Rodrigo Molina

¿Por qué no progresa El Salvador? De Rodrigo Molina

rodrigoRodrigo Molina, 12 agosto 2016 / EDH

La política salvadoreña está atascada en el pasado. Sobre ella reinan ideologías desfasadas que responden a conflictos geopolíticos obsoletos. Visiones ideológicas que sobre simplifican la realidad humana. Que ofrecen soluciones anacrónicas y simplistas a los problemas complejos de nuestro presente. Que generan conflictos en nuestra sociedad que solo benefician a aquellos que se privilegian del poder político.

En El Salvador nada cambiará hasta que los ciudadanos dejemos de servir de títeres a las élites políticas que luchan por mantener su poder. Somos los ciudadanos quienes hemos aceptado ser parte de este juego al caer en el tribalismo y la confrontación estéril que las élites políticas promueven en este gran circo que es la política salvadoreña.

diario hoyNos vestimos de banderas, cantamos himnos de guerra, lanzamos dedos acusatorios y contra acusatorios, defendiendo ciegamente a nuestra tribu, siendo partes todos de un gran reality show que nos hartamos en televisión y prensa todos los días. ¿Para qué? ¿Con qué fin? ¿Para que sean unos o sean los otros los que mamen de la teta del Estado?

La ciudadanía ha sido privada de sus derechos. El sistema está amañado a favor de aquellos que por demasiado tiempo han llevado las riendas de nuestra patria. Es tiempo que los ciudadanos retomemos el control sobre nuestras vidas y sobre nuestro país.

Para hacerlo, primero debemos librarnos de las cadenas ideológicas que aprisionan a nuestras mentes. Debemos trascender las telarañas mentales y construir una nueva visión ideológica. Una verdadera ideología ciudadana que ponga primero nuestros derechos y luche frontalmente contra los privilegios y la corrupción de las élites de poder.

El Salvador no progresa porque el sistema político está estructurado para privilegiar a las minorías que logren controlar el aparato estatal. Porque el sistema incentiva así la confrontación y la lucha constante por el poder. Y porque nosotros, los ciudadanos, ciegamente aceptamos ser marionetas en dicha lucha. Si seguimos jugando el mismo juego, nada cambiará, y El Salvador nunca progresará.

¿Quién dice que debemos seguir jugando bajo las mismas reglas que han normado el juego político hasta hoy? ¿Quién dice que las cosas se tienen que seguir haciendo de la forma que se han venido haciendo? Nosotros mismos caemos en la trampa de venerar las cosas como son por el simple hecho de que así han sido. Es tiempo que rompamos los moldes ideológicos y políticos que se han establecido y perpetuado en nuestro país.

¿A quién le debemos lealtad más que a nosotros mismos como ciudadanos? ¿Por qué debemos seguir dividiéndonos según los colores y las etiquetas que se establecieron en el pasado? ¿Por qué seguirle rindiendo culto al tribalismo de nuestros partidos políticos? Es tiempo que aquellos que creemos en la libertad, en los derechos ciudadanos, en la dignidad del ser humano, en el potencial creativo del individuo, en la tolerancia y la aceptación y, ante todo, en nosotros mismos, construyamos una nueva identidad.

Ser político o pertenecer a un partido no es pecado. Por el contrario, la participación política es de suma importancia, y los partidos uno de sus vehículos principales. A lo que debemos renunciar es la tribalismo partidario, a las ideologías anacrónicas y a la ciega confrontación que promueven las élites que hoy por hoy controlan el poder. Reconozcamos que los partidos y la política solo son vehículos. Lo que importa es lo que cada uno de nosotros cree y hace como individuo.

Seamos artífices de esta nueva Ideología Ciudadana. Trascendamos las divisiones del pasado. Unamos nuestras voces en la lucha, no por el poder, sino por el respeto a nuestros derechos. Démonos cuenta del poder que tenemos como individuos. Del poder de nuestras voces y nuestras plumas. Del poder de nuestro ejemplo. Si de esta forma construimos una verdadera cultura ciudadana, pronto los cimientos de las estructuras de poder actuales se empezarán a derrumbar.

