ALEXANDRA ARAUJO

El poder de la mujer: nuestro VOTO. De Alexandra Araujo

6 noviembre 2018 / EL DIARIO DE HOY

Hace unas semanas asistí a un foro de discusión liderado por varias organizaciones de mujeres. Discutimos la crisis de violencia que abruma a los salvadoreños, y específicamente revisamos la violencia desenfrenada, extrema y constante que afrontamos las mujeres todos los días en El Salvador. Al conversatorio fueron invitados líderes políticos de diversas ideologías, con la intención de presentarles la perspectiva de la mujer salvadoreña a un problema que, literalmente, nos mata.

Como usualmente suele pasar en foros enfocados en temas de mujeres, hubo una mínima participación masculina y una ausencia de los líderes políticos del país. De más está expresar la extrema incomodidad que esto provocó entre las asistentes. Su ausencia solo reforzó la percepción acerca de la falta de interés que tienen en conocer y entender los temas que afectan a más del 50 % de la población. Creo firmemente que merecemos y necesitamos un cambio HOY, no mañana, y quiero invitar a las mujeres a que canalicemos nuestra incomodidad e inconformidad de tres formas puntuales.

Primero, debemos participar y aspirar a puestos políticos. La única forma para cambiar la situación actual de nuestro país, donde reina la violencia, la desigualdad, la corrupción y la apatía, es que las mujeres nos sentemos en la mesa de toma de decisiones. Reconozco que el llamado a solucionar los problemas del país es difícil; especialmente cuando estamos sobrecargadas de trabajo liderando empresas, emprendiendo proyectos, educando hijos y cuidando de nuestras familias. El añorado “balance vida y trabajo” tendrá que esperar o empezamos a negociar con padres y parejas la división de responsabilidades, porque recordemos que los hijos son de ambos.

Sé que la política es especialmente cruel con las mujeres, lo hemos visto en estos últimos meses, (más agresivo que nunca), pero les aseguro que es la hora de la valentía. Tenemos que convertir nuestro temor en acción y cambio. Es momento de reconocer que las cualidades, como la empatía, el dialogo, el manejo de conflictos y trabajo en equipo, que las mujeres poseemos (científicamente comprobado) son requeridas para promover la paz y el crecimiento económico. Pero aún más importante es que necesitamos líderes con la capacidad de gobernar con el corazón, no con el ego.

Segundo, es vital que las mujeres apoyemos a otras mujeres con las capacidades y cualidades necesarias para asumir puestos políticos; además de continuar preparando a las nuevas generaciones para que ellas también enfrenten estos retos con mayor seguridad y mejores herramientas.

En las elecciones de noviembre en los Estados Unidos la participación de mujeres en puestos políticos se ha duplicado y el 31 % de las donaciones a las campañas han sido de parte de mujeres. En la actualidad, apenas el 15 % de los puestos políticos de elección popular en El Salvador son ocupados por mujeres; y solo tres ministerios son liderados por mujeres. Es crítico resaltar la importancia de nuestra participación en política para representar a otras mujeres y responder con políticas públicas a las necesidades de este 50 % de la población, así como al desarrollo del potencial de las mujeres y las niñas salvadoreñas.

Por último, deseo hacer un llamado a las mujeres para que ejerzamos el único derecho que tenemos en total equidad con los hombres: el VOTO. Debemos entender y conocer qué ofrece cada candidato. Necesitamos las mejores mentes –independientemente de su género– al frente de nuestro país para diseñar y ejecutar soluciones a los problemas más urgentes. ¡Además, recordemos que somos la mayoría! Nuestro voto nos debe de asegurar las mismas oportunidades de educación, trabajo (y el mismo pago), seguridad y respeto.

Si verdaderamente queremos un mejor país; necesitamos más mujeres empujando cambios. Hoy por hoy, es verdaderamente vergonzoso reconocer que no ha existido en la historia del mundo, ni siquiera en el siglo XXI de un total de 196 países, UN PAÍS que ofrezca igualdad de género. No importa en que lugar del mundo escojas nacer; si eres mujer, ganas menos que un hombre, tienes una participación política minoritaria y tus derechos básicos como la vida, salud, dignidad, educación son atropellados todos los días.

Si no es tu llamado participar o entrar en política, apoya a mujeres capaces y honestas para que lo puedan hacer con éxito y confianza. Aseguremos nuestra representación, alcemos nuestras voces, construyamos nosotras el país que todos merecemos. Indistintamente de la ruta que elijas, tomemos cartas en el asunto y votemos las próximas elecciones.

El oso y Masha. De Alexandra Araujo

30 aseptiembre 2018 / La Prensa Gráfica

La medicina avanzada ha comprobado que los efectos prolongados de los traumas severos experimentados en nuestra niñez afectan de manera importante la sensibilidad, función y desarrollo de nuestro cerebro, limitando así nuestra capacidad de identificar amenazas e incluso ejecutar funciones básicas como la toma de decisiones.

