fascismo

A vueltas con el fascismo. De Antonio Caño

Antes de alarmistas llamamientos contra la extrema derecha es conveniente mirar en cada uno de los países donde ese fenómeno crece y preguntarse quién está sembrando la división y quién legitima el populismo.

Antonio Cano,
ex director de El País

25 diciembre 2018 / EL PAIS

El retorno del fascismo ha sido últimamente esgrimido con frecuencia tanto para describir la situación a la que hoy se enfrentan muchos países del mundo como para alertar sobre el peligro que acecha a nuestras democracias. Aunque es cierto el incremento del apoyo a partidos de extrema derecha y el auge de propuestas autoritarias y demagógicas, la recurrente alusión al fascismo, con la imagen de terror y espanto con la que está asociado, puede ser equivocada en la medida que distorsiona los problemas, confunde sobre sus soluciones y tiende a establecer el debate en el erróneo y sobrepasado campo de la derecha y la izquierda. En el caso particular de España, donde ese término viene utilizándose ya desde hace años con pretextos pueriles y propósitos intimidatorios, su uso es particularmente ineficaz.

No debe preocupar tanto el retorno del fascismo como la repetición de las circunstancias y las decisiones políticas que dieron lugar al fascismo. Es muy improbable la reproducción hoy del modelo de dictadura brutal que conocimos en el pasado. Pero existe un riesgo mucho mayor de que el descalabro de la política actual conduzca a la caída o la crisis de los sistemas democráticos. Lo que debe preocuparnos hoy no es el fascismo, sino la extrema polarización política, el ascenso de los mediocres y demagogos, la descomposición de los partidos políticos, el desprecio de la moderación, el sectarismo, el recurso constante a la toma de las calles, la explotación de los fallos del sistema democrático —corrupción, injusticia, inseguridad— para combatir el conjunto del sistema, los llamamientos a la división entre los ciudadanos, la guerra cultural entre las élites urbanas y el resto de la sociedad, la falta de horizonte de los jóvenes, la ausencia de líderes mundiales y el desprecio a la cooperación internacional. De ahí surgió el fascismo; eso es lo que tenemos que resolver ahora.

Pese a que se trata de un conflicto históricamente europeo, Estados Unidos no es ajeno actualmente a este debate. También hay en EE UU quienes ven próxima la amenaza del fascismo o incluso quienes ya lo ven instaurado en la Casa Blanca. Pero, por lo general, el estilo más académico y contenido del debate en este país permite extraer algunas ideas que pueden ser válidas en cualquier parte del mundo, puesto que así como la globalización nos ha igualado en los problemas, debería también servir para igualarnos en las soluciones. Curiosamente, nunca Estados Unidos y México, los dos grandes países fronterizos, tenían presidentes tan opuestos ideológicamente y tan similares al mismo tiempo.

«La división, el extremismo político es la respuesta falsa a los problemas que no se saben resolver»

Esto ocurre entre otras razones porque, como dice Dan Balz en The Washington Post, «las líneas divisorias en este nuevo mundo de desorden no son ya simplemente las de izquierda-derecha, con conservadores peleando contra izquierdistas». «Esta línea todavía existe, pero de forma creciente las fuerzas de la desestabilización vienen de otros ángulos y de otras direcciones».

Jason Stanley, que es profesor de la Universidad de Yale e hijo de refugiados europeos que huyeron del fascismo, ha escrito un libro de éxito en EE UU, cuyo título es How Fascism Works, en el que analiza las similitudes del mundo actual con el que conocieron sus padres en Europa en los años treinta del siglo pasado y llega a la conclusión de que la mayor coincidencia es la repetición hoy de las políticas de «nosotros contra ellos». Es la explotación política por parte de dirigentes mediocres de las divisiones normales en la sociedad o acentuadas por la crisis económica la que conduce a un escenario en el que acaban triunfando los radicales y los impostores, tanto de derechas como de izquierdas.

La división, el extremismo político es la respuesta falsa a los problemas que no se saben resolver. El extremismo político es el reconocimiento del fracaso de la verdadera política, que por definición ha de buscar el punto medio, donde está la mayoría de la sociedad a la que los políticos deben representar y defender. La radicalización política es especialmente peligrosa cuando se produce dentro de los partidos tradicionales, o bien cuando estos se implican en alianzas con partidos radicales y anticonstitucionales. «Cuando el miedo, el oportunismo o el cálculo erróneo conduce a los partidos establecidos a permitir la entrada de los radicales en el escenario principal, la democracia está en peligro», aseguran Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su libro How Democracies Die.

Los dos profesores de Harvard han estudiado a fondo lo que consideran la mayor amenaza para las democracias actuales: la desaparición del papel de los partidos políticos como vigilantes y gestores del sistema. Desde la Segunda Guerra Mundial —más recientemente en el caso de España—, la democracia se ha sostenido sobre la base de que «los líderes de dos principales partidos aceptaban al contrario como legítimo y resistían la tentación de usar su control temporal de las instituciones para maximizar su rentabilidad partidista».

