandel ernst nehmen. Das geht manchmal gut, in letzter Zeit aber immer seltener. «Viele Männer haben das als einfachen Ausweg genutzt. Deswegen haben wir angefangen, sie umzubringen», sagt El Sparky. «Wenn du drin bist, dann heißt es: bis dass der Tod uns scheidet!» Dann fahren zwei Polizisten ihren Kronzeugen El Sparky zurück in ein gesichertes Versteck.

Es gibt viele wie El Sparky. Und das Schlimmste ist: Sparky sticht noch nicht einmal heraus. Der Polizist und Priester Flores weiß das. Es ist einer der Gründe, warum Flores Gott braucht. Warum er mehr braucht als einen Psychiater. Weil es so viele sind, weil es nie aufhört.

«Wir leben in einem irregulären Krieg», sagt Flores. Es ist eine neue Form des Krieges, noch nicht ganz Bürgerkrieg, aber doch weit mehr als reguläre Gewalt. Die Grenzen verwischen hier: Auch Polizisten formen mittlerweile Todesschwadronen. Nach Dienstschluss ziehen sie durch Ganggebiete und töten. Damit werden sie selbst zu so etwas wie einer Gang. Johnny Flores aber will das Gesetz nicht aufgeben.

«Die Kirche und mein anderes Ich, der Pastor, helfen mir, im Umgang mit den Gangs auch die Menschen zu sehen, ihre Rechte. Die Menschen zu sehen, die Familie haben und Fehler machen.» Johnny geht wieder hinein. Leichter Regen trommelt auf das Wellblechdach. «Viele Polizisten tun das nicht mehr.» Viele Polizisten, so sagen sie auf den Revieren der Hauptstadt, verlassen das Land, weil ihre Familie bedroht wird, weil sie selbst bedroht werden.

Johnny Flores zieht die Uniform aus und legt sie in seinen Spind. Die Uniform lässt er immer im Revier. Die Gangs in seinem Viertel wissen nicht, dass er Polizist ist. Nach Dienstschluss trägt Flores wieder den Anzug des Pastors. Er spielt Gitarre, wenige Straßen von seinem Haus entfernt auf dem Geburtstag eines Mädchens. Ein paar Kinder sitzen einige Häuser weiter. Sogenannte Antenas, Spitzel der Gangs.

Ein Mann kommt aus dem Haus, in dem die Kinder feiern. Setzt sich. Schaut hinüber zu den Antenas. «Für die, die nicht reich sind, sind die Gangs immer da», sagt er. «Mit viel Glück klopfen sie nie an deine Tür. Aber man muss immer mit ihnen rechnen.»

Die Polizei mache ihren Job, sagt der Mann. Die Fahnder kämen, wenn sie gerufen würden. «Sie brechen Türen auf, sie stürmen Häuser. Dann verschwinden sie wieder. Aber wir müssen hierbleiben.» Die Antenas schauen herüber, rauchen.

«Das ist das Problem», sagt ein anderer Mann, «denn Gangs verschwinden nicht. Sie sind Teil der Viertel. Sie sind Söhne und Töchter von Frauen aus der Nachbarschaft. Die Gangs sind Teile El Salvadors. Sie sind Teile der Straßen wie der Bordstein dort.» Johnny Flores nickt.


«OSCURO», entrega 3. La pandilla

Segunda Vuelta publica la tira cómica completa «Oscuro», que fue distribuida a jóvenes, en el marco de programas de prevención de la violencia, pero que luego fue decomisada por la PNC. Esta es la tercera entrega, que trata de la pandilla y la extorsión. Tal vez el ministro de Seguridad y el director de a PNC deberan leer este capítulo, antes de seguir insistiendo que este comic defiende a los pandilleros y la violencia…

Si no ha visto las primeras entregas de “Oscuro”, léalas aquí:
OSCURO 1
OSCURO 2
Lea la carta de Paolo Luers sobre “Oscuro” y  la PNC

 