@RodrigoMolinaR

Receta para un movimiento político. De Rodrigo Molina

Rodrigo Molina Rochac es publicista y miembro del COENA de ARENA

Rodrigo Molina, 8 julio 2016 / EDH

Si todos sabemos que ninguna opción política nos está ofreciendo lo que nuestro país necesita, ¿qué características debería tener un nuevo movimiento político para quebrar el estancamiento actual?

No importa si se origina completamente ajeno a los partidos y movimientos políticos actuales, o como una nueva tendencia dentro de algo ya existente. Ni siquiera si resulta inclinarse más a la derecha o a la izquierda. Al final de cuentas, la mayoría de ciudadanos han dejado de identificarse con los bandos establecidos. A la gran mayoría de personas les une la frustración con las opciones políticas actuales y la preocupación sobre el futuro del país y de sus familias.

Aquí un par de ideas sobre los principios centrales que deberían dar forma a un movimiento político moderno que pueda darle voz a una ciudadanía decepcionada, frustrada y justamente indignada:

Tajantemente Anti-Corrupción 
diario hoyLos partidos políticos se han vuelto, en el mejor de los casos demasiado tolerantes, pero inclusive posibles cómplices directos, de una descarada cultura de corrupción. No se trata de casos particulares. La corrupción se ha institucionalizado en todos los aspectos de nuestro sistema político.

Hasta quienes han tenido la intención de “limpiar” la política han considerado necesario hacer ojo pacho “temporalmente” de “ciertas aberraciones” mientras promueven sus cambios políticos. El problema es que esas “aberraciones” se han vuelto el centro del cálculo político en las entrañas de nuestro sistema.

Un nuevo movimiento, si quiere verdaderamente promover un cambio real en nuestro país, debe denunciar la corrupción, venga de donde venga, no solo a conveniencia como hacen los actores de hoy. La corrupción es un cáncer que ha infectado a todos los colores y todas las banderas políticas, y requiere de una batalla frontal y consistente.

Incluyente y Progresista
La política de la exclusión, del conflicto y del odio es la política del pasado. En el pasado, el temor y el odio era una forma efectiva de cohesionar apoyos políticos. Pero esa política requiere de la ignorancia para seguir siendo exitosa. Estas tácticas, a las cuales recurren constantemente nuestros partidos políticos, son cada día más autodestructivas.

Un nuevo movimiento debe ser ante todo humanista, reconociendo al ser humano como el fin máximo de la política, y no como una simple herramienta en la búsqueda del poder. Debe reconocer que todos somos seres humanos, sin distinciones, sin importar nuestra diferencias, y que todos debemos ser respetados como tales. Entender también que de la diversidad y la creatividad surge la innovación que promueve el desarrollo.

Realista y Responsable 
Las propuestas de la política actual, sean del color y sabor que sean, están llenas de falacias, fantasías y sencillamente mentiras. Estas son formuladas con objetivos electorales en mente, y no en base a las realidades que enfrenta nuestro país.

Un nuevo movimiento debe tratar a los ciudadanos con respeto, no como una bola de idiotas que no sabe distinguir entre la realidad que viven y las fantasías que los políticos venden. Debe estar dispuesto a decir las cosas como son, haciendo propuestas apegadas a la realidad y a la capacidad que un gobierno  tiene realmente de solucionar las cosas. Debe, ante todo, renunciar a los populismos baratos a los cuales recurre la política actual.

 Fe en el Ser Humano
Atado cercanamente al populismo del punto anterior, está el paternalismo de estado, que ve a las personas, especialmente a los pobres, como niños incapaces de cuidarse a sí mismos y de tomar decisiones por su cuenta. Esta política recurre a las dádivas para subsidiar la pobreza, en vez de a políticas que verdaderamente empoderen a las personas a construir y salir adelante.

Un nuevo movimiento debe estar fundamentado en la certeza que todos los seres humanos tienen la capacidad de salir adelante y ser verdaderos motores de progreso con tan solo ofrecerles las condiciones necesarias para lograrlo. No se trata de regalarle nada a las personas. Se trata de asegurar las condiciones para contar con una educación efectiva, para promover el ahorro y la inversión, y para fomentar el trabajo, la creatividad y la innovación.

Estos son cuatro principios que fundamentan una nueva visión para la política. Pero ante todo, es esencial despojarnos de ese estúpido tribalismo que nos dicta que hemos de ser leales a una bandera antes que a las ideas que fundamentan nuestros  principios y convicciones.

