Maduro

¿Es posible saber lo que pasa realmente en Venezuela? De Alberto Barrera Tyszka

Una mujer ondea la bandera de Venezuela desde una ventana en Caracas, el 12 de marzo de 2019. Credit Ronaldo Schemidt/Agence France-Presse — Getty Images
ALBERTO BARRERA TYSZKA, GUIONISTA, ESCRITOR Y COLUMNISTA VENEZOLANO

17 marzo 2019 / THE NEW YORK TIMES

CIUDAD DE MÉXICO — Ocurre con frecuencia: más de una vez me he encontrado en el trance de estar frente a un desconocido que, al saber que soy venezolano, me pregunta: “¿Es cierto todo lo que está pasando allá?”. La duda siempre me sorprende. Uno de los obstáculos fundamentales para poder analizar lo que sucede en Venezuela es la verdad. Siempre hay más de una, queriendo imponerse como única, inapelable, cargada de la más honesta emoción. Estuve en Caracas el fin de año y durante casi todo el mes de enero. Dentro del país no hay mucho lugar para las dudas. La verdad es una experiencia física. La miseria y el hambre no tienen matices. La confusión comienza cuando esa verdad se transforma en noticia.

El pasado 23 de febrero, en la mitad de uno de los puentes que cruza la frontera entre Colombia y Venezuela, un camión cargado de ayuda humanitaria ardió en llamas. Esta imagen, en sí misma, ya era una información inflamable. Se trataba de uno de los vehículos que la oposición trataba de ingresar al país. Rápidamente, las redes sociales también se incendiaron. Era muy difícil no contagiarse. De lado y lado cruzaron acusaciones. Anatoly Kurmanaev, corresponsal de The New York Times con mucha experiencia en Venezuela, señaló muy temprano la complejidad del caso: destacó las dos versiones que se manejaban y alertó sobre la necesidad de “hacer más esfuerzo para averiguar qué pasó exactamente con los camiones, dado el significado que las imágenes de la ayuda en llamas adquirirán en los próximos días”.

Tras días de indagación y cotejo de las diferentes informaciones, el Times publicó un serio trabajo donde demuestra que el origen del incendio no estuvo en las fuerzas de choque de Maduro, sino en los manifestantes que estaban en el lado de la oposición. Las redes sociales volvieron a echar humo. En rigor, el reportaje ponía en entredicho las dos verdades oficializadas de lo ocurrido, la del madurismo y la de la oposición, y ofrecía una tercera alternativa, aferrada a los hechos, que señalaba que el incendio se había producido debido al desprendimiento accidental de una mecha de las bombas molotov que los manifestantes de la oposición lanzaban hacia las barricadas del régimen de Maduro. La realidad fue tan simple como incómoda. Pero en contextos tan erizados emocionalmente hay que saber y poder discernir entre la verdad de la vehemencia y la verdad de la investigación periodística.

Pero eso a veces no resulta tan fácil. Hace unos días, el periodista estadounidense Max Blumenthal filmó para The Grayzone un video de sí mismo paseando por un supermercado de Caracas, para mostrar los estantes llenos de variados productos. Blumenthal hizo incluso malabarismos con varias frutas, como queriéndose burlar un poco de quienes denuncian escasez en el país y aseguró que el verdadero problema era la hiperinflación causada por la elite capitalista de Venezuela. En esos mismos días, el periodista argentino Joaquín Sánchez Mariño también colgó en la red otro video, en el que mostraba otro hipermercado en la misma ciudad, donde los anaqueles estaban llenos… pero de un único producto. El desabastecimiento en el local era contundente. ¿Alguno estaba mintiendo u ofreciendo una visión distorsionada, demasiado recortada, de una realidad más amplia? ¿En cuál de los dos se podía confiar?

A la izquierda, Juan Guaidó, el 12 de marzo en Caracas; a la derecha, Nicolás Maduro el 11 de marzo en Caracas Credit Carlos Jasso/Reuters; Reuters

Mientras la oposición realizaba una campaña de denuncia, de petición de apoyo y de recolección de fondos, para enfrentar una enorme crisis humanitaria en el país, el gobierno de Nicolás Maduro enviaba un barco con 100 toneladas de ayuda humanitaria a Cuba como apoyo a las víctimas de un tornado que provocó destrozos en varios barrios de La Habana a fines de enero. ¿Cómo pueden convivir dos versiones tan opuestas de la realidad en un mismo mapa y en un mismo tiempo? ¿A quién se le debe creer?

La crisis que viene escalando desde comienzos de este año ha puesto de relieve el problema de opacidad que envuelve a la sociedad venezolana. Con frecuencia, lo que aparece en las noticias es y no es Venezuela. Por ejemplo, desde 2018 están activados en el país dos de los fondos humanitarios más importantes del planeta: el Fondo de Gestión de Emergencias (CERF, por su sigla en inglés) de la Organización de Naciones Unidas (ONU) y los de la Comisión Europea (ECHO). Ambos fondos han trabajado con varias organizaciones de la sociedad civil y son un apoyo en medio de la crisis, aunque, obviamente, son insuficientes. Este es, sin embargo, un dato que se conoce poco.

La oposición evita mencionarlo porque su discurso está centrado en atacar la negativa oficial a permitir la ayuda internacional en el país. Y el gobierno no lo reconoce públicamente porque no está dispuesto a aceptar que existe una crisis, porque no desea admitir su fracaso. Todo es y no es cierto completamente. Todo siempre puede ser o pudo haber sido. Mientras, la realidad se vuelve cada vez más urgente. Las proyecciones de la ONU sostienen que este año la migración venezolana alcanzará los 5,3 millones de personas.

Con el apagón que en estos días dejó a oscuras por más de cien horas al país ocurre lo mismo. Para el mundo exterior puede ser atractiva la verdad que remite a una conspiración imperialista. Pero no es la primera vez que Nicolás Maduro denuncia un sabotaje en el sector energético. En septiembre de 2013, tras un apagón en varias regiones del país, aseguró que la “derecha” pretendía dar un “golpe eléctrico”. En 2015, el propio Maduro creó el Estado Mayor Eléctrico, una instancia para manejar de manera directa y prioritaria el problema de la electricidad en el país. En 2016, una rigurosa investigación de la periodista Fabiola Zerpa ya anunciaba un posible colapso del suministro de energía en Venezuela. Nada de esto, sin embargo, está en la verdad que distribuye el oficialismo por el mundo. Maduro denuncia un “golpe electromagnético” pero no ofrece ninguna prueba. Como si el solo relato de la conspiración pudiera, en sí mismo, ser la evidencia de la conspiración. No hay más nada que investigar. La historia es un videojuego.

A la izquierda, un supermercado saqueado el 14 de marzo en Maracaibo; a la derecha, un local de frutas el mismo día en Caracas Credit Meridith Kohut para The New York Times; Iván Alvarado/Reuters

El chavismo insiste en decir que existe un “cerco mediático”, denuncia la creación de un “país paralelo” e invita a todo el mundo a conocer “la Venezuela de verdad”. En lo que casi parece una invitación a la psicosis colectiva, Maduro en medio de la crisis ha prometido que invertirá 1000 millones de euros en obras de ornato, en la “Misión Venezuela Bella”. Todo se trata de lo mismo: un ejercicio del poder cuya principal tarea es sembrar dudas sobre lo que es o no es real. Es una maniobra perversa, deliberada, para promover lo que en psicoanálisis se conoce como un mecanismo psíquico de “ataque a la percepción” de la realidad.

Mi vecino en Ciudad de México, al saber que estuve en Venezuela recientemente, me pregunta con genuina intriga: “Y todo eso que sale por la tele, ¿es cierto?”.

Creo que es necesario contrastar cualquier noticia, dudar de aquello que fácilmente refuerza nuestros sesgos personales. Existen medios independientes como Efecto Cocuyo, Armando.info, Runrunes, El Pitazo, Crónica Uno, Tal Cual, Correo del Caroní, entre otros, que están comprometidos con el periodismo de calidad y que son una referencia imprescindible a la hora de informarse. Pero también es necesario hacer una gran campaña contra la institucionalización del engaño. La posverdad debería ser considerada un crimen. Es otra cruda forma de violencia. El ruido delirante de un poder que solo busca confundir, que solo pretende borrar a sus víctimas.

Hora de irse, Nicolás. De Enrique Ochoa Antich

Enrique Ochoa Antich, político y escritor venezolano.

12 marzo 2019 / TAL CUAL

A ver, Nicolás: Hablemos de tú a tú.

Allá por los remotos años 90, al centro de sangrientos hechos históricos como el 27F y el 4F, compartimos luchas cuya memoria aún reivindico: la defensa de los derechos humanos, la causa de la justicia social, el sueño posible de una patria de libres y de iguales. Te recibí en mi oficina de diputado al Congreso de la República, ¿recuerdas?, atendiendo denuncias y organizando el resguardo de algunos perseguidos.

No pude compartir contigo y los tuyos el apoyo a la candidatura de Hugo Chávez porque resentía su temperamento autoritario y militarista y, como se lo dije a él mismo cuando a finales de 1997 me invitó a sumarme a sus huestes, porque, socialista liberal yo, creía en la economía de mercado y él no. Increíble poder decirlo ahora, más de veinte años después, cuando parece suficientemente probado que la atrofia estatista y centralista es lo que ha causado la devastación del aparato productivo nacional y el hambre y la pobreza que hoy padecen las grandes mayorías nacionales.

