Ricardo Hausmann

“Los resultados económicos de la educación son decepcionantes”: Ricardo Hausmann

El profesor de Harvard cree que se exagera el papel de la educación en el crecimiento.

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Ricardo Hausmann es un economista venezolano radicado en Estados Unidos. Es el actual director del Centro para el Desarrollo Internacional y profesor de Economía del desarrollo en la Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard.

 

Entrevista a Ricardo Hausmann, de Miguel Jiméne, 28 junio 2015 / EL PAIS

El venezolano Ricardo Hausmann, de 58 años, es uno de los economistas latinoamericanos más influyentes. Es director del Centro para el Desarrollo Internacional y profesor de Economía del Desarrollo de la Universidad de Harvard. Participa en la I Conferencia Anual de la Industria, que se celebra este lunes y martes en Madrid. Considera que la productividad es la raíz de la desigualdad, que se exagera el papel de la educación académica en el crecimiento económico y se muestra muy preocupado por la situación de su país.

Pregunta. ¿Qué factores permiten que un país se desarrolle?

Respuesta. La producción moderna requiere de saber hacer, de conocimientos que no caben en la cabeza de una persona. Cualquier producto requiere del talento de mucha gente, es como una sinfonía. Importa ser capaz de imaginarse la sinfonía y de juntar los instrumentos, definir qué se va a producir, cuán complejo es y cómo se va a hacer. ¿Va a ser un cuarteto de cuerda o una sinfonía de Mahler? Esa es una diferencia básica cuando uno compara países ricos y pobres. Los países pobres suelen hacer pocas cosas con pocos instrumentos y los países ricos tienden a hacer muchas más cosas y para ello necesitan juntar orquestas mucho más grandes.

P. ¿Qué cambios va a suponer la digitalización para la industria?

R. Estamos en un periodo de gigantesca incertidumbre sobre cómo se van a hacer las cosas en el futuro. Ya, si uno mira en una empresa manufacturera en el mundo de hoy cuántas personas se dedican a tocar el producto frente a cuántas se dedican a diseñar, planificar, comprar, vender o administrar, el número de trabajadores que tocan el producto está cayendo. Eso es una tendencia mundial que va a seguir, como ocurrió con la agricultura.

P. Usted sostiene que se sobrevalora a la educación como motor económico

R. El mundo se enamora de alguna receta mágica que resuelve todos los problemas y llegan unos discursos maravillosos: ‘Si uno mejora la educación vamos a ser todos hermanos, más iguales, tener más crecimiento, más productividad’. A los economistas nos toca ver si los datos respaldan esa conclusión. Y los resultados son sorprendentemente decepcionantes. Gigantescos aumentos de esfuerzo en educación han tenido muy pequeños efectos en crecimiento y muchos de los países que más crecieron no se destacan como países que hayan invertido de manera especial en educación. ¿Qué es lo que no estamos viendo? Que el grueso de las cosas que las empresas necesitan no son cosas que se aprenden en la escuela. Para trabajar se necesita el saber hacer, que es algo que se aprende muy marginalmente en la escuela y mucho en el aparato productivo. Chile puede abrir una facultad de ingenieros aeronáuticos, pero en Chile no se hacen aviones. En cambio, en México sí hacen aviones, así que si sus ingenieros van a aprender algo en la escuela y crecer mucho en la empresa. El aparato productivo puede tirar de la educación, pero la educación no puede empujar al aparato productivo. Yo soy venezolano y mejorando la educación va a haber muy pocos beneficios porque no es la educación lo que le falta a Venezuela, sino que incluso los educados terminan yéndose del país.

P. Usted ha criticado la tesis de Piketty sobre el papel del capital en la desigualdad con este concepto del saber hacer.

