Carmen Aída Lazo

De sirenas y partidas secretas. De Carmen Aída Lazo

Carmen Aída Lazo, decana de Economía de la ESEN; excandidata a la vicepresidencia

25 junio 2019 / EL DIARIO DE HOY

La Odisea siempre ha sido uno de mis libros favoritos. En ella, Homero relata las aventuras de Ulises en su retorno a su hogar en Ítaca, después de la guerra de Troya.

Y sin lugar a dudas el relato más conocido de esta obra es el de Ulises y las sirenas. Cuando Ulises finalmente decide emprender su viaje hacia Ítaca, la diosa Circe habla con él y le advierte que se encontrará con las sirenas en su camino, quienes, con sus voces, hechizan a los hombres. Los hombres, embelesados, saltan de los barcos y mueren ahogados, por lo que Circe le recomienda atarse al mástil del barco para evitar sucumbir ante estas criaturas míticas.

Ulises así lo hace y además ordena a todos los hombres de la nave taparse los oídos con cera, Por último, les exige que no lo desaten, sin importar cuánto suplique. Gracias a estas precauciones, Ulises y su tripulación logran salir ilesos del encuentro con las sirenas.

Este relato ha sido sujeto de diferentes interpretaciones metafóricas a lo largo del tiempo, siendo una de ellas que, dada nuestra vulnerable naturaleza humana, muchas veces lo que más nos conviene es atarnos de manos y limitar voluntariamente nuestro libre albedrío, pues ello nos librará de cometer acciones que nos terminen afectando. Dado que las tentaciones estarán ahí, y que será en extremo difícil no sucumbir ante ellas, es mejor limitar anticipadamente nuestro accionar, en otras palabras, es mejor atarnos de pies y manos al mástil del barco.

Esta alegoría resulta particularmente pertinente para el caso de nuestro país, donde los sonados casos de corrupción han erosionado la confianza de la población en la clase política. Y porque tales casos de corrupción, -en los que se dilapidaron los recursos del Estado-, se podrían haber evitado si las posibilidades de sucumbir a las tentaciones se hubiesen minimizado oportunamente. Es decir, si quienes ostentan el poder actuasen como Ulises, atándose al mástil del barco.

Y es que la falta de transparencia en el manejo de las finanzas del Estado, la opacidad en el uso de los recursos públicos, actúan como esas tentaciones, como esos cantos de sirena, que estimulan los abusos en el ejercicio del poder. Nuestra historia reciente ha demostrado contundentemente, que, en la medida que existan fondos públicos que no estén sujetos a una adecuada rendición de cuentas o al escrutinio público, los funcionarios se verán tentados a hacer un uso inadecuado de dichos recursos.
Es por ello que la transparencia y la rendición de cuentas en el uso de los fondos del Estado actúa como un poderoso antídoto para evitar tales tentaciones. Es la forma de atarse al mástil de quienes ostentan el poder. Y es lo que todos debemos exigir.

El fortalecimiento de la transparencia en el manejo de las finanzas públicas exige una agenda con múltiples acciones, con un compromiso político real y con un genuino involucramiento de los diferentes actores de la sociedad civil. Es mucho lo que aún se puede hacer en El Salvador. De hecho, el International Budget Partnership -que clasifica a los países de acuerdo a la transparencia en su presupuesto-, ubica a El Salvador entre los países con nivel de transparencia insuficiente.

Ciertamente se han dedicado foros completos a discutir y tratar de trazar esa agenda, pero cierro esta columna comentando una acción puntual, concreta, de exclusiva responsabilidad del poder Ejecutivo y que, de realizarse, contribuiría al tan necesario fortalecimiento de la transparencia.

Esta acción es reducir, a su mínima expresión, la partida de gastos reservados en el Presupuesto General del Estado 2020. La principal característica de la partida de gastos reservados -conocida popularmente como partida secreta- ha sido la opacidad y discrecionalidad con la que se ha manejado desde la Presidencia de la República. Esto puede y debe cambiar, y está en manos del Órgano Ejecutivo el hacerlo.

El presupuesto del Organismo de Inteligencia del Estado asciende a más de 30 millones de dólares y se clasifica como gasto reservado. A manera de referencia, la Superintendencia de Competencia -que vela por el buen funcionamiento de los mercados- cuenta con un presupuesto anual de $2.7 millones, Fosalud, con cerca de $39 millones, el Hospital Nacional Benjamín Bloom: $34 millones. Un presupuesto anual de $30 millones para la OIE es excesivamente alto en un país con las demandas sociales que tiene El Salvador.