Al final, vamos a decirlo así, te sacaste la lotería: la designación a dedo de un caudillo moribundo, te hizo presidente de la república

Adversando entonces, como adverso hoy, la naturaleza más fascista que comunista del proyecto político de eso que por comodidad podemos llamar chavismo-madurismo, quiero contarte que iniciado tu gobierno allá por 2013, tuve sin embargo la esperanza de que serías capaz de rectificar.

Por familia, conocí desde niño la crónica sorprendente del proceso de transición que condujo de Gómez a López y de éste a Medina, es decir, del andinismo a la democracia, o, con perdón de mis paisanos, de la barbarie a la civilización. Entendía que por gratitud e interés, quisieses ser leal a la figura de tu paredro, pero entonces pensaba en los chinos: Deng, en su tercer ascenso al poder, logró darle un golpe de timón a la nave comunista, admitiendo que funcionaran las leyes del mercado para conseguir el desarrollo impetuoso de las fuerzas productivas (lo que en tres décadas hizo de China la segunda potencia económica del planeta en trance de ser la primera y sacó de la pobreza a centenares de millones de chinos), y lo hizo sin necesidad de descolgar la gigante imagen de Mao que pende desde el portal de la Ciudad Prohibida sobre la desmedida explanada de la plaza Tien An Men.

Dijo, si no recuerdo mal, con absoluta y ruda claridad, que Mao había acertado en un 70 % de sus ideas (algo, por supuesto, totalmente discutible) pero que se había equivocado en un 30 %: rectificar ese 30 % bastó para transformar la historia de ese milenario país… y del mundo. Tú pudiste hacer algo parecido respecto de Chávez pero, no sé si por una lealtad mal entendida o si por incapacidad simple y rampante, te refugiaste en la memoria de un fantasma para justificar tus errores.

En fin, Nicolás, tu decisión fue sumirte en la profundización de lo que me gusta llamar los seis ismos fatales de Chávez: caudillismo, autoritarismo, centralismo, militarismo, estatismo y populismo. Veamos

Ante el avance democrático, por métodos pacíficos y constitucionales de las fuerzas opositoras, en vez de admitir la posibilidad de la alternabilidad republicana, de dejar que operaran los dispositivos que contiene la Constitución que tú mismo ayudaste a redactar, escogiste el desbarrancadero del autoritarismo, echando mano de prácticas dictatorialistas y proto-totalitarias, inventando un caudillismo ahora disminuido, atrincherándote tras las bayonetas del militarismo heredado.

Derrotados en 2015 de modo palmario en las elecciones parlamentarias, tú y tus conmilitones resolvieron intervenir, entre gallos y media noche, al TSJ cuyos magistraturas vencidas debieron haber sido designadas por la nueva AN. Ya ese acto anunciaba la tormenta que se avecinaba.

No voy a negarte que el talante revanchista y clasista de cierta oposición que, como otras veces, al sentirse vencedora, se fue de bruces seducida por el espejismo del “todo o nada”, extremó y escaló el viejo conflicto. Sé que la violencia callejera propiciada por algunos sectores “salidistas”/extremistas de la oposición, bloqueó, comprometió, boicoteó el camino de diálogo, negociación, acuerdo y elecciones que debimos haber transitado. Y me consta que también esa oposición, y no sólo el gobierno, tiene mucho de culpa en el fracaso de las conversaciones que se entablaron en esos años.

Pero está claro que siempre, siempre, los gobiernos tienen la primera responsabilidad. Como tanto se te pidió, pudiste y podrías aún hoy actuar con magnanimidad frente a esa vergüenza que son para tu gobierno la existencia de centenares de presos políticos o rehabilitar a partidos y políticos a los que ilegalmente se les ha confiscado sus derechos en un acto supremo de abuso de poder. Pero no lo hiciste.

No se puede, Nicolás, arrinconar a los adversarios impunemente. La crispación de hoy tiene un origen primario: el ejercicio dictatorialista del poder que ha caracterizado tu presidencia

¿Creías que podías: abusar de todos los recursos del Estado para ganar la presidencia, instrumentalizar al TSJ, acosar a la AN y arrebatarle por la vía de los hechos sus competencias, convocar una Constituyente a tu medida sin consultar la soberanía popular y sin consenso con los opositores, reprimir las protestas ciudadanas, y que no habría consecuencias? Bueno, aquí tienes los resultados: un país encendido por sus cuatro costados, resentido, iracundo, que no te dejará gobernar en paz.

Pudiste en 2014 escuchar las recomendaciones que una y otra vez te hicimos muchos venezolanos, unos desde el chavismo disidente, otros desde la oposición clásica, en el sentido de rectificar el demencial rumbo que llevaba el proceso económico nacional. ¿No crees que es hora de que reconozcas que fracasaste a este respecto? Te empeñaste en viejos dogmas más que superados por la historia. Profundisaste el estatismo y el populismo. Expandiste el asistencialismo sin ya tener con qué, lo que incrementó los desequilibrios que nos han traído hasta aquí. Desconfiaste de la economía de mercado. Profundisaste la cultura rentista de la nación, incluso con daños ambientales irreversibles. Y sólo al final, ya con el agua al cuello, cuando ya muy pocos creen en ti (ni en Venezuela ni en el mundo), echaste mano de algunas medidas inconexas, insuficientes, mal diseñadas, tardías que como ha sido visto, no lograron sino muy poca cosa.

Ni el aumento de la gasolina fuiste capaz de ejecutar y hoy el 99.9 % de lo que al final pagamos por los combustibles no va a Pdvsa sino a quien opera el servidor: surrealismo puro, o Macondo, si quieres. ¿Crees que alguna recuperación económica podrás asegurar siendo que 15 de los 20 países más prósperos y desarrollados del planeta te desconocen? Ponte la mano en el corazón, Nicolás, y admite que en estos menesteres de la economía has sido un verdadero fiasco.

Aquí estamos, pues. Con la producción petrolera cayendo en picada, con la hiperinflación más alta del planeta y una de las mayores de toda la historia de la humanidad (creo que superados solo por la Hungría de la postguerra), hambreados y pobres, desabastecidos de medicinas, presenciando con dolor y rabia cómo nuestros enfermos mueren de mengua en los hospitales públicos, y, entre muchas otras penurias que sería largo listar, con todos los servicios públicos colapsados.

Así hemos llegado a esta hora oscura, literalmente. ¿Querías pasar a la historia? Este apagón nacional te reserva un sitial especial en ella. No voy a especular acerca de si fue una agresión imperial o si tal vez algunos sectores políticos buscan derrocarte a través de estos métodos de fuerza. Tampoco le echaré la culpa a la grosera corrupción que carcome los tuétanos de tu gobierno, ni a la supina ineptitud de tus ministros (a quienes tú no tienes el carácter de destituir) ni a la crecida partidización de la función pública, todo lo cual, como es más que evidente, se encuentra en el origen estructural de esta catástrofe. El hecho real, Nicolás, es que así serán las cosas mientras tú sigas ocupando el despacho presidencial en Miraflores.

Éste devastado, destruido, colapsado, empobrecido, será el país que tendremos mientras tú y los tuyos sigan en el ejercicio del poder político en Venezuela. Ojalá quienes te rodean, comenzando por los militares, y tus camaradas más inteligentes, te lo hagan ver

Hora de irse, Nicolás

De acuerdo: que no sea por la fuerza. Ni mucho menos obedeciendo las órdenes del imperio gringo. Pero dejemos que hable el pueblo. De verdad. No de mentirijillas. Sin abuso de poder. Asegurando un árbitro imparcial. Ofreciendo garantías para que la clamorosa mayoría nacional que te adversa se exprese y elija un nuevo gobierno. Porque no me dirás que en serio crees la delirante tesis que patéticanente ustedes pregonan, según la cual el madurismo es mayoría. Es a ustedes a quienes más interesaría propiciar y no seguir obstruyendo que se active el principio de alternabilidad republicana. Si te empeñas en un absurdo perpetuacionismo desfasado de los tiempos modernos, vas a terminar de achicharrar el capital político que te queda.

Ya no tienes posibilidad alguna de salir del poder por la puerta grande, habida cuenta del sonoro fracaso de tu gestión gubernamental. Pero tampoco es obligante que salgas por la puerta de atrás, con las tablas en la cabeza luego de un nada improbable colapso general del Estado (aun mayor que el que hemos padecido en estas últimas horas), o precedido de una conflagración violenta que te eche del poder a tiros. Tienes aún la puerta lateral de una solución pactada. Propicia, por ejemplo, un referendo consultivo para que el pueblo diga si quiere o no unas elecciones generales para la relegitimación de todos los Poderes Públicos nacionales. Si lo ganas, cosa imposible, te quedas. Y si lo pierdes, te retiras del poder por mandato de la voluntad popular. Nada más digno para un demócrata. Y con la cuarta parte del país que aún te respalda, vayan a la calle, participen de las luchas sociales, reconstruyan su partido desde la gente y no desde el aparato y las prebendas estatales, refunden su proyecto que, quién quita, mediando una honda autocrítica y renovación ideológica, puede que sean en el futuro próximo otra vez opción de poder.