Lea también:

Policía decomisa cómic sobre violencia sin orden judicial

Así es el cómic sobre violencia decomisado por la PNC

 

 

 

 

“OSCURO” y la violencia policial. El comic decomisado por la PNC – Versión completa / Entrega 2

En esta entrega de «Oscuro», el comic decomisado por a PNC, el personaje central Oscar («Oscuro») se topa con la violencia de la policía: una ejecución extrajudicial. Es tal vez por eso que el comic molesta a los comisionados y al ministro de Seguridad. Detrás de a actuación de las autoridades no solo hay un problema de la libertad de expresión y las artes, sino uno aun más preocupante: si nuestros policías no entienden este comic, significa que no entienden la situación, los miedos y el lenguaje de los jóvenes en las comunidades.

Segunda Vuelta

24 noviembre 2018 / FUNDE – SEGUNDA VUELTA

Si no ha visto la primera entrega de «Oscuro», leala aquí
Lea la carta de Paolo Luers sobre «Oscuro» y  PNC

Lea también:

Policía decomisa cómic sobre violencia sin orden judicial

Así es el cómic sobre violencia decomisado por la PNC

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Carta al ministro de Seguridad: No entienden nada. De Paolo Luers

Vea el comic «OSCURO» en estos links:
Primera entrega
Segunda entrega

24 noviembre 2018 / MAS! y EL DIARIO DE HOY

Estimado comisionado Ramírez Landaverde:
Gracias por el tip. Sin su intervención, tal vez nunca hubiera leído los comics del “Oscuro”. Cuando sus subalternos en San Vicente decomisaron miles de los folletos con el comic, y cuando usted salió en televisión denunciando que con estos artefactos están envenenando a los jóvenes con “apología” de la violencia y de las pandillas, pensé: Tienen que ser buenos estos comics…

Y cabal: Los amigos de FUNDE (la organización que los distribuye en colonias a los jóvenes en colonias “de alto riesgo”) me mandaron las 6 entregas de “Oscuro” – y son buenísimos. Pegan precisamente con el lenguaje que entienden los bichos. No los sermonean. Les hablan de situaciones que viven diariamente y los provocan a reflexionar sobre el círculo vicioso de la violencia.

Se nota que estos comics no son escritos específicamente para salvadoreños, usan términos que no son guanacos. Pero no importa, son escritos de gente que conocen el fenómenos de los barrios y sus pandillas, entienden la dinámica de las venganzas – entre pandillas y entre ellas y la policía. Son fenómenos casi universales. Y el arte, la literatura, cuando realmente es buena, los capta y los entiende – y cualquiera que vive esta realidad, sea en Los Angeles, en Filipinas, o en Soyapango.

Nunca he sido gran consumidor de comics, ni de chiquito, porque nunca sentí que sus figuras, héroes y villanos, tenían algo que ver con la realidad que vivía. Pero si fuera bicho hoy, pandillero o víctima de pandillas, viviendo en uno de los barrios marginales de El Salvador, los personajes de “Oscuro” me serían familiares – y sus historias me harían reflexionar. Esto es exactamente el propósito de estos comics, y por esto una fundación responsable como FUNDE los distribuye a los jóvenes. Todos hablan de prevención, cualquier proyecto caro y a lo mejor ineficiente navega con esta bandera, pero esta iniciativa de FUNDE realmente tiene alcances, porque llega a los jóvenes.

Y entonces, viene la policía, detecta los folletos, los abre, ve hombres tatuados y armados – y bingo: decomisan este veneno. Algún subcomisionado quiere saber más, comienza a leer. Y qué descaro: En el comic #2 cuentan la historia de una ejecución extrajudicial, una pareja de policías matan a un joven desarmado y persiguen a un testigo para matarlo antes de que les ponga el dedo. Esto es propaganda a favor de las pandillas. Alguien está contaminando a los jóvenes. Da la orden de buscar en todos los lugares donde se reúnen los bichos – y con su ejemplar eficiencia policial logran decomisar más de 7 mil folletos con historias del “Oscuro”.