Es cierto además que muchos países tienen partidas de Gastos Reservados, pero también es cierto que muchos de ellos cuentan con mucha mayor claridad sobre la definición de tales gastos y mejores mecanismos de fiscalización y auditoría de su ejecución. Además de definir con precisión qué se considera gasto reservado, es importante explicitar las prohibiciones. Así, por ejemplo, de ninguna manera los gastos reservados deben ser usados para el pago de sobresueldos u otra forma de compensación a servidores públicos, y deben ser auditados por la Corte de Cuentas de la República. Y en caso la información sea clasificada como reservada, deberá hacerse pública una vez venza el plazo de dicha reserva.

En definitiva, ningún gasto del Estado debe estar exento de un mecanismo de fiscalización y control. Ninguno. Es posible y necesario que el presupuesto que mandará el Gobierno a la Asamblea en septiembre de este año contemple una reducción sustancial de los gastos reservados, y que se emprenda un esfuerzo serio por definir y fiscalizar tales fondos.

Mayor transparencia es central para brindar mejores bienes y servicios a la población, y para combatir la corrupción. La transparencia ayuda a blindar a los gobernantes de las tentaciones en el poder. La reducción y control de los gastos reservados es una acción factible en la dirección correcta.

En la era de las redes sociales, conservemos nuestra humanidad. De Carmen Aída Lazo

CARMEN AIDA LAZO, decana de Economía de la ESEN, ex candidata a la vicepresidencia

10 junio 2019 / EL DIARIO DE HOY

Las redes sociales han venido a alterar profundamente la manera en la que en la que nos informamos, en la que interactuamos, la forma en la que se hace política, en fin, nuestra cotidianidad. Se trata de un impacto tan trascendental que vale la pena que, a nivel individual y colectivamente como sociedad, nos tomemos el tiempo de reflexionar y comprender la magnitud de dichas transformaciones.

Existe una creciente literatura sobre los efectos de la exposición continua a redes sociales como Facebook, Twitter, o Instagram, en la conducta de las personas y en su bienestar emocional. Así, por ejemplo, una encuesta realizada a jóvenes entre 14 y 24 años en Reino Unido reveló que estas redes sociales permiten a las personas expresarse, tener una voz, pero al mismo tiempo estas plataformas están exacerbando la ansiedad, la depresión y la exposición al “bullying”, sobre todo en los usuarios más frecuentes. Se ha encontrado también que los “likes” (los “me gusta”), que reciben las publicaciones en las redes, hacen que el cerebro libere dopamina, lo que explica que las redes sociales pueden convertirse en una verdadera adicción, por ese efecto placentero y esa emoción que produce el endoso implícito de recibir “me gusta”.PUBLICIDAD

Es bien sabido, además, que las redes están provocando que nos encerremos en verdaderas “burbujas de información”, en auténticas cajas de resonancia, en las que los contenidos a los que estamos expuestos generalmente confirman aquello en lo que ya creemos, aquello que ya sabemos. Esto se debe a la arquitectura misma de las plataformas digitales, pues los algoritmos de las redes se diseñan con el fin de mantener a la audiencia “enganchada”, lo cual se facilita cuando se nos presentan contenidos que son afines a nuestras preferencias. Esto significa que las redes no necesariamente nos están dando “más información”, sino “información que nos gusta”.

Las redes sociales sin duda pueden afectar nuestro bienestar personal, pero posiblemente el mayor riesgo que debemos evitar es que estas plataformas digitales nos deshumanicen. Y cada uno debemos estar alerta de dicho riesgo. ¿Han observado, por ejemplo, que muchas personas se permiten en Twitter mensajes que muy posiblemente no expresarían en una interacción cara a cara? Creo que más de una vez muchos nos hemos quedado alarmados por los niveles de agresividad, burla, humillación, que se manifiestan en las redes sociales. Al parecer, la sensación de anonimato y el hecho que la interacción no sea simultánea hacen que algunas personas se sientan envalentonadas para decir prácticamente cualquier cosa en las redes.

El problema está en que la deshumanización es un proceso, y como ha señalado Reneé Brown, “la deshumanización siempre comienza con el lenguaje, y es seguida de imágenes”. Deshumanización significa comenzar a tolerar que se trate a una persona o un grupo como si fuesen inferiores, por el hecho de ser etiquetados como el enemigo. Muchas de las atrocidades en la historia de la humanidad fueron precedidas por un proceso en el que se toleró una retórica deshumanizante.

