Federico Hernández Aguilar

Incertidumbre 2019. De Federico Hernández Aguiar

2 enero 2018 / EL DIARIO DE HOY

Arranca el año 2019. Una sola palabra define el ánimo colectivo: incertidumbre. Hay aprensión en el ambiente, flota en el aire una singular carga de escepticismo, de amargo recelo. La decepción por una campaña presidencial amorfa y sin brillo ha dado paso a la ansiedad. Las pláticas entre familiares y amigos, al calor de las reuniones navideñas y de fin de año, han girado en torno al mismo tema recurrente: ¿qué pasará en estas elecciones? Ninguna hipótesis parece calmar a los más nerviosos: las tendencias unánimes de las encuestas han puesto números a sus peores pesadillas. Y a cada análisis integral de los posibles escenarios responden con suspiros. “Quiera Dios que tengás razón”, deslizan, entre la incredulidad y la esperanza.

En un mes vamos a las urnas y cuesta ver cómo las campañas de ARENA y el FMLN darán los virajes estratégicos de que carecieron siempre. Afortunadamente, la historia del comportamiento electoral salvadoreño tampoco acompaña los delirios de grandeza del candidato de GANA. Encuentro muy difícil, por tanto, que alguien pueda proclamarse ganador en primera vuelta, si bien creo que solo ARENA estaría en capacidad de lograrlo; y esto no solo por razones logísticas, sino por el recurso (aún poco explotado) de apelar a la conciencia de aquellos electores que tienen en sus manos el resultado final.

La movilización del voto el día D es clave para los tres partidos con posibilidades reales de triunfo, pero únicamente los dos más grandes disponen de estructuras territoriales preparadas para esa misión. Si el candidato que ya recurrió a ese fantasma insiste en el fraude, lo que revelará es que ha entendido (quizá muy tarde) que la disputa material por cada sufragio no puede ser sustituida por un “like” ni por miles de seguidores ficticios en redes sociales. O se cuenta con gente para contar, o las cuentas alegres no cuentan.

Pero hay algo todavía más valioso, un intangible que ya únicamente ARENA puede transmitir a los votantes indecisos: certidumbre. La llamada a reflexionar sobre el futuro del país, descartando cualquier aventura populista, es el mensaje que el principal partido de oposición está obligado a repetir y repetir. Aunque todo ofrecimiento específico tiene su peso, la campaña ha entrado en una fase en la que debe apelarse a la sensatez del electorado.

Ciertamente, exige mucha mayor creatividad explicar a la gente por qué la democracia es activo indispensable. Pero renunciar a creer en la capacidad de los salvadoreños para razonar su voto no es opción. Los populismos se alzan con la victoria allí donde quienes deben contrarrestarlos lo hacen con timidez o torpeza. El populista es un experto en el manejo de las emociones, pero pierde los papeles cuando se enfrenta a dosis letales de sentido común.

“Los mismos de siempre”, por ejemplo, es un reduccionismo que descansa en la veracidad de la antítesis que propone: si ellos son “lo mismo”, mi opción encarna “lo nuevo”. El problema con GANA no es solo que sea más de lo mismo, sino que viene a ser lo peor de lo mismo. Aparte de ninguna novedad, el mayor aporte del partido fundado por Tony Saca en estas elecciones es una trayectoria plagada de bien documentadas traiciones a la democracia. ¿Por qué entonces ha sido tan difícil exponer esta contradicción, siendo tan evidente?

“Dime a quién le crees y te diré de qué careces”, es una frase que podría resumir el desafío de los liderazgos democráticos en cualquier parte del mundo. En El Salvador, con la alternativa tercerista más inescrupulosa de nuestra historia, poner a los votantes frente al espejo de sus ansiedades podría estimular reflexiones que propicien un movimiento electoral como el que se registró en la segunda vuelta presidencial de 2014.

Incertidumbre no será nunca síntoma de conformidad, a menos que la certidumbre no conforme ya a nadie. Y en el país no hemos llegado a ese extremo.

Lo que falta en esta campaña. De Federico Hernández Aguilar

24 octubre 2018 / EL DIARIO DE HOY

Como ya he tenido oportunidad de explicar, la poca o mucha presencia política de Nayib Bukele es producto, si acaso, de la mediocridad que todavía impera en nuestro sistema de partidos. Alguien con las características psicológicas y morales del exalcalde no obtendría ni el cinco por ciento de aceptación popular en cualquier sociedad democrática madura. Lo que hace de este muchacho un “fenómeno” —en el sentido laxo que tiene el término en nuestro medio— es la notoria falta de líderes reales que desde hace rato padecemos en El Salvador.

Dicho lo anterior, y precisamente porque el personaje en cuestión exhibe numerosas debilidades, aún pueden pasar muchísimas cosas desde este día hasta el 3 de febrero de 2019. Favoritismos iniciales que se desplomaron en pocas semanas son parte de nuestra historia reciente. Unas elecciones presidenciales, perdón la perogrullada, se ganan con votos, y miles de personas votando es distinto a miles de “likes” en redes sociales.