Reportan el caso a la dirección de la PNC. Se informa al ministro de Seguridad. A Usted, comisionado Landaverde. Y ahí la farsa se vuelve patética. Ni el director Cotto ni usted, el ministro, entienden los comics. Comparten el criterio de sus agentes en San Vicente que ahí alguien está divulgando artefactos a favor de las pandillas y contra las autoridades. Usted sale en la tele: Contento de haber pegado otro golpe a la delincuencia. Denunciando a los sinvergüenza que divulgan tal horrorosos contenidos.
No voy a hablarle a usted que esta acción policial de decomisar folletos de contenido literario riñe con la libertad de expresión y de las artes. Obviamente no lo entiende, o le vale…

Le voy a hablar de lo que más me preocupa en este caso. Es evidente que ustedes (del agente destacado en algún pueblo, pasando por el subcomisionado de la delegación departamental y por el director general de la PNC, hasta llegar al ministro de Seguridad) no entienden estos comics. No entienden las historias que cuentan. No entienden los personajes, los malos y los buenos y sobre todos los que andan en la zona gris entre malos y buenos: los pandilleros que quieren salir del círculo vicioso de venganzas. Y si no lo entienden en el comic, es porque no lo entienden en el mundo real, en los barrios donde entran para poner orden.

Y si no entienden la realidad que los jóvenes viven, sus miedos, las presiones que viven tanto por parte de las pandillas como de la policía, están condenados a fracasar. Y esto es exactamente lo que está pasando. Qué triste…

Saludos,

 

Gente brava, agresiva y violenta. De Erika Sadaña

Erika Saldaña, colaboradora de la Sala de lo Constitucional y presidenta del Centro de Estudios Juridicos

12 noviembre 2018 / EL DIARIO DE HOY

Somos una sociedad agresiva. Lo ocurrido el pasado jueves en Santa Tecla es una de las últimas manifestaciones de lo violento que somos como pueblo salvadoreño. Lejos de determinar quién tiene la culpa o quién pegó primero, el percance dejó como resultado un muerto y más de sesenta heridos. Ni la Alcaldía ni los vendedores fueron capaces de construir una solución como gente que piense en eso y no en conflictos para lograr algo. No es la primera vez que estos disturbios pasan en Santa Tecla y no será la última. Somos un pueblo carente de inteligencia emocional, tolerancia y diálogo.

El salvadoreño tiene muchas cualidades buenas, reconocidas a nivel mundial. Somos gente trabajadora, incansable y, según dicen, bastante amigable. Pero algo que no hemos cultivado en nuestra sociedad es la reflexión sobre nuestros actos; somos gente impulsiva y hay ocasiones en que eso nos transforma en personas violentas. No nos caracterizamos por pensar lo que hacemos, por reflexionar nuestras acciones y prever las consecuencias de las mismas.

La gente brava, agresiva y violenta está presente en todos lados. Funcionarios, empleados, alcaldes, diputados, agentes del CAM, tuiteros, facebookeros, líderes de opinión, policías, vendedores, estudiantes, amas de casa, mamás, papás, hijos. La cultura de la violencia nos ha impregnado tanto, que el ambiente cargado de negatividad y estrés lo vivimos casi en todos los entornos. Y de parte de casi todas las personas, pues el nivel educativo de alguien no es sinónimo de persona educada.

Lo presenciamos en la Asamblea Legislativa, donde las acusaciones entre los padres de la Patria están a la orden del día. Pareciera que el objetivo principal es hacer quedar mal al otro en vez de tender puentes de diálogo, poner por delante los intereses de un país y buscar soluciones para los distintos problemas que nos aquejan.

A todos nos estresa la agresiva campaña política que se ha desatado en las últimas semanas; los candidatos han dejado a un lado la promesa de impulsar más y mejores propuestas y se han centrado en despellejar al contrincante por cualquier mal paso que dan. Los candidatos y sus equipos deberían estar promoviendo un discurso civil, decente, con soluciones y no agresivo; pero parece que este último es más efectivo.