R. La desigualdad me preocupa mucho. Hay unas gigantescas diferencias entre países y dentro de los países, pero no se deben tanto a que el capital se lleva mucho dinero y los trabajadores, poco, sino a que en distintas partes se produce con productividades muy distintas. Hay una gigantesca desigualdad de la productividad. No se trata de que alguien se esté beneficiando por el esfuerzo de trabajadores a los que les rinde poco. La baja productividad es una pérdida de tiempo y de esfuerzo de la gente. Una política basada en incorporar a la gente a la productividad lleva a un crecimiento más igualitario, más inclusivo. Es un planteamiento muy diferente al de los que dicen: hay que crecer, pero hay que repartir. Eso es como decir: tú vas a ser toda la vida improductivo y nosotros te vamos a compensar por tu improductividad, pero no te vamos a incorporar a la productividad. Yo creo que eso como política es sustancialmente inferior y trata a la gente con mucha menor dignidad.

P. ¿Cómo se puede mejorar la productividad?

R. La producción requiere que haya muchas cosas y la carencia de muy pocas cosas hace que la productividad colapse. Imagínese como caería la productividad en su empresa si un día falla la luz, o no funcionó el metro… Los Gobiernos pueden poner algunas cosas en todos los lugares o todas las cosas en algunos sitios. Si uno pone algunas cosas en todos los sitios, garantiza que la productividad va a ser baja en todas partes. Va a rendir más poner todas las cosas en algunos sitios, y se crean esos polos de crecimiento, pero la gente que no está en ellos se queda atrás. El reto es cómo hacemos que estos polos de crecimiento se amplíen a más gente, incorporar el mayor número de gente posible a las redes que permiten la productividad.

P. ¿Cuáles son los casos de éxito y de fracaso en Latinoamérica?.

R. Yo terminé mi doctorado en 1981, justo a tiempo para la década perdida. Hubo mucho énfasis en resolver esos problemas de origen macroeconómico y algunos países han hecho un avance fabuloso en ese terreno. Y ahí yo pondría a México, a Colombia, a Perú, a Chile, a Uruguay… Pero han generado sorprendentemente poco crecimiento con respecto al que me hubiera imaginado en esa época si me dicen que iban a tener esa estabilidad macroeconómica. Yo imaginaba que no iba a ser posible, pero que de ser posible, llegábamos al paraíso terrenal. Y no llegamos. Eso me hizo pensar que además de estos temas macro había asuntos más importantes que determinaban el crecimiento. En América Latina pecamos y pagamos un costo grande por no tener una política más enfocada en la transformación productiva de las actividades, en la incorporación de tecnología, de conocimiento.

P. ¿Y qué países lo han hecho peor?

R. Es algo muy doloroso para mí. Yo he visto una destrucción de mi país, de Venezuela, de una magnitud difícil de imaginar. La destrucción de la capacidad social, de producción, de emprendimiento, de organización del país es asombrosa. Cuando yo nací, Venezuela se estaba llenando de inmigrantes españoles, italianos, portugueses porque era un país de oportunidades. Hoy, España tiene una renta per capita que es algo así como cinco veces la de Venezuela. El mundo se dio la vuelta. Creo que parte de ese fracaso viene de antes del régimen de Chávez, de una sociedad que se acostumbró a vivir del petróleo y cuando el petróleo ya no rentaba tanto, no supo transformarse e implosionó. En vez de encontrar otras vías de crecimiento nos metimos en esta aventura en la que nos metió Chávez, de endeudamiento combinado con una subida del precio del petróleo, para seguir más por el camino que no nos iba a llevar a ninguna parte. El mundo debería estudiar el caso venezolano para aprender qué no hacer.

