Luis Antonio Monterrosa,
En los últimos meses, dialogar o no dialogar se ha vuelto un tema de discusión, con sus detractores y con sus postuladores. En ello ha aparecido mucho de razonamiento ideologizado con razones insostenibles, débiles e incluso falaces, sobre todo desde aquellos que se oponen. Por otro lado, me parece ha faltado argumentación más robusta para poder lanzar el diálogo.
Examinamos en este documento, como un ejercicio de desideologización, las razones que pueden favorecer el diálogo bajo el supuesto que es el mecanismo idóneo para abordar la problemática social. Examinamos sus posibilidades, sus interlocutores así como posibles caminos de acceso.
1. ¿Se puede o no se puede?
Promoví y participé de un proceso de diálogo entre instituciones y una pandilla hace más o menos diez años. Escribí un pequeño informe analítico sobre ello1. Vengo trabajando ya hace algún tiempo sobre estos temas de violencia, pandillas y construcción de paz. Con esto quiero decir que hablo con propiedad y no por mera especulación.
Soy partidario de la posibilidad y necesidad de realizar un proceso de diálogo con ese mundo que denominamos “maras y pandillas”. Soy consciente al mismo tiempo de las limitaciones y dificultades que supone e implica. Para comenzar habrá que decir, en cuanto a la conflictividad se refiere, y más si está en referencia a asuntos sociales, los procesos de diálogo no son nada fáciles, pero no imposibles.
No son nada fáciles porque exigen cierta disciplina, metodología, terceras partes para facilitar el proceso, etcétera… pero, quizá el elemento más complicado, una disposición personal y social para emprender el camino (sensibilidad). Las más de las veces no existe la disposición personal y social que permita la apertura al Otro (suena muy filosófico, pero en realidad así es) sea porque este Otro u Otra es diferente y tenga construido sobre ellos y ellas unas ideas particulares, entre acertadas y erróneas. Precisamente por esta razón decía Adam Curle2, venerable cuáquero británico asociado al concepto de construcción de paz (peacebuilding ya como término técnico), que la mediación3 es básicamente un proceso psicológico que se proponer reducir la adversariedad, es decir, mi visión equivocada del Otro, de modo que me permita sentarme y dialogar.
Rápidamente dos ejemplos mediáticos. Antonio Rodríguez, religioso pasionista, acusado por la FGR de “traidor a la sociedad” negoció con sus fiscales para admitir su pena y reducir así su sentencia (existen indicios fuertes que fue presionado para este proceso). El descuartizador Chávez pasó de ser acusado de homicidio agravado a homicidio simple (¡!) suponemos que para favorecer la reducción de pena. Por tanto, sí se puede dialogar / negociar con delincuentes. La FGR ya lo ha hecho antes y seguramente lo seguirá haciendo (otra cosa es si es una práctica respetable).
Por tanto sí se puede dialogar/negociar. Al menos la experiencia dice que sí. Otra cosa es la manera, el método, los interlocutores, lo sustantivo en discusión o más expresamente dicho qué se negocia y sobre qué se dialoga. Uno de los argumento contra la famosa tregua de 2012 es que no se sabe qué se negoció y que no fue transparente. Sin entrar a discutir sobre esos puntos, en realidad esos argumentos propiamente no son contra el proceso de diálogo / negociación en sí, sino contra una posible modalidad (no entro en este momento a discutir sobre la modalidad precisa realizada en 2012). Lo que se dice en realidad es “así no… de esta manera no” pero no se dice que no se pueda dialogar o negociar, por ejemplo, de manera transparente o con determinados interlocutores.
2. Dialogar ¿con quién?
En segundo lugar, veamos el asunto de los interlocutores como una manera de profundizar sobre los términos mismos del diálogo. Aquí nos fijamos en la referencia expresada en “diálogo con delincuentes”. ¿Son real y sustantivamente los pandilleros delincuentes? En términos sociológicos, y en términos de puro análisis lógico, no deberían meterse en el mismo saco pandilleros y delincuentes. El fenómeno de las pandillas en principio es un problema social y no necesariamente criminológico o delictivo. Por supuesto, existen grupos identificados como pandilleros que realizan acciones delictivas vinculadas por ejemplo con la extorsión, el homicidio (especialmente entre grupos rivales), pero buena parte de los grupos son meramente juventud excluida que encuentra un modo de vida en eso que llamamos pandilla y además, una forma de inclusión.