Lo sentimos en las redes sociales, que han pasado de ser un lugar de distracción e información, a parecerse a campos de batalla virtual donde si no estás conmigo, estás contra mí. Tóxico. Los discursos bajeros de personas reales que se dedican a atacar o difamar, así como las maniobras con “trolles” y “boots”, amenazan a diario la libertad de expresión y no permiten una construcción civil de ideas.

Lo vemos en el tráfico diario, donde la poca cortesía, los pitos sin sentido y las infracciones a las señales de tránsito, son lo más común de la jungla de asfalto. Ya deberíamos dar por sentado el tráfico diario y salir más temprano hacia nuestros destinos, en vez de pretender llegar de manera milagrosa o manejar de forma “ensatanada”.

Lo vivimos con los vecinos, porque no hemos sido capaces de procurar una buena convivencia ni en nuestro entorno básico y respetar los derechos de los demás. Optamos por “sulfurarnos” en vez de buscar soluciones racionales a las discrepancias. Preferimos responder con insultos o golpes a llegar a acuerdos y ser vecinos respetuosos. Así podemos ir ilustrando los distintos niveles de agresión y violencia que tienen herido a nuestro país.

Debemos buscarle un paro a la cultura de la agresión y violencia. Hay que empezar poniendo de nuestra parte y no solo exigir que sea la otra persona la que cambie. Tenemos que dar el ejemplo desde nuestras casas, en la calle y los lugares de trabajo. Seamos reflejo del respeto y la tolerancia que exigimos a los demás. El progreso de una sociedad depende en parte de la educación, respeto, diálogo y tolerancia de cada uno de sus ciudadanos. Seamos el cambio que queremos ver.

La sopa. De Cristian Villalta

22 julio 2018 / La Prensa Gráfica

Las pandillas sofocan cotidianamente a un sensible porcentaje de la población a través de la extorsión, la intimidación, el acoso y el asesinato. En su enfrentamiento con estos grupos y en general con otras expresiones violentas de la marginalidad, la Policía Nacional Civil mutó en una institución conflictiva, con unos reflejos incluso criminales, de tal modo que el Grupo de Reacción Policial, una de sus divisiones élite, debió ser disuelto.

¿Nuestra sociedad está concentrada en otro tema que no sea el de la sistematización de la violencia, el irrespeto a las libertades constitucionales que eso supone y la victimización a dos bandas que sufren nuestros jóvenes? No.

O al menos eso es lo que el observador recoge si conversa con el vecino, con los amigos, los conocidos, los colegas. La conclusión inevitable en la que se aterriza en las sobremesas de todos los hogares es la misma: “estamos jodidos”.

Inexplicablemente, la discusión de aquellos que tendrían que representar a los ciudadanos por comisión (los funcionarios) o por default (los partidos políticos) no toca sino colateralmente la postración en la que nos encontramos a consecuencia de la delincuencia. Tres meses después de los cambios reflejados en el organigrama policial a consecuencia de la derrota electoral, lo único que se pide al Gabinete de Seguridad, y de modo intermitente, es que encuentre a Carla Ayala.

¿En qué pueden estar ocupadas las “mejores mentes” de El Salvador sino en entender el fenómeno de la violencia y encontrarle vías de solución al sangramiento de nuestra próxima generación?

Sí, están ocupadas, pero en la miasma electorera, esa sopa tóxica de descalificaciones y chanchullos que tiene convertida a ARENA en una casa de citas con gobernantas peleadas; al FMLN en un partido bananero, amigo de un dictadorzuelo bananero; y a GANA, PCN, PDC y CD escamoteando las migajas de siempre a partir de una relevancia que no tiene sustento electoral alguno.