Para muchas personas las redes sociales son fuente de entretenimiento, y eso en sí no está mal. El problema es que se confunda entretenimiento con tolerancia a violentar la dignidad de personas y grupos, pues entonces habremos perdido parte de nuestra humanidad.

Ante esta realidad, ¿qué podemos hacer? Claramente podemos tomar de vez en cuando distancia, y reducir el tiempo de exposición y participación en las redes sociales. Y sustituir ese tiempo con interacciones personales, cara a cara que nos permitan desarrollar empatía y forjar conexiones reales. De hecho, en su libro titulado “The Village Effect” (“El efecto aldea”), Susan Pinker demuestra cómo el contacto real, cara a cara, nos hace personas más sanas y felices, pues nos permite crear verdaderos lazos de amistad, y un sentido de comunidad.

Estemos pues conscientes del efecto que las redes sociales pueden causar en nuestra conducta, en nuestra esencia misma como seres humanos. Busquemos deliberadamente obtener información y escuchar a personas que piensan diferente para atenuar el efecto de “burbuja de información” inherente en las redes sociales. Y, sobre todo, reconozcamos que hay una realidad, ajena a Facebook o Twitter, una realidad que muchas veces queda en segundo plano por el ruido ensordecedor de las redes. Una realidad que contrasta diametralmente con la conversación en el mundo digital, una realidad que duele y por la que debemos trabajar para cambiar.

Porque nuestro paso por esta vida se mide en función de cómo impactamos positivamente otras vidas, y no por cuantos “likes” recibimos.

Mujeres y poder. De Carmen Aída Lazo

CARMEN AIDA LAZO, decana de economía de la ESEN; ex candidata a la vicepresidencia

25 mayo 2019 / EL DIARIO DE HOY

Hace unas semanas el Financial Times publicó un artículo que inicia con un título conmovedor: “Greta Thunberg: “All my life I’ve been the invisible girl” (“Toda mi vida he sido la niña invisible”). Greta Thunberg es una estudiante sueca de 16 años, nominada al premio Nobel de la Paz por su lucha contra el cambio climático, y quien se ha convertido en una inspiración para miles de estudiantes, primero en Europa y ahora en todo el mundo. Hace unos años, Greta fue diagnosticada con síndrome de Asperger y desorden obsesivo compulsivo, pero eso no la ha frenado de convertirse en esa voz genuina y poderosa que necesitaba la causa del cambio climático. El mensaje de Greta es directo y claro: están robando mi futuro.

En los últimos meses, he leído sobre la trayectoria de Greta y la he escuchado en su Ted talk sobre cambio climático. Rápidamente se ha convertido en una referente del tipo de liderazgo al que deseamos aspirar muchas mujeres en todo el mundo: un liderazgo de incidencia, no de popularidad, manteniendo nuestra esencia y autenticidad en el camino.

En el artículo, Greta admite que no le gusta estar en el centro de atención, que toda la vida fue esa niña invisible, siempre atrás, a la que nadie veía o escuchaba. Esa confesión me emocionó. ¿Cuántas veces muchas mujeres nos hemos identificado con esa sensación de invisibilidad? ¿Con ese sentimiento de no ser escuchadas? ¿Con el temor de no estar a la altura de los retos? Estoy segura de que no es algo que solo experimentamos las mujeres, pero lo cierto es que han sido muchas mujeres y jóvenes salvadoreñas quienes en conversaciones me han compartido ese mismo sentir. Sin embargo, somos muchas, las que, pese a nuestras inseguridades, queremos tener nuestra propia voz.

Pero no son solo nuestras propias inseguridades con las que muchas veces debemos de lidiar en nuestros esfuerzos por incidir, pues es innegable que aún enfrentamos un entorno muchas veces hostil. A inicios del año pasado me regalaron el libro de Mary Beard titulado Mujeres y poder: un manifiesto, un libro que recomiendo para todas esas mujeres que buscan una reflexión sobre esa relación tan compleja de las mujeres con el poder y su evolución en la historia. Beard demuestra que, a lo largo de la historia, las mujeres han sido silenciadas y apartadas sistemáticamente del acceso a espacios de poder. Naturalmente este no es un tema nuevo, pero Mary Beard tiene el mérito de utilizar una serie de ejemplos de tácticas y mecanismos —algunos inconscientes— que han sido usados, y siguen siendo utilizados, para callar a las mujeres cuando buscan tener una voz en la esfera de lo público. Una táctica común es, por ejemplo, representar a las mujeres como tontas e incapaces.

