Todos estamos contentos con la salida del FMLN del poder. Pasaron los peligros de un gobierno que apostaba más al crecimiento del Estado que al crecimiento productivo.
Entiendo que ustedes celebran que ya no tendrán un gobierno hostil a la empresa privada, amenazándola con impuestos y multas, acosándola con impuestos y regulaciones.
Parece que vienen mejores tiempos para los negocios. ¿Pero qué tiemposvienen para la democracia?
¿En serio piensan que se han desvanecido los riesgos para las libertades, para la institucionalidad republicana, para la independencia de los poderes del Estado, para el funcionamiento adecuado de los contrapesos al poder?
El FMLN, luego de 10 años en el poder ejecutivo, entregó el poder sin reparos, y un país con muchas deficiencias en los servicios públicos de salud, educación y seguridad, pero con independencia de poderes, con libertad sindical y empresarial, con respeto a la libertad de prensa, con más transparencia y más juicios contra la corrupción que cuando llegó al gobierno. Y esto no es debido a la vocación democrática del FMLN, sino a una ciudadanía, un empresariado y unos medios de comunicación que estaban conscientes de los riesgos y vigilantes de la institucionalidad. Y el FMLN lo aceptó. Ha gobernado mal, con impacto negativo sobre la seguridad ciudadana y la economía, pero no ha hecho transitar al país al autoritarismo.
Quien piensa que hoy, solo porque el FMLN está derrotado, ya no necesitamos que la ciudadanía, los sectores productivos y los medios mantengan esta vigilancia, está muy equivocado.
Acordémonos de Nicaragua…
Daniel Ortega dijo a los empresarios nicaragüenses: No tengo ningún problema que sigan haciendo negocios. Concéntrense en hacer plata y tendrán mi apoyo. Sólo les voy a exigir una cosa: Dejen de meterse en política. Vamos a estar bien todos…
Todos sabemos qué pasó: Los empresarios nicaragüenses hicieron plata, el país creció más que el resto de Centroamérica – y dejaron la política a Ortega. Primero la política partidaria, dejaron sola la oposición. Pero no solo esto: No dijeron nada cuando Ortega violó la Constitución tomando control de la corte, del tribunal electoral, de la fiscalía. No se metieron en política cuando Ortega hizo legal su reelección. Tampoco cuando impuso control partidario sobre el ejército y la policía. Ya cuando despertaron en un país sin democracia, sin partidos de oposición, sin libertad de prensa, el país entró en una crisis social y política que hizo daño a ambos: al régimen político de Ortega y al crecimiento económica y las ganancias de la empresa privada.
Aquí en El Salvador se rumora de reuniones donde a los empresarios
están tratando de vender uno pacto parecido: Ustedes harán buenos
negocios, porque nosotros derrotamos al FMLN y sus políticas anti
empresa privada. Harán buena plata, porque nosotros los vamos a apoyar –
pero con una condición: Dejen de meterse en política. No rescaten ni
armen partidos de oposición. Dejen que ARENA se muera o que nosotros
recojamos sus restos. Confíennos, somos pro empresa, somos quienes
derrotamos al enemigo común, el FMLN, la izquierda – cosa que ARENA no
era capaz de hacer…
De alguna manera se entiende que esto de ‘dejar la política al presidente’ incluye dejar pasar transformaciones en la relación entre el ejecutivo, la asamblea y el poder judicial. Aunque de esto mejor no se habla…
Algunos temen que incluye dejar pasar limitaciones a las
libertades de prensa y sindicales. Y algunos tienen toda la buena
intención de inmediatamente actuar cuando se atente contra la
constitucionalidad y las libertades. La pregunta es: Una vez que
funciona el pacto y da buenos resultados económicos, ¿habrá voluntad y
capacidad de actuar?
Camino a mi trabajo, paso por Metrocentro y la gasolinera en la que
antes, a veces, me detenía para comprar algún café, está cercada por una
cinta amarilla. La cerraron. Se la quitaron a su dueño. Es día de
negociación y no está el canal 100 por ciento Noticias trasmitiendo lo
que ocurre. Ahí estaría Lucía Pineda, posiblemente en el terreno,
micrófono en mano, y tal vez Miguel Mora, desde el estudio haciendo un
análisis con un panel. Pero no están. Su canal está tomado. Mientras
Nicaragua está pendiente de lo que suceda este día en que se juega su
suerte, el canal desde el que transmitía 100 por ciento Noticias, pasa
un documental extranjero sobre implantes molares. Miguel y Lucia esta
presos. Aislados.
Don Alex
Una de las primeras imágenes del día es la de don Alex Vanegas, el
maratonista azul y blanco. Incansable. Asoma su cara por una ventanilla
del microbús que lo llega a entregar a su casa. Don Alex no para. Agita
una calzoneta azul y blanco. Brinca y reclama. “Yo estaba en “Jelepate
City”, dice burlesco y se quita la camisa para mostrar su espalda
picoteada por los bichos de la cárcel. Los guardias que lo custodian no
hallan qué hacer con él. Quieren que se calle, que entre a la casa y se
esconda de los periodistas. Pero don Alex es indomable. “No sean cara de
barro”, reclama. “Dicen que estoy libre pero no me dejan”. Cuánta
admiración y respeto despierta este señor que encarna lo mejor del
espíritu nicaragüense.
Mesa redonda
Mientras eso pasa, en el INCAE arrancan las negociaciones. Las
primeras fotografías llaman la atención por dos cosas, principalmente:
uno, la ausencia total de mujeres en la mesa redonda, y dos, que la
composición de la delegación gubernamental parece decir “estamos aquí
para no ir a ningún lado”. Daniel Ortega se tomó todo su tiempo. Esperó
que el agua le llegara al cuello para sentarse a negociar y su apuesta
es simular que negocia sin soltar nada. Pone negociadores sin capacidad
de negociar. Quiere ganar tiempo mientras se calman las amenazas que lo
acechan y lo acorralan.
Secuestro
Más que una negociación política parece la negociación de un
secuestro. Es como si alguien de afuera pide desde un megáfono que
libere a algunos de los rehenes en un gesto de buena voluntad para que
puedan negociar. Libera cien. Pero se deja 600. No quiere soltar sus
fichas de un solo. Arrinconado piensa que si cede, se juega la vida o su
libertad. Y está dispuesto a escapar así, con la pistola en la sien de
sus rehenes, y, si se puede, llevándose el botín robado.
Castillo de naipes
En las redes sociales, los simpatizantes del régimen lucen
desconcertados. Están los que ven esta negociación como una victoria de
su comandante, otros que no lo entienden, siempre les dijeron que los
presos eran los peores terroristas de mundo y lo están liberando. Unos
más piden que confíen en sus dirigentes, que ellos saben lo que hacen,
que como siempre “esperen las orientaciones”. Y, por supuesto, están los
que temen que esto pueda ser el principio del fin, y que a la hora que
el castillo de naipes se venga abajo nadie esté para darles la
protección prometida.