Pese a las varias observaciones que cabe hacer a estos sondeos, el señor Bukele parece tener, sin mayores méritos de su parte, una ventaja en las encuestas. Su obsesión con el poder, sin embargo, ya le ha hecho gravitar a lo largo y ancho del espectro ideológico, específicamente del FMLN a GANA, describiendo una parábola de vértigo desde la caverna oscura del radicalismo socialista (al que quizás nunca estuvo adscrito) hasta la madriguera en que se refugian (con algunas excepciones) los sujetos más inescrupulosos de la política criolla.

Si de alguien podemos decir que no representa ningún salto de calidad en la dirección correcta, ese alguien es a todas luces Nayib Bukele. Pero si esta afirmación no es compartida todavía por un número suficiente de ciudadanos como para contrarrestar la muy hinchada imagen del exalcalde, construida a fuerza de resentimientos, victimismo, discursos vacíos y ataques cobardes, ¿quiénes son los verdaderos responsables?

Ni ARENA ni el FMLN han demostrado, hasta hoy, de qué fibra están hechos sus respectivos equipos de campaña. Lo que ha aflorado en los últimos meses ha sido una absurda descoordinación entre sus voceros, una propaganda insípida (spots lacrimógenos incluidos), errores de cálculo incomprensibles y una recurrente ineptitud a la hora de aprovechar —y proyectar al máximo— las propias ventajas competitivas.

Ni Carlos Calleja ni Hugo Martínez necesitan los afeites demagógicos que sí han caracterizado a Nayib Bukele. Pero no basta la autenticidad del que sabe lo que tiene: a veces también resulta electoralmente potable hablar de esas cosas que el adversario simplemente no puede dar. Toda la verdad sobre quienes pretenden gobernar el país no debe traducirse, estamos claros, en insultos ni descalificaciones gratuitas. De lo que se trata es de evidenciar por qué la deriva populista entraña peligros inéditos para el país. Pero cuando los candidatos con mayor sustancia rehúsan la confrontación de ideas y proyectos —y solo así, ojo, es concebible una buena campaña electoral— el que lleva las de ganar es el aspirante más débil, porque a él no lo nutren la verdad o el argumento, sino la ambigüedad y el improperio.

En el ENADE 2018 los cuatro candidatos presidenciales exhibieron sus “armas”. Con excepción de Hugo Martínez, ninguno de ellos demostró que la retórica sea una de sus fortalezas. Si las lecciones de aquel valioso ejercicio democrático fueran debidamente asimiladas, la planificación tendría que ir sustituyendo a la improvisación, la seguridad anímica a la vacilación y el discernimiento al recurso emocional.

Toda campaña política activa sentimientos, por supuesto, pero de la sensibilidad al empalago existen diferencias notables. Lo mismo puede decirse de la capacidad para hacer reflexionar a los votantes: ni tan abundantes razones que los cerebros se achicharren ni tanta superficialidad que el candidato parezca una marca de detergente. Buscando equilibrios y haciendo los ajustes necesarios, ARENA y FMLN tendrían que pasar a segunda vuelta. Si no lo hacen, solo de ellos será la culpa.

Mesianismo. De Federico Hernández Aguilar

9 mayo 2018 / El Diario de Hoy

El mesianismo es, en política, la habilidad para hacerle creer a un número grande de personas que el futuro de un país y el liderazgo de un político son la misma cosa. “Ya no soy un ser humano: soy una idea”, acaba de decir Lula da Silva, sin mucha originalidad, a las puertas de la cárcel. En nuestras plazas públicas se está oyendo algo similar: “Yo solo soy la punta de lanza, pero este movimiento ha nacido del pueblo salvadoreño y será del pueblo salvadoreño”.

Mezclar esperanzas sociales con ambiciones personales está a la base del mensaje populista, pero la clave de su éxito se encuentra en la conjunción de semejante personalismo exacerbado con ciertos andamiajes históricos. Sin ese cruce, infortunado y preciso a la vez, los ilusionistas de la política jamás alcanzarían las cuotas de poder que suelen conseguir. Latinoamérica, lamentablemente, ha sido pródiga en estas bifurcaciones entre coyunturas y caudillos. A nuestra generación le ha tocado ver escenificado solo el más reciente de sus desastres continentales, con Cuba y Venezuela a la cabeza.

Si bien necesita gozar de cierto carisma, el caudillo mesiánico requiere sobre todo de una realidad política en la que se haya generalizado la mediocridad. Esa medianía debe verificarse tanto en su propio grupo ideológico como en círculos políticos más amplios. Entre personalidades brillantes y lúcidas el populista se siente permanentemente desafiado. Su camino entonces se desvía y busca un atajo que obvia la prueba de medirse con otros líderes, porque su mira está dirigida al hombre-masa descrito por Ortega y Gasset.

Pensemos por un momento en qué méritos especiales debería tener un nuevo caudillo de izquierda en El Salvador que quiera sobresalir, marcar diferencia, incluso brillar, si para contrastarse tiene enfrente a un Salvador Sánchez Cerén, un Medardo González, una Norma Guevara o un Sigfrido Reyes. ¡Vamos! Para disputarle terreno a esta gente nuestro populista emergente hasta podría darse el lujo de no mostrar dotes extraordinarias para la oratoria o el debate de ideas; tampoco tendría que esforzarse en buscar la excelencia como funcionario público o discutir soluciones reales a problemas reales. Es probable que ni siquiera tenga que devanarse el cerebro para explicar dónde se ubica ideológicamente.

