Isabel de Sola

Para el Padre Tojeira: Lo que significaron las elecciones internas de ARENA. De Isabel de Sola

26 abril 2018 / El Diario de Hoy

Padre Tojeira, me permito escribirle en relación a su artículo “Elecciones internas de vergüenza”, de fecha 17 de abril, sobre la precampaña del partido ARENA.

Quiero que sepa que yo personalmente me siento orgullosa acerca de las elecciones internas de ARENA —y eso que no soy militante del partido ARENA. Me alegro de que uno de los partidos del país se abriera a la retroalimentación de la población por medio de las elecciones internas, pues demostró, a mi parecer, una nueva sensibilidad por las preocupaciones de las personas habitantes en la periferia de la máquina partidaria.

Los esfuerzos de los precandidatos por darse a conocer a la gente me parecieron buenos – me recordaron la energía generada por la precampaña “En Mache!” del precandidato Macron en Francia 2017. En una época de creciente apatía política, los candidatos suscitaron curiosidad y hasta entusiasmo entre miles de personas que participaron en sus actividades.

Me inspiró también ver la lucha de Javier “el Outsider” Simán por transformar los malos hábitos del partido ARENA. Sus líderes comienzan a entender que las tendencias que trasforman la democracia a nivel mundial —la tecnología, la decepción de la juventud con la política, el consumo de información en redes sociales, la injerencia de poderes externos (lobby-istas, hackers o Rusia)— vuelven más importantes la equidad de procesos internos de los partidos. Hemos visto varios “dedazos” que se dieron en el pasado, en todos los partidos; y si bien estoy segura de que todavía no han alcanzado la perfección en ARENA, tampoco quiero que lo perfecto sea el enemigo de lo bueno.

Fue interesante ver un debate de ideas “en vivo” entre tres salvadoreños muy preparados. Si bien, como usted nota, Padre Tojeira, no entraron en los detalles de sus propuestas, yo sí escuché a los precandidatos varias ideas concretas sobre cómo abordar la seguridad, la educación, o el crecimiento. Como algunos medios de comunicación a veces atribuyen su parcialidad a esas propuestas, me pareció que el debate en vivo reducía el margen para el favorecimiento o “fake news” en los análisis posdebate.

Yo no escuché, como usted se queja, la palabra “represión” durante el debate de seguridad, tanto como escuché las palabras prevención y reinserción, esta última siendo esencialmente un vocabulario nuevo en el discurso político de nuestro país. Después de tantos años de sufrimiento por el ciclo exclusión-violencia-represión-más violencia-más exclusión, entendí el discurso de los precandidatos sobre la seguridad como moderno, informado en las mejores prácticas y hasta esperanzador.

Por lo contrario, unas palabras que leí por lo menos 7 veces en su editorial fueron “millonarios” o “dinero”, en sus alusiones a las cualidades que descalificaban a dos precandidatos. Al haber sido educada en la burguesía salvadoreña, donde no nos gusta hablar de dinero, a mí me dio vergüenza que usted se refiriera principalmente a la calidad económica-financiera de estas personas —como si su dinero les impidiera empatizar con la gente, buscar soluciones justas. Como si la riqueza los excluyera automáticamente del club pequeño de justos y éticos, los cuales sí reúnen el perfil arquetipo de sufrimiento y valores de clase necesarios para servir a su país tal y como se manda en alguna sociedad ficticia.

Prefiero que en El Salvador dejemos atrás los estereotipos. Si bien ha habido ricos que al llegar al poder no se interesan por los pobres, también hemos visto lo mismo entre “humildes” que llegan al poder.

El domingo se definió uno de entre los tres pre-candidatos de ARENA, y a éste le tocará unir a su partido para las elecciones de verdad. Menudo desafío. Quizás nos deberíamos incorporar usted, Padre Tojeira, y yo también, a esa misión de unir al partido, o de unir al país, detrás de una visión común —pues la fragmentación y el odio entre nosotros, hermanos, es el factor que quizás más nos perjudica como Nación.

Hoy en El Salvador podemos escuchar a los candidatos y medirlos en vivo por medio de Facebook, cuya membresía es gratis (si no cuentas el valor de tus datos). Para esta elección, se fomentó más competencia entre los líderes, y así presionamos para que los partidos mejoraran. Exponiéndonos a las oportunidades para el diálogo, pudimos enriquecer nuestras ideas. Veamos ahora si los otros partidos aprovechan el camino que se ha abierto por estas tres personas, valientes y osadas en palabra y acción.

Lea el artículo de José María Tojeira:
Elecciones internas de verguenza

Paz, elusiva. Carta de una hermana lejana que no conoce la paz. De Isabel de Sola

Decidí dejar mi trabajo en Suiza para comenzar un proyecto pro paz en El Salvador, al cual los invito con gusto.

