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Carta a una amiga que ama al país: No nos hagamos ilusiones. De Paolo Luers

25 junio 2019 / MAS! y EL DIARIO DE HOY

Muy estimada amiga:

“Todos queremos lo mejor para este pueblo. Eso es lo que necesita el país: un sentido de unidad, un sentido de inclusión, un respeto por nuestras instituciones, nuestro modo de vida, el estado de derecho y el respeto mutuo”. Estas fueron las palabras que citaste del expresidente de los Estados Unidos de América, Barack Obama, después de la elección de Donald Trump en 2016. Fue un llamado bien intencionado que honra al expresidente Obama, pero lastimosamente no fue realista.

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Uniendo esfuerzos. De Erika Saldaña

Porque resulta que Trump no quiere lo mejor para su pueblo, sino que busca promover las causas de la xenofobia, el racismo – y que su lema ‘Make America Great Again’ se traduce a ‘Make White America Great Again’. Resulta que Trump no promueve ‘un sentido de unidad e inclusión’, sino la división y exclusión. Resulta que Trump no  entiende lo que significan la palabra respeto…

Hoy, en el tercer año de la presidencia de Trump, Obama ya no diría lo mismo. Tuvo que reconocer que ante un gobierno de este tipo resulta ilusorio apelar a la unidad, al respeto a las instituciones y a cualquier tipo de respeto. Lo que hay que hacer es fortalecer la institucionalidad y los contrapesos, incluyendo la oposición, para evitar que pueda avanzar su agenda antidemocrática – y para asegurar que en las próximas elecciones se produzca un cambio.

Entonces, la noble frase de Obama sobre ‘el sentido de unidad’ no nos sirve de punto de partida para una reflexión sobre la situación actual de nuestro país – y sobre cómo relacionarse con el gobierno de Bukele los que no somos parte de su proyecto de poder. Vale la pena estudiar Estados Unidos y Trump, pero para aprender cómo hacer oposición y contención a un presidente que ha logrado movilizar una porción tal vez no mayoritaria, pero sí grande y sólida de la población alrededor de consignas simplistas, populistas y divisionistas.

¿Cómo atreverse a ejercer crítica, oposición y contención a un gobierno que tiene ventaja de popularidad, porque no tiene ningún asco a lo simple, lo falso y lo demagógico – mientras que la oposición no sabe cómo comunicar verdades más complejas y mensajes contra la corriente?

¿Cómo lograr esto cuando todos los instrumentos necesarios para hacerlo se encuentran en crisis de identidad y liderazgo: los partidos políticos, la academia, los organizaciones de la sociedad civil, el parlamento, los medios de comunicación? Todos. Y cuando muchos de estos instrumentos de contrapeso son tan fáciles de extorsionar por la presión popular que el recién electo presidente sabe movilizar contra cualquier intento de someter su poder a reglas institucionales y legales.

Sólo cuando estos instrumentos se hayan logrado liberar de su actual parálisis y recuperen su capacidad de jugar su papel en el sistema de pesos y contrapesos, puede convertirse en oposición propositiva y constructiva. Para ser oposición constructiva, primero hay que establecerse como oposición. Esto es válido para partidos como para intelectuales o líderes de la sociedad civil. Si no, veremos más del espectáculo embarazoso que ya comienza a presentarse diariamente: que cada uno por separado y debajo de la mesa, desde su debilidad y su miedo de perder importancia, busca arreglarse con el nuevo poder.

Concertación digna sólo será posible desde posiciones de fuerza y unidad. Es imposible imaginarse una unidad nacional sin antes haber llegado a una claridad de criterios, prioridades y propósitos, tanto en el campo gubernamental como en el campo opositor. Sólo entonces se podrá concertar a favor del país. Sin dar este paso, sin transparencia sobre los propósitos de los diferentes actores (gubernamentales, opositores, ciudadanas y gremiales) no puede haber concertación, solo pactos oscuros y sumisiones.

Entiendo tu interés manifiesto de que el país avance. Está bien decir: ‘Unamos esfuerzos por el país’ – pero antes de unir esfuerzos hay que tener fuerza. No es un gobierno ni un presidente que nos van a unir. Vamos a unirnos para tener la fuerza de concertar con el gobierno por el bien del país. Y para ejercer oposición donde no hay intento de imposición y chantaje.

Saludos,

Uniendo esfuerzos. De Erika Saldaña

24 junio 2019 / EL DIARIO DE HOY

“Todos queremos lo mejor para este pueblo. Eso es lo que necesita el país: un sentido de unidad, un sentido de inclusión, un respeto por nuestras instituciones, nuestro modo de vida, el estado de derecho y el respeto mutuo”. Estas fueron las palabras del expresidente de los Estados Unidos de América, Barack Obama, después de la elección de Donald Trump en 2016. Fue un llamado a la unidad del país luego de que su partido perdiera la elección presidencial. Y estas son palabras que también deberíamos hacer propias para El Salvador.

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La semana pasada tuve la oportunidad de compartir un almuerzo organizado por la embajadora de los Estados Unidos Jean Manes en su residencia, en el que mujeres líderes de este país intercambiaron ideas y visiones con la primera dama de la república y las ministras de Turismo, Educación, Salud, Cultura y Desarrollo Local. El llamado durante la reunión fue el mismo hecho por el expresidente Obama. La embajadora pronunció un breve mensaje que luego fue difundido en su cuenta de Twitter: “El momento de este país es hoy. Tenemos que dar un paso adelante y empujar desde donde estamos. Seamos audaces, seamos valientes, no vacilemos, no nos detengamos. Nuestras familias, nuestras comunidades, nuestros países nos necesitan”. El Salvador necesita a todos sus buenos ciudadanos.

Durante décadas, los partidos †††políticos que ganaron una elección empujaron esfuerzos hacia decisiones específicas sin considerar la opinión de quienes fueron adversarios o de quienes no pensaban de manera similar. No ha existido la suficiente madurez política de tener en cuenta lo que piensan las minorías. Eso ha profundizado la polarización y el resentimiento entre distintos sectores de la sociedad. Todas estas asperezas existentes son las que hay que limar, centrando esfuerzos en sacar adelante un país dañado por la pobreza, exclusión y corrupción. Esto es posible hacerlo sin perder el pensamiento propio y el sentido crítico propio.

El llamado a unir esfuerzos por el país no se traduce una sumisión y aceptación a ciegas de las decisiones que provengan del Órgano Ejecutivo. La invocación a la unidad significa que todos los involucrados en las decisiones de país deben tener la madurez política de participar en un diálogo horizontal para la toma de decisiones. Significa que los ciudadanos comprometidos con El Salvador debemos unir esfuerzos y apoyar las buenas propuestas que provengan del Ejecutivo. Y también, que la presidencia y sus ministros deben escuchar las observaciones y críticas orientadas a tomar mejores decisiones o corregir errores. La idea principal debe ser siempre resolver de manera civilizada los problemas del país.

En El Salvador necesitamos mucha civilidad. Civilidad cuando convivimos en nuestras colonias y comunidades; civilidad en las calles y en el tráfico; civilidad en el trato con nuestros compañeros de trabajo y con los usuarios de los servicios. Y también, civilidad en el ámbito político, donde los oponentes partidarios o los distintos pensamientos ideológicos no deben tratarse como si fueran enemigos. El fin último de todos los involucrados en política debería ser el progreso del país y el bienestar de la población. Lo único distinto es el camino a seguir, no la finalidad que todos buscamos.

Hoy es un buen momento para compartir el mensaje de la embajadora Manes a todos los ciudadanos que queremos a nuestro país: hay que unir esfuerzos por El Salvador. Debemos dejar a un lado las diferencias políticas que nos han separado desde hace décadas y trabajar, cada quien desde su trinchera personal, en hacer avanzar el desarrollo de nuestro país. Las diferencias no deben ser más ruidosas que el deseo de mejora de todos los ciudadanos. Cuando se trata de nuestro país, todos estamos en el mismo equipo.

El vacío de liderazgo es también un vacío de contenidos. Columna Transversal de Paolo Luers

19 mayo 2019 / EL DIARIO DE HOY

Así como está, ARENA no cumplirá su papel de ‘oposición responsable’, ni tampoco está generando las condiciones para garantizar que luego del 2021 quede en pie una oposición capaz de hacer contrapeso al gobierno. Así lo vemos desde fuera, con preocupación, porque por más hartos que estemos de los partidos, necesitamos que exista un contrapeso opositor.

De paso, definamos qué significa ‘oposición responsable’. Hay una controversia muy superficial sobre si significa oposición ‘constructiva’ que genera gobernabilidad, o si significa oposición consecuente al proyecto político del gobierno entrante. Es una controversia superficial, porque ve el problema en blanco y negro, como si la oposición tendría que decidirse, de una vez por todas, o por ser ‘constructiva’ o por ser ‘destructiva’. Y no es así. No es blanco o negro. No es excluyente. La responsabilidad que una oposición tiene que asumir no sólo reside en la disposición constructiva de apoyar al gobierno en las iniciativas que benefician al país – sino que reside también en la disposición ‘obstructiva’ de evitar que prosperen iniciativas del gobierno que debiliten la institucionalidad democrática y constitucional del país.

Quien sólo asume una de las dos responsabilidades de la oposición está condenado al fracaso. Las dos son indispensables y complementarias.

En ARENA se dan confrontaciones fuertes, que todo el mundo siente que tienen que ver con cómo asumir su papel opositor, pero sin que las contradicciones se articulen políticamente. La confrontación, en vez de articularse políticamente, se queda en pleitos personales y del poder. Mientras no hay un debate político que transparente las diferentes posiciones y propuestas, no habrá solución. Pueden haber arreglos, pero no habrá solución.

Muchos piensan que el actual conflicto dentro de ARENA es la prolongación de las divisiones que se generaron en las elecciones internas del año pasado para definir al candidato presidencial. Pero no es así. El pleito actual poco tiene que ver con las divisiones entre quienes apoyaron a Carlos Calleas y los que apoyaron a Javier Simán – y ya no sigue las mismas líneas divisorias. Calleja y Simán ambos eran renovadores que trascendieron la manera tradicional de hacer política en ARENA. Si en algún momento se hubieran unido para juntos renovar al partido detrás de una plataforma programática, con seguridad existiera hoy un partido opositor fuerte que no dejaría la iniciativa al presidente electo.