El grupo con el que yo trabajé no eran extorsionistas ni homicidas ni criminales. Ciertamente tenía una fuerte identidad pandilleril (sus takas, sus señas, su pertenencia, etc.) Desde este punto de vista era una expresión juvenil alocada, diferente y chocante para muchos si se quiere. Pero eran jóvenes producto de una condición social de exclusión. Aquí suele resonar el problema de origen de la violencia. ¿Son las pandillas violentas por sí mismas o nuestras pandillas en El Salvador son violentas porque son producto de una sociedad violenta? En mi análisis me inclino por lo segundo. Hay otras expresiones pandilleriles, en Nicaragua por ejemplo, que no son lo violentas que son las salvadoreñas. Pueda que en el presente haya una exacerbada vinculación entre pandillas y violencia criminal, pero no fue así en su origen ni pasado inmediato.
Con fines meramente ilustrativos, en la Figura 1, elaborado por El Faro5, muestra los
términos de ascenso de la tasa de homicidios desde el año 2000 hasta el año 2015. Más allá del dato cuantitativo (pasamos de una tasa de 45.5 a una tasa superior a los 70), podemos ver la progresión hacia arriba.
La Figura 2, tomada de un estudio6 de 1997 muestra precisamente no sólo que la tendencia alcista viene ya décadas atrás, sino también que hay un repunte significativo en la década de los noventa.
Figura 2 |
Es por tanto un fenómeno económico – social… agréguesele cultural si desea y cualquier otra dimensión o categoría sociológica. Pero no es un problema primariamente de criminología, sino primariamente un problema social. Por tanto, los problemas sociales deben ser abordados y atendidos socialmente. Es un error descomunal enfrentar los problemas sociales por métodos asociados a la seguridad pública como problemas de criminalidad. Claro, este problema social tiene múltiples aristas, una de las cuales es el problema delictivo y de seguridad pública. Pero no es fundamentalmente un problema delictivo, sino social.
En el Tipo I encontramos cualquier tipo de agrupación, en genera: un grupo de cheros que comparte ciertas características (como edad), circunstancia (como el territorio o la escuela) y/o actividad (deporte, aficiones, etc.). Conviviendo estos grupos en una cultura de violencia (como es el caso de El Salvador) es “natural” que incurran en actos violentos. Aquí entra cualquier agrupación de
En el segundo tipo de grupo, se suele construir la identidad en términos de algún
tipo de adversariedad (identifico mis enemigos). Esto es típico de sociedades polarizadas, lo cual es un indicativo de un alto grado de conflictividad de origen diverso. En el Tipo II entran cierto tipo de grupos especializados con identidad marcada por la conflictividad definida por la adversariedad: Liceo vrs Externado, Técnicos vrs Nacionales, ARENA vrs FMLN, los Barça vrs los Real, FAS vrs Alianza… diversas expresiones de polarización que padecemos en el país.
El Tipo III, maras y pandillas en el sentido estricto, representadas emblemáticamente por los números (18) y las letras (MS) no son más que expresión especializada del Tipo II. Claro, ha habido en los últimos veinte años diversos grupos con diversos nombres. Estos grupos suponen ya una cierta militancia con un cierto grado de orgullo10. En los años 90 se generaron condiciones propicias en el país para constituirse el almácigo al que hacía referencia Escobar Galindo más arriba. La exclusión genera las pandillas. Estas se vieron robustecidas por los hommies deportados de EEUU, algunos con antecedentes penales. Es curioso que el life style de estos grupos es muy american way of life, especialmente Los Angeles Style. Así, estos grupos son violentos por pertenecer a una cultura violenta por sí, producto de una sociedad excluyente y que asimila culturalmente un estilo de vida americano.
