Mario Alfredo Cantarero, agosto 2015 / academia.edu
Con la llegada de los Acuerdos de Paz, en 1992, con sus debilidades y fortalezas sustanciales, se creyó que se había iniciado la reunificación de nuestro país, a través de un proceso donde prevalecería fundamentalmente la razón, el diálogo, la discusión y el consenso, como componentes fundamentales, para propiciar el desarrollo socioeconómico.
No obstante, esa enseñanza de ese proceso de negociación se olvidó. Por relegar al olvido el tema económico social, pendiente en los Acuerdos de Paz, se fueron restableciendo nuevamente las viejas confrontaciones violentas como la forma exclusiva para abordar y tratar de solucionar los problemas de nación, donde lo prioritario es la actitud de agresividad y la imposición, en sus múltiples expresiones.
Con esta cultura confrontativa como fundamento, cada uno de los problemas estructurales del país se ha ido relegando del debate político, y, consecuentemente, se han ido agravando cada vez más, mientras los actores hegemónicos del país se han ido polarizando, con una agenda de simplicidades, como la mano dura, súper mano dura, los estados de sitio, los bonos de los policías, entre otros.
Con esa lógica del debate, se han perdido las oportunidades para crear los escenarios propicios, para abordar y solventar los problemas sustanciales que aquejan a todos los sectores de la nación, con una perspectiva integradora. Están pendientes de desengavetar los problemas: la impunidad, la corrupción y el desempleo, la recuperación del agro, el narcotráfico, entre otros.
Mientras se excluyen y se deslegitiman, mientras se tratan de anular y exterminarse, los problemas no resueltos, entran en una lógica de la cultura de la violencia, de la cultura de la muerte, cuyo ambiente de temor y desolación evita la certidumbre y el desarrollo del país.
El resultado es un espiral de violencia interminable, que imposibilita cualquier iniciativa racional, en beneficio del país, y, al contrario, potencia la locura y desangra el tesoro más preciado de El Salvador: su juventud. Según la ONU, somos el país más peligroso del mundo, por el nivel de asesinatos. Sólo entre el 16 y 18 de agosto del 2015, fueron asesinadas 125 personas en nuestro país.
Confrontación, método de la destrucción del país
Contrario al interés nacional de mantener y consolidar la cultura del consenso, se empieza con la acumulación progresiva de energías negativas y actitudes de prepotencia desbordadas, cuyo resultado es la cultura de la muerte, caracterizada por la marginación y anulación del adversario a través de la violencia institucionalizada, con estrategias de guerra sin cuartel.
A la base de esta cultura de la muerte, se encuentra la prepotencia política, que busca desprestigiar, deslegitimar, anular y torcerle el cuello al otro, al que se califica como el responsable de todo lo negativo, el antidemocrático, el comunista, el fascista, el terrorista, el facineroso, entre otros. Siempre se encuentra un enfoque, para enjuiciarlo, encarcelarlo, desterrarlo, o matarlo física, política y socialmente.
Esa cultura que se realiza a través de la confrontación permanente, y que arrolla a todo ser vivo, no sólo al enemigo, no lleva a las salidas que beneficien a la mayoría de salvadoreños, sino que complica y contamina todas relaciones cotidianas.
Contrariamente, lleva a la creación de un clima de incertidumbre, de miedo, donde se aumenta el número y se intensifica el hedor a muertos, la mayoría de los cuales son jóvenes.
La violencia, hija de la marginación, de la anulación y la prepotencia, en todas sus expresiones y modalidades, funcionan en una lógica de acción y reacción, en una espiral interminable, con tendencia a complejizar cada vez más sus tentáculos y a exterminar el desarrollo personal, institucional, nacional, regional, en todos los órdenes y en todos los espacios de la vida cotidiana.
Las estrategias comunicacionales para mantener esta cultura de la muerte, han sido ineficaces, por varias razones. Porque los contenidos de los discursos públicos de los principales actores son superfluos, porque no tienen una proximidad con la objetividad de los hechos.
La mayoría son discursos sin contenido trascendental, muchos de ellos son apreciaciones simplistas, deterministas sobre los hechos; la mayoría, difamaciones, rumores o informaciones alteradas sobre los hechos que pasan en el país.
Basta ver la agenda temática de los medios, para darse cuenta que los temas publicitados de manera unilateral por los partidos hegemónicos, no son los estratégicos ni los enfoques que necesita el país.
Por ejemplo, el partido en el gobierno está obsesionado con evitar la comunicación celular de los reclusos; otros sectores en que los mareros deben denominarse “terroristas”, así, hasta llegar que una manera de debilitarlos es quitarles las visitas íntimas a los reclusos.
Con estas acciones y discusiones estériles, la intensidad de la violencia difícilmente bajará, porque no atacan las causas y las fuentes de poder de los grupos sociales marginales.
Los temas de interés para la población están siempre ausentes, como la corrupción generalizada en las estructuras de poder gubernamental o privado; el tema de la marginación social y las condiciones infrahumanas en que vive la población social, la ineficiencia del sistema educativo público, entre otros temas
Esos contenidos se publican en medios y con enfoques altamente propagandísticos, pues sus declaraciones son unilaterales, en medios informativos, producidos y distribuidos con una lógica publicitaria, en una búsqueda incesante de persuadir a la población de que son poseedores absolutos de la verdad; el planteamiento, el adecuado y conveniente para los ciudadanos.