No cabe duda de que la relación de las mujeres con el poder ha mejorado sustancialmente en el último siglo, pero aún hoy en día no falta alguna figura pública local que le diga a una mujer en las redes sociales: “Cerrá la boca”. Mary Beard lo expresa así: “No importa mucho qué línea tomes como mujer, si entras en territorio tradicionalmente masculino, el abuso vendrá de todas formas. No es lo que tú digas lo que lo provoca, es el mero hecho de hacerlo” (la traducción es mía).

Entonces, ¿qué debemos hacer con esta realidad? En primer lugar, comprenderla y reconocerla con valentía. Reconocer, como señala Mary Beard, que no podemos hacer encajar fácilmente a las mujeres en una estructura de poder que ha sido tradicionalmente codificada como masculina. Lo que debemos hacer es cambiar la estructura.

Las mujeres no debemos renunciar a nuestra esencia o adoptar un estilo de liderazgo masculino para hacernos escuchar. Lo está demostrando Greta Thunberg, y también lo demostró recientemente con contundencia ante el mundo la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, con su ejemplo de sensibilidad, firmeza y humanismo, ante las masacres en dos mezquitas en ese país.

A pesar de la amplia evidencia de los beneficios de una mayor diversidad en estilos de liderazgo y del gran aporte de mujeres como Greta y Jacinda, la noción del líder sigue siendo predominantemente masculina. Hace pocas semanas les dije a mis alumnos: “A ver, piensen en una persona con liderazgo”, y luego les pregunté: “¿Quiénes automáticamente pensaron en un hombre?”. La mayoría pensó en una figura masculina. Les dije que yo pensé en Greta Thunberg, en Jacinda Ardern, en Malala Yousafzai, mujeres que reflejan el tipo de liderazgo sensible y de incidencia que nos inspira a muchas mujeres. Para mí, ellas reflejan la verdadera política, esa acción que promueve cambios en beneficio de las sociedades, en contraste con la noción de líder político arrogante, caudillista, de popularidad, “famoso”, que suele dominar las conversaciones cotidianas y la discusión en las redes sociales.

Resulta, por ende, esencial promover la constante discusión y reflexión —con participación de diferentes perspectivas y disciplinas (historia, sociología, economía, arte, etc.)—, sobre el concepto de poder, sobre la narrativa tradicional en torno al modelo de poder como algo masculino, y sobre la necesidad de redoblar esfuerzos para desmantelar tácticas y esquemas arraigados que, aún en el siglo XXI, continúan inhibiendo a las mujeres de participar en espacios de poder.

Quienes hemos tenido o tenemos la oportunidad de tener una voz en espacios mayoritariamente masculinos, estamos en una posición privilegiada para continuar empujando una agenda con mayor participación de las mujeres en espacios de toma de decisión, particularmente en la esfera pública, en la política. Una participación en la que no nos sintamos presionadas a renunciar a nuestra esencia. Estoy segura de que las mujeres aportamos una perspectiva valiosa y complementaria a los estilos de liderazgo masculinos más tradicionales. Por supuesto, siempre habrá quienes querrán callar nuestras voces, pero como dijo Maya Angelou: “no nos moverán”.

El artículo “Greta Thunberg: “All my life I’ve been the invisible girl” está disponible en: https://www.ft.com/content/4df1b9e6-34fb-11e9-ibd3a-8b2a211d90d5

Se puede acceder a esta breve intervención de Greta Thunberg en el siguiente enlace: https://www.ted.com/talks/greta_thunberg_the_disarming_case_to_act_right_now_on_climate?language=en

Voces de las mujeres salvadoreñas. De Carmen Aída Lazo

Carmen Aída Lazo, candidata a la vicepresidencia

27 noviembre 2018 / EL DIARIO DE HOY

En las últimas semanas he tenido el enorme gusto de conversar con cientos de mujeres a lo largo del país, quienes me han compartido sus aspiraciones, pero también sus historias de dolor; de igual forma me compartieron sus expectativas de los cambios que esperan en el siguiente Gobierno. Ha sido un ejercicio de mucho aprendizaje, mucha empatía y, sobre todo, mucha sororidad.

