Mes: enero 2019

Es hora de curar al enfermo. De Fernando Palomo

Fernando Palomo, periodista deportivo

31 enero 2019 / EL DIARIO DE HOY

Hay demasiados motivos para que, como salvadoreños, nos sintamos molestos por los políticos que durante estas últimas décadas hemos elegido. Me detengo, no en la primera parte del enunciado anterior, sino en la última: hemos sido nosotros los salvadoreños los encargados de elegirlos. La democracia no es perfecta, decía Churchill. Es la mejor forma que tenemos para elegir a los gobernantes y nuestra historia parece estar demostrando que no la hemos aprovechado al máximo. Llevados por aluviones de entusiasmo derivados de campañas vacías en propuestas y llenas de cultos a la personalidad, ahí están en el historial quienes elegimos por mayoría a que nos llevaran al lugar en el que ahora estamos.

Yo soy uno más entre los molestos con cada uno de los presidentes que ha tenido, o mejor dicho, que le hemos elegido a este país. Cada uno ha dejado pasar la posibilidad de hacer crecer a El Salvador, estancándolo en la desconfianza, la desesperanza, el desánimo, a la vez que avanzan su estatus personal a costa de olvidarse de la premisa principal de su obligación con los ciudadanos de este país. Mi molestia no me dejará ciego ante la necesidad de encontrarle salida a los problemas del país, recordando primordialmente que la obligación de elegir recae en los salvadoreños, como yo. Sin embargo, la salida no se encuentra en cualquier elección, menos en una tomada desde el enojo, la sed de revancha, la irritación.

“Zapatero a tus zapatos” me dicen siempre que hablo de otro tema que no sea el deportivo. Es un reclamo absurdo que dejaría sin opinión sobre temas políticos a cualquier profesional. Médicos, ingenieros, estudiantes salvadoreños se quedarían sin la libertad de expresarse fuera de su quehacer, lo cual sería una limitación severa al pluralismo y a la participación democrática. Además. No sé a qué zapatos se refieren si los míos fueron hechos en El Salvador, por salvadoreños. Entiendo que lo que incomoda es que un actor pensante opine. No vivir en El Salvador es otro argumento que lanzan para intentar desacreditar la opinión, y ese tiene algún mérito. No vivo de cerca el constante acoso de la violencia reinante, ni la decepcionante proyección de crecimiento económico, ni el aislamiento diplomático. Y, sin embargo, vivir fuera del país no significa vivir al país de lejos. Desacreditar opiniones en virtud de la distancia implicaría silenciar las voces de millones de salvadoreños inmigrantes, cuyos sueños y motivaciones continúan siendo parte de la historia que escribimos como nación.

El Salvador está enfermo. Diagnosticado desde hace tiempo con muchos malestares graves como el alto índice de violencia, el deteriorado sistema de salud, junto a un destrozado sistema educativo que genera una incesante hemorragia estudiantil. De los males podemos hacer libros y varios tomos. Estas enfermedades requieren un tratamiento de largo plazo y no cualquier medicina. Seguro no las vencidas que abarrotan las estanterías de tantos hospitales nacionales, pero mucho menos las que se presentan en coloridos botes vacíos. El Salvador, este paciente al que tanto queremos, ya no merece que le den cucharadas de división social, o pastillas de resentimiento artificial, del que a diario se manufactura en campañas manipulativas en las redes sociales.

Lo del domingo no es una encuesta para conocer cuán molestos estamos los salvadoreños con los políticos del pasado. Lo del domingo es una elección de los políticos del futuro. Es votar por el candidato que mejor receta ha presentado para el paciente este que tanto queremos. Es elegir a quien liderará uno de los tres poderes del Estado salvadoreño. El que hará fuerte la República. Es la elección por quien está más capacitado para empezar a saldar las deudas de esa silla presidencial con su gente.

En esta era en la que aparentemente la lectura es una costumbre perdida, para mí será un premio que lleguen hasta este último párrafo entendiendo que no me lo he escrito para que hablemos de política y sí para que cuando quieran nos sentemos a tomar un café y charlemos de obligaciones ciudadanas, de conciencia de país. ¿A quien le conviene seguir hundido en el lodo de la pobre educación? Solo a quienes de la pobre educación de un ciudadano, hacen un voto. Detrás de un voto educado existe responsabilidad y ante esto, la plena convicción de saber que en una elección presidencial se debe elegir a quien mejor equipo de trabajo puede llevar para sacar al enfermo de cuidados intensivos.

Carta a todos: La segunda será la vencida. O, quien quita, la primera… De Paolo Luers

31 enero 2019 / MAS! y EL DIARIO DE HOY

Ojala que estas elecciones se resuelvan en primera ronda, este domingo. No sé si tengo el estómago para 6 semanas más de campaña, con sus insultos, noticias falsas, bombardeos de anuncios y canciones…

Todo está dicho. O sea, todo lo que los candidatos están dispuestos a decir. Si van a una segunda ronda, ¿qué van a decir que no hayan repetido mil veces? Bueno, los dos finalistas van a tratar de seducir a los votantes de los partidos eliminados en primera ronda. Van a detectar, de repente, muchas coincidencias con propuestas que durante meses rechazaron, atacaron y ridiculizaron… 

¿Habrá debates entre los dos finalistas? Depende de quienes lleguen a la segunda ronda – y de quién viene con ventaja. Si contrario a todos sus pronósticos Bukele llega segundo, será el primero en pedir debate – no uno, sino tres o cuatro. Si llega primero, no habrá debate. Y si llega tercero, los otros dos sí van a debatir – y esto podría valer la pena.

La otra incertidumbre: ¿Todos van a reconocer el resultado de la prima ronda – o los candidatos que no ven satisfechas sus expectativas van a pasar 6 semanas gritando fraude? Que lo piensen bien, porque les puedo asegurar que quien arme un gran berrinche será castigado por los votantes – en la segunda roda, si es que califique a ella, o en las siguientes elecciones. Si no, pregunten a López Obrador, quien luego de sus protestas masivas contra el supuesto fraude en el 2006 tuvo que aguantar 6 años luego, en el 2012, otra derrota –y esta vez asumirla sin berrinche- antes de poder competir con éxito en el tercer intento y convertirse en presidente…

Aquí, el candidato ya tiene un año de declararse víctima de bloqueos y fraudes, va a pagar, ahora en la primera vuelta, el costo de este error de cálculo. Será una de las razones por las cuales no le saldrán sus cuentas alegres.