Hoy ya no se trata de candidaturas, que es un asunto que divide, sino de definir el ADN del partido y su rol ante el desafío de un gobierno populista – y en este debate de fondo Simán y Calleja defienden objetivos muy parecidos: superar las políticas clientelistas, pero también las mercantilistas a favor de sectores de poder detrás del partido; recuperar los principios republicanos como ejes rectores de la política; defender la independencia de las instituciones, no sólo cuando esto favorezca a intereses propios, sino por vocación constitucionalista y democrática.

Algunos que en la contienda por la candidatura apoyaron a Calleja, hoy se consumen con propias ambiciones – o se dedican a consolidar sus feudos para sobrevivir aun con una ARENA sin proyección de poder y liderazgo nacional. Pero muchos otros que apoyaron a Calleja, hoy comparten con simpatizantes de Simán la angustia por ver el declive de su partido y estarían dispuestos de trabajar juntos para relanzarlo.

ARENA necesita llenar el vacío de liderazgo, pero no puede tratar de hacerlo sin llenar también el vacío de definición política. La nueva dirección que ARENA necesita a gritos, tiene que ser resultado de esta definición política.

Por supuesto que dentro de ARENA hay diferencias políticas, por ejemplo sobre asuntos de religión y estado; sobre los peligros del cambio climático; sobre la institucionalidad democrática; sobre responsabilidad empresarial; sobre cómo combatir la pobreza y la violencia. Muchos piensan que estas diferencias son el causante de las divisiones que bloquean el proceso interno en ARENA. Falso. En un partido grande, la existencia de diferencias no es mala, más bien es inevitable y hasta necesaria. Si los diferentes grupos que puyan por el poder en ARENA sometieran al debate racional sus posiciones políticas y las diferencias que tienen con otros sectores de su partido, sería mucho más fácil llegar a una concertación y una unidad basada en el respeto por el pluralismo.

Un partido grande que pretende erradicar las diferencias internas camina al borde de volverse autoritario. Lo que tienen que aprender los partidos es cómo administrar las diferencias en su interior y convertirlas en riqueza – y no buscar cómo erradicarlas ni esconderlas.

Muchos dicen que el conflicto actual en ARENA es un nuevo pleito entre Neto Muyshondt y Javier Simán por el control del partido. Bueno, lo primero que ambos (y otros que aspiran a liderar el partido) tendrían que revelar sus intenciones: ¿Qué rol quieren jugar, a qué responsabilidad o cargo aspiran? ¿A quién proponen como presidente del COENA?

Segundo: Si todos hablan de renovación, entonces que cada uno explique qué cambios propone para su partido – en su organización interna, en su plataforma programática, en su manera de asumir la oposición al gobierno de Bukele.

Consecuencia de estos dos pasos, si son bien dados, ARENA podrá definir su liderazgo y rol opositor. Sin dar estos pasos, estaría condenado a jugar un papel complementario. Suerte que obviamente a algunos caciques no molestan mucho – con tal que mantengan sus feudos.

Carta a los oportunistas: Múltiples pretextos para no ejercer la oposición. De Paolo Luers

2 abril 2019 / MAS! y EL DIARIO DE HOY

Lo que uno capta en el ambiente, en los pasillos y en las redes son múltiples grados de oportunismo, gente tratando a subirse al tren del populismo, o por lo menos evitar que este les aplaste. Son diferentes formas de pretextos para no hacer oposición al gobierno que asumirá el 1 de junio.

  • Démosle el beneficio de la duda…
  • Si va mal al gobierno, nos va mal a todos…
  • Es de izquierda, pero por lo menos no es comunista como los del FMLN…
  • Es de derecha, pero por lo menos no es arenazi…
  • Es cierto que no tiene proyecto político coherente, pero al país hizo falta una sacudida…
  • La oposición tiene que ser constructiva…
  • El país necesita gobernabilidad…
  • Siempre cuando sus propuestas son a favor del pueblo, hay que apoyarlo…
  • No dividamos más el país. La mayoría ha votado por él y quiere un cambio…
  • Hay que aplaudir los esfuerzos de mejorar la relación con Estados Unidos…
  • Él está destruyendo al FMLN, cosa que ARENA no ha logrado nunca…
  • Él logró lo que el FMLN prometió: evitar que regresara al poder ARENA…
  • Si la embajada lo apoya, ¿cómo vamos a oponernos?
  • El hombre ganó y hay que aceptarlo. Mejor meterse en su gobierno para que no tenga excesos de izquierda…
  • El hombre ganó y hay que aceptarlo. Mejor meterse en su gobierno para que no tenga excesos neoliberales…
  • Por más gente moderada entre en su gobierno, menos daños van a hacer al país…
  • Por más gente honesta se meta en su gobierno, menos corrupto será…
  • Es cierto que en la campaña se portó muy mal, pero los gringos ya lo van a domesticar…
  • Solo serán 5 años. No tienen partido ni proyecto político para quedarse en el poder…
  • Es cierto que en las redes son muy agresivos. Pero, chucho que ladra no muerde…
  • Si el presidente me llama estoy dispuesto a colaborar…
  • Veo llegar una oposición intransigente, en vez de una que busca concertar…
  • El discurso de Heritage es de sentido común. El gran desafío será llevarlo a la práctica, lo que conlleva una profunda y sostenida transformación en los modelos de desarrollo y de conducción de la política, el gobierno y el poder.

Algunas de estas frases oportunistas son citas textuales, otras son reconstrucciones mías. Todas marcan la pauta del oportunismo que se está abriendo espacio en nuestro país. Si todos piensan -y actuarán- así, ¿quién pondrá los contrapesos a un gobernante con tanto menosprecio a la libertad de expresión y la institucionalidad?

Saludos,

“Hay derrotas que pueden ser transformadas en victorias”: Fernando Mires

Para el historiador chileno Fernando Mires, cuyos análisis sobre la realidad venezolana no dejan a nadie indiferente, la idea de no participar en las elecciones presidenciales, bajo el alegato de que Maduro no va a cambiar las condiciones, sería como decir “yo no participo porque la dictadura no es democrática”.

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Fernando Mires

Elizabeth Araujo @elizaraujo, 28 febrero 2018 / TAL CUAL

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Residenciado desde hace varios años en Oldenburg, Alemania, en cuya universidad ejerce la docencia y la investigación, Fernando Mires (Santiago de Chile, 1943) forma parte del paisaje político venezolano, y no faltará quien lo haya imaginado bajando todas las mañanas por la avenida Luis Roche, en Altamira, para ir al trabajo y luego en las noches reunirse con los grupos opositores contra lo que sin tapujo él denomina la dictadura de Nicolás Maduro. Esta cercanía afectiva e intelectual con un país que aprecia y a veces le roba el sueño lo ha colocado no pocas veces en el ojo del huracán de las confrontaciones por redes sociales. Este diálogo, correspondido vía correo electrónico, intenta en cierto modo explicar su posición actual acerca de ese puzzle con piezas extraviadas que parece ser la oposición venezolana.

–Hace días publicó un tuit en el que prometía no disertar más sobre el tema venezolano, a disgusto de sus seguidores (@FernandoMiresOl) en Twitter –muchos más de quienes le adversan– y que se han nutrido de sus reflexiones políticas y filosóficas ¿Será que llegó Fernando Mires a la conclusión de que la crisis venezolana no tiene arreglo?

–Creo que en ese punto se produjo un malentendido. Yo escribí simplemente “Adiós Venezuela”. Lo que quise dar a entender fue que Venezuela se encontraba frente al abismo. Como usted bien sabe yo me pronuncié a favor de la participación en las elecciones, no con el objetivo de ir a competir deportivamente, sino mediante la inscripción de un candidato-líder que hiciera de portavoz frente a los fraudes, que oficiara de nexo entre la presión internacional y la política interior y que fuera apoyado por los principales líderes de la oposición. De esta manera la oposición no renunciaría a la ruta electoral y a la vez podría estar en condiciones de desatar un movimiento democrático. La MUD decidió, como es sabido, no participar en aras de una “abstención activa”. En otras palabras: la oposición venezolana fue llevada por Maduro, pero también por ella misma, a una situación sin salida. Por eso escribí “Adiós Venezuela”. Pero mi interés persiste. Entre otras cosas, por la enorme gravitación que tienen los sucesos venezolanos sobre el resto del continente.

–¿Cuáles son, a su juicio, los factores que obstaculizan una salida democrática en Venezuela?

–Son dos. El primero es el ejército, las FAN. Estamos frente a una dictadura militar con fachada civil. Hay más militares ocupando puestos públicos que los que hubo durante la dictadura del general Pinochet en Chile. Eso lleva a deducir que toda alternativa democrática pasa por la división del ejército. Pero esa alternativa no se va a dar nunca si el ejército no es políticamente presionado. De ahí la importancia de no abandonar la lucha electoral aún a sabiendas de que se va a la derrota. Hay derrotas que pueden ser transformadas en victorias. No debemos olvidar que un gobierno que se impone mediante fraudes termina deslegitimando a todo el aparato del Estado del cual el ejército es su eje principal. Hoy, sin embargo, Maduro puede ganar elecciones sin necesidad de cometer fraude. No hay motivos para suponer entonces que dentro del ejército se producirán grandes grietas. Para que se produzcan es necesario que los militares sean conscientes de que “así no podemos seguir”. Y hoy, como están dadas las cosas, pueden seguir. La segunda razón tiene que ver con la formación dentro de la oposición de un abstencionismo políticamente organizado, fracción que privilegia el enfrentamiento callejero sin poseer, como se ha visto, ningún poder convocador de masas. Pese a ser minoritaria, esa fracción cuenta con recursos materiales y con importantes vinculaciones internacionales.

–¿Cómo calificaría usted la situación actual de la oposición venezolana?