El político mesiánico confía en el hartazgo de la gente, en la desesperanza generada por la vulgaridad de quienes ya prometieron y no cumplieron. Hoy le toca a él prometer, y sus promesas van cargadas de nuevas formas de prometer lo mismo. La diferencia es que la hora de la antipolítica ha sonado justo cuando a él le dio por echar a volar sus golondrinas. Y quienes le creen se aferran como náufragos al sueño de ver por fin abrirse el horizonte para ellos y sus destinos.

Como sabemos, este “mesías” ya está entre nosotros y viene con la misión de dar las nuevas “Tablas de la Ley” a la Patria desvalida. Sus fieles dicen estar creciendo como hongos, mientras los oportunistas de siempre ven en él su última oportunidad de figurar o vengarse. No tiene, repito, los méritos para estar donde está, pero en su propio grupo ideológico le hicieron el enorme favor de hacerle navegar en un mar de mediocridad. A él únicamente le ha tocado desplegar las velas.

La antipolítica, en cuanto discurso, suele alimentarse de errores ajenos. El FMLN ha cometido muchos y parece que se empeñará en seguirlos cometiendo. Falta saber qué rumbo tomará el otro partido grande, el de oposición, que tampoco se ha caracterizado por saber administrar sus ventajas competitivas y todavía menos sus victorias electorales.

En resumen, y para que quede claro, los únicos que pueden hacer que la próxima elección presidencial se convierta en una competencia de tres corredores son ARENA y el FMLN. Nadie más. De sus actuaciones depende que el mesianismo de nuestra época, ese que cabe en los 280 caracteres de un tuit, llegue demasiado lejos.

Sin falta. De Federico Hernández Aguilar

Nunca es inútil votar, con independencia de los resultados, porque quien ha participado en una elección sabe que su exigencia o su reclamo tienen peso específico.

IXVT_federicoFederico Hernández Aguilar, 10 enero 2018 / El Diario de Hoy

Dos actitudes, igualmente perniciosas, deberían ser desterradas de nuestro país en este año electoral: la sensación de que votar es un ejercicio inútil, y la creencia según la cual da exactamente lo mismo elegir a un político u otro. Aunque pareciera que no existe mayor diferencia entre ambas posturas —pues conducen a idéntica conclusión: dejar de ir a votar—, en realidad tienen causas y efectos diversos. La primera actitud lleva a la renuncia tácita del sufragio, por las razones que sean, mientras que la segunda exhibe indiferencia ante el muestrario político actual. Ninguna de las dos argumentaciones, sin embargo, es válida, y menos cuando es tan evidente que urgen cambios importantes en la conducción del país.

EDH logPensar que votar es inútil plantea varios dilemas, pero quizá el más claro es que ofrece una previa claudicación frente a la mediocridad política. Sufragar supone presencia cívica, interés en hacer respetar un derecho, conciencia de que el poder tiene un primer origen. Esto pone presión a los políticos y otorga autoridad moral al elector. Nunca es inútil votar, con independencia de los resultados, porque quien ha participado en una elección sabe que su exigencia o su reclamo tienen peso específico.

Es todavía menos justificable creer que dar el voto a un partido u otro, a un candidato u otro, es exactamente lo mismo. No, jamás lo es. En el caso de las instituciones partidarias, siempre habrá una que esté más cerca de las aspiraciones del votante, cualquiera sea su pensamiento; también, por supuesto, habrá opciones que se encuentren en las antípodas de lo que quiere el elector. El muestrario de candidatos puede carecer de la mayor calidad posible, pero siempre, entre la variedad de sus alternativas, incluirá también la peor alternativa posible. Escoger lo mejorcito —o, si se quiere, lo menos malo— no es solo un derecho del ciudadano que desea cambiar una determinada situación, sino el deber que le compromete frente a la historia.

Adicionalmente, renunciar al voto atrae aparejado algo indudable, y es en qué tipo de votante recae el poder decisorio de una elección. Si el ciudadano con mayor formación cívica, con una cabeza más “amueblada” para entender los problemas del país, se retira del proceso, deja en manos de los fanáticos y de los electores sin criterio una decisión cuyas consecuencias son enormes.

Pongamos como ejemplo la reciente cancelación del TPS para los salvadoreños migrantes en Estados Unidos. Habrá quien crea que ese programa tan beneficioso para nuestros compatriotas iba a terminar de todas maneras, sin importar quién gobernara en El Salvador. La verdad es que la hostilidad del FMLN hacia  EE. UU. fue en gran medida responsable de la decisión tomada en Washington, pues nadie en su sano juicio ataca a un país que alberga a tantos migrantes que necesitan garantizar sus empleos y el consecuente envío de remesas. Por tanto, quienes eligieron en 2014 la continuidad del FMLN en el Ejecutivo, y quienes a pesar de conocer la actitud antinorteamericana del oficialismo decidieron abstenerse de votar por otras opciones, también cargan con parte de esa responsabilidad.