Relajémonos. Ya no hay nada que hacer, excepto ir a votar el domingo y esperar los resultados. Y si no hay resultado final, reflexionar de fondo sobre cómo definir la cosa en segunda vuelta. Ya que tercera no habrá, la segunda será la vencida. O, quien quita, la primera…

Saludos,

«Bukele tiene características de un populista»: Rubén Zamora

El excandidato a la presidencia aseguró que la elección del próximo domingo tendrá características que no han estado presentes en los últimos 25 años.

Entrevista de Gabriel Campos Madrid, 30 enero 2019 / LA PRENSA GRAFICA

El politólogo Rubén Zamora aseguró que las elecciones del próximo domingo se plantean en un escenario único y en el que el populismo es un elemento que sobresale, junto a la crisis de los partidos políticos y la ruptura de la gobernanza, la cual se mantenía desde 1963. Además consideró al candidato de GANA, Nayib Bukele, como un populista que se plantea como el salvador del país a pesar de tener un irrespeto a la institucionalidad.

¿Qué análisis hace Rubén Zamora de la elección presidencial del próximo domingo?

Estamos en un contexto electoral único con características peculiares que no se habían dado en los últimos 25 años. En primer lugar, está quebrada la gobernabilidad histórica que se había dado desde 1963 y eso ha llevado a la crisis de los partidos políticos. Segundo, la crisis de los partidos políticos se ha vuelto más palpable y ha reventado al punto que hoy estamos en la eclosión de los partidos y que se empareja con una crisis mundial de los partidos. Y un tercer elemento es el populismo. Hay que distinguir entre un líder con rasgos del populismo, que en El Salvador hemos tenido cuatro líderes: Arturo Romero, Napoleón Duarte, Roberto d’Aubuisson y Nayib Bukele. Unos en mayor medida y otros en menor medida tienen poco respeto a la institucionalidad y en el caso de Bukele es que lo hemos visto con mayor expresión por su propia carrera política; además ha sido alcalde de dos poblaciones a las que dejó endeudadas porque simplemente no pagaba. Y luego con su partido Nuevas Ideas que denunciaba y denunciaba fraude y era que simplemente no cumplía con los plazos o cumplió y el TSE sí cumplió con los plazos.

¿Es peligroso un líder populista?

No necesariamente, porque Duarte era un líder con rasgos populistas muy claros y el rasgo central del populismo (es) que puede establecer una relación muy emocional en las masas; y eso los Duarte, Romero y D’ Aubuisson lo tenían y Bukele también lo tiene.

¿Con este contexto, cambia el escenario el paso de la campaña política y sus cierres?

Juzgar cómo va a quedar una elección solo por cómo se dieron los cierres de campaña es riesgoso. Por lo general, las encuestas de opinión en este país demuestran una característica y es que en el periodo preelectoral y los resultados no hay mucha variación entre la posición general. Eso ahora yo no lo doy como receta porque esta elección es distinta a las demás, pero si todos los procesos electorales no hacen cambiar mucho la inclinación de los votantes, mucho menos lo hace un cierre de campaña. Recuerde que mi cierre de campaña de 1994 fue el más grande de todos y yo no gané la elección. Y además hay que tomar en cuenta las tácticas de campaña. La de Bukele, por ejemplo, fue de muy poco acercamiento al votante porque es el que menos mítines ha hecho con el público y los que hizo, lo hizo arreglado todo.

¿Han subido ARENA y el FMLN en preferencia?

Yo sí creo que han subido un poquito.

¿Vislumbra una segunda vuelta?

Yo la vislumbro.

¿Se atreve a vaticinar entre quiénes?

El único indicador que tenemos no es el que yo quisiera y son las encuestas, pero ellas dicen que primero Bukele, segundo (Carlos) Calleja y tercero el FMLN. Pero al mismo tiempo que lo cito digo ‘ojo’ no veamos las cosas tan fáciles, porque ya me han señalado dos fenómenos y es que el FMLN perdió más de la tercera parte de su voto duro, pero le basta con recuperar 300,000 votos para estar en una nueva situación y esto no necesariamente se refleja en una encuesta. El otro dato es que cuando Bukele fue candidato a alcalde de San Salvador arrasaba pero ganó la alcaldía por 3,000 votos.

¿El FMLN ha ido a sus orígenes para buscar rescatar esos votos?

Ahora hay que ver diversos ángulos para responder eso, porque antes de la Guerra Fría el que era de izquierda era comunista y el que era de derecha era anticomunista y ya; y por eso cada uno no criticaba a sus regímenes. Pero hoy en día los de izquierda podemos criticar a regímenes de izquierda. Pero sí, el FMLN tiene mayor insistencia en tratar de responder a demandas populares y eso históricamente se ha dado y existe todavía. Es más, al ver la trayectoria de los dos gobiernos por mucho que se critiquen lo que ha habido es una mayor atención por los pobres.

¿Qué le parecieron los debates presidenciales?

Son pasos para la legitimidad del proceso. Incluso el hecho de que cuando uno de los contendientes falló tuvo una reacción negativa muy fuerte en redes sociales. En ese sentido, en ese campo ha habido un cierto avance.

De los candidatos, a su criterio, ¿cuál sobresale por los demás?

Depende. En un esfuerzo de acercarse a la población yo diría que Calleja ha hecho el mayor esfuerzo, y eso que era más fácil para Hugo. Eso hay que reconocerlo, y en capacidad de gobernar Hugo es el que tiene la mayor capacidad. La debilidad de Calleja es que nunca ha ejercido la función pública. Y en el caso de Bukele, yo estoy en contra de todo discurso populista, porque me parece que lo que hace es convertir a la ciudadanía en niños con ese planteamiento de que es el salvador. Entonces el espacio de participación se reduce, porque es el dirigente el que va a tomar las decisiones y punto.

El candidato es la principal oferta electoral. De Joaquín Samayoa

El candidato es la principal oferta electoral

30 enero 2019 / EL DIARIO DE HOY/Observadores

Este próximo jueves da inicio un corto período de silencio electoral. Tres días en los que está prohibido hacer propaganda. Tres días en los que se busca reducir el ruido estridente que no nos deja pensar. Son días en los que debiéramos hacer serenamente una revisión de las razones que nos mueven a apoyar o rechazar partidos y candidatos. Última oportunidad para sustentar con buenos argumentos lo que haremos el día de la elección.

Es muy probable que la mayoría de ciudadanos hayan decidido ya si van a votar o si no lo harán, si van a anular su voto o lo harán valer, si van a marcar una u otra bandera. Harán lo que harán por buenas o por malas razones, con información o sin ella, de manera responsable o a la ligera. Todos los votos cuentan igual. Esta es una de las grandes debilidades de la democracia en sociedades sin cultura cívica, en sociedades poco educadas, pero también ocurre inevitablemente en las sociedades más avanzadas.