–Catastrófica. Hasta hace poco la oposición estaba dividida en dos segmentos: los abstencionistas y los electoralistas. Hoy hay tres segmentos: los abstencionistas número uno, los abstencionistas número dos y los electoralistas. La diferencia entre los dos abstencionismos es que los del número uno son y serán siempre abstencionistas. Lo fueron incluso en las elecciones del 6D. Los del abstencionismo número dos son abstencionistas coyunturales. Se declaran partidarios de votar, pero no bajo las condiciones fijadas por el régimen. El problema es que no parecen darse cuenta de que el gobierno de Maduro es una dictadura y que, por lo mismo, siempre las condiciones las fijará el régimen. Y de eso se trata precisamente cuando se lucha contra una dictadura: la de actuar bajo condiciones que “dicta” un régimen. No participar porque Maduro no va a cambiar las condiciones es como decir, yo no participo porque la dictadura no es democrática. Un absurdo. El tercer segmento, el electoral, fue mayoritario y hegemónico dentro de la oposición. Hoy no es ni mayoritario ni hegemónico. Ha caído en las trampas de Maduro y ha cedido a las presiones ejercidas por la llamada “oposición a la oposición”.

–¿Coincide usted con algunos opositores de que la MUD parece no contar con una estrategia efectiva para consolidar su contacto con el venezolano de a pie?

–Nunca la MUD va a tener una sola estrategia porque la MUD no es el PSUV. La MUD es una mesa coordinadora de partidos políticos cuyas estrategias son diferentes entre sí. Si alguna vez desarrolla una estrategia común, será como resultado de largos acomodos internos. En cambio el PSUV sí puede desarrollar una estrategia acorde con cada situación. Esa estrategia es hoy una sola: mantenerse en el poder a cualquier precio, aunque sea asesinando. Pero si es difícil que la MUD desarrolle una sola estrategia, sí puede mantener algo más eficaz que una estrategia: una ruta sostenida y persistente. Esa ruta había sido definida por sus llamados cuatro puntos cardinales: pacífica, constitucional, democrática y electoral. Hoy, al no concurrir a las elecciones fraudulentas y así cuestionar en la propia calle al régimen durante una intensa campaña electoral, la MUD ha perdido la ruta. Ha abandonado la lucha electoral sin definir ninguna otra.

–A veces da la impresión de que –puertas afuera– los temas de la migración masiva y los cuestionamientos de mandatarios latinoamericanos y de la UE, no hacen mella en Maduro ¿Será que en verdad no le afectan esos temas o trata de disimular tal imagen exterior?

–A Maduro le hacen tanta mella como al tirano Al Asad de Siria. La oposición internacional a la tiranía de Al Asad es diez veces superior a la ejercida en contra de Maduro. La migración siria es mucho mayor. Pero Al Asad está dispuesto a incendiar toda Siria antes de ceder un milímetro de su poder. Maduro y su grupo, también. El vil asesinato cometido a Oscar Pérez fue un aviso. Yo creo que la posición de la llamada “comunidad internacional”, siendo importante, ha sido magnificada por gran parte de la oposición venezolana. Pero la “comunidad internacional” no puede hacer más que actuar de acuerdo a principios universales. Y eso es mucho. Y se le agradece. Por lo demás es falso que Maduro esté aislado del mundo. El pasado lunes 26 de febrero vimos en todos los periódicos que el jefe fáctico del estado venezolano, el general Padrino López, apareció en Rusia junto a Putin. Evidentemente, Padrino no fue a veranear a Rusia.

 –Ubicado usted –hipotéticamente hablando– en el lado de quienes desaconsejan participar en estas presidenciales ¿cuál sería el argumento con mayor fuerza para convencer a los venezolanos de no participar?

–El argumento más recurrente es que si se acude a las elecciones se legitima el fraude y con ello a la dictadura. El problema es que nadie puede reclamar fraude si no se acude y, por lo mismo, la dictadura, con la abstención, se legitima más que antes. Eso es precisamente lo que quiere Maduro: ganar sin, o con una muy débil oposición, y así no verse obligado a cometer fraude. La mesa la tiene servida.

–Y si esta disyuntiva lo sorprendiera a usted en la otra acera ¿cuáles son las razones para participar a toda costa?

–Convertir las elecciones, desde “dentro” de ellas, en un gran movimiento de protesta pública nacional. Pero eso ya no se dio.

–¿Cómo calificaría usted la gestión del expresidente español Rodríguez Zapatero como interlocutor de una mesa de negociación que fracasó?

–Para mí, dicho con toda sus letras -y pese al enorme respeto que me merece la historia del PSOE- el expresidente de España, Rodríguez Zapatero, llegó a ser –antes, durante, y después del diálogo– un funcionario al servicio de los intereses de una de las más horribles dictaduras sudamericanas de los últimos tiempos.

–¿Ha habido momentos en que haya acariciado la posibilidad de una intervención extranjera o de EEUU en Venezuela para salir de una vez de esta crisis, cada vez más insostenible?

–Nunca. Y por tres razones. La primera, porque la vida me enseñó a no confundir los deseos con la realidad. La segunda, porque hasta ahora no hay un solo indicio. La tercera, porque solo puede venir de los EE UU, nación que ya no está en condiciones de abrir varios frentes a la vez. Con Kim Jong Un, con Putin, con Asad y con la teocracia persa, tiene más que suficiente. Naturalmente, si aparecen indicios, cambiará mi opinión. Pero ahora yo no puedo opinar sobre lo inexistente.

–En tanto que filósofo ¿cómo califica usted el comportamiento, no pocas veces de enfrentamiento, entre actores de la oposición venezolana en mitad de esta crisis?

–Lo de filósofo es un elogio. Si lo soy es solo por vocación. Por profesión soy historiador. Como filósofo debería analizar cada acontecimiento como un fenómeno “en sí”. Como historiador, en cambio, debo inscribirlos en el marco de un proceso. Y el proceso venezolano me muestra una suma de actos fallidos de parte de la oposición. Desde la incapacidad por unir revocatorio con elecciones regionales, siguiendo por la precaria conducción de las movilizaciones del 2017 (nacidas en defensa de la Constitución, de las elecciones y de la AN, y terminadas en confrontaciones de muchachos con escudos de cartón en contra de un ejército armado hasta los dientes), por las elecciones regionales a las que acudió sin entusiasmo ni mística, por la capitulación electoral en las municipales, hasta llegar a la “abstención activa” de las presidenciales sin que nadie sepa todavía con qué se come eso. Después de tantos yerros, lo menos que puede esperarse son enfrentamientos entre los actores de la oposición.

–¿En verdad avizora esperanzas de que los venezolanos pondrán fin a la pesadilla chavista, o viviremos eternamente en esta espiral de crisis, aún después de que Maduro haya abandonado el poder?

–Siempre lo he dicho, y ahora lo voy a decir como el filósofo que no soy: La historia no transcurre de acuerdo a programas sino de acuerdo a incidencias y accidencias imposibles de predecir. La de Maduro, como toda dictadura, representa la muerte del alma ciudadana. Pero creo que al final la vida se impondrá sobre la muerte. Si no creyera eso, jamás habría escrito una línea sobre Venezuela.

La disyuntiva venezolana: ¿Participar o no en elecciones sin garantías institucionales? Un debate urgente

Ha fracasado el intento de negociación sobre las condiciones institucionales mínimas para una elección presidencial en Venezuela. Vea la documentación publicada en Segunda Vuelta. A pesar de esto, Maduro convocó estas elecciones para el 22 de abril 2018.

En las filas de la oposición venezolana y entre analistas se discute si en estas condiciones conviene participar en las elecciones o mejor boicotearlas. Segunda Vuelta va a publicar los aportes más sustanciales a este debate. Comenzamos hoy con una columna del escritor venezolano Alberto Barrera Tyszka publicada en el New York Times; otra del influyente politólogo chileno Fernando Mires en su blog Polis; y una tercera del constitucionalista José Ignacio Hernández, publicada en Prodavinci.

Segunda Vuelta

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Nicolás Maduro y Tibisay Lucena, presidenta chavista del Consejo Nacional Electora, convocan elecciones presidenciales para el 22 de abril 2018, sin acuerdo con la oposición y la comunidad internacional sobre las garantías institucionales para una elección libre

 

El fracaso del diálogo en Venezuela: un paso más hacia el abismo. De Alberto Barrera Tyszka

 

***

LAS OPCIONES DE LA OPOSICIÓN VENEZOLANA. De Fernando Mires

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Fernando Mires, politólogo chileno radicado en Alemania

Fernando Mires, 11 febrero 2018 / POLIS

Para comenzar, un poco de orden.

Primero: las negociaciones que tuvieron lugar en la República Dominicana no fueron convocadas por la oposición venezolana. No podría haberlo hecho. La oposición asistió debido a la presión internacional, sobre todo la que provino del Grupo de Lima. Bajo esas condiciones, la oposición organizada no podía sino asistir. Quien quiera criticar a la oposición por haber asistido a la RD debe en primer lugar criticar al Grupo de Lima.

Segundo: la mayoría de los gobiernos latinoamericanos presionó a favor del diálogo-negociación por una razón elemental: ellos no podían adjudicar al gobierno de Maduro el carácter de una dictadura sin obtener las verificaciones formales pertinentes. Entre ellas, la más decisiva: elecciones libres.

Tercero: todas las demandas de la oposición fueron estrictamente constitucionales.

polis.pngCuarto: desde el momento en que Maduro ordenó patear la mesa adelantando las elecciones presidenciales y negándose a otorgar las mínimas garantías constitucionales, la mayoría de los gobiernos latinoamericanos obtuvo la carta de verificación que necesitaba para constatar que la de Maduro es, inapelablemente, una dictadura. No otra fue la razón por la cual el Grupo de Lima emitió un comunicado en el cual desconocía la legalidad de las elecciones en los términos planteados por el régimen.

Quinto: el del Grupo de Lima no fue un llamado a la oposición venezolana a no votar. Pues una cosa es la posición jurídica de los gobiernos y otra, la política de la oposición. Esta última está determinada por las relaciones concretas que se presentan en un plano político nacional.

Sexto: Habiendo fracasaso el diálogo, la oposición deberá determinar el curso de su futuro político. Ese curso se puede resumir en una pregunta: ¿Participar o no en las elecciones presidenciales convocadas por la dictadura?