En estos talleres participaron profesoras, trabajadoras de la salud, madres solteras, profesionales, emprendedoras, amas de casa, pequeñas productoras agrícolas, artesanas, jóvenes estudiando bachillerato, pensionadas, etc. Todas con una historia de vida diferente, pero todas anhelando ver un mejor El Salvador para ellas, para sus hijos, para sus familias.

Yo les compartí a ellas algunos de los temas que, desde la Presidencia, Carlos Calleja y yo trabajaremos para brindar más oportunidades a la mujer salvadoreña; por ejemplo, las becas para que nuestras niñas y jóvenes puedan continuar sus estudios y nuestra apuesta por la infancia temprana, para que los niños tengan atención de calidad en los primeros años de su vida, y las madres que trabajan puedan dejar a sus hijos con la garantía que ellos serán bien cuidados. También conversamos de nuestro programa de vivienda digna, sobre todo para las madres solteras, quienes enfrentan enormes dificultades en el acceso a un hogar digno.

Hablamos de la necesidad de mejorar el sistema de salud, de emprendedurismo femenino y también discutimos un tema del que muchas veces no se habla pero que sufren en silencio miles de mujeres en nuestro país: la violencia contra la mujer. Conocí historias dolorosas que me hicieron consciente de la resiliencia de las mujeres salvadoreñas, pero también de la necesidad de combatir de frente este flagelo.

Yo les contaba a ellas que no sabía el nivel de agresividad que me esperaba al entrar en el mundo político y que si bien se trataba de violencia psicológica, y por ende no era comparable al sufrimiento que viven miles de mujeres en un país donde cada 10 horas una mujer es asesinada, seguía siendo violencia, sistemática y dolorosa. Al hablar del tema, varias me compartieron sus historias de violencia y me hicieron ver la necesidad de reforzar los mecanismos gubernamentales para que la mujer se sienta segura al denunciar, pues persiste mucha impunidad y —en muchos sentidos— sigue siendo un tema tabú. Hablamos de la necesidad de fortalecer el autoestima de nuestras niñas y jóvenes y de la necesidad de un enfoque integral en el abordaje de esta intolerable realidad. Ante todo, hablamos. Algo que para muchas se daba por primera vez.

Varias mujeres me dijeron que, pese a ser un tema doloroso, es un tema que hay que visibilizar, que hay que denunciar y que hay que enfrentar con valentía, pues ya no podemos permitir que lo sufran en silencio.

El tema de la violencia contra la mujer y, sobre todo, de las desigualdades estructurales que nos limitan, no es un tema que se deba electoralizar; es un tema que se debe tratar con absoluta seriedad. Pero eso demanda superar los prejuicios y el estigma que muchas veces nos inhibe a alzar nuestra voz. El derecho de la mujer de defender su propia dignidad no debe ni está sometido a su condición social o forma de pensar.

Mejorar las condiciones de vida de las niñas, jóvenes y mujeres fue una de mis motivaciones para haber ingresado a la política y representar la voz de todas esas mujeres que quieren oportunidades reales e inmediatas para superarse, autorrealizarse y sacar adelante a sus familias.

Las conversaciones que sigo sosteniendo con mujeres y jóvenes en todo el país me comprometen cada día más a trabajar por lograr el gran objetivo de brindar igualdad de condiciones a las mujeres salvadoreñas. No ha sido falta de talento lo que ha limitado el desarrollo de las mujeres en nuestro país, ha sido falta de acceso a oportunidades. Es por lo tanto un tema de justicia social al que daremos prioridad en nuestro Gobierno. Mi compromiso es ser esa voz que ponga el tema de mujer en aquellas mesas de decisión donde con demasiada frecuencia han estado ausentes.

Como bien sabemos las mujeres, el camino no será fácil, nada que valga la pena viene sin esfuerzo, pero como mujer aspirando a un cargo de liderazgo, trabajar este tema es mi deber.

P.D. Agradezco a todas esas mujeres que me han dado palabras de apoyo, que comparten sus anhelos conmigo. Gracias, me siento profundamente comprometida con todas ustedes y con nuestro país.


Mi ingreso en la política, en mis propias palabras. De Carmen Aída Lazo

No esperen de mí ser una figura simbólica u ornamental, por el contrario, mi intención es asumir un papel proactivo y representativo de las aspiraciones de la ciudadanía.