La política suele moverse por intereses y pasiones mucho más que por razones. Aun así, los partidos y sus candidatos se esfuerzan por articular planes de gobierno que sean o puedan parecer mejores que los de sus rivales. Pero, a no ser que se manden algún planteamiento realmente fuera de lo común, la gente no suele poner mucha atención a esas ideas. Los planes son necesarios para gobernar pero no son muy útiles para ganar elecciones. Lo que sí tiene impacto es cómo se proyecta un candidato en su intento por merecer la confianza de los electores.

Cuando la gente emite juicios negativos o favorables acerca de un gobierno, generalmente lo hace a partir de tres o cuatro cosas, ignorando la complejidad de los problemas, la dificultad de las soluciones, la parte que les corresponde a otros órganos del Estado o a los gobiernos locales, o a los partidos de oposición. En una cultura presidencialista, todo parece culpa o mérito del gobierno central y, particularmente, del presidente de la república. Así se juzga también a los candidatos presidenciales. Ellos mismos confeccionan la vara con la que serán medidos.

Generalmente, los candidatos prometen el oro y el moro, dicen lo que creen que la gente quiere escuchar, como si el tiempo y los recursos fueran ilimitados y dieran para cualquier cosa, como si todo fuera posible y hasta fácil de lograr. Pero la gente solo recuerda las cosas extraordinariamente lúcidas o absurdas, la gente solo recuerda algunas promesas populistas de alivio a corto plazo. Los ejemplos abundan, lamentablemente más de lo absurdo que de políticas, programas y acciones realmente bien pensados. Para muestra, la fábrica de empleos, un aeropuerto en La Unión, la súper mano dura y, en tiempos más remotos, una escuela por día y una cancha por semana.

Todas las campañas presidenciales dejan servida la mesa para una gran decepción. Para curarme en salud, yo he adoptado la costumbre de hacerles un descuento generoso a todos los candidatos, un descuento más o menos entre el 50% y el 80% de lo que prometen. En otras palabras, si el que gana cumple con la mitad o más de sus promesas, me doy por muy bien servido, no espero más.

Pero también tengo otros criterios más exigentes para decidir a quién le doy mi voto. Si tan solo huelo que alguno tiene vocación de reyezuelo o dictador de república bananera, lo descarto automáticamente. El respeto incondicional y absoluto a los principios y a las reglas de juego de la democracia representativa no es negociable. Si no puedo tener plena confianza en que un determinado candidato, una vez investido con el poder de la presidencia, no va a caer en la tentación de ejercer ese poder de manera abusiva o arbitraria, jamás podré votar por él.

La última de esas exigencias en las que no hago concesiones está muy bien expresada en el refrán que todos conocemos: Dime con quién andas y te diré quién eres. En esta ocasión, los candidatos no han querido revelar quiénes serían sus más cercanos colaboradores, pero sabemos quién ha estado cerca de ellos durante la campaña, sabemos a quién escuchan, quién puede tener más influencia sobre ellos. No basta con que el presidente sea decente y honesto. Necesita apoyarse en un equipo grande, en un equipo de personas competentes y con capacidad de gestión política, un equipo en el que no haya espacio para la corrupción.

Por eso afirmé en el encabezado de esta columna que cada candidato, con sus virtudes y flaquezas, es él mismo su oferta más importante al electorado. Al verlo de esa manera, evitaremos darle poder a alguien que no sepa cómo utilizarlo. Desde esta perspectiva, resulta absurdo el argumento de que no perdemos nada con probar darle poder a alguien cuyo único atractivo es el de no ser candidato de ninguno de los partidos que tanto nos han decepcionado en las últimas décadas.

Votamos marcando una bandera partidaria, pero elegimos a una persona y a quien lo sustituiría en el cargo en caso de muerte o incapacidad prolongada. Ya en el ejercicio de sus funciones, el presidente puede apoyarse en su partido pero también puede y debe tomar distancia del mismo siempre que lo requiera el bien mayor de todos los salvadoreños.

De la gestión gubernamental es responsable, al fin de cuentas, el presidente de la república, no el partido que lo propuso como candidato. Todos sabemos que hay mucha tela que cortar en todos los partidos, no solo en ARENA y FMLN. Por eso me parece tan importarle darles mucho más peso en la decisión del voto a los candidatos que a sus respectivos partidos. Ellos son los que pueden hundir al país o sacarlo adelante.

El retroceso exterior de México. De Jorge Castaneda

La estrategia del presidente López Obrador en política exterior además de un enorme paso atrás puede convertir al país norteamericano en cómplice de las peores prácticas en el hemisferio.

JORGE CASTANEDA, Ex Secretario de Relaciones Exteriores de México

28 enero 2019 / EL PAIS

América Latina enfrenta hoy retos en derechos humanos y democracia que pocos hubieran previsto. A las graves crisis en Venezuela y Nicaragua se suman los casos de Guatemala, donde la disolución de la CICIG preocupa; el de Bolivia, donde crece la tentación para Evo Morales de reelegirse a como dé lugar, y la tragedia de Brasil. ¿Quién pensaba hace dos años que el país más grande de la región se hallaría en la antesala de un ataque directo a los derechos humanos por parte de su presidente? Esto sucede en un contexto ominoso. A diferencia de lo ocurrido durante veinte años, y a pesar de sus propias y graves violaciones a los derechos humanos, México, en lugar de ser un defensor de los mismos, está en vías de convertirse en un cómplice de las peores prácticas en el hemisferio.

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La llegada a la presidencia de Andrés Manuel López Obrador trajo consigo el mayor cambio en la política exterior del país desde el año 2000. A diferencia de entonces, cuando el presidente Vicente Fox profundizó la actualización externa puesta en marcha por su predecesor, Ernesto Zedillo, abandonando el tótem de la no intervención y la fatigada retórica de la neutralidad e introversión mexicanas, López Obrador da un enorme paso atrás. Pretende retrotraer al país a posturas o bien inexistentes, o bien de los años cincuenta y sesenta, cuando México procuraba, no siempre con éxito, evitar cualquier toma de partido en las relaciones internacionales.

El retroceso tiene dos partes: Estados Unidos, y América Latina. Desde su elección y a pesar de declaraciones anteriores, López Obrador tomó una decisión consciente de evitar cualquier conflicto con el Gobierno de Donald Trump. Ni los actos ni los dichos del presidente norteamericano lo sacarían de sus casillas o lo obligarían a responder ante las provocaciones de su colega. Ha cumplido su compromiso, pero su vecino no se ha sentido obligado por ello.