Fichas de negociación
Lo presos siguen llegando a sus casas. Prefirieron ir a dejarlos casa
por casa para evitar la celebración de todos juntos. No son libres, les
aclaran. Ortega no quiere soltar la cuerda. Entre los liberados, sin
embargo, faltan Miguel, Lucía, Edwin, Medardo, Pedro, Irlanda, Amaya y
600 más. Personas, la mayoría muchachos e incluso niños, que solo
buscaban una mejor Nicaragua para todos y están ahí, presos, algunos en
mazmorras inhumanas, porque el dictador necesitaba fichas para canjear
cuando llegara el momento de una negociación.
Expectativas
En la redacción de LA PRENSA hay agitación. Una colega me pregunta
qué pienso de esta negociación. Lamentablemente, le digo, no pongo
muchas esperanzas. Ortega busca tiempo, legitimidad, impunidad y dinero.
Del otro lado el gran propósito madre debería ser elecciones libres y
anticipadas que permitan reconstruir Nicaragua, con justicia y libertad,
o que Ortega demuestre en ellas que la mayoría de los ciudadanos quiere
una dictadura como la suya. Los dos propósitos, por ahora, lucen
irreconciliables. Pero la historia nos dice que, en asuntos de
negociaciones, una vez que comienzan pueden terminar con la triste
gloria de un cachinflín o convertirse en la explosión nuclear que lo
cambie todo. Démosle el voto de confianza y estemos atentos.
Fue emocionante el momento cuando al ser sacados de la cárcel para llevarlos a sus hogares, los presos políticos manifestaron su pesar porque la mayor parte de sus compañeras y compañeros quedaban dentro de las prisiones.
Este miércoles 27 de febrero, antes de que comenzara el diálogo y
negociación de la Alianza Cívica con el régimen de Daniel Ortega, varias
decenas de presos políticos salieron del presidio. Salieron de la
cárcel pero aún no están en libertad.
Sin embargo, fue emocionante el momento cuando al ser sacados de la
cárcel para llevarlos a sus hogares, los presos políticos manifestaron
su pesar porque la mayor parte de sus compañeras y compañeros quedaban
dentro de las prisiones, soportando el inhumano trato carcelario de sus
guardianes verdugos.
También fue emotivo escucharlos cantar el Himno Nacional, demostrando
de manera clara y contundente su firmeza de carácter y su decisión
política de seguir luchando contra la dictadura, como lo hacían dentro
de la cárcel que convirtieron en otra barricada de lucha por la
libertad, la justicia y la democracia.
Como era de esperarse, la salida del grupo de presos políticos de la
cárcel pero no libres sino para pasar al régimen de prisión domiciliar,
provocó múltiples reacciones. Sobre todo la de que casa por cárcel no es
libertad y que todos los presos políticos deben ser realmente
liberados.
Pero no se puede menospreciar la alegría de los familiares de estos
presos que han pasado al régimen penitenciario de casa por cárcel, sobre
todo de sus madres y padres que han sufrido mucho y por lo menos ahora
tienen a sus hijos en el calor del hogar, no en las celdas inmundas.
Además este podría ser el primer paso para conseguir la libertad
plena de todos los presos políticos, los que han sido detenidos y
judicializados de manera ilegal, sin respetar el debido proceso, por
insana venganza de una dictadura que no perdona a quienes se han
rebelado por necesidad de justicia y democracia.
La Alianza Cívica ha asegurado que la libertad plena e incondicional
de todos los presos políticos es una demanda primordial en la
negociación con el régimen orteguista. Así tiene que ser, no solo por
deber humanitario sino también como condición indispensable para que
pueda haber un acuerdo digno que abra el camino a la recuperación de la
democracia.
Los organismos internacionales de derechos humanos han concluido
después de exhaustivas investigaciones, que los encarcelamientos,
juicios y condenas a los presos políticos de la dictadura de Daniel
Ortega han sido y son contrarios a derecho y deben ser anulados.
Por su parte el exmagistrado sandinista de la Corte Suprema de
Justicia, Rafael Solís Cerda, al renunciar a su poderoso cargo estatal y
a su militancia en el partido FSLN, admitió que el poder judicial ha
sido utilizado por Daniel Ortega y Rosario Murillo para inventar contra
los presos políticos “una serie de acusaciones absurdas sobre delitos
que nunca se cometieron”.
Ante confesión de parte no hacen falta pruebas, dicen los abogados.
La confesión de Solís confirma que todos los presos políticos deben ser
puestos incondicionalmente en libertad y este tendría que ser el primer
acuerdo en la negociación de la Alianza Cívica con la dictadura.
En julio de 1968 terminaba mi bachillerato en un colegio católico con un profesor que fue soldado del dictador Francisco Franco. Los alumnos tuvimos que ir a recibir a Lyndon Johnson, presidente de Estados Unidos, que visitaba el país. Fue la primera vez que escuché gritar “yankee go home”
a unos estudiantes universitarios. La guerra de Vietnam estaba en su
peor momento, la Revolución Cubana tenía solo nueve años, los militares
con apoyo norteamericano gobernaban mi país y casi todo el continente.
Quienes luchaban contra el colonialismo demandaban la no intervención y
la autodeterminación de los pueblos.
Medio siglo después todo cambió, terminaron los dictadores de derecha,
las utopías comunistas se derrumbaron, las elecciones derrotaron a la
lucha armada y ahora, al ver lo que está pasando en Venezuela y Nicaragua, la maldad parece haber cambiado de bando ideológico.
A
partir del año 2000, en Latinoamérica cayeron gobiernos en Perú,
Argentina, Bolivia, Ecuador, Honduras, Paraguay, Brasil y Guatemala.
Estos se derrumbaron con presión cívica moderada, escasa presión
internacional, sin presos, sin exiliados y con poca violencia; lo más
grave fueron 50 muertos en Bolivia. En todos estos casos las
instituciones jugaron algún un papel en las crisis, incluso en Honduras el golpe militar
fue ordenado por el Congreso, finalmente las elecciones permitieron
preservar la democracia. El juicio sobre lo justo o injusto de estos
hechos es un amplio debate, pero comparado con lo que ocurría en el
siglo XX, objetivamente parecía que, con imperfecciones, estábamos en
otra edad cívica.
Los casos de Venezuela y Nicaragua han roto las reglas del juego establecidas en el año 2000, cuando se firmó la Carta Democrática en Lima. Maduro y Ortega
acumulan más de 700 muertos, 800 presos políticos, miles de exiliados y
utilizan sistemáticamente la tortura. Los refugiados venezolanos suman
millones y los nicaragüenses van en ascenso.