NO PARTICIPAR

Después del fracaso de las negociaciones, no participar luce como opción lógica. Dicha opción se basa en el hecho de que al no aceptar las propuestas de la oposición, el régimen ha cerrado la vía electoral. Las que pretende realizar el 22 de abril no serán elecciones en el exacto sentido del término sino un simple acto de confirmación del poder dictatorial.

Para los partidarios de la no-participación, en elecciones bajo condiciones determinadas por la parcialidad del CNE, con cientos de presos políticos, con líderes inhabilitados, con miles y miles de exiliados a los que se ha arrebatado el derecho a voto, con puntos rojos establecidos para conducir el proceso electoral, con todos los medios a disposición del dictador, todo eso y mucho más, significaría contribuir a la legitimación del poder dictatorial.

Como repiten los defensores de la tesis de la no-participación, acudir a las elecciones significaría llevar a la ciudadanía al matadero, contribuiría a una derrota no solo electoral sino, además, moral. Una derrota de la cual la oposición no podría recuperarse jamás.

Participar, aducen, significaría reconocer de hecho a la Asamblea Constituyente, organismo supra-constitucional elegido en una de las elecciones más fraudulentas de las cuales se tiene noticia. Significaría, además, no reconocer el plebiscito del 2017.

Y, no por último, agregan, significaría oponerse a la propia comunidad internacional. Más aún, debilitaría notablemente las sanciones en contra del régimen. ¿Cómo sancionar a un gobierno que no solo permite elecciones sino, además, cuenta con la participación electoral de la propia oposición? La pregunta es lógica, y debe ser tomada en cuenta.

Creo que de modo correcto he expuesto las principales posiciones de los no-participacionistas.

OBJECIONES A LA OPCIÓN DE NO-PARTICIPAR

Las objeciones a la opción de no-participar parten del supuesto de que no siempre lo que es lógicamente formal es políticamente lo más adecuado. No participar en las elecciones llevaría a los defensores de esta opción a entregar toda iniciativa a la dictadura, o lo que es peor, a regalar la elección sin oponer nada en contra. Opción que parte de una situación real: más del 70% de la ciudadanía está definitivamente en contra de Maduro. ¿Cómo desperdiciar ese enorme capital electoral?

De acuerdo a la opción participativa, no la participación sino la no-participación -al hacer aparecer a la oposición como un conglomerado anti-electoral- contribuiría a legitimar a la dictadura.

La dictadura no quiere elecciones. Convocar a elecciones no es un regalo a la oposición, pero sí una concesión -formal pero concesión al fin- a la opinión pública internacional. Lo que en fin necesita la dictadura, si no impedir las elecciones, es devaluarlas. La no-participación contribuiría fuertemente a esa devaluación, argumentan los defensores de la opción participativa.

El argumento del reconocimiento de la AC dictatorial –agregan los de la opción participativa- sería en este caso redundante pues no solo la AC es anti-constitucional. La dictadura, al ser dictadura, también lo es. Sin embargo, en todas las elecciones en las que ha participado la oposición ha reconocido a la dictadura. Luego, participar no es bajo estas condiciones un tema jurídico. Es antes que nada un tema político.

Frente al argumento de que al participar quedarían inhabilitadas las acciones de la llamada comunidad internacional, la opción participativa opina lo contrario. La decisión del grupo de Lima, al desconocer las elecciones solo puede ser verificada en caso de fraude. Sin participación de la mayoría opositora, la dictadura no necesita del fraude. Luego, declarar fraudulentas a las elecciones no puede ser interpretado directamente como un llamado directo a no participar. La oposición ha participado en muchas elecciones fraudulentas. En cierto modo, todas las llevadas a cabo durante Maduro han sido fraudulentas, incluso las del 6-D.

Sin lugar a dudas los catorce firmantes del grupo de Lima más el apoyo activo de los EE UU y de la UE constituyen una oposición internacional poderosa. Pero eso no significa que la dictadura está aislada en el mundo. Además de contar con el apoyo de por lo menos tres naciones latinoamericanas y con la neutralidad de otras dos, la dictadura forma parte de “otra” comunidad internacional de carácter supracontinental: una verdadera internacional de dictaduras hegemonizadas por la Rusia de Putin.

El apoyo de la comunidad democrática a la oposición es por cierto, insustituible. Puede llegar a ser decisivo, pero por sí solo no es determinante. Ni el más imponente apoyo internacional puede sustituir el rol de la oposición venezolana.

Por supuesto, los defensores de la no-participación señalan que su opción no es un llamado a los ciudadanos a quedarse en casa. Todo lo contrario: hablan de una no-participación activa. El problema es que las formas de activación no-electoral no las ha definido nadie. Parece ser difícil que acciones políticas no-electorales puedan llevar a cabo manifestaciones más multitudinarias que las activadas por una campaña electoral bien organizada.  Es por eso que, quienes defienden la opción participativa, aducen que la realización de elecciones y las convocatorias de masas no son excluyentes sino incluyentes. Más aún si se tiene en cuenta que los defensores de la opción no-participativa no cuentan con mucha capacidad de convocación. Y aún en el caso de que la tuvieran, las demostraciones quedarían en manos de grupos militantes y estudiantiles, y sus resultados no serían distintos a los de las grandes demostraciones del 2017. Panorama no muy alentador.

Hay por último un argumento pragmático que habla a favor de la opción participativa, y es el siguiente: la opción no-participativa, para tener éxito, debe ser perfecta. Perfecta quiere decir: absoluta, unánime y total. Bastaría que un solo partido de la unidad se descuelgue de esa opción para que fracase de inmediato. Y es sabido que la unidad opositora no es monolítica, ni homogénea ni, mucho menos, disciplinada. Una sola candidatura de un partido opositor a Maduro bastaría para conferir a las elecciones un carácter legal y legítimo.

¿HAY OTRAS ALTERNATIVAS?

Alternativas intermedias a participar o no participar no hay. La no-participación, aunque la llamemos activa, lleva definitivamente a la derrota electoral. La participación en cambio, entraría aparentemente en contradicción con la propios postulados de la oposición en la RD. Al haber rechazado la oposición a las condiciones electorales propuestas por la dictadura en la RD y luego llamar a votar, sería visto –aunque no fuera así- como un acto de incoherencia. La abstención –alentada con furia por el abstencionismo militante- crecería en forma gigantesca y el fenómeno de las elecciones regionales -donde la oposición, siendo absoluta mayoría, al acudir dividida, sin mística ni entusiasmo, fue derrotada- sería nuevamente reiterada.

¿Significa que la oposición está condenada a dividirse en dos partes irreconciliables? Esa sola posibilidad lleva a repensar más intensamente el problema. Pues el hecho de que no haya alternativas intermedias no significa que no existan alternativas distintas. Una de ellas – ha sido sugerida en las redes- es la de una participación electoral no tradicional. 

Bajo el concepto de participación electoral no tradicional entendemos la de acudir a las elecciones no para competir sino para sentar presencia política nacional. O lo que es igual: hacer de las elecciones un fin en sí y no solo un medio para la conquista del poder.

Una posibilidad de participación electoral no tradicional en otros países ha sido llamar a votar por el candidato Cero, es decir, participar con el voto nulo o en blanco. De este modo la mayoría de la ciudadanía participa, vota y al mismo tiempo convierte a la elección en un rotundo NO a la dictadura
El voto nulo tiene, sin embargo, un inconveniente. Una oposición sin rostro es como una ópera sin tenor.

La del candidato Cero o Nulo – si no técnicamente imposible, muy difícil de ser aplicada  en Venezuela- implica una participación puramente negativa. Con un simple NO, Maduro tendría todo el espacio para decir y proponer lo que quiera, sin contradictor que lo desmienta o lo acuse. De ahí que la posibilidad de llevar un candidato único no para competir ni para ganar –lo que no quiere decir para perder: no-tradicional no significa simbólico-  sino para denunciar los crímenes cometidos por la dictadura, las múltiples violaciones a los derechos humanos, el hambre y la miseria inducida por el régimen, y tantas otras cosas, no debe ni puede ser deshechada.

Un candidato-líder tendría más efecto, incluso sobre la opinión pública mundial, que un candidato Cero. Un candidato-líder, aún perdiendo la elección- entregaría un claro testimonio de la realidad venezolana, no entraría en contradicción ni con la historia de la oposición –que ha sido y será una historia electoral- ni con la comunidad internacional. Un candidato que, si no de todos, sería el de la gran mayoría.

Naturalmente también hay problemas frente a la posibilidad de una candidatura no tradicional. Los candidatos carismáticos, unitarios y con formato político (con otro formato no sirven) no se venden en las farmacias. No obstante, sin necesidad de dar nombres, todos sabemos que en Venezuela hay personas honorables e idóneas que podrían jugar perfectamente el papel asignado.

Después de todo: no hay peor batalla que la que no se da, ni peor política que la que no se hace.

***

Sobre las elecciones presidenciales ordenadas por la “ANC”. De José Ignacio Hernández

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José Ignacio Hernández, catedrático de derecho constitucional venezolano

José Ignacio Hernández, 23 enero 2018 / PRODAVINCI

La llamada “asamblea nacional constituyente” (“ANC”), aprobó un “Decreto que convoca a proceso electoral para la escogencia de la Presidencia de la República en el primer cuatrimestre de 2018”. Para poder analizar las implicaciones de este anuncio, debemos primero esclarecer cuál fue la decisión que adoptó la “ANC”.

Técnicamente no podemos hablar de “adelanto” de las elecciones presidenciales, pues a decir verdad, ninguna norma de nuestro ordenamiento jurídico precisa cuándo deben convocarse las elecciones presidenciales. La única fecha que está definida es el 10 de enero de 2019, día en el cual comenzará un nuevo período presidencial (artículo 231 constitucional). Luego, las elecciones deberán realizarse en cualquier momento antes de esa fecha.

prodavinciSin embargo, los principios de seguridad jurídica y transparencia aconsejan que la convocatoria a elecciones se realice con suficiente antelación a los fines de poder definir adecuadamente sus reglas, las cuales, de acuerdo con el artículo 298 de la Constitución, no pueden ser modificadas al menos seis meses antes de la elección.