Los círculos inscritos dan cuenta de la relación puesto que en realidad los Tipos II – IV son subtipos de dinámica de grupos polarizante inmersos en una cultura violenta que tarde o temprano define adversarios. Tómese en cuenta que como realidades sociales (y en tanto conjuntos difusos), los límites entre grupos no siempre son claramente definidos, así como tampoco las consecuencias sociales operativas de los grupos. Y sin embargo son hasta cierto punto diferenciables puesto que no es lo mismo el pandillero veterano que incurre en el narcomenudeo (Tipo IV) que el estudiante de clase media o barrio que en una actividad deportiva inter-escolar sale a defender a su equipo humillado por la derrota (Tipo I). Tienen en común que recurren a la violencia (eso es un distintivo típico de nuestra sociedad), pero pertenecen a grupos diferenciables y como tal no pueden tener el mismo tratamiento en términos de prevención del delito y de la violencia.
Nuestro error descomunal, conceptual y operativo, es poner en el mismo saco a todos con la etiqueta de “maras y pandillas” y considerar a todos “criminales” y “terroristas”. Yo estoy de acuerdo en que puede ser problemático en proponer y ejecutar un proceso de diálogo con los del Tipo IV. Pero con los que corresponde a Tipo II y III lo veo urgente y necesario. En realidad, cualquier tipo de intervención comunitaria, típica de las acciones de desarrollo territorial por ejemplo, pero también las religiosas (como las de evangelización) o incluso políticas (en términos de organización y concientización) tarde o temprano desarrollan relaciones específicas con los grupos locales con los que se genera algún tipo de entendimiento. Esto es así simple y sencillamente porque se trabaja con los actores presentes en el territorio y no pueden ignorarse. Más aún si estos actores territoriales están interesado, en la medida que han sido excluidos, en generar procesos económicos incluyentes.
Haciendo a un lado el problemático grupo del Tipo IV, entrar en contacto con los demás grupos, específicamente con el Tipo III, lo que se va a colocar sobre la mesa, si pensamos en términos de negociación, van a ser simplemente medidas de inclusión. En mi experiencia con un grupo específico, estos estaban conscientes de su situación “de vagancia”: ni estudian ni trabajan. Había alguna excepción (de X que vendía panes de carretón y de Y que vendía perfumes por catálogo). Por tanto, lo lógico era pedir procesos que permitiesen su inclusión: que se les admitiese en la escuela sin discriminación o que se habilitase formas de incorporación laboral. Todo bajo una premisa fundamental que ofrecían y solicitaban: respeto.
3. Los términos del proceso posible
El tercer elemento de fondo de todo esto tiene que ver con asuntos metodológicos y procesuales. ¿Qué queremos decir con la llamada al diálogo? ¿Quiénes deben estar procesualmente incluidos? ¿Qué etapas se pueden distinguir? No se trata de colocarse ya y de inmediato unos frente a otros a ver qué sale. En primer lugar, porque a pesar del ejercicio exitoso de diálogo y negociación que puso fin a nuestra guerra civil (que lo exitoso se dice al final del proceso, porque la dificultad fue permanente), en realidad nuestra cultura no está habituada al diálogo. En segundo lugar, porque suele existir un nivel bastante alto de percepción negativa mutua que hace necesario, previo a la instalación formal de la mesa de diálogo, un trabajo de mediación (en sentido estricto y no sólo como intermediación) que favorezca la reducción de las percepciones de adversariedad.
En términos procesuales, siguiendo los términos clásicos de construcción de paz definidos por Adam Curle, al proceso de transacción le anteceden etapas de concientización (sensibilización) y de confrontación. Tomado en cuenta que no son procesos lineales, está claro que los niveles de confrontación (léase los niveles exacerbados de violencia en la sociedad) nos están conduciendo con claridad a la disyuntiva de “o nos matamos todos o recurrimos a procedimientos alternativos”. Con “nos matamos todos”, que es una expresión genérica, en verdad lo que de fondo establecemos es el hecho ya presente del incremento exponencial de las muertes, especialmente jóvenes, y que sin embargo, la violencia no cesa. Por “procedimientos alternativos” queremos decir que la respuesta violenta (armada, legítima, institucional, informal o de la forma que sea) no es la solución.