«Son las decisiones políticas de ayer y de hoy las que azuzan el monstruo populista y autoritario»

Pedirle a un político sacrificar sus intereses personales o partidistas en beneficio de la democracia puede parecer absurdo. Desde luego lo es con la actual clase política, incluso en momentos tan delicados como los presentes. Pero es necesario recordar el peligro que representa la legitimación, el blanqueo por parte de los partidos tradicionales de las fuerzas antisistema mediante alianzas políticas coyunturales. Levitsky y Ziblatt recuerdan que ni Alemania ni Italia en los años treinta ni Venezuela en los noventa, por mencionar un totalitarismo de otro signo, dieron mayoritariamente el respaldo a Gobiernos autoritarios: «A pesar de sus grandes diferencias, Hitler Mussolini y Chávez siguieron similares rutas hacia el poder. No solo eran outsiders con capacidad de captar la atención, sino que cada uno de ellos alcanzó el poder porque los políticos establecidos desoyeron las señales de advertencia, les entregaron el poder o les abrieron las puertas para obtenerlo». En el caso de Venezuela, los dos autores mencionan el apoyo de Rafael Caldera a Hugo Chávez —al que indultó cuando cumplía condena por participar en un golpe de Estado—, lo que permitió a Caldera resurgir de su irrelevancia política y ser elegido presidente en 1993, solo para allanar el camino al propio Chávez, que ganó las siguientes elecciones e impuso el sistema que hoy ha arruinado económica, política y moralmente al país.

El fascismo no es un fantasma que se nos aparece de repente en medio de la noche. Son las decisiones políticas de ayer y de hoy las que azuzan el monstruo populista y autoritario. Como dice Dan Balz, «el mundo ya estaba siendo crecientemente desordenado antes de que Trump fuera presidente y fue elegido precisamente por ese desorden». «La inestabilidad y el desorden son ahora moneda común en el mundo, poniendo a prueba la capacidad de los líderes de crear territorio fértil en el que reaccionar».

La reacción que se requiere no es contra el fascismo. Es mucho más urgente y mucho más sencillo identificar a los verdaderos saboteadores de nuestra democracia a día de hoy, los que se saltan a diario las normas de la convivencia y violan la Constitución, y los que lo toleran con indiferencia para no perder el poder. Antes de alarmistas llamamientos contra la extrema derecha es conveniente mirar a nuestro lado en cada uno de los países donde ese fenómeno crece y preguntarse quién está sembrando la división, quién está legitimando el populismo y el nacionalismo ya, en este momento, desde las instituciones establecidas, quién está ya utilizando el poder en beneficio personal, quién está sembrando la semilla para la quiebra del sistema. «Nadie que esté dispuesto a hacer cualquier cosa por ser presidente merecería ser nunca presidente», dice George Will en The New York Times como consejo al Partido Demócrata, en busca del candidato presidencial más adecuado frente a la extrema derecha en EE UU.

Tú no. De David Trueba

Se recurre al insulto, la agresividad, el acoso y el linchamiento como si fueran armas al servicio de la libertad y no lo contrario.

Simpatizantes de Marine Le Pen en un acto de campaña. PASCAL PAVANI AFP PHOTO

David Trueba, 14 marzo 2017 / EL PAIS

No siempre es un líder fascista el que corrompe a la sociedad y la somete a sus prioridades. A menudo, es la sociedad la que se degrada y envilece y finalmente elige feliz a ese fascista que guíe sus aspiraciones enfermas. No es el sastre el que diseña el traje, sino la clientela que acude a él con sus demandas particulares. Esa es la tragedia de Europa cuando entre los contendientes a sus elecciones de estos días destacan quienes satisfacen las demandas del rencor, el miedo y la agresión al vecino. En un libro fantástico, recién publicado en España, Joachim Fest narra sus vivencias de adolescente durante el ascenso y el esplendor del nazismo en Alemania. Se titula Yo no porque ante la euforia colectiva y el silencio de los alarmados, su padre le recuerda una frase del Evangelio. Etiam si omnes, ego non, que viene a ser la resistencia individual incluso frente a las unanimidades.

Vivimos en una sociedad que utiliza la tecnología de la comunicación para patentar un nuevo modelo de conversación, consistente en opinar pero tapándote los oídos. Como ocurre con el nacionalismo, que solo nos repele si es ajeno, también la contundencia y la falta de argumentación nos resulta utilísima para defender nuestras opciones. La semana pasada la Asociación de la Prensa de Madrid desveló que algunos periodistas que cubren la información sobre Podemos se sentían acosados, pero no es de ahora que se descabalguen periodistas o reciban amenazas los gremios críticos hasta desde una institución tan sagrada como la Hacienda nacional. La crisis económica afecta a la independencia de los medios, pero el sistemático linchamiento de quien se expresa con libertad encontró en el estratega mediático de Trump, Steve Bannon, su mandamiento dirigido a los informadores: cerrad la boca.

No es fácil moverse en los resbaladizos territorios de la agresividad ideológica, de la feligresía coaccionadora, por desgracia utilizada como brazo armado por tanto movimiento social. Pero será indispensable que no equivoquemos la reacción. No nos tenemos que defender tanto de quienes exigen que se cuente solo lo que les interesa y beneficia, para eso ya está establecida una rivalidad de intereses sanísima. Sino que debemos fijarnos un objetivo más ambicioso. Mostrar cómo la sociedad se está empobreciendo por la vileza de un comportamiento colectivo que recurre al insulto, la agresividad, el acoso y el linchamiento como si fueran armas al servicio de la libertad y no lo contrario exactamente. De esa incapacidad para la convivencia resurge la oportunista medicina del fascismo.