Ambos han reprimido brutalmente las protestas cívicas más grandes y
prolongadas de la historia latinoamericana y ambos están resistiendo un
aislamiento y sanciones
internacionales sin precedentes en nuestro continente. La comunidad
internacional y los propios venezolanos vienen haciendo previsiones a
partir de las premisas establecidas en el 2000 y piensan que en algún
momento Maduro y Ortega negociarán su salida. Sin embargo, si esto fuera
correcto, ya deberían haberse derrumbado. ¿Por qué esto no ha ocurrido?
La respuesta es que el obstáculo no está Venezuela o Nicaragua, sino en
Cuba.
El colonialismo básicamente consiste en control político, militar y
cultural, gobierno títere y una economía extractiva. Los británicos
dominaron durante casi un siglo con unos miles de ingleses a India, que
tenía 300 millones de habitantes y más de tres millones de kilómetros
cuadrados. Fidel Castro, instrumentando a Chávez, logró conquistar Venezuela.
Definió el modelo de gobierno; alineó al país ideológicamente con el
socialismo del siglo XXI; reorganizó, entrenó y definió la doctrina de
las Fuerzas Armadas; asumió el control de los organismos de inteligencia
y seguridad; envió cientos de miles de militares, maestros y médicos
para consolidar su dominio político; estableció la Alianza Bolivariana
de los pueblos de América (ALBA) para la defensa geopolítica de su
colonia; escogió a Maduro como el títere sucesor de Chávez y estableció
una economía extractiva que le permitía obtener hasta 100.000 barriles
de petróleo al día para sostener su régimen. En los últimos 15 años Cuba
ha recibido más de 35.000 millones de dólares. En la actualidad Maduro
entrega el 80% del petróleo destinado a la cooperación a Cuba y el 15% a
Nicaragua. Cualquier necesidad del régimen cubano tiene prioridad sobre
la emergencia humanitaria que padecen los venezolanos.
En Venezuela se juega la vida la religión revolucionaria izquierdista
que tiene a Cuba como su Vaticano. La transición de Cuba a la
democracia y a la economía de mercado es para Latinoamérica un cambio
gigantesco, comparable con lo que representó la caída del muro de Berlín
para Europa. Cuando el derrumbe de la Unión Soviética era evidentemente ineludible, la aspiración de sus envejecidos dirigentes era morir en la cama, tal como lo logró Fidel Castro
en Cuba. Los intereses políticos, económicos, ideológicos y sobre todo
personales de miles de dirigentes y burócratas cubanos son el obstáculo
principal en esta crisis. Esto explica la feroz resistencia y elevada
disposición a matar y torturar de Ortega y Maduro. El régimen cubano ha
optado porque Venezuela y Nicaragua se destruyan en una inútil
estrategia de contención para evitar su propio inevitable final. Cuba
lleva veinte años resistiéndose a una transición mientras sus ciudadanos
sufren hambre y miseria. No hay una emigración visible como la
venezolana porque es una isla, pero la matanza más brutal del castrismo
son los más cien mil cubanos devorados por los tiburones intentando
cruzar el estrecho de la Florida desde que los Castro tomaron el poder.
Cuba, el país que se consideraba líder en la lucha contra el
colonialismo, acabó convertido en colonizador. Sus lideres están
arrastrando a toda la izquierda a un precipicio moral que podría dejar
una larga hegemonía conservadora. Salvar al inservible e insalvable
fracasado modelo cubano implica ahora defender matanzas, torturas y una
corrupción descomunal. No hace sentido defender a Maduro por una
intervención hipotética de Estados Unidos cuando Venezuela es un país
intervenido por Cuba. Le guste o no a la “izquierda” en Venezuela, hay
una lucha de liberación nacional y el dilema no es escoger entre Nicolás
Maduro o Donald Trump, sino entre dictadura o democracia. Frente a esta realidad, no alinearse con la democracia es alinearse con la dictadura.
Es imposible prever si puede o no haber una intervención militar
en Venezuela. Estados Unidos hará sus propios cálculos frente a la
absurda resistencia de Maduro. Es comprensible el rechazo reactivo a una
intervención, pero más allá de los deseos, lo principal es considerar
pragmáticamente lo que puede pasar si ocurriera. En Venezuela nunca hubo
una revolución de verdad, al chavismo no lo cohesionaba la mística
revolucionaria, sino el clientelismo y la ambición monetaria. Venezuela
no puede convertirse en un Vietnam y tampoco puede haber una guerra
civil. Los venezolanos han rechazado persistentemente a la violencia
desde Chávez, que se rindió dos veces, hasta la oposición que se ha
resistido durante 18 años a tomar las armas.
Dada la extrema impopularidad de Maduro, la profunda división en las
fuerzas armadas y unas milicias decorativas a las que los militares no
se atreven armar de forma permanente; el escenario más probable frente
una intervención sería el de Panamá en 1989
o el de Serbia en 1999, pero con tecnología 20 años más avanzada. En
Panamá quedaron abandonados miles de fusiles nuevos destinados a
milicianos que nunca existieron. En Venezuela llevan años hablando de
una fábrica de fusiles que seguramente nunca ha existido porque alguien
se robó el dinero. En conclusión una intervención sería contundente,
rápida, exitosa y ampliamente celebrada por millones de venezolanos y
latinoamericanos. Decir esto no es apoyar una salida militar, sino
prever una realidad política. Por lo tanto, si se quiere evitar una
intervención y resolver la crisis políticamente, lo correcto no es
enfrentar a Trump, sino exigir que Cuba saque sus manos de Venezuela.
Hay que defender los últimos espacios de libertad de prensa, que es la primera de las libertades, y libertad de expresión, amenazadas por la dictadura.
Desde que se desató esta nueva escalada de represión contra la prensa independiente, he
mantenido nuestro compromiso de seguir haciendo periodismo para
mantener vivos estos últimos espacios de libertad y pensamiento crítico
bajo la dictadura. Y a pesar del robo masivo de nuestros
equipos y la persecución contra nuestros periodistas, no hemos dejado
transmitir una sola edición de Esta Semana en televisión, y hemos mantenido en línea el sitio web de CONFIDENCIAL
y la revista impresa semanal, con las noticias, el análisis, y la
opinión sobre la crisis nacional, como un testimonio de ese compromiso
sagrado con la libertad de prensa y la libertad de expresión.
Hemos recurrido a todos los mecanismos legales
para hacer valer nuestro reclamo de justicia: al derecho de petición e
información ante la Policía, donde nos respondieron con la agresión
física; a la denuncia de robo ante el Ministerio Público para que
investiguen un acto delincuencial ejecutado por la misma Policía; y al
recurso de amparo contemplado en la Constitución, ante la Corte Suprema
de Justicia, para que ordene el cese de la ocupación de nuestra
redacción y la devolución de lo robado. Sin embargo, no solamente no ha
habido una respuesta correctiva de parte de las autoridades, o incluso
algún intento por explicar o justificar esta toma manu militari, sino que por el contrario, más bien se han agravado las amenazas que apuntan hacia la criminalización de mi labor profesional.