No es necesario esperar que alguien más cree este movimiento. El movimiento somos todos nosotros. Lo que necesitamos es confiar más en nuestra capacidad de ser individuos influyentes, promover más claramente estas ideas y demandar que nuestros líderes se adapten a estas nuevas visiones, o que se aparten del camino.

Liberal sin excusas. De Rodrigo Molina

Rodrigo Molina Rochac es publicista y miembro del COENA de ARENARodrigo Molina, 10 junio 2016 / EDH

Nuestro sistema político y representativo está en crisis. Es evidente cuando, por un lado, la ciudadanía está sumamente decepcionada con su Gobierno y sus funcionarios, pero por el otro, claros que el país va en una dirección equivocada, no logran ver en la oposición política una alternativa viable. Esta no es una opinión personal, es lo que nos dicen los números.

Y la ciudadanía tiene razón. ¿En quién creer cuando ya nadie representa nada? Cuando la diferencia más grande es entre los que tienen el poder y aquellos que aspiran a tenerlo, sin poder ver claramente el por qué se aspira a ello. Lo más fácil es asumir que se aspira al poder, para beneficiarse de él. ¿Pues no es eso lo que se ha visto? El problema no es de quien duda, sino de quien ha olvidado lo que representa y en lo que cree.

El problema es que la política se ha olvidado de las ideas. De las ideas de verdad, de aquellas que se fundamentan en convicciones profundas y claras, no de esas que se utilizan a conveniencia para pasar leyes, ganar elecciones o simplemente para oponerse al contrincante. Ideas que significan algo real. Por las que uno estaría dispuesto a sacrificar cualquier cosa. Ideas que son más importantes que ganar una elección, o subir en las encuestas, o mantener los privilegios del poder. De esas ideas quedan bien pocas en nuestro país.

diario hoyTal vez antes de decir que somos de tal o cual partido, antes de decir que somos de derecha o izquierda, antes de decir que somos opositores, o apartidarios, o prosistema, o antisistema, o de sociedad civil, o independientes, o cualquier otra cosa; tal vez antes de etiquetarnos a nosotros mismos por estar en contra de algo o de alguien, debemos tener claro qué ideas representamos. No en base a quién es mi amigo o mi enemigo. No en base a que si soy parte del poder o estoy en contra de él. No en base a si es popular, o tradicional, o si ganará elecciones. Si no en base a lo que nos mueve, a lo que nos apasiona, al tipo de mundo que queremos construir.

Empezaré yo.

Yo creo en la libertad. Pero no en ese concepto trillado y romántico que se ha utilizado en incontables prosas y campañas políticas. No en esa etiqueta que se ha utilizado para justificar o promover agendas políticas que esconden intereses ajenos. No en la libertad conveniente que algunos quieren para lo que les sirve, pero no cuando no les parece. Pobre la idea de la libertad, tan prostituida y atropellada. Utilizada para justificar cualquier cosa y para maquillar a cualquier político.

Yo creo en la libertad de verdad. En la libertad plena del individuo. Sin matices, sin excusas, sin justificaciones. Creo que ningún político tiene por qué meter al gobierno en nuestros negocios o en nuestros hogares. No tienen por qué meter mano ni en nuestros bolsillos, ni en nuestros dormitorios.

Creo que todos tenemos el derecho a ser diferentes. Es más, celebro nuestras diferencias. De la diversidad surge la creatividad y la innovación, y solo así progresan nuestras sociedades. Creo en el potencial transformativo de la imaginación y la rebeldía. Creo que para construir grandes cosas nuevas, es necesario destruir viejos y desgastados dogmas.

Así, los liberales, los de adeveras, los sin excusas, somos humanistas, porque consideramos que el ser humano y su bienestar debe ser siempre el punto central de nuestro análisis y acción, y progresistas, porque somos sumamente optimistas sobre lo que el ser humano puede lograr y hacia dónde puede avanzar. Nos dan alergia los populismos de la izquierda, pero de igual manera los paternalismos de la derecha, y ante todo, el clientelismo del cual todos se bañan. Creemos en la libre empresa, pero no somos pro empresas. Creemos en la igualdad, pero no en la que se impone a la fuerza. No cabemos cómodamente ni de un lado, ni del otro.