Aquí el principio fundamental que “debería” regir es el de cultura de paz que tiene tres expresiones estratégicas: (1) renunciar a la violencia (2) promover el diálogo y (3) abordar los conflictos desde la raíz. Y dado que escasamente podremos encontrar personas y grupos que hagan manifiesto su rechazo a la cultura de paz, y más bien encontramos declaraciones favorables a ello, en realidad lo que sigue es proceder en operación esos tres principios estratégicos.
Por tanto, aunque se tache de principismo, frente a un problema social grave para el país, ¿por qué no se va a echar mano del diálogo para abordarlo y preferirse otro tipo de medidas contrarias a la cultura de paz? Punto de partida precisamente es determinar los procesos de sensibilización entre las partes necesarios para asumir el proceso. Comenzando por el “renunciar a la violencia”, tomando en cuenta que no se trata de una mera declaración, puesto que la violencia tiene su complejidad (en su causalidad, en sus factores de riesgo, etc.) para lo que no basta la buena voluntad (de la misma manera que no basta con decir “yo quiero ser sano” frente a la enfermedad). Y aquí, parte del firme compromiso del renunciar a la violencia, implica favorecer los mecanismos del diálogo.
La negativa puede partir de reconocer que no hay condiciones para hacer un proceso digno y transparente. Pero eso no debería implicar un cierre total a la posibilidad de diálogo, sino una inclinación para construir las condiciones que lo hagan posible. De ahí que es llamativo y sospechoso el cierre total. Uno puede tener dudas y las dudas pueden abordarse, pero no la seguridad a rajatablas.
Tampoco se trata en principio de construir una mesa donde estén todos los actores habidos y por haber. Claro, el principio de ventilación de lo público de manera abierta y transparente debe cumplirse, pero debe tomarse en cuenta, que como proceso de comunicación debe también guardarse cierto sigilo (que no tiene por qué oponerse a la transparencia) puesto que siempre hay opositores interesados en boicotear procesos. Al asunto de la transparencia se puede responder contando con gestores de la verdad que puedan dar garantía de proceso sin que tenga que ventilarse públicamente todos y cada uno de los detalles. Si esto fuese así, deberíamos comenzar por exigir lo mismo a todas las comisiones gubernamentales de cualquier tipo así como a las discusiones internas de cualquier partido político puesto que unas y otras tratan de los asuntos públicos. Pero sabemos que no es así puesto que siempre hay niveles de confidencialidad.
4. Procesos de diálogo: para comenzar un proceso
Sin lugar a dudas, no puede comenzarse con un proceso público, abierto y multinivel. Una cosa es que los llamamientos o invitaciones sean públicas, pero los procesos no pueden serlo.
Hay dos que tres caminos inmediatos posibles a desarrollar que pueden ser fructíferos como inicio de proceso
a. Procesos territoriales (limitados a un territorio). De hecho, desde hace un buen tiempo (incluso antes y después de la tregua de 2012) se han registrado procesos no- formales de diálogo (o incluso alguna forma de comunicación más o menos directa). Estos tienden a mostrar que los entendimientos favorables para las partes son posibles. En esto hay algunas experiencias desarrolladas por el párroco o pastor local, por un director escolar o algún funcionario municipal. Estas iniciativas deben potenciarse y documentarse, para finalmente “sumarse” en una perspectiva “nacional”. Esto es así porque, si bien territorialmente tiene más sentido para abordar las problemáticas, tarde o temprano nos encontramos con problemas que requieren intervención del nivel central del estado (sea en el ámbito legislativo, ejecutivo o judicial). Me parece que hay más condiciones favorables para diálogos locales que para un diálogo “nacional”, así como creo que un proceso nacional debería estar alimentado por procesos locales.