En la mayor concesión mexicana hasta la fecha, López Obrador y su canciller, Marcelo Ebrard, aceptaron el ucase de Trump a propósito de los centroamericanos aglutinados en puntos fronterizos como Tijuana. En el equivalente de un convenio de facto de tercer país seguro, el Gobierno de AMLO accedió a una exigencia norteamericana. Los centroamericanos que soliciten asilo en Estados Unidos esperarán sus entrevistas y audiencias en territorio mexicano, bajo custodia mexicana, y a cargo del erario mexicano. Tratándose de esperas de hasta dos años, se dimensiona la magnitud de esta concesión. El corolario de dicha concesión consiste en el silencio declarativo de las autoridades mexicanas. Diga Trump lo que diga, haga lo que haga, el Gobierno de México permanece callado.

Resultará muy difícil modificar esta nueva y lamentable postura mexicana. Pedro Sánchez lo comprobará…

Es el caso asimismo de la política hacia América Latina, y en particular frente a las crisis en Venezuela y Nicaragua. El Gobierno de Peña Nieto, a través de su secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray, asumió una posición proactiva ante ambos países. En la Organización de Estados Americanos (OEA) y en foros ad hoc dentro y fuera de esa instancia, México, repetidamente, denunció las violaciones a los derechos humanos en Venezuela y, a partir de principios de 2018, en Nicaragua. Criticó a los Gobiernos de Maduro y de Ortega por autoritarios, represivos y productos de elecciones fraudulentas. Participó en esfuerzos fallidos de mediación, incluyendo el llamado Grupo de Lima para Venezuela, y el grupo de trabajo en la OEA para Nicaragua.

López Obrador ha abandonado esa postura, en votaciones, declaraciones y gestos como invitar a Maduro a su toma de protesta. Son tres las explicaciones que el Gobierno, sus partidarios o analistas han ofrecido al respecto. La primera es de orden principista. AMLO y su canciller Ebrard han afirmado que desean volver a lo que reza la Constitución mexicana desde 1988, a saber, que la política exterior del país se regirá por varios principios (de definición dudosa) y en particular el de no intervención. Lo interpretaron como un no opinar o tomar partido ante cualquier conflicto interno dentro de otro país, o frente a violaciones de derechos humanos o la ausencia de democracia. Releyeron la historia de la política exterior mexicana a su modo, olvidando cómo el país tomó partido contra el régimen de Batista en Cuba en los años cincuenta, reconoció a la República española hasta 1977, combatió al régimen de Pinochet en Chile a partir de 1973, y al de Somoza en Nicaragua en 1979, y a la dictadura militar en El Salvador en 1981.

Esta justificación peca de ingenua. Es cierto que AMLO es ajeno a cualquier asunto exterior a México, y que su provincianismo le podría permitir asumir estas actitudes con sinceridad. Pero su canciller tiene demasiado mundo y formación para creer en semejantes lugares comunes o francos errores históricos, de derecho constitucional mexicano, o de derecho internacional. Siendo un razonamiento que muchos en México suscriben, no se sustenta como tesis explicativa. Tampoco se sostiene el planteamiento de que México no interviene para evitar que otros intervengan en México.

AMLO pretende retrotraer al país a posturas o bien inexistentes, o bien de los años cincuenta y sesenta…

El segundo razonamiento, más franco y apegado a la verdad, aunque iluso, reside en el deseo del Gobierno de México de mediar en ambos conflictos. Ebrard considera que si México calla sus críticas, se aleja del radicalismo y la estridencia del Grupo de Lima o del grupo de trabajo de la OEA, y adopta una definición equidistante entre las oposiciones y los Gobiernos de Maduro y Ortega, podrá desempeñar un papel útil y eficaz para resolver las dos crisis.

El problema es que esta tesis ya la formularon los predecesores de AMLO y Ebrard, y muchos más: en el caso de Venezuela, el papa Francisco, José Luis Rodríguez Zapatero, Leonel Fernández, Martín Torrijos, y todo el Grupo de Lima; en el caso de Nicaragua, la Iglesia local, Vinicio Cerezo y António Guterres. Todas las mediaciones han fracasado, porque ni Maduro ni Ortega desean negociar su salida, y ni la oposición venezolana o nicaragüense poseen la fuerza para imponerla. Queda la denuncia, el aislamiento y la plegaria. Además, nadie entiende quién le otorgó a México el papel de mediador: ni los Gobiernos ni las oposiciones, ni el Espíritu Santo.

La tercera y última explicación es la más robusta. La amplia coalición de Morena y López Obrador abarca muchas sensibilidades ideológicas. Pero no cabe duda de que desde su extrema izquierda hasta su centro-derecha, allí imperan afinidades reales, emotivas e históricas, con los regímenes “revolucionarios” de Cuba, Nicaragua, Venezuela y Bolivia. En algunos casos se entienden, por motivos personales; en otros, por apoyos recibidos a lo largo de los años. Muchos dirigentes, cuadros medios y militantes de a pie de AMLO no comprenderían que su presidente se sumara a la “campaña del imperio” contra Maduro y Ortega, ya sin hablar de Raúl Castro. Detrás de toda la jerga principista, vacua y falsa, de la no intervención, o hiperpragmática de la mediación, yace una fuerte afinidad por los Gobiernos llamados de izquierda en América Latina. De allí la vergonzosa postura mexicana de los últimos días frente a los acontecimientos en Caracas: no reconocer a Guaidó; apoyar a Maduro en los hechos; salir del Grupo de Lima; y ofrecer una mediación aceptada por Maduro y rechazada por la oposición.

Por eso resultará difícil modificar esta lamentable postura mexicana. Pedro Sánchez lo comprobará en su próxima visita a México, cuando quizás intente acercar a López Obrador a la postura firme de la Unión Europea frente a las dos crisis de América Latina.

Un voto de confianza por un mejor El Salvador. De Carolina Avalos

CAROLINA AVALOS, Economista, consultora internacional en políticas sociales.

29 enero 2019 / EL DIARIO DE HOY

Elegir a nuestro presidente es elegir nuestro futuro. Los salvadoreños tenemos el derecho y el deber de elegir aquel candidato que mejor representa el modelo de sociedad que queremos para nosotros y nuestros hijos.

La elección del Presidente es una apuesta no solo por un candidato, es también un voto de confianza en su honestidad personal y calidad humana, en su compromiso por el bien común y en su inteligencia y preparación, así como en su buen criterio para elegir a los más capaces para su futuro equipo y llevar acabo las transformaciones necesarias para ese nuevo El Salvador que tantos deseamos, en beneficio de todos.