Somos idealistas y optimistas, a veces poco pragmáticos, y rara vez muy populares. Pero no buscamos ganar concursos de belleza. Nuestro objetivo no es ganar elecciones. Creemos en las ideas. Nos apasionan las ideas. Creemos en un mundo mejor, y sentimos que tenemos la responsabilidad de transformar la realidad que nos rodea. Sentimos la responsabilidad de ejercer una influencia positiva en la sociedad a través de nuestras pasiones y nuestras convicciones.

Así con nuestros libros, nuestra música, nuestro arte, nuestra moda, y con nuestras vidas en general. Podemos ser controversiales. Podemos ser inconvenientes. Podemos ser incomprendidos, incluso reprochados. Pero en eso creemos, y así decidimos vivir nuestras vidas y ejercer nuestras pasiones. Porque sabemos que así se construye un mejor mundo.

¿Y tú en qué crees?

Una crítica idealista al idealismo. De Rodrigo Molina

rodro molina

Rodrigo Molina, publicista y miembro del COENA de ARENA

Rodrigo Molina, 6 febrero 2016 / EDH

Siempre he creído que es importante aceptar nuestras propias culpas antes de apuntar un dedo a los demás. De lo contrario, nuestras críticas y acusaciones tienden a ser un reflejo de nuestras propias deficiencias. Si empezamos aceptando nuestros errores, nuestras debilidades, nuestras deficiencias, etc., seremos capaces, primero, de rectificar nuestro rumbo y trabajo, y segundo, de hacer una crítica y una evaluación mucho más sensata del entorno en el que vivimos y los cambios que necesitamos.

Tiempos difíciles y complicados como los que vivimos, requieren más que nunca de sensatez y madurez política, para poder desentrampar a nuestra nación de esta situación tan crítica que vivimos.

En nuestro país, hemos abrazado nuestras ideologías como dogmas políticos, en vez de como guías que nos permitan explorar y buscar soluciones para las necesidades reales del mundo moderno. Nuestros marcos interpretativos han quedado completamente desfasados a la naturaleza de la realidad que enfrentamos. Interpretamos así conflictos que son un reflejo de la problemática social del pasado, y a través de ello, los perpetramos.

diario hoyLos conflictos de los cuales somos testigos entre y dentro de los partidos políticos, no son un reflejo de los intereses y las necesidades de nuestro país y su población. Por el contrario, son poco más que un juego de ajedrez entre aquellos que buscan ostentar y utilizar el poder. La ideología se ha convertido de esta forma en un telón, una justificación o racionalización, de los juegos de poder que se desenvuelven detrás de escenas.

Tomaré un paso más allá que Lord Acton, quién acertadamente nos decía que el poder corrompe. Yo le agregaré que el poder enferma. Enferma el alma de los individuos que lo desean. Enferma a las sociedades que se dejan enamorar por sus dogmas. Enferman al ser humano, y le roban de su capacidad de ver sensata e imparcialmente a su prójimo, a su comunidad y al futuro.

Aceptemos que estamos enfermos, y que el único tratamiento que nos empezará a sacar de esta condición es una fría dosis de honestidad.

Personalmente, creo que aquellos que hemos de alguna forma entrado en el ámbito político con el auténtico deseo de cambiar las cosas, nos hemos quedado muy cortos en exponer estas realidades. Hemos sido idealistas al pensar que las dinámicas políticas actuales se pueden cambiar desde la misma dinámica política, detrás de puertas cerradas, para poder salir luego triunfantes como heraldos de un nuevo futuro.

He llegado a la conclusión de que no es posible cambiar a la política desde la política. No estoy diciendo que no es loable el trabajo que muchos están haciendo desde el ámbito político. Lo que sí estoy diciendo es que la política nunca será más que el reflejo de los valores sociales de la misma ciudadanía. Mientras no cambie nuestra cultura política cómo sociedad, en el balance de la dinámica política seguirán imperando los intereses del poder por sobre las visiones de reforma.

Los liderazgos políticos con auténticas visiones de reforma deben volverse más públicos en su vocería. Deben exponer más claramente la podredumbre que enfrentan dentro del sistema y verbalizar de forma más concreta los cambios que son necesarios en nuestro país. La única forma en que se podrá inspirar a la ciudadanía, y darle forma a una nueva conciencia colectiva y a un nuevo conjunto de valores sociales, es mostrando la valentía de enfrentar públicamente al status quo, de atreverse a ir en contra de las dinámicas de poder establecidas, de arriesgar el capital político propio en función de la verdad y la sensatez.

