ISIS

Daesh tiene una historia que contar. De Irene Lozano

Daesh tiene una historia que contar. De Irene Lozano

Nosotros, los demócratas, aún no sabemos cómo llamarlos: Daesh, ISIS, ISIL, Estado Islámico… Ellos, en cambio, ya tienen una historia que contar y les basta un solo nombre para señalar a sus enemigos: «infieles».

irene LOZANO

Irena Lozano, periodistam, escritora española, miembro del Comité de Expertos del PSOE

Irene Lozano, 22 noviembre 2015 / EL MUNDO

el mundoDaesh es tres cosas al mismo tiempo: un grupo terrorista, un proto-Estado y un relato. Para enfrentarnos al grupo terrorista tenemos el Derecho. Para combatir a ese embrión de Estado brutalmente medieval, disponemos de los medios de la guerra. Sin embargo, ante su narrativa estamos desarmados.

Estos yihadistas a quienes los líderes de Al Qaeda consideran demasiado extremistas, son salvajemente violentos, pero también hábiles narradores. Cuidan extremadamente su propaganda, y se sirven del lenguaje audiovisual, el más apto para conquistar los corazones hoy día, con el que hacen proselitismo en la web y las redes sociales.

Radicalmente contemporáneo en el uso de los medios, el sustento intelectual y teológico de Daesh es literalmente medieval, pues preconiza un regreso al siglo VII. Su interpretación acabada del islam -la del salafismo-, no sólo sigue con rigor las enseñanzas del profeta, sino que tiene como referentes históricos los momentos de máximo esplendor y hegemonía política del Islam, cuya añoranza el Daesh ha convertido en promesa de futuro. La implantación del Estado Islámico en parte del territorio de Siria e Irak ha significado para sus adeptos la materialización de esa promesa, con el empoderamiento que ello supone.

Hoy el califato no es un recuerdo histórico, sino una forma de organización política que ha normalizado la crucifixión y la esclavitud, dominada por la religión, en la que ninguna ley humana está por encima de la ‘sharia’, con una sola persona como autoridad política, jurídica y religiosa. Si algo ha resultado atractivo de los totalitarismos a lo largo de la Historia es que ofrecen una visión completa del mundo, pétrea, sin incertidumbres ni dudas.

En ese Estado Islámico que gobierna a unos ocho millones de personas no hay identidades complejas y los conflictos se resuelven de forma expeditiva. Frente a los matices y contradicciones propios de las sociedades occidentales, así como de las sociedades musulmanas que buscan su lugar en el mundo de hoy, la narrativa siniestra de Daesh ofrece un cómodo dogmatismo, que encuentra en su misma ferocidad el reflejo de su coherencia.

Las decapitaciones, las violaciones masivas de mujeres, las ejecuciones… repugnan nuestra conciencia civilizada. Nosotros vemos una crueldad inhumana y la voluntad de diseminar el terror. Ellos muestran orgullosos su violencia porque simboliza su poder: una dominación salvaje, un poder primario, pero poder al fin y al cabo.

La estrategia es una vieja conocida de la violencia política: la propaganda por el hecho. Que los propios actos de muerte y violencia definan a quienes los cometen. El efecto propagandístico de la carnicería de París persigue mucho más que aterrorizarnos. Forma parte de los actos de reclutamiento, pues narra un futuro prometedor a quienes se incorporen a las filas de Daesh: ese Estado Islámico embrionario ya recauda impuestos, regula los precios, administra servicios como la justicia, la sanidad, la educación, y decide sobre la vida o la muerte de los ocho millones de personas sobre los que gobierna… Si además puede causar una matanza a miles de kilómetros, ¿de que no será capaz cuando alcance su máximo esplendor?

Captan a esos jóvenes -europeos o no- porque ofrecen poder donde ellos sienten impotencia y les dan un significado trascendente a vidas que no han encontrado su sentido. Ésta ha sido la función de los grandes relatos en la Historia de la humanidad hasta que su defunción fue certificada, quizá con cierta precipitación, por Jean-François Lyotard. La lucha cotidiana por un título académico es pequeña y acaba en un contrato precario. Incluso la reivindicación que hacía Bin Laden en su día respecto a la retirada de las tropas norteamericanas de Arabia Saudí se antoja diminuta al lado de la lucha por un califato de dimensión universal, cuya última estación es el paraíso.

Podemos llamarles nihilistas, pero el Daesh les da un sentido de trascendencia. Cuando hablamos de evitar los procesos de radicalización, deberíamos pensar en ofrecer una narrativa propia, que contrarreste la suya. Muchos jóvenes se radicalizan solos, frente a las pantallas de su ordenador, porque el relato yihadista, como toda narrativa revolucionaria, tiene una dimensión moral y eso lo hace mucho más poderoso. Además, el Estado Islámico dedica un enorme esfuerzo al reclutamiento individual. El sociólogo Scott Atran explicó en la Organización de Naciones Unidas cómo en el proceso de captación pueden dedicar horas a un solo individuo, para «comprender cómo sus problemas y sufrimientos personales encajan en una narrativa universal de persecución contra los musulmanes».