Nuestro voto es una decisión clave y responsable sobre nuestro futuro y el de nuestro país. Carlos Calleja representa, en mi opinión, la candidatura más fresca, honesta y preparada, con un compromiso sincero con el bien común y el interés general de los salvadoreños.

Expondré algunas de mis razones del porqué.

Carlos Calleja centra sus propuestas en la dignidad humana, fundamental para impulsar ese modelo de sociedad inclusivo en el que nadie se quede atrás, especialmente los más desfavorecidos y los jóvenes salvadoreños que se enfrentan a un futuro difícil e incierto.

Su formación y conocimiento en el mundo de la economía y la empresa favorecerá nuestro desarrollo al generar mayor confianza y al apostar por la competitividad, creación de empleos de calidad, y de mayores oportunidades de generación de ingresos y mejoras de salarios.

Carlos Calleja le da la importancia que se merece a la educación. Por fin, las reformas de infraestructuras y medios humanos y materiales para nuestros estudiantes y sistema público de educación, contarán con la prioridad y el presupuesto que se merecen si realmente queremos ser una sociedad con igualdad de oportunidades y con mayor equidad para todos, y porque la mejora de estos dos aspectos (educación y oportunidades de trabajo) son fundamentales para la prevención de la violencia en nuestro país.

La candidatura de Carlos Calleja incluye como compañera de fórmula a Carmen Aída Lazo, una mujer joven y preparada que representa la incorporación de la mujer a todos los ámbitos de nuestra sociedad, desde el respeto a nuestros derechos y dignidad. Juntos, ambos se han alejado de la demagogia y populismo que otros han utilizado, y utilizan, en cuanto al tema de la mujer se refiere.

Estoy convencida de que con Carlos Calleja existe un compromiso real y eficaz y los recursos necesarios para dotar de agua potable a todos los salvadoreños de una vez por todas y para que muchos de nuestros conciudadanos tengan la posibilidad de dejar de subsistir en infraviviendas, recobrando su dignidad y su futuro.

Él reconoce la importancia de los municipios y del trabajo de nuestros alcaldes, con los que hay que colaborar estrechamente para solucionar muchos de los problemas que nos afectan, cerrando la brecha de desigualdad territorial.

Como nuestro primer mandatario, Carlos Calleja no encabezaría ni aprobaría ataques contra la Sala Constitucional, la Fiscalía General de la República o los medios de comunicación. Más bien sería respetuoso y reconocería la división de poderes y el sistema de pesos y contrapesos esencial para avanzar en la democracia, fortalecer los derechos de la ciudadanía y ampliar nuestros espacios de libertad.

Sin duda su presidencia escuchará y tendrá en cuenta a la sociedad civil, buscando la unidad de los salvadoreños y los puntos de encuentro que nos hacen fuertes y nos harán superar los desafíos de hoy y de mañana, en lugar de buscar la división y el enfrentamiento entre nosotros que nos debilitan como país y sociedad.

Carlos Calleja apuesta por la modernización del Estado y pone como bastión de la administración pública la ética, la transparencia y la auténtica rendición de cuentas ante la ciudadanía que nos haga salir de la situación de corrupción, enfrentamiento e ineficacia que hemos vivido en los últimos tiempos.

Como presidente, estoy convencida de que él dará un nuevo empuje al papel de El Salvador en la construcción centroamericana y defenderá eficazmente nuestros intereses en el exterior y en los foros internacionales, sin hipotecas con regímenes extranjeros ni declaraciones populistas que no nos benefician. Un Presidente que esté al lado de las democracias y contra las dictaduras, como lo estamos la gran mayoría de salvadoreños.

Yo le doy mi confianza y me sumo a este esfuerzo, con la seguridad de que estos no se verán defraudados.

Carta a los ciudadanos: Mi voto razonado (a pesar de todo). De Paolo Luers

29 enero 2019 / MAS! y EL DIARIO DE HOY

Amigos:
Escribo esta carta a los que están, como yo, distanciados de los partidos, y quienes están entre no votar o, a pesar de todo, votar por algún candidato.

Yo votaré el domingo por Carlos Calleja y Carmen Aída Lazo.

Aprovechando mi última carta antes de la veda electoral, voy a explicar por qué. Votaré por ellos, a pesar de que a ARENA le tengo mucho más crítica que simpatía. No me gusta cómo funciona este partido, tampoco su dirección.

En mi criterio, buena parte del COENA es mediocre, sin capacidad de convencer con argumentos y con creatividad; y otros son trogloditas reaccionarios. No me gustó cómo se gestó el proceso de elección del candidato presidencial. No me gustó la campaña interna de Carlos Calleja, quise que ganara mi amigo Javier Simán. Pero tampoco me gustó la actitud de los simpatizantes de Javier luego de haber perdido. No me gusta la incapacidad de ARENA de enfrentarse a las partes oscuras de su pasado. Y tampoco me gusta su intolerancia a la crítica y a cuestionamientos, y su desprecio a los jóvenes con cabeza propia. Pero una cosa es el partido y otra diferente sus candidatos.

Los candidatos, durante la campaña, llegaron a convencerme, primero Carmen Aída Lazo y luego Carlos Calleja. Me sorprendió su apertura frente a señalamientos francos, críticas y propuestas. Me impresionó su manera de enfrentarse, día a día, a todo tipo de gente, la mayoría humilde. Vi que ambos se dejaron tocar por la gente, sus problemas y peticiones. El Carlos Calleja que conocimos al inicio de su campaña no es el mismo de ahora. Sus preocupaciones y prioridades cambiaron.

Sigo pensando que ARENA necesita una radical renovación ideológica y de sus métodos de organización, dirección y comunicación. No sé si Carlos Calleja y Carmen Aída, desde Casa Presidencial, podrán empujar esta renovación. Tendrán las manos llenas con limpiar y renovar el gobierno.Los que estamos insatisfechos con los partidos, que somos la mayoría, debemos seguir empujando la renovación de los partidos, o la creación de nuevos que no nazcan con los vicios de los viejos, como Nuevas Ideas. Pero para esto habrá tiempo, y hay que hacerlo con paciencia e insistencia, gane quien gane la presidencia.

Pero mientras tanto, elijamos entre las cuatro fórmulas presidenciales la mejor. Para mí son Carmen Aída Lazo y Carlos Calleja. Para otros serán otros. Convirtamos nuestro voto en un mandato claro para cambiar la forma de gobernar, para limpiar Casa Presidencial y el gobierno entero de los mecanismos de corrupción, y para redefinir las prioridades del gasto estatal, para que comiencen a solucionar de fondo los problemas principales del país.