Esto no se trata de lanzar dedos acusatorios a los contrincantes políticos. Eso es fácil, y añade gasolina a la cultura de confrontación y conflicto que tanto favorece a las dinámicas de poder establecidas. Se trata de tener la valentía de asumir la responsabilidad de ser un vocero de la honestidad y la sensatez, inclusive cuando eso implique arrojar la luz en los rincones más oscuros de nuestras propias casas.

Tenemos que darnos cuenta, que para transformar nuestro futuro, es más importante inspirar a la ciudadanía y crear con nuestro ejemplo nuevos valores sociales, que lograr victorias políticas y electorales.

No aspiremos a ser poderosos. Aspiremos a ser influyentes a través del liderazgo de nuestro ejemplo, y serán nuestras ideas las que se vuelvan poderosas.

La política no es suficiente. De Rodrigo Molina

Lo he dicho antes. La condición política de un país no es más que el reflejo de la cultura social de sus ciudadanos.

Rodrigo Molina Rochac es publicista y miembro del COENA de ARENA

Rodrigo Molina Rochac es publicista y miembro del COENA de ARENA

Rodrigo Molina, 15 enero 2016 / EDH

La dinámica política, dentro de un entorno democrático, reflejará siempre la voluntad, el compromiso, el sentido de corresponsabilidad, la visión de futuro, los principios y las convicciones con las cuales los ciudadanos viven sus vidas y se desarrollan socialmente. La política es un espejo de los valores sociales colectivos de un pueblo. Si en nuestro gobierno, nuestro parlamento y nuestras cortes imperan la corrupción, el aprovechamiento, los intereses particulares, la confrontación y el conflicto, es porque así nos hemos desenvuelto socialmente como país. Si no somos capaces de darnos cuenta de esto, de aceptarlo con todas sus implicaciones, de asumir nuestra responsabilidad individual ante ello, nunca tomaremos el primer paso. Nunca lograremos transformar nuestra realidad.

La política puede y debe ser un vehículo de cambio. Pero es imposible que el cambio se genere desde la política. Los cambios deben generarse necesariamente desde el individuo. No desde el político. No desde las instituciones. No desde los gobiernos. Los cambios inician dentro de cada miembro de la sociedad. Desde cada uno de nosotros. Insisto, no debemos, no podemos, evadir nuestra responsabilidad individual. No hay diario hoylibertad sin asumir la responsabilidad de las consecuencias de nuestras decisiones, comportamientos y costumbres. Las excusas y justificaciones con las cuales evadimos e ignoramos nuestra responsabilidad son la peor esclavitud a la cual nos sometemos los seres humanos.

Nuestro fracaso yace en los cuentos que nos hemos contado. Las narrativas que hemos construido sobre quiénes somos como país y sobre por qué nos encontramos donde nos encontramos, siempre buscan culpar a alguien más. Sean los oligarcas, los comunistas, los corruptos, los incapaces, los imperialistas, etc., etc. El cuento tiene muchos villanos. También muchas víctimas. Todos nos queremos proyectar como esas víctimas. Todos esperamos que un héroe nos venga a salvar. Que aparezca en su caballo blanco, con la verdad en una mano, y en la otra la espada con la que castigará a los culpables. Pero los culpables somos nosotros, y ese gran héroe nunca aparecerá.

Nunca cambiarán las cosas si no cambiamos los cuentos con los cuales interpretamos nuestra realidad. Olvidémonos ya de los villanos y supuestos héroes que de un lado y del otro hemos inventado. Olvidémonos ya de esa estúpida idea de que somos víctimas y que la realidad está fuera de nuestro control. Démonos cuenta que somos un pueblo de potencial y oportunidades desperdiciadas por las decisiones y los comportamientos que todos asumimos diariamente. Olvidémonos de pensar que los cambios surgen desde la política, y que lo único que podemos hacer nosotros en nuestra cotidianidad es criticar y atacar al contrincante.