Junto a ello, hay que recordar que la ANC carece de competencias para convocar a elecciones y para intervenir en el sistema electoral. Primero, porque la ANC es un órgano ilegítimo y fraudulento que, en tal virtud, no puede asumir ninguna función pública. Segundo, porque la convocatoria a elecciones es una competencia exclusiva del Poder Electoral (artículo 293 de la Constitución). Aun cuando en realidad, será el CNE quien formalmente convoque y organice las elecciones presidenciales.

Con lo cual, con esta decisión, la ANC intervino ilegítimamente en el sistema electoral y propició la fijación de las elecciones presidenciales en violación a los principios de transparencia y seguridad jurídica.

La ausencia de condiciones de integridad electoral

La decisión de la ANC de convocar a elecciones presidenciales se adoptó, además, en un contexto en el cual no existen en Venezuela condiciones de integridad electoral.

El concepto de “integridad electoral” ha venido siendo estudiado recientemente a los fines de describir las condiciones mínimas que debe respetar toda elección a los fines de garantizar la libre expresión de los electores, y en consecuencia, la solución pacífica y electoral de crisis políticas. A tal fin, se considera que las condiciones electorales abarcan todo el sistema, así como las fases previas, concomitantes y posteriores a la elección.

Tomando en cuenta los estándares generalmente empleados para medir la integridad electoral, podemos concluir que en Venezuela no existen condiciones de integridad electoral que permitan la realización de elecciones libres y transparentes. Basta con referir, por los momentos, a los principales indicios que soportan esta conclusión.

El CNE no es una instancia imparcial pues todos sus integrantes fueron fraudulentamente designados por la Sala Constitucional. Además, en su actuación, el CNE ha demostrado una clara parcialización a favor del Gobierno: los retrasos en el referendo revocatorio presidencial no guardan relación con la eficiencia mostrada en la organización de la ilegítima elección de la ANC.

Luego, el registro electoral no es transparente, en parte, por la propia actitud presente en el CNE. Basta con recordar el reciente episodio del cambio arbitrario de centros de votación para comprobar cómo el registro electoral no es una base de datos cierta y confiable.

Tampoco hay libre participación política. A la lista de líderes políticos inhabilitados o encarcelados, debe ahora agregársele la ilegítima decisión de la ANC de ilegalizar los partidos políticos que decidieron no participar en las elecciones municipales. Al fijar las elecciones para abril, además, la ANC obstaculizó que esos partidos pudieran cumplir a tiempo con el nuevo trámite de renovación de nómina de militantes.

No hay mecanismos transparentes de revisión. Por el contrario, el Tribunal Supremo de Justicia ha demostrado, con sus decisiones, una clara parcialidad a favor del Gobierno. El mejor ejemplo sigue siendo la decisión de la Sala Electoral de “suspender” a los diputados de Amazonas, en un juicio que más de dos años después no ha concluido.

Pero actualmente, el elemento más determinante es la ANC, que ha demostrado su disposición de intervenir ilegítimamente en las elecciones, incluso, para desconocer resultados electorales, como sucedió con el Gobernador electo del estado Zulia, Juan Pablo Guanipa.

La decisión de la ANC de convocar elecciones presidenciales para abril de 2018, demuestra que en Venezuela no existen condiciones de integridad electoral y que, en especial, mientras la ANC siga existiendo, no será posible realizar elecciones libres y transparentes en Venezuela.

Precisamente, parte de las negociaciones entre la oposición y el gobierno realizadas en República Dominicana se orientan a obtener condiciones básicas de integridad electoral, algo que por ahora no se ha logrado. Además, al fijar la fecha de las elecciones en abril, la ANC redujo drásticamente el tiempo para que esas negociaciones logren algo que hoy luce complejo: rescatar las condiciones de integridad electoral en Venezuela.

¿Participar o no participar?

Que en Venezuela no existan condiciones de integridad electoral no implica, necesariamente, que la única opción adecuada bajo la Constitución sea no participar en las elecciones. En efecto, la ausencia de condiciones de integridad electoral lo único que implica es que las elecciones, por sí solas, no garantizan un cambio constitucional en Venezuela. Sin embargo, ello no es suficiente para eliminar, absolutamente, la pertinencia constitucional de participar en las elecciones presidenciales.

Esta discusión se ha visto empañada por algunos malentendidos. Así, desde un punto de vista constitucional, no es cierto que participar en las elecciones presidenciales sea suficiente para “legitimar” la ANC, como ya expliqué en Prodavinci. En realidad, nada ni nadie puede legitimar a ese órgano.

De otro lado, hay algunas evidencias que apuntan a que las elecciones en regímenes autoritarios pueden desencadenar un cambio político, si y solo si se ejerce suficiente presión sobre el régimen. Para ello, hay que tomar en cuenta que Venezuela ya no puede ser considerada como un “autoritarismo competitivo”, o sea, como un régimen autocrático que permite ciertas elecciones bajo condiciones razonables de libertad. Por el contrario, Venezuela –luego de la ANC- es un régimen autoritario no competitivo, tanto más si se trata de una elección presidencial.

En virtud de lo anterior, la participación en las elecciones debe ser valorada no en función de la probabilidad de que se admita la libre expresión ciudadana, sino en función de la probabilidad de que esas elecciones, y el fraude que las rodea, puedan propiciar un cambio político y constitucional. Bajo esta perspectiva, participar en las elecciones presidenciales podría ser una condición necesaria –pero no suficiente– para promover un cambio constitucional y político en Venezuela.

Carta a mis amigos venezolanos: ¡Juéguenselo todo! De Paolo Luers

paolo luers caricaturaPaolo Luers, 25 enero 2018 / MAS! y El Diario de Hoy

Estimados amigos que por años se han jugado su libertad y hasta su vida en la lucha contra la dictadura chavista:
Hoy es cuando. El diálogo con el gobierno fracasó. Tuvieron razón de buscarlo, digan lo que digan los opositores a la oposición que hacen llamados ilusos a la intervención militar extranjera, o al golpe de Estado, o a una insurrección de desarmados contra un régimen militar dispuesta a la represión letal. Tuvieron que agotar todas las opciones.

logos MAS y EDHEste diálogo, en el cual se trataba de crear las condiciones y garantías para una salida electoral, fracasó con la decisión de Maduro de convocar elecciones presidenciales sin ninguna garantía democrática: sin liberar a los presos políticos; sin levantar la inhabilitación de candidatos y partidos opositores; sin la creación de un árbitro electoral independiente del partido gobernante.

Con esto el régimen piensa haberlos puesto en una situación “lose-lose”: Si participan, les hacen fraude y el régimen se legitima. Si no participan, dejan a Maduro el poder sin ni siquiera pelear. En ambos casos se termina la oposición.

Así es el cálculo de Maduro. Pero es una trampa – y no es verdad. No es verdad que estén ante un dilema entre dos opciones donde siempre pierden. Solo perderán todo si caen en esta trampa y no dan la batalla. Si toman la decisión valiente de enfrentarse al fraude, tal vez no lo podrán derrotar, pero tal vez sí, ¿quién sabe? Pero no pierden. Ganan rehaciendo la unidad. Ganan estableciendo liderazgo. Ganan volviendo a movilizar a la gran mayoría que ya no aguanta el régimen de balas y hambre. Ganan nuevamente el respeto y apoyo de la comunidad internacional.

Si a pesar de todo se enfrentan a las elecciones, el éxito no se medirá por los resultados electorales oficiales que anunciará un Consejo Electoral totalmente desprestigiado – se medirá por la unidad y movilización popular que logren.

Hoy es cuando, amigos. Que se unan los que están dispuestos a dar la batalla. Que convoquen primarias inmediatamente. Que se midan los mejores líderes. Que decidan los millones venezolanos que a gritos piden liderazgo. Ustedes han mostrado que tienen esta capacidad. Lo mostraron en las elecciones legislativas. Lo mostraron en el referéndum que ustedes convocaron y organizaron. Lo pueden hacer de nuevo.

Los opositores a la oposición, o van a seguir soñando que una intervención extranjera o un golpe militar les va a salvar, o se van a sumar cuando vean la determinación de ustedes de enfrentar el fraude, la represión y el chantaje del hambre.

Dirijo estas palabras a los pocos que conozco y admiro: Leopoldo López, Lilian Tintori, Henrique Capriles, Julio Borges, Delsy Solórzano, Bonny Pertiñez, Andrés Velásquez, Vladimir Villegas – y a miles de otros que no conozco.

A todos ustedes los saludo con todo corazón,

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Miguel Pizarro: “Los muros van a caer”. De Hugo Prieto

Miguel Pizarro retratado por Roberto Mata

Hugo Prieto, 14 mayo 2017 / PRODAVINCI

A los 18 años, Miguel Pizarro, diputado a la Asamblea Nacional por Primero Justicia, acudió a la oficina de un “connotado” dirigente de la oposición venezolana para conocer los resultados de una encuesta, en la cual se evaluaba la intención de voto alrededor de la reforma constitucional, propuesta por el ex presidente Hugo Chávez (2007). La conclusión es que el gobierno iba a ganar por 12 puntos y que la mejor estrategia era la abstención para “deslegitimar” la consulta.

Los jóvenes que hoy dirigen la protesta que mantiene en jaque al gobierno de Nicolás Maduro, se reunieron en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela y decidieron (80 a 20) que iban a enfrentar la reforma en las urnas, como un paso que luego complementaría la estrategia pacífica y electoral para alcanzar una salida política a la peor crisis que ha enfrentado Venezuela desde su fundación en 1830.

Esta larga entrevista, en realidad, es la elipsis de una década de lucha política que ha llevado a la generación de Pizarro a un momento estelar en la política venezolana. La calle es una vía que debe ser complementada por otras para alcanzar el objetivo que se han trazado desde que irrumpieron en la vida nacional. “Lograr una consulta electoral que le dé un cierre a lo que estamos viviendo”.

Hay una generación joven en la política venezolana, que viene de todo este proceso y ahora son caras visibles de la Asamblea Nacional. La suya es una de ellas. Ese hecho no ha pasado inadvertido para el gobierno. Me refiero en concreto a lo expuesto por el señor Diosdado Cabello, quien dijo que ustedes habían desplazado a los “dinosaurios”, pero uno podría pensar que a ustedes los están marcando, como a los ahorristas en los bancos para luego atracarlos en la calle.