La Dra. Nadine Burke Harris, especialista en la materia, usa el ejemplo de un «oso» para demostrar cómo nuestra mente y cuerpo están programados para enfrentar amenazas: la adrenalina se incrementa, la respiración se eleva y la circulación de sangre aumenta. Este proceso se repite cada vez que enfrentamos una amenaza. Pero, si el oso llega todos los días con los dientes pelados y garras al aire, eventualmente perdemos la habilidad de reaccionar; nuestro cuerpo y mente se derrumban.

Este año, presencié la audiencia judicial de Masha, quien ha estado detenida 17 meses y que finalmente logró presentarse frente al juez y sus acusadores. Su historia tiene muchas aristas, algunos hechos aterradores y otros muy difíciles de comprender en su totalidad. Sin embargo, su caso no es único; ni será el último. En mi opinión, es un ejemplo claro de la injusticia y crueldad a la que están expuestas muchas mujeres y niñas por vivir en una sociedad machista, con un sistema judicial obsoleto, y una red de salud pública con poca capacidad de gestión.

Llegué a la corte sin invitación. Después de insistir varias veces con los agentes policiales, logré entrar al patio interno de la corte y vi a Masha sentada en una banca, esposada, con su mirada desconsolada dirigida hacia el piso. Una mujer se le acercó con vías de darle ánimo y le dijo en voz alta: ¡Tú mamá está afuera, vino acompañada de tu abuela, no te ha abandonado! Hasta ese momento caí en cuenta que se le había negado la entrada a la madre de la acusada. Masha levantó la mirada y al verle la cara, me pareció una niña de unos 16 años, cuando en la realidad tiene 20 años y está acusada de homicidio agravado en grado de tentativa con posibilidad de ser condenada a 15 años de prisión.

Al escuchar el caso, tremendamente complejo, se aclara que Masha está siendo juzgada por dar a luz a su bebé (que tiene un año y cinco meses) en una letrina y abandonarlo para morir. Las pruebas usadas en su contra incluyen el hecho que no divulgó su embarazo, que la prueba de ADN confirma que es su bebé, y los testimonios de la doctora, madre, y padrastro confirmando su parto. Consecuentemente, se pide en la corte que imaginemos a Masha conscientemente arrojando su bebé.

Lo más complicado es que NO se permite mencionar, en ningún momento, una pieza clave de esta tragedia. La misma prueba de ADN que comprueba la maternidad también comprueba la paternidad del bebé: el mismo padrastro que testifica en su contra. Un individuo que violó y abusó de la acusada repetidamente, desde que tenía doce años. Pero, esta evidencia no es aceptada por el juez, fincado en que la violación del padrastro NO es relacionada. Así de fácil, Masha es privada de sus derechos como víctima y es juzgada solo como victimaria.

Masha es, antes de cualquier otro denominativo, una niña que vivía con el «OSO» que la aterrorizaba, violaba, y amenazaba a diario. ¿Dónde estábamos NOSOTROS para asegurar sus derechos de niña?

Masha confesó que sufrió dolores fuertes y que le dieron ganas de ir al baño, sintió que algo se le desprendió; ella gritó pidiendo ayuda y se desmayó. La verdad exacta de los acontecimientos ocurridos ese día jamás los sabremos con certeza. ¿Quién sabía del abuso sexual? ¿Qué efectos psicológicos existen? Y más aterrorizante aún: ¿Qué futuro le espera al bebé? Lo cierto es que los ciclos de violencia, abuso y desintegración familiar continuarán. El bebé vive con la abuela y Masha, hasta la fecha, no conoce a su bebé.

Independientemente de las respuestas, somos NOSOTROS, la sociedad salvadoreña, los que debemos ser condenados por Masha y los 2,253 casos de niñas que como ella sufren abuso sexual y se ven condenadas a una vida que no eligieron. La posible condena de Masha, una víctima de abuso y violencia, solo comprueba la cobardía de nuestra sociedad para enfrentar los problemas, el miedo al diálogo y la poca capacidad de empatía.

¡Necesitamos dialogar sobre los retos que enfrentamos, dejando a un lado nuestras ideologías políticas, creencias religiosas y temores! ¡Es nuestra responsabilidad llegar a acuerdos que aseguren proteger a nuestros niños y niñas de «los Osos» que existen en todos los pilares de nuestra sociedad; todos merecemos tener las herramientas para proteger nuestro cuerpo, mente y corazón!

Masha, ¡no estás sola!