Isabel de Sola, presidenta de la Fundacion H. de Sola

Isabel de Sola, presidenta de la Fundacion H. de Sola

Isabel de Sola, 13 enero 2017 / EDH

Me emociona que El Salvador va a celebrar el 25 aniversario de sus Acuerdos de Paz. Más allá del simbolismo, lo entiendo como una especie de despertador para todos. Despertémonos, nos dice el aniversario, pues en verdad no hay “paz” todavía en nuestro país.

Los Acuerdos fueron transcendentales: pusieron fin a la guerra y crearon instituciones importantísimas —pero no nos trajeron paz. Sería mucho pedirle, a unos acuerdos, que rindan rápidamente lo que toma años y hasta siglos construir. No es culpa de los Acuerdos que las pasadas y presentes generaciones de salvadoreños nunca hemos vivido una época de paz duradera o sostenible. A nuestros abuelos les tocó vivir la tensión y represión de los 50 y 60. A nuestros padres les tocó enfrentar las armas y el reto de acabar una guerra entre hermanos, que era a su vez una lucha ideológica entre poderes globales. Y a los jóvenes nos ha tocado la posguerra —una época marcada por la ausencia de guerra y también la falta de paz.

diario hoyMe detengo un momento sobre esto, porque creo que no apreciamos lo suficiente cómo la posguerra nos ha formado. Mi generación es cautelosa. Nuestros hijos juegan detrás de paredes y razor; limitamos nuestros movimientos a los espacios conocidos; nuestros carros están polarizados. Si nos marca un número desconocido, no contestamos al teléfono. Estamos acostumbrados a la democracia imperfecta. Sabemos que hay instituciones, pero no siempre podemos contar con ellas.

Fundamentalmente, somos varias generaciones que no conocemos la paz —entendida no solo como la ausencia de violencia, sino también como el conjunto de instituciones, actitudes, y compromisos nutridos por la sociedad que le permiten resolver constructivamente el conflicto. Los investigadores nos indican que tarda por los menos 30 años reconstruir un país después de una guerra —no solo a nivel de infraestructura o economía, pero a nivel psicológico. Un americano que tiene décadas de vivir en El Salvador me dijo que a veces parece que todos sufriéramos de PTSD —síndrome de stress postrauma— tal es nuestro nivel de desconfianza y conflictividad.

Quizás tenga razón. Aquí donde vivo en Suiza, se respira la paz. La sociedad está comprometida con su democracia, con la negociación de acuerdos de Estado, con la inviolabilidad de sus instituciones. Mis amistades suizas no pueden concebir de la violencia en América Latina, les parece insoportable tan solo un homicidio, mucho menos veinte por semana.

Tantos años sin paz han normalizado para nosotros cosas que no son normales. Nos hemos tenido que volver muy resilientes para seguir construyendo nuestras vidas en el contexto de violencia y problemas aparentemente intratables. Tengo un amigo que salió a trotar una madrugada y pasó cerca del cuerpo de un hombre asesinado a tiro blanco. Mi amigo sintió el golpe de ansiedad —¿será que los asesinos están todavía cerca?— y siguió trotando. Pienso en una compañera de trabajo que conversó amablemente con el pandillero que le robó su celular en un semáforo capitalino. Cuando el joven le quitó la pistola de enfrente, mi amiga se lo agradeció. Ambos sabían que fueron suertudos, al haber evitado la muerte insensata que destruye tantas vidas todos los días en El Salvador. Nuestra resiliencia nos posibilita seguir adelante, pero nos desensibiliza a situaciones intolerables.

El ejemplo suizo me da esperanza —les costó a los suizos no menos de 800 años de guerras fratricidas para lograr la paz. Estamos de acuerdo que El Salvador no tiene el lujo de 800 años para resolver su brecha de paz: hemos llegado a un punto de tal desesperación que estamos dispuestos a ceder el terreno ganado en derechos humanos y a violentar nuestras propias leyes con esfuerzos vanos por reducir los homicidios.

Aun dentro de la tormenta apocalíptica de medidas extraordinarias, crisis fiscal, polarización política, cárceles que explotan, yo me aferro a la promesa de paz y no pierdo mis esperanzas. Decidí dejar mi trabajo en Suiza para comenzar un proyecto pro paz en El Salvador, al cual los invito con gusto. En foropaz, queremos ofrecer un espacio de encuentro para las organizaciones que promueven la paz por medios pacíficos en el país. Si bien todavía no tenemos las actitudes y los comportamientos que nos hacen falta, nada nos puede detener en perseguirlos.

idesola@grupodesola.com