Ahora pensemos en lo que podría ocurrir si en este año no se conforma una Asamblea Legislativa más respetuosa de la institucionalidad democrática. Tampoco en este caso da lo mismo por quién votemos. Ya el partido de gobierno ha dicho que el balance de poderes le estorba y que la Sala de lo Constitucional debería integrarse con magistrados genuflexos que le dejen desmontar la democracia. También han sido explícitos en su admiración por la forma en que el régimen venezolano trata a sus propios ciudadanos.

¿Hay quien crea que dar más diputados al FMLN fortalecerá nuestra democracia, resolverá nuestros problemas de inseguridad y ayudará a que las libertades ciudadanas se consoliden? Mayores cuotas de poder en manos equivocadas es la opción que los salvadoreños debemos rechazar en las urnas este próximo 4 de marzo. Sin falta.

Pese a todo, habrá que votar. De Federico Hernández Aguilar

Pese a la enorme displicencia del TSE y de los partidos políticos, lo que queda es pedirle a la ciudadanía que no premie tanta mediocridad con su ausencia en las próximas elecciones. Por el contrario, hoy es cuando más sentido tiene acudir a las urnas.

IXVT_federicoFederico Hernández Aguilar, 15 noviembre 2017 / EL DIARIO DE HOY

Como era previsible, estamos a menos de cuatro meses de las cruciales elecciones de 2018 y todavía es incierto que las Juntas Receptoras de Votos vayan a tener el acompañamiento tecnológico indispensable para hacer su trabajo con agilidad y transparencia. Tampoco sabemos con qué herramientas contaremos para la transmisión de los resultados. De hecho, a menos que suceda algo extraordinario, los problemas que llevaron al caos de 2015 no solo estarán lejos de haberse corregido, sino que se habrán complejizado a niveles tanto o más inmanejables.

EDH logDesde finales del año pasado se pidió al TSE que apresurara los trámites para adquirir los dispositivos que, ya se sabía, iban a necesitarse en las mesas. Pero los magistrados se enfrascaron en la excusa de una donación de escáneres coreanos y se tardaron casi un año en lanzar la licitación destinada a garantizar la adecuada tecnología. A resultas de este asombroso, inexplicable y exasperante tortuguismo, todo, absolutamente todo puede pasar en marzo próximo, menos que tengamos unos comicios sin incidentes.

¿Por qué se permitió que las cosas llegaran a este deplorable estado? ¿Qué razones hubo detrás de la increíble pasividad de los principales partidos de oposición, que dejaron al TSE obrar a su antojo? Aparte de FUSADES, la Cámara de Comercio, Aliados por la Democracia y DECIDE, ¿quiénes más debieron ser enérgicos en la denuncia de todas las anomalías que se han venido registrando de cara a las elecciones que vienen?

Demasiadas preguntas que nadie querrá contestar en estos momentos, pero a las que irremediablemente habrá que volver el 5 de marzo de 2018, cuando los medios de comunicación empiecen a dar cuenta de lo ocurrido en la jornada electoral del día anterior. Porque lo previsible hoy es que el proceso de conteo de votos tendrá complicaciones innecesarias, un porcentaje respetable de Juntas Receptoras no podrá lidiar con las operaciones aritméticas y el TSE se verá imposibilitado de ofrecer resultados confiables en las horas siguientes al cierre de los centros de votación.

Todo lo anterior, claro está, pudo haberse evitado. Incluso si por un giro milagroso llegáramos a tener dispositivos en cada mesa receptora y la transmisión de resultados fuera impecable, seguiría siendo poco justificable el hecho que compañías coreanas resultaran favorecidas con una porción del “pastel” electoral sin haberse sometido a licitación, o que ofertas tecnológicas modernas —que nos hubieran ahorrado el uso de escáneres o la “maquila” de datos en el CNPRE— no se tomaran en cuenta para preparar unas elecciones tan complejas. La cojera, pues, con la que nos dirigimos a marzo de 2018 no va a desaparecer, y luego del evento habrá que hacer una investigación exhaustiva de todo lo ocurrido.

Pese a la enorme displicencia del TSE y de los partidos políticos, lo que queda es pedirle a la ciudadanía que no premie tanta mediocridad con su ausencia en las próximas elecciones. Por el contrario, hoy es cuando más sentido tiene acudir a las urnas, porque únicamente los votantes que cumplen con su deber pueden luego exigir a las autoridades que respeten y hagan valer su decisión soberana.

Decía Adolfo Suárez que ninguna elección resuelve por sí misma problema alguno, pero constituye el paso previo y necesario para que las soluciones aparezcan. Quienes renuncian a ejercer el sufragio no quedan excluidos, por supuesto, de ejercer la demanda de buen gobierno que cualquier ciudadano hace a toda autoridad constituida; el dilema es que el peso moral de esa demanda ya ha sido puesto en manos de otros.

Encogerse de hombros ante la decisión de consolidar su papel protagónico en una democracia ha sido, es y será siempre un pésimo negocio para los pueblos. Ni los malos liderazgos políticos ni los comportamientos sospechosos de los funcionarios electorales disculpan a nadie de su responsabilidad histórica. Votar es el mejor punto de partida con que cuenta el ciudadano para hacer valer sus derechos. La indiferencia solo produce gobiernos frívolos o despóticos.