Yo creo que tiene que ver más con lo segundo que con lo primero, sin duda alguna. Desde hace 10 años hemos venido ocupando espacios en la política. En 2007 decidimos seguir un camino electoral, de protesta y de ocupación de espacios. Veníamos de un país que había atravesado la abstención parlamentaria de 2005, el error político más grande que ha cometido la oposición. En 2006, la miopía opositora cantó fraude para no reconocer la derrota frente a Chávez. Al año siguiente, el cierre de RCTV y la propuesta de reforma constitucional. Ahí nos tocó jugar un papel. Era un país donde los referentes habían regalado la política. La acción de calle y el activismo había perdido vigencia. La primera vez que vi una encuesta, yo tenía 18 años, fue en la oficina de un político connotado de aquella época y decía que perdíamos la reforma por 12 puntos, la recomendación era no participar en esa reforma, para deslegitimarla.

Eso hubiese significado seguir por el barranco de 2005. La política no se puede hacer solamente con las encuestas en la mano. Ni siguiendo las pautas equivocadas que marca la mayoría.

Era abstenerse y desde ahí buscar la confrontación que provocara un cambio político profundo. Nosotros organizamos una asamblea en el aula magna de la UCV y quienes decíamos que había que ir a votar ganamos 80 a 20. Hago memoria, porque yo creo que 10 años después, aunque hay elementos y diferencias muy profundas, nuestro país está en un contexto similar. Era un país desesperanzado después del robo del revocatorio, donde la política había perdido mucho, luego del diálogo fracasado. La duda y la oscuridad. Esas eran las referencias. Llega la sentencia del TSJ que a mi modo de ver marca un punto de inflexión donde el gobierno devela claramente cuál es su visión del poder.

La dirigencia opositora se parecía a esa izquierda radical que siempre se refugió en la abstención, pero la abstención nunca ha tenido una expresión política en Venezuela. También en el diálogo se cometieron graves errores. De modo que hay una continuidad. La ruptura se produce a raíz de las sentencias del TSJ. Lo que vimos en diciembre fue desesperanza, frustración. Pero la gente retomó la calle, la protesta. Una reacción contundente, sorpresiva.

Era un país anclado en el suspiro. Pero yo creo que hubo una conexión emocional con lo que la gente aspiraba de la política. Y especialmente con la respuesta que esperaba frente a los abusos del gobierno. Eso configuró varios caminos. Yo no soy de los que cree que la dirigencia opositora está compuesta por unos superhéroes y que nuestro accionar ha hecho que la gente salga a la calle a exigir cambios. Hay una conjunción de gente que protesta por distintas razones: los que quieren que sus familiares regresen al país; los opositores que nunca han apoyado al chavismo; los que desde el hastío y la frustración rechazan el fracaso de este proyecto político; los que están desesperados por el hambre y la angustia que produce la crisis económica.

Digamos que eso ya formaba parte del paquete. ¿Qué es lo que está marcando la diferencia?   

Creo que ese escenario, en un principio, fue subestimado por la dirigencia de la oposición. Pero estuvo presente allí, desde hace mucho tiempo. Sí, requería interpretación,  requería organización. Y sobre todo conducción política, que tuviera objetivos y un canal para seguir sumando expresiones y movimientos. Pero hay una novedad. Este es un movimiento de conciencias, que ha obligado a romper silencios y a tomar posturas. Frente a lo que ocurre, los caminos se han bifurcado. Ahí está el camino del gobierno que nos lleva a la destrucción del voto universal, directo y secreto, a la destrucción de las libertades individuales y a la destrucción de un modelo que hundió al 80% de los venezolanos en la pobreza. Y hay otro camino, que si bien es incierto en su desenlace, porque no controlamos la variable de tiempo y la intensificación de la confrontación, es un camino que nos lleva al cambio político y social.

¿Realmente ustedes reemplazaron a la vieja guardia? ¿Por qué no se refiere a “lo segundo más que a lo primero”, en el planteamiento que hizo el señor Diosdado Cabello?

Lejos de un desplazamiento de los liderazgos, hoy ocurre algo en nuestro país que tiene que ver con la política, pero sobre todo con la sociedad. Hoy todo el mundo es útil haciendo algo. Así como hay decisiones que tomar en la alta política, relacionadas con la comunidad internacional, la OEA y UNASUR, por ejemplo, hay un segundo espacio que nos ha correspondido a los jóvenes, por condiciones físicas y hasta espirituales, que es la conducción en la calle, para darle un contenido que nos dé legitimidad en todo el espectro opositor, desde el más moderado hasta el más radical. ¿Por qué Diosdado hace lo que hace? Por dos razones. La primera para marcarnos como un enemigo; para marcar, entre las fuerzas del gobierno, a quién debe perseguirse, a quién debe intimidarse. Por eso publican nuestras direcciones, nuestros teléfonos y por eso nos dejan recados con nuestras mamás, porque una madre es el talón de Aquiles para un joven. Pero además lo hace por un segundo motivo, porque cree que el supuesto desplazamiento de la dirigencia por los más jóvenes podría generar un conflicto generacional, apela a la inmadurez política que tenía la oposición. Pero este no es el mismo país ni la oposición es la misma de unos años atrás.

La gente marcha por distintas razones, pero todavía no comparte una visión de país. ¿Por qué no hay una propuesta que aglutine? No sé si los jóvenes, que no tienen la experiencia y su formación es una interrogante, la van hacer. ¿Usted qué piensa?

El gran reto de este movimiento no es estar en contra de, sino convertirse en una alternativa. Creo que tenemos una deuda programática, que nos permita explicar cuatro pilares del cambio político. Uno, la economía. ¿Qué hacemos nosotros con la economía? El Estado controlador ha fracasado —desde la extinta RDA hasta las comunas de Mao, pasando por visiones más liberales como lo que intentaron hacer en la Europa del este una vez que cayó la cortina de hierro—. El Estado en Venezuela tiene que ser redefinido. Su papel debe ser marcar reglas, impulsar, articular. Dos. Las políticas sociales. La visión tiene que ser integral. Lo que arranque como un programa de hambre cero pase luego a un esfuerzo de formación para el trabajo que luego garantice un empleo sostenible, protección para los niños y ancianos y producción para los jóvenes. Tres. ¿Qué hacemos con la institucionalidad del país? Instituciones sí, pero no para que le sirvan a un partido político, sino a los ciudadanos. Cuatro. La educación. Mi generación aprendió de fechas, pero no de procesos, incluido la democracia. Una educación que pase de la formación tecnocrática a empoderar al ciudadano.

La propuesta programática está contaminada por la visión del poder, por las distintas variables ideológicas, por las apetencias personales. Se convierte en una suerte de pasticho, de galimatías, que le resta credibilidad a cualquier interlocutor de la oposición, especialmente en la esfera internacional. Favorece esa tesis de que al mundo no le interesa lo que ocurre en Venezuela.

De eso estoy seguro, por eso nos hemos dado a la tarea de formarnos y de darnos una visión programática que nos una. Tenemos una deuda pendiente. Quizás cuando había que hacer una propuesta programática, la simplificamos con una propuesta electoral. Pero eso ha cambiado en esta etapa. Acá hay visión y trabajo construido alrededor de lo que debemos hacer en esos cuatro pilares fundamentales. Eso ha permitido una mayor comprensión de lo que ocurre en el país. ¿Qué ocurre hoy en el mundo? Hay países que se movilizan por la respuesta política. La dictadura de Maduro, el uso de la represión, el uso de la violencia. Eso produce una solidaridad inmediata. Pero hay otro nivel que responde a otras variables. El mundo financiero, por ejemplo, que antes advertía esas incongruencias, hoy nos presta mayor atención, precisamente porque conoce cuál es nuestra propuesta institucional de cómo se debe manejar el mercado. Hay llamados de atención de países muy importantes. China, por ejemplo, ha manifestado su interés de que el conflicto se encauce por la vía pacífica. Pero lo peor que le puede pasar a este país, una vez que salgamos de Maduro, es que venga un nuevo gobierno y alrededor de la materia cambiaria tengamos una discusión que nos divida. O que al transferir subsidios indirectos, mediante un bono a las personas, esa discusión nos re polarice. Lo peor es que queramos combatir el populismo con más populismo y terminemos de destruir el tesoro de la Nación.

El eco de la violencia, la represión, y la propuesta de una constituyente francamente dictatorial, efectivamente, han retumbado en la comunidad internacional. La gente acude en masa a las marchas de protesta a sabiendas de que la van a reprimir a sangre y fuego. Todos sabemos que esto no se puede sostener indefinidamente. Que hay un desgaste del material anímico, del material físico, del material político. ¿Ustedes han pensado hasta dónde se puede llegar? ¿Y cuál sería el desenlace?

El día del entierro de Juan Pablo Pernalete, cuando nosotros llegamos al cementerio, Elvira, su mamá, me toma de la mano y me dice: la noche antes de salir a la protesta, Juan Pablo lo último que hizo fue ponernos tu discurso en el teléfono, él se inspiraba en ti. El papá de Cañizales, cuando llegamos al entierro, me dijo mi hijo se tatuó por tu culpa y cuando yo le armé un rollo, me respondió. Pizarro es diputado, tatuarme no me va a acabar la vida. Y ambos padres tenían en común que el sacrificio de sus hijos no fuera en vano. Que esa pérdida humana, dolorosa, que anuda la garganta, no fuera en vano. Yo no soy pitoniso, no sé hasta dónde se puede aguantar. Pero hay algo de lo que sí estoy seguro. Aquí el que tiene la familia fuera del país y está cansado de verla por la pantallita, no se va a cansar de protestar. Aquí el que ha perdido a un familiar por la escasez de medicinas, por la violencia o la represión, no se cansa de protestar. Aquí el que no pueda realizar su proyecto de vida, porque sencillamente quebraron al país, no se va a cansar. El gobierno, con su forma de ver la política, con sus decisiones para preservar el poder a cualquier precio, ha puesto la pelea en un plano existencial.

Es cierto, para los venezolanos, la demanda de libertad y democracia se ha convertido en una lucha de vida o muerte. 