No nos dejemos paralizar por lo difícil que es renovar los partidos, ni mucho menos permitamos que la frustración y la impaciencia nos empujen a un voto irracional y aventurero de castigo o venganza. No es un juego. Luego veremos qué haremos con los partidos. Lo más probable es que yo, en el 2021, votaré por diputados de Nuestro Tiempo. Pero ahora nos toca escoger entre 4 fórmulas a quienes pensamos que formarán el mejor gobierno. Votemos con cabeza fría.

Saludos,

“Calleja no solo construye un mensaje para venderse. Tiene una visión clara de gobierno”

Entrevista de Ricardo Avelar a Juan Valiente, 29 enero 2019 / EL DIARIO DE HOY

A dos años de señalar falta de apertura en ARENA, el exdiputado y miembro del sector empresarial del partido ve con buenos ojos el liderazgo de la fórmula presidencial y les augura éxito electoral. Además, cree que pueden armar un gabinete basado en mérito y experiencia.

Juan Valiente, exdiputado de ARENA y miembro del sector empresarial de este partido. Foto de Archivo.

En 2017, los diputados de ARENA Juan Valiente y Johnny Wright anunciaron que no buscarían la reelección por este partido, pese a su popularidad, pues denunciaron que el partido no renovaba sus cuadros ni reformaba sus prácticas.

Wright está en proceso de fundación de su nuevo partido y Valiente optó por permanecer en ARENA para transformarla a lo interno. Un año y medio después, y a las puertas de una elección presidencial, Valiente hace valoraciones de los cambios que ARENA ha llevado a cabo y ve con optimismo la candidatura de Carlos Calleja, a quien además de preparado, considera capaz de tener el liderazgo para no permitir que vuelvan al país los vicios del pasado. Esto es lo que compartió a El Diario de Hoy:

En 2017, alegaste falta de apertura y renovación en el partido. ¿Ves algo diferente?
Si ARENA hubiera aceptado el reto de hacer los cambios necesarios cuando peleamos por ellos, sería evidente que fuéramos ganando en primera vuelta. Independientemente de lo que pase el 3 de febrero, va a ser necesario que los partidos entren en una reflexión profunda para entender las dinámicas que han permitido que un personaje un oscuro ahora aparezca como favorito en algunos sondeos.

En 2017 dijiste que si ARENA no cambiaba, perdería en 2019. ¿Ves pasos en la dirección correcta?
La campaña ha sido interesante. Ya volvieron mensajes encajonados de ricos contra pobres, los mismos de siempre y lo robado, pero has visto cómo ha evolucionado la campaña de Carlos y Carmen Aída. En un inicio tenía mucha suspicacia de la candidatura de Calleja porque se asociaba con sectores del partido con prácticas políticas que me parecían cuestionables, pero ahora que termina la campaña, en lugar de estar acompañado por Milagro Navas, que esperábamos como candidata a la vicepresidencia, termina acompañado de una persona que no pertenecía a los partidos políticos y que tiene cualidades tan evidentes que hasta ya la nombró su secretaria técnica si ganan la elección.

Vas viendo una transición de Carlos donde se monta encima de los partidos políticos, construye una alianza de varios partidos y puede hablar más allá de ARENA y sus limitaciones. Habla de lo que él y Carmen Aída quieren hacer y sus mensajes me parece que van en la dirección correcta.

Más allá de nombrar a Lazo como compañera de fórmula, ¿hay más signos de renovación?
A Carlos, en las últimas semanas, ya no lo has visto rodeado de los personajes cuestionados de ARENA. Él está tratando de refrescarse y está cumpliendo. Se comprometió a elegir a las mejores personas para su gobierno y el primer signo que da, el único que puede dar antes de ganar, es elegir a su candidata a vicepresidente y elige a alguien que a él le parece que llena ese perfil de meritocracia que él le está ofreciendo a la población. Lo que hay que reflexionar para nuestra democracia joven es ver quién de los candidatos puede ayudar a fortalecer las instituciones más allá de lo que los partidos políticos quieran. Esas son las reflexiones para que el 3 de febrero elijamos a la mejor pareja al Ejecutivo.

Un mensaje fuerte que ofrecen es la meritocracia. ¿Ves buenos signos en esta área?
Cuando lees el plan de gobierno, a mi juicio el rescatar los intereses de la persona y poner a esta al centro de la acción política como lo manda la Constitución es un cambio fundamental y no es mediático. Ellos no están construyendo mensajes para vender, tienen una visión del gobierno en la dirección correcta.

Para llevar este plan a cabo hay que ganar la elección y hay números no del todo favorables. ¿Crees que es factible una victoria electoral de tu partido?
En muchos sentidos esta elección es nueva. Tenemos consolidándose el rechazo a los partidos políticos. En 2015, cuando lancé la campaña “Un político menos” empezaba a delinearse la antipolítica y ahora parece estar arraigada. Esta es una realidad con la que habrá que convivir en esta elección y las siguientes. Hay otros signos como la urbanización. Entonces surge la discusión sobre si son válidas las estrategias de trabajo territorial y yo creo que sí, o si va a ser suficiente con medios y redes sociales. En 2015 tuvimos que garantizar que los simpatizantes nuestros votaran y muchas veces estas personas no tienen suficiente pasión, interés o recursos para trasladarse a los centros de votación.

Nosotros movilizamos personas para que fueran a votar y defendieran el voto, eso marca la diferencia.

¿Qué tan fuertes es la Alianza por un Nuevo País en el territorio?
El PCN tiene mayor estructura y presencia, el PDC es fuerte en algunos municipios. Conjuntamente en 2018 obtuvieron 1.2 millones de votos. Si tú sumas lo que puede votar en esta elección, que puede rondar los 3 millones, la coalición tiene un mensaje de votos importante. Además, en el territorio ves que Nayib está corriendo por GANA pero distanciándose de este partido y creo que las estructuras le pasarán factura. Yo no veo a los diputados de GANA matarse en el territorio para garantizar que él llegue. Más bien veo que la van a tratar de pasar lo mejor posible, no gastarán sus recursos en apoyarlo y más temprano que tarde recuperar el anaranjado que han perdido ante el celeste.