En nuestras manos está la responsabilidad de crear una cultura diferente. Debemos cultivar diariamente la ambición de ser mejores individuos. De celebrar el éxito en nosotros mismos y en aquellos que nos rodean. De aceptar la corresponsabilidad del bienestar mutuo en nuestro entorno diario. De fortalecer el tejido social a través de nuestro involucramiento, en nuestras comunidades, en nuestras iglesias, en nuestros equipos deportivos, clubes sociales, movimientos y organizaciones. Apreciar y promover la lectura, la música, el arte y todas las formas que dan expresión al individuo y amplían nuestras mentes a mundos y posibilidades con los cuales de otra forma no hubiéramos podido soñar.

Solo así cambiará nuestro país. Solo si cada uno de nosotros asume la responsabilidad de ser líder con su ejemplo. De ser influyente mediante su obra diaria. Los políticos seguirán nuestros pasos por necesidad. Los grandes cambios evolucionarán por obra de ello. No habrá transformaciones mágicas. No habrá héroes grandiosos que salven nuestra patria, ni mártires gloriosos que con su sacrificio den vida a la utopía. Seremos todos, debemos ser todos, arquitectos y constructores de un futuro diferente, y lo lograremos si, y solo si, lo construimos primero dentro de nuestras propias almas.

Seguridad y sentido común. De Rodrigo Molina Rochac

Proteger la vida y la seguridad de las personas es la primera responsabilidad de un Estado y en esto, está fallando rotundamente. Es urgente que este Gobierno deje de atacar a sus opositores políticos y se deje ayudar.

rodro molina

Rodrigo Molina, publicista y miembro del COENA de ARENA

Rodrigo Molina Rochac, 22 agosto 2015 / EDH

Nuestro país está colapsando en un espiral de violencia. Cada mes somos testigos de nuevos récords de asesinatos. El Salvador se está hundiendo en la sangre de sus ciudadanos, y hasta el momento no vemos luz que nos indique que las cosas puedan cambiar. Por el contrario, nuestras autoridades, en vez de enfocar sus esfuerzos, sus capacidades y su creatividad en buscar verdaderas soluciones a la situación que vive nuestra patria, se dedican a atacar a sus contrincantes, a construir excusas y justificaciones, y a distraer con teorías conspirativas. Nos deja la impresión que las autoridades están más interesadas en mantener y consolidar su poder, que en solucionar los problemas que enfrenta la población.

La crisis de inseguridad y violencia que vivimos no se solucionará con spots de televisión que nos digan que la seguridad es responsabilidad de todos. No se solucionará con comités, comisiones o planes de trabajo que quedan en papel. Tampoco se solucionará amenazando a los medios de comunicación o presionándolos a que pinten una visión falsa de la realidad. Tampoco se solucionará intentando que la población piense que los opositores del gobierno son responsables de la violencia o con fantasmas de golpe de Estado.

Otras voces solicitan ya estados de sitio y pena de muerte, ante la desesperación que vive día a día la población. Es fácil entender que la ciudadanía apoye este tipo de medidas ante el agobio y el temor que enfrentan constantemente. Pero el impacto de este tipo de medidas fuera poco más que mediático. No son suficientes para contrarrestar los causantes reales del problema que enfrentamos. El fenómeno de las maras y de la violencia social es sumamente complejo, con raíces que se han arraigado en nuestras comunidades, nuestras instituciones y en la mente de un gran número de jóvenes en nuestro país. Para poder empezar a encontrar soluciones reales, debemos tomar en cuenta esta complejidad, y ejecutar planes que respondan a ella.

Hay mucho que se debe hacer. Primero, de nada sirve hacer redadas masivas o acusar a más de 300 mareros de actos terroristas, solo para sacarlo en televisión, si la mayoría de los capturados salen en libertad. Si no existe certeza de que al criminal se le castigará, no existe incentivo para que el criminal deje de delinquir. No son necesarias penas más severas. Son necesarias reformas al sistema judicial y mayores inversiones en la capacidad investigativa de la policía y fiscalía, con el propósito de reducir la impunidad y hacer valer la ley.