Fiasco a la vista. De Federico Hernández Aguilar

Bukele no ganará la Presidencia si corre por ella, pero le restará apoyos al oficialismo en mayor proporción de los que quitará a las fuerzas opositoras.

federicoFederico Hernández Aguilar, 18 octubre 2017 / EL DIARIO DE HOY

Ahora que el FMLN se deshizo de su “Funes 2.0”, algunos han llegado a creer que la popularidad del alcalde capitalino podría motivar el surgimiento de una tercera fuerza que rompa por fin esa tediosa bipolaridad política que sufrimos en El Salvador. No hay razones de peso, sin embargo, para que tal cosa ocurra. Ni la historia electoral del país ni la idiosincrasia de los votantes salvadoreños permiten inferir que la nueva aventura del señor Bukele tendrá éxito. Nada excepcional vemos en la personalidad mesiánica de este “líder” ni en las credenciales morales de quienes le acompañan, para que se pueda afirmar, con seriedad, que la apuesta tercerista del alcalde tendrá un fin distinto al que tuvo, en su momento, aquel finado movimiento de Unidad.

EDH logUn año y medio antes que Tony Saca oficializara su candidatura presidencial por Unidad, este servidor predijo que no llegaría a la segunda vuelta electoral. Pese a las muecas de escepticismo que la afirmación provocó en aquellos que veían a Saca como una alternativa potable —recordemos que algunas encuestas llegaron a señalar un virtual “triple empate” entre el expresidente y los aspirantes del FMLN y ARENA—, los resultados de 2014 demostraron que la hipótesis del desinfle de Unidad era correcta.

¿Por qué era relativamente fácil pronosticar la suerte electoral de Saca como tercerista? Porque no había razones válidas para pensar lo contrario. Su candidatura estaba lejos de representar novedad alguna; quienes formaban su “equipo” de campaña eran unos impresentables; su mensaje político, como opción entre dos polos ideológicos contrapuestos, estaba cargado de falacias, desmesuras y ambigüedades… En una palabra, el aspirante de Unidad carecía de sustancia.

Y pese a la subestimación que a veces se hace de la capacidad analítica del electorado salvadoreño, la falta de sustancia es uno de los defectos que mejor sabe identificar el votante urbano de clase media (que también en 2019 será, por cierto, el que defina al Presidente de la República). A este segmento poblacional, sobre todo luego del fiasco de Mauricio Funes, los mensajes electorales huérfanos de principios claros y de concreciones prácticas ya no le seducen. Ahora suele verlos con creciente desconfianza.

Para que el señor Bukele acariciara la Presidencia tendría que conquistar al menos a una tercera parte de la clase media urbana, y eso como complemento necesario del voto duro que hasta hace un par de semanas le ofrecía el FMLN. Pero ahora, sin la disciplina partidaria que es muy útil en estos casos, el alcalde tendría cuesta arriba hasta su reelección en San Salvador, ya no digamos la silla presidencial.

Por supuesto que se vendrá una avalancha de cuentas anónimas en redes sociales inflando las posibilidades electorales del señor Bukele, pero eso no terminará traduciéndose en votos efectivos por mucho que él mismo lo crea. Tampoco es realista esperar a demasiadas figuras respetables queriendo acompañar en su “misión redentora” al impredecible muchacho. Alguien que comete tantos errores infantiles en menos de treinta días no posee las características necesarias para ser el líder que el país necesita.

Ahora bien, el FMLN sí debe estar muy atento a la sobrevaloración que su más reciente expulsado tiene entre los votantes, digamos, más emocionales. Bukele no ganará la Presidencia si corre por ella, pero le restará apoyos al oficialismo en mayor proporción de los que quitará a las fuerzas opositoras. El peso electoral del alcalde se medirá por el nivel de daño que ocasione al Frente, por encima del valor específico que su candidatura genere en el electorado.

Es evidente, por otra parte, que también ARENA puede echar por la borda sus propias aspiraciones de reconquista del Ejecutivo si maneja con torpeza sus diferencias internas y crea cismas innecesarios. Sin embargo, tal como están las cosas hasta este día, la versión criolla del episodio homérico de “la manzana de la discordia” bien podría marcar el inicio del proceso que aleje al FMLN de un nuevo periodo presidencial.