Carmen Aida Lazo, economista y candidata a la vicepresidencia

30 julio 2018 / El Diario de Hoy

Mi vida dio un giro de 180 grados hace unos días, a partir de mi decisión de aceptar entrar a la política para postularme a la Vicepresidencia de la República en las próximas elecciones presidenciales.

La avalancha de comentarios, interpretaciones y preguntas en las redes sociales y en los medios, no se hizo esperar, y me parece normal, pues claramente soy un personaje nuevo: soy alguien sin pasado político, y eso no es común, por lo que es natural que la noticia despierte todo tipo de reacciones.

Es por ello que he decidido expresar mis motivos y hacerlo en mis propias palabras. Hay amigos que me dicen que no vale la pena escribir este tipo de artículos, pues muy pocas personas los leen. Me dicen que una campaña se basa en emociones, no en racionalidad. Creo que se equivocan; muchas personas en este país se toman el tiempo de analizar perfiles y propuestas, y a partir de ello forman su opinión. Yo deseo ir presentando mis posturas y propuestas en este tipo de formato, comenzando por este primer artículo del porqué de mi ingreso a la política.

Ingreso a la política no buscando popularidad, pero sí buscando incidencia, incidencia para hacer cambios que beneficien a la gran mayoría de salvadoreños. Entro porque estoy convencida de que es mucho lo que se puede hacer desde el poder Ejecutivo al cual aspiro llegar. Porque sé que hay un amplio margen para mejorar la calidad de las políticas públicas en beneficio de la población, y porque me siento capaz de aportar en ese ámbito desde mi experiencia y formación.

Entro a la política porque cuatro partidos políticos, a quienes todos criticamos, han mostrado apertura a un perfil como el mío, proveniente de la sociedad civil. Porque cuando a uno se le presenta la oportunidad de contribuir a la renovación de la política, uno en realidad tiene dos opciones: decir que no, y seguir en la comodidad de la crítica pasiva y la descalificación desde las redes sociales; o decir que sí, lanzarse, aceptar el reto y la oportunidad de hacer cambios desde dentro del sistema. Yo opté por lo segundo, claramente consciente del enorme sacrificio para mi familia que ello implica, y también de las críticas y ataques que esta decisión provocará.

«Ingreso a la política no buscando popularidad, pero sí
buscando incidencia, incidencia para hacer cambios que
beneficien a la gran mayoría de salvadoreños»

Agradezco a los partidos que han aceptado mi origen ciudadano y mis posiciones independientes. Sé que para ellos no ha sido fácil, y lo tomo como una muestra importante de madurez y apertura. Sé que los partidos aceptarán que siga siendo crítica de su actuar, como lo he venido siendo hasta ahora.

Ingreso a la política porque comparto la visión de Carlos Calleja de que el país necesita unirse para avanzar. Con Carlos somos buenos amigos desde hace algunos años y compartimos una visión de un país unido. Creo que eso se logra en la medida en que tendamos puentes entre diferentes sectores y visiones. Yo quiero ayudar a tender esos puentes, a reducir la polarización, a promover un debate basado en ideas, donde cada propuesta sea valorada en función de su propio mérito, y no sea juzgada en función de quién la presenta.

Entro a la política por mis alumnos, y por los jóvenes, para contribuir a contrarrestar su escepticismo en torno a la política; y porque me entusiasma mucho trabajar para que encuentren más oportunidades. Como profesora he tenido el privilegio de conocer cientos de jóvenes, de ver la diferencia que marca en sus vidas el acceso a educación de calidad. Yo misma he llegado hasta donde estoy por haber tenido acceso a oportunidades, y deseo que miles de jóvenes también las tengan.

Entro a la política por las niñas y mujeres de este país, porque para el empoderamiento de ellas es importante que vean a más mujeres aspirando y accediendo a posiciones de poder. Quiero además que ellas vean que podemos ejercer posiciones de liderazgo sin renunciar a nuestra esencia, siendo empáticas y adoptando una actitud de servicio, que es la que debe asumir cada funcionario público.

Sé que no saldré ilesa de mi ingreso a la política, pues los costos personales son altísimos; pero pueden estar seguros que ingresé para marcar la diferencia, con un auténtico interés por contribuir al desarrollo de nuestro país, compartiendo la visión de unidad y meritocracia de Carlos. No esperen de mí ser una figura simbólica u ornamental, por el contrario, mi intención es asumir un papel proactivo y representativo de las aspiraciones de la ciudadanía.

De mi parte, estoy lista para luchar.