Ante estas amenazas extremas, me
he visto obligado a adoptar la dolorosa decisión de salir al exilio
para resguardar mi integridad física y mi libertad, y sobre todo para
poder seguir ejerciendo el periodismo independiente desde Costa Rica, donde me encuentro en este momento.
Agradezco
a las autoridades costarricenses y al Gobierno del presidente Carlos
Alvarado por la acogida que nos han brindado a mi esposa y a mi persona,
igual que a decenas de miles de nicaraguenses que llegamos a esta
nación, cobijada por una arraigada tradición de libertad y valores
democráticos, para seguir luchando por la verdad, la justicia y la
libertad de Nicaragua.
Desde Costa Rica, continuaré ejerciendo mi labor como periodista en CONFIDENCIAL, Esta Semana y Esta Noche,
investigando y denunciando los crímenes, la corrupción y la impunidad, y
documentando la crisis terminal de esta dictadura. Tengo la convicción
de que vienen días mejores para Nicaragua, y es imperativo mantener
abiertos todos los espacios de libertad de expresión, para seguir
construyendo la esperanza de una nueva República, como la soñó mi padre,
Pedro Joaquín Chamorro. Una república democrática con justicia social,
basada en profundas reformas institucionales, que esta vez hagan
irreversible la garantía de que nunca más se impondrá una dictadura. Una
democracia sin apellidos, para acabar desde la raíz con el germen de la
dictadura, el caudillismo, y el autoritarismo.
Por ello convocamos a todas las fuerzas vivas del país a defender la libertad de prensa, como la primera todas las libertades.
Demandamos la libertad de los colegas Miguel Mora y Lucía Pineda Ubau, y
la liberación de todos los presos políticos. Y demandamos también el
cese de la persecución contra la prensa independiente, contra mis
compañeros de CONFIDENCIAL, Esta Semana y Esta Noche, y contra los medios y periodistas de 100% Noticias, Canal 12, Canal 10, La Prensa, El Nuevo Diario, Diario Hoy, Radio Corporación, Articulo 66, Nicaragua Investiga, Boletín Ecológico, Radio Universidad, Radio Darío,
las emisoras y canales locales de cable de los departamentos del país, y
más de 50 periodistas que se encuentran en el exilio.
Llamamos a los ciudadanos a seguir rechazando la censura y la autocensura a través de las redes sociales, y a los empresarios, pequeños, medianos y grandes, a apoyar a la prensa independiente, que en los momentos más crudos de la persecución, sigue escribiendo las páginas mas hermosas del periodismo nacional.
Como
consecuencia del asalto a nuestra redacción, el robo masivo de nuestros
equipos y la persecución contra nuestros periodistas, estamos obligados a reorganizar nuestro trabajo en el área audiovisual, de manera que a partir de la próxima semana reduciremos la edición diaria de Esta Noche a una edición semanal de sesenta minutos los días miércoles, y continuaremos como siempre con la edición de Esta Semana los domingos a las 8:00 de la noche. Mientras tanto, seguiremos editando la revista semanal, y la información diaria y el análisis de actualidad en nuestro sitio web confidencial.com.ni, en la revista niu.com.ni y en el canal de video en Youtube Confidencial Nica.
Muchas gracias a toda nuestra audiencia, por su confianza en nuestra labor profesional y por su solidaridad.
Temblad, temblad, tiranos, en vuestras reales sillas, ni piedra sobre piedra de todas las Bastillas mañana quedará. Tu hoguera en todas partes, ¡oh, Democracia! inflamas, tus anchos pabellones son nuestras oriflamas y al viento flotan ya. Rubén Darío
Una y otra vez los nicaragüenses hemos buscado luchar contra la tiranía.
Hay
quienes atribuyen este espíritu combativo y libertario a héroes
guerreros, como el general Augusto César Sandino, padre del sandinismo y
el líder que combatió a la ocupación estadounidense y fue asesinado
poco después por Anastasio Somoza García, quien impondría una dinastía
dictatorial por más de cuarenta años. Sin embargo, el mayor héroe que ha
tenido Nicaragua fue alguien que jamás disparó un arma y nos llenó de
sueños la cabeza. Se trata de un poeta, un gran poeta: Rubén Darío.
Curioso que la fecha de su natalicio, 18 de enero, coincida con la fecha en que se cumplen nueve meses del inicio de las protestas en Nicaragua,
el 18 de abril de 2018. Esta coincidencia es una casualidad, pero la
menciono porque intento conjurar la figura de Darío y su legado como un
componente esencial del ser nicaragüense y del poético espíritu
aguerrido de nuestra rebelde idiosincrasia.
Desde su muerte en 1916, Rubén Darío se convirtió en lo que un poeta de la generación de los sesenta llamó “paisano inevitable”.
Y es que, en un país de héroes controvertidos, amados por unos y
despreciados por otros —a Sandino, Somoza lo llamaba “bandolero”— Darío
era una figura de enorme prestigio y fama en Hispanoamérica. Así que no
hubo gobernante nicaragüense que no se preocupara por enaltecerlo, por
convertirlo en símbolo e ícono de la cultura nacional.
Durante
el largo periodo de la dictadura de los Somoza, de 1936 a 1979, el
régimen destacó el lado europeo del poeta, lo presentó vestido de toga
romana con corona de laureles en la cabeza, rodeado de cisnes y ninfas.
Cada año se le conmemoraba eligiendo a una mujer bella, una “Musa
Dariana”, en medio de una ceremonia donde abundaban liras de papel
dorado, cubiertas de flores y donde se declamaban con gestos exagerados y
melodrama los poemas más fantasiosos del poeta. Uno, por ejemplo,
“Margarita está linda la mar” está dedicado por Darío a la cuñada de
Somoza García —y no por esto es menos bello e imaginativo— y los
nicaragüenses nos lo aprendíamos de memoria en el colegio. Para decirlo,
repetíamos los ademanes cursis de los recitadores que veíamos en estas
atroces ceremonias.
Pero
estas faustas y fatuas festividades no lograron ocultar la calidad de
su obra, ni apagar la veneración por su palabra. Quienquiera que se
acercara a la fantasía de su poesía terminaba descubriendo la fuerza de
sus escritos cargados de orgullo por el pasado indígena de las Américas,
su rechazo a la injerencia imperial de Estados Unidos en su época y su
condena a la explotación de muchos y el enriquecimiento de pocos. En los
años de la Revolución sandinista este fue el Darío que sustituyó al de
los faunos y las ninfas.
Nicaragua
no tuvo más héroe que Darío hasta que al inicio de la Revolución, en la
década de los sesenta, Carlos Fonseca, fundador del Frente Sandinista
de Liberación Nacional (FSLN), sacó a Sandino de la oscuridad de la
historia. De allí que en el país no solo haya más poetas por metro
cuadrado que en ningún otro país latinoamericano, sino que el
romanticismo del sentimiento poético se haya transferido a la lucha
política, dándole el carácter épico y original que sedujo a la opinión
mundial y a la solidaridad internacional.