Pero también hay factores sociales y sociológicos poderosos que actualmente promueven la cultura de violencia que vivimos. Para reducir la participación e incorporación de más jóvenes a organizaciones criminales, es imperante fortalecer el tejido social y reconstruir la legitimidad de la autoridad. ¿A qué futuro puede aspirar un joven sin oportunidades laborales, sin un entorno familiar estable, sin una vinculación fuerte con su comunidad, sin un sentido de pertenencia y propósito, y con una visión de la autoridad, no como un apoyo y protector, sino como un agresor y un enemigo? Entendiendo la realidad en que viven grandes segmentos de nuestra población, especialmente los jóvenes, no nos debería sorprender el camino que ha llevado nuestra sociedad.

Asegurar la certeza del castigo. Fortalecer el tejido social. Reconstruir la legitimidad de la autoridad en las comunidades. Recuperar el control territorial. Un entorno favorable al desarrollo económico y a la generación de empleo. Mejores condiciones laborales y herramientas para las fuerzas de seguridad. Inversión en la capacidad investigativa. Hay mucho que se debe hacer. No soy experto en temas de seguridad, pero el sentido común es suficiente para poder ver que no se está haciendo ni una fracción de lo que se puede y debe hacer. Proteger la vida y la seguridad de las personas es la primera responsabilidad de un Estado, y en esto, está fallando rotundamente. Es urgente que este Gobierno deje de atacar a sus opositores políticos y se deje ayudar. Es tiempo de dejar de lado la política y las ambiciones de poder, y de poner primero al país y a su población.

Una sociedad sin privilegios. De Rodrigo Molina

El socialismo es una ideología de poder, no de justicia. Busca la reestructuración de la sociedad, no en beneficio de los pobres, sino en beneficio de una nueva clase dominante y omnipoderosa. Así lo ha sido a través de la historia, y lo seguirá.

Rodrigo Molina Rochac es publicista y miembro del COENA de ARENA

Rodrigo Molina Rochac es publicista y miembro del COENA de ARENA

Rodrigo Molina, 24 julio 2015 / EDH

En nuestro país se habló mucho, de manera electoral, de eliminar la cultura de privilegios en la política nacional. Pero la realidad es que quienes se llenaron la boca de promesas sobre construir una sociedad justa y sin privilegios, fueron quienes más han hecho para institucionalizar el rol del Estado como una maquinaria de repartición de privilegios, beneficios, favores y riquezas para los nuevos poderosos. ¿Justifica esto los errores y abusos del pasado? No. Pero los errores del pasado tampoco justifican los abusos del presente.

Decía Bastiat que “el Estado es la gran ficción por la cual todo el mundo busca vivir a costa de todos los demás”. Así construyeron los nuevos poderosos la gran ficción del Estado Robin Hood, que eliminaría los privilegios, castigaría a los corruptos y rescataría a los pobres de la opresión de los ricos. Pero detrás de esa fantasía, la realidad es que hoy ellos son los privilegiados. Los que han instrumentalizado al Estado para acumular riquezas y poder. Los que hoy viven a costa de todos los demás.

¿Adónde quedan entonces las promesas de justicia? ¿Es esta la sociedad sin privilegios que prometieron? Claramente fue una farsa. La realidad, con la historia como su maestro, es que el socialismo nunca busca la eliminación de los privilegios en la sociedad, ni la eliminación de la pobreza, ni la justicia. El socialismo es una ideología de poder, no de justicia. Busca la reestructuración de la sociedad, no en beneficio de los pobres, sino en beneficio de una nueva clase dominante y omnipoderosa. Así lo ha sido a través de la historia, y lo seguirá siendo. Todas sus otras promesas son fantasías y farsas.

El clientelismo y la corrupción son facetas que crecen de la cultura de privilegios. Son la herramienta del Estado en función de unos pocos. La idea de que hay quienes están sobre la ley, y que de esta forma pueden utilizarla a su conveniencia y para su beneficio, sin consecuencias. Esta visión corrupta del poder se ha ampliado, pero no es nueva. Su origen está mucho más atrás, y todos debemos asumir la responsabilidad de haber permitido que germinara en la deformación que es hoy. El presente no justifica ni reivindica al pasado. Los errores deben aceptarse y asumirse para poder construir una alternativa real para el futuro.

La eliminación de la cultura de privilegios, y con ella una lucha genuina contra el clientelismo y la corrupción, no se logrará simplemente depositando nuestra ciega confianza en líderes mesiánicos o ideologías de poder. Parafraseando a Lord Acton, el poder corrompe, y el poder no auditado corrompe absolutamente. La ciudadanía debe asumir su rol de  verdaderos auditores del poder. El poder nunca se vigilará a sí mismo y siempre encontrará las formas de corromper lo corrompible.