Claro, si te tienta la idea, si por fin tú y tus adláteres consiguen aceptar que ésta que te sugiero es más historia y más gloria que la de destruir a un país entero y a su gente en nombre de un ansia sin límites de poder, debes comenzar por mostrar audaces gestos unilaterales como estos tres, para comenzar: libera a todos los presos por causa política, habilita a los partidos políticos a los que ilegalizaste y a todos sus directivos, abre las puertas de la nación a través del sistema de Naciones Unidas para el ingreso de la ayuda humanitaria.

Recuerda a López Contreras clausurando la Rotunda y arrojando al mar grillos y cadenas

Venezuela, esta patria nuestra siempre mancillada y expoliada, se merece aún en esta oscurana de odio que anuncia violencia y destrucción, una oportunidad. Que dialoguen los que se confrontan. Que hable el pueblo convocado a referendo y que acatemos su mandato. Todavía es posible. Ahora es la hora.

@eochoa_antich

Carta al hombre que mandó a decomisar sus propias palabras. De Paolo Luers

28 febrero 2019 / MAS! y EL DIARIO DE HOY

Nicolás Maduro:
Mucho se ha dicho sobre su encuentro con Jorge Ramos, quien vino a Mirafores a entrevistarle, y quien a media entrevista se vio detenido y despojado de sus equipos y grabaciones. 

Muchos han comentado este incidente en el contexto de la libertad de prensa – y es correcto: el caso Jorge Ramos ilustra que esta libertad básica no tiene vigencia bajo su régimen. Sin embargo, esto ya lo sabíamos desde hace años. Todos conocemos la represión que sufren los periodistas venezolanos. No solo pueden terminar detenidos por 2 horas, como Ramos, sino por meses o años. No solo pueden perder sus cámaras, como Univisión, sino sus empresas, sus frecuencias, y hasta su vida. Entonces, el caso Ramos no agrega nada sustancialmente nuevo al tema de la libertad de prensa en Venezuela…

Pero el caso tiene otra connotación, que sí vale la pena resaltar. Jorge Ramos dijo en sus primeras declaraciones luego de su regreso a Estados Unidos: “Nos han robado nuestro trabajo”, refiriéndose a las grabaciones decomisadas por usted.

Lo absurdo es que usted mandó a decomisar su propia entrevista, sus propias palabras. Al darse cuenta que con sus declaraciones respuestas se estaba haciendo el hazmerreír ante todo el mundo, usted interrumpió la entrevista y ordenó que decomisaran su propias palabras.

Es la perfecta parábola de su situación. Luego de callar la prensa nacional independiente, las radios y los canales de televisión independientes; luego de restringir al máximo la labor de los corresponsales extranjeros (a este servidor que firma esta carta le pusieron en una lista negra prohibiéndole la entrada a Venezuela), usted se ve obligado a invitar a su Palacio Miraflores a algunos medios internacionales – obligado por la profunda crisis en que usted se ve: con el desafío que representa Juan Guiadó; con el aislamiento internacional; con la crisis humanitaria. Entonces, usted decide llamar a Jorge Ramos y usar sus cámaras y micrófonos para dirigirse al mundo.

Solo que Jorge Ramos no se presta a lavarles la cara a los poderosos. Pregunte a Donald Trump cómo le fue con Ramos. No lo mandó a arrestar, porque en Estados Unidos no se puede, pero sí lo expulsó de la Casa Blanca – lo que al fin resultó que tampoco se puede…

Ramos hizo su entrevista como la ética profesional manda: Explíquenos la falta de medicina. Explíquenos el hambre en Venezuela. Explíquenos porque no deja entrar comida y medicina a país. Explíquenos los presos políticos…

Y usted se da cuenta que ya no hay explicaciones, que todo lo que usted dice lo compromete, lo enreda, lo expone como un presidente todopoderoso pero impotente, con todo el poder militar, pero sin poder resolver nada. Y cuando se da cuenta, decide mandar a decomisar las pruebas, o sea sus propias palabras.

Esto es lo que pasó en Miraflores entre usted y Jorge Ramos. Es la muestra que usted ya no tiene nada que hacer en Venezuela. Game over. Perdió. Váyase ya.

Adiós,

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Jorge Ramos:
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El dictador de Venezuela se gana su título. De Jorge Ramos

Jorge Ramos llegó al Aeropuerto Internacional Simón Bolívar, en Caracas, el martes 26 de febrero después de que se ordenó su deportación del país.
Credit Carlos Garcia Rawlins/Reuters

27 febrero 2019 / THE NEW YORK TIMES

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Fui deportado de Venezuela el martes 26 de febrero después de una entrevista tirante con Nicolás Maduro, el mandatario del país. En medio de nuestra conversación se levantó y se fue, y sus agentes de seguridad confiscaron nuestras cámaras, las tarjetas de memoria con la grabación y nuestros celulares. Sí, Maduro se robó la entrevista para que nadie pudiera verla.

Conseguimos la entrevista a la vieja usanza: llamamos por teléfono y la pedimos. Un productor de Univisión —la cadena de televisión en la que trabajo desde 1984— contactó a Jorge Rodríguez, ministro para la Comunicación y la Información de Venezuela, y le preguntó si Maduro estaba dispuesto a darnos una entrevista. El líder dijo: “Vengan a Caracas”. Y así lo hicimos, con documentos oficiales que nos permitían la entrada al país.

La entrevista comenzó con tres horas de retraso el lunes 25 de febrero por la tarde, en el Palacio de Miraflores. Unos minutos antes, Maduro había terminado de hablar con el periodista de ABC News Tom Llamas, y parecía estar de buen humor. La ayuda humanitaria que la oposición —con el respaldo de una alianza internacional— había intentado cruzar a Venezuela a través de las fronteras con Colombia y Brasil había sido detenida, así que Maduro se sentía fortalecido. Se suponía que iba a ser un buen día.

Pero no lo fue. La primera pregunta que le hice a Maduro fue si debía llamarlo “presidente” o “dictador”, como le dicen muchos venezolanos. Lo confronté sobre las violaciones a los derechos humanos, los casos de tortura que han sido registrados por Human Rights Watch y sobre la existencia de prisioneros políticos. Cuestioné su aseveración de que había ganado las elecciones presidenciales de 2013 y de 2018 sin fraude y, lo más importante, sus afirmaciones de que Venezuela no atraviesa una crisis humanitaria. Fue en ese momento cuando saqué mi iPad.

El periodista Jorge Ramos muestra un video de tres venezolanos que comen de la basura. Es la grabación que Ramos le enseñó al presidente Nicolás Maduro durante su entrevista, el 25 de febrero de 2019 en Caracas. Credit Carlos Garcia Rawlins/Reuters

El día anterior había grabado con mi celular a tres hombres jóvenes que buscaban comida en un camión de basura en un barrio pobre que se encuentra a minutos del palacio presidencial. Le enseñé esas imágenes a Maduro. Cada segundo del video contradecía su relato oficial de una Venezuela próspera y progresista después de veinte años de Revolución bolivariana. En ese instante, Maduro explotó.

Cuando la entrevista llevaba aproximadamente diecisiete minutos, Maduro se levantó, intentó bloquear las imágenes de mi tableta de manera absurda y anunció que la conversación se había terminado. “Eso es lo que hacen los dictadores”, le dije.

Unos segundos después de que Maduro se marchara, el ministro Rodríguez me dijo que el gobierno no había autorizado esa entrevista y enseguida ordenó a los agentes de seguridad que nos confiscaran las cuatro cámaras y todo nuestro equipo de producción, además de las tarjetas de memoria en las que se había grabado la conversación.

Alguien gritó que me sacaran de inmediato del palacio presidencial, pero en vez de eso dos miembros de la seguridad del gobierno me llevaron a un cuarto pequeño en donde me ordenaron que les diera mi celular y la contraseña. Estaban preocupados de que hubiera grabado el audio de la entrevista y no querían ninguna filtración. Pero me rehusé a hacerlo.

Un momento después, mi colega María Martínez —una de las mejores productoras del país— fue llevada a la misma habitación en la que estaba yo. Para frustración de los agentes de seguridad, María se las arregló para hacer una llamada fugaz al presidente de Univisión News, Daniel Coronell, quien a su vez le advirtió al Departamento de Estado de Estados Unidos y anunció a muchos medios de comunicación lo que estaba pasando. Después me enteré de que el resto de nuestro equipo —cinco empleados de Univisión—, fue conducido a la sala de prensa y luego los sacaron y subieron a un camión del gobierno.

Alguien apagó las luces en nuestra pequeña habitación y entonces un grupo de agentes entró y me quitaron a la fuerza mi celular y mi mochila. Revisaron con furia mis pertenencias. Me palparon de pies a cabeza. María pasó por la misma experiencia humillante con una oficial. Pregunté si estábamos detenidos. Dijeron que no, pero aún así no nos dejaron salir de la habitación.

Finalmente nos dijeron a María y a mí que nos uniéramos con nuestros colegas en el camión. Dijeron que querían llevarnos a nuestro hotel, pero, de nuevo, nos rehusamos. En ese momento estábamos preocupados por nuestra seguridad y la posibilidad de que fuéramos llevados a un centro de detención o a algún lugar aún más turbio.

Cuando nos estaban llevando a la calle, Rodríguez reapareció y nos increpó para reclamarnos sobre la entrevista y el modo en el que la condujimos. Le respondí que nuestro trabajo es hacer preguntas y que nos estaban robando la grabación de la entrevista y nuestro equipo. Para entonces, nos dimos cuenta después, ya se habían publicado las primeras noticias de nuestra detención en las redes sociales. Ya no podían mantener el secreto. Eran aproximadamente las 21:30, dos horas después de que había terminado la conversación con Maduro.