¿Quién lidera actualmente en El Salvador, entonces? ¿Quién alienta el debate sobre los problemas acuciantes de nuestra nación? No son la gente de los partidos políticos, eso está claro, blanco de una epidemia de mediocridad de la que ninguno se escapa.

Tampoco el Ejecutivo, que agota los últimos meses de su gobierno en diseñar una Sala de lo Constitucional que no muerda a nadie. Le sobran socios en ese empeño, incluidos algunos diputados de la oposición.

Considerando la historia salvadoreña del siglo pasado, nuestra campeona debería ser una sociedad civil robusta, independiente no solo del Estado, sino de la mediocre sociedad política que padecemos. Pero por proceso histórico, por incompetencia de la izquierda y por la siniestra confabulación Saca-Funes de hace algunos años, construir una instancia que desde el campo de lo público persiga el bien común sin ánimo lucrativo ni político partidario ha sido imposible.

Ese es el vacío que impide en este momento establecer una agenda nacional que no se vea contaminada por las veleidades de la partidocracia o la mezquindad de los grupos económicos dominantes, tradicionales o de nuevo cuño. Sin importar si esas facciones del negocio de la política son formidables propagandistas, egregios seguidores de Goebbels o tiernos retoños de la posmodernidad, en su conjunto son un atentado para el avance de nuestra democracia, a ciencia y paciencia de todos los ciudadanos.

Carta sobre Carla y Karla. De Paolo Luers

Paolo Luers, 17 abril 2018 / MAS! y El Diario de Hoy

Carla y Karla.
Carla Ayala y Karla Turcios.
Una agente policial y una periodista.

Una secuestrada y asesinada por un colega policía del GRP, hace 3 meses y 2 semanas. La otra secuestrada y asesinada por desconocidos, hace 3 días. Un caso de impunidad institucional dentro de la misma corporación policial. No me recuerdo haber escuchado al presidente de la República ordenando al director de la PNC esclarecerlo a la brevedad. El otro, un caso que el presidente inmediatamente ordenó investigar, vía Twitter. No creo que hará alguna diferencia.

Ambos casos no tienen que ver con pandillas. El de Carla con toda seguridad, porque se sabe quien es el policía culpable y quienes son los policías que le facilitaron el secuestro y la fuga. En el caso de Karla, ni siquiera Howard Cotto señala responsabilidad de pandilleros, como siempre hace, aun antes de comenzar la investigación.

Carla y Karla son dos casos emblemáticos. El primero, porque revela el problema de impunidad y encubrimiento dentro de la PNC; el otro, porque se trata de una periodista. Ambos casos demuestran que tenemos problemas que van mucho más allá de las pandillas. Problemas serios, como violencia a manos de policías, violencia machista contra mujeres dentro de la policía, porque el de Carla Ayala no es un caso aislado. Y problemas con violencia social, que posiblemente está detrás de la muerte de Karla Turcios. Ojala que no resulte que también tengamos un problema de violencia contra la libertad de prensa – flagelo muy serio en países vecinos como México y Honduras, que hasta la fecha no hemos observado en El Salvador.

Todos los políticos hablan de la violencia de las pandillas. Es inevitable y necesario, porque afecta diariamente a amplios sectores de la población. Pero aparte de Javier Simán no he escuchado a políticos señalando la violencia policial, tanto dentro de la PNC, como contra personas detenidas y de manera indiscriminada contra los jóvenes que habitan las comunidades con presencia de pandillas.

Me pregunto cuántos asesinatos quedan impunes, porque automáticamente la PNC los pone en la cuenta de las pandillas y no sigue otras pistas de investigación. Lo mismo pasó durante la guerra. Cualquiera podía matar a un vecino o incluso familiar por algún pleito, y el caso fue adjudicado al conflicto armado.

No menciono todo esto para reforzar el falso lugar común que seamos un país que tenga la violencia en su ADN. No es cierto. Tenemos violencia, y nuestras instituciones para investigarla no funcionan. Esto quiero señalar.