La constituyente y su fraude histórico es la consolidación de una dictadura en nuestro país; es la eliminación del voto directo, universal y secreto; es la eliminación del reconocimiento a cada uno de nosotros como ciudadanos. Pero además es lo que le permitirá al gobierno imponer una dictadura bajo un marco legal. Ni el ejercicio de la política, el periodismo o la economía, nada será como lo conocemos hoy. Y por eso, la protesta es radicalmente distinta a la que hubo en otros momentos del pasado. Una amiga, Teresa, del barrio Unión de Petare, me dijo. El que duerme en el piso no tiene miedo a caerse de la cama. A mí me impresionan esos dos minutos antes de que lleguemos al piquete. Ese lapso donde la manifestación se detiene, esos dos minutos de silencio de una masa que sabe adónde va, que sabe lo que va a ocurrir, pero lo hace convencida de que esa es la gota que cae sobre la piedra hasta que se rompa. Y que además, lo hace convencida de que el gobierno y su accionar ha cerrado, ha liquidado, todas las otras formas de expresión. No han permitido otra cosa que la represión.

Miguel Pizarro retratado por Roberto Mata

Pese a todo lo que hemos visto, pese a todo lo que hemos vivido como sociedad, el discurso del gobierno sigue inalterable. Los irracionales están del otro lado… la guerra económica… la estrategia opositora para provocar un golpe suave y la injerencia extranjera. Siempre hay un culpable en la acera de enfrente. Este discurso de la polarización, en nada se parece a lo que uno ve en la calle, sufrimiento, sacrificio, impotencia en muchos sentidos. Pero a la vez es el deseo de cambiar todo esto. ¿Cómo es que dos realidades se ven de forma tan distintas?

Yo creo que ellos parten de un principio erróneo. Ellos subestiman al país. Nos subestiman a nosotros. Y no hablo por la dirigencia opositora, digo a nosotros, los ciudadanos, los venezolanos. Ellos creen que la propaganda puede sustituir a la realidad. La propaganda tenía asidero cuando la bonanza petrolera permitía que muchas de las cosas que nosotros decíamos se vieran como alienígenas o anti climáticas, en medio de un país que recibía una lluvia de dinero y el cupo de Cadivi era de 3.000 dólares. Era un mundo imaginario, el que vivimos durante un rato. Pero en Amazonas, cualquiera que se enferme tiene que navegar 10 ó 12 horas en bongo para llegar a un centro de atención médica, en Delta Amacuro aumenta la peor epidemia de Sida que hayamos tenido en nuestra historia, en Bolívar regresó el paludismo, en Táchira todo el mundo sabe que la Guardia es la que hace el contrabando, en Zulia es el Ejército. En la región central hay una nueva clase económica, nuevos potentados, que vienen del gobierno. Y esa realidad estruendosa, que mueve al dolor, a la frustración y a la impotencia, pero que también mueve a la acción para cambiarla, es el peor enemigo que tiene la propaganda gubernamental. El 80% del país quiere cambio. El 60% responsabiliza a Maduro de lo que está ocurriendo. Es un país que tiene conciencia política de lo que está ocurriendo. Y que no se deja amedrentar ni manipular.

Los que quieren la paz versus los que quieren la violencia. Los que quieren trabajar por el país versus los que quieren destruirlo. En fin, los buenos versus los malos. Ese es el mensaje clave de VTV.

A nosotros nos califican de terroristas, de grupos violentos, porque la propaganda busca desmovilizar, busca amedrentar, aterrorizar. A mí me impresiona la claridad de la gente cuando dice. Aquí solo hay violencia cuando hay represión. Nadie puede decir que un plomo disparado por una carabina, que una bomba lacrimógena disparada a quemarropa, el uso de la ballena a corta distancia, como lo hacen, que provoca fracturas, y el arrollamiento pueden equipararse a un escudo de madera y una franela. Yo soy uno de los más moderados opositores que existen en el país. Siempre he creído que la confrontación violenta nunca debe ser una opción para nosotros. Creo en el reconocimiento, en la discusión, en la política que permita llegar a acuerdos, pero cuando estalla la violencia sin siquiera mediar palabra. ¿Cómo le dices a un chamo que no se defienda de las lacrimógenas? ¿Cómo le dices que no use un escudo de madera con el que intenta proteger de bombas lacrimógenas y perdigones a una masa de miles de personas?

En cada una de las protestas, los diputados de oposición y, particularmente, los más jóvenes, se ubican en la primera línea de fuego. ¿Cómo ha enfrentado la violencia? Digamos, en su caso personal.

La protesta tiene como tres bloques. Uno que va adelante, dispuesto a llevar perdigonazos o bombas, que está dispuesto a que no nos destruyan físicamente, en ese bloque me incluyo porque tengo la condición física y la convicción mental de que uno sólo puede dar testimonio con su ejemplo. Por eso estamos ahí. Hay un segundo bloque que está justo detrás del primero. Que está ahí para servir de apoyo, que tiene un malox, un trapito mojado. Que está pendiente de cargar un herido, atento y viendo cómo ayuda. Y un tercer bloque donde están los papás, las mamás, los tíos de quienes están en el primer y en el segundo bloque. Que saben que su papel es permanecer ahí y demostrar que somos una mayoría. Que somos una fuerza. Y cuando miras toda esa configuración ves a un pueblo que lucha contra una cúpula que quiere mantener la crisis.

Se acabó el cuento de la UNES (Universidad Experimental de la Seguridad), del uso proporcional de la fuerza. De la actuación bajo parámetros cónsonos con el respeto de los Derechos Humanos. Tanto bla, bla, para darle la razón a un viejo comunista: tombo es tombo, aquí y en cualquier parte del mundo. La revolución pacífica terminó siendo otra gran estafa.

Es así, por ahí iba a empezar yo. No sólo ha sido una gran estafa. Ha sido una gran traición. Muchos de los que están hoy en el gobierno estuvieron presos con mi papá entre 1980 y 1982. Aquí, en 1998, se prometió que se iba a acabar la persecución de la policía política. Hoy el Sebin allana con más impunidad que en los 60 y los 70. Aquí se permitía la visita a los presos políticos. Mis hermanos rompieron piñatas en el Cuartel San Carlos. Cantaron cumpleaños con los hijos de Virgilio Yunta y con los sobrinos del Gocho Hernández. Todos en el mismo recinto. Hoy ni siquiera eso se permite. Los aíslan. Y lo hacían utilizando el nombre de Belinda (dirigente estudiantil asesinada) que, por cierto, les quedó grande. En nombre de Belinda decían que aquí había una nueva propuesta policial, que era hora de que la protesta fuera libre. Que la ballena iba a quedar para regar el Parque del Este y el Ávila. Que aquí no iba a haber más homicidios extrajudiciales por parte de policías. ¿Dónde estamos hoy? Viendo la peor represión, con más saña a la que habíamos visto, al menos, en la última década. Es una traición porque los que hoy son victimarios fueron víctimas ayer. Parte de su legitimidad política venía del sufrimiento y de la promesa de que esas violaciones a los Derechos Humanos más nunca se iban a repetir. Esto tiene un componente de estafa. Pero sobre todo es una traición. ¿Cómo el Partido Comunista justifica lo que hoy estamos viviendo? ¿Cómo Tarek William Saab que estuvo con mi mamá y el padre Camuñas, ayudando en casos de violación a los Derechos Humanos en los años 80, puede dormir tranquilo?

Lo que uno ve en las marchas es mucho dolor, mucho sufrimiento. El alma de un país dolido. El sacrificio ha sido muy alto. Sin embargo, no hay una autoridad que diga, tal como Dudamel lo hizo, ya basta, ya es suficiente. ¿Por qué tanta indiferencia ante el dolor del pueblo?

Habría que explicar por qué actúan como actúan. ¿Cuál es el objeto de la violencia? ¿Cuál es el objeto de la represión, del asesinato? En primer lugar, que nos cuestionemos, que el dolor nos haga pensar que la protesta no tiene sentido. Que uno, después de hablar en el velorio con los amigos de Miguel (Castillo) se plante ante el espejo y se pregunte. ¿Será que el camino es por ahí? A lo único que ellos le prenden vela es que la duda nos lleve a preguntarnos. ¿Es correcta la presión de calle? Y que nosotros nos cansemos, nos rindamos o retrocedamos. No. Si bien este movimiento aún no ha sido determinante, yo no tengo ninguna duda de que lo será en el futuro. Es un movimiento que además ha despertado conciencias. Es el movimiento que obliga a la fiscal a hablar, que obliga al hijo del Defensor del Pueblo decir, pude haber sido yo, papá. Es el movimiento que hace que más de 80 guardias nacionales estén detenidos por negarse a reprimir. Y cuando hago el símil de la gota que cae contra la piedra es saber que lo que hacemos va a despertar conciencias. Yo estoy seguro de que lo que hoy vemos como indolencia, indiferencia, en el fondo es una enorme procesión por dentro. Hoy el que nos reprime y se burla cuando llega a su casa tiene un familiar al que le tiene que rendir cuentas y se tiene que calar un chaparrón. No puede salir a la calle y caminar tranquilo y eso, mucho más temprano que tarde, va a provocar que esos muros se rompan.

Ustedes encabezan este movimiento y se han puesto al frente, en la primera línea, a riesgo de su propia integridad física. Eso marca una diferencia con respecto a las marchas anteriores a 2007, donde más de un dirigente, al estallar la primera bomba lacrimógena, se subía de parrillero a una moto de alta cilindrada que seguía una ruta de escape. Ustedes que se han plantado frente a los militares para exigirle respeto al derecho a manifestar, al libre tránsito y a la propia Constitución, ¿Cómo interpreta esa diferencia?

Hay un cambio de paradigma. Yo soy un convencido de que uno tiene que predicar con el ejemplo. Tú puedes hablar de entrega y de sacrificio, pero si estás pendiente de las cámaras de TV y te subes a una moto, apenas detonan la primera bomba, no estás predicando absolutamente nada, más allá de palabras vacías. Y eres lo mismo que el gobierno. Nosotros aprendimos que la única forma de liderar es con el ejemplo. Es demostrando que uno está dispuesto a hacer lo mismo que le pide a los ciudadanos que hagan. Nosotros no somos superhéroes. No usamos el interior por encima del pantalón, ni llevamos capa, sino que afrontamos la política como seres humanos. ¿Por qué tratar de convencer a los militares para que nos dejen llegar a nuestro destino? ¿Por qué aguantar la represión y ser el último que se vaya? Porque si le pides a la gente sacrificios y entrega, no lo puedes hacer a través de twitter. No lo puedes hacer desde el estudio de televisión. Lo tienes que hacer desde el asfalto. Tienes que ganarte la legitimidad de que te escuchen.