P. ¿Qué cree que ocurrirá?

R. La economía venezolana no se va a recuperar mientras esté este Gobierno, porque se ha ganado merecidamente la reputación de no respetar los derechos de propiedad, las normas de mercado, de no pensar que la gente tiene derechos y ante esas condiciones nadie puede apostar por el país. No puede venir la recuperación porque nadie puede invertir, nadie puede esforzarse, no se dan las condiciones No creo que pueda haber una recuperación de la sociedad venezolana sin un cambio político. Y desafortunadamente el mundo no tiene mecanismos de censura, de castigo, cuando los Gobiernos se salen del marco democrático y violan descaradamente las normas. Los Gobiernos de América Latina han estado fundamentalmente ausentes de hacer cumplir cosas como la carta democrática. La realidad es que no hay el compromiso político de América Latina con la democracia. Yo quiero agradecer a Felipe González y a los expresidentes de América Latina que se han expresado sobre Venezuela, pero en ausencia de presión internacional, cuando todos los mecanismos de la democracia desaparecen, los países pueden estar muchísimo tiempo en condiciones de opresión, como ha ocurrido en Cuba o en Zimbabue.

 

El problema de Grecia no es la austeridad. De Ricardo Hausmann

Reproducimos un análisis que Ricardo Hasumann, ex-ministro de planificación de Venezuela y analista jefe del BID, actualmente profesor de Desarrollo Económico de Harvard, publicó en marzo de este año. (Segunda Vuelta)

ricardo hausmannRicardo Hausmann, 3 marzo 2015 / PROYECT SYINDICATE

CAMBRIDGE – Al mirar por una ventana, es fácil engañarse y ver más del reflejo de uno mismo que del mundo exterior. Esto parece suceder con los observadores estadounidenses que al mirar el caso de Grecia se ven influidos por el debate fiscal de su propio país.

Por ejemplo, para Joseph Stiglitz, la austeridad en Grecia es una cuestión de opción ideológica o de mal uso de la ciencia económica, al igual que en los Estados Unidos. Según este punto de vista, quienes favorecen la austeridad deben estar obsesionados con esta errada teoría, dado que existe una alternativa más suave y amable. ¿Por qué elegir la austeridad cuando partidos como Syriza en Grecia y Podemos en España ofrecen una vía sin dolor?

La pregunta obedece a una lamentable tendencia a confundir dos situaciones que son en extremo diferentes. La cuestión en Estados Unidos era si debía endeudarse un gobierno que podía obtener créditos con tasas de interés extremadamente bajas, en medio de una recesión. Por el contrario, Grecia acumuló una deuda fiscal y una deuda externa de gran envergadura en tiempos de auge, hasta que los mercados dijeron «basta» en 2009.

En ese momento, para permitir que Grecia redujera de manera gradual su exceso de gastos, se le proporcionaron montos inauditos en asistencia financiera altamente subsidiada. Pero en la actualidad, después de tanta generosidad europea y mundial, Stiglitz y otros economistas consideran que se debe condonar parte de la deuda griega para dar cabida a nuevos gastos.

Pero la verdad es que la recesión en Grecia no tiene mucho que ver con una carga de deuda excesiva. En términos netos, hasta el 2014 el país no pagó ni un euro en intereses: con los préstamos que recibió de parte de fuentes oficiales a tasas subsidiadas le alcanzó para pagar con creces el 100% de los intereses adeudados. Se supone que esta situación experimentó un ligero cambio en 2014, el primer año en que Grecia hizo una pequeña contribución al pago de esos intereses, después de registrar un superávit primario de apenas el 0,8% del PIB (o el 0,5% de su deuda de 170% del PIB).

La experiencia de Grecia pone de manifiesto una verdad sobre la política macroeconómica que con demasiada frecuencia se pasa por alto: el mundo no está dominado por los que practican la austeridad, sino que, por el contrario, a la mayor parte del mundo le cuesta cuadrar sus cuentas.

Los últimos adelantos de la economía conductual muestran que todos tenemos graves problemas de auto control. Y la teoría de los juegos explica por qué actuamos de manera todavía más irresponsable al tomar decisiones grupales (debido al problema de los comunes). Los déficits fiscales, al igual que un embarazo indeseado, son la consecuencia accidental de acciones emprendidas por más de una persona, que tenían otros objetivos en mente. Y la causa primordial de los problemas de Grecia fue la falta de control fiscal.