Y esto tiene que cambiar. Casos no resueltos como el de la agente Carla no pueden pasar. Y casos como el de Karla no pueden quedar impune, como cientos de otros que simplemente van a archivo como crimen de pandillas, pero sin esclarecer y sin que los autores lleguen a enfrentar la justicia.

La impunidad por falta de capacidad (y a veces, como el caso de Carla, de voluntad) de investigar es una de las deudas de los gobiernos que hemos tenido, y el que elijamos en febrero la tiene que saldar. 

Saludos,

Políticas para Iris. De Cristina López

Cristina López, 16 abril 2018 / El Diario de Hoy

Hay un podcast que se produce con el apoyo de la Radio Pública Nacional estadounidense que se llama Radio Ambulante. Cada episodio sale al aire de manera semanal y dura alrededor de 30 minutos, siempre contando historias desde distintos rincones de América Latina; a veces de la voz de valientes y curiosos periodistas, a veces en primera persona, de la voz de los protagonistas. Es la manera más barata de viajar un ratito por Latinoamérica y empaparse en acentos y colores que la distancia de inmigrante tinta con nostalgia.

Sin embargo, desde que en la introducción dijeron en el más reciente episodio que la historia se situaba en San Salvador, se me revolvió el estómago. Para nada en el estilo de nihilismo tropical de Castellanos Moya, más bien de angustia e impotencia, porque desde afuera, El Salvador y sus historias solo son maras y violencia. A veces por puro amarillismo, otras veces por simple pereza periodística que recurre al estereotipo y al lugar común, pero El Salvador de los medios internacionales es casi siempre unidimensional. Este episodio de Radio Ambulante es, predeciblemente, de las maras, pero solo tangencialmente. La historia de San Salvador que el podcast le contó a los miles y miles de oyentes fue más bien sobre una ciudadana llamada Iris y sobre la vida que lleva a pesar de las maras.

En el episodio, Iris se oye desenvuelta y habla con soltura. Explica de manera simple y accesible el purgatorio en el que viven tantos ciudadanos “neutrales” (por referirme de alguna manera a quienes no pertenecen a las maras) cuyas colonias han sido divididas de manera arbitraria por dos pandillas rivales. Contando su historia, Iris explica que en nuestra capital, volver a casa cada día después de la jornada laboral es “un logro”. Iris comparte con la audiencia internacional una anécdota en la que, dentro de una coaster, fue la lluvia la que la salvó de que una “jaina ” (o una mujer relacionada con un Madero) se bajara con ella luego de amedrentarla y amenazarla de que debía cambiarse el tinte de pelo o sufrir las consecuencias a manos de la pandilla ofendida por cualquiera de las maneras en las que interpretaron su tinte capilar. Al finalizar su historia, Iris suspira aliviada considerándose afortunada y bendecida de que salió del incidente viva y sin heridas.

El episodio conmueve porque Iris somos todos. Les separa a algunos la suerte de no tener que moverse en coaster. A otros de vivir en colonias donde el monopolio de la fuerza sigue coherente con el Estado de Derecho en una república y solo lo ejercen las autoridades legales, no las paralegales. A otros, la migración, voluntaria o forzada. Pero eso es pura suerte, porque en nuestro país hay cientos de miles de Iris. Una cifra demasiado importante como para no ser el tema prioritario en la agenda de nuestros políticos.

Estamos a un año de elegir una nueva administración. Están aún frescos los resultados de las elecciones legislativas y municipales. Una generación entera, la generación posguerra, ha crecido como Iris, sabiendo qué hay cosas que no se tienen (como la libertad de pintarse el pelo del color que le de la gana sin que signifique una señal que ofenderá a la mara que ejerce el poder en la zona), pero que por lo menos se vive. Que volver a casa enteros después de trabajar todo el día sea un logro, no debería depender de la suerte o el privilegio con el que se nace, sino de una serie de políticas públicas de largo plazo, pensadas y ejecutadas pensando en las Iris y no en victorias electorales.

@crislopezg