La lucha por la justicia inicia con la construcción de la conciencia nacionalista. Nuestro sentido de responsabilidad ante nuestro país y nuestro prójimo. Nuestra convicción de trabajar por cambiar las cosas en la política de nuestro país. El aceptar que la responsabilidad no es de otros, sino nuestra, de cada uno de nosotros. Y ante todo, la voluntad de asumir esa lucha por la libertad y la justicia en nuestra sociedad.

@rodrigomolinar

El rumbo a la tiranía

Una de las voces más claras de la renovación en ARENA, Rodrigo Molina Rochac, sobre los nuevos ataques del FMLN a institucionalidad democrática y republicana del país.

rodro molinaRodrigo Molina Rochac, 6 de mayo 2015/EDH

La experiencia ha mostrado que aún bajo las mejores formas de gobierno, aquellos a quienes se les ha confiado el poder, con el tiempo, y mediante lentas operaciones, lo han pervertido en tiranía. Thomas Jefferson.

–Nunca podremos evitar el abuso del poder si no estamos preparados a limitar ese poder aun cuando ocasionalmente también nos prevenga de su uso en propósitos deseables. Friedrich Hayek: Camino de Servidumbre.

Dicen que quien no conoce la historia está condenado a repetirla, y parece ser esta la realidad de nuestros pueblos, quienes a pesar de las repetidas advertencias sobre las consecuencias de la demagogia, el populismo y la concentración del poder, hacemos oídos sordos y ojos ciegos a las necesarias consecuencias de los caminos políticos en los que trotamos.

La historia nos ofrece amplia evidencia que cuando, en nombre de los derechos del pueblo, un gobierno se emprende en el desmantelamiento de la infraestructura institucional sobre la cual se edifican los derechos políticos de la ciudadanía, dicha nación se aventura inevitablemente en el rumbo a la tiranía.

Cuando vemos que nuestros gobiernos acusan a los medios de comunicación de fomentar la violencia, acusan a la oposición política de sabotear sus proyectos, acusan a la empresa privada de frenar el desarrollo, atacan la independencia judicial, compran voluntades dentro del poder legislativo, e inclusive se ven dispuestos a negociar con criminales, cuando vemos que en nuestro país pasa todo esto, somos testigos de un esfuerzo sistemático de desmantelamiento de todos los contrapesos al poder político en los cuales se fundamenta nuestra democracia liberal.

Encontrados frente a este escenario, trascendemos por necesidad lo ideológico y partidario, pues lo amenazado no es un partido político o un sector de la sociedad, sino la existencia misma de la República. No permitamos que la historia nos reclame nuestra pasividad y permisividad. Hablemos ya con la verdad, llamemos las cosas por su nombre, confrontemos los abusos de poder y las amenazas a nuestro sistema político por lo que en realidad son y defendamos ante todo la República, garante de nuestros derechos y nuestra libertad.

Al escuchar a los representantes del partido de Gobierno declarar públicamente que los magistrados de la Sala de los Constitucional de la Corte Suprema de Justicia son una amenaza con la cual hay que terminar, y que para hacerlo van a tomarse el país y poner al pueblo en pie de lucha, no podemos dudar de las pretensiones de su discurso y su maniobrar político. Por más que vistan sus acciones en la retórica de los derechos del pueblo, sus verdaderas intenciones nos llevan inconfundiblemente en el rumbo a la tiranía. Un rumbo del cual con cada paso se vuelve más difícil retornar.

Avanzar hacia la prosperidad, la seguridad, la justicia y la libertad será posible únicamente mediante el fortalecimiento de un Estado de Derecho. Aquellos que buscan trastocar el marco constitucional que da vida a nuestro sistema democrático y republicano lo hacen con la ambición del control total sobre el Estado y la sociedad, no con el bienestar del pueblo en mente. La lucha por defender nuestra República y los derechos políticos de la ciudadanía es la misma lucha por avanzar la prosperidad y el bienestar de nuestro pueblo.

Es momento ya de marcar la línea en la arena y frenar las pretensiones de poder que nos llevan en el rumbo a la tiranía.