Un demócrata. De Federico Hernández Aguilar

De los 4 presidentes que el partido ARENA dio al país, sin duda el más político era el Dr. Armando Calderón Sol. En su caso, aclaro, lo de “político” dista de ser algo peyorativo, si de algo hemos carecido en las últimas décadas es de líderes con una real vocación política, evidenciada en su capacidad para dialogar, obtener consensos y sacar resultados prácticos allí donde suelen reinar las mezquindades y las desconfianzas.

federicoFederico Hernández Aguilar, 10 octubre 2017 / LA PRENSA GRAFICA

Nunca olvidaré, en 2003, una interesante conversación que sostuve con Schafik Handal, cuando éramos colegas diputados en la Asamblea, sobre las características personales de los presidentes salvadoreños desde “tiempos de Conciliación”. Asombrosamente, el dirigente histórico del FMLN tuvo elogios para algunos de esos mandatarios –a Rivera le reconocía su carisma y a Molina “una poco advertida inteligencia”–, pero a quien ponderó por encima de todos fue a Calderón Sol. “Armando era abierto y sabía escuchar”, me dijo Schafik. “Con él era posible hablar siempre. Por supuesto que nos peleábamos mucho y nos mandamos al carajo un par de veces, pero jamás permitimos que las puertas se cerraran definitivamente. Así conseguimos acuerdos. Creo que ha sido el mejor presidente de ARENA”.

LPGRecuerdo las palabras textuales de Schafik porque fui a apuntarlas de inmediato. De hecho, la última vez que coincidí con el Dr. Calderón, hace varios meses, le conté mi plática con Handal y pude notar la satisfacción que la anécdota le producía. “Es que se nos ha olvidado que la política es para acercarnos”, reflexionó. “Si convertimos la política en un terreno para el pleito permanente, no hay manera de sacar adelante el país”.

Ahora que ya está descansando de tantos avatares –un hombre apasionado como él terminaba hablando de la realidad nacional aunque empezara discurriendo sobre el clima–, descubro que mis recuerdos personales de Armando Calderón Sol están irremediablemente ligados a las tempranas incursiones que yo mismo hice en el resbaladizo mundo de la política.

Apenas 14 años tenía cuando inicié actividades en la que sería la primera campaña electoral de mi vida, con “el Doctor” como candidato a alcalde de San Salvador. Y me gustó tanto la experiencia que la repetí dos veces más, hasta que en 1994 me separé de los trabajos partidarios por razones profesionales. Calderón Sol, gentilmente, llegó a ofrecerme una plaza en Casa Presidencial a mis 19 años, sin que el asunto llegara a concretarse, sería Francisco Flores, en 1999, quien me daría la oportunidad de servirle al país desde el área de comunicaciones del gobierno. Pese a todo, el que alguien como el Dr. Calderón me hubiera considerado para acompañarle en su gestión presidencial fue un gesto que le agradecí siempre.

La tarea histórica de reconstruir lo que la guerra había deshecho fue una misión adecuada al talante de Armando Calderón Sol, cuyas credenciales democráticas jamás fueron puestas en duda por nadie, ni siquiera por aquellos a quienes la política puso en lados opuestos al suyo. Y es que hasta para rivalizar y discutir hay que tener un poquito de gracia, cualidad muy útil que el expresidente tenía en grado excepcional.

La democracia en nuestros días ha recibido malos tratos incluso por parte de algunos que solemnemente juraron respetarla y defenderla. Son tiempos que reclaman liderazgos más concertadores, como el que hace dos décadas desplegó Armando Calderón Sol para reedificar el país sobre las cenizas de un conflicto provocado por los atrincheramientos ideológicos y la falta de diálogo. En honor de su memoria deberíamos retomar aquella senda. Él nos diría que nunca es demasiado tarde.

¿Orgullosos de hijos suyos podernos llamar? De Federico Hernández Aguilar

La OEA ha planteado la depuración del padrón como una urgencia desde 2009. No se necesitan grandes recursos para hacerlo, sino voluntad y coordinación entre diversas entidades estatales. ¿Por qué los avances han sido casi nulos y los partidos tan tranquilos?

federicoFederico Hernández Aguilar, 20 septiembre 2017 / EL DIARIO DE HOY

Es evidente que quien preside el Tribunal Supremo Electoral carece de las credenciales profesionales y emocionales para estar a la altura de su delicada labor. En un país tan enfrentado como el nuestro, y delante del reto histórico de administrar unos comicios complejos, está claro que la máxima instancia electoral del país debería ser liderada por una persona cuya ecuanimidad y fortaleza moral estuvieran fuera de dudas. Nada de eso, lamentablemente, observamos en Julio Olivo Granadino. Y él mismo se encarga de confirmarlo cada vez que abre la boca.

EDH logMás allá, sin embargo, del narcisismo y las filias ideológicas del presidente del TSE, lo cierto es que el éxito de las elecciones de marzo de 2018 ya tendría que estar garantizado. El histrionismo del magistrado Olivo, con todo y lo patético que es, no tendría que pasar de la anécdota. Pero a seis meses del evento las preocupaciones persisten: la institucionalidad del Tribunal está lejos de responder a las demandas de eficacia y transparencia que nacen de la sociedad civil organizada, y los partidos políticos mayoritarios tampoco parecen interesados en otorgarle a los ciudadanos (incluidos sus votantes) el mínimo respeto que se merecen.

¿A qué le apuestan el FMLN y ARENA con la lentitud y la opacidad del TSE? En el caso del oficialismo, la jugada consistiría en tener todo el control posible sobre los resultados de marzo, principalmente si los comicios devienen en caos e incertidumbre. A nadie sino a quien tiene el poder estatal le conviene el desorden por encima de la predictibilidad, las decisiones a puerta cerrada en lugar de la absoluta apertura.