Nuestro conductor, quien había estado esperando todo ese tiempo en uno de los costados de la calle, apareció de manera repentina. A esa altura, las mismas personas que nos habían detenido querían que nos marcháramos. Pronto. Y así lo hicimos.

Nos subimos a nuestro coche y nos volvimos al hotel. Algunos miembros de la agencia de inteligencia venezolana acordonaron el hotel para que no nos escapáramos. Unas horas después, un funcionario de migración nos informó que al día siguiente por la mañana seríamos expulsados del país. Aproximadamente a la 1:00, una persona que se presentó como “capitán” —uno de los hombres que me habían detenido en el palacio presidencial— vino a mi hotel para devolverme el celular en una bolsa de plástico. Todo su contenido había sido borrado completamente. Asumo que antes de hacerlo hackearon todo lo que pudieron.

El lunes vivimos solo una pequeña prueba del acoso y abuso que los periodistas venezolanos han padecido por años. En nuestro equipo hay dos venezolanos —el corresponsal Francisco Urreiztieta y el camarógrafo Édgar Trujillo—, quienes habrían enfrentado riesgos terribles si se quedaban en su país. Por fortuna, todos regresamos a salvo a Miami, en Estados Unidos. Pero nuestras cámaras y grabaciones de la entrevista se quedaron en Venezuela, al igual que todos los celulares de mis compañeros.

¿A qué le teme Maduro? Debería permitir que el mundo vea la entrevista. Si no lo hace, solo habrá probado que se está comportando precisamente como un dictador.

Lea también:
Carta al hombre que mandó a
decomisar sus propias palabras.

De Paolo Luers

Jorge Ramos es periodista.
Es conductor de los programas “Noticiero Univision” y “Al Punto”

Devolvamos la democracia a Venezuela. De Felipe González.

El 2 de febrero, miles de venezolanos salieron a protestar en contra del gobierno de Nicolás Maduro. Foto Credit Meridith Kohut para The New York Times
Felipe González, ex-presidente del gobierno español

14 febrero 2019 / THE NEW YORK TIMES

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MADRID — Tengo vínculos políticos y personales con Venezuela desde hace más de cuatro décadas. Conocí y disfruté de la amistad de Rómulo Betancourt, fundador de la democracia venezolana; de la relación con Carlos Andrés Pérez, quien gobernó al país en dos periodos, y con todos los presidentes de la Venezuela democrática.

Tanta y tan intensa ha sido mi relación con Venezuela que, tras el golpe de Estado fallido contra el presidente Hugo Chávez, a finales de 2002, el entonces secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, Kofi Annan, me pidió que fuera su representante personal para el país. Le dije que no quería, pero que tampoco podía negarme. Añadí que Chávez no lo aceptaría por mi amistad con Pérez, quien era su bestia negra, y porque él creía que España había tenido algo que ver con ese golpe. Aclaré que era verdad mi amistad con Pérez (incluso cuando discrepamos), pero que yo no estaba a favor de ningún golpe de Estado, ni en ese momento ni cuando lo intentó el propio Chávez, en 1992, entonces un teniente coronel que intentó derrocar a Pérez. Como esperaba, Chávez rechazó la propuesta.

Siempre entendí que la relación entre España y Venezuela era fundamental. Venezuela fue un actor importante en América Central y el Caribe, además del refugio político de muchos exiliados de las dictaduras latinoamericanas y, con los años, de cientos de miles de españoles. Esa tierra siempre los acogió como una hermana.

Así que, desde el gobierno o como mero ciudadano comprometido con los valores de la democracia y el progreso, he dedicado tiempo y esfuerzo a ayudar a los venezolanos a recuperar sus libertades. Lo he hecho desde una posición que ha sido tan incómoda como incomprendida por los que proclaman unos valores y se dedican a ejercer los contrarios, pero no me importa: la defensa de la democracia no tiene color político ni puede tener “padrinos” por razones ideológicas.

No exagero cuando digo que Nicolás Maduro ha convertido a Venezuela en un Estado fallido. Por eso no podemos fallarles a los venezolanos y debemos ayudarles a recuperar su democracia.

El gobierno de Maduro ha destruido el aparato productivo de un país rico en recursos, en donde aproximadamente el 90 por ciento de la población vive en la pobreza. Ha generado una atroz escasez de alimentos de primera necesidad y medicamentos básicos y ha provocado una hiperinflación sin precedentes. Ha forzado el mayor éxodo de la historia de América Latina, vaciado las instituciones e instaurado una tiranía arbitraria donde los opositores carecen de los más mínimos derechos, incluyendo el derecho a la vida.

La mayoría de las democracias occidentales han dictaminado que las elecciones del 20 mayo de 2018 fueron ilegales y fraudulentas. La Asamblea Nacional, que es la única institución elegida democráticamente que queda en el país, ha obrado correctamente al designar a Juan Guaidó como presidente encargado. Dudar de su legitimidad es dudar de la democracia. La paradoja más increíble es que la oposición sea la que le exija a Maduro el respeto a la constitución bolivariana, creada durante el mandato de Hugo Chávez, y sea él quien la incumpla.

Aunque llegue mucho más tarde de lo que me habría gustado, estamos ante una oportunidad única para devolver la democracia a Venezuela. No será una tarea fácil. Maduro tiene la fuerza que le dan las armas mientras que la Asamblea Nacional, que tiene toda la legitimidad, carece de poder fáctico. ¿Cómo cambiar este fatal equilibrio?

En primer lugar, debemos apostar por una unidad sin titubeos ni fisuras. Las naciones democráticas que reconocen a Guaidó deben reforzar su legitimidad política y su autoridad sobre los activos económicos del país, dentro y fuera de él. Ello privará a Maduro de los recursos para seguir oprimiendo a los venezolanos y mandará una señal muy clara a sus seguidores, particularmente a los militares, de que carecen de futuro a su lado.

Pero también es esencial devolver al conflicto a su esfera original, que es América Latina. Venezuela no debe convertirse en un escenario más de la pequeña guerra fría que Estados Unidos y Rusia vienen librando en frentes como Siria y Ucrania. Estados Unidos, Rusia y China deben evitar ver a Venezuela como una pieza más en su lucha de poder geopolítico. Absteniéndose de interferir, pueden evitar un impasse que podría darle a Maduro tiempo y recursos para aferrarse al poder.

La gestión de la crisis venezolana debe ser devuelta a los actores de la región. La Unión Europea, con el apoyo de Canadá, debe abrir los espacios para que pueda actuar el Grupo de Lima, que conforman catorce países latinoamericanos. También, debe sumar al presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, a la causa de la democracia en Venezuela y hacer ver al régimen cubano que no puede mantener más tiempo su injerencia en Venezuela ni seguir parasitando sus recursos.

El retorno de la democracia a Venezuela exige que los pirómanos se hagan a un lado. Las amenazas y bravatas del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, sobre una invasión militar deben cesar inmediatamente. Sería irónico, si no fuera trágico y preocupante, que el gobierno de Trump —aislacionista por vocación y con una nula preocupación por la promoción de la democracia en el mundo— convirtiera a Venezuela en un objetivo central de su política exterior. Estados Unidos hace tiempo que agotó el cupo de intervenciones militares en América Latina. Ese escenario debería quedar como un mal recuerdo del siglo XX. Por eso pido a los líderes demócratas y republicanos en el congreso estadounidense que trabajen juntos con sus socios y vecinos latinoamericanos y europeos para devolver la democracia a Venezuela de forma legal, legítima y pacífica.

El presidente encargado, Juan Guaidó, tiene delante de sí una tarea colosal. Debe tomar el control del país, poner las fuerzas armadas al servicio de las instituciones democráticas, desarmar a las milicias bolivarianas, hacer frente a la catástrofe humanitaria y migratoria y estabilizar la economía.

El gobierno de transición que lidere Guaidó deberá convocar unas elecciones presidenciales, pero ese objetivo requerirá tiempo, pues antes es necesario reconstruir el Consejo Nacional Electoral, liberar a los presos políticos y elaborar un censo electoral válido. La reconstrucción institucional es, como todo lo que vale la pena, costosa en tiempo y en esfuerzos. Sería una miopía política, con riesgos de conflicto permanente, apurar a Guaidó por el mero hecho que la transición se haga incómoda para algunos socios internacionales.

Restaurar la democracia en Venezuela es posible, pero el proceso es tan frágil y precario como la salud de los venezolanos, que han perdido en promedio 11 de kilos de peso. Maduro, por el contrario, sigue bien alimentado y sus adeptos continúan robando los recursos del país a escala masiva. El presidente encargado, Juan Guaidó; la Asamblea Nacional, portadora de la legitimidad democrática, y el pueblo de Venezuela necesitan el aliento y apoyo de una comunidad de naciones democráticas que sea unida y esté determinada a ayudarles a recuperar la libertad que su país merece.