La
frase de Darío “si la Patria es pequeña, uno grande la sueña” está en
el corazón de nuestras rebeliones. Esa aspiración animó nuestra
resistencia a aceptar la pequeñez y mezquindad de la dictadura
somocista. Es la misma que ahora ha sublevado a la población a
levantarse para impedir una nueva dictadura que Daniel Ortega ha venido
imponiendo desde su retorno al poder en 2007 y que irónicamente ha hecho
palidecer a la de los Somoza, a quienes derrocó en 1979.
Es
el espíritu de la poesía el que se manifiesta en el arrojo desafiante
de este pequeño país que otra vez, ahora desarmado y enfrentando
cívicamente la represión desmedida del gobierno, emociona y conmociona a
la comunidad internacional con su decisión de no ceder en su largamente
negada demanda de libertad y democracia.
En menos de un año, Nicaragua ha sufrido la pérdida de más de 325 de sus ciudadanos, más de quinientos han sido encarcelados y juzgados como terroristas, sus medios independientes
han sido clausurados, confiscados y puestos bajo asedio, las
manifestaciones han sido prohibidas y el país ha sido militarizado.
El
pueblo de Rubén Darío se enfrenta otra vez a la adversidad. Nicaragua
se enfrenta ahora a un exrevolucionario devenido en tirano y a su esposa
y vicepresidenta, Rosario Murillo, quien se llama igual que la
influencia más negativa que persiguió al poeta hasta el fin de sus días:
la de su segunda esposa, también Rosario Murillo, con quien lo casaron a la fuerza. Así de irónica puede ser la poesía de la historia.
A
152 años de su nacimiento, los versos del poeta que les dijo a los
líderes autoritarios: “Temblad, temblad, tiranos, en vuestras reales
sillas”, y pidió con fervor la “hoguera” de la democracia nos acompañan
en la lucha por nuestro país.
CIUDAD
DE MÉXICO — En su mensaje navideño de este año, el papa Francisco
mencionó dos casos particularmente trágicos de nuestro continente:
Nicaragua y Venezuela. Se refirió a ellos con sorprendente serenidad,
evitando mojarse en la violencia que sacude a ambos países. Empuñó una
retórica tan predecible como anodina, invocando un saludo que igual
habría podido aparecer impreso en cualquier tarjeta navideña comercial:
unión, paz, blablablá.
Desde la Plaza de San Pedro, el pontífice deseó
“que este tiempo de bendición le permita a Venezuela encontrar de nuevo
la concordia y que todos los miembros de la sociedad trabajen
fraternalmente por el desarrollo del país, ayudando a los sectores más
débiles de la población”. Al referirse al país centroamericano, decidió
usar la imagen del pesebre y anheló que “delante del Niño Jesús, los
habitantes de la querida Nicaragua se redescubran hermanos, para que no
prevalezcan las divisiones y las discordias, sino que todos se esfuercen
por favorecer la reconciliación y por construir juntos el futuro del
país”.
Las
reacciones no tardaron en aparecer. Las redes sociales se incendiaron
rápidamente. No es fácil ser papa en tiempos de Twitter. Cuando
Bergoglio dice “pío” replican millones de trinos en todos los cielos
digitales del planeta. La revolución tecnológica y el flujo
comunicacional también han democratizado la opinión pública y el debate
religioso. ¿Qué intereses se esconden detrás de las palabras o del
silencio del Vaticano frente a ciertos temas? ¿Por qué su mensaje es tan
distinto al mensaje de los obispos perseguidos o acosados en Nicaragua o en Venezuela? ¿A quién deben escuchar los católicos? ¿En cual de estas dos Iglesias deben creer?
Hay
quienes, desde un extremismo un tanto delirante, piensan que el papa
Francisco es una ficha del comunismo internacional. Del otro lado, hay
quienes lo justifican y apelan a su condición de jefe de Estado, a su
rol diplomático en los conflictos internacionales. Ambos argumentos
suponen que el rebaño es una masa devota y desinformada.
Analizado
desde cualquier ángulo, el mensaje de Francisco habría podido funcionar
de la misma forma y con puntual exactitud para referirse a cualquier
otro país. A México, a Brasil, a Colombia, a Guatemala… Cualquier nación
del continente cabe en los buenos deseos del Padre de la Iglesia. Y
quizás ahí reside, justamente, una parte del problema. Porque Nicaragua y
Venezuela padecen tragedias singulares, con gobiernos que han reprimido
de manera abierta y salvaje a los ciudadanos que protestan y luchan por
sus derechos. No se pueden generalizar los buenos deseos frente a
países donde se asesina, se encarcela y se tortura a personas inocentes.
En
ambos países, además, la jerarquía de la Iglesia católica se ha visto
enfrentada, en algunos casos de manera directa y violenta con el
gobierno y con los militares. El argumento de que ellos también son el
Vaticano, de que ellos también son el papa, es tentador y atractivo,
quizás funciona de cara a la institución pero es muy frágil de cara a
las víctimas, a esa comunidad que supuestamente también es la Iglesia.
El mismo problema ha enfrentado Bergoglio con el tema de la pederastia. Cuando, este mes, un tribunal en Melbourne condena al cardenal George Pell
por abuso sexual en contra de dos menores, de alguna manera establece
también una línea de denuncia y de reclamo con el Vaticano y con el
papa, quien aun a sabiendas de las acusaciones y del proceso judicial
contra el cardenal australiano, lo nombró como miembro de su entorno
cercano, en uno de los cargos más importantes de la curia romana. Está
bien que el papa luego asegure que la Iglesia católica “nunca más encubrirá o subestimará” sus crímenes, sin embargo, el silencio anterior deja un vacío, una aterradora sensación de complicidad.
La
noticia de un papa latinoamericano creó muchas expectativas. Cuando el
humo blanco fue argentino, se produjo de manera instantánea una
sensación de cambio. Era lo que necesitaba una institución asfixiada por
su propio agotamiento, tanto en los argumentos como en las ceremonias;
perseguida por las denuncias cada vez mayores y estridentes en contra de
algunos de sus sacerdotes.
La
llegada de Bergoglio al Vaticano casi parecía una perfecta operación de
mercadotecnia. Proviene además del lugar del mundo donde el catolicismo
tiene más audiencia pero también cada vez mayor competencia. El avance de las iglesias evangélicas
en el continente es sin duda una amenaza para el Vaticano. Desde esta
perspectiva, tratar de ignorar realidad, es un gran error. O un pecado,
podría decir también un creyente.
Fue justamente Rosario Murillo una de las primeras en darle las gracias
al papa Francisco por su mensaje navideño. Y el Vaticano se merece el
espanto de ese agradecimiento. Porque eligió no ver y no decir. Porque,
“delante del Niño Jesús”, el gobierno de Daniel Ortega detiene a
periodistas y confisca medios de comunicación. Porque “los habitantes de la querida Nicaragua” huyen ahora de la represión oficial que ha dejado un saldo de 325 muertos y más de 400 detenidos
y enjuiciados. Lo mismo pasa en el caso de Venezuela. Hablar de
“concordia” o de “desarrollo” no solo es frívolo sino también cruel.