Bukele no le ha dado gran importancia a lo territorial. ¿Una estrategia ganadora o ingenua?
Creo que Nayib le estaba apostando al fenómeno de abandono de lo rural y urbanización en el país. También ha apostado al grupo etáreo de los jóvenes pensando que puede hacer la diferencia, pero aun en los mejores cálculos no pasan del 40% del padrón y difícilmente ese 40% hará la diferencia en el voto acumulado porque no veo en ese segmento una pasión desbordada aunque ciertamente las encuestas dicen otra cosa. Es una estrategia que vamos a probar el domingo si ha funcionado o no. Mi lectura es que cometió un error importantísimo, despreciar al FMLN y su capacidad de reagruparse y enfrentar esta elección y revivir después de la derrota de 2018. Hemos visto en el territorio un trabajo de Hugo y de Karina para recuperar los sustratos más filosóficos de la lucha histórica de la izquierda y a tratar de fortalecer esas bases. Mi lectura es que fácilmente podrían sacar 800,000 votos que cuando ves cómo se moverán todos quizá le alcanzan incluso para pasar a segunda vuelta.

No casualmente ahora Nayib ataca fuertemente a la izquierda porque sabe que su futuro depende de la debacle electoral del FMLN.

¿Tiene algún partido suficiente para ganar en primera?
Mi hipótesis era que si ARENA se renovaba para eliminar las prácticas políticas que nos vinculan a corrupción, manipulación y desprecio de los ciudadanos, estaríamos holgados para ganar en primera vuelta. No se hizo, pero Carlos cambió la estrategia. Cuenta con ARENA, pero no solo con ARENA y se distancia para proponer un plan de gobierno alineado a lo que los ciudadanos merecen y creo que le alcanzará para segunda vuelta pero dudo que podamos ganar en primera.

Juan Valiente ve con buenos ojos el tipo de campaña en la que tanto FMLN como ARENA han dejado la confrontación a un lado para ofrecer propuestas.

¿Cómo ha sido la interacción de ARENA con sus contrincantes?
Los ciudadanos dirán que ha sido de confrontación porque a pesar de un intento de Hugo y Carlos de poner propuestas sobre la mesa, lo que está contaminando el ambiente político son los mensajes cliché, encajonados y de confrontación. No ha sido una campaña positiva como esperábamos. Ha sido mejor que otras pero tenemos que avanzar.

¿Puede ARENA armar un gabinete más capaz que el resto?
Carlos y Carmen Aída, como Hugo y Karina han estado tomando conciencia de lo que necesita el país y tienen propuestas sensatas. Vamos terminó arropándose de un conservadurismo religioso que no abona y no es lo que necesita El Salvador. Me parece que Carlos tiene más características que permiten asumir un mejor gobierno que el de Hugo y Karina, pues no lograron separarse tanto del FMLN. Logra la candidatura pero sigue siendo una candidatura del partido y todavía ves en algunos elementos la relevancia que se le da al partido más que al gobierno. En el caso de Carlos ves la intención de separarse de los partidos y dar señales que permiten creer que tenga el mejor carácter para no perderse de llegar al poder.

¿Es políticamente factible armar un gabinete basado en mérito cuando se corre en coalición?
Creo que los partidos políticos le han dado espacio a Calleja para gobernar si es electo. Si no es así, mi llamado sería a que se tome las riendas del Ejecutivo y haga lo que tenga que hacer para tener un gobierno como el que necesitamos y como el que merecen los ciudadanos.

ARENA generó frustraciones por pocas políticas sociales y no controlar la violencia. ¿Ofrece algo diferente este plan de gobierno?
Si lees la estrategia contra la violencia, es novedosa y rompe con las posiciones de ARENA de los últimos gobiernos. El plan tiene elementos que permiten intuir que tendremos un gobierno más efectivo en reducir las desigualdades, atender los intereses de la persona y crear un ambiente de mayor armonía social que la que tenemos ahorita.

¿Considerarías formar parte del gabinete?
No lo he considerado desde el Ejecutivo, pero para mí una de las satisfacciones más grandes fue servir en la Asamblea Legislativa y sí tengo la voluntad de seguirlo haciendo.

Venezuela y nuestras elecciones. Columna Transversal de Paolo Luers

27 enero 2019 / EL DIARIO DE HOY

Los periodistas, los políticos, y todos los que generamos opinión pública tenemos que cuidar bien los términos que usamos para describir eventos, porque muchas veces con solo utilizar palabras equivocadas, cambiamos el significado de los eventos.

En los noticieros y en las notas de prensa sobre la actual crisis constitucional venezolana están hablando de que el presidente de la Asamblea Nacional Juan Guaidó “se autoproclamó presidente interino”. También escuché que de repente hay dos presidentes, porque “el rival político y opositor Guaidó se autoproclamó presidente interino”.

Seamos más precisos en las palabras que escojamos. Juan Guaidó no se “autoproclamó” presidente. Lo que hizo es asumir la responsabilidad que la Constitución dicta al presidente de la Asamblea en caso de ausencia de un presidente legítimamente electo. En este caso, la Constitución venezolana dicta que el presidente del Órgano Legislativo tiene que encargarse del Poder Ejecutivo y convocar elecciones libres dentro de un mes para restablecer el orden constitucional. Y no es Juan Guaidó como persona —y mucho menos en su calidad de “rival de Maduro” o de “opositor al régimen chavista”— quien determinó que Maduro no es presidente legítimamente electo para otro período presidencial, sino la Asamblea Nacional, el único órgano constitucional legítimamente establecido en Venezuela.

Tampoco ha sido Juan Guaidó quien para asumir el Poder Ejecutivo de forma interina invocó los artículos de la Constitución respectivos, sino que ha sido la Asamblea Nacional, en cumplimiento de sus facultades constitucionales.

En este contexto, hablar de que un “rival opositor” se autoproclamó presidente de Venezuela, trivializa el serio problema que enfrenta ese país. Y pinta una imagen equivocada. Juan Guaidó, aunque es miembro de uno de los partidos opositores que en su conjunto en las elecciones de 2015 ganaron la mayoría absoluta de la Asamblea Nacional, no es “rival de Nicolás Maduro”. Es un diputado a cuyo partido Voluntad Popular, gracias al acuerdo entre los partidos opositores sobre la rotación en la presidencia de la Asamblea, le tocó asumirla para el último año de la legislatura. Y le tocó a Guaidó porque el régimen de Maduro ha logrado sacar de circulación toda las plana mayor de este partido: su presidente, Leopoldo López, está cumpliendo una condena por haber convocado las manifestaciones nacionales de 2014; y los que asumieron el liderazgo, Carlos Vecchio y Freddy Guevara, tuvieron que exiliarse en 2015 y 2017, respectivamente, para no compartir la misma suerte. Los tres, igual que los líderes de otros partidos opositores (Henrique Capriles, Julio Borges, Henry Falcón, Henry Ramos Allup, María Corina Machado…) son “rivales de Maduro” y serían posibles candidatos a la presidencia, si se lograra convocar elecciones libres. Juan Guaidó no tiene ningunas pretensiones de convertirse en presidente. Simplemente, y a pesar del visible miedo a las consecuencias, asumió la responsabilidad que la Constitución y su cargo como presidente de la Asamblea Nacional le impone.