b. Procesos de sensibilización e intermediación. Las voces contra cualquier tipo de diálogo parecen ser mayoritarias. En realidad suelen ser muchísimos menos de lo que parecen (esto es así porque en el fondo racional, todos estamos más bien tendientes al entendimiento). Hay muchos actores favorables al diálogo, si bien son más los que dudan por alguna razón en específico o temen por razones de seguridad pronunciarse. Las Iglesias Luterana (Medardo Gómez) y Católica (Gregorio Rosa) ya se han mostrado favorables; así mismo hay otras iglesias, aglutinadas en IPAZ por ejemplo que respaldan la iniciativa. También está por ejemplo OEA, así como otros actores clave como A. Cabrales (Fundación Humanitaria / FUSADES) o mediáticos como A. Gutman (Fundación Forever). Incluso, el director de Medicina Legal ha abierto la puerta a la posibilidad11. Mayor la cantidad de voces que se pronuncie positivamente, mayor la posibilidad de viabilizar el espacio y el proceso.
Parte esencial de este proceso ha de requerir de un equipo idóneo (y neutral en el mejor de los sentidos de la mediación) que técnicamente se centre en los elementos procedimentales mientras se abstiene de lo sustantivo, siendo acompañado en la medida de lo posible por un equipo de garantes de proceso. En esto, las Iglesias han mostrado que tienen el perfil para ello.
c. Preparación técnica
Se ha idealizado muchas veces el proceso de diálogo como un proceso de alto nivel y de carácter nacional. Creo que en algún momento ha de llegarse a eso, pero el problema que nos ocupa no necesariamente tiene una contraparte organizativa de carácter nacional (o por lo menos esa era la historia hasta hace muy poco… los hechos van mostrando que la presión y re-presión misma pueden estar conduciendo a la construcción de agrupaciones territoriales más amplias ahí donde antes sólo había grupos fragmentados). Sin duda, a partir de la experiencia de 2012 es posible determinar una Mesa Nacional de Diálogo, pero más importante me parece es la conformación de Mesas Territoriales de Diálogo puesto que las particularidades territoriales son importante en esta problemática social.
Para estos procesos territoriales necesitaremos personal técnicamente capaz de impulsar y sostener procesos de diálogo, de perfilarse como mediador y con potencial integrador. No es suficiente la buena voluntad y se requiere de preparación técnica. Las Universidades, Centros de Investigación y ONGs relacionadas tienen en este punto una obligación técnica importante que no debe tomarse a la ligera. Al mismo tiempo debe verse esto como una oportunidad no sólo para contribuir en el corto plazo a procesos de diálogo, sino también para propiciar a largo plazo un cambio cultural: de la cultura de la violencia a la cultura de paz.
5. ¿Diálogo o Negociación?
Una cosa lleva a la otra; si se hace bien, lo otro saldrá bien, pero no es necesariamente un camino unidireccional. Pero no es lo mismo. Fácilmente se confunde o adrede se enreda para impedir procesos.
Cuando el diálogo es legítimo, implica el reconocimiento de las diferencias, pero también, en el contexto de transformación en el conflicto, implica la introducción de cambios mutuos entre las partes, esto es la negociación y por eso se llama inter-cambio o transacción como la llama Adam Curle, a fin de generar una nueva situación más justa.
Una negociación sin el diálogo necesario y previo corre el riesgo de hacer un simple proceso de exigencias sin sentido como típica negociación por posiciones y por tanto sin sentido. De ahí que lo esencial sea propiciar el diálogo.
1 Luis Monterrosa, “Pandillas, Juventud y Violencia” en http://www.justiciarestaurativa.org. También el Centro de Estudios de Justicia de las Américas (www.ceja.cl) lo recoge en su biblioteca virtual.
2 Su obra clásica, Conflictividad y pacificación, Herder, 1978. En El Salvador publicamos en Yek Ineme en la serie Materiales para la Discusión un capítulo de este libro y fue titulado como “La práctica de buscar la paz”. En luismonterrosadiaz.blogspot.com puede accederse a una copia digital.
3 Véase de Adam Curle su pequeño escrito “Sobre la mediación” en Materiales para la Discusión y el acceso digital en el lugar ya indicado.
5 Véase el cuadro y la serie completa en http://public.tableau.com/profile/el.faro#!/ Figura 1
7 Véase Violencia juvenil, maras y pandillas en El Salvador: documento para la discusión, Interpeace, San Salvador, 2010