Aunque el Vaticano decida no ver las noticias o no leer los informes de
la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), los refugiados siguen ahí. La fe no los desaparece.
El 5 de julio de este año, el papa Francisco escribió en su cuenta de Twitter:
“¿Sabemos hacer silencio en el corazón para escuchar la voz de Dios?”.
La promesa de cambio del catolicismo tal vez no tiene que venir desde
arriba, desde la jerarquía. Puede surgir de las bases, del rebaño.
Quizás es hora de que los católicos de América Latina emplacen a su
pastor. Que le exijan que vea y que pronuncie lo que está pasando. Que
se ponga del lado de las víctimas y no de los poderosos. Que le pidan
que trate de escuchar la voz de Dios en estas tierras.
Frente a la resistencia ciudadana en Nicaragua, el régimen ha
insistido en crear una verdad alternativa paralela a la de los hechos
reales: la invención de un golpe de Estado organizado por terroristas de
profesión que actúan “movidos por el odio”. Esa es la historia que
repiten los medios fieles al Gobierno, y que los fiscales y jueces
utilizan para acusar y procesar a los ciudadanos. Cerca de 600
“golpistas” están en las cárceles.
El demoledor informe presentado por el Grupo Interdisciplinario de
Expertos Independientes (GIEI) viene a desmentir de manera rotunda esta
verdad alternativa, al concluir que no existe ninguna evidencia que
sustente el golpe de Estado.
Por el contrario, “para el GIEI, el Estado de Nicaragua ha
llevado a cabo conductas que de acuerdo con el derecho internacional
deben considerarse crímenes de lesa humanidad, particularmente
asesinatos, privación arbitraria de la libertad y el crimen de
persecución”.
La insistente propaganda alrededor del golpe de Estado no va dirigida
a la ciudadanía en general, sino a la clientela partidaria que rodea a
la pareja presidencial, a fin de crear justificaciones y motivos
“legítimos” a la represión que el informe desnuda y condena.
El Grupo de Expertos de la OEA desmonta claramente la falacia. A
partir del 18 de abril de este año lo que se creó en Nicaragua fue un
movimiento espontáneo, que creció y se multiplicó sin la dirección de
nadie en particular, menos que tuviera una línea estratégica
conspirativa.
«A partir de abril de este año lo que se creó fue un movimiento espontáneo, que creció y se multiplicó sin la dirección de nadie en particular»
Los golpes de Estado no se urden en las calles, entre estudiantes y
pobladores de barrios, sino en la sombra; se preparan en los cuarteles, y
se planean en secreto. No los ejecuta tampoco gente desarmada,
muchachos que pelean con piedras y morteros caseros, y hasta con
tiradoras de hule.
A estas alturas, queda claro que la verdad alternativa del golpe de
Estado fue creada directamente en contra del concepto de ciudadanía. Hay
una tachadura negra sobre la palabra ciudadano para oscurecerla, o
borrarla.
Es un castigo impuesto desde el poder: si quienes salieron a
protestar de manera masiva fueron los ciudadanos, en uso de las
libertades públicas inherentes a su soberanía individual, libertad de
movilización y libertad de expresión, para empezar, y fueron reprimidos
por eso, los presos políticos han perdido también el derecho al debido
proceso: detención dentro del término de ley, derecho a la defensa, a un
juicio público, a jueces imparciales. El poder dicta que los golpistas y
terroristas no tienen ningún derecho, lo que se puede leer como: los
ciudadanos no tienen ningún derecho.
Las garantías constitucionales se encuentran suspendidas de hecho, y
está prohibido manifestarse. Aún para las procesiones religiosas se
exige permiso policial. Es obligatorio entregar los teléfonos móviles si
son requeridos, y los mensajes en redes sociales que guardan son
examinados o copiados, con lo que el derecho a la privacidad de la
correspondencia ha quedado abolido.
Debido a la que bandera de Nicaragua se volvió un símbolo subversivo,
porque el azul y el blanco son los colores de la resistencia ciudadana,
está prohibido exhibirla o portarla, lo mismo que elevar globos con
esos colores.
Está suspendido el derecho ciudadano de informar libremente y recibir
información. Por eso fue asaltada la Redacción del periódico Confidencial y la de los programas de televisión Esta semana y Esta noche de Carlos FernandoChamorro,
y sus bienes y equipos confiscados. Por eso fueron asaltadas también
las instalaciones de la televisión 100% Noticias y su director, Miguel
Mora, apresado y puesto a la orden de los tribunales, por cometer
“delitos impulsados por el odio como consecuencia de la provocación,
apología e inducción al terrorismo”: El terrorismo de informar.
En las aduanas se retiene el papel y los insumos para los periódicos escritos, al estilo Venezuela, y los dos diarios del país, La Prensa y El NuevoDiario, apenas tienen mes y medio de existencias para imprimir. Luego, les tocará desaparecer.
De las organizaciones de la sociedad civil que promueven la libertad
de expresión, los derechos humanos, la democracia, las encuestas de
opinión, y hasta la defensa de la naturaleza, nueve han sido
ilegalizadas, obligadas a cerrar por decreto y sus bienes también
confiscados.
Entonces, el verdadero golpe de Estado se ha dado contra los
ciudadanos, contra su condición de personas libres. Sus derechos han
sido suprimidos. Se les discrimina, y se les anula. Esos derechos solo
existen para quienes están en las filas del régimen y son parte del
aparato de poder, y disfrutan, además, de un derecho exclusivo: el de la
impunidad.
La tragedia venezolana no tiene precedentes en Latinoamérica. Algunos consideran que Venezuela puede convertirse en otra Cuba, pero lo más probable es que Cuba acabe pronto convertida en otra Venezuela. Estamos frente a la repetición del efecto dominó que derrumbó a los regímenes del campo socialista en Europa Oriental, cuando hizo implosión la economía soviética. Las relaciones económicas entre estos Gobiernos funcionaban bajo lo que se conocía como Consejo Económico de Ayuda Mutua (CAME). Fidel Castro copió el CAME y se inventó la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América (ALBA) para salvar su régimen con el petróleo venezolano. La implosión económica de Venezuela ha desatado un efecto dominó que pone en jaque a los regímenes de Nicaragua y Cuba y a toda la extrema izquierda continental.
