9 junio 2019 / LA PRENSA GRAFICA
Una historia bien contada siempre es seductora. El trasfondo puede ser macabro, pero si el parrafeado, el ritmo y los énfasis son adecuados, si lo imposible sabe a posible, si los miedos del protagonista son nuestros mismos miedos ahí estaremos, sentados sobre la piedra o arrepatingados en el sofá, boquiabiertos queriendo saber ¿qué sigue?
Cuéntanos lo que quieras, pero convéncenos, dijimos tantas veces con un libro entre las manos. Y Andersen, Perrault, los Grimm, o sus sobrinos malditos Allan Poe, Kafka y Chéjov nos tomaron de la mano para perdernos entre caperuzas, hombres que se despiertan siendo insectos, reyes desdichados, princesas enterradas vivas y madrastras diabólicas.
Si te educaron entre letras, un cuento nunca es demasiado largo; y viceversa, aunque se trate de un cuentito, como suele ocurrir en este El Salvador en que la gente no lee completo ni su DUI. Pero en la última semana, entre tuit y tuit de Bukele, muchos de mis conciudadanos han leído más que en todo el año pasado. No es literatura en el estricto sentido, pero sí un cuento que no promete ser corto.
Es obvio que el presidente persigue nuestro aplauso, persigue la aprobación cueste lo que cueste. No es que lo espera, es que lo necesita; sabe que nada hay más traicionero que un ciudadano agobiado por la inseguridad, harto de los políticos y descreído del Gobierno. Ya pescó en esas aguas, ya sabe que son traicioneras. Y si en el próximo año y medio a través de GANA o de Nuevas Ideas no altera a su favor la aritmética legislativa, su administración será larga, minada por su minusvalía para el diálogo.
Aspirar a un año y medio de gestión sin que tu popularidad resulte lesionada es ridículo; aunque los graves señalamientos contra la década efemelenista son válidos, la sangre que Sánchez Cerén y su círculo dejaron en Twitter se secará pronto, y las quejas sobre el gobierno anterior sonarán solamente a eso: quejas. O peor aún, sin un hilo conductor entre sus decisiones, sin músculo político para promover iniciativas de ley y sin articulación con los otros órganos, el presidente correría el riesgo de administrar el aparato público pero no el poder.
Ante esa necesidad, la de proteger la imagen presidencial de los embates de la realidad, sus asesores ya le dijeron que los primeros 100 días aunque no sean impecables tendrán que parecerlo, tanto como para relanzar otra vez su marca personal en octubre. Y como tal calificación se construye a puras impresiones (sino, ¿cómo Mitofsky le puso 8.5 a los de Funes?), eligieron el mismo camino de su campaña: contemos cuentos, el repasado «storytelling» como herramienta del marketing político que los gringos se inventaron hace 40 años alrededor de Ronald Reagan.
En otras palabras, al inicio de esta administración lo importante no es el contenido, sino que lo cuentes, insumo para la clientela, materia para los sublimes «spots» del otro trimestre. Como lo fue antes con Flores, con Saca, con Funes, con Ortiz. Pero con un matiz distintivo inalienable: todo el capital de comunicación, toda utilidad de imagen, todo el contenido debe converger hacia el vértice del presidente. Aunque él no cuente el cuento, él es el cuento. Y por eso antes de cualquier otra herramienta para acometer el reto del desarrollo local con rango ministerial, lo primero que hicieron con doña María Chichilco, el mismo día que la nombraron cabeza del ex-FISDL, fue abrirle una cuenta de Twitter.
Día 8, presidente. Cuéntenos ¿qué sigue?