En el caso de ARENA, su pasividad ante lo que sucede en el Tribunal es simplemente inexplicable. Habiendo vivido las experiencias amargas de las últimas dos elecciones, ¿cómo es posible que el partido opositor no haya objetado la utilización de escáneres sin una licitación de por medio, que permitiera llegar a septiembre sin ninguna garantía de acompañamiento tecnológico en las juntas receptoras de votos, o que guardara silencio ante la injustificable falta de depuración del padrón electoral?

En honor de la verdad, al menos cuatro magistrados del TSE han estado dispuestos a exponer algunos de los problemas que ha enfrentado el cuerpo colegiado rumbo a las elecciones de 2018. Estos funcionarios, más prudentes que Olivo, no han llegado al extremo de afirmar que los fallos de la Sala de lo Constitucional han convertido nuestro proceso electoral en una “vergüenza” (temeraria interpretación que únicamente desacredita a quien la emite, sobre todo cuando su trabajo es velar por el buen funcionamiento del proceso que critica). Pero la buena disposición de estos cuatro magistrados es insuficiente dado el recelo acumulado hasta la fecha, tanto por lo que se ha dejado de hacer como por lo que ya se hizo sin la debida transparencia.

Existen muy serias dudas sobre cuántos salvadoreños estarían aptos para votar en 2018 según el padrón electoral. Este último, para empezar, ha crecido en un porcentaje bastante mayor que el registrado por la población que cumple 18 años cada trienio. ¿Cómo puede existir esta discrepancia y nadie se preocupe por esclarecer su causa? Por otra parte, entre los 40 y los 59 años de edad, el padrón proyectado incluye alrededor de 490 mil ciudadanos más que el índice demográfico, lo que lleva a pensar que un número significativo de personas que deberían estar excluidas siguen siendo consideradas aptas para ejercer el sufragio.

La OEA ha planteado la depuración del padrón como una urgencia desde 2009. No se necesitan grandes recursos para hacerlo, sino voluntad y coordinación entre diversas entidades estatales. ¿Por qué los avances han sido casi nulos y los partidos tan tranquilos? Importa poco que el presidente del TSE use la mano izquierda para cantar el Himno; lo que interesa es que tengamos funcionarios y líderes políticos que usen las dos manos para hacer Patria. ¿O no están orgullosos de hijos suyos poderse llamar?

 

Enterrando la brújula. De Federico Hernández Aguilar

Mientras en ARENA se pelean por la renuncia de dos diputados, en el Tribunal Supremo Electoral se libra una batalla crucial para la transparencia de las próximas elecciones.

IXVT_federicoFederico Hernández Aguilar, 13 julio 2917 / LPG

Mientras en el principal partido de oposición se lanzan improperios y desafíos porque dos precandidaturas suplentes no han sido aceptadas en la lista final de aspirantes, el FMLN se afana en la búsqueda de los votos legislativos que necesita para darle un golpe letal al sistema de pensiones. Y yo me pregunto: ¿quién dijo que para encontrar la salida a la crisis que vivimos en el país había que enterrar la brújula?

LPGEs increíble. Tenemos por delante el desafío de garantizar que la voluntad de los salvadoreños, expresada en las urnas, sea fielmente respetada en marzo de 2018. De igual manera, quienes sabemos las amargas consecuencias –políticas, sociales y económicas– que podría tener para el país que el oficialismo tenga éxito en su confesada intención de meter mano a los ahorros de los trabajadores, tenemos la obligación moral de oponernos a ese robo con todos los recursos que nos otorga la Constitución.

¿Cómo es, entonces, que permitimos que el TSE se amarre a escáneres coreanos para apoyar el conteo de votos, sin que medie una licitación pública inexplicablemente atrasada hasta el día de hoy? ¿Cómo es que no salimos a advertir a los señores diputados, de todos los partidos, que reformar la Ley de Pensiones se agenciará un repudio generalizado y contundente?

Entiendo a quienes piden que ARENA sea un partido más incluyente y dialogante, pero no es haciendo más grande una discusión sobre procesos internos que vamos a conseguir, del principal partido de oposición, lo que ninguna otra organización política ofrece, y menos que nadie el FMLN. Semejante falta de perspectiva es incongruente con la defensa de las libertades, porque se está lanzando un chorizo a los perros bravos para que se despedacen entre sí, mientras el bistec queda a merced del perro que más pulgas tiene.

¡Por favor, señores, no perdamos el norte! Dejemos de confundir los altercados de poca monta con las batallas épicas. Aprendamos a distinguir el cebo de la manteca, el rábano de sus hojas, la piedra pómez de la roca inamovible. Discutir las formas de la democracia entre congéneres es casi un divertimento cuando el sistema democrático no está en juego; pero cuando lo está, me disculpan, cualquier empujón ególatra al debate divisivo equivale al suicidio.

Dijo Benjamín Franklin a los patriotas estadounidenses: “Si no aprendemos a caminar juntos, nos colgarán por separado”. Esta frase la recordó recientemente el mayor René Martínez en la presentación del movimiento cívico Defensa Ciudadana de la Democracia (DECIDE), espacio que ha nacido para aglutinar los esfuerzos de decenas de organizaciones civiles que hasta ese día permanecían atomizadas. Y Franklin, claro está, sabía muy bien por qué lo decía. Sin unidad ciudadana frente a la tiranía, esta última tiene seguro el triunfo; la cohesión de los patriotas, en cambio, es la única barrera contra la que se estrellan los dictadores.