¿Usted cree que vamos a conseguir el cambio por esta vía?

Yo creo que es una combinación de varias vías. La calle es una vía que se debe complementar con la presión institucional que haga la AN, con la presión internacional que hagan los organismos multilaterales. Que se tiene que complementar, además, con una vía política y electoral, que tenemos que forzar a que se abra. ¿Por qué tenemos que entender que son tres tableros? Porque eso nos ayuda a todos a interpretar por qué la agenda debe ser como es. ¿Por qué debe haber un día de manifestaciones masivas que reten al poder y traten de llegar a instituciones? ¿Por qué hay días en que esas manifestaciones deben ser simbólicas, que le suban el costo a los errores del gobierno, pero que también nos permitan reconocernos como iguales, más allá de la política? ¿Por qué debe haber días donde el centro debe ser el discurso político, la institucionalidad parlamentaria y la denuncia internacional? ¿Y por qué debemos forzar una salida pacífica y electoral que le dé un cierre político a esta crisis? Porque nosotros no somos un ejército de liberación. Un segundo objetivo que ellos persiguen con la violencia y con la represión es que nosotros dejemos de pensar como civiles y como ciudadanos y pensemos con una lógica militar y empiecen las discusiones de por dónde tiene que ir la estrategia de calle. No, por donde nos metamos nos van a reprimir. No, tenemos que seguir un camino pacífico, institucional, que tenga como colofón, un cierre político a todo esto.

 

Los colectivos venezolanos, las bandas de civiles armados que atacan a los manifestantes y defienden a Maduro. The NYT

Cientos de miles de manifestantes han tomado las calles de Caracas y otras ciudades exigiendo que se realicen elecciones en Venezuela. Credit Foto: Meridith Kohut para The New York Times

y , 22 abril 2017 / THE NEW YORK TIMES

CARACAS, Venezuela — Los motociclistas llegaron con un estruendo; eran una falange de chaquetas rojas con ropa oscura. Algunos llevaban los rostros cubiertos mientras aceleraban los motores ante los manifestantes. Arrojaron bombas de gases lacrimógenos para dispersar a la multitud y, según los testigos, luego sacaron las pistolas y dispararon.

Carlos Moreno, de 17 años, cayó al suelo y un charco de sangre se formó alrededor de su cabeza. “Se le estaba saliendo la materia cerebral”, recordó Carlos Julio Rojas, un líder comunitario que presenció el tiroteo sucedido en Caracas el miércoles pasado.

Quienes estaban en la protesta dicen que los hombres uniformados que dispararon contra Moreno no pertenecían a las fuerzas de seguridad del gobierno. Eran miembros de bandas armadas que se han convertido en agentes clave para el presidente Nicolás Maduro, quien intenta sofocar las crecientes protestas contra su gobierno.

Esos grupos, que reciben el nombre de colectivos, forman parte del escenario político venezolano desde hace mucho tiempo, pues fueron fundados como organizaciones comunitarias a favor del gobierno. Según los expertos que estudian su conformación, se trata de civiles con entrenamiento policial que han sido armados por las autoridades.

Los colectivos controlan un vasto territorio del país y en algunos casos se financian por medio de actos delictivos como la extorsión, el contrabando en el mercado negro de alimentos regulados y el narcotráfico. El gobierno tolera sus actividades a cambio de lealtad.

Actualmente parece que desempeñan un papel importante en la represión de la disidencia.

Cientos de miles de manifestantes han tomado las calles de Caracas y otras ciudades exigiendo que se celebren elecciones. Las protestas se han intensificado debido a la crisis económica que ha generado una gran escasez de productos básicos como alimentos y medicinas —así como una reciente resolución del Tribunal Supremo de Justicia con la cual intentó asumir las funciones de la Asamblea Nacional— lo que ha contribuido a la desestabilización del país y se han convertido en la amenaza más grande para el gobierno actual desde el golpe de Estado que en 2002 destituyó, por unas pocas horas, a Hugo Chávez.

Maduro ha respondido desplegando efectivos de la guardia nacional armados con cañones de agua, balas de goma y perdigones para dispersar a las multitudes. Pero diversos expertos y testigos aseguran que, junto a las fuerzas de seguridad, también actúan los colectivos que se dedican a una intimidación más brutal y, en muchos casos, mortal.

“Esos son los verdaderos grupos paramilitares de Venezuela”, dijo Roberto Briceño-León, director del Observatorio Venezolano de Violencia, un grupo académico que monitorea los actos delictivos en el país.

Los colectivos se han convertido en agentes represores a medida que han disminuido los ingresos del gobierno venezolano a causa de la creciente deuda externa y la caída de los precios del petróleo. Según muchos venezolanos, los colectivos aparecen en casi cualquier protesta en la que el gobierno perciba que los ciudadanos se pasan de la línea, desde los rutinarios conflictos laborales con sindicatos hasta las manifestaciones estudiantiles.

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Durante las recientes confrontaciones en Caracas, los efectivos policiales han perseguido a los manifestantes, lanzado gases lacrimógenos y disparado balas de goma. Credit Meridith Kohut para The New York Times

Eladio Mata, un dirigente sindical del sector salud, dice que el año pasado los miembros de un colectivo le dispararon cuando se estancaron las negociaciones en el Hospital Universitario de Caracas.

Mata cuenta que cuando llegó a la puerta principal del hospital se encontró con varios hombres que le impidieron salir. Él cree que fueron llamados por la directiva del hospital. Los miembros del personal intentaron ayudarlo a salir, pero un miembro del colectivo le disparó en la espalda. Luego tuvo que ser arrastrado a una sala de operaciones para una cirugía de emergencia.

“En este país está prohibido disentir”, dijo Mata.

Oscar Noya, un investigador de enfermedades infecciosas tropicales, dijo que su laboratorio ha sido objeto de actos vandálicos en unas 30 ocasiones, perpetrados por miembros de los colectivos que destruyen sus equipos y se llevan los cables eléctricos.

Noya cree que ordenaron vandalizar su sitio de trabajo porque suele publicar información sobre epidemias de enfermedades infecciosas que el gobierno no informa, particularmente la propagación de la malaria.

También comentó que las autoridades han guardado silencio ante sus repetidas denuncias, por lo que cree que los colectivos han “alcanzado un nivel de impunidad total”.

“Si la revolución pierde la presidencia mañana,
los colectivos inmediatamente se convertirán
en una guerrilla urbana”.
Fermín Mármol, criminólogo

Los expertos dicen que los colectivos se originaron en los primeros días del gobierno de Chávez, quien originalmente los concibió como organizaciones sociales que le ayudaran a instaurar su visión de una revolución socialista que transformara los barrios pobres de Venezuela. Muchos tenían sus propios nombres, banderas y uniformes. Finalmente, el gobierno les impartió entrenamiento de armas y seguridad, para desplegarlos como un grupo de milicias.

A medida que los grupos se hicieron más poderosos, ejercieron su propia influencia, sobre todo respecto al control de actividades del crimen organizado como el tráfico de drogas en los barrios de Caracas.

Su poder llegó a ser tal que, en 2014, algunos tuvieron violentos enfrentamientos con la policía como parte de un esfuerzo por expulsar a un ministro del Interior y Justicia que trató de frenarlos. Más recientemente, otros miembros de colectivos han librado mortales reyertas con soldados durante el despliegue de operaciones militares que buscan contener el crimen organizado.

Según Fermín Mármol, un criminólogo de la caraqueña Universidad Santa María, esos grupos controlan el 10 por ciento de los pueblos y ciudades de Venezuela. Mármol explicó que la profunda inclinación ideológica de los colectivos significa que defenderán a Maduro a toda costa.

“Si la revolución pierde la presidencia mañana, los colectivos inmediatamente se convertirán en una guerrilla urbana”, dijo el experto.

Paramédicos evacuan a un manifestante que resultó herido durante los enfrentamientos con policías. Credit Meridith Kohut para The New York Times

Las bandas de colectivos han sido acusadas de ataques contra periodistas que cubren sus actividades en las calles. Sin embargo, en algunas entrevistas, sus líderes han negado cualquier vinculación con actividades criminales y dijeron que se dedicaban a defender la revolución.

A pesar de sus ataques contra los disidentes, para algunos venezolanos de los sectores más pobres los colectivos se han convertido en una fuente de orden aceptada por la gente.

Haide Lira, de 58 años, es una asistente administrativa que vive cerca del barrio de clase trabajadora La Vega y dijo que los enfrentamientos entre manifestantes y los colectivos han sorprendido a los vecinos. Ella simpatiza cada vez menos con quienes protestan. “Así no se presiona a un gobierno”, opinó.

Sobre los colectivos, comentó: “Ellos ponen orden donde hay desorden. Es cierto, son civiles armados, pero ¿qué se puedes hacer en este mundo que está al revés?”.

Pero los ataques contra los manifestantes han traumatizado a muchos, como es el caso de Rojas, el líder comunitario que fue testigo de la muerte de Carlos Moreno. Cuenta que los manifestantes intentaron salvar a Carlos; subieron su cuerpo a una motocicleta para que llegara rápido a un hospital, donde fue declarado muerto.

Algunos trataron de perseguir a los agresores, pero fueron refrenados por otros que les dijeron que sería inútil. Rojas trabaja con políticos de la oposición y explicó que se había acostumbrado a los ataques, que durante mucho tiempo han formado parte de su trabajo como activista.

“Atacan a sus vecinos cuando están en las filas para alimentos y son identificados como miembros de la oposición, atacan a los dueños de tiendas cobrándole extorsiones y atacan a los panaderos quitándole parte de su producción para venderla en el mercado negro”, contó. “No son verdaderos colectivos, o actores políticos. Son criminales”.