Las economías de los ocho regímenes de Europa del Este y Cuba sobrevivían por el subsidio petrolero y económico soviético. Cuando este terminó, los países comunistas europeos colapsaron a pesar de contar con poderosas fuerzas armadas, policías y servicios de inteligencia. Cuba perdió el 85% de su intercambio comercial, su PIB cayó un 36%, la producción agrícola se redujo a la mitad y los cubanos debieron sobrevivir con la mitad del petróleo que consumían. Castro decidió “resistir” con lo que llamó “periodo especial” para evitar que la hambruna terminara en estallido social. En esas circunstancias apareció el subsidio petrolero venezolano que salvó al socialismo cubano del colapso. El dinero venezolano, a través de ALBA, construyó una extensa defensa geopolítica, financió a Unasur, a los países del Caribe y a Gobiernos y grupos de izquierda en Nicaragua, Ecuador, El Salvador, Honduras, Chile, Argentina, Bolivia y España.
Pero, como era previsible, la economía venezolana terminó en un desastre, resultado de haber expropiado más de 700 empresas y cerrado otras 500.000 por efecto de los controles que impuso al mercado. El chavismo destruyó la planta productiva y perdió a la clase empresarial, gerencial y tecnocrática del país. Este desastre terminó alcanzando al petróleo, con la paradoja de que ahora que los precios subieron, la producción se ha derrumbado porque Pdvsa quebró al quedarse sin gerentes y técnicos. El chavismo asesinó a la gallina de los huevos de oro, los subsidios al izquierdismo se acabaron y lo que estamos viendo ahora son los efectos. Más de 3.000 millones de dólares venezolanos parieron la autocracia nicaragüense, pero, cuando el subsidio terminó, el Gobierno intentó un ajuste estructural y estalló el actual conflicto. En mayo de este año Venezuela ¡compró petróleo extranjero! para seguir sosteniendo al régimen cubano.
La economía global está totalmente regida por relaciones capitalistas. La idea de que Rusia y China pueden ser la salvación es un sueño. Rusia es un país pobre con una economía del tamaño de la de España, pero con tres veces más población, y China es un país rico, pero, como todo rico, mide riesgos, invierte para sacar ganancias y si presta cobra con intereses. En la economía mundial, ahora nadie regala nada; Hugo Chávez fue el último Santa Claus y eso se acabó. No hay quien subsidie ni a Venezuela, ni a Cuba ni a Nicaragua. Quizás encuentren apoyos diplomáticos, pero lo que necesitan para no derrumbarse es dinero regalado no diplomacia compasiva
«La consigna para la economía cubana no es socialismo o muerte, sino capitalismo o muerte»
Nada va a cambiar a favor, la única esperanza sería que se recuperara la economía venezolana y eso es imposible. El despilfarro y la corrupción hicieron quebrar a Pdvsa, ALBA y Unasur. Hay miles de millones de dólares perdidos y robados. Venezuela está en bancarrota y vive en un caos. Maduro se ha enfrentado a más de 5.000 protestas en lo que va de 2018, los venezolanos sufren hiperinflación, una criminalidad feroz, escases de comida, medicinas, gasolina y dinero circulante; los servicios de transporte, energía y agua están colapsados. En medio de un severo aislamiento internacional la cohesión del bloque de poder se acabó, Maduro está reprimiendo al propio chavismo, a los funcionarios de Pdvsa y a los militares, los tres pilares fundamentales de su poder. Este conflicto está dejando despidos, capturas, torturas, muertos y hasta un confuso atentado contra Maduro.
La brutal represión en Nicaragua acabó la confianza que había generado en el mercado y abrió un camino sin retorno que está arrasando con la débil economía del país. El Gobierno ha regresado a las expropiaciones poniendo terror al mercado y se estima que 215.000 empleos se han perdido; ya no habrá crecimiento, sino más pobreza, más crisis social, más emigración, más descontento, y un irreversible y creciente rechazo al régimen. En Cuba apenas empiezan a hablar de propiedad privada con cambios lentos y torpes hacia una economía de mercado. El régimen teme que el surgimiento de una clase empresarial rompa el balance de poder y tiene razón. En la Unión Soviética las primeras reformas obligaron a más reformas que terminaron derrumbando el sistema. La lección fue que no se podía reformar lo que es irreformable. Paradójicamente ahora la consigna para la economía cubana no es socialismo o muerte, sino capitalismo o muerte, los jóvenes cubanos no resistirán otra hambruna. Sin el subsidio venezolano, la crisis cubana está a las puertas y la débil autocracia nicaragüense flotará sin recuperarse hasta quedarse sin reservas para pagar la represión.
«El mayor beneficio del fin de las dictaduras de izquierda será para la izquierda democrática»
La defensa estratégica de Cuba ha sido alentar conflictos en su periferia para evitar presión directa sobre su régimen. Por eso apoyó siempre revueltas en todo el continente. Los conflictos en Venezuela y Nicaragua son ahora la defensa de Cuba, ha puesto a otros a matar y destruir mientras su régimen intenta reformarse. La salvaje represión que sufren y la compleja lucha que libran los opositores venezolanos y nicaragüenses no es casual. No se enfrentan a un Gobierno, sino a tres, y con ellos a toda la extrema izquierda. El destino de la dictadura cubana y de toda la mitología revolucionaria izquierdista está en juego. Los opositores sufren dificultades en el presente, pero los Gobiernos a los que enfrentan no tienen futuro. Son regímenes históricamente agotados, luchando por sobrevivir, pueden matar, apresar, torturar y ser en extremo cínicos, pero eso no resuelve los problemas económicos, sociales y políticos que padecen ni los libera del aislamiento internacional.
No hay una lucha entre izquierda y derecha, sino entre democracia y dictadura, en la que el mayor beneficio del fin de las dictaduras de izquierda será para la izquierda democrática que durante décadas ha pagado los costos del miedo y sufrido el chantaje de ser llamados traidores si se atrevían a cuestionar a Cuba. La izquierda democrática debe luchar con los pies en la tierra y asumir sin pena y sin miedo la democracia, el mercado y el deseo de superación individual que mueve a todos los seres humanos. No tiene sentido luchar por ideales y terminar defendiendo a muerte privilegios personales. No hay razones ni morales ni políticas, ni prácticas para defender algo que, además de no funcionar, genera matanzas, hambrunas y dictaduras.
Aunque López Obrador debería condenar el derramamiento de sangre en Nicaragua y apoyar los esfuerzos del presidente Enrique Peña Nieto y de la OEA para dar con una solución y defender los derechos humanos en la región, es poco probable que lo haga. Después del 1 de diciembre, no cuenten con México.
Un joven participa en una marcha contra el gobierno de Daniel Ortega el 23 de julio de 2018, en Managua. Credit Rodrigo Sura/EPA, vía Shutterstock
Jorge Castaneda, secretario de Relaciones Exteriores de México, de 2000 a 2003
CIUDAD DE MÉXICO — Más de 350 personas, la mayoría estudiantes y manifestantes, han muerto desde abril en Nicaragua, donde una reforma de pensiones, que al final se revocó, inició un movimiento social masivo que busca la renuncia del presidente Daniel Ortega.