A los demócratas venezolanos les llevó demasiado tiempo guardar los egos para más tarde; cuando vinieron a reaccionar, y se olvidaron por fin de verse a los ombligos, era imposible defender la libertad sin derramamiento de sangre. Nadie quiere que eso pase en El Salvador. ¿Cuándo es, entonces, la hora de la unidad? ¡Hoy! ¡Es hoy, y solo hoy! En 2019, pasadas las elecciones presidenciales, debatamos si las agendas personales de algunos tienen sustancia o no. Pero este día, para los que somos amantes de la libertad y la democracia, únicamente existen razones para –juntos– desenterrar la brújula… y caminar.

Su error no es de principios, sino de coherencia. De Federico Hernández Aguilar

Si yo tengo claro cuáles son mis principios y valores, explicarlos a los demás debería ser pan comido. La coherencia en política es una virtud imprescindible a la hora de luchar por determinadas causas.

Federico Hernández Aguilar, 12 julio 2017 / EDH

En medio del alboroto causado por las clamorosas renuncias de dos diputados, alguien tendría que responder a algo que creo es fundamental: ¿el problema de ARENA se encuentra en los principios que dice defender o en la debilidad institucional del partido para defenderlos? Si me lo preguntan a mí, el dilema está en lo último.

Si yo tengo claro cuáles son mis principios y valores, explicarlos a los demás debería ser pan comido. La coherencia en política es una virtud imprescindible a la hora de luchar por determinadas causas, y la coherencia se adquiere de predicar lo que se vive y de vivir lo que se predica. Esto, por cierto, no es rigidez ni “conservadurismo”; bien mirado, es justo lo contrario, porque únicamente quien conoce lo que defiende —y por qué lo defiende, y contra qué lo defiende— puede aprender a reconocer esas mismas características en quienes piensan distinto.

Repasando lo que dicen los principios de ARENA, francamente no entiendo por qué experimentan ustedes dificultades para sostenerlos ante quien sea y donde sea. ¿Cómo alguien, si en verdad es congruente con el carácter republicano de un partido político, podría tener argumentos que demolieran estos principios o los alteraran en su esencia? Esto no es asunto de tener catorce maestrías en Harvard o siete doctorados en Oxford, sino de haber reflexionado sobre la esencia misma de lo que hoy llamamos “civilización occidental”. (Y no voy a detenerme en esto porque lo he explicado ya bastante en mis columnas desde el año 2003).

La mejor forma de resolver un conflicto es evitando que crezca. Jamás entendí por qué ARENA no llamó nunca a John Wright, por ejemplo, para pedirle que tratara de convencer al COENA —o a la comisión creada para tal efecto— de la validez de sus tesis sobre los temas polémicos en que basó parte de su campaña a diputado. Si hubieran hecho esto al inicio, Wright habría conocido los argumentos por los cuales ustedes no tenían ninguna obligación de acompañarle en su agenda particular.

Pero la pregunta que me asalta es: ¿existe alguien en ARENA que sea capaz de defender los principios del partido de manera firme e integral? Si una chica graduada en Yale o Cambridge, talentosa pero confundida, tocara a las puertas de ARENA con ideas propias sobre la ideología de género, por decir algo, ¿hay allí un directivo o dirigente —o, mejor, algún intelectual— que pueda refutarle con conocimiento y categoría cada uno de sus juicios? ¿Hay en el principal partido de oposición de El Salvador siquiera una persona que sepa fundamentar con datos estadísticos, históricos, antropológicos, jurídicos y filosóficos los 13 principios que dicen ustedes defender? Si la respuesta es no, a nadie debe extrañar entonces —perdónenme— que un par de diputados rebeldes les metan en líos.

Y ya entrados en gastos, también a los rebeldes quisiera invitarles, respetuosamente, a hacer una reflexión. Si ustedes dos querían impulsar cambios importantes dentro de ARENA, la paciencia y la serenidad debieron ser siempre sus divisas. A un partido que nació en el contexto de la Guerra Fría y que ha tenido los liderazgos que ha tenido en más de 35 años de historia, no se le cambia, créanme, de la noche a la mañana. Para lograr eso, las buenas intenciones y los discursos emocionales no bastan: se necesitan argumentos, inteligencia estratégica y mucha perseverancia.

La renovación de un partido político solo es posible cuando nadie afirma encarnarla. Quien diga que la transformación de ARENA pasa necesariamente por sus personales posturas y opiniones, está haciendo justo lo que dice criticar. Sé que ustedes no pretenden eso, pero la beligerancia con que han actuado en estos días, aunque pueda haberles conseguido algunas simpatías, en algunos sectores también les está haciendo perder el crédito que pudieron haber ganado con más prudencia y sosiego. Piénsenlo. (Y a Paolo Lüers, por favor, díganle: “Mejor no me ayudes, compadre”).