30 septiembre 2018 / La Prensa Gráfica
Alguna vez fui a votar convencido de lo que estaba haciendo. Fue hace algunos años.
Desde entonces, participo en las elecciones como quien va al dentista. Ustedes también, a menos que pertenezcan a la minoría de salvadoreños que se ve directamente beneficiado por la victoria de un candidato a través de un empleo en la administración pública, de participar en el saqueo al erario o del montaje de una empresa ad hoc para ganar licitaciones.
En esa sensación desagradable que ha marcado nuestros últimos ejercicios electorales, la de estar participando en un bingo en el que solo puedes ganarte una paliza o una burla, coinciden dos realidades: la pobreza generalizada de los cuadros partidarios y la mediocre producción intelectual de los partidos políticos.
El dogmatismo que prevalece en los cuadros partidarios no es casualidad: para su clientela, intelectualmente minimalista, es más fácil abrazar a ciegas el librito de la jefatura de turno aun negando el ideario y la historia. Esa es la tragedia de la derecha, rica en areneros y pobre en liberales; ese es el drama del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, en el que ya no caben ni demócratas ni socialistas, sino solo arribistas.
Ninguno de esos partidos superó su condición de antípoda, de opuesto del otro, y agotaron las sucesivas campañas en descalificarse sin proponer una visión de país realista y a largo plazo. Claro, no se vieron forzados a hacerlo porque las elecciones, hasta 2019, se trataron solo de ellos.
Consecuencia directa del estatismo ideológico de unos y otros ha sido la pérdida de “sex appeal” de ambos partidos. Para un ciudadano educado, profesional y patriota, afiliarse a uno de esos partidos, a cualquiera, no es razonable. Es un escenario en el que solo puedes perder. ¿A quién se le antoja formar parte de un club en el que siguen creyendo tolerable celebrarle los natalicios a Roberto d’Aubuisson o aplaudirle los crímenes a Cuba, Nicaragua y Venezuela?
En el ecosistema de esas fuerzas siempre hubo partidos serviles, las más de las veces cómplices por unas migajas. En eso se convirtieron los antes poderosos PCN y PDC, y el CD que alguna vez enorgulleciera tanto a los demócratas.
Anomalía de ese medio ambiente, una vez purgado de ARENA Elías Antonio Saca quiso construir un tercer polo del espectro partidario y abrazó a GANA, un Frankenstein con pedazos de ARENA al que su primo Hérbert asistió como comadrona en 2009.
Cuestionado por los indicios de corrupción de sus principales cuadros, en especial Guillermo Gallegos, GANA participó de la gran telenovela de nuestros tiempos y como desenlace cuenta en sus filas con Nayib Bukele, personaje que ha recorrido el mismo peregrinaje ideológico de Saca, pero en la dirección opuesta. Purgados de su partido matriz, a cada uno en su momento le pareció más práctico y menos comprometedor hablar de estrategia que de ideología. Eso ocurre cuando no se tiene una, o cuando prefieres ocultarla.
Y así llegamos a esta elección, cuya campaña arranca esta semana. Con esas opciones, es imposible que no nos duelan los dientes.
Perezosa postdata: si el lector es tan morboso como sospecho, no le diré cuál fue el último candidato por el que voté convencido; solo admitiré que me equivoqué… gravemente.