La cantidad de muertos, encarcelados y desaparecidos es sorprendente para un país con poco más de seis millones de habitantes. Casi cuarenta años después de que Ortega y el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) derrocaron a la dinastía corrupta y sangrienta de los Somoza —que gobernó Nicaragua durante casi medio siglo—, estudiantes y activistas exigen la salida de lo que consideran una repetición histórica imperdonable. Su grito de protesta es: “Ortega y Somoza, son la misma cosa”.
Sin distinciones, están siendo atacados campesinos, activistas, la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua y líderes de la oposición históricos y actuales; manifestantes mujeres e incluso niños se han vuelto víctimas de los escuadrones de matones de Daniel Ortega. El régimen se está convirtiendo a toda velocidad en una dictadura, una situación que las comunidades latinoamericana e internacional deberían detener a toda costa. Nadie quiere otra Venezuela en la región.
Aunque al principio la respuesta de las organizaciones regionales e internacionales a la represión en Nicaragua fue lenta, recientemente ha comenzado a adoptar un papel más activo. La semana pasada, el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, emitió una declaración en la que condenaba la violencia y la Organización de Estados Americanos (OEA) también aprobó una resolución condenatoria y exhortó a que se celebren elecciones presidencias “libres, justas y oportunas”. Un grupo ad hoc de naciones de América Latina, incluyendo Argentina, Brasil y México, ha denunciado la matanza en Managua y en la icónica ciudad de Masaya, que albergó la resistencia más heroica contra Somoza en la década de los setenta.
Un grupo de países está trabajando tras bambalinas con la Iglesia y la comunidad empresarial —así como con Estados Unidos— para negociar un acuerdo que exige tres elementos cruciales. Primero, el fin de la represión y del uso de escuadrones paramilitares o de matones que golpean o asesinan a los estudiantes. Segundo, la renuncia de Rosario Murillo —la esposa de Ortega, vicepresidenta y el poder tras el trono— y su promesa de que no contendrá a la presidencia en las próximas elecciones. Tercero, convocar elecciones con observadores internacionales a principios del próximo año y la renuncia previa del presidente. Este esfuerzo de intermediación y el acuerdo consiguiente pueden o no tener éxito, pero al menos se está haciendo algo para poner fin al baño de sangre.
A diferencia de la situación en Venezuela —un país que, además de la represión y las violaciones a otros derechos humanos, ha enfrentado una crisis humanitaria, económica y migratoria durante varios años—, la encrucijada nicaragüense podría resolverse a través de la cooperación regional e internacional. Nicaragua carece de lo que Venezuela tiene: petróleo y respaldo ruso y chino. Sin embargo, hay dos obstáculos importantes en el camino.
El primero es el apoyo continuo de buena parte de la izquierda latinoamericana al régimen de Ortega. Apenas la semana pasada en La Habana, los más de 430 participantes del Foro de São Paulo —el encuentro anual de partidos políticos de izquierda y otras organizaciones de América Latina y el Caribe iniciada en 1990— manifestaron su solidaridad con Ortega y condenaron a “los grupos terroristas de la derecha golpista” que intentan derrocarlo con, por supuesto, el apoyo del imperialismo de Estados Unidos. Además del presidente cubano, los mandatarios de Venezuela, Bolivia y El Salvador asistieron a la reunión, con la presencia de una expresidenta brasileña y representantes de organizaciones influyentes de centroizquierda afines a Ortega, provenientes de Colombia y Ecuador.
La izquierda latinoamericana ya no es lo que era hace solo cinco años, pero continúa siendo poderosa, además de estar bien organizada y conectada. Aunque en la actual camarilla de Ortega queda poco de la vieja mística sandinista, todavía cuenta con el respaldo tradicional internacional y regional. Este apoyo fue determinante para llevarlo al poder en 1979 y puede ser igualmente fundamental para mantenerlo hoy.
El segundo obstáculo es México. Este país desempeñó un papel clave en 1979, ya que encabezó la oposición regional contra Somoza y a la intención del gobierno de Jimmy Carter de mantener un “somocismo sin Somoza”. Por ende, apoyó al régimen sandinista, al igual que la paz negociada en Centroamérica.
En el año 2000, México abandonó su tradicional política exterior de no intervención y enfatizó la defensa colectiva de los derechos humanos y la democracia en la región. Entre 2007 y 2015 se intentó de manera poco entusiasta regresar a la postura del pasado. Con Luis Videgaray, secretario de Relaciones Exteriores, el país ha atribuido una importancia mucho mayor a los valores universales que a la introversión y el aislacionismo tradicionales.
Fue así hasta el 1 de julio de este año. En esa fecha, Andrés Manuel López Obrador fue elegido presidente en una victoria aplastante que dará un giro radical a la política en México, y es posible que ocurra lo mismo con la política exterior. Una coalición amplia compuesta de moderados de centroizquierda, protestantes conservadores, radicales de extrema izquierda y nacionalistas tradicionales le dio la victoria con el 53 por ciento del voto, 32 puntos arriba del contendiente en el segundo lugar, Ricardo Anaya. Una de sus propuestas más repetidas fue la de crear una nueva política exterior para México.
Entre las directrices que López Obrador ha enfatizado se ve un regreso obcecado a la postura tradicional de México de no involucrarse en la política de otras naciones ni expresar opiniones sobre la situación de los derechos humanos en otros países. Su futuro secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, declaró que la sola discusión de los casos de Nicaragua y Venezuela en la OEA era equivalente a interferir en los asuntos internos de estas naciones. Por lo tanto, el nuevo gobierno, que asume el poder el 1 de diciembre, se abstendrá de llevar adelante dichas iniciativas. López Obrador envió a la presidenta de Morena, su partido, al Foro de São Paulo en La Habana, cuya declaración final firmó. Otro de sus enviados pronunció un contundente discurso de apoyo a los gobiernos latinoamericanos de izquierda, incluyendo al de Nicaragua.
En otras palabras, México, la segunda nación más grande de la región, ya no será parte de la alianza latinoamericana que buscaba, sin tener éxito hasta ahora, una solución a la pesadilla venezolana y la crisis nicaragüense.
En el mejor de los casos, desde la óptica de los derechos humanos y la defensa de la democracia, México mirará hacia el interior de manera reflexiva y sencillamente se distanciará de cualquier desafío regional. En el peor, se alineará con regímenes como el nicaragüense y el venezolano aludiendo al principio de la no intervención pero, en realidad, simpatizando con ellos en lo político y lo ideológico.
Para que el esfuerzo actual por encontrar una solución en Nicaragua tenga éxito, debe dar resultados antes de diciembre, mientras el gobierno de Peña Nieto siga en el poder y se mantenga activo en ese frente.
Aunque López Obrador debería condenar el derramamiento de sangre en Nicaragua y apoyar los esfuerzos del presidente Enrique Peña Nieto y de la OEA para dar con una solución y defender los derechos humanos en la región, es poco probable que lo haga. Después del 1 de diciembre, no cuenten con México.