Por su parte, los ciudadanos europeos se sienten castigados por las políticas que vienen de Bruselas, mientras los valores europeos naufragan. Esa comunidad democrática que -con todos sus errores y contradicciones- podría soñar con erigirse en el referente global de los Derechos Humanos y las libertades, bracea para no ahogarse en una suma de egoísmos nacionales. Ni siquiera podremos decir que la historia no nos esté dando una última oportunidad: la crisis de los refugiados no trata sobre ellos, sino sobre nosotros. No somos los europeos quienes podemos protegerlos, sino ellos los que nos brindan la ocasión de defender nuestros valores, frente a la tentación irreal de volver a sentirnos seguros en nuestro terruño nacional, conviviendo entre pieles blancas. A medio y largo plazo, resulta muy peligroso que sólo la xenofobia y el nacionalismo -mayor o menor- estén siendo capaces de armar narrativas esperanzadoras para los ciudadanos, pues no defienden los derechos y las libertades en tanto que universales, sino para los miembros de una comunidad étnica o cultural a la que se promete mantener a salvo de este caótico mundo otorgándole un puñado de certezas.

Se trata de una narrativa reaccionaria, pues propone un regreso al pasado que sabemos imposible: los grandes desafíos políticos -desde el cambio climático hasta el terrorismo, la inmigración o la desigualdad- sólo podrán encontrar una solución global, y tendremos voz en ella en la medida en que tengamos la fuerza de un continente. La ideología yihadista se dirige a la ‘umma’ -la comunidad de creyentes- y ha adaptado su relato al mundo global, mientras las democracias viven con impotencia las limitaciones del Estado-nación, pero han dejado de soñar con superarlas.

Europa teme y se empequeñece; el califato expende pasaportes al paraíso y ofrece esclavas sexuales a los combatientes. No son nihilistas. Son hábiles narrando un proyecto ideológico tenebroso. Y no están locos. Los locos seremos nosotros si seguimos pensando que los grandes relatos han muerto y que la política europea sólo debe ocuparse de una décima arriba o abajo del déficit.

What Will Come After Paris. Editorial The New York Times

Editorial, 15 noviembre 2015 / THE NEW YORK TIMES

NEW YORK TOMES NYTThe terrorist attacks in Paris on Friday, along with twin bombings in Beirut on the day before and the downing of a Russian jetliner over the Sinai Peninsula on Oct. 31, show a new phase in the Islamic State’s war against the West, a readiness to strike far beyond areas it controls in Iraq, Syria, and increasingly, Libya.

16mon1sub-1447625096808-blog427The challenge for threatened countries is huge. The sort of attacks the Islamic State, or ISIS, has launched are hard to anticipate or prevent, yet in Europe each one intensifies the raucous xenophobia of far-right nationalists ever ready to demonize Muslim citizens, immigrants and refugees, and shut down Europe’s open internal borders. The Islamic State must be crushed, but that requires patience, determination and the coordination of strategies and goals that has been sorely lacking among countries involved in the war on ISIS, especially the United States and Russia.

President François Hollande of France defiantly declared the attacks in Paris “an act of war” and vowed a “pitiless” response. On Sunday, French warplanes bombarded Raqqa, the Syrian city that is an ISIS stronghold. Mr. Hollande is expected to offer other proposals when he addresses the French Parliament at a special session in Versailles on Monday. France already has some of Europe’s most intensive antiterrorist policing; adopting draconian measures of the sort demanded by far-right nationalists like Marine Le Pen of the National Front can only further alienate France’s Muslim population of five million, without offering any assurance against more attacks.

The discovery of a Syrian passport near one of the attackers, which matched one used by an asylum-seeker who had entered Europe through Greece, was bound to intensify anti-refugee sentiments and calls to close Europe’s open internal borders. There is no proof that the owner of the passport was one of the gunmen. And even if one of the attackers had entered Europe in the guise of a refugee, the first gunman to be conclusively identified, Omar Ismail Mostefai, was not a refugee, but a French citizen born and raised in a town just south of Paris.

Pouring fuel on the passions swirling around refugees and Muslims in Europe was no doubt a major goal behind the ISIS attack. The choice of the neighborhoods where most attacks occurred, an ethnically diverse area in eastern Paris increasingly populated by young professionals, seemed designed to send the message that tolerance would be no protection against what ISIS described in a communiqué as the coming “storm.”

France must take measures to protect its citizens, as must the United States, Russia and all the other countries — Western and Middle Eastern — threatened by the Islamic State’s murderous dream of a new caliphate. At the same time, it’s clear that the prevention of further ISIS attacks will require threatened states to find a way to end the Syrian civil war, which has made it possible for this terrorist group to gain wealth, territory and power. That means closely coordinating action among countries already engaged in the fight — most notably the United States and Russia — and it means persuading more European and Middle Eastern nations to join in the mission.

Until the latest spate of ISIS attacks, America’s focus on that terrorist organization as the primary enemy had not been fully shared by Russia, which has used its military actions more to defend its ally, President Bashar al-Assad of Syria. But there have been several promising moves of late toward greater cooperation.

At a meeting in Vienna on Saturday, representatives of more than a dozen countries with an urgent interest in ending the Syrian war, including Secretary of State John Kerry and Foreign Minister Sergey Lavrov of Russia, agreed on a tentative plan for a phased transition to an interim government and elections in Syria. And at the Group of 20 summit meeting underway in Turkey, Syria and ISIS have been a topic of urgent discussion, as they presumably were when President Obama met separately with President Vladimir Putin of Russia.

The attacks in Paris sent a major shockwave around the world, and the Beirut bombings and the downing of the Russian civilian jetliner were every bit as horrific. ISIS has demonstrated that there is no limit to its reach, and no nation is really safe until they all come together to defeat this scourge.