 

Por qué hoy? ¿Por qué yo? De Alexandra Araujo

12 agosto 2018 / EL DIARIO DE HOY

Hace ocho meses una amiga me escribió preguntándome si estaba dispuesta a sentarme con un grupo de mujeres que trabajaban a favor de los derechos de la mujer y conocer acerca de las iniciativas que ellas impulsaban. Una vocecita en mi cabeza me dijo: “No te metas en ese lío”; pero, luego de más de una década trabajando en temas de género, estoy convencida de que el empoderamiento económico, los derechos humanos y la educación están íntimamente relacionados. Impulsar un tema en forma aislada significaba seguir a paso lento y con resultados limitados. Aunque temía exponerme con temas tan delicados, porque tengo mucho que perder, decidí aceptar la reunión. Después de todo, pensé, seguramente las mujeres salvadoreñas teníamos algo que ganar si trabajábamos juntas.

Coordinamos una reunión a finales de enero; conocí a dos mujeres liderando diferentes iniciativas y organizaciones, específicamente relacionadas con derechos humanos y violencia en contra de la mujer. La conversación fue muy cordial e informativa, estábamos muy cautelosas en el uso de palabras, exposición de ideas y manifestación de creencias. Al final de la reunión, la incógnita de todas era la misma; parecíamos venir de mundos distintos. ¿Podríamos trabajar juntas? Con mucho más en contra que a favor. Agendamos una segunda reunión de trabajo que generó una cadena de nuevos encuentros.

Conmovida por la injusticia, impactada con los datos “duros” de nuestro país (y del mundo), temiendo la agresión personal que podía recibir, decidí comenzar abordando a un grupo cercano de amistades. Me sorprendió el interés y conocimiento; pero lo que más me impactó fue la valentía con la que me encontré. La gran mayoría de ellos estaba dispuesta a dar la cara públicamente, algo que yo no había considerado como parte de mi rol activista. Fue la valentía de ellos lo que me empujó hablar públicamente de temas tan complejos. En el proceso, comprobé que nada es blanco o negro, si lo fuera todo sería mucho más fácil.

Reconozco que soy una persona con privilegios, pero eso lejos de descalificarme, me genera una gran responsabilidad para actuar y construir nuevos puentes que siembren confianza y esperanza en nuestra sociedad. En esta misión por la mujer, que es por la sociedad entera también, contamos con personas de diferentes géneros, ideologías políticas, religiones y un sinfín de profesiones. No todos pensamos igual, pero lo que nos une es el deseo de un mejor país, el interés por establecer un diálogo y la valentía para enfrentar una sociedad divida con un tremendo temor al cambio. Estoy segura de que más se sumarán.

Como resultado de los cuestionamientos de personas preocupadas con mis intenciones, considero oportuno aclarar algunas cosas: No estoy a favor del aborto; No estoy trabajando para erradicar a los pobres (pero sí me sumo a las iniciativas que buscan erradicar la pobreza); y, no estoy a favor de promover la “ideología de género” (no conozco “conspiraciones internacionales”).

Vivimos en un país donde 1 de cada 3 embarazos son de niñas y adolescentes menores de 17 años, que por consecuencia limitan su educación y oportunidades de desarrollo quedando condenadas a la pobreza. Por esto, sí creo en la educación sexual responsable, en la importancia de fortalecer la autoestima y el respeto en nuestra sociedad.

Vivimos en un país donde el 75 % de las agresiones sexuales contra mujeres son hechas por un familiar o una persona conocida de la víctima (5,019 abusos sexuales de mujeres en el primer trimestre 2018). Por ello, sí creo en brindar herramientas puntuales para que niños y niñas puedan identificar el abuso sexual y puedan protegerse.

Vivimos en un país en donde la mayoría de hogares están conformados únicamente por un adulto (no necesariamente la madre o el padre) o ninguno. Por ello, sí creo en educar a docentes y adultos sobre los riesgos que nuestros hijos se exponen, especialmente con la tecnología.

Creo en trabajar para corregir lo que evidentemente está mal en nuestra sociedad: la violencia. Si ocuparse para que niñas y mujeres se fortalezcan, estén conscientes de sus derechos y que puedan enfrentar sus vidas con mejores herramientas me vuelve “ingenua” u otro calificativo menos decoroso; recibo las acusaciones y ofensas con orgullo y al mismo tiempo redoblo mis esfuerzos para seguir trabajando contra estos flagelos.

Los desconfiados se preguntarán ¿qué gana la mujer salvadoreña? ¿Qué pierden mujeres como Alexandra? Mi respuesta es que, si en esta lucha, la mujer salvadoreña gana visibilidad acerca de los problemas críticos que nos afectan a TODAS. Sin importar el estrato socioeconómico, nivel de educación, edad y otros. Si en esta lucha, se abren espacios de dialogo y se da visibilidad a problemas evitando los extremos, la descalificación personal, y los fantasmas ideológicos. Entonces, logramos el objetivo. Personalmente, lo único que he perdido, es el miedo.