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El fin del reino de la mentira. De Manuel Hinds

26 enero 2019 / EL DIARIO DE HOY

El régimen del Socialismo del Siglo XXI está en el proceso de descomposición en Venezuela. Su fracaso no es ideológico en el sentido de una izquierda derrotada por una derecha. Como he insistido varias veces en este espacio, es un error al llamar “izquierda extrema” al comunismo o a los regímenes tiránicos que se llaman socialistas como el de Venezuela, Nicaragua o Cuba, como si estos países fueran similares a Suecia, Islandia, Dinamarca y similares, solo que llevados al extremo. Ciertamente, los países nórdicos tienden a ser de izquierda, pero su característica principal, definitoria, es que son democracias basadas en el respeto a los derechos individuales. Ni Venezuela ni Nicaragua ni Cuba son países que llevan al extremo la democracia o el respeto a los derechos individuales. Están en contra de ellos.

Ciertamente, que los países nórdicos presentan diferencias con los países desarrollados de derecha —sus servicios sociales son más extensos. Pero estas cosas que los diferencian de los desarrollados de derecha tampoco son características de Venezuela, Nicaragua y Cuba. Al contrario, en esos últimos los servicios sociales son pésimos. Además, esos tres países tienen economías muy mal manejadas, mientras que los países nórdicos tienen economías muy sanas, basadas todas en el mercado libre, que los ponen en el grupo de los países más ricos del mundo. Venezuela ha sido tan mal manejada que estaba creando una crisis social, económica y política sin precedentes en la región.

Es decir, lo que se está terminando en Venezuela con Maduro no es una ideología legítima de izquierda sino una tiranía arcaica del tipo del Siglo XIX. Al mismo tiempo está cayendo el reino de la mentira en la que estuvo basada.

Esta mentira tenía muchas dimensiones. Una de ellas era precisamente pretender que era un régimen de izquierda interesado en problemas sociales cuando en realidad era un régimen corrupto que usaba su supuesto interés social como un instrumento para adquirir el poder total económico y social, para luego usarlos para beneficio propio de sus líderes. Habiendo subido al poder acusando a todos los partidos políticos y a todos los jueces y diputados de corrupción, Chávez usó su poder para dividirlos y prácticamente eliminarlos, y para poner diputados y jueces que le respondían a él personalmente en un esquema de corrupción sin precedentes en el país. Destruyó todas las instituciones democráticas de Venezuela y en su lugar se erigió él como el líder único, señor de vidas y haciendas —igual en todos los sentidos a los viejos dictadores de Latinoamérica.

Y todo esto lo envolvió en una mentira peor: la pretensión de que su régimen respetaba la democracia porque hacía elecciones, sabiendo que eran todas amañadas. De esta forma, Maduro, hasta el día de su caída, se llamaba a sí mismo presidente constitucionalmente electo, aunque todo el mundo sabía que las leyes electorales estaba amañadas y que aún con esas mañas había perdido, y que había hecho trampa para decir que había ganado. Esta apariencia de legitimidad era la mentira más grande que Chávez y Maduro armaron. Fue una mentira muy exitosa. Usaron los símbolos oficiales del poder para que la gente olvidara sus trampas, dejándoles clamar que eran los representantes legítimos del pueblo. Mucha gente se dejó engañar en esta mentira, aún sabiendo que era mentira, solo porque ellos seguían ocupando los edificios del gobierno.

Esta gran mentira es la que la Asamblea Nacional de Venezuela desafió, aplicando la constitución que le da el poder de desconocer a los presidentes electos con trampa y de nombrar al presidente de la Asamblea como Presidente Interino de la República para llamar a nuevas elecciones. Y esta mentira es la que decidieron dejar de creer los 17 países que reconocieron al nuevo presidente que nombró la Asamblea.

Nuestro gobierno sigue sosteniendo su propia mentira, derivada de las de Chávez y de Maduro, que consiste en decir que cree que Maduro es el presidente legítimo de Venezuela. Es triste que en sus últimos momentos, este gobierno sigue usando el nombre de El Salvador para apoyar a regímenes tan sangrientos y tiránicos como los de Maduro y de Ortega. Venezuela se está liberando de su mentira. Nosotros tenemos que liberarnos de las nuestras.

¿Se sostendrá el gobierno de Maduro ante la nueva confrontación que se le avecina? De Juan Carlos Zapata

Un artículo que explica la crisis constitucional en Venezuela, a raíz de la toma de posesión de la presidencia de Nicolás Maduro, considerada ilegítima por la comunidad internacional y la oposición venezolana. Explica sobre todo la delicada situación del jovenen presidente de la Asamblea Nacional.

Jun Carlos Zapata,
periodista venezolano

14 enero 2019 / ALnavío

Lo que hay que preguntarse de entrada es si el gobierno de Nicolás Maduro se encuentra en mejores condiciones para salir airoso del reto que le ha planteado el presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó. A simple vista parece un gobierno consolidado que tiene al frente a una oposición sin fortalezas. Pero las apariencias engañan.

Desde que el 5 de enero se juramentó Juan Guaidó como presidente de la Asamblea Nacional y el 10 de enero Nicolás Maduro ante el Tribunal Supremo de Justicia, las cartas están echadas. Los polos opuestos van a una nueva confrontación. Y tal vez sea el choque decisivo que conlleve a que Maduro y el chavismo se queden por años y décadas en el poder o que la oposición logre debilitar tanto al régimen que este no pueda sostenerse.

Ya se habla de desenlace. Ya se habla de un choque inevitable. Ya se habla de fuerzas que se mueven, y para muchos desconocidas. Por primera vez, he visto actores políticos y empresariales de envergadura desconcertados ante la línea lanzada por el joven presidente -35 años- del Parlamento venezolano. Porque algunos de estos actores le dijeron a Guaidó que hiciera lo contrario de lo que está haciendo y da la casualidad que sectores radicales de la oposición quieren que Guaidó haga también lo contrario de lo que está haciendo. Para estos últimos, Guaidó ya ha debido declararse Presidente de la República. El Gobierno también quiere esto para actuar, y en ese sentido la señal de este domingo de detenerlo por media hora. De modo que los extremos se tocan. Radicales y Gobierno coinciden.

Pero Guaidó tiene otro plan. Y él lo ha dicho. No hará lo que haya que hacer hasta que el pueblo lo acompañe, hasta que la Fuerza Armada lo acompañe, hasta que los sindicatos lo acompañen, hasta que el chavismo disidente también lo acompañe, hasta que los distintos sectores que todavía hacen vida en Venezuela lo acompañen. Por ahora cuenta con el decisivo apoyo de la comunidad internacional.

Quien mejor ha recogido la estrategia de Guaidó es el analista Jesús Seguías, presidente de la consultora Datincorp: “Pragmatismo de anciano en boca de un joven”. A 10 días de haber asumido el cargo, ha superado las expectativas iniciales. Ha terminado de convencer a quienes incluso se llevaron las manos a la cabeza al oírle el primer discurso en calidad de presidente del Parlamento, que es hoy por hoy el único poder legítimo de Venezuela. En 10 días ha ido sumando. En 10 días ha ido despejando una hoja de ruta. En 10 días ha celebrado varias reuniones y actos públicos, y cada vez con mayor asistencia. En 10 días ha logrado que el Gobierno cometa el error de detenerlo. Y hoy es noticia mundial.

Tal como estaba previsto, la juramentación de Maduro iba a producir reacciones. E iba a desencadenar fuerzas. Lo que nadie preveía son las expectativas. La activación de fuerzas que estaban dormidas y que ahora despiertan. El discurso de Guaidó llamando a la conciliación, y proponiendo una amnistía para militares no ha caído en saco roto. Porque además de lo que dice, es cómo lo dice Guaidó: sin estridencias, sin amenazas; sereno y pausado, que ya con ello marca un estilo diferente en un país que oyó por años los insultos y los gritos de Hugo Chávez y sigue escuchando los insultos y gritos de Maduro, pese a que uno hablaba de amor y paz y el otro repite paz y amor.

“Yo les hablo de amnistía, de perdón y de reconciliación. Los que tienen miedo son los que están en (el Palacio de) Miraflores porque son una cúpula de siete envilecidos ladrones que pretenden robarnos la esperanza, pero ya no van a poder frenar el ímpetu de la gente por un cambio para superar la pobreza y el hambre”. Eso dijo Guaidó luego de ser liberado, y es lo que según su versión, le dijo a sus captores. Después el Gobierno afirmó que el hecho respondió a una acción unilateral de un grupo de funcionarios, lo cual no es creíble. Y si fuera cierto, demuestra la situación interna en los cuerpos represivos. Hace poco, un grupo de policías de la misma policía política que detuvo a Guaidó, actuó contra la caravana presidencial, generando cualquier tipo de conjeturas.

¿Pero es más fuerte el gobierno de Maduro que hace 4 años cuando la oposición alcanzó el control de la Asamblea Nacional? ¿Es más fuerte luego con un Parlamento acusado de estar en desacato y al que le han arrebatado las competencias? ¿Es más fuerte pese a que el Alto Mando Militar le ha jurado lealtad? ¿Es más fuerte a pesar de que derrotó a la oposición en la calle, reprimiendo y matando jóvenes, gente del pueblo, y encarcelando y torturando dirigentes políticos? Veamos:

Guaidó tiene un plan distinto a los radicales y al Gobierno / Foto: @jguaido
Guaidó tiene un plan distinto a los radicales y al Gobierno / Foto: @jguaido

-Es un Gobierno al que no reconocen los países más importantes de la comunidad internacional.

-Es un Presidente ilegítimo.

-Es un Gobierno enfrentado a todos los países vecinos.

-Es un Gobierno al que le queda un solo aliado en Sudamérica, Evo Morales.