Cada uno de los actores políticos hegemónicos utiliza a los medios de comunicación a su servicio, para promover sus declaraciones sobre los problemas del país, y para echarle la culpa al adversario de lo que ocurre en el país, a través de una agenda mediática, cargada de simplificaciones de los hechos, rabietas y rumores, que en nada contribuyen a la solución de los problemas, sino, por el contrario, cada vez polariza más la cultura política.
Diálogo y la negociación, método para la convivencia pacífica
No soy apocalíptico al visualizar el futuro mediato de nuestro país, porque creo que hay posibilidades de rectificar para bien de todos los ciudadanos. Me preocupa que muchos analistas y comentaristas sostengan que El Salvador es un estallo fallido, que no tenemos solución, sino que estamos al borde de la locura y al desaparecimiento como nación.
Creo que todavía podemos solventar nuestros conflictos, si por lo menos se reconocer de hecho que es necesario involucrar a toda la gente que debe aportar, y que debe ser parte del camino a la solución; pero, además, urgen los cambios de hábito, es decir, cambiar de convicciones sobre cómo solucionar nuestros problemas, con base a una nueva comprensión de la realidad y a un nueva forma de buscarle solución a nuestras diferencias.
Es un método de larga data, apreciado en la sociedad de la información. Se trata de romper actitud de agresividad que prevalece como único procedimiento para solventar los problemas. Implica entender los problemas del país, no desde la perspectiva de responsabilizar al otro grupo, sino a partir del interés del país, en que vivimos todos, donde hay que reconocer que mi grupo no es el que tiene la varita mágica, ni tampoco el que tiene que definir el destino de la nación, sino que este lo definimos todos, con la participación activa de cada uno.
Este reconocimiento del otro lleva a incluirlo en la discusión, en un debate, donde se discutan la naturaleza, dimensiones, características, componentes de los problemas que los aquejan a ambos y a otros. Y por supuesto, entran en la discusión
la o las estrategias para solucionarlos de la manera más adecuada, sin atropellar a todos los ciudadanos, sino beneficiarlos.
Sin duda, en esta estrategia de comunicación para la paz, se obliga a los actores políticos principales a mejorar la producción de contenidos de sus discursos, menos propagandístico y más referenciales, con afirmaciones y declaraciones más próximas a la existencia de los hechos.
Del contraste de análisis e interpretaciones de los hechos, habrá un acercamiento más diverso y complejo a los fenómenos de la realidad. Esto implica superar los slogans: «Por un mejor país, estado, departamento, municipio, ciudad o colonia», «Para trabajar por los pobres», «Por un futuro mejor», “Contigo siempre», “Por los cambios”, “Primero, segundo y tercero El Salvador”
Indefectiblemente, en la discusión, habrá comprensiones muy diversas y contradictorias sobre los problemas, según los intereses de cada grupo y de acuerdo a cómo y en qué medida les afecten en su existencia.
Sin embargo, como ocurre en los procesos dialógicos, siempre hay puntos de encuentros y coincidencias, y consecuentemente habrá consensos y acuerdos.
Tras de estos seguramente vendrán los programas y los proyectos, para solventar cada caso en particular, cada quien responsabilizándose con lo que le corresponde.
Esto supone medios y formas de comunicación dialógicas, que superen la lógica de la comunicación mediática de con enfoque publicitario, para entrar en sistemas de comunicación grupal, donde se discutan diferentes paradigmas de ver los fenómenos y diversos modos de impactar esos fenómenos, teniendo como principio y fin favorecer a la población salvadoreña, no aprovecharse de ella, mentirle y sacarle provecho.
En esta dinámica, los medios de comunicación social serán ya no el vehículo primario, para lucirse deslegitimando al adversario, sino un medio para anunciar los avances en los procesos de negociación o para informar sobre los acuerdos, sus
propuestas, sus enfoques creativos, con la perspectivas de mejorar la convivencia pacífica y garantizar lo básico y digno para la población salvadoreña.
Para sostener la convicción
Pienso, a manera de conclusión, que este método comunicacional para resolver conflictos, urge llevarlo a cabo, porque el país lo necesita, para evitar el ahogamiento en este tsunami de sangre, que tanto costo económico y emocional les está costando a las familias salvadoreñas.
La cultura de la muerte y la intolerancia es inviable, no se puede ganar la paz anulando al otro, sacándolo de los escenarios donde se toman las decisiones, a través del aniquilamiento físico, político, social y económico.
Lo ocurrido en los últimos 23 años, ha demostrado que con esas estrategias de violencia, sólo se acrecienta y se intensifica la destrucción material y espiritual de la sociedad, involucionándola en todos los órdenes de la vida cotidiana. Y en esa lógica nos convierte en una sociedad incompetente, en el concierto internacional.
El diálogo negociación, como método para resolver problemas y para posibilitar el desarrollo del país, debe convertirse en parte esencial de nuestra cultura, para lo cual se requiere del reconocimiento y de la convicción de los funcionarios del gobierno, para incluirlo en la formación de los estudiantes, a través del sistema educativo, para que las nuevas generaciones convivan y practique la paz día con día.