Es decir, la cuestión no reside en que la austeridad en Grecia se haya implementado y haya fracasado. Se trata de que a pesar de una generosidad internacional sin precedentes, la política fiscal se encontraba totalmente fuera de control y necesitaba profundos ajustes. El gasto insuficiente nunca fue el problema. Desde 1998 a 2007, el crecimiento anual per cápita del PIB en Grecia promedió el 3,8%, ocupando el segundo lugar de Europa Occidental después de Irlanda.

Pero para 2007, Grecia gastaba más del 14% del PIB por sobre lo que producía, la brecha de este tipo más grande de Europa – más del doble que la de España y el 55% más alta que la de Irlanda. En estos últimos dos países, sin embargo, la brecha obedeció al auge de la construcción; la adopción del euro dio acceso a hipotecas mucho menos costosas. En Grecia, por el contrario, la mayor parte de la brecha fue de orden fiscal y no se aplicó a las inversiones sino al consumo.

Las vías de crecimiento insostenibles suelen terminar con una parada súbita de los flujos de capital, lo que obliga a los países a ajustar sus gastos a su ingreso. En Grecia, sin embargo, la munificencia sin precedentes de los prestamistas oficiales hizo que el ajuste fuera más gradual que en Lituania o Irlanda, por ejemplo. De hecho, incluso después de la llamada depresión de Grecia, desde 1998 su economía ha crecido más, en términos per cápita, que la de Chipre, Dinamarca, Italia y Portugal.

La parada súbita siempre es dolorosa: la economía aún no descubre una cura para la resaca. Pero la forma de minimizar el dolor es reducir el gasto sin reducir la producción, lo que requiere vender a terceros lo que los residentes ya no puedan adquirir. Es decir, a menos que Grecia eleve sus exportaciones, el recorte del gasto va profundizar la recesión de la misma forma en que los multiplicadores keynesianos incrementaron el alza de la producción en la fase de endeudamiento.

El problema es que Grecia produce muy poco de lo que el mundo desea consumir. Su exportación de bienes incluye, principalmente, frutas, aceite de oliva, algodón crudo, tabaco y algunos productos de petróleo refinado. Alemania, que según muchos debería incrementar sus gastos, importa de Grecia sólo el 0,2% de sus bienes. El turismo es una industria establecida con muchos competidores regionales. El país no produce maquinaria, como tampoco artículos electrónicos ni productos químicos. De cada US$10 del comercio mundial de la tecnología de la información, Grecia representa el US$0,01.

La estructura productiva de Grecia nunca fue suficiente como para que el país llegara a ser lo rico que fue: sus ingresos estaban inflados por los préstamos masivos que recibió y cuyos fondos no se emplearon en mejorar su capacidad productiva. De acuerdo al Atlas de Complejidad Económica, del que soy coautor, en 2008 Grecia era el país con la mayor brecha entre su ingreso per cápita y el contenido de conocimiento de sus exportaciones de una muestra de 128 países.

Desde entonces, gran parte del debate se ha enfocado en lo que Alemania, la Unión Europea o el Fondo Monetario Internacional debe hacer. Pero en el fondo, si Grecia quiere crecer, necesita desarrollar sus capacidades productivas. El difuso conjunto de reformas estructurales que prescribe su actual acuerdo de financiación no va a lograr esto. En su lugar, Grecia debería concentrarse en políticas activas para atraer firmas competitivas a nivel mundial, un ámbito sobre el que Irlanda tiene mucho que enseñar – y Stiglitz cosas sensatas que decir.

Desgraciadamente, esta idea no es compartida por muchos griegos (ni españoles). Una pluralidad de los primeros votó por Syriza, que en su estrategia de crecimiento ni siquiera menciona las exportaciones sino que quiere reasignar recursos a aumentos de sueldos y subsidios. Sería acertado recordar que con Stiglitz como animador y Podemos como asesores, Venezuela no se salvó de su actual catástrofe hiperinflacionaria.

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