-Es un Gobierno que cuenta con dos aliados incondicionales en la región, Cuba y Nicaragua.

-Es un Gobierno que no ha podido resolver la crisis económica. (Hoy anunciará nuevas medidas).

-Es un Gobierno desacreditado por haber originado un éxodo masivo de venezolanos.

-Es un Gobierno que ha coartado la libertad de prensa.

-Es un Gobierno que ha roto el hilo constitucional.

-Es un Gobierno que ya no vende esperanza.

-Es un Gobierno confrontado por fuerzas chavistas declaradas disidentes.

-Es un Gobierno que controla la Fuerza Armada, pero una Fuerza Armada con fisuras internas.

-Es un Gobierno que llevó al extremo la complicidad con la Fuerza Armada, lo cual incluye la corrupción.

-Es un Gobierno que destruyó PDVSA.

-Es un Gobierno que hizo lo que parecía imposible: tumbar la producción petrolera.

-Es un Gobierno que entró en default con los bonos de la deuda.

-Es un Gobierno cuyos aliados, Rusia y China, lo observan con cuidado, más en lo económico.

-Es un Gobierno sancionado, y sus principales dirigentes, sancionados, también.

-Es un Gobierno con problemas internos: no ha podido sacar el proyecto de Constitución que Maduro prometió.

-Es un Gobierno que no ha podido arrasar con la Asamblea Nacional.

-Es un Gobierno que a pesar del terror no ha podido acabar con la protesta social.

-Es un Gobierno que no ha podido arrasar con el espíritu ni las fuerzas democráticas.

-Es un Gobierno que a pesar de haber derrotado a la oposición en la calle no logró celebrar elecciones masivas.

-Es un Gobierno cuya base de apoyo es fundamentalmente clientelar.

-Es un Gobierno partido en grupos, con unidad circunstancial.

-Es un Gobierno incapaz de vender un proyecto de país.

-Es un Gobierno que lanzó una Asamblea Constituyente y a la que al cabo de dos años ha desprestigiado.

-Es un Gobierno acosado por las denuncias de corrupción, una corrupción planetaria.

-Es un Gobierno de un país del que escapan magistrados del Tribunal Supremo y ex altos funcionarios.

-Es un Gobierno a cuyo presidente ni siquiera el Papa quiere recibir.

-Es un Gobierno aliado de los peores regímenes del mundo. -Es un Gobierno sin credibilidad para recomponer la institucionalidad. -Es un Gobierno sin voceros con credibilidad nacional e internacional.

El gobierno de Maduro está enfrentado a todos los países vecinos / Flickr: Cancillería Perú
El gobierno de Maduro está enfrentado a todos los países vecinos / Flickr: Cancillería Perú

-Una pregunta que es duda a la vez: ¿Se prestarán la Guardia Nacional y los cuerpos policiales a repetir la represión de 2017, 2016 y 2014?

De modo que Maduro no es más fuerte que hace 4 años. Tampoco es más fuerte que hace un año ni hace un mes. Pero eso no significa que ya está derrotado. Maduro ha sido un sobreviviente. Maduro ha sabido resistir. Sabe administrar la crueldad. Sabe administrar el chantaje y la presión hacia los suyos y el enemigo. Esta vez la cuantía de frentes abiertos supera el número de aliados, fortalezas y recursos. Con decir, que hasta el entorno inmediato tiene problemas que le generan cuadros de duda e incertidumbre, y de allí pueden surgir factores que le retiren el apoyo. Maduro tiene enfrente a un joven que no representa el pasado, y ni siquiera puede acusarlo de oligarca y burgués. Maduro mantiene un discurso militar mientras que Guaidó habla con el tono y el fondo del dirigente civil, y esto hoy es una fortaleza, luego de años de impronta militar. La política de Maduro ahora es lenta pues debe medir los pasos y las reacciones internas. Guaidó también va a un ritmo. Sin prisa pero sin pausa. Porque lo primero que se ha propuesto es el despertar de las fuerzas que se oponen al régimen. Y es convencer a los otros factores de la ruta. Y que la misma se recorra en unidad. En resumen, Guaidó está proponiendo que es posible el cambio, y que es posible la transición, y que una vez lograda, lo primero es la reconciliación, la amnistía y un pacto de país. Le está diciendo a Venezuela que la recuperación económica también es posible, y de allí la suma de apoyos internacionales, de países dispuestos a ayudar.


Veinte años de estafa. De Henrique Capriles

Uno de los líderes de la opsición democrática venezolana, Henrique Capriles, hace balance de 20 años del régimen chavista. Capriles ha sido presidente de la Cámara de Diputados hasta su disolución por la Asamblea Constituyente de Hugo Chávez en 1999, alcalde de Baruta, gobernador del Estado de Miranda y candidato opositor a la presidencia.

Segunda Página

Hwnrique Capriles, ex gobernador de Miranda

Diciembre 2018 / HENRIQUE CAPRILES

Esta semana se cumplieron dos décadas de una de las más lamentables farsas políticas en la historia de América Latina: el inicio de una supuesta “revolución” que prometió justicia social, pero que en veinte años sólo ha conseguido convertir la vida de los ciudadanos en un infierno, marcado por el hambre, la corrupción y la muerte. Nuestra amada Venezuela es en 2018 el país más pobre de toda la región.

Cuando Hugo Chávez Frías llegó al Poder, luego de las elecciones de diciembre de 1998, en Venezuela se inició un proceso, premeditado y alevoso, cuyo objetivo inicial fue fracturar a la sociedad en dos sectores polarizados que instalaron en el país una confrontación infértil y el caldo de cultivo para las desgracias que hoy vivimos los venezolanos.

Al comprender que sólo dividiéndonos sería posible instalar en Venezuela su tipo de gobierno, la Democracia venezolana fue herida de muerte. Y así comenzaron la instalación de un modelo político autoritario y corrupto, el secuestro de las instituciones y la quiebra del aparato productivo de la Nación por acciones que van desde las expropiaciones y los controles de precios y de cambio, hasta una serie de políticas públicas ideadas para quebrar a la inversión privada y hacer al pueblo cada vez más dependiente del gobierno.

Aun así, para muchos debe mantenerse viva una pregunta que los hechos han ido respondiendo: ¿cómo fue que logró instalarse en Venezuela un proyecto tan vil e ineficaz a la vez?

Y para responderla hay que echar mano de la historia y hacerse cargo de aquello que, desde el liderazgo opositor, quizás no hayamos sabido leer, responder ni aprovechar.

Tal como recuerda en un trabajo publicado la profesora Margarita López Maya, el chavismo apareció en medio de un hartazgo del pueblo en cuanto a la corrupción de las élites y sucesos significativos, como El Caracazo o las dos intentonas violentas de golpe de Estado en 1992. Si a eso le sumamos la fiereza con la que la antipolítica se apoderó de todos los discursos posibles, incluso en los políticos de aquella vieja guardia que alguna vez enfrentó la dictadura militar de Marcos Pérez Jiménez, la llegada al Poder de Hugo Chávez se convirtió en un riesgo inminente, en una amenaza cumplida, en un mal augurio.

Y aunque muchos advertimos que el peligro de la instalación de un gobierno no creyente de las reglas democráticas estaba latente en un proyecto como el propuesto por el entonces candidato Chávez, muchos hicieron oídos sordos y se dedicaron a emborracharse de carisma con el presunto outsider de este cuento.

Los partidos no resistieron la embestida. La democracia había sido lacerada. Había que hacer algo.

Ante la fragmentación de la sociedad, surgimos una nueva generación de políticos empeñados en no cometer los errores del pasado. Así le dimos forma a proyectos que terminaron transformándose en partidos políticos de un nuevo siglo y en una nueva manera de entender la política como un compromiso con la idea de estar al servicio del Pueblo.

Sin embargo, mientras esto sucedía en las filas de la naciente oposición, el oficialismo hacía uso de un lenguaje simplista, demagogo, que insistía en dividir a la sociedad con premisas fundadas en el odio, el revanchismo, la frustración.

Aprovechando que estábamos peleando entre nosotros, Hugo Chávez logró que su partido empezara a crecer gobierno adentro. Se tratara del MBR-200, del MVR o del hipertrofiado PSUV, Chávez se encargó de hacerle creer a su militancia que era él quien encarnaba al Estado y que sus antojos y caprichos estaban justificados en ese revanchismo peligroso y malsano que confunde la justicia con la venganza.

Después de los sucesos de abril de 2002, creo que el oficialismo tuvo que reconocer que aquel disfraz de políticos alternativos con el cual tapaban su verdad ya no les servía.

Quizás Venezuela fue el único país petrolero al cual la época de la bonanza, con un barril de petróleo que durante años rondó los cien dólares, le trajo más malas noticias que buenas. La cantidad de dinero que entró en Venezuela por concepto del petróleo patrocinó una de las cleptocracias más sinvergüenzas del mundo.

Robaron. Hoy siguen robando, pero en aquel momento robaron sin piedad. Robaron mucho. Robaron a manos llenas. Y mientras sus equivocaciones iban conduciendo al pueblo hacia el hambre, la enfermedad, la muerte, decidieron no rectificar.

Hugo Chávez y su petrochequera seguían por el mundo comprando complicidades. Regalaron nuestro petróleo, empeñaron nuestro futuro e hicieron los peores negocios que Venezuela ha hecho en su historia comercial. Los mismos negocios que hoy tienen a nuestro país hipotecado a China y Rusia.

