27 diciembre 2018 / LA PRENSA GRAFICA
Y Bukele contra las élites. La reciprocidad funciona y es, en este caso, absoluta. Es el gran blanco de la campaña del candidato de GANA: contra «los mismos de siempre». Es decir, contra las élites actuales. Y me atrevo a pensar que se trata de todos los tipos de élite, política, económica y cultural, aunque, por supuesto, existen excepciones.
Fácil es nombrar algunos miembros de la élite salvadoreña que apoyan abiertamente a Bukele; elementos que a primera vista parecen debilitar la dualidad Bukele contra las élites. Pero no es el caso aquí por varias razones. Los individuos con algún poder simbólico que respaldan al candidato de GANA lo hacen por puras motivaciones personales; son personas que también hubieran perfectamente podido no solo oponerse sino que hacerle la guerra a Bukele. Agentes como Gallegos o Araujo son ejemplos de ello. Alianzas políticas de circunstancias. Chanchullos que obedecen solo a intereses egoístas. Son parte de alguna élite y apoyan a Bukele quien, precisamente, quiere luchar y destituir a las élites.
No es la única contradicción; la paradoja llega a su paroxismo con solo constatar que Bukele mismo hace parte de la élite salvadoreña. Como toda campaña manipuladora, el que la lleva a cabo hace él mismo parte de los blancos y enemigos designados. Bukele quiere derrotar a «los mismos de siempre», remplazar nuestra clase política cuando él es un miembro notable de ella desde hace unos años ya. Miembro notable significa: mismas técnicas de siempre, cuanto más sucias mejor (la corrupción nunca está lejos), y el mismo deseo de siempre: el poder, como fin en sí mismo.
Nunca como medio. Bukele hace parte de lo que quiere cambiar. Un médico llamaría aquello esquizofrenia. Algunos lo llaman populismo. Yo lo llamo manipulación. Y el análisis médico y el mío se reúnen en al menos un punto: es peligroso.
Por tanto, la oposición inicial entre Bukele y las élites, como muchas dualidades, funciona como una dialéctica. Cada lado se nutre del otro. Es más, uno no es nada sin el otro, se impone una suerte de interdependencia de la cual, claro está, Bukele es más dependiente. Las élites le sirven más a Bukele que este a ellas; son para él su razón de ser candidato, y talvez, hasta su razón de ser a secas. Por ahora, su estrategia funciona. Si observamos la situación, a grandes rasgos, las élites critican y se oponen a Bukele mientras que el movimiento de apoyo es real, no solo opera en la neblina de las redes sociales; bulle, se menea y se expande en gran parte de la población, o de lo que conviene nombrar mejor, el pueblo. ¿Hasta cuándo funcionará? No lo sé, sin duda hasta las elecciones, por lo cual, si tal es el caso, habrá cumplido con su objetivo.
Lo que Bukele ha puesto en pie, aquella línea de campaña, exenta de ideología, ideas, programas e incluso, de política, es una trampa ladina de la que él siempre saldrá incólume y victorioso. Solo acepta recibir halagos de sus fans, ninguna crítica. La crítica, él decide que viene necesariamente de la élite, y por tanto, es para él y todos sus seguidores, ilegítima y sobre todo, errónea. «Miren, la élite no me quiere, me critica, muestra que me temen y que no soy como ellos»; su victimización permanente. Por ello hay que criticarlo adelantando, mostrando y denunciando su reacción, siempre la misma, que imposibilita todo debate, la que se concentra en la forma y nunca en el fondo. Eso es Bukele, mucha forma; ningún fondo.