Siendo las cosas así, y no como sugieren los términos que tan ligeramente se usan, hay que interpretar bien las decisiones que han tomado los diferentes gobiernos del Hemisferio (y más allá de las Américas) frente a la crisis constitucional venezolana. Los gobiernos no han tenido que escoger entre dos presidentes, reconocer al gobernante “de facto” Nicolás Maduro o al “autoproclamado” Juan Guaidó. No, los gobiernos han tenido que escoger entre dos opciones: reconocer y apoyar un régimen dictatorial ilegítimo, o apoyar el restablecimiento de la democracia vía elecciones libres. Esta es la disyuntiva que enfrentaron los presidentes de todo el mundo. La gran mayoría de los países, reconociendo que fue legitimo que el presidente de la Asamblea Nacional asumiera el poder interino, apostó por el restablecimiento de la democracia en Venezuela mediante elecciones libres. Una minoría, a la cual lamentablemente se inscribió el gobierno salvadoreño, optando por reconocer y apoyar al gobierno de facto de Maduro, bloquea la única salida posible y legítima: elecciones libres.

Habiendo dicho todo esto, queda claro que la crisis constitucional de Venezuela no la podemos discutir como un problema más de la política exterior de nuestro país. Nos plantea un desafío mucho más de fondo, y exige a los dirigentes políticos (y potenciales presidentes) posiciones y decisiones que tienen que ver directamente con la visión que cada uno tenga del país, de la democracia y del compromiso con los Derechos Humanos, el orden constitucional y el respeto a los poderes del Estado. Quienes dudan en reconocer el derecho y el deber del parlamento de aplicar la Constitución en caso que los demás poderes del Estado hayan perdido su legitimidad, en Venezuela como en El Salvador, no deben gobernar nuestro país. Por esto estamos exigiendo posiciones claras e inequívocas a todos los candidatos a la presidencia y vicepresidencia. No solo por solidaridad con los venezolanos, sino también para curarnos en salud aquí en El Salvador.

La pregunta es: ¿Cómo actuaría aquí un presidente a quien le tocaría gobernar con una Asamblea donde sus adversarios no solo tienen mayoría absoluta, sino mayoría calificada que les permitirá neutralizar cualquier veto presidencial?

El fin del reino de la mentira. De Manuel Hinds

26 enero 2019 / EL DIARIO DE HOY

El régimen del Socialismo del Siglo XXI está en el proceso de descomposición en Venezuela. Su fracaso no es ideológico en el sentido de una izquierda derrotada por una derecha. Como he insistido varias veces en este espacio, es un error al llamar “izquierda extrema” al comunismo o a los regímenes tiránicos que se llaman socialistas como el de Venezuela, Nicaragua o Cuba, como si estos países fueran similares a Suecia, Islandia, Dinamarca y similares, solo que llevados al extremo. Ciertamente, los países nórdicos tienden a ser de izquierda, pero su característica principal, definitoria, es que son democracias basadas en el respeto a los derechos individuales. Ni Venezuela ni Nicaragua ni Cuba son países que llevan al extremo la democracia o el respeto a los derechos individuales. Están en contra de ellos.

Ciertamente, que los países nórdicos presentan diferencias con los países desarrollados de derecha —sus servicios sociales son más extensos. Pero estas cosas que los diferencian de los desarrollados de derecha tampoco son características de Venezuela, Nicaragua y Cuba. Al contrario, en esos últimos los servicios sociales son pésimos. Además, esos tres países tienen economías muy mal manejadas, mientras que los países nórdicos tienen economías muy sanas, basadas todas en el mercado libre, que los ponen en el grupo de los países más ricos del mundo. Venezuela ha sido tan mal manejada que estaba creando una crisis social, económica y política sin precedentes en la región.

Es decir, lo que se está terminando en Venezuela con Maduro no es una ideología legítima de izquierda sino una tiranía arcaica del tipo del Siglo XIX. Al mismo tiempo está cayendo el reino de la mentira en la que estuvo basada.

Esta mentira tenía muchas dimensiones. Una de ellas era precisamente pretender que era un régimen de izquierda interesado en problemas sociales cuando en realidad era un régimen corrupto que usaba su supuesto interés social como un instrumento para adquirir el poder total económico y social, para luego usarlos para beneficio propio de sus líderes. Habiendo subido al poder acusando a todos los partidos políticos y a todos los jueces y diputados de corrupción, Chávez usó su poder para dividirlos y prácticamente eliminarlos, y para poner diputados y jueces que le respondían a él personalmente en un esquema de corrupción sin precedentes en el país. Destruyó todas las instituciones democráticas de Venezuela y en su lugar se erigió él como el líder único, señor de vidas y haciendas —igual en todos los sentidos a los viejos dictadores de Latinoamérica.

Y todo esto lo envolvió en una mentira peor: la pretensión de que su régimen respetaba la democracia porque hacía elecciones, sabiendo que eran todas amañadas. De esta forma, Maduro, hasta el día de su caída, se llamaba a sí mismo presidente constitucionalmente electo, aunque todo el mundo sabía que las leyes electorales estaba amañadas y que aún con esas mañas había perdido, y que había hecho trampa para decir que había ganado. Esta apariencia de legitimidad era la mentira más grande que Chávez y Maduro armaron. Fue una mentira muy exitosa. Usaron los símbolos oficiales del poder para que la gente olvidara sus trampas, dejándoles clamar que eran los representantes legítimos del pueblo. Mucha gente se dejó engañar en esta mentira, aún sabiendo que era mentira, solo porque ellos seguían ocupando los edificios del gobierno.

Esta gran mentira es la que la Asamblea Nacional de Venezuela desafió, aplicando la constitución que le da el poder de desconocer a los presidentes electos con trampa y de nombrar al presidente de la Asamblea como Presidente Interino de la República para llamar a nuevas elecciones. Y esta mentira es la que decidieron dejar de creer los 17 países que reconocieron al nuevo presidente que nombró la Asamblea.

Nuestro gobierno sigue sosteniendo su propia mentira, derivada de las de Chávez y de Maduro, que consiste en decir que cree que Maduro es el presidente legítimo de Venezuela. Es triste que en sus últimos momentos, este gobierno sigue usando el nombre de El Salvador para apoyar a regímenes tan sangrientos y tiránicos como los de Maduro y de Ortega. Venezuela se está liberando de su mentira. Nosotros tenemos que liberarnos de las nuestras.