Su supuesto “carisma” pretendió comprar el apoyo de naciones que incluso habían sido diezmadas y torturadas por totalitarismos militares, disfrazando su autoritarismo de generosidad continental. Un capricho petrolero que le salió irresponsablemente caro al país, pero bastante barato a Cuba, a China y en especial a Petrocaribe.

Y así, entre un capricho y otro, el oficialismo convirtió al Banco Central de Venezuela en el alcahuete de PDVSA, contaminó instancias como el Tribunal Supremo de Justicia o el Consejo Nacional Electoral y llenó el mapa de violencia, dándole a sus colegas militares un poder casi infinito en cuanto al monopolio de la violencia, pero sin olvidar que también era necesario armar su propio aparato parapolicial y así llenar los barrios y las zonas populares de armas a favor de un proyecto político.

Aun así llegó 2007, el año en que aquel hombre que se creía indestructible y que supuestamente estaba en contra del estatus quo perdió los estribos. El problema de creerse invencible es que nunca estás preparado para la derrota. Y aquel año, como dice el adagio, la verdad nos hizo libres.

Y entonces el proyecto político se reconoció en su esencia: lo único importante era mantenerse en el Poder, bien fuera a punta de real o a punta de pistola.

El pensamiento único fue, poco a poco, cercando a quienes menos tienen. Y en los barrios, en el campo, en la pobreza, el ciudadano se iba convirtiendo en un sujeto dependiente de los mismos caprichos que destrozaron a la democracia y la separación de poderes.

No hubo más alternancia. No hubo pluralidad. No hubo tolerancia.

La violencia y la corrupción son las únicas constantes en su proyecto de país.

Y en 2012 y en 2014 y en 2017 y hoy en día reprimen y amenazan a las fuerzas opositoras y democráticas desde donde hemos decidido defender a una mayoría verdadera.

La muerte de Hugo Chávez y el relevo de Nicolás Maduro, en unas condiciones de facto que todos en el país conocemos, terminó de poner en evidencia que la supuesta “revolución” no fue sino una farsa, ideada para que un grupito se enriqueciera, mientras el resto no sabe qué comerá mañana y el déficit fiscal sigue creciendo, convirtiéndonos en uno de los dos únicos casos de hiperinflación en lo que va del siglo.

La supuesta “revolución” pasó de tener un amplio respaldo en las urnas electorales de 1998 a ser una tiranía que tiene miedo de medirse en unas elecciones libres y que, además, hoy es responsable del mayor éxodo de venezolanos en nuestra historia desde la Independencia.

Una revolución convertida en una vergüenza política irreparable.

Han ejercido el Poder durante dos décadas y no son responsables sino de muertes y desgracias. Hagan el repaso y se darán cuenta: no existe ni siquiera un programa social, una obra de insfraestructura, una política pública o algún plan de gobierno del cual puedan sentirse orgullosos.

Tanto es así que se han dedicado a amenazar, perseguir, encarcelar e incluso asesinar a los líderes políticos que no nos callamos y que nos mantenemos del lado del Pueblo, acompañándolo en sus desgracias y buscando juntos las soluciones posibles y la conquista de la Libertad y la Democracia.

Aun así, muchos seguimos aquí. Trabajamos como nunca para no repetir errores. Nos ha tocado asumir las equivocaciones, rectificar, hacernos cargo. Y lo hacemos porque tenemos un compromiso real con quienes han puesto el pecho en nombre de una lucha común.

A pesar del blackout en los medios, a pesar de las amenazas y la violencia, seguimos aquí convencidos de que pronto seremos gobierno. Y sobretodo lograr que ese cambio por el que tanto hemos soñado los venezolanos se convierta en una vigorosa realidad.

Y para entender esto es importante asumir que el contexto ha cambiado: ya no hay un líder carismático comprando consciencias con una petrochequera, porque incluso fueron capaces de quebrar a la mayor petrolera estatal del continente por su afán de robar y destrozar el aparato productivo.

Ha sido difícil poner en evidencia global las características autoritarias que el gobierno venezolano ha impuesto durante estos veinte años. En algún momento el dinero ayudó a distraer las consciencias. Sin embargo, ya el costo político es demasiado alto: ninguno de los cómplices de siempre está dispuesto a seguir siendo asociado con Nicolás Maduro, mucho menos cuando casi todos han perdido el Poder.

Nicolás Maduro ha decidido ejercer el peor rol y con eso marcará la debacle de los vestigios de credibilidad política que todavía algún distraído podría adjudicarle al chavismo gobernante. Y no porque el 10 de enero sea una fecha mágica, sino porque decidieron mantenerse en el Poder a como diera lugar, sin importarles si eso significaba asfixiar al pueblo y matarlo de hambre, con tal de no soltar los privilegios.

Son veinte años que deben servirnos como aprendizaje político.

Son veinte años que deben servirnos como una lección contra la antipolítica, la fascinación por los outsiders y los vendedores de humo.

Son veinte años de una dolorosa farsa que cuando tenga que hacer su inventario conseguirá muchas más vergüenzas y crueldades que obras y conquistas.

No permitamos que vuelva a instalarse el espejismo de la antipolítica como una opción. Trabajemos juntos y asumamos la necesidad de convertir estos veinte años en algo que no deberá repetirse nunca más. Es nuevamente hora de rescatar la democracia y nos corresponde blindarla contra el revanchismo, el falso populismo y la demagogia. Si cumplimos con ese objetivo, si asumimos la responsabilidad y entendemos que sólo entre todos podremos reparar el inmenso daño que han hecho en estas dos décadas, nada impedirá el progreso de nuestra Venezuela.

El futuro es nuestro. Y es indetenible. ¡No lo olvidemos!

¡Que Dios bendiga a Venezuela!


Un invitado incómodo. De Alberto Barrera Tyszka

El presidente venezolano, Nicolás Maduro, en marzo de 2018, y el presidente electo de México, Andrés Manuel López Obrador, en octubre de 2018 Credit Cristian Hernández/EPA, vía Shutterstock; Ulises Ruiz/Agence France-Presse — Getty Images

ALBERTO BARRERA TYSZKA, GUIONISTA, ESCRITOR Y COLUMNISTA VENEZOLANO

CIUDAD DE MÉXICO, 4 noviembre 2018 / THE NEW YORK TIMES

El tiempo entre el triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador y el día en que, por fin, tome protesta como presidente de México es demasiado largo. Lo que fue una avasallante victoria se ha ido diluyendo. La Cuarta Transformación comienza a parecer más bien una decimosexta modificación. Por eso, supongo, el nuevo presidente necesita mantener en alto la polarización. Le conviene permanecer siempre bajo los focos mediáticos y en el centro de la discusión pública. Necesita hacer sentir que algo pasa, que no se ha dormido, que el cambio está en movimiento.

Por eso apuró una consulta inconsistente sobre el nuevo aeropuerto. Más que un acto democrático, la encuesta era una provocación. Por eso, tal vez, también parece disfrutar de las indignadas reacciones ante la invitación a Nicolás Maduro a su toma de posesión el 1 de diciembre. “Somos amigos de todos los pueblos y de todos los gobiernos del mundo”, dice sonriendo.

Pero esa respuesta es una fórmula retórica. Suena bien pero puede ser muy contradictoria, incluso incoherente. A veces, proclamarse amigo de un gobierno implica convertirse en enemigo de su pueblo. Nicolás Maduro no cuenta con ninguna legitimidad internacional. Su popularidad, dentro y fuera del país, es también ínfima. Sin duda, se trata de un invitado incómodo, de una presencia irritante. Su asistencia a la toma de posesión obliga a un rápido estreno de López Obrador en el complejo y frágil equilibrio diplomático que vive la región. El nuevo gobierno puede defender el principio de la “no injerencia”, pero ¿cómo reacciona ante las fehacientes pruebas de corrupción y de violación a los derechos humanos que acorralan a Nicolás Maduro?

No se trata de una opinión personal. Tampoco es una conspiración del capitalismo internacional. Hay informes, datos concretos, confesiones… Si alguien representa en Venezuela a “las mafias del poder” es Nicolás Maduro.

El discurso de Maduro aprovecha la gramática de la izquierda, invoca a los pobres y ataca al imperialismo, pero detrás de su lengua hay una caja registradora que nunca se detiene. Está siendo investigado por el desfalco y blanqueo de 1200 millones de dólares a la empresa estatal petrolera. Un miembro directivo de Odebrecht lo denunció al señalar que recibió 35 millones de dólares para su campaña electoral. Su propios excompañeros de gobierno, todavía chavistas, exigen que responda ante el país por 350 mil millones de dólares desaparecidos en el vaho de muchas empresas fantasmas. Su gobierno está implicado en una trama de corrupción en una red de distribución de alimentos comprados en el exterior para ser supuestamente vendidos a precios solidarios a los pobres de Venezuela. Se trata de una estafa gigantesca, que supone una cifra de 5000 millones de dólares y que ha desatado la persecución oficial de los periodistas que investigan los hechos.

Y esto podría ser solo una pequeña muestra de todo el gran sistema de corrupción que se mueve detrás de su gobierno. Para cualquier mexicano, invitar a Maduro podría ser algo parecido a convidar a Javier Duarte a la inauguración presidencial. El exgobernador de Veracruz, actualmente en prisión, es el emblema de la corrupción y del descaro político en México, una imagen de la perversión del PRI en el manejo de los dineros públicos y en el ejercicio de la violencia. Eso, ya tal vez mucho más, es Nicolás Maduro en el Caribe.

Otro de los elementos importantes que problematiza la alianza entre AMLO y el gobierno de Venezuela tiene que ver con el respeto a los derechos humanos. Insisto: no se trata de un asunto de criterios íntimos, de elucubraciones sesgadas. Casi desde el comienzo de su gobierno, Nicolás Maduro ha desatado una guerra feroz desde el Estado en contra de sus ciudadanos. En Venezuela hay actualmente 232 presos políticos y 7495 personas sometidas a procesos judiciales, ligados a motivos políticos. Esto sin contar la cantidad de programas y medios de comunicación censurados o suprimidos, periodistas a quienes se les retiene el pasaporte, ciudadanos cuyos derechos son vulnerados por participar en protestas en contra del gobierno.

Durante una protesta en octubre de 2018 frente al Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin), un manifestante pide pruebas de vida de los presos políticos en Venezuela. Credit Miguel Gutiérrez/EPA-EFE/REX

En términos de uso de fuerza contra la población, las estadísticas de Nicolás Maduro son sangrientas. Un informe de la OEA reseña que solo en las protestas del año 2017 se cuentan 163 muertos. Naciones Unidas, por su parte, ha pedido una investigación especial sobre los operativos de seguridad diseñados por el gobierno, en los que, según denuncias, ha habido 505 ejecuciones extraoficiales. A todo esto, habría que sumar el supuesto suicidio de un concejal opositor, detenido de forma ilegal, en una prisión de la policía política; así como el reciente testimonio de un joven, desterrado a España tras cuatro años de prisión, sobre las diferentes modalidades de tortura que padeció. Es evidente que no se trata de un caso aislado sino de una política de Estado. Si, en 1968, Nicolás Maduro hubiera sido presidente de México, tal vez la masacre de Tlatelolco se hubiera perpetrado de la misma manera. O peor.

En abril de 2017, miembros de la Guardia Nacional Bolivariana bloquean una calle durante una protesta contra el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. Credit Miguel Gutiérrez/European Pressphoto Agency

Dice López Obrador que “México ya cambió”. Tiene una enorme fe en sí mismo. Como lo sostuvo también en su campaña electoral, piensa que su sola presencia puede tener un efecto mágico en el sistema, en la vida pública, en la condición humana. Lamentablemente, la historia demuestra que todo es mucho más complejo. Si algo, por ejemplo, contradice toda su prédica, es la presencia de Nicolás Maduro en el inicio de su mandato.

Maduro encarna toda la corrupción, el abuso y la represión que AMLO pretende combatir. Incluso para sus seguidores puede resultar una incongruencia monumental. La dicotomía entre la izquierda y la derecha se ha vuelto un sinsentido. La primera posverdad que hay que enfrentar es la ideología. Maduro no representa ninguna revolución popular y latinoamericanista. Representa un gobierno ilegal, corrupto y autoritario.

Ha señalado el historiador Rafael Rojas que “para emprender cualquier gestión diplomática mediadora, en relación con Venezuela, el rechazo al autoritarismo y a la violación de derechos humanos es una premisa insoslayable”. Ese es un gran desafío que tendrá el nuevo gobierno de México por delante. Estará obligado a participar en una crisis internacional sin establecer complicidades, sin traicionar sus propias promesas.

En estos momentos, no se puede ser amigo del pueblo de Venezuela y amigo del gobierno de Nicolás Maduro al mismo tiempo. Si AMLO quiere ser coherente con todo lo que ofreció en su campaña, si desea ser leal a sus votantes, no puede entonces establecer una alianza ciega con “la mafia del poder” que oprime al pueblo venezolano.

Teodoro Petkoff fue el símbolo de la izquierda democrática en América Latina. De Jorge Castaneda

El intelectual, político y economista Teodoro Petkoff en Caracas, en mayo de 2015 Credit Miguel Gutiérrez/EPA-EFE/REX

Jorge Castaneda, político, intelectual y comentarista mexicano. Ocupó el cargo de Secretario de Relaciones Exteriores de 2000 a 2003

1 noviembre 2018 / THE NEW YORK TIMES

NUEVA YORK – Pocos personajes de la historia de la izquierda latinoamericana afectaron y reflejaron la evolución de la misma a lo largo de los últimos sesenta años como Teodoro Petkoff. Falleció ayer en Caracas a los 86 años, después de una larguísima trayectoria recorriendo todos los meandros de esa izquierda de América Latina. Transitó de la guerrilla castrista en Venezuela a principios de la década de los sesenta hasta la crítica despiadada, acertada e ilustrada de los peores excesos del chavismo y del actual presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, pasando por una larga etapa como símbolo de una nueva izquierda: democrática, independiente de Moscú y de La Habana, moderna y globalizada.

Petkoff inició su trabajo político a finales de la década de los cuarenta en Caracas. Muy poco después del triunfo de la Revolución cubana, en enero de 1959, y del primer viaje al exterior de Fidel Castro a Caracas el 23 de enero para celebrar el primer aniversario de la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez, Petkoff empezó a conspirar con los cubanos y con su hermano Luben para crear un foco guerrillero en las montañas venezolanas. No tardó en entrar en conflicto con el Partido Comunista de Venezuela (PCV), del cual eran miembros y que —como casi todos los partidos comunistas de América Latina en esa época— era prosoviético, reformista, pacifista y opuesto a la teoría cubana del foco guerrillero, teorizada por el joven filósofo francés Régis Debray, quien mantuvo una relación lejana pero constante con Petkoff todos estos años. Tras años de lucha contra el gobierno venezolano, finalmente fueron derrotados por el entonces presidente de Venezuela y quizás el primer socialdemócrata verdadero en América Latina, Rómulo Betancourt.

En esos años, Venezuela fue el punto de intersección más importante entre dos esfuerzos: los de la Revolución cubana por apoyar un foco guerrillero y reproducir la epopeya de la Sierra Maestra y los del gobierno de Estados Unidos —primero de Eisenhower y sobre todo de Kennedy— de contrarrestar ese esfuerzo cubano a través de una estrategia contrainsurgente, pero también de la alianza para el progreso y un enfoque socialdemócrata como el de Betancourt.

Después de esa derrota, varias pasantías por la cárcel y el paso de los años, Teodoro Petkoff entró en otra dinámica, la de la lucha pacífica por la misma revolución, y luego por una revolución distinta.

En 1971, junto con varios compañeros venezolanos, funda el Movimiento al Socialismo (MAS), cuyo estreno tuvo, entre otras virtudes, el haber recibido en donación el dinero que Gabriel García Márquez recibió por el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos y un himno compuesto especialmente para ellos por Mikis Theodorakis. El MAS fue la niña de los ojos de la izquierda latinoamericana moderada, democrática, modernizada durante muchos años. Teodoro fue candidato a la presidencia por el MAS en 1983 y en 1988, pero la organización no despegó. El viejo partido Acción Democrática, el de Betancourt y de Carlos Andrés Pérez, nunca perdió su base obrera de los sindicatos venezolanos y, más allá de intelectuales y estudiantes, el MAS se marginalizó.

El partido cerró su ciclo a finales de la década de los ochenta, después del “Caracazo” y de las desventuras de toda la izquierda pacífica e institucional venezolana. El MAS empezó a ser sustituido por grupos más radicales como Causa Radical y por el intento de golpe de Estado de un puñado de jóvenes militares encabezados por Hugo Chávez, aparentemente nacionalistas, pero en realidad formados directa o indirectamente por los cubanos.

Teodoro Petkoff nunca fue chavista, aunque en las pláticas que tuve con él a finales de la década de los noventa y principios de este siglo manifestaba cierta simpatía, no por las propuestas de Chávez, sino por su diagnóstico de la catástrofe generada por el famoso Pacto de Punto Fijo, que sirvió de base para el bipartidismo de Acción Democrática y Copei. Petkoff fue ministro de Coordinación y Planificación de 1996 a 1999, durante el último gobierno del Pacto (aunque algunos no lo considerarían como tal), el de Rafael Caldera. Durante un tiempo se convirtió en una especie de vicepresidente. Realizó un gran esfuerzo por poner al día al Estado venezolano benefactor y controlador, sobre todo de las gigantescas reservas petroleras de la faja del Orinoco. En mis conversaciones con él en aquel momento, tuve la impresión de que no obtuvo de parte de Caldera —un hombre mayor— el apoyo necesario para sacar adelante todas sus propuestas.

Para mucha gente Petkoff se volvió neoliberal al final de su vida política. No lo creo. Tanto en el gobierno de Caldera y luego como líder de opinión en Venezuela durante los primeros años de Chávez —en el diario El Mundo y después en Tal Cual, que él fundó y que fue reprimido por el chavismo— sostuvo una postura, no siempre lograda, de izquierda democrática. Para mí, Teodoro Petkoff fue alguien que luchó por las mismas causas desde el inicio de su carrera, en la década de los cincuenta, hasta el final de su vida, cuando el gobierno de Nicolás Maduro arrinconó a Tal Cual y le abrió un juicio, con lo que le prohibió a Teodoro salir del país.

Ha muerto un personaje de gran valor, honestidad y congruencia de la izquierda latinoamericana, de la que quisiéramos que imperara en toda la región y que nadie como él ha encarnado a